Tengo 23 años, trabajo como secretaria, y me he acostado con mi jefe.
Menuda novedad, pensaréis muchos de vosotros.
Si bueno, ya sé que no soy muy original, pero mi historia es cierta, y al fin y al cabo, es mi historia.
Estoy muy bien físicamente, tengo un tipito que ya lo quisieran muchas chicas.
Soy alta delgada con un culo duro y hermoso, y un par de pechos bastante grandes.
Es normal que los hombres se fijen en mí, como también lo es, que no me cueste demasiado encontrar trabajo, y mucho menos de secretaria.
Todos los que me han contratado han pretendido lo mismo, meterme mano y acostarse conmigo.
Como soy consciente de ello, me aprovecho de la situación, y si tengo que dar pie a un buen revolcón, lo doy.
También soy suficientemente culta y trabajadora, en la sociedad en que vivimos.
Esos no son los únicos requisitos que te garantizan un puesto de trabajo.
Un cuerpazo abre más puertas que un título universitario o un buen corregulum.
Hace un mes, me di cuenta de que el jefe no dejaba de mirarme.
Como le gustaba y mucho, decidí pasar a la acción, y si quería guerra, la iba a tener.
Decidí jugar con él y averiguar hasta donde estaba dispuesto a llegar conmigo.
Me dediqué a ponerle la miel en los labios, a calentarle los motores, para volverle el loco de deseo.
Cada día acudía el trabajo con una blusa muy escotada.
Minifalda y zapatos de tacón muy alto, para estilizar las piernas, y conseguir unas pantorrillas, firmes, y unos muslos, quietos y duros.
Cuando estaba frente a él, siempre tiraba algo al suelo.
Era un pretexto para agacharme.
Nás veces, vacío de frente, con lo que le enseñaba a mis pechos hasta donde el sujetador le dejaba.
Y otras, le daba la espalda para que pudiera verme casi casi hasta donde la espalda pilates su nombre.
Una mañana, justo cuando estaba recogiendo un par de lápices, él se acercó a mí, para apoyar su paquete en mi culo.
Presiéndolo suficiente, para que yo pudiera percibir todas su dureza entre mis nalgas.
Y así, darme en cuenta de lo cachondo que le había puesto.
Yo ni me inmuté, por lo que prolongé al máximo la posturita, para que se ceso ahora un poco, restregando el vuelto en mi trasero, hasta conseguir correrse.
Cuando me levanté, miré la braguita de su pantalón, y pude percibir una mancha de humedad.
Estaba satisfecha de mí misma, había conseguido que se corriera, y sin apenas tocarme.
Eso quería decir que yo le gustaba de verdad, que me deseaba, y que seguramente se masturbaría pensando en mí.
Después de uno de estos encuentros tórridos, los que me hago la tonta para que el frote sus partes nobles, suele acercarse en el servicio donde permaneció un buen rato, tocando o leazan bomba.
Al final, con tanto villancico vino lo que vino y no fue, precisamente la navidad.
Una mañana, justo cuando el personal, hace la pausa para ir a tomarse el café y la pasta de rigor.
A mí casi me toca comerme el turrón, y no precisamente lejijona o el de mazapán, sino más bien el duro.
Me ha echado como siempre, pero en esta ocasión ya no se contentó con el roce, y fue al sobe directamente.
Subió aún más la falda, y sin ningún disimulo para poder posar sus manos sobre mis nalgas con toda comodidad.
Pero no se contentó con los glúteos, también tocó los muslos, se puso las fotos, me entiendo mano lo que quiso y más.
Aquellos manos seos me estaban poniendo a mí, por lo que me humedecí hasta mojar las bragas.
Él debió de percatarse, de que yo ya estaba tan caliente, que iba a seguirle el juego.
No se cortó ni un pelo, y se bajó la cremallera para liberar el pajarito.
Tenía ganas de picotear mi trasero, cuando rozó el pene contra mis piernas, no te que estaba muy duro, en plena dirección.
El debió empezar a jadear con el contacto y no paró allí la cosa.
Lo frotó contra mis nalgas, con tal fuerza, rapidez e intensidad, que parecía que se hiciera una paja.
Al final, descargó su semen y me manchó parte de la falda.
Con la excusa de la tintorería, conseguí que me pagara unas horas extras, que no había trabajado.
Este sobresueldo me iba cayendo cada mes, justo después del primer día que empezara los manoseos.
Naturalmente, el hombre cada vez iba a más, mientras mi nómina subía y subía, y tanto subió, que decidió lo que tenía que suceder.
Hace un par de días, después de friccionar el pene contra la tela de las bragas, se puso a magrearme con mucho más deseo y descaro de la habitual.
Se atrevió a pasar soltidos por la raja de mi culo, e incluso introdujo uno de ellos en el ano.
Aquello era el preámbulo de un ascenso laboral.
Cuando se bajó los pantalones, sabía que no sólo me había ganado, las horas extras, sino también una semana de vacaciones pagadas.
La restregó nuevamente por mi culo, pero esta vez apeló, ya que me había bajado las bragas y quitado la falda.
Estaba completamente desnuda de cintura para abajo, la paseo con dulzura, mientras crecía y crecía, y una vez dura la colocó entre mis piernas, justo en plena raja.
La frotó un poquito por la entrada y entró.
Cerré los ojos y suspiré, mientras la incrustaba cada vez más adentro, sin prisas pero sin pausas, aquel pene encajaba dentro de mí como una pieza de un puzzle, y me proporcionaba mucho más placer que mis voraces tardes con sumistas, donde despilfarro en las tiendas lo que ganó de más a costa de mi trasero.
Empujaba y empujaba con una vitalidad impropia de su edad.
No sé si te lo había dicho, pero el jefe es un tipo de 50 años, con los achaques propios de su edad.
Me hizo suya y yo me dejé, y cuando se corrió sobre mis muslos me suplicó que no dijera nada de lo nuestro.
No sé porque tiene que esconder, se pensé yo, el tipo es viudo y no tiene que dar explicaciones a nadie.
Si me quiere como querida, amante o pareja, de hecho, puede proponérmelo que yo aceptaré de buen grado y no solo por interés económico.
Pues al final he acabado encariñando de él, y sé, y me consta que el sentimiento es así, ploco.