Carol, una alumna muy especial
Caroline pertenecía a la alta burguesía británica, era la hija de un prestigioso abogado de la ciudad de Londres.
Vivían de forma lujosa en un ático de una zona residencial de la ciudad. Ahora tiene 18 años y es una muchacha caprichosa y desorientada, ya ha superado la adolescencia, al menos en lo que a su físico se refiere, porque su cuerpo ha completado su total desarrollo.
Es una inglesa típica, de piel muy clara, la cara pecosa, nariz respingona.
Los ojos azules, grandes, quizás demasiado pero sin que consigan aclarar su agraciada cara, sino dotarla de carácter. Tiene unos labios gruesos y sonrosados.
Le gusta mucho maquillarse, pero sólo lo puede hacer en ciertas ocasiones, sus padres no son demasiado tolerantes y casi todo lo que hace, mejor dicho, lo que le gustaría hacer les parece escandaloso.
Es alta y esbelta y tiene unos pechos grandes, usa la talla 95, a veces se siente acomplejada, como hace un año, cuando ya había alcanzado ese volumen y era la chica con los mayores senos de su clase, pero últimamente se ha dado cuenta que eso excita a los chicos, bueno, no sólo a los chicos, en ocasiones ve como hombres, jóvenes y maduros se fijan en sus tetas (es evidente, se quedan mirándolo) y se siente segura, se siente deseada, se siente muy mujer.
Es lo que se dice una chica muy mona y caprichosa, porque su cuerpo no está en concordancia con su madurez mental.
Ya ha tenido sus primeros escarceos con chicos, besos robados en la oscuridad de una discoteca, magreos y sobeteos en situaciones parecidas y algún orgasmo producido por los hábiles dedos de algún muchacho más avanzado o por ella misma.
Así es, hasta ahora ella es la artífice de su mayor placer, lleva ya años dándose gusto y cada vez le gusta más.
Es una lástima, pero sus padres no la dejan salir apenas y ella está ansiosa por probar todo aquello que imagina.
La vez que se la chupó a aquel amigo en el coche le encantó, le gustó sentir aquel trozo de carne caliente y palpitante en su boquita, lamer el capullo del muchacho, tocar sus cojones con sus manos, incluso se los pellizcó con sus uñas, se dio cuenta del dominio que había sido capaz de ejercer sobre el chico, con el movimiento de su lengua, la presión de sus manos, el tacto de sus labios de coral.
Y él estaba tocándola mientras tanto, introducía un dedo en su entrepierna mojada, no era muy hábil, pero el roce con su clítoris y la morbosa situación, una calle oscura, cerca de los clubs de moda de Londres, en un coche, a altas horas de la noche, la estaba excitando, así que notó que aquel falo era cada vez más grande y se movía golpeando su paladar.
Se puso nerviosa, temía atragantarse y el muchacho jadeaba y la frotaba cada vez con más fuerza, casi le hacía daño.
Se dio cuenta que él se iba a correr, le dio miedo y un poco de asco e intentó apartarse, pero la mano libre del chico se lo impidió, apretó su cabeza y se la clavó contra su polla, mientras el semen brotaba, manaba a borbotones y se le escapaba por la comisura de los labios, corriendo los restos de su maltrecho carmín.
Aquello la volvió loca, notó cómo el gesto dominante del muchacho, impidiendo sacar el falo de su boca, hizo surgir de su interior una corriente caliente, una marea de placer que se desbordó entre sus piernas a la vez que el semen inundaba su boca, el líquido salado, casi atragantándola y los dedos, aquellos dedos torpes, complementaban el resto.
Se corrió, sí, se corrió como nunca lo había hecho y siguió prolongando su placer todavía por unos instantes, después de que el muchacho acabará y ella misma se siguiera acariciando su clítoris.
Había sido su experiencia más completa e intensa y estaba deseando ir más allá, le encantaba lo que iba conociendo del sexo.
Pero no tenía muchas oportunidades, sus padres eran muy estrictos y ella conflictiva y maleducada en ocasiones, lo que hacía que estuviera castigada muy a menudo.
