– He leído tus dos novelas, me gustaron – me mientes, a bocajarro, sin abandonar tu sonrisa. Sé que me mientes porque nos presentaron el otro día, la semana pasada, pero no te tengo en cuenta la mentira.

– ¿Ah, sí? No puede ser, no me lo creo – te reto –. ¿Cuál te gustó más?

– La segunda, está mejor escrita.

Eres muy hábil. Me mantienes la mirada para continuar con tu farol. Tus brillantes ojos azules siguen enloqueciéndome y la media luna de tu sonrisa está justo ahí, a la distancia de un impulso, de una osadía que me hiciera atreverme a besarte de una vez. Alrededor de nosotros, unas cincuenta personas, desperdigadas; el público de una discomóvil, o verbena, o como se quiera llamar a este tipo de acto, ahora que la frontera entre todos esos conceptos está tan diluida.

Llevas un buen rato prestando atención a todo lo que te cuento de mi vida laboral y finges haberme leído de una forma que me transmite interés por mí. El amigo que nos presentó se ha quedado hablando con el amigo con el que yo he venido, así que estamos solos, a unos cinco metros de todo el mundo, o quizá más. Y estás muy cerca. De momento solo hablamos de nuestras profesiones, pero únicamente soy consciente de lo fácil que sería pasar mis manos por tu cintura para atraerte hacia mí. Me cuentas a qué te dedicas. No soy capaz de guardar en mi memoria el nombre de tu titulación, pero me aclaras que son funciones de Recursos Humanos. Sopeso la posibilidad de contarte cuántas veces se han cruzado en mi vida mujeres de tu gremio (unas cuantas narradas en este blog), pero prefiero seguir dejándote hablar. Sabes muchas cosas de mí, sin duda porque nuestro amigo común te las ha contado, y si lo ha hecho ha sido por tu interés en saberlas, y eso sigue halagándome.

– Trabajaste en la empresa Tal, haciendo tal trabajo, y además la tienes muy grande.

Ojos como platos. Te echas a reír como una niña traviesa y prefiero tomarme tu frase como un juego más que como una provocación. Giro sobre mis talones hacia mi colega, el que le ha dado la información, y le cuento lo que has dicho. Hacemos un corro, los cuatro, y vuelan detalles, rumores, historias, apodos en camisetas que reafirman el dato en cuestión. Hablan ellos, yo mantengo el silencio.

– ¿Pero es larga o es gorda? – dices. No salgo del asombro, pero me encanta tu soltura, tu descaro.

– ¿Sabes lo que es una cachiporra? – dice nuestro amigo común. – Cabezona y gorda.

– Mejor, porque mi punto G necesita que sea gorda.

Mis amigos se ríen. Tú me miras. Yo estoy crecido. No, no en ese sentido. Crecido porque tu atención me hace sentirme importante. Siguen las burradas, los comentarios cómicos, las exageraciones. Y tu risa. No hay ya nada serio, ni lógico; todo ocurre como una catarata de actos caóticos que fluyen como una cadena de impulsos. Estás delante de mí y te apartas la camiseta, o sea, tiras del hueco donde estaría la manga para enseñarme la copa del bikini amarillo que llevas debajo, y tu pecho izquierdo está a tal distancia de mí que podría asirlo con ambas manos y besarlo sin ni siquiera tener que esforzarme. Pero no me das tiempo a reaccionar. Te vas a mis amigos y les dices:

– Si queréis saber la verdad – sueltas entre risas –, el punto más sensible de mi cuerpo es mi pezón derecho. – Ahora tiras de esa parte de tu camiseta y la otra copa de tu bikini sale a la luz. – Es lo que me enciende por completo.

¿Tu pezón derecho? Hace poco revisé algunos de mis relatos y tu comentario me trae uno a la cabeza. Hace bastante rato que mi parte Drawneer está más que alerta, y sin pensar demasiado te pregunto:

– ¿Lees literatura erótica?

Antes me has comentado que lees mucho, quizá no esté desencaminada mi pregunta.

– ¡Claro!

– Me has recordado una cosa que escribí. ¿Te gustaría leerlo?

– ¡Sí, por favor, por favor, por favor!

Me encanta tu entusiasmo. Y el brillo de tus ojos. Y tu sonrisa. Apenas pienso, apenas me planteo lo que voy a hacer. Apenas reparo en la incomodidad que te pueda provocar. Solo tengo en mi mente tu comentario sobre tu pezón derecho y las ganas que tengo de que leas mi relato. Caminó unos metros para que me sigas y nos alejemos de los demás.

