Mi vieja amiga Laura
Era una tarde gris y lluviosa de Abril. Había tenido que ir al centro de la ciudad para hacer unas compras.
La gente corría para protegerse de la lluvia, envuelta en sus impermeables o bajo grandes paraguas que dejaba ver por donde se caminaba.
Ya había tropezado con un par de personas, lo que incrementó mi fastidio y mi cara de pocos amigos.
Venía pensando en mis cosas cuando tropecé con otra persona, al levantar la vista, con intención de insultarla, allí estaba… Laura.
Quedamos inmóviles, mirándonos, como congelados, con la boca abierta pero sin decir una palabra.
Ella fue la primera en «volver a la realidad», su cara se distendió en una enorme sonrisa.
Cientos de recuerdos vinieron a mi cabeza agolpándose en apretada síntesis.
Pude ver mis primeros años en la Universidad, antiguos amigos, lugares y sentimientos ya olvidados… o al menos eso creía yo.
Todo había comenzado al poco tiempo de ingresar a la Universidad, formamos un grupo de estudio con un par de amigos que, en realidad, estudiar era lo que menos hacíamos. Los tres éramos muy unidos.
Nos juntábamos en la casa de alguno, con montones de apuntes y libros, pero nos pasábamos la mayor parte del tiempo conversando sobre nuestro tema favorito: las chicas.
En una clase de matemáticas conocimos un grupo de chicas con el cual quedamos en juntarnos para compartir apuntes y resolver ejercicios.
Creo que a los tres nos había gustado la misma chica. Su nombre era Laura.
Tenía el pelo negro y la piel levemente morena, que tomaba un espectacular tono bronceado cuando se asoleaba en verano.
Sus ojos eran color miel y muy expresivos, si se mantenía fija la mirada sobre ellos, parecía que uno podía transportarse a recónditos lugares de su alma.
Su cuerpo, a simple vista no impresionaba, pero se adivinaba bien formado bajo la ropa que, por influencia de su madre, era de corte antiguo.
Generalmente vestía polleras (que no debían ser ni muy ajustadas ni muy cortas), una blusa sencilla (con los botones superiores cerrados) y por último un suéter amplio, que trataba de disimular las curvas de ese cuerpo que había sido hecho para adorar y no para ocultar.
– ¡ Hola! – dijo y allí estábamos, doce años después, en medio de la acera y bajo la lluvia.
Corrimos bajo el toldo de un comercio para cubrirnos de la lluvia.
Allí conversamos un buen rato, poniéndonos al corriente sobre nuestras respectivas vidas desde que habíamos dejado la Universidad.
Ella se había casado y tenía dos niños, al igual que yo. Me dijo que su marido era militar y que se encontraba fuera de la ciudad realizando unas maniobras con su unidad.
Me contó sobre sus padres y hermanos, pero yo no lograba concentrarme, mientras hablábamos mi cabeza no dejaba de volver al pasado.
Jorge, uno de los amigos con los que estudiaba, fue quien primero se lanzó y ganó, se hicieron novios.
A mí no me quedó otro remedio que convertirme en su «amigo». Y así fue que empezamos a vernos muy seguido, estudiábamos juntos, me presentaba sus amigas para que saliéramos los cuatro, me llamaba para conversar por teléfono y terminó por convertirme en su confidente, contándome los problemas que tenía con su madre e incluso detalles íntimos de su relación con mi amigo.
Todo esto era una tortura para mí. Con el tiempo la relación de Laura con Jorge comenzó a marchar mal y sus discusiones se hicieron cada vez más fuertes y frecuentes.
Entonces ella me llamó y me dijo que necesitaba hablar conmigo, a solas y en algún lugar tranquilo, yo le dije que pasaría esa noche por su casa e iríamos a tomar un café. Conseguí que mi padre me prestara su automóvil y a la hora acordada pasé a recogerla.
Al salir de su casa, caminando hacia mí por un largo pasillo, no pude evitar apreciar su belleza, llevaba un vestido de una sola pieza, totalmente negro, que se ajustaba bastante a su cuerpo, no traía casi maquillaje y su cabello, peinado hacia un costado, caía simplemente sobre sus hombros, pero la sencillez de su atuendo la hacía lucir particularmente hermosa esa noche.
Fuimos a un pequeño lugar para parejas, un tanto apartado de la ciudad, con la intención de conversar tranquilamente.
Estuvimos allí varias horas. Laura me contaba los problemas que tenía con sus padres y con Jorge, pero yo no podía dejar de pensar en todo lo que sentía y como me había enamorado de ella.
