Nuestro hombre misterioso vaguea sin rumbo por la ciudad

Mientras notaba como la lluvia empapaba su túnica, se colocó la gran capucha gris y siguió caminando sin rumbo.

La tarde se había vuelto oscura y fría en poco tiempo y las calles de la ciudad parecían dormir.

Las débiles luces que ahora se encendían parecían perder fuerza e intensidad a su paso.

El viento azotaba su rostro obligándole a entrecerrar los ojos.

Mirando al suelo se percato de lo brillante que estaban los adoquines y por un momento una imagen acudió a su mente a la vez que cobijaba sus frías manos en los grandes bolsillos…

Ella lo esperaba…en el gran pórtico.

Sus cabellos relucían con un intenso color dorado y quedó impresionado por tanta belleza.

Para su alivio la dama se cubría con un manto que le arrastraba.

Vió como en su mano izquierda guardaba lo que había venido a buscar. Ella le sonreía sin mediar palabra mientras su larga melena se mecía al compás del viento.

Lo teneis….no es así?

Acaso dudáis de mi eficacia? – Dijo ella.

Jamás osaría, bella dama

Ella tendió la mano y abriendo la palma frente a él, enseñó el premio. Un pequeño frasco violeta tapado cuidadosamente y sellado se balanceaba por las líneas de la vida.

Lentamente me dispuse a cogerlo notando como me temblaba el pulso.

Ella se percató de mi nerviosismo y antes de que pudiera hacerme con el premio cerró su mano y me miró a los ojos.

Volveréis…?

Me quedé sin habla, pues hacia tiempo que deseaba verla pero sabía con certeza que jamás seria igual que antes.

Ni el sol ni la luna, ni las noches frías de invierno podrán empujarme hasta aquí de nuevo, pues mi destino está lejos de estos parajes.

Y fue así. Con un último suspiro marché notando sus profundos ojos verdes clavados en mi, con el premio entre mis manos.

Ahora seguía caminando. Tenía que cumplir con una promesa….

Las casas desprendían olores inmejorables. Cenas en familia a la lumbre de una buena chimenea, carromatos llenos de provisiones aguardando para épocas más difíciles, juguetes olvidados en sótanos por niños que ya no lo son tanto…

Todo eso me fascinaba. Añoraba volver a mi antigua vida. Recordaba aquella infancia, tranquila y feliz en la cabaña de mis tíos.

Carreras detrás de las ardillas, largos paseos por el frondoso bosque, sueños eternos en mi pequeño pero cómodo lecho…todas aquellas cosas que me hacían sonreír parecían ahora tan lejanas……

Algo perturbó sus pensamientos. La vuelta a la realidad. Oyó a lo lejos un gran trueno. Dos tormentas se enfrentaban a muerte y el choque entre ellas era estremecedor. La piel se le heló y empezó a tener más frio.

Siguió caminando hasta doblar la esquina que lo conducía al callejón.

Se resguardó de la lluvia bajo el toldo de una taberna perdida y abandonada por el paso de los años. Allí quedó inmóvil durante un largo rato que se le hizo momentáneo.

Decidió sentarse en el húmedo escalón a examinar el frasco.

Lo tomó en sus manos moviéndolo y examinándolo con atención. El color púrpura que emanaba eclipsaba sus pupilas.

Era magnifico. Pequeño pero a la vez impresionante. Lo volvió a guardar con sumo cuidado y se apoyó cansado en la puerta de madera ahora malgastada y corroída por el tiempo…..

Las débiles y frías gotas de la mañana surcaban con temor sus párpados todavía cerrados.

Le pareció una eternidad, pero por fin pudo abrirlos.

Miro lentamente hacia el cielo que se dibujaba entre las terrazas de los edificios tristes del callejón. Había pasado la tormenta.

Por fin. Un resplandor azul intenso inundo totalmente su tembloroso cuerpo.

Decidió levantarse poco a poco. Lo consiguió a duras penas pues se sentía entumecido. Demasiado tiempo a la intemperie.

La ciudad despertaba y con ella la gente salía sin preocupaciones de sus hogares.

Parejas que se miraban tímidamente, como si cualquier sentimiento fuera desprendido de sus almas y expuesto ante la sociedad; niños arrastrados por sus madres lloriqueando por una diminuta golosina, hombres fuertes y rudos que tiraban de los carros para llegar a los lindes de sus campos y cultivar sus tierras que en un futuro esos niños disfrutarían a su aire…todo parecía en orden…

En mi corto camino del callejón a la torre algo llamó mi atención en un pequeño escaparate. Se podía ver desde cualquier ángulo de la tienda y aún así sorprendía su reducido tamaño.

Decidí entrar a curiosear. Adoraba las tiendas de instrumentos musicales.

Mientras paseaba entre los diminutos pasillos una niña sonreía mientras tocaba con sus palmas un pequeño tambor de lino y madera. Esos ojos…brillantes…llenos de felicidad..no tenían precio.

La madre se aferraba del brazo de su marido mientras éste intercambiaba unas monedas de oro con el tendero a cambio de una estrecha flauta de pino.

La familia salió feliz y desapareció caminando. El tendero guardo las monedas en su bolsa de terciopelo y la anudo mirándome de reojo…

-Desea algo?….me dijo al tiempo que sacaba brillo al sencillo mostrador.

-He visto algo en su escaparate…y me preguntaba si estaría a mi alcance….

-Hum…? Veámoslo entonces…

Junto al tendero y sin mediar palabra le señalé el pequeño arpa que relucía apoyado en la pared.

Mirándome a los ojos me dijo..

-Tiene usted buen gusto caballero…este….este arpa es un tesoro para mi establecimiento…déjeme decirle que, cuando nos invadieron y asaltaron la ciudad todo el mundo se sumió en una gran depresión y este arpa, en manos de aquella dama…

Lo interrumpí sin saber porqué…lo noté nervioso.

-No quiero que me cuente nada al respecto…tan sólo quisiera saber si tendría alguna posibilidad de poder contar con este fantástico instrumento en mi poder…

El tendero lo cogió como quien coge a un recién nacido y lo posó sobre el atril.

Allí lo dejó. Brillaba con todo su esplendor y realmente era fantástico contemplar como algo tan pequeño parecía tomar volumen y fuerza allí en lo alto.

Después de regatear el precio (algo que siempre se me ha dado muy bien) la campanilla de la puerta sonó para despedirme y la puerta se cerró tras de mi.

Bajo mi brazo sostenía aquel pequeño tesoro que tantos recuerdos me traía a la memoria…

El sol relucía por doquier. Agradecía su calor y mis ropas húmedas también… seguí caminando…