– Te voy a confesar uno de mis secretos más ocultos. Necesito que me prometas que no vas a contarle nada a nadie. A nadie, ni siquiera a estos dos.

– Tranquilo.

– Ok, entra aquí – te dicto la URL de este blog – y lee la entrada “Pasa, bienvenida”.

– Vale.

Me aparto, vuelvo con mis amigos mientras me lees. Sé que es una jugada segura. Quizá sea mi mejor relato, el menos explícito pero, o quizá por eso, mi mejor carta de presentación. Pasan un par de minutos, mientras hablo de tonterías con mis amigos, pero no dejo de mirarte. Tiemblo de pensar en que hagas todos y cada uno de los pasos que describo, pero no los haces, aunque te veo concentrada en la lectura. Al final levantas los ojos de la pantalla y clavas tus pupilas, repletas de llamas, en las mías. Me acerco enseguida. No apartas tu mirada mientras llego y yo no quiero que lo hagas, aunque no sé si es enfado o excitación lo que la ilumina. Pregunto, por si acaso.

– ¿Es que no te ha gustado?

– ¿Esto lo has escrito tú? ¡Es buenísimo!

– ¡Gracias!

– Los hombres suelen ir a saco y tú vas tan bien… tan chulo…

Dudas. Es como si lo que ha provocado la lectura te hubiera superado o, al menos, fuera mayor de lo que esperabas. Se acerca nuestro amigo común a seguir con los comentarios y las risas, y tú charlas con él lo imprescindible, pero vuelves a acercarte a mí, vuelves a buscar quedarte a solas conmigo. Te acercas mucho, de nuevo. Casi me reflejo en tu iris.

– ¿Y tienes más relatos como este?

– Bueno, los otros son mucho más explícitos. Incluso ese que has leído tiene una segunda parte, que es mucho más bestia… – No quiero tentarte a que leas, aquí y ahora, el “Bienvenida de nuevo”, pero una parte de mí sí que quiere probar si serías capaz de hacerlo.

– Es que me has atrapado… A mí me haces cosas en el cuello, en la parte baja del cuello, y ya me tienes…

“Ojalá hubieras seguido las instrucciones del relato”, pienso. Pero quizá eso hubiera sido ir demasiado lejos.

– ¿Y sobre qué escribes?

– Sobre cosas que he vivido, mujeres que he conocido…

– ¡Escribe sobre mí!

El entusiasmo con que lo dices, lo cerca que estás, la forma en que me miras, el brillo en tus ojos y la tenue vibración en tu voz se juntan para tomar al asalto mi cabeza. Una parte, la racional, sabe que te refieres a que escriba una historia en la que tú seas la protagonista y me imagino todo lo que tendría que describir, pensar en hacerte y experimentar contigo para que ese relato se llegara a completar. Eso arrastra la parte física de mi persona y me doy cuenta de que tengo una erección de la que no he sido consciente hasta justo este momento y que es absoluta y completamente culpa tuya. Mi piel añora la tuya de repente y percibo el aire que nos separa como un muro infranqueable. Estás tan cerca… Otra parte, sin embargo, la parte en la que vive Drawneer, se toma tus palabras al pie de la letra y las paladea, como un cocinero que canturrea los ingredientes de una receta. “Escribe sobre mí”, me digo, y el poder de mi alter ego conjura entre mis dedos un lápiz de ojos, el tuyo. Tiene la punta gorda, como parece que corresponde esta noche, y te señalo con ella.

La capacidad de imaginación de Drawneer es tan grande que ya estoy escribiendo en el lóbulo de tu oreja derecha. Solo trazo unas letras, “hola”. Luego lo paso por detrás y escribo “solo quiero que sientas la cabeza de este lápiz deslizándose por la piel de tu cuello”. Son muchas letras, lo sé, pero las concentro para que no ocupen demasiado espacio y, a la vez, puedas entender lo que te escribo. Porque voy a dejarte palabras muy explícitas sobre tu piel, y quiero que las entiendas todas. Quiero que las sientas físicamente y, además, lo que signifiquen. Pero este lápiz hace un trazo demasiado monótono, y Drawneer invoca otro. Este es un lápiz de dibujo, de estos de punta muy fina, superafilado, aunque no tanto como para hacerte daño. “Con este lápiz”, te escribo con él, “notarás más mis letras y mis impulsos, buscaré tus puntos más sensibles y los pincharé”. Y tú percibes esto, letra a letra, bajando por tu cuello, sobre el rastro de la yugular, hasta tu clavícula, y una vez allí, otra vez hacia arriba.

