El diablo viste medias de seda

Carlos y Eva son los protagonistas de este relato.

Ambos se conocieron en una sección de contactos de Internet.

Ella pedía una relación puntual con un hombre de no más de 40, evocando la poca actividad sexual de su vigente matrimonio y también para satisfacer algunas fantasías morbosas e inconfesables no compartidas con su pareja.

Eva, con 29 años, se definía como poco simpática por falta de ejercicio, de mediana estatura, rubia, delgada, ordenada, limpia, sana y muy prudente con su salud y responsabilidades.

Pedía una cita a ciegas de resolución inmediata (aquí te pillo, aquí te mato)… si el contacto la convencía.

Carlos se aventuró a responder a aquella solicitud aunque por sus 41 años pensó…

‘Ni me contestará’.

Pero sí; y una vez establecido el contacto electrónico, le contó hallarse en la misma situación de «nogracia» en su matrimonio y como la rutina terminó con la pasión y la frescura de su vida sexual.

Sabía que sus fantasías jamás tendrían correspondencia y por ello que inició búsquedas en secciones de contactos de internet.

Se definía como un caballero bien educado, respetuoso, de nivel social y cultural medio-alto, no simpático pero ni mucho menos serio, limpio, sano, de mediana estatura, moreno y con algún kilo de más.

Sin considerarse guapo ni atractivo, se manifestaba capaz de explotar sus mejores cualidades ante una dama.

Esto último gustó a Eva. Ella le solicitó una foto de cuerpo entero (no necesariamente desnudo -al menos no del todo: en bañador serviría-), si acaso sin rostro (como así fué finalmente).

Contra la respuesta de una cuestionario personal en referencia a su carácter y costumbres, Eva le envió una foto suya, vestida y con el rostro borrado.

Eva no esperó el acepto de Carlos: siguió adelante y pasó a plantearle la logística y el protocolo del encuentro.

Tras fijar de común acuerdo una fecha y hora, ella se encargaría de determinar el lugar, reservando habitación en un hotel: se lo notificaría con antelación.

Deberían citarse en un bar, o en el bar del hotel, a priori solo para tomar una copa (pero ella dejaba claro que no pensaba indicar si el bar del Hotel sería el del mismo Hotel reservado).

Existiría un código de identificación y otro de conducta:

1.- Identificación:

– Ella llevaría un broche con una rosa dorada en la solapa y vestiría blusa amarilla, chaquetilla y falda marrón, con medias rojas y tacón alto. A solicitud de él, se haría una trenza en el pelo. LLevaría un pequeño bolso gris con una enorme hebilla plateada.

– Él vestiría traje azul, camisa blanca, corbata roja con unos dados como dibujo, llevaría un pin plateado en la solapa con un barquito de vela y pelo corto (moreno). Solo llevaría una agenda marrón como objeto personal.

2.- Conducta:

– Al llegar al bar, cada uno solicitaría algo que tomar. Si uno reconociera al otro, dejaría un paquete de tabaco sobre el bolso o agenda y junto a su consumición. Desde el momento en que uno u otro se diera por identificado (por la cajetilla de tabaco), debían esperar 5 minutos antes de tratar de dirigirse la palabra o presentarse. Ello daba tiempo a que si uno de los dos se arrepentía del encuentro, pudiera «escapar» a la cita, de foma elegante y discreta.

– En cualquier caso y si uno de los dos estuviera acompañado, el otro no interferiría ni trataría de presentarse.

– Si cualquiera de los dos se saltaba el protocolo, el otro podría declinar la cita y «escapar».

Carlos aceptó de buena gana y propuso varias fechas posibles.

Ella contestó a las pocas horas aceptando una de las fechas, lo cual él confirmó.

El día previsto y la hora en punto, Carlos se dirigía al Hotel Plaza de Madrid.

Solo entrar en el bar ya se fijó en ella y al momento se congratuló de identificarla como su cita, pero se comportó con toda naturalidad y la discreción solicitada esperando el tiempo oportuno.

El código ideado por Eva era tan ordenado y pulcro que daba poca opción a error: ella, había elegido una mesa par dos, ubicada estratégicamente de forma que controlaba las dos entradas del local.

