Me desperté a las siete y media. Una de mis mayores desgracias es no poder dormir más allá de esa hora, aunque, como el día anterior, me haya acostado tarde. Eva seguía profundamente dormida.
A las ocho, y en silencio para no importunarla, me afeité y duché. La nevera estaba vacía y, aunque no pensaba cocinar durante el resto de las vacaciones, debía comprar al menos café, leche, zumos y refrescos. Me estaba poniendo un pantalón corto, cuando me acordé divertido de que estábamos en un «camping» nudista, así es que me lo quité.
Salí «vestido» con unas gafas de sol. Vencidos la mayor parte de mis temores del día anterior -y momentáneamente saciado mi apetito de sexo- no me encontraba nada incómodo. Camino del supermercado, pude ver la misma gente normal que el día anterior. En un momento determinado, me crucé con dos preciosas criaturas como de dieciocho años, obviamente desnudas como yo. Me sorprendí admirando sus cuerpos, tal y como posiblemente lo hubiera hecho en otra situación, sin notar la temida erección.
«¡Esto marcha! -Pensé-«.
En el supermercado, muy pocas personas a aquella hora, empujando sus carritos. Los empleados y empleadas iban vestidos, aunque los clientes estaban desnudos como yo, sin excepción. Hice un acopio de lo que necesitaba, y me dirigí a la caja. La muchacha que me atendió, ni siquiera me miró una vez, lo que acabó de relajarme.
Cuando volví, Eva estaba sentada en uno de los sofás, bostezando soñolienta:
– ¡Te has atrevido a salir tú sólo! Vas progresando -exclamó-.
– Naturalmente -respondí-. Esto ya está superado. ¡Hasta me he vuelto a admirar el culito de dos chiquillas, sin asomo de erección!
Se acercó a mí, y me abrazó ronroneando como una gata:
– El único culito que tienes que admirar ahora es el mío, o me pondré muy celosa.
«¡Zas!. Mi pene arriba otra vez».
– Ya veo yo lo «naturalmente» que te lo estás tomando -dijo Eva con ironía-.
– ¡Mujer! Es que una cosa es verte, y otra muy distinta, tocarte.
Así es que tuve que llevarla nuevamente a la cama, a arreglar aquello. Y ella se prestó a aplicar el «remedio» a mi erección de muy buen grado.
Al final, terminamos desayunando muy tarde en la terraza exterior del bar, en la que estaba permitido el desnudo. Después, nos dirigimos a la playa. No estuvimos mucho tiempo. Había paseantes y bañistas vestidos, y no nos hicieron ninguna gracia las miradas lúbricas que dirigían los hombres al hermoso cuerpo de Eva. Decidimos volver a la piscina.
Estuvimos buscando con la vista a Luis y Ana, pero no estaban allí. Aunque nos embadurnamos mutuamente de crema protectora, yo me mantuve a la sombra la mayor parte del tiempo, porque empezaba a notar la escocedura de las quemaduras de sol en mi trasero, tal y como me había advertido Eva.
Nos bañamos en un par de ocasiones, retozando en el agua como chiquillos. Después, tumbados otra vez en el césped, Eva recordó el espectáculo que nos ofrecieron Luis y Ana la noche anterior:
– Aún no me lo puedo creer. Esos dos allí follando ante nosotros. ¡Y a ti bien que te gustó, ¿eh?!
Me tumbé boca abajo preventivamente.
– Pues tú no apartabas tampoco la vista. Y te pusiste muy caliente -repliqué-. ¿No me lo irás a negar?
– No lo niego. Pero, fíjate, cuando volvamos a verles me voy a sentir muy violenta. Oye, por cierto, ¿de qué hablabais Ana y tú tan abrazados cuando te sacó a bailar?
Le conté la totalidad de nuestra conversación. Ella me miró muy seria.
– O sea, que tú sabías que la parejita iba a «hacer su número», y a pesar de ello, aceptaste entrar con ellos…
– Yo no lo sabía. Pensé que sólo lo hacían con otras parejas que estaban «en el ajo», como me dijo ella. Además -continué- te recuerdo que fuiste tú la que aceptó su invitación. Yo estaba dudando, pero me pareció mal, después de que accedieras, decir que no…
Puse una mano sobre uno de sus muslos:
– Anoche, lo que yo estaba deseando verdaderamente era volver a estar a solas contigo.