Alterno trazados más romos con letras más finas, y tú sientes caricias o pellizcos, suavidad y pinchazo. Recorro tu cuello todo cuanto quiero, no hay prisa, no hay público, porque todo esto ocurre en la cabeza de Drawneer, y sin saber cómo decido que hay un tercer lápiz que quiero usar. Este no aparece en mis dedos, sino entre mis dientes. Alargo la lengua y la acerco a la zona ya algo enrojecida. Al principio solo paso por encima de lo escrito, pero jurarías que también dibujó letras, y poco a poco intuyes que lo que te escribo con la punta rugosa, caliente y mojada son las palabras “quiero hacerte esto en todo tu cuerpo”. Quizá te guste saber lo que voy a hacerte.

Tengo mis dos lápices empeñados en contarte cuántas cosas voy a hacerte sobre la esfera de la cabeza de la clavícula, pero la lengua llega para escribir “es el momento” y empiezan a deslizar hacia tu pezón derecho. Aún falta mucho para que lleguen, porque van despacio, pero sabes dónde van porque lo que te están escribiendo es “vamos a escribir sobre tu pezón derecho, porque sabemos que es tu punto flaco, y queremos volverte loca”. Sientes en la piel de tu pecho la caricia suave del lápiz de ojos y el pellizco afilado del de dibujo, curados por la punta de la lengua que les sigue y los alivia. No sé cómo debe de ser la sensación de una punta afilada como la de este lápiz en una areola, pero sí sé que tú lo vas a averiguar enseguida. Sientes cómo llega, primero el de ojos, y escribe “Pezón”, con la “o” justo rodeándolo, y cuando llega el otro repasa una y otra vez esa “o”, hasta que hay tantas “oes” escritas que el carboncillo es como un collar alrededor del cilindro en el que se ha convertido. ¿Qué siente tu areola con ese contacto punzante justo ahí? Me gustaría saberlo. No sabes cómo, pero esos círculos, esos anillos trazados con los lápices comienzan a vibrar, a jugar entre ellos, a subir y bajar, y la sensación es como una caricia total que hace que se estire, que se endurezca tu pezón. Tu pezón derecho. La parte más sensible de tu cuerpo. Espero que esto esté poniéndote cachonda, porque todo lo que viene es más de esto, mucho más.

Sigue vibrando el carboncillo y siento la necesidad de escribirte una “I” mayúscula con la lengua sobre el pezón. La escribo una y otra vez, mientras llevo los lápices letra a letra hacia el valle que divide tus pechos. Y luego cambio la “I” por un guión, “-“, y lo alterno, para no dejar ni una sensación sin provocarte, y ni siquiera paro mientras te escribo “estoy avanzando hacia el otro pezón” hasta que llegó allí, con la “o” en el mismo sitio, y te hago lo mismo, lo mismo, lo mismo, con la punta del lápiz afilado hurgando pero no demasiado en la areola. Y cuando la capa de carboncillo rodea tu cilindro izquierdo, vuelvo a hacerla vibrar, con el poder mágico de la mente de Drawneer, mientras aún sigo escribiendo “íes” y guiones con la punta de la lengua en tu pezón preferido. Tengo tus dos pezones ocupados y atendidos. (Creo que te mereces un pellizco, tuyo, mientras lees esto. Un pezón con cada mano. Suavemente, o con fuerza, como quieras. Limítate a pulsar con el índice y el pulgar o tira de ellos, retuércelos, castígalos. Avanza cuanto quieras. Y cuéntame lo que haces, si quieres.)

Hay un montón de palabras escritas sobre tu piel, con tres tintas diferentes. Pero están en zonas muy próximas unas de otras. Quedan muchos lugares aún por conquistar. Así que elijo una de tus vértebras, una cualquiera, la que estaba en el vértice de la curva que has trazado antes, cuando te pellizcabas los pezones. Esa vértebra. ¿La sientes? Clavo la punta del lápiz fino. Ahora no tengo miedo de hacerte daño, es mucho menos sensible. Te escribo la palabra “vértebra” y con ella voy ascendiendo a la superior, donde escribo otra vez la misma palabra. Y luego a la otra. Detrás, con el lápiz romo, lo que escribo es “siénteme”. Y con la lengua voy repasando lo escrito, para borrarlo, para emborronarte la espalda, para dejar un rastro de baba oscurecida por el carboncillo. Tú sientes cómo paso, uno a uno, por cada escalón, hasta llegar a tu cuello. Sé lo gratificante que es sentir la punta del lápiz en el cuero cabelludo. Es una caricia que se siente en toda la cabeza a la vez. Agarro, quizá con algo más de fuerza de lo necesario, tu cabello largo, y tiro de él hacia arriba. Puede que eso te guste. Dejo algún punto marcado con la punta del lápiz afilado mientras con el romo sigo escribiéndote en cada vértebra y con la lengua lo voy borrando todo, hasta que llego a la última y decido hacer el camino inverso. Ahora escribo más rápido, pasan las vértebras a mayor velocidad, porque tengo prisa en llegar a donde me dirijo. Mi mensaje ahora es “Voy bajando, ¿dónde pararé?” y me empeño en usar tu columna vertebral de pizarra. La lengua, esta vez, no escribe nada. Solo viaja como un gran coche escoba, como una capa que lo cubre todo, plana sobre tu espalda, lamiéndote. No creo que sea desagradable esa sensación.

