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Angel de la guarda II

Angel de la guarda II

Por mi condición de hombre casado y el hecho de que en la ciudad vivían varios familiares de mi esposa, mi relación con Silvia se limitaba a los fines de semana; tal y como había sucedido hasta nuestra primera fusión, pero a pesar de eso; entre nosotros se estableció una relación sentimental muy fuerte y hasta me atrevería a decir que honesta. Cuando digo que era honesta, me refiero a que nunca se me cruzó por la cabeza divorciarme de mi esposa para formalizar mi relación de pareja con Silvia y por otra parte; siempre quedó claro que Silvia era libre de dar por terminada nuestra relación el día que ella quisiera para aceptar un novio y rehacer su vida.

Quizás por eso nuestros fines de semana eran vividos a plenitud y no eran exclusivamente contactos sexuales; nos divertíamos en discotecas, restaurantes, paseábamos y por supuesto también teníamos relaciones sexuales; pero como parte componente de nuestra relación. Eso sí, cada encuentro sexual entre nosotros podría valer por sí solo un relato, claro que resultaría cansador tanto mete y saca, por lo que me limitaré a describir los momentos más deliciosos, para mi gusto; que Silvia y yo disfrutamos durante el tiempo que estuvimos juntos.

A mí me enloquecía la sensualidad natural de Silvita y aunque me costó mucho trabajo convencerla, logré la fantasía de que ella me diera sesiones fotográficas con fina lencería, por supuesto; con la firme promesa de que nunca publicaría sus fotos ni las vería otra persona que no fuera ella o yo. De tal suerte, compré un equipo completo para dedicarme a mi hobbie con Silvita y ahora guardo todo un arsenal fotográfico que me deleita hasta la saciedad.

La primera sesión fotográfica fue la mejor de todas las que tuvimos con ella, se vistió de secretaria anticuada con un par de lentes gruesos y un vestido con botones desde su cuello hasta la falda que cubría casi por completo su cuerpo, el pelo recogido en un moño con un lápiz incrustado en su cabello a la altura de su oreja izquierda y se sentó en el escritorio de mi PC en el estudio. Comencé a disparar la cámara y ella dio inicio a la sesión girándose frente a mí, miró fijamente al objetivo y entreabrió los labios; todo su rostro irradiaba lujuria pura, luego se despojó con sutileza de sus lentes y con desdén los tiró hacia la mesa de dibujo dejando extendido su brazo, luego volvió a fijar su mirada en el objetivo y abrió los labios con parsimonia; parecía una modelo profesional (si a mí me cabe decirlo).

La inspiración fue invadiéndola y vi cómo manteniendo un brazo estirado, con el otro sacó el lápiz que se encontraba en su cabello recogido y con sensualidad lo pasó por sus entreabiertos labios, lo deslizó con suavidad delineando el camino entre sus deliciosos pechos hasta dejarlo caer al suelo y luego con ambas manos procedió a liberar su sedoso cabello, el cual cayó en su espalda como una catarata de deseo. Giró su cabeza a un lado y luego al otro para que su pelo bailara al compás de su movimiento hasta que parte de él quedó cubriendo la mitad de su rostro y el ojo que quedó al descubierto fue subiendo por mi cuerpo hasta posarse de nuevo sobre el objetivo de la cámara, en ese momento reparé en su exquisita ceja que de por sí me volvía loco y ahora la adornaba con delicadeza.

Yo por mi parte disfrutaba a plenitud de mi fantasía hecha realidad y mi herramienta lo constataba, mientras Silvia ahora desabrochaba lentamente los botones de su largo vestido y poco a poco fue descubriendo ese moreno cuerpo que me sacaba de quicio y lentamente se acercó hacia mí, lo que me obligó a dar unos pasos hacia atrás para poder tomar las fotos de cuerpo entero y ella al ver que me alejaba, dio un salto para alcanzarme y tomarme directamente de mi endurecido miembro, largó una carcajada y yo le reproché su actitud, le pedí seguir modelando.

Volvió al interrumpido modelaje y su vestido ya había sido desabotonado por completo, tomó una orilla con cada mano y ladeó un poco su cuerpo, sincronizadamente abrió de golpe el vestido y con firmeza abrió sus piernas para dejar delante de mí una imagen que quedó grabada en mi memoria y en mi cámara a la vez, la deliciosa lencería quedó al descubierto y mi preciosa Silvia era adornada por ella, luego levantó la vista hacia el techo e hizo que el vestido se deslizara por su espalda hasta despojarse completamente de él, yo ya reventaba de ganas de mi Silvita.

Inmediatamente comenzó a acariciar su cuerpo pasando sus manos por cada parte de él, deteniéndose mayor tiempo en sus pechos y en sus piernas, luego se volteó de espaldas hacia mí y descendió el tórax hasta tomar sus tobillos con las manos y su delicioso trasero parecía querer comerse el delgado hilo trasero del bikini, no aguanté más y mi picha largó una primer descarga de abundante esperma; con la sola utilización de la vista terminé empapando el short.