Él se acercó a la barra donde pidió una cerveza, sacó los cigarrillos y se dedicó a fumar pacientemente mientras la observaba.

Ella, sería, cruzó alguna mirada con él y, siguiendo con su café, tardó un par de minutos en dejar un paquete de Marlboro por estrenar (no fumaba) sobre la mesita.

Finalmente y tras varios repasos oculares mútuos, él se decidió a presentarse y Eva le rogó amablemente que se sentara en su mesa.

Confesó haberle identificado inmediatamente con solo entrar en el bar y le agradeció su respeto al código por ella impuesto.

Hablaron de diversas banalidades hasta ir llegando a aspectos concretos, sobre sus respectivas ocupaciones laborales, aunque nunca dieron nombres específicos más allá de los de pila, ni de sus respectivas empresas, con lo que mantuvieron una correcta complicidad alimentando el misterio y la morbosidad del anonimato para el tipo de encuentro.

Carlos no mostró ninguna prisa por precipitar los acontecimientos, lo que a ella le dió tranquilidad para ir conociéndole, aunque limitadamente, hasta que creyó oportuno proponerle de subir a su habitación a tomar otra copa, a lo que él accedió sin vacilar.

Dado que el Hotel estaba completo debido a una convención local, y por la prudencia de evitar un encuentro casual no deseado con un tercero, ella le pidió que esperara dos minutos antes de subir.

Así se hizo, de forma que subieron en ascensores distintos.

Cuando él llamó a la puerta esta se abrió de inmediato como articulada por un dispositivo automático de forma que él entró sin verla: estaba detrás de la puerta, representando todo el sigilo de que era capaz y evitando ser vista desde fuera de la habitación.

Su excitación empezaba a aflorar y se quedó un momento dubitativa mostrando una leve sonrisa.

Él aprovechó para tomar la iniciativa y se acercó para provocar el primer contacto cuerpo a cuerpo, pero ella no quería perder el control de la situación; si acaso no aún: estaban en «su» hotel y por tanto en «su» terreno. Se escabulló de lo que aún no era ni un abrazo y pasó al «contrataque»:

– Por favor, pasa al baño y lávate los dientes. Ahí tienes un cepillo. Yo mientras te preparo una copa. ¿Quieres un whisky? -.

– Sí. Gracias.- contestó él. Vuelvo en un minuto -. Y cerró la puerta tras de sí.

– ¡¡ No te olvides de hacer pipí !! – gritó a través de la puerta. Al momento se sintió estúpida. Ella necesitaba evocar su condición dominante. No era su estilo, pero creía que por el anonimato del caso debía mantener dicha postura hasta conocer mejor las reacciones de él… y si podía existir algún conato de incidente, mejor pronto que tarde.

Trató de relajarse. No se trataba de provocar una crisis antes de empezar, quería evitar una situación crítica pero no pensaba «dejarse llevar». La excitación seguía creciendo. Preparó la copa midiendo sus movimientos y aún así estuvo a punto de echar el hielo por encima del escritorio.

Para ella preparó lo mismo, pero se apresuró a tomar un trago de serenidad sin ser vista. Echó una ojeada a la habitación y apagó la luz del techo.

Reparó en que aquella lámpara colgante en forma de araña era verdaderamente horrible, no pegaba en aquella decoración y quedaba demasiado baja: hasta ella, sin ser alta, llegaba con facilidad a tocarla.

Menos mal que estaba situada prácticamente sobre el colchón.

Luego encendió los dos apliques junto a las mesitas de noche en la cabecera de la cama y encendió también la lámpara de la mesa escritorio en la pared opuesta.

Ahora la luz ambiental era correcta y sin deslumbrar, podrían verse bien las caras… y todo lo demás. A ella le encantaba mirar…

Luego se contempló en el espejo situado sobre el escritorio y se retocó el pelo.

– No te pongas nerviosa – se dijo, – Parece buen tipo, de carácter sano y con las ideas claras sobre esto. Es suficiente para lo que quiero y creo que él está tan nervioso y excitado como yo. Ya me conviene -.

No se había quitado aún la chaqueta y pensó que ni le había propuesto a él de colgar su americana.

– Bueno – pensó – supongo que se la habrá quitado en el lavabo. Igual la deja colgada allí -.