“Estoy aquí, entre tus nalgas”, te escribo sobre el coxis. Te pinchó con el lápiz afilado tanto como puedo, tu carne lo puede soportar. Incluso puedo percibir las leves contracciones de tus músculos. Quizá pruebe a darte una nalgada. Pero eso será luego, ahora quiero escribirte letras muy pequeñas por el canal que se abre ante mis ojos; quiero que percibas exactamente la geografía del valle y que te percates exactamente de cuánto me acerco al lugar donde sabes que me voy a acercar. Así que avanzo, escribiendo “estoy avanzando hacia tu ano”, y los estiramientos de tu espalda y las cosquillas que no puedes evitar me aseguran que lo estás disfrutando. El lápiz afilado lleva un buen rato dando vueltas con la última letra, la “o” alrededor de tu entrada, y sientes los pinchazos, mientras el lápiz romo recorre toda la ruta, abajo y arriba, Quiero escribirte con mucho detalle, quiero encontrar un tamaño de letra tan pequeño que prolongue esta tarea hasta la eternidad, pero yo mismo soy incapaz de esquivar la impaciencia y lanzo mi lengua por el carril sobreestimulado y pintado. ¿Crees que podría escribir ahí dentro, con alguno de los tres lápices? Voy a probarlo. Primero entró con el afilado. No hay riesgo de que se rompa, recuerda que todo esto es una alucinación de Drawneer. Entra y sale con facilidad. Luego entró con el de punta roma, más gordo, pero también hace su camino como es debido. La entrada de la lengua arranca un suspiro más grande de tus pulmones, así que intento dejar escrito lo que sea que voy a escribir bien profundo, y comprimo y empujo el músculo de dentro de mi boca hasta que lo sientes allá dentro, donde deposito un punto, y me retiro, porque tengo una misión que cumplir.

Ahora ya sabes dónde voy. Quizá llegue demasiado pronto. Quizá no, quizá debería haber llegado hace rato. Me da igual. Solo sé que llego ahora, con todo por hacer, y que es el lugar que llevo buscando desde que empuñé los lápices. Así que te doy la vuelta y tengo ante mí la página que quiero llenar de garabatos hasta saciarme y saciarte. Lo primero que hago es trazar una línea recta, sin letras, desde cada rodilla hasta la ingle, despacito, para que sientas la diferencia entre el roce y el pellizco. En una pierna, el romo, en la otra, el afilado. Y la lengua, alternando entre un muslo y el otro. Cuando llego a mi destino vuelvo a hacerlo, pero cambio los lápices. Vuelvo a bajar, y mi lengua vuelve a saltar entre ambas piernas. ¿Crees que podría hacer esto mucho rato? Yo estoy convencido de que sí, pero la impaciencia de tu cuerpo me dice que ya está bien, que no he venido aquí a delinearte las extremidades. Así que apunto con el lápiz de ojos sobre tus braguitas, que Drawneer aún no ha hecho desaparecer, y dibujó la silueta del bulto que se percibe bajo la tela. Primero hago un esbozo, con suavidad, pero pronto le ayudo con el lápiz de dibujo, y la presión es mayor. Hay sitios donde el carboncillo se emborrona, por la humedad. No me extraña. Llevo el lápiz afilado a ese lugar que tú sabes que yo tengo en mente y escribo las letras “clítoris”, y, por lo que sea, comienzas a agitarte. Con el otro lápiz repaso la forma dibujada y escribo “labios mayores” y “labios menores” donde corresponde. Pero pronto me canso de eso y empiezo a escribir “quiero comerte el coño”. Por dios, espero que estés distinguiendo todas estas letras que te estoy escribiendo.

