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Arrodillada I

Arrodillada I

Habíamos discutido.

Hasta me dolía la cabeza de los gritos que había pegado, y él, como es su costumbre, no contesta, prefiere enfurecerme con su parsimonia, fingida o real. Serios y callados nos dirigimos juntos a la puerta del departamento para salir.

De pronto, frente a la puerta, sin razón, nos estrechamos en un abrazo frenético, en un beso enloquecido.

Su lengua y la mía se destrozaban, nuestras bocas se devoraban y mis pechos se apretaban a su cuerpo mientras podía sentir lo dura que se le estaba poniendo la pija.

Y no aguanté.

No aguante más y ahí junto a la puerta, como en un delirio místico caí de rodillas ante mi dios, baje el cierre de su bragueta y extraí de ella mi preciado trozo de carne, todavía semi-erecto.

Me metí esa hermosa pija en la boca, presa de una lujuria exorbitante la chupe desesperada, con la lengua la recorría, la metía toda en mi boca hasta el fondo, me demoraba en la cabeza lamiéndola y apresándola con los labios para hacerlo gozar bien.

Cada vez se ponía más y más dura, podía sentirlo, podía palparlo, mi concha chorreaba de ganas de coger.

Y de pronto, él me apartó; dude medio segundo hasta que advertí que lo hacía para bajar su ropa y sacar todo su aparato por encima del elástico para facilitar mi tarea, y mostrármelo bien en plenitud.

Entonces hizo y dijo algo que aún me vuelve loca, que en este momento me calienta como cada vez que lo recuerdo: tomó todo el pedazo con su mano derecha, y al tiempo que empezaba a masturbarse, me ordenó, con un hilo de voz, perdido en el placer: “..los huevos…”

Y entendí al instante la orden de mi dios.

Mientras se hacía una paja bestial, lamí y chupe esos huevos hermosos y calientes, como una desesperada, estaba posesa, me calentaba como nunca en la vida chupar unos buenos huevos, peludos y bien duros.

Así seguí un rato largo, hasta que volví a chuparle la cabeza de la pija otra vez mientras él se seguía dando, yo estaba recaliente y el gemía, sintiendo mi lengua en su agujerito, en su glande, mis labios y el calor de mi boca en la puntita.

Yo deseaba que soltase la pija para que me la pudiera meter toda adentro de la boca, y mi deseo se realizó sin demora: con un gemido ahogado, de un golpe me la metió toda y pude sentir en mí toda la dimensión de esa poronga fantástica, durísima, esos 20 centímetros de carne espléndida curtida por mi cuerpo tras tantas cogidas.

Me devoraba esa verga a un ritmo enloquecido, y de pronto empecé a sentirla mucho más dura, algo que creí imposible, hasta que sentí la cabeza en el fondo de mi boca y al mismo tiempo un terrible chorro de leche caliente que pegaba en mi garganta, y más y más leche que me trague integra, mientras escuchaba sus gemidos desgarradores, los gritos que mi macho satisfecho prefería ahí arriba, desahogado, habiendo usado a esta puta para echarle todo su esperma, allí, donde debe estar, ante él arrodillada.

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