Él salió del lavabo aún con la americana puesta y ella se apresuró a seguir con el marcaje.

– ¿Has hecho pis? -. dijo.

Ya se estaba pasando, tanto control se acercaba a la neurosis.

– No tengo ganas. Gracias. ¿Y tú? Te advierto que la lluvia dorada no es lo mío-. Ahora él estaba algo más serio, y a punto para el contrataque dialéctico que ella parecía estar buscando.

Ella entendió que debía calmarse y calmarle, así que mostró la mejor de sus sonrisas, tomó las dos copas y se acercó a él.

– Disculpa, no te he preguntado si querías ponerte cómodo, ¿Me das tu americana y la cuelgo? ¿O te la dejas puesta ? A mi me encantan los hombres con traje… -. Otra vez los nervios la estaban traicionando.

El tomó la copa, la miró serenamente y brindó.

– ¡ Salud ! – dijo él.

– ¡ Salud ! -.

Se acercó a él y le dió un besito en los labios.

– Ahora se terminó la conversación. – dijo ella. – A partir de este momento solo acepto monosílabos… o gemidos -.

– Hueles de maravilla – contestó Carlos.

– No te distraigas, he dicho monosílabos o gemidos, Carlos. -. puntualizó ella – Por ejemplo, ‘huéleme’ es un monosílabo. -.

– Ok. Huélote -. respondió.

Sin soltar la copa la abrazó como bailando y paseó sus labios desde su cuello hasta la oreja respirando su perfume.

Luego se dirigió a su boca, le devolvió el besito de cortesía y se separó un momento para contemplarla de arriba a abajo, mientras aprovechaba para dejar la copa en el escritorio.

Acto seguido flexionó las piernas frente a ella hasta situar su frente a la altura de sus caderas.

Trataba de no dejar de mirarla a los ojos cuando empezó a presionar su nariz contra su pubis.

Ella le seguía con la vista, pero tardó un instante en distraerse cuando sus manos empezaron a recorrer sus piernas.

Desde las pantorrillas hasta sus nalgas, pasando por el lomo de sus muslos iba acariciando sus piernas por encima las medias, parando para insinuar un pellizco.

Su nariz dejó de presionar su pubis para empezar a usarla para levantar la falda. Ella le ayudó a subirla y aprovechó para separar un poco las piernas.

El terminó de ponerse algo más cómodo arrodillándose ante ella.

Ahora le agarraba las nalgas con ambas manos y su cabeza ya estaba totalmente bajo su falda. Con la lengua le estaba mojando las bragas justo donde empieza a dibujarse la rajita.

Eva vestía unas braguitas blancas minúsculas y vaporosas, de las que cubren lo mínimo por delante y se convierten en un hilillo por detrás, pero suficientemente extensibles como para que él pudiera apartarlas sin demasiado problema… sin usar las manos.

Él estuvo unos instantes recorriendo sus labios y clítoris arriba y abajo con la lengua, mordisqueando todo y deteniendo sus acciones cuando ella se contorneaba o cuando gemía.

En un momento ella había empezado a soltar el lubricante preciso para que él resbalara cíclicamente entre sus piernas.

El ritmo de la respiración ya estaba llegando al punto en que uno comprende que la pasión está en el aire.

La excitación aumentaba, pero aún no se atrevían a dejarse llevar.

Alguna mirada fugaz delataba que la química estaba funcionando, en su lucha por romper el ¿hielo? y la falta de confianza: estaba claro que la pasión les envolvería y entonces deberían intervenir para evitar el asincronismo de su goce.

En un arrebato de genio, a los que uno recurre cuando vé que empieza a perder el «oremus», ella le agarró de las orejas con las dos manos y le retiró de su entrepierna.

Sonrió cuando vio la cara de sorpresa de él y pensó: – Estará dudando entre si le voy a decir que se largue, o que lo hace fatal -.

– Chsssst -. Le dijo mientras le tapaba la boca con la punta de su índice.- Levántate -.

Le empujó suavemente contra el escritorio y empezó a desabrocharle el cinturón.

Él a su vez dirigió su mano hacia los botones de la chaquetilla de ella, pero Eva hizo un gesto para evitarlo y le miró diciendo no con la cabeza.

