Miguelito y Nuria

Miguel, Miguelito para los conocidos, siempre había destacado por gran locuacidad.

Podía hablar de cualquier cosa y durante mucho, mucho rato.

Nunca se le acababa la cuerda.

Tenía cierta fama de pesado pero la locuacidad funcionaba a veces con las chicas.

Ya sea porque las mareaba, ya sea porque era un pesado y querían que se callase, ya sea porque las convencía.

Ciertamente sus ligues nunca eran demasiado guapas, no era nunca la más guapa del bar la que se iba con Miguel, pero tampoco la más fea.

Algunas veces Miguel tenía que conformarse con la más fea del bar, pero le daba igual, no le hacía ascos a nadie.

Además él siempre decía que las feas son las que mejor follan y sobre todo las que mejor la chupan, ya que tienen que esmerarse para volver a follar.

Son las que tienen que hacer la mejor mamada para poder volver a hacer otra mamada.

A Miguel le llamaban Miguelito porque era un chico más bien bajo, de pequeña estatura. Y según fuentes bien documentadas lo tenía todo igual de pequeño.

Tenía unas manos pequeñas, con dedos pequeños. Tenía los píes pequeños y la nariz pequeña. Y, claro, tenía la polla pequeña.

Un día Miguel se trabajó a una mujer con una rapidez inusual.

Ella rápidamente quiso meterse en su casa, en su cama.

Era una de esas mujeres conscientes de su cuerpo y de lo que pueden hacer con él.

Era una mujer acostumbrada a hacer lo que hizo, a irse con un chico para que se la follara hasta que ya no pudiera más.

Normalmente esto ocurría a la segunda vez, casi ninguno lograba llegar al tercero y cuando lo hacían ya no tenían el mismo toque que antes.

También es cierto que había algunos que con un polvo ya conseguían todo lo que ella quería: correrse.

Se llamaba Nuria y tenía el pelo largo y castaño, el culo gordito y respingón y un par de tetas de las que no pasan inadvertidas.

Cuando llegaron a la casa de Miguel, Nuria se fue rápidamente al baño y después pasaron al dormitorio.

Nuria era alta, le sacaba casi una cabeza a Miguel, así que casi le llevó en volandas al dormitorio.

Nuria se quito la ropa y dejó ver sus pezones duros como cabezas de clavos y sus aureolas inmensas.

Miguel dirigió su minúscula boca a los pezones atrayentes de Nuria.

Ella dejó escapar un pequeño gemido.

Miguel llevó su mano al coño de Nuria, le masajeo despacio, muy despacio el clítoris, despacio, notando como poco a poco se ponía más y más húmedo. Iba ya a meterle un dedo cuando ella se despegó de él y le tumbó en la cama.

Le bajó los pantalones y no pudo contener un Ay de sorpresa cuando vio la pequeña polla de Miguel, tiesa y dura. Era un aparato como de 11 o 12 centímetros, perfectamente armado y no demasiado grueso.

Nuria empezó a chupar la polla de Miguel, con una ferocidad extraña.

Casi parecía que se iba a quedar con ella en la boca cada vez que se balanceaba arriba y abajo con el pequeño instrumento entre sus labios.

Miguel la pidió que parara:

No quiero correrme tan rápido. Ábrete de patas que te voy a dar todo lo que tengo, so puta.

Nuria se reía, se ría mucho.

Miguel le metió la polla, una, dos, tres veces. Se la metía con ritmo, con dedicación.

A Nuria le gustaba como la estaba follando Miguel, sólo que no sentía demasiado aquel pequeño trozo de carne caliente.

Miguel se concentró, no quería correrse tan rápido, apenas llevaba cinco minutos bombeando y ya sentía que le venía. Nuria iba por buen camino, pero aún le quedaba mucho tiempo para llegar a correrse.

Dos minutos después Miguel se corría y se derrumbaba sobre Nuria, sobre el estómago de Nuria.

¿Por qué has hecho eso?

Me apetecía.

Y me vas a dejar así…

¿Así cómo…?

Así sin un gustito, mira pequeño o me corro o le digo a todo el mundo en el bar lo pequeña que la tienes y lo mal que sabes usarla.

Vale, vale… Algo podremos hacer.

Miguel bajo hasta el chocho mojado de Nuria y empezó a chuparlo de la manera que siempre había visto en las películas porno.

Primero lo abrió con los dedos y después sacó la lengua, lo único grande en su pequeño cuerpo. Con un solo movimiento violento recorrió todo el coñito húmedo de Nuria, que empezó a gritar como una loca:

Así, así pequeñín.

Miguel le dio tres y cuatro y cinco lengüetazas más en el coño y Nuria empezó a correrse como una loca.

Pero Miguel no paró, le gustaba el sabor de los líquidos que aquella mujer desprendía. Tuvo que levantar la cabeza para poder respirar, pero Nuria le grito:

Sigue, pequeñín, sigue.

Miguel estiró su dedo más largo y con él empezó a menear el clítoris hiperexcitado y enorme de Nuria.

Ella gritaba, aullaba como una loca, estaba fuera de sí. Miguel sabía que la estaba controlando.

Quiero correrme en tu boca.

¡Qué dices, pequeñín!

Qué si quieres que siga haciéndote esto quiero correrme en tu boca. Y estoy seguro de que tú quieres que siga haciendo esto.

Nuria no respondió, sólo se incorporó y empezó a chupar la pequeña polla de Miguel, que volvía a estar dura como una piedra.

A los tres minutos Miguel volvió a correrse, esta vez en menor cantidad. Al no saber que hacer con aquello en la boca Nuria decidió tragárselo, no sin una mueca de asco.

Vamos pequeñín, sigue.

Con los dedos o con la boca.

Con los dedos y con la boca.

Miguel siguió, durante 15 o 20 minutos, masajeándole la pepita, mordiéndosela, lamiéndosela.

Ella gemía y le apretaba la cabeza contra su coño.

Nuria dejo de contar los orgasmos a partir del cuarto.

A partir de entonces sólo supo que volvería a follarse a Miguel, pero sólo para que él le pudiera comer el coño de aquella manera, de aquella manera que la dejo sin ganas de sexo dos días completos.