Miraba a mi alrededor y veía a las parejas besándose o prodigándose tiernas caricias amparados por la semi oscuridad del lugar. En cierto momento le dije que se hacía tarde y que debíamos regresar, ella parecía no querer volver a su casa.
Era una noche cálida de verano y me pidió que fuéramos dar un paseo por la vera del río. Al llegar, detuve el automóvil y bajé para tomar el fresco.
Me senté sobre el murallón, contemplando pensativamente el suave oleaje, ella se acercó a mí y me preguntó qué me pasaba.
Decidí terminar con aquel tormento y tomándola entre mis brazos le dije todo lo que sentía por ella, que la amaba y que me lastimaba cada vez que Jorge la abrazaba o la besaba.
Pero no podía hacer nada puesto que la amistad para mí era algo sagrado y ella era la novia de mi mejor amigo.
Luego de decir esto la besé largamente, nos separamos, la llevé a su casa y nunca más volví a verla.
La bocina de un automóvil entre el tráfico me devolvió al presente. Seguíamos de pie, contra el escaparate de un comercio, mirándonos y sin saber que decir.
Laura se había convertido en una hermosa mujer de unos treinta años, su cuerpo se mantenía en perfectas condiciones y el cabello, que ahora llevaba bien corto, acentuaba las hermosas facciones de su rostro.
Me perdí en sus ojos marrones tratando de adivinar sus sentimientos, hasta que ella dijo que tenía que marcharse, en ese momento, no sé por qué, le ofrecí llevarla hasta su casa. Ella aceptó.
Fuimos hasta mi auto y nos alejamos rápidamente del centro. Llegamos a la dirección que me había indicado y nos detuvimos frente a un edificio de departamentos.
Ella, como dudando, me dijo que estaba sola, ya que los niños estaban en casa de su hermana y preguntó si quería subir a tomar un café.
Sin saber qué esperar, acepté su ofrecimiento. Al llegar a su piso, entramos en un hermoso departamento, bastante amplio y decorado con buen gusto.
El lugar era muy luminoso ya que tenía un enorme ventanal que daba a un balcón y todo estaba perfectamente ordenado.
Me pidió que la disculpara un instante mientras iba a cambiarse la ropa mojada. Al regresar traía el pelo algo revuelto y se notaba que lo había secado rápidamente con una toalla.
Llevaba una pollera azul no muy corta y un suéter fino de bremer de un delicado color lila, aparentemente sin nada debajo.
Se dirigió hacia la cocina para preparar el café y yo la seguí. Mientras recordábamos viejos tiempos, ella iba y venía algo nerviosa. En cierto momento se quedó quieta dándome la espalda, entonces, no sé qué me pasó, pero sentí un irresistible impulso de abrazarla.
Me acerqué despacio y ella no se movió, apoyé suavemente mis manos sobre sus hombros, sentí un leve estremecimiento de su piel, pero seguía sin moverse.
Ninguno de los dos dijo nada Bajé mis manos a lo largo de sus brazos hasta llegar a su cintura, entonces la estreché contra mi cuerpo con mucha fuerza.
Ella suspiró y sus manos se reunieron con las mías, comencé a besar su cuello, muy despacio, pude sentir su perfume, respiré hondo impregnándome en él y eso fue lo que terminó de soltarme, perdí todo reparo y ya no pude contenerme.
Comencé a mordisquear el lóbulo de su oreja derecha, jugueteando con mi lengua en su oído.
Ella levantó los brazos, estirándolos hacia atrás para acariciar mi cabeza, yo aproveché este movimiento para subir mis manos desde la cintura hasta sus pechos, acariciándolos por sobre el suéter.
Al mismo tiempo la presionaba con mi pelvis, haciéndole sentir la dureza que tenía entre mis piernas, refregándola contra su trasero. Sin darse vuelta, giró su cabeza y atrajo la mía hasta que nos besamos con todas nuestras fuerzas.
Mi lengua buscó la suya y se reconocieron mutuamente. Mis manos buscaron colarse bajo su suéter y así entré en contacto con la piel de su vientre, que era suave y cálida.
Seguí subiendo hasta encontrar sus pechos, tomando uno en cada mano, allí su piel estaba realmente caliente, acaricié sus senos y tomé ambos pezones entre mis dedos ejerciendo una suave presión mientras los rotaba.