Él sonrió: entendía que ella quería mantener las riendas, pero ahora las formas eran otras y no le desagradaban.

Tras el cinturón cayeron los pantalones.

Ella se agachó y cogió el pene entre sus dientes a través de los calzoncillos.

La cara de él tomó forma de entre interrogación y admiración: le pareció que sus testículos cambiaron de lugar para situarse bajo su mandíbula.

A ella se le escapó una leve carcajada, soltó la presa de entre sus fauces y le dió un succionador beso en una pierna empujando la rodilla por detrás para que la levantara un poco. Le quitó un zapato, luego el otro y finalmente los pantalones.

Volvió a subir su mirada hacia él mientras le agarraba los calzoncillos por la cintura y empezaba a deslizarlos hacia abajo.

Su pene se tambaleó en cuanto quedó libre.

Tenía el capullo rojo de lujuria y ella lo besó en la punta y contempló unos instantes viendo como el bombeo de sangre lo balanceaba.

La excitación de Carlos había provocado que un poco de líquido transparente asomara por su verga; ella lo recogió con la puntita de su lengua y retirando su cabeza sin perder de vista el azul de sus ojos, permitió que el líquido colgara describiendo un arco entre su lengua y el miembro. Sonriendo se relamió como una gatita.

Un fugaz relámpago pasó por las pupilas de Carlos.

– Quieto ! – susurró nuevamente ella. Se separó de él, se puso bien la falda sin quitarle ojo de encima y poniendo una pierna sobre un silla empezó a quitarse lentamente una de las medias. La fué enrollando hasta llegar a sus zapatos de tacón alto, en forma tan sensual y elegante como supo. Se quitó la media pero volvió a calzarse.

Aproximándosele mientras se contorneaba, fue desenrollando la media lentamente cuidando de que Carlos no perdiera detalle.

Él la contemplaba apoyado contra el escritorio con las manos a ambos lados de su cuerpo, sin pantalones, sin calzoncillos, sin calcetines, sin zapatos, pero con la americana puesta, vistiendo corbata y, entre la camisa que se arrugaba sobre sus muslos, bajo el último botón, energía su polla erecta apuntando al techo.

Ella se acercó y sujetando la media entre sus manos en forma de cinta, la levantó hasta la altura de su boca como queriendo precintarla.

Le tapó la boca con la media y acercando los labios a su mejilla le susurró:

– No te muevas Carlitos -.

Retiró la media de su boca y rodeó su cuello con ella: ahora le besó tiernamente, repasando sus dientes con la lengua, mientras frotaba su vientre contra su polla.

Siguió frotando su cuerpo contra el de él a la vez que le desvestía de la americana sin dejar de calentarle besando su cuello y orejas.

Él ayudó sin rechistar. Luego ella se fué agachando hasta tener el pene ante sus ojos. Dejó la media sobre el miembro, dejando colgar los extremos a ambos lados y paseó su lengua desde los testículos hasta el glande.

Se ocupó de su camisa, desabrochando algunos botones y volviendo a abrochar el inferior por detrás de la espalda de él.

Ahora nada le privará del espectáculo, a no ser, puntualmente, la indecisa corbata…

Entonces resituó la media sobre el miembro y junto al pubis, tiró de ambos extremos, primero suavemente y luego con más fuerza, tensándola hacia abajo y la cruzó por detrás de los testículos separándolos del resto del cuerpo.

Aún con los dos extremos en la mano y tirando fuerte, cruzó de nuevo la media esta vez de atrás hacia delante, alrededor de los huevos y por la carne (más bien piel) que los une al miembro.

Cruzándo por delante y haciendo un nudo simple pero fuerte, dejó lista la faena.

Le miró a la cara.

Él parecía desconcertado. Le tranquilizó con una sonrisa y un guiño y, separándole levemente del escritorio terminó de colocar los extremos colgantes de la media hacia detrás de su cuerpo, unidos y tirantes, colocándoselos en la raja de su apretado culo para que quedaran allí sujetos.

Debido a la sorpresa del marinero ejercicio, la intensidad de su erección había disminuído sensiblemente.

Ella se encargó de poner las cosas en su sitio con un eficaz ejercicio linguístico alrededor del prepucio.