Ella sonrió, pasado el enfado. Iba a decir algo, pero la interrumpió el sonido de los altavoces:
«Señorita Eva Esteruelas. La esperan en recepción».
Me miró extrañada:
– ¿Qué pueden querer? Si yo ni siquiera les di mi nombre…
– La mejor forma de averiguarlo, es que te acerques por allí, a ver de qué se trata.
Unos momentos después, volvió sonriente, tomada de la mano de una preciosa muchacha de color, pelo muy corto intensamente rizado, ojos castaños inmensos, labios gruesos y nariz sólo ligeramente achatada, en una exótica cara risueña. Tenía un cuerpo muy bonito, con unos pechos llenos, y unas preciosas piernas. Sus caderas no eran muy pronunciadas, pero tenía un culito firme y alto. Vestía una camisa anudada en la cintura, lo que dejaba una parte de su vientre al descubierto, y los pantalones más cortos y ajustados que yo había visto. Por la parte delantera, la costura separaba los labios de su vulva, que abultaban a uno y otro lado de ella.
Reaccioné con desagrado. La nena estaba muy rica, y en otras circunstancias… Pero yo sólo quería estar con Eva a solas, y no había forma. Me levanté. Ella nos presentó:
– Es mi amiga Liliana. Al final pudo arreglar lo de sus vacaciones, pero no me lo había dicho para darme una sorpresa.
Liliana extendió muy formal la mano, que yo estreché brevemente. Luego, las dos chicas se dirigieron a los vestuarios, para que la recién llegada pudiera desnudarse. Me reí interiormente, al pensar que allí deberían llamarse «desnudarios».
Después de la experiencia del día anterior, las esperé en pie. Sabía que, desde abajo, no hay obstáculos para la vista en la entrepierna de una chica, y quería seguir manteniendo mi inocente desnudez.
Por fin, se acercaron. Sin ropa, era un verdadero bombón. Me gustaba más Eva, pero había que reconocer que era una preciosidad. Sus pechos estaban bastante erguidos, y se movían sugerentemente al caminar. Entre las piernas, un vello muy cortito, sólo depilado en las ingles. Se sentaron a mi lado. Me sorprendió su correcto castellano:
– Le estaba diciendo a Eva que no tenía ni idea de que estaba acompañada. De otro modo, a lo mejor no hubiera venido… No os molestaré mucho. La dificultad es que no he traído tienda. Confiaba en compartir la de Eva…
– Ya te he dicho que no hay ningún problema. Tenemos un dormitorio libre, y sólo hay que quitar las maletas vacías, para las que ya encontraremos un sitio -la interrumpió, rápida, Eva-.
«¡Joder!. Lo que me faltaba -pensé yo-. Encima, viene a vivir con nosotros. Ahora sí que se terminó la intimidad». Y me sentía francamente molesto. Pero no era cosa de negarme.
– ¿De veras no os importa? -preguntó la chica-.
– En absoluto -la tranquilizó Eva-. Hay mucho espacio. ¡Venga!. Ve a recepción a por tu equipaje. Nosotros te esperamos en la caravana. Es aquella -señaló con el dedo-. La primera que se ve desde aquí.
Quizá habría debido ofrecerme galantemente a traer yo sus maletas. Pero quería hablar a solas con Eva.
– Oye -no sabía cómo empezar-. Yo estoy encantado de que Liliana se aloje con nosotros, pero no sé si habrás pensado en las implicaciones… Verás, estamos empezando nuestra relación, y ahora cambiarán muchas cosas. Nada de caricias fuera del dormitorio. Nada de hacer el amor cuando nos apetezca. Sin contar con que las paredes son muy delgadas, y ella nos va a oír…
– Entiéndelo -replicó ella muy seria-. A mí tampoco me hace demasiado feliz no poder estar a solas contigo. Pero no puedo decirle que se vuelva a Italia. Y estoy muy feliz de que haya venido; la quiero muchísimo, y pensé que no la vería en todo el año. -Ahora trató de contentarme, acariciando mi cara-. Además, ahora estarás con dos mujeres, en lugar de una sola…
«Pero no en la cama -pensé yo rencorosamente-«. De pronto, vinieron a mi memoria unas palabras de Eva en nuestra primera conversación sobre el «camping». Lo solté, casi sin pensar:
– Oye, recuerdo que me dijiste que tu tienda canadiense era muy pequeña para los dos. ¿Y cómo os habríais apañado Liliana y tú, si finalmente hubierais venido juntas?