Ella dejó de besarme para gemir de placer, se dió vuelta y me abrazó ocultando su cara en mi hombro.
– ¡No, no podemos hacer esto!!! – dijo entrecortadamente.
Pero yo ya no podía parar. Tomé su cara entre mis manos, acariciándola con los pulgares, la miré a los ojos, una lágrima escapaba por su mejilla.
La besé con mucha delicadeza, primero en la mejilla, sobre la lágrima, luego sobre ambos ojos cerrados y por último sobre sus labios húmedos y calientes.
– Dime que así lo quieres y me iré. No volveremos a vernos nunca. – dije muy suavemente.
Esta vez fue ella quien me besó, primero tiernamente, luego abriendo su boca para que nuestras lenguas se trenzaran nuevamente en feroz batalla.
Mis manos, que acariciaban su espalda, bajaron para palpar sus nalgas a través de la fina tela de la pollera, acariciándolas suavemente al principio, para terminar oprimiéndolas con fuerza. Sus manos estrechaban mi espalda y sus pecho se apoyaban cálidamente sobre el mío.
Bajé mis manos para poder levantar su pollera acariciando al mismo tiempo sus piernas. Una vez que la pollera estuvo a la altura de su cintura, le hice sentir mi erección rozándola contra su entrepierna.
Continuamos así un rato, entre besos y gemidos hasta que ella tomó su suéter y se lo sacó por sobre la cabeza, lo que me permitió observar y acariciar sus senos libremente.
Era realmente un hermoso par de tetas, redondas, bien llenas, la piel era increíblemente suave y sus pezones casi marrones se erguían justo en el centro.
Oprimí sus pechos entre mis manos y acerqué mi boca para besarlos, primero uno y luego el otro, tomando sus pezones entre mis labios, oprimiéndolos suavemente y jugueteando con mi lengua sobre ellos, aplicándoles pequeños mordiscos y soltándolos luego para ver como crecían hasta alcanzar al menos un centímetro de largo.
Mientras yo me ocupaba de besar sus senos (no podía parar de hacerlo), ella movía su pelvis friccionando su entrepierna contra la mía. Sin quitar mi boca de donde estaba, bajé mis manos en busca del cierre de su pollera.
Ella, al darse cuenta de mis intenciones, dejó por un momento de moverse, giró su pollera hacia adelante, la desprendió y la dejó caer hasta el piso, pateándola hacia un costado con el pie, todo en solo un segundo para luego dedicarse a quitarme la camisa, casi arrancando los botones.
Terminé de quitarme la camisa y llevé mis manos a su entrepierna, acariciando toda la zona por sobre la ropa interior.
Apenas puse mi mano sobre su vagina sentí como daba un pequeño salto y suspiraba.
A medida que aumentaba la presión de mis caricias sus suspiros se convertían en gemidos y la fina tela de algodón blanca de sus bragas se iba humedeciendo perceptiblemente.
Seguíamos parados contra la mesada de mármol de su cocina, así que me puse de rodillas en el piso y mirándola a los ojos, tomé sus bragas por los costados y las deslicé suavemente hacia abajo, acariciando al mismo tiempo todo el largo de sus piernas.
Ella llevó ambas manos sobre su monte, tapándolo pudorosamente.
Yo me tomé de su cintura y comencé besando su vientre, deteniéndome un momento sobre el ombligo para luego bajar por sus piernas, recorriéndolas con mi lengua, dejando un rastro de saliva.
Ascendí nuevamente por sus piernas, siempre dándole pequeños besos y lengüetazos.
Al llegar a la zona prohibida besé suavemente sus manos y éstas se separaron como si ésa hubiera sido la llave mágica.
Posé mis labios y apliqué un suave beso sobre su sexo. Todo su cuerpo se tensó, apoyó sus nalgas contra el frío mármol de la mesada, separó más sus piernas y con sus manos tomó mis cabellos atrayéndome hacia sí.
Seguí besando y lamiendo su vulva a mi entero antojo. Desde la posición en que estaba podía ver, a través de sus enormes pechos, como su cara se transfiguraba por el placer.
Su cabeza levemente echada hacia atrás, sus ojos cerrados fuertemente, su boca entreabierta mordiéndose cada tanto el labio inferior, en un gesto muy sensual. Cada tanto, sus manos iban de mi cabeza a sus pechos, oprimiéndolos y pellizcándose los pezones endurecidos.
Dejé de observarla y me concentré en su vagina que ya se encontraba anegada con sus líquidos y mi saliva, continué pasando mi lengua por sus labios y luego por su interior hasta dirigirme directamente a su clítoris.
