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Resultó ser mi mejor amante

Resultó ser mi mejor amante

Conocí a Gabriel una noche que había salido con unos amigos a divertirme. Ellos me lo presentaron. Resultó ser el dueño de un pequeño negocio, al que luchaba para sacar a flote.

Era un sujeto que vivía al día y eso, desde el vamos, significaba que no pertenecía al tipo de hombre que yo andaba buscando…pero…a veces hay que hacer concesiones.

Gabriel tenía alrededor de 50 años y vivía en una buena casa, con cierta sofisticación, lo que me hizo pensar que había conocido tiempo mejores.

Era de mediana estatura y un poco gordito.

Tenía una mirada muy tierna y cuando sonreía se sacaba varios años.

Mis amigos se las ingeniaron para que yo me quedara sola con él, que no desaprovechó la oportunidad para ofrecerme llevarme a casa en su automóvil.

A mitad de camino él encontró una excusa para ir a tomar una copa a su casa y dudé un instante pero luego acepté.

Obviamente Gabriel me deseaba y por qué negarlo yo también a él.

Éramos personas mayores y no había razón para darle más vueltas al asunto.

Estaba excitaba y cada vez que él me pasaba la mano por los hombros o me hablaba al oído, a mí me invadía un estremecimiento difícil de disimular.

No pude mantenerme quieta demasiado tiempo a partir del momento en que comenzó a acariciarme los pechos por encima de la ropa.

Tímidamente al comienzo y luego con gesto decidido, deslicé una mano por sus muslos y luego la llevé hasta la bragueta. Había allí algo duro y prometedor.

El ya me acariciaba todo el cuerpo pero con la ropa puesta.

Se acercó y me besó en los labios. Cuando pasó la mano por mis tetas bien de frente, no tipo caricia casual, lógicamente tiene que haber sentido la dureza de mis pezones, pero siguió de largo para luego volver.

Cuando interrumpió el beso, bajó los labios hasta mis tetas y me besó los pezones a través de la tenue tela de mi top.

Como no uso corpiño, los percibió sin problemas.

Mi calentura iba en aumento de segundo en segundo. Deseaba que sus manos y sus labios se deslizaran sobre mi piel. Sentí que me estaba humedeciendo e imaginé mis labios vaginales dilatados.

Gabriel volvió a besarme.

Me alejé unos centímetros de su cuerpo y desprendí el botón que sostenía mi larga falda, que cayó a sus pies, dejando a la vista la mitad de mi casi desnudo cuerpo.

El se agachó entre mis piernas y comenzó a besar, suave, sensual e incansablemente la zona de mi concha.

Me quitó la medias y el breve slip. Ahora estaba desnuda de la cintura para abajo, recostada en el sofá, loca de deseo. Me sentía en el paraíso.

Esto duró un rato hasta que él se incorporó y comenzó a desvestirse.

Era fuerte, de músculos muy marcados y tórax ancho. Cuando le vi la verga me quedé conforme. Era de muy buenas dimensiones y en el rojizo glande ya le brillaba un chorrito de líquido seminal.

Me desnudó quitándome el top y me recostó sobre la mullida alfombra.

Se acomodó entre mis piernas y me besó la zona del pubis pasando la lengua entre mi vello púbico.

Después bajó a los labios de mi concha que a esta altura ardía, los labios hinchados y húmedos, y luego la metió dentro de mi vagina.

Finalmente, la deslizó en mi clítoris. Me lo besó y acarició, apretando su cabeza entre mis piernas.

La forma en que lamía, chupaba y estimulaba mi clítoris no daba lugar a dudas que me haría acabar. Nunca antes lo había experimentado con ningún hombre.

Cuando mis gemidos elevaron su potencia, introdujo un dedo en mi vagina y lo hizo girar sin descuidar sus caricias linguales en mi clítoris.

El movimiento de ese dedo tuvo un efecto explosivo. Mi interior fue sacudido por varios espasmos, apreté el dedo con los músculos vaginales hasta que alcancé el climax.

Jamás me había sucedido tan rápido ni con tanta frecuencia.

Pasaron varios segundos hasta que comencé a relajarme.

Pero él no me dio tregua. Todavía mi vientre se estremecía levemente cuando volvió a lamerme el clítoris con su experimentada lengua.

Continuaba deseándolo, quería más caricias, más estímulos, más de todo eso maravilloso que él me había estado dando.

Logró que disfrutase de cuatro orgasmos, todos de una intensidad pasmosa.

Estaba en deuda con él y cuando llegó mi turno de complacerlo, le pedí que se tendiera en el suelo.

Me incliné y se la chupé. Supuse que podría dejarlo eyacular dentro de mi boca y cuando Gabriel me anunció que estaba próximo al clímax todos los músculos de su cuerpo se tensaron.

Cuando dejó de eyacular, mi boca estaba llena de su semen y lo tragué sin desperdiciar ni una gota.

Al retirar su verga de mi boca, fláccida, comprobé que estaba muy feliz y me sentí bien.

Los dos estábamos empapados de sudor, todavía muy excitados. Nos deseábamos como locos.

Pensé que con tanta lubricación su pija podría deslizarse en mi vagina sin causarme ningún problema así que se la estimulé manualmente y se le paró como por encanto.

Gabriel se sonrió y volvió a besarme en los labios. Entonces lo monté y, cuidadosamente, me preparé para la penetración. Guié la verga hasta la entrada de mi vagina y con un movimiento leve de descenso, logré que entrara la punta.

Me moví hacia abajo y hacia arriba, despacito.

Su pija me llenaba todo el canal, pero aún así seguía teniendo afuera un par de centímetros.

Gabriel comenzó a moverse. Comprendí que estaba muy excitado y que no podría contenerse.

Le seguí el ritmo y tuve una sorpresa. Sentí que un nuevo orgasmo se gestaba en mi interior.

Me sacudí involuntariamente, contraje los músculos de la vagina y Gabriel acabó, lanzando nuevamente su semen, esta vez dentro de mí.

Me resultaba increíble experimentar tanta felicidad y di gritos de placer.

Después, los dos nos quedamos quietos, relajados pero muy satisfechos.

Lejos de ser físicamente mi ideal, este hombre resultó el mejor amante que he conocido hasta el presente.

Nuestra relación continúa y espero que sea por mucho tiempo.

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