Además Caroline había suspendido este verano, sólo una, las malditas matemáticas y estaba a punto de no ser admitida en el prestigioso colegio que le esperaba para el próximo curso. Sólo las influencias de su padre habían impedido que ya hubiera sido rezada, así que habían decidido tomar medidas, aquel verano no habría vacaciones, sólo podría salir dos o tres veces por semana para hacer deporte, o dar un paseo, ir al cine… con alguna de sus amigas, siempre volviendo a casa muy temprano y estando localizable a todas horas con aquel maldito teléfono móvil, regalo envenenado del cumpleaños del año pasado.
Y para completar la escena el profesor McAdie, un estricto hombre de unos treinta y tantos años que sus padres habían contratado para dos horas diarias todo el verano, Le habían dicho que no sólo necesitaba clases de matemáticas, sino modales y buena educación y que le daban luz verde para que aplicara los métodos necesarios.
Los padres de Caroline eran unos reaccionarios y aprobaban los castigos corporales, recientemente eliminados de la escuela británica tradicional.
Así de claro se lo explicó el padre de Caroline y él mismo exhortó al profesor McAdie a emplear la dureza que estimara necesaria sin escatimar los castigos necesarios.
McAdie era un tipo elegante, llegó el primer día con un traje oscuro, corbata de seda color Burdeos y camisa blanca.
Habló con Caroline y le expuso el plan de trabajo, ejercicios diarios y castigos severos en caso de no realizarlos.
Quiso dejar claro que contaba con la aprobación de su padre para castigarla con la dureza necesaria, incluso castigos corporales si lo estimaba oportuno.
Tras la primera clase, una breve explicación y la tarea para el próximo día, McAdie se despidió.
Caroline se había sentido morbosamente atraída por él, un hombre maduro para la edad de la chiquilla, pero a la vez atractivo, de facciones vigorosas y varoniles, moreno, con el pelo muy negro, surcado por algunas canas, unos labios gruesos, carnosos y bien formados y aquellos ojos de mirada penetrante.
Sus manos eran estilizadas, con dedos largos y que se movían de manera precisa, surcados por venas que le daban un aspecto fibroso, de deportista, como corroboraban su delgadez y sus anchas espaldas.
Su vestimenta seria y elegante completaban su atractivo.
Todo ello había puesto algo nerviosa a Caroline cuando el Sr McAdie se presentó en la casa al día siguiente.
Se había vestido con el uniforme, una camisa blanca, con un botón desabrochado de más, la faldita plisada gris por la rodilla y medias blancas con los mocasines planos de color negro.
Llevaba el pelo recogido en una coleta.
La ropa de McAdie era la misma que le había gustado el día anterior. Lo primero que hizo fue pedirle los ejercicios y ella contestó:
– Lo siento, no pude hacerlos.
– ¿Tiene alguna justificación para ello? – Contestó McAdie con tono severo.
– No señor, no tuve ganas de hacerlos – contestó ella con descaro. Esto enfureció a McAdie que sin embargo no dio muestras de ello, mientras pensaba para sí: «Te vas a enterar, mocosa».
– Srta Caroline, apóyese en aquella silla, su vientre sobre el asiento
– Pe…pe…pero – Balbuceó ella.
– ¡Haga lo que le ordeno! – Rugió la voz del hombre.
Ella se recostó en la silla, sus nalgas quedaban hacia arriba, por encima del asiento y su cuerpo colgaba hacia delante, con las piernas cayendo por detrás.
Se estaba poniendo nerviosa, pero a la vez una extraña excitación recorría su cuerpo, se sentía turbada.
McAdie se levantó y sacó de su maletín una regla de madera.
Ella vio cómo sus manos, firmes, la empuñaban, marcándose las venas, le volvieron a gustar aquellas manos en las que ya se había fijado a pesar de que no presagiaban nada bueno para ella, quizás eso fue lo que empezó a excitarla.
Él se acercó a ella y levantó su falda.
