Le di el culito a mi amigo

Después de mi separación advertí que mi error no consistía en haberme casado con quien había sido mi marido, sino en haber contraído matrimonio, ya que no era ni soy mujer para estar casada.

No me gusta que mi libertad sea amputada y no poder ejercer el derecho a la queja.

Muchos pensarán que la mía es una situación extrema y que en la mayoría de las parejas se da un equilibrio mayor, pero estoy hablando de lo que me sucedió a mí.

Soporté ser un cero a la izquierda durante mucho tiempo y eso no es nada agradable.

Así fue que, a pesar de la oposición en principio de mi marido, me separé.

Cuando volví a disfrutar de mi libertad me sentí maravillosamente bien, ya que no tenía que preocuparme por regresar temprano a casa ni tampoco preparar la cena y hacer las compras para el día siguiente. Mi esclavitud había terminado.

Durante las primeras semanas no gocé de mi libertad a través del sexo, sino a través de pequeñas cosas que me hacían sentir merecedora de disfrutar y vivir como quisiera.

Uno de mis amigos conocía perfectamente la situación y después de mi separación me sentí más cerca de él.

Nos veíamos casi a diario. Yo sabía que Juan me apreciaba no solo como amiga sino que también gustaba de mí como mujer, y hasta había calculado, que en cualquier momento se decidiría a formularme alguna proposición.

Pero no hubo necesidad de formalidades porque las cosas se dieron naturalmente.

Lo había invitado a cenar. La velada fue agradable y Juan me trajo flores y una botella de champagne.

Cuando lo vi entrar en casa me sentí feliz y contenta de vivir sola.

Juan encarriló la conversación hacia un terreno cada vez más íntimo, obviando sutilmente todo lo que tuviera relación con mi anterior matrimonio y marido.

Pusimos música para acompañar el champagne y me invitó a bailar.

Juan me decía cumplidos y yo los respondía con emoción, como si hasta entonces jamás hubiera escuchado uno.

A medida que bailábamos y la presión del cuerpo de él contra el mío iba en aumento comencé a sentir una especie de cosquilleo en la columna vertebral.

Era una sensación traviesa que me impulsaba a abrazarlos con más fuerza y a apoyar mi cara contra su cuerpo.

Casi no hablábamos. Nos mecíamos al ritmo de la música romántica cuando, de pronto, sentí que los labios de Juan rozaban mi oreja.

A modo de respuesta, recliné del todo mi cabeza sobre su hombro y apoyé mi busto en su pecho.

El me besó la oreja y deslizó sus labios hacia mi mejilla, levantó un poco el mentón y con besos me acarició los párpados.

Me fue imposible silenciar un suspiro.

Muy despacio, al compás de la música, Juan me condujo hacia la cama, donde luego de sentarnos nos dimos un beso.

Los besos se repitieron y las caricias se tornaron más intensas.

Juan apoyó una de sus manos en mi cola y llevó la otra, que estaba sobre mi nuca, hacia delante muy lentamente, la dejó resbalar por mi hombro derecho y desde allí hasta mis pechos.

Yo lo dejaba hacer.

Con mi mano izquierda le desprendí los botones de su camisa y jugué con el suave vello que le cubría el tórax.

Juan me entreabrió los labios con la lengua y apenas sentí que aquella lanza húmeda y cálida se filtraba en mi boca, la enredé con la mía.

Era una sensación profunda, tierna y erótica a la vez, que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo.

Juan comprendió el valor que ese momento tenía para mí y lo prolongó hasta que los pezones se me pusieron duros y erectos.

Yo le había desabrochado toda su camisa y mi mano descansaba sobre la bragueta de su pantalón.

Así pude palpar a través de la tela un bulto importante y caliente.

Durante unos segundos nos miramos a los ojos, los dos teníamos las pupilas dilatadas por la excitación y deseábamos gozarnos intensamente.

Juan bajó sus manos hasta el borde de mi sweater y, poco a poco, lo fue levantando hasta quitármelo.