Noté que enrojecía ligeramente. Yo posiblemente, también. Mis palabras evocaron la imagen de las dos chicas desnudas, acostadas muy arrimaditas en el pequeño espacio de la tienda. Y noté que mi pene crecía, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Afortunadamente, ya estábamos ante la puerta, por lo que me apresuré a entrar.
– Bueno -contestó ella-. Liliana y yo siempre hemos estado muy compenetradas, y… -vacilaba claramente- la intimidad de ese pequeño espacio no nos ha resultado nunca molesta…
«La palabra correcta no es intimidad -pensé yo-. Es promiscuidad». Pero me abstuve de decirlo.
En ese momento, la puerta se abrió sin previo aviso, Y entró Liliana, cargada con dos grandes bolsas de viaje, que soltó en la misma entrada. Se quedó mirando fijamente a Eva, muy sonriente:
– ¡No sabes la alegría que tengo de verte, después de todo este tiempo!
Se abrazó a ella, y la besó en la mejilla. Pero a mí me pareció que el beso iba a la boca, sólo que Eva desvió la cara. Yo tuve suficiente, y hui al dormitorio. La imagen de las dos chicas desnudas abrazadas, sus pechos en contacto, sus pubis y muslos pegados, incrementó bastante mi incipiente erección.
Recordé que bajo los dos sofás había sendos arcones. Las maletas fueron a parar a uno de ellos, y hubimos de acomodar como pudimos parte de la ropa de los tres en el otro. Ahora, en los cajones del único armario, había dos juegos de ropa interior femenina, y uno masculina. Lo malo fue que, mientras maniobrábamos los tres en el reducido espacio que había entre el armario y nuestra cama, no pude evitar los frotamientos contra el cuerpo de las dos chicas. El momento peor fue cuando coincidí en la entrada con Liliana. Yo no podía casi ni moverme, y ella no hizo intención alguna de retroceder para cederme el paso. Antes al contrario, pasó pegada a mí de frente, sujetándose con sus manos en mi cintura, y rozando la totalidad de su cuerpo contra el mío. Y Eva se había dado cuenta, sin duda, porque nos estaba mirando en ese momento; pero no desapareció la sonrisa de su cara.
Tuve que salir, y esperar un buen rato en el aseo, mientras me mojaba la cabeza y los brazos con agua fría, hasta conseguir un tamaño «adecuado» de mi pene.
Cuando regresé al dormitorio, las dos chicas charlaban animadamente recostadas en la cama. No estaban juntas, pero la escena era de lo más sugerente… Sin contar con que Liliana tenía una de sus piernas encogida, y mostraba claramente su sexo. Hube de salir de nuevo de la habitación. Para empeorarlo, Eva me llamó:
– ¡Pasa!, no te quedes ahí fuera.
– Yo… Prefiero dejaros solas para que habléis de vuestras cosas -respondí yo, sin osar asomarme al dormitorio-.
– Pues tendremos que salir contigo. No vamos a dejarte sólo… -replicó Liliana-.
Me senté rápidamente en un sofá, doblado por la cintura y con los brazos cruzados sobre mi vientre, disimulando así mi nueva erección. Ellas salieron de la habitación sonriente, tomada de la mano, y se sentaron en el otro sofá. Liliana pasó un brazo sobre los hombros de Eva, mirándola cariñosamente. Su mano oscura sobre el hombro de ella, hacía que por contraste su piel tostada pareciera blanca. Demasiado cariñosamente para mi gusto. Eva no tardó en advertir mi posición. Se alarmó:
– ¿Te encuentras bien? Haces mala cara. ¿Es que te duele el estómago? -en clara alusión a mi forzada postura-.
– Ya me está pasando -dije yo, como único medio de continuar dignamente en la misma posición-.
Noté que Liliana sonreía con picardía. Se dirigió a Eva:
– No te preocupes, mujer. Tengo la impresión de que no es el estómago precisamente lo que le causa problemas.
¡Y la condenada subió una de sus piernas sobre el sofá, volviendo a mostrarme la totalidad de su vulva! Me sentí fatal. Aquí estaba yo, frente a dos hermosas mujeres desnudas, y sin poder aliviar mi calentura. Eva, finalmente, advirtió el origen del problema. Sonrió a su vez con malicia, y respondió a Liliana:
– Es su primera vez haciendo nudismo. Y, de vez en cuando, todavía «reacciona» al ver el cuerpo de una mujer.