Sus nalgas, tapadas por una braguita blanca quedaron al aire.
El castigo comenzó.
Golpeó sus nalgas con severidad firme, varias veces, sin dudar, pero sin ensañarse.
Ella notaba que se excitaba y miraba de reojo la entrepierna del hombre, creía ver cómo se abultaba tras el pantalón, ¿o era sólo su imaginación? El golpe de la madera en sus nalgas hacía que se humedeciera su sexo, junto con la voz firme del hombre contando:
– ¡Cinco!
Le dio 10 azotes tras lo cual le dijo:
– Incorpórese y sigamos con la clase.
Ella se levantó, excitada, sentía la humedad de su sexo, aquella situación de dominio le había producido una excitación morbosa desconocida, era parecido a cuando notó las manos del muchacho apretar su cabeza contra su glande para engullir su semen, aquello le provocó el orgasmo, ahora su excitación era parecida. Se sentía turbada y de manera sumisa pidió al Sr McAdie:
– Podría ir al baño, por favor.
– Sí, pero vuelva lo antes posible.
Caroline se sentó en el inodoro, se levantó la faldita y se bajó las bragas.
Comenzó a acariciar su clítoris, notaba su sexo empapado, estaba más excitada que nunca, comenzó a imaginar y se dejó llevar por su mente calenturienta:
«…¿Señorita, hoy tampoco ha hecho los deberes? – Preguntó MaAdie enojado.
– No Sr McAdie, no me dio la gana.
– Bien ya sabes lo que te espera, de momento colócate sobre la silla. Luego hablaré con tus padres.
Se acercó a ella, tendida e indefensa como estaba y vio acercarse regla en mano al profesor. Éste levantó su falda y vio su trasero desnudo, inicialmente se quedó cortado, pero dijo con ironía:
– Vaya, tampoco le da la gana de llevar braguitas, no crea que esto le va a librar del castigo
– Pero no se quedó en la misma posición, sino que giró hasta situarse al otro lado de la silla, con la espalda de la muchacha rozando sus piernas. La cercanía del hombre excitó aún más a Caroline que notó cómo caía la regla sobre su trasero y se iba humedeciendo todavía más. Deseaba algo más que aquellos golpes que tanto le calentaban, así que alzó sus manos atrevida, ya fuera de la realidad, y comenzó a sobar la entrepierna de su profesor por encima del pantalón. Este quedó inmóvil, su primera reacción fue dejar de golpearla, pero Caroline gimió:
– Huuuuummmm, no pare Sr McAdie, me pone muy caliente. Él la golpeó de nuevo, pero ahora más suavemente, como recreándose en ello. Le pasó la mano por las nalgas, rozando su sexo que notó muy húmedo. Era un coño con poco pelo, no estaba afeitado, por supuesto, pero sí poco poblado. La muchacha gimió, se excitó aún más y abrió la bragueta, comenzó a palpar aquella polla, que delataba la excitación del hombre. La sacó, pero aún no podía verla, por lo que levantó su cabeza, echó su melena hacia atrás y allí la tenía, era un bonito pene. Con la mano tiró hacia atrás de la piel que cubría un sonrosado glande, brillante y un poco húmedo. Le encantó verlo tan cerca, un pene de hombre, hecho y derecho, a la luz del día y en su propia casa, allí mismo, delante de su cara, parecía estar diciéndole cómeme. Y eso fue precisamente lo que hizo, comérselo. Se lo metió en la boca con ansia y glotonería, tanta que McAdie exhaló un suspiro de placer y gimiendo dijo entre dientes:
– Vaya, parece que no es usted tan mala alumna para ciertas cosas.
Caroline se excitó aún más al ver que al hombre le gustaba cómo se la estaba mamando.
Levantó un poco su culito, poniéndolo en pompa, como queriendo invitar al hombre a que intensificara sus caricias.
Así lo hizo, sus dedos hábiles competían con la lengua de la muchacha.
El intercambio de sensaciones placenteras era muy intenso.