Restablecido el ánimo, se incorporó.

Carlos pensó que había llegado el momento de meter baza y mientras la sujetaba por la nalga con una mano, metió la otra por su escote tratando de liberar uno de sus pechos, pero Eva se resistió y susurró:

– No. Termina lo que habías empezado.- Le tiró de la corbata para separarle del escritorio y se puso mirando al espejo, se subió algo la falda, se quitó las bragas y apoyando sus manos sobre la mesa separó las piernas y le señaló su sexo. Él se arrodilló nuevamente, esta vez detrás de ella e inició una nueva sesión de besos y caricias en su entrepierna.

Eva acercó la lamparita del escritorio hacia sí para que él tuviera una visión más clara del «pastel»… y para ella poder observarle.

Eva estaba en la gloria. Aquel tipo tenía una lengua camaleónica y mientras la usaba como un ventilador a medio gas alrededor de su clítoris, ella contemplaba a través del espejo su polla azulada que, algo fláccida ahora, daba rítmicos tumbos a un lado y a otro, perdida.

En su ejercicio, él fué provocando una lubricación extrema en Eva: estaba totalmente mojada y si él no estuviera recogiendo toda su secreción, ésta andaría derramándose por sus piernas.

Carlos empezó a ayudarse con la mano en su tarea y aprovechando la humedad absoluta de su compañera, empezó a jugar con su ano, primero repasándolo alternativamente con su lengua y luego empezando a empujar para introducir su dedo meñique que, como pan, mojada en el clítoris.

Eva terminó por levantar su pierna derecha y apoyar su rodilla sobre el escritorio para ofrecer toda la maniobrabilidad a su benefactor: cualquier cosa con tal de que no se detuviera.

Estaba tan lubricada que la sorprendió la facilidad con que un dedito terminó dentro de su ano.

Poco a poco Carlos fué haciendo partícipes de la visita a sus amigos anular, índice y corazón.

Ella no dijo ni «mu». Fue acompañando siempre rítmicamente el juego de su compañero contorsionándose para estimularle y estimularse, modificando su postura para ayudarle y volviendo a poner ambos pies en el suelo, flexionando sus piernas para permitir que pudiera llegar mejor, ya que él había terminado por sentarse sobre la moqueta.

Cuando, como Pedro por su casa, el corazón estaba ya entrando y saliendo de su ensanchado culito, a la vez que el resto de los dedos paseaban distraídos por su clítoris, el pulgar la arremetió hasta el fondo.

Eva soltó un gemido de… ¿sorpresa?, y Carlos, sin retirar el pulgar de su nuevo alojamiento, se puso de rodillas y girando un poco sobre sí mismo, doblegó a Eva lentamente, arrodillándola a su lado mientras con la otra mano asiéndola por su trenza le metió su polla en la boca. Ella le echó una mirada de las que… entre matan y te perdonan la vida.

– Parecería que está tomando la iniciativa… – pensó -. Vamos, si agarrarme por el moño y meterme su polla en la boca no es tomar la iniciativa… y…. ¡ me encanta ! -.

Incrementaron el ritmo.

La pasión estaba desatada. Ella gemía por la nariz y a él se el empezaron a escapar sus primeros «Ah!’s».

Ella, sosteniéndose a cuatro patas, no tenía libre ninguna mano para asir su verga, pero le gustaba como él dirigía su polla hacia su boca solo moviendo la cintura.

– Abre la boca, – susurró él.

Primero Eva no entendió:

– ¿Que abra la boca?. No me dirás que está cerrada… ¡¡ Si tienes tu polla dentro !! – pensó. Luego comprendió y obedeció: Carlos fue frotando su glande contra sus labios, incisivos, muelas, paladar y hasta sus mejillas, nariz y mentón para volver de nuevo a restregarla sobre su lengua, con el miembro cada vez más morado, de venas hinchadas por la falta de circulación sanguínea (???). Bueno. No estaba claro qué ocurría, porque su capullo a punto de estallar no denotaba falta de riego… precisamente.

Cuando en su excitación él la presionaba demasiado a punto de ahogarla, ella respondía con un mordisco sostenido hasta que él gritaba… y retiraba su envite.