Saco la lengua, plana, a más no poder, y la paso por encima de tus braguitas como si quisiera lamer un helado, un helado de jugo de coño. Puedo percibir perfectamente las formas todavía ocultas y las pequeñas palpitaciones, así como la turgencia de las zonas que están comenzando a crecer. Se oye un chasquido de dedos. Las bragas desaparecen. La magia de Drawneer. Vuelvo a lamer, de abajo arriba, sin intención de escribir, solo quiero lamerte el coño, para guardar su sabor, para llenarme la boca de tu jugo, y preparo los lápices, porque tienen mucho trabajo por delante aún. En el capuchón, ya sabes dónde, pongo la punta del lápiz afilado y apenas escribo una letra. Luego otra, y otra más, y completó la frase “estoy aquí para que te corras”. Luego, con todo eso escrito encima, tiro de él y dejo que salga a la luz tu clítoris. Aquí no voy a usar el lápiz afilado. Aquí solo voy a escribirte con el lápiz romo, un guion, luego una “I”, luego un guion, así alternativamente, mientras con la lengua bajo por el labio inferior derecho y subo por el izquierdo, escribiendo “quiero comértelo” con letras muy pequeñas y muy suaves. Cada vez que paso por la entrada de tu vagina dibujo una “o” muy grande para que seas más consciente de sus dimensiones y sigo mi camino.

Pero tú te empeñas en que me sea más difícil escribir cada vez, porque mueves tus caderas, te agitas, gimes, te estremeces, y quizá sea el momento de llevar tu cuerpo hasta el punto al que los dos queremos que llegue. Ya no recuerdo lo que estaba escribiendo, no recuerdo qué frase venía ahora, solo recuerdo el deseo que me provocas y la necesidad que tengo de que alcances el orgasmo, así que me dispongo a buscar un punto que mencionaste antes, mucho antes de que Drawneer tomara el control, y me lanzo a buscar tu punto G. Con mi lápiz de ojos estoy dibujando círculos, ya ni siquiera son “oes”, sobre tu clítoris, porque quiero provocarte todas las sensaciones posibles, y con el afilado voy pinchándote en el centro de esos círculos, con todo el cuidado del mundo, a la espera de alguna queja por tu parte, pero no parece que te desagrade. Mi lengua, compacta, totalmente fuera de mi boca, está entrando en tu coño, está penetrándote, y sientes su dureza, su humedad, su calor, avanzando y buscando en tu vagina encharcada. Quiero encontrar el punto, el lugar rugoso y sensible que se esconde en la parte frontal de tu entrada, y arqueo la punta. Busco, froto, restriego. Como si estuviera escribiendo las palabras más excitantes del mundo dentro de tu coño solo para que te corras. Pero, a juzgar por tus jadeos y tus movimientos, tú no estás para leer ahora mismo lo que yo escriba con la lengua ahí dentro, así que sé lo que me queda por hacer.

Hay un último utensilio, quizá útil como lápiz aunque mucho menos afilado y con una punta mucho más roma. Acerco mi polla, lista casi desde el momento en que me propusiste que escribiera sobre ti, y la empujó a través de la entrada de tu coño. No he parado de restregar mi lápiz de ojos por tu clítoris ni de darte pequeños pinchazos con el otro, pero sientes cómo la cabeza de la cachiporra que dijo mi amigo empieza a entrar dentro de ti. Voy despacio, dejo que tu carne se adapte a la mía. Sientes cómo avanzo, cómo empujo, cómo abro tu carne. Y también sientes cómo la forma de mi glande estimula exactamente ese punto que llevo un rato buscando. Lo aplasto al entrar y también al salir, como si supiera que es eso exactamente lo que necesitas para correrte. Y empujo para meterlo, tiro para sacarlo, vuelvo a meterlo, a sacarlo, dentro, fuera, dentro, fuera, y todos esos estímulos se acumulan, todas esas sensaciones se intensifican entre sí hasta que no puedes evitarlo, las corrientes eléctricas que te indican que te vas a correr te suben por la columna vertebral, se expanden por todo tu cuerpo y te contraes en el orgasmo que llevamos los dos buscando desde que comenzó este relato, letra por letra, hasta el fondo.

Mientras recuperas la respiración, con los ojos cerrados, Drawneer se encarga. Volvemos al momento en que me has dicho “¡Escribe sobre mí!”, al momento en me imagino todo lo que tendría que describir, pensar en hacerte y experimentar contigo para que ese relato se llegara a completar. Eso arrastra la parte física de mi persona y me doy cuenta de que tengo una erección de la que no he sido consciente hasta justo este momento y que es absoluta y completamente culpa tuya. Mi piel añora la tuya de repente y percibo el aire que nos separa como un muro infranqueable. Estás tan cerca…