Sus dedos pellizcando su clítoris, frotando sus labios vaginales y jugueteando con el agujero de su ano.
Empezó a dedicarse a su ojete, llenó sus dedos de saliva y empezó a estimularlo haciendo círculos a su alrededor.
La muchacha dejaba escapar gemidos de su boca llena y su lengua lamía con ansia todo el capullo, de arriba abajo, con una mano sujetando aquel tronco poderoso y la otra sumergida en el interior de los calzoncillos, palpando, sopesando, sobando aquellos poderosos huevos llenos de leche caliente. McAdie dijo lo que estaba deseando oír, sonó su voz firme y potente.
– Señorita Caroline, la voy a penetrar, su boca ha hecho un trabajo excelente y es hora de pasar a otro de sus orificios.
– Pero, pero señor, aún soy virgen, ¿no cree usted que debo seguir así?
– Por supuesto, bonita, no pensaba sino penetrar tu culito, así tu primera penetración vaginal, cuando te llegue, será aún más placentera.
Ella se sintió excitadísima ante la idea de ser penetrada analmente, además confiaba en el hombre. Le suponía experto y sabedor de penetrarla con el mínimo dolor y máximo placer, así que intentó relajarse y disfrutar a tope de la situación.
Notó que su ano se mojaba, supuso que era la saliva del profesor y mientras un dedo le frotaba el agujerito, una lengua, (la de McAdie, situado detrás de ella) lamía su entrepierna ¡QUÉ GUSTAZO! ¡SE ESTABA DERRITIENDO DE PLACER! Notó el pene, duro, gordo, del hombre acercarse a su culito, mientras los dedos no dejaban de estimular la flor de su placer.
Aquel rabo grueso presionaba su entrada y notaba cómo la iba abriendo, avanzando poco a poco por su estrecho ano.
Le dolía, pero le excitaba y además sus dedos expertos le frotaban su sexo con maestría lo que contrarrestaba aquella sensación de dolor placentero o placer doloroso.
Volvió a sentir la difusa frontera que separa el dolor del placer y se asió a las patas de la silla para dejarse envolver por aquella ola de sensaciones nuevas que la invadían.
Ya estaba totalmente dentro de ella, podía notar aquel hermoso falo en su interior, golpeando los huevos entre su culo y su coñito, tan bien sobado que se sentía derretir de placer de un momento a otro.
Así se estaba derritiendo de gusto, mientras su culito era penetrado, una mano de McAdie acariciaba su sexo, desde el clítoris hasta la parte más cercana a aquel rabo que entraba y salía de su culo, con la otra mano le acariciaba las tetas, metiéndole mano entre la blusa por debajo del sujetador, pellizcando sus pezones. Se sentía morir de gusto y comenzó a gritar:
– Más fuerte, señor, siga, me está matando de placer – Mientras se corría en un orgasmo largo e intenso, notaba cómo ardía su interior y toda ella se estremeció, el placer manaba de su sexo y en la locura del orgasmo sintió el pene de McAdie escurrirse por el culo y un líquido caliente le golpeó en la espalda: «sin duda se ha corrido, no pudo aguantar más», pensó y eso la hizo sentirse toda una mujer y hacer que su orgasmo fuera más intenso si cabe…»
Caroline se sintió sobresaltada, aquel grito la había sacado de su ensimismamiento:
– Señorita, ¿se encuentra bien? El señor McAdie me ha hecho ir a buscarla, lleva 20 minutos en el baño.
Era Madeleine, el ama de llaves. Caroline salió de su ensoñamiento, allí se hallaba, sentada en el inodoro, sin bragas y con los dedos empapados por sus flujos. Se encontraba feliz, acababa de tener el mejor orgasmo de su vida y sólo acertó a contestar:
– Ahora mismo salgo, estoy perfectamente.
Bueno, había que regresar a las lecciones. «Después de todo igual no era tan malo aquello de las clases con el señor profesor» Pensó mientras se subía las bragas y se arreglaba dispuesta a salir como si nada hubiera pasado.
Continuará…