De vez en cuando ella retrasaba su cabeza para tomar aliento y para relamerse de los jugos que ahora soltaba él.

Notaba como a él le gustaba la escena.

Sonreía como un niño cada vez que la veía con una gotita colgando de su lengua.

Ahora él decidió liberarse de la camisa (de la corbata no pudo: no con una sola mano). Luego empezó con las prendas de ella, pero era imposible tal contorsionismo, así que tuvieron que parar y permitir que Eva se incorporara para desnudarse ella misma.

Mientras aún se quitaba el sujetador, estaban los dos de rodillas sobre la moqueta de la habitación, él con el pulgar en su recto y con los otros dedos de la misma mano jugando con su clítoris.

Eva se llevó las manos a la espalda, se desabrochó el sujetador y fue a dejarlo caer, cuando se quedó petrificada con el sostén cubriéndole aún los senos: en la distracción tuvo un flash de lucidez y «control escénico» para acordarse de que… ¡¡ no había cerrado la puerta con llave !!. Giró la cabeza hacia la puerta, pero Carlos iba lanzado: con un ademán terminó de quitarle el sostén para ver sus erguidos pechos, y no reprimió sus ansias de estrujarlos con la mano que le quedaba libre.

Ella volvió la cabeza y dijo: – Perdona… -, pero él le cortó: – Yo he cerrado la puerta. – y la besó apasionada y largamentemente en la boca.

Cuando detuvieron el beso para tomar aire, él dijo: – Vamos a la cama-.

Ella se echó sobre la cama bocarriba, sin pensar en nada preconcebido, la distracción de la puerta la había aturdido por un momento. Justo el que él tardó en saltar de rodillas sobre el colchón, poner el cuerpo de Eva de perfil, levantarle una pierna, colocársela sobre el hombro y con un certero envite meter toda su polla en su vagina.

Eva soltó un grito, ahogado por la exclamación de gusto de Carlos, que empezó con el ajetreo: iba sacando la polla completamente a cada envite.

Estaba más grande que nunca, y más que morada… oscura.

Eva estaba tan mojada y tan abierta que hubiera admitido una botella de CocaCola de 2 litros por consolador.

En su lugar y entre envites Carlos paseaba su pulgar por su clítoris, empapándolo para volver a seducir su trasero.

Pocos instantes bastaron para que ella tuviera de nuevo el pulgar de Carlos hurgando en sus entrañas por vía rectal, entrando y saliendo, queriendo a cada nuevo aliento llegar más lejos, más a fondo.

Con la otra mano Carlos iba masajeando las preciosas, firmes y suaves tetas de Eva, hasta el momento censuradas, usando de vez en cuando sus pezones como el volúmen de la radio.

Estuvieron así unos minutos, abandonados al ritmo, cruzando miradas entre observadoras, acusadoras, interrogativas y cómplices, cerrando los ojos y volviendo a agradecerse con la mirada el momento del que disfrutaban.

Cuando parecía que los aullidos que ella casi sollozaba se iban agudizando, como para prever que iba a terminar, él bajó el ritmo por unos instantes y luego la desmontó… justo en el momento en que ella suspiró sonoramente.

– Me he retirado pronto. Creía que tardaría un poco más.- pensó Carlos. – Acaba de correrse… y yo estaba fuera -.

Se incorporó al pié de la cama. La corbata le colgaba de una oreja.

Ella había quedado tendida boca abajo sobre la cama, ojos cerrados, respiración sonora, con la pierna encogida y mostrando su peludita entrepierna, colmada por un hinchado y brillante coño, latiendo como un rosado corazón abierto.

Era evidente que ella acababa de terminar: los pelos del pubis goteaban sobre la sábana.

Mientras observaba el panorama iba cavilando la siguiente pose.

La media roja colgando de su trasero sugería la imagen de una conejita PlayBoy.

– ¿ Has terminado ? -. Balbuceó ella.

Sin respuesta.

La cama era de madera maciza.

El lomo del pié de la cama era algo grueso, de cantos redondeados y quedaba a la altura del colchón, aunque en la parte central describía un arco que elevaba un poco la altura media.

En dos zancadas se acercó al baño y al instante volvió con una toalla plegada.