– Pero no tiene ningún sentido que lo ocultes -me dijo Liliana-. Aún, ahí fuera, puede haber gente que se sienta molesta, pero aquí dentro estamos los tres solos, y a nosotras no nos importa… -Levantó una mano-. Te prometo que no miraré… demasiado.
Se echó a reír. Yo ya había tenido suficiente. Si querían erección, la iban a tener. Y no pensaba ocultarla nunca más. Me recosté en el sofá, con las piernas abiertas, y retiré los brazos. Mi pene saltó, como impulsado por un resorte.
– ¡Hummm! -se relamió Liliana-. ¿Dónde hay que ir para conseguir algo así?
– Si quieres, te lo presto -contestó Eva risueña-.
Yo esperaba confusión o rechazo, pero no aquello. Puede que lo estuviera diciendo en broma, pero yo estaba muy cabreado. La italianita había hecho todo lo posible para ponerme a «mil»; Eva tenía que haberse dado cuenta por fuerza, pero parecía no importarle. Y estaban empezando a dolerme los testículos. Me levanté y me dirigí al dormitorio, dejándolas solas.
Las sentí cuchichear unos instantes. Luego, Eva entró en la habitación, y se sentó en la cama a mi lado:
– ¿Te has enfadado?
Me levanté y cerré la puerta.
– Verás, en todos los órdenes de la vida me gusta saber siempre el terreno que piso. Me muevo muy mal en la indefinición, los sobreentendidos…
– ¿Dónde quieres ir a parar? -me interrumpió ella-.
– Hay varias cosas que necesito saber. Primero, cual es la relación entre Liliana y tú. Perdona si lo he interpretado mal, pero me ha dado la impresión de que sois algo más que amigas. Segundo, qué piensas acerca del acoso a que me está sometiendo ella…
Me interrumpí, al percibir su cara de extrañeza.
– ¿No te has dado cuenta de que, desde que estamos aquí, no ha cesado de provocarme? -pregunté-.
– Bueno, sí, pero ella es así.
– ¿Y has sentido celos?
– En absoluto. Estoy segura de que ella no intentaría nada contigo a mis espaldas.
– Bueno, eso responde a la segunda cuestión. Estoy esperando contestación a la primera.
Eva me miró fijamente:
– Verás, tienes razón en cierto modo. Pero para mí es muy difícil de explicar. No voy a negarte que, efectivamente, Liliana y yo… Bueno, nos acariciamos, y todo eso… Pero ninguna de nosotras es lesbiana, ya habrás podido darte cuenta, al menos en lo que a mí se refiere. Se trata de algo natural, cuando estamos solas.
«¡Joder!. Para Eva todo es «natural» -pensé-«.
– Verás -continuó-. Todo empezó el año pasado. Liliana no trajo tienda de campaña, porque era una complicación transportarla en el avión. Tal y como dijiste tú antes, la primera noche que nos acostamos juntas, las dos desnudas, bueno… Era imposible moverse dentro sin rozarnos. Y luego, ella se abrazó a mí, para darme un beso de buenas noches. Yo… no sé qué me pasó. Nunca antes lo había hecho con otra mujer, pero me pareció de lo más natural que ella acariciara mis pechos, y eso me excitó enormemente. Ella me dijo al oído que no había nada de malo en ello, y me animó a tocarla a mi vez. Cuando me quise dar cuenta, tenía… -se ruborizó-. Bueno, su cabeza estaba entre mis piernas. Y yo no sentí de veras que estuviera haciendo nada censurable. Me pareció tan natural que nos aliviáramos mutuamente, como extenderle crema por la espalda. Después, cada vez que nos hemos visto, hemos vuelto a hacerlo. Yo no siento un ansia especial por ella, pero me gusta acariciarla, y ser acariciada.
«¡La leche! O se hace la tonta, o lo es. Eso se llama ser bisexual -dije para mis adentros-«.
Mi pene había vuelto por sus fueros a estas alturas, gracias a las imágenes evocadas en mi mente por las palabras de la chica. Sólo me quedaba algo por saber:
– Bueno, la cuestión es: ¿qué hago yo cuando, «naturalmente», decidáis tener sexo las dos juntas? ¿Me limito a mirar, o puedo participar con toda «naturalidad»?.