Luego lamió y besó la parte descubierta de mis pechos.

El calor de sus mejillas y de sus labios sobre mi piel me arrancó un gemido de gozo.

Juan llevó sus manos hacia mi espalda y me desprendió el corpiño, quitándomelo suavemente.

Luego me besó los pezones, que se habían puesto rígidos y comenzó a succionarlos.

Mientras tanto, yo le había bajado los pantalones y jugaba con su miembro. Lo tenía hinchado, caliente y palpitante.

Me recostó en la cama, inclinó otra vez la cabeza sobre mis senos y volvió a succionarlos largamente.

Mi excitación crecía como un tifón en el mar y las gotitas de mi lubricación mojaban mi tanga.

El se incorporó y me quitó la falda. Segundos después ambos estábamos completamente desnudos, recostados uno junto al otro, en la cama.

Juan me lamía y succionaba los pechos mientras con una de sus manos me acariciaba la conchita.

Yo estiraba la mano derecha para jugar con su pija, que al contacto con mis dedos parecía hincharse más.

El me impulsó a que lo cabalgara y mientras continuaba chupándome las tetas frotaba su verga contra mis genitales.

Me pidió hacerme la colita y le dije que sí, estaba muy excitada y toda húmeda. Era la primera vez que lo haría por ahí y realmente me gustaba que fuera Juan el que lo hiciera.

Entonces, me hizo dar vuelta y levantar la cola. Me hizo apoyar sobre mis manos y rodillas, diciéndome que es la postura en que más cómodo resulta practica sexo anal.

Me acarició largamente las nalgas, me separó un poco las piernas, acercó la cara a mi agujerito y comenzó a lamerme el ano y la zona circundante hasta que quedó lubricada con su saliva y mis jugos.

Luego de cambiar de posición se tomó su verga con la mano y comenzó a frotarla contra mi ano. Maniobró varias veces como si fuera a penetrarme.

Apoyó con mayor fuerza el glande sobre el oscuro y estrecho agujerito e hice un esfuerzo para relajarme y una porción de la cabeza pudo entrar.

Me quedé inmóvil. El avanzó unos centímetros más y se quedó quieto.

Instantes después volvió a avanzar y, simultáneamente, con la mano izquierda, comenzó a estimularme el pezón del mismo lado.

Sus hábiles pellizcos me hicieron estremecer, empujó otro poquito y su glande quedó totalmente alojado en mi recto.

Comprendí que a partir de ese momento podía abrirme fácilmente y así ocurrió.

El avanzaba un poco y retrocedía otro tanto y volvía a avanzar. Cuando su miembro estuvo totalmente dentro de mí, ya estaba floja y esperando que comenzara con sus embestidas.

Me acarició un poco más, me besó la espalda y el cuello y jugó un poco con mi clítoris, hasta que comenzó a bombear lenta, suave, inteligentemente, como midiendo cuánto podría tolerar yo.

Todos sus movimientos sincronizaban con los míos, ya que yo avanzaba la cola para encontrarme con sus estocadas.

El ritmo de respiración se tornó más intenso. Lo oí gemir y jadear mientras me susurraba cosas muy dulces y otras muy eróticas. Es me calentaba aún más.

Cada tanto jugaba con sus dedos en mi clítoris y yo me iba encaminando hacia el orgasmo.

Estaba todavía estremeciéndome de placer cuando me embistió violentamente, como si quisiera atravesarme con su pija.

Un instante después lanzo dentro de mí un interminable chorro de leche.

Siguió bombeando, a pesar de haber acabado, y no la sacó hasta que la tuvo completamente fláccida.

Habíamos disfrutado realmente del momento. Quedamos tendidos uno junto al otro.

Cada tanto nos sonreíamos con una mezcla de complicidad y ternura.

Volvimos a brindar con champagne y después Juan se marchó a su casa.

Estaba muy contenta por lo que había ocurrido entre nosotros.