Ella seguía en babia.

Puso la toalla sobre el lomo de la cama.

Agarró a Eva por los tobillos y la arrastró, tirando éstos, hasta que sus rodillas cayeron por el pié de cama quedando su vientre y pechos sobre la sábana y sus caderas sobre el lomo de madera.

Él se retiró un paso. Ahora, con el colchón algo hundido por el peso del cuerpo, su culo se levantaba respingón: espléndida oferta.

Tenía los brazos abiertos sobre el lecho, la cabeza descansaba sobre un costado y podía leerse una sonrisa estúpida en sus labios, sus piernas colgaban al pié de la cama sin que sus rodillas llegaran a apoyarse, pero mantenía la punta de sus zapatos de tacón sobre el suelo.

Carlos pensó que poco rato en esa posición y le dolerían las caderas, así que fué a por una segunda toalla, la dobló bien y la dejó junto a sí para situarla más tarde.

Le pareció que ella no había hecho esfuerzo alguno para adivinar sus intenciones y pensó en castigarla.

Eva seguía saboreando su recién celebrado orgasmo, así que él se arrodilló ante sus nalgas y empezó a acariciarlas y besarlas.

Ella volvió de su éxtasis para acompañar sus caricias con gemidos que iba alargando según el repaso que Carlos daba a su piel, hasta que nuevamente se abandonó al goce de sus sentidos: ya no se esforzaba ni para gemir.

Carlos trató de que pareciera el inicio de una sesión de masaje sobre su espalda, columna, riñones y nalgas, sin olvidar pasar suave pero asíncronamente por su coño.

Durante el ejercicio de relajación aprovechó para levantarle las caderas y colocar la segunda toalla debajo.

Terminó con el masaje: introdujo los dedos en su vagina para aprovisionarse de lubricante natural. Parecía mayonesa blanca.

Se untó un par de veces el glande de su aún dura y ahora ya casi negra polla, se levantó tras su víctima aún tendida en su trance, y poniendo una pierna sobre la cama apuntó a su ano.

Contó hasta cinco: meñique, anular, índice, corazón y pulgar… fueron los números.

El sexto empezó postulándose con buenas artes, pero necesitó de la ayuda de dos números cinco en los flancos para convencer al portero. Solo un instante antes ella adivinó sus intenciones.

– ¡¡Burra!! – pensó – ¡¡¿Que no te enteras?!! – Tensó los ojos como platos. Probablemente hubiera tenido tiempo de reaccionar, pero se sentía totalmente entregada, aletargada por su último orgasmo, el único en mucho tiempo, y su mente no estaba lo que se dice ágil…

!!! …y llegó el obús. A ella se lo pareció !!!

Gritó. Un aullido corto y seco… con la A y sin H. De los que se oyen en la habitación contigua. Sus manos se cerraron sobre la sábana. Carlos se detuvo. Miró su miembro y concluyó que había conseguido meter la mitad.

– Me he pasao. – pensó – Yo no soy muy ducho en esto del griego, y claro… Hay que ir más despacio – se dijo mientras se miraba la polla, como si se lo contara. Se inclinó a un lado para ver la cara de Eva, tratando de no moverse. Observó como lentamente las pronunciadas arrugas de alrededor de sus apretados ojos se iban deshaciendo.

Cuando el terso cutis de sus mejillas y párpados fue asomando, Carlos se tranquilizó, se movió suavemente, sin empujar, acompañándola, solo para recordarle que estaba allí, dentro de su culo, y volvió a buscar su mirada. Ahora había abierto los ojos: los tenía en blanco.

Carlos tomo posición sobre su posesión y empezó a cabalgar lentamente. Él también miraba hacia atrás pero sin girarse.

Estuvieron así varios minutos: al paso, con algún conato de trote.

Eva ya no agudizaba: ahora resoplaba como una vieja yegua. Mantenía la boca abierta, para respirar mejor, y porque le parecía que en algún momento iba a asomar un capullo por ella.

Carlos estaba absolutamente concentrado en sostener las caderas de Eva para que no se le escaparan, apretándolas contra la cama y trataba de reprimir unos secos sonidos ventriloculares, a cada movimiento pendular.

Ella había vuelto a este mundo pero estaba para irse de nuevo.