Ella no respondió. Me miró intensamente, y me besó. Luego me empujó sobre la cama, y se tendió a mi lado, mientras sus manos acariciaban mi verga enhiesta. Estuvo subiendo y bajando su mano sobre ella unos instantes, para finalmente introducírsela en la boca. Incorporándome, la conduje para ponerla a horcajadas sobre mí, dándome la espalda. Sujetándome en sus caderas, introduje mi rostro entre sus piernas, y comencé a lamer muy despacio su sexo, mientras sentía su boca sobre mi pene, que sólo lo dejaba para recorrer mi glande con movimientos circulares de su lengua rosada.
Afortunadamente, ella debía estar también bastante excitada, porque alcanzó el clímax cuando yo estaba a punto de soltar mi carga en su garganta. Y eso no me agrada.
Le di la vuelta, tumbándola sobre mí, mientras besaba muy suavemente todos los rasgos de su cara. Ella suspiraba, sin duda aún no satisfecha del todo. Cuando ella elevó ligeramente las caderas, mi pene encontró fácilmente el camino a su interior. Y cuando empecé a moverme bajo ella, susurró en mi oído:
– Déjate hacer. Quiero follarte yo esta vez.
Pasó sus manos bajo mi cuello, enlazándolas a mi espalda. Y comenzó a contraer y relajar su culito, casi como yo lo hubiera hecho de estar encima, mientras su boca se unía a la mía, y mis manos estrujaban con ansia sus pechos, pellizcando sus pezones, duros y abultados. Yo tenía cerrados los ojos, para percibir mejor la sensación de su vagina subiendo y bajando por mi verga. Y, olvidado de la presencia de la otra chica, no pude evitar jadear sonoramente, mientras sentía la eyaculación cada vez más cerca, que se produjo cuando ella, a su vez, descontrolando los movimientos de sus caderas, me apretó aún más fuertemente contra su pecho, mientras gemía al ritmo de sus espasmos de placer.
Abrí los ojos cuando, al fin, ella se desmadejó sobre mí. Y en el dintel de la puerta, ahora abierta, Liliana suspiraba quedamente, en los estertores de un orgasmo provocado por una de sus manos que masajeaba ansiosamente su vulva, mientras la otra oprimía alternativamente cada uno de sus dos preciosos pechos.
Cuando acabó, tuvo conciencia de que la estaba mirando, y me dedicó una sonrisa maliciosa, mientras su lengua rosada humedecía sus carnosos labios oscuros, en un gesto pleno de lubricidad. En ese momento, Eva se percató de la presencia de su amiga y, en una reacción que yo no esperaba, le dedicó una radiante sonrisa. Liliana se debió sentir animada por ella, porque entró en la habitación, sentándose en la cama, y acarició dulcemente su espalda. Cuando Eva se tumbó boca arriba, ella subió las piernas sobre el lecho, y puso su mano en el vientre de Eva.
Yo tenía que saber hasta dónde podía llegar. E incorporándome, tomé unos de sus oscuros senos, que tenía el pezón increíblemente largo, totalmente erecto por su masaje. Lo noté duro y firme entre mis dedos.
Eva se dio cuenta de mi acción, pero su sonrisa no varió en absoluto. Por fin, tras unos minutos de caricias, fue ella la que se incorporó:
– ¡Vamos! o perderemos la tarde de piscina. Y yo quiero volver a casa muy tostada.
Se dirigió al aseo, dejándonos solos. Yo ansiaba besar aquellos carnosos labios. Mi deseo había desaparecido por el momento, pero aún tenía que saber…
Puse mis dos manos en sus mejillas, y la besé largamente. La lengua salió de su boca entreabierta, introduciéndose en la mía. Y sus manos tomaron mi pene fláccido, acariciándolo. Yo noté que empezaba a reaccionar bajo sus dedos. Pero ella se levantó, mientras decía mimosa:
– Ya habrá tiempo para todo. Vamos ahora con Eva.
Pasamos toda la tarde en la piscina. Yo no me encontraba nada tenso, después de que la situación se hubiera aclarado, al menos para mí; Eva e Liliana tendrían sexo, si lo deseaban. Y yo pensaba follarme a ambas, empezando por Liliana ésta misma noche.