En ese momento sus gemidos aumentaron de intensidad, tanto que en un momento pensé que podría traernos problemas.
Apartando estos pensamientos de mi cabeza, me dediqué a lancetear con la punta de la lengua sus puntos más sensibles, introduciéndola, por momentos, penetrándola hasta donde me era posible.
En pocos minutos acabó en una forma totalmente irrefrenable. Sus gemidos se convirtieron directamente en gritos, sus manos se asieron a mi cabello tan fuerte que creí que iba a arrancármelos.
Todo su cuerpo se tensó y luego entró en convulsiones como si estuvieran aplicándole electricidad.
Mantuve mi cara entre sus piernas hasta que las convulsiones cesaron por completo y su respiración comenzó a normalizarse, entonces me levanté y la abracé. Sus piernas se aflojaron y todo su cuerpo pareció fundirse en mis manos.
Permanecimos así abrazados, muy juntos, por un largo instante. Mi erección había disminuido un poco pero mis ganas de follar eran mayúsculas.
Mientras ella se recuperaba, poco a poco, comencé a desprender mis pantalones y me los bajé por completo. Llevé sus manos hasta el bulto en mis calzoncillos.
Ella tanteó suavemente el tamaño de mi sexo, primero con una mano, para luego seguir frotándolo con ambas manos y cada vez con mayor intensidad.
Dirigió su mirada hacia mi entrepierna y bajó un poco mi ropa interior, se quedó un instante viendo como mi sexo surgía de su encierro, luego lo tomó por el tronco con una mano, tironeándolo hacia arriba, mientras que con la otra mano acariciaba mis testículos.
Descorrió la piel que cubría el glande y éste surgió, totalmente hinchado, rojo y brillante.
Dejó de acariciar mis testículos y llevó esa mano a su boca, humedeciéndose la punta de los dedos con la lengua mientras me miraba descaradamente. Una vez que sus dedos estuvieron bien mojados, bajó la mano y acarició muy suavemente la cabeza de mi miembro, enloqueciéndome de placer.
Repitió esta operación un par de veces y ya no pude aguantar mis ganas de poseerla.
La tomé por la cintura con ambas manos y la alcé hasta sentarla sobre la mesada de mármol, separé un poco sus piernas y apoyé mi sexo sobre el suyo buscando la entrada a ese maravilloso mundo del placer.
Froté la cabeza de mi pene, terriblemente hinchado, sobre los labios de su vulva aún húmeda y sin más preámbulos comencé a empujar.
En un principio noté como su vagina resistía la penetración. La cara de Laura se conmovió con una pequeña mueca de dolor, esperé un momento a que su sexo se amoldara al mío y empujé nuevamente hasta el fondo.
La sensación era indescriptible. Comencé a moverme, muy lentamente, llevando mi pene casi totalmente hasta afuera y luego hasta el fondo, dejándolo allí un momento y así otra vez y otra vez. Podía sentir cada pliegue de su interior rozar mi glande hinchado.
Apoyé mis manos sobre la mesada, pasando mis brazos bajo sus piernas para ayudarla a sostenerlas abiertas.
La posición no era de las más cómodas pero nuestra excitación era tal que, en ese momento, no la hubiéramos cambiado por nada del mundo. Noté que su cara empezaba a dar inconfundibles muestras de goce. Un intenso calor abrazó mi sexo. Sus uñas se clavaron en mi espalda.
– ¡No puedo más! ¡ Voy a terminar!!!! – dije, echando mi cabeza hacia atrás.
– ¡Si, hazlo, quiero sentir tu leche en mi interior!! – contestó abrazándome con más fuerza.
Aceleré un poco el ritmo de mis últimas embestidas. Tomando sus nalgas con ambas manos metí mi sexo hasta el fondo y exploté.
Mi pene empezó a escupir esperma. El primer chorro parecía interminable y luego se sucedieron otros de menor intensidad que terminaron de inundar su vagina, actuando como detonante para que ella lograra otro orgasmo, acabando entre fuertes aullidos de placer.
Me dejé caer un poco sobre ella, sentía que las piernas ya no me sostenían.
Nos quedamos inmóviles por un momento. Me encontraba totalmente empapado en sudor, aún caían algunas gotas de mi frente.
Ella tomo mi cara en sus manos, nos miramos, sus ojos reflejaban toda la felicidad que sentíamos en ese momento y sin decir nada nos besamos.