Regresó bruscamente soltando un nuevo berrido cuando Carlos se decidió a terminar de empujar su verga hasta el fondo. Ahora ella abrió los ojos asustados: ¡¿Pero aún no estaba toda dentro?!…

No llegó a cerrarlos porque quedó atónita: la imagen que se proyectaba sobre el cristal del balcón cerrado, actuando de espejo, le pareció fantasmagórica primero… y excitante después.

Podía contemplar el perfil de sus cuerpos, ella echada en la cama con el trasero levantado y las piernas colgando aunque llegaban al suelo.

Él, detrás y sobre ella, en cuclillas sobre el pié de cama y algo inclinado hacia adelante, pasaba el antebrazo por debajo del bajovientre de ella y la levantaba levemente para mejorar su ángulo de penetración para variarlo entre envites.

Para no caerse Carlos se agarraba con una mano a la lámpara de araña que colgaba del techo.

El extremo de la media colgando detrás de él, la corbata roja bailando, su brazo inmovilizado, agarrado a la lámpara para mantener el equilibrio…

Eva pensó mientras malcontemplaba la escena en el improvisado espejo del balcón:

– Le faltan un par de pequeños cuernecitos y un tridente en lugar de la lámpara y juraría que el mismísimo diablo vino a domarme como a una potra salvaje, y no contento con doblegarme me está partiendo el culo. -.

Podía ver el perfil de parte de la polla de Carlos entrar y salir acompasadamente de su ano.

Tratando de mejorar la visión se agarró las nalgas con las dos manos y las separó para abrirle camino: ahora podía ver mayor recorrido de la verga incisiva y le gustaba especialmente cuando él la retiraba antes del siguiente empuje.

En la retracción de él, ella sentía perfectamente como el prepucio de su polla se arrastraba por las paredes de su redondo agujerito, repartiendo placer a su paso.

Cuando ésta volvía hacia adentro y al detenerse, Eva abría instintivamente la boca para soltar aliento, le llegaba del alma.

Nunca antes se le ocurrió que tenía el alma tan cerca del ombligo.

Se hizo un retrato mental de la imagen y cerró los ojos para abandonarse al placer que le proporcionaba su amado Belcebú.

– Boahgrrerme!! -. Carlos entendió perfectamente que Eva iba a correrse. Nunca mejor compinchados, ambos trataron de callar puesto que de soltarse les hubieran oído hasta los vecinos de enfrente. Terminaron al unísono tras una salvaje escalada de ritmo en pos de sincronizar sus orgamos, pero en el mayor de los silencios que pudieron escenificar. Si hubieran grabado la escena, la banda de audio habría parecido sacada de un combate de judo entre dos mundos.

Carlos terminó tendido en el suelo, suplicando que le soltara el maldito nudo, antes de que tuviera que tirar la media y todo lo que sujetaba, aunque en realidad ahora ya no le apretaba tanto.

Eva aún arrodillada contra la cama, rebosaba semen por su ano y brillo por sus ojos.

Se arrastró hasta él para soltarle el miembro, ya venido a menos, que en 10 segundos tomó un color ostensiblemente más sano.

– ¡¡Creía que no terminaría nunca!! – dijo Carlos. – ¡¡Y con este nudo !!

Aún con la respiración profunda, desbocada, clásica de un cansancio más propio del final de la Maratón que de un buen polvo, ella contestó:

– Mira guapo. Que te atara la minina tiene que ver con que tu pellejín no puede moverse adelante y atrás, que es el movimiento clásico que provoca que te excites antes de eyacular. Si, por decirlo de alguna forma, no permito que te «masturbes» con mi coño, tu orgasmo tiene que llegar de otra forma: por ejemplo, por lo que yo sea capaz de hacerte sentir, más en tu cerebro que en tu polla. Te cuesta más llegar… o no llegas, y yo disfruto de tu prepucio desnudo restregándose sin protección… y viéndote sufrir.

– Muy… .bonito…. ¡¡¡ ¿Y a mí?… que me zurzan !!! …¿No ? -. logró contestar él.

– No hombre nooooo. Pero te mandaré un e-mail contándote como me ha quedado el cuerpo… y la factura de una media de seda.