Cuando empezó a oscurecer, recogimos nuestras cosas y volvimos a la caravana. Habíamos pensado cenar en el pueblo, así es que teníamos que vestirnos. Otra vez, el espacio entre el armario y la cama era demasiado estrecho para que cupiéramos los tres. Y vestirnos allí, imposible. Cuando entré, con el pensamiento de recoger mi ropa y hacerlo fuera, Eva estaba inclinada buscando algo en los cajones, mostrando su rajita desde atrás, mientras Liliana, en pie ante ella, esperaba a que terminara su amiga. Intenté salir, pero ésta me animó a pasar:
– Entra, que yo esperaré a que hayáis terminado.
Se reprodujo la escena de la mañana. No podía pasar sin frotar mi cuerpo contra el de la chica. Pero ahora no lo dudé, sino que al estar frente a ella, sus pechos oprimidos contra mi cuerpo, pasé las manos tras su cintura, y acaricié sus firmes nalgas. Eva intentó salir, pero tropezó con el muro de nuestros cuerpos. Finalmente, no tuve más remedio que retroceder, para permitir a Eva que abandonara el dormitorio. Cuando Liliana se inclinó en la misma postura de Eva, puse mi mano sobre su sexo, frotando con un dedo suavemente su interior. Ella permitió que la acariciara unos segundos, luego se incorporó, con una sonrisa pícara, y me dio un cachete en la mano, saliendo a su vez.
Regresamos después de la una. Tras cenar, habíamos paseado por la playa en penumbra, a la que apenas llegaba la iluminación del paseo marítimo, dejando que el agua tibia del mar acariciara nuestros pies. Habíamos estado hablando de mil cosas toda la noche; verdaderamente, Eva e Liliana estaban muy compenetradas, pero yo no me sentí excluido en ningún momento.
Antes de llegar a nuestra caravana, la anticipación de lo que podía suceder esa noche me tenía excitado, con mi pene otra vez en erección. Al cerrar la puerta a nuestras espaldas, las dos chicas entraron en el aseo, mientras yo opté por desnudarme en el dormitorio. Después, me senté en uno de los sofás, con mi falo enhiesto apuntando al techo. Pasaron varios minutos antes de que salieran completamente desnudas, llevando sus ropas en la mano. Y Eva tenía las mejillas encendidas, lo que me llevó a pensar que, probablemente, habían ocupado el tiempo en algo más que quitarse la ropa. Liliana miró apreciativamente mi erección, y se humedeció sensualmente los labios con la lengua. Se dirigió a Eva:
– Cuando dijiste esta mañana que me lo prestarías, ¿era en serio?
– Yo no tengo la exclusiva -respondió-. Pregúntale a él.
Pero no me preguntó. Se acercó a mí, y se subió al sofá en el que yo estaba sentado. Se puso en cuclillas, con uno de sus pies a cada lado de mis piernas, cogió mi falo entre sus manos, y lo mantuvo en la posición idónea para que, descendiendo poco a poco su culito, se lo insertara profundamente. Tal y como yo había pensado, estaba muy húmeda, prueba inequívoca de que Eva y ella en el aseo habían hecho algo más que desvestirse.
Por un momento, temí la reacción de la otra chica. Pero estaba sentada frente a nosotros, con los ojos muy abiertos y una de sus manos masajeaba suavemente un pezón hinchado. La otra estaba perdida entre sus muslos muy juntos. Y jadeaba, enormemente excitada por el espectáculo y por su masturbación.
Liliana era un verdadero volcán. Se movía como posesa sobre mí, y sus manos competían con las mías por estrujar sus pechos. Unos segundos después chilló inconteniblemente estremecida por un orgasmo intensísimo. Yo no tardé demasiado en correrme dentro de ella, estimulado por los movimientos de su vagina en torno a mi pene.
Se sentó sobre mis rodillas abrazada a mí, mientras ambos recuperábamos el ritmo normal de nuestra respiración. Sólo entonces advertí los suspiros de Eva, que con los ojos cerrados y la mano aún entre sus muslos, ahora abiertos, alcanzaba también el clímax.
Liliana se levantó, dirigiéndose al sofá. Se arrodilló delante de Eva, y enterró la cabeza entre sus muslos. Aunque desde mi posición, su corto cabello rizado me impedía ver lo que hacía su lengua en el coñito de la otra chica, no había que ser un «lince» para adivinarlo…
Aquellas iban a ser unas vacaciones para recordarlas toda la vida.
Naturalmente.