Silvia no se percató de mi estado y continuaba la sesión, parece que le había tomado el gusto a la cosa; yo aproveché para pedirle que se trasladara al dormitorio mientras cambiaba de rollo y ella obedientemente caminó hacia el lugar sin olvidar su papel de modelo, sus pasos eran rítmicos y al pasar cerca de mí aprovechó para palpar mi pilote y fue allí cuando se dio cuenta que había terminado como un gilipollas (creo que así podría llamárseme), la carcajada no se dejó esperar y yo me sentí mal, pero en esta ocasión ella me abrazó cariñosamente y me besó; creo que le gustaba mucho saber que me excitaba sobremanera y me confesó sentirse halagada.

Pasado el incidente y ya en el dormitorio, continuamos con la sesión y la inspiración de Silvita se hizo evidente, creo que también hubo excitación de su parte; dando pasos largos se acercó hasta la cama y subió en ella y ahora la panorámica de su cuerpo era espectacular, parada en el lecho y con los tacones aguijoneando el colchón se veía imponente. Deslizó un tirante del sostén para semidescubrir un seno y la naciente de su aureola parecía guiñarme un ojo coquetamente, ya estaba empalmándome de nuevo; liberó las medias de los tirantes del portaligas y con suavidad comenzó a despojarse de ellas, se hincó en la cama y daba caricias a sus piernas y caderas, estiró el elástico de su bikini y me mostró parte de su sensualmente depilada conchita y fue allí el acabóse, me lancé sobre Silvita dejando de un lado la cámara, que dicho sea de paso casi se rompe en la primera sesión; y me dediqué a comérmela de pies a cabeza.

Estaba recaliente y recorrí todo su cuerpo con mis labios, con vehemencia sorbí del néctar de su cueva y estrujé casi con violencia sus deliciosas tetas, la volteé de espaldas hacia mí y la humedecía completamente con mi lengua hasta no poder controlarme y fornicarla con ella por su trasero. Silvita se encontraba en un estado similar y gemía sin control, mi nabo tintileaba al compás de mi pulso y a gritos pedía ser cobijado por la hembra que me había llevado al estado en que me encontraba y el agujero más cercano era su diminuto botoncito achocalatado, sin pensarlo dos veces; aproveché la lubricación que había generado mi lengua y con sumo cariño comencé a invadir la humanidad de Silvia por la retaguardia, el ano de mi protegida me acogió sin reparo alguno y yo por mi parte estaba desquiciado de verdad, embestía con creciente fuerza y mis manos tomaban las caderas de Silvita.

En el calor de la refriega le decía a mi hembra cuánto significaba ella para mí y cuán feliz era sintiéndola a mi lado, ella respondía con similares palabras y en un instante me vi besándola con frenesí, mientras mi herramienta ahora perforaba su concha, esa concha que ya era para mí la vida y la muerte. Sus uñas se clavaban en mi espalda y al unísono lanzamos un grito al espacio que significaba el clímax, terminé inundándola de todo lo que salió por la pequeña boca de mi pene y ella con agrado lo recibía, al tiempo que sus paredes no paraban de segregar jugos.

Después de cada polvo, yo me quedaba molido y ella se aferraba a mí con fuerza para retenerme dentro de ella; su cabecita se depositaba en mi pecho y permanecíamos en silencio por largos minutos, no necesitábamos decir nada para saber lo mucho que nos queríamos y cuanto disfrutábamos el uno del otro.

Ángel de la Guarda VI – La Despedida

Silvia es una mujer sensacional y sumamente especial, tanto así que cualquier mortal puede quedar perdidamente enamorado de ella; yo no sería la excepción y esa situación me obligaba a tomar las precauciones necesarias para que nuestra relación no desembocara en un escándalo familiar, me refiero a la estabilidad de mi familia. Por otra parte, Silvia me había manifestado su intención de restablecer los nexos familiares con sus padres desde nuestro primer encuentro sexual y con regularidad lo repetía después de algún suceso memorable, quizás esperando que yo le ayudara en su objetivo; pero me las ingeniaba para no mantener una conversación larga con ella sobre el tema.

Desde la primera vez que Silvia me comentó sobre su intención de reencontrarse con sus padres, lo que llamó su “siguiente meta”; inicié una indagación sobre sus familiares y me contacté con mi suegro, quien vive en la ciudad de donde dice ser Silvia; con discreción le comenté del asunto y le consulté sobre la posibilidad de localizarlos. La tarea resultó sumamente fácil, pues mi suegro es una persona conocida y muy respetada en esa ciudad, casi de inmediato obtuve la información que necesitaba y sin que Silvia supiera nada al respecto; yo ya había establecido comunicación telefónica con su madre, la que prometió preparar el terreno para que el padre de Silvia suavizara su posición y llegado el momento; me pondría en contacto directo con él para tratar el tema principal.

Al principio deseé que el proceso tomara mucho tiempo para poder disfrutar de mi encantadora Silvia y reconozco que mi actitud era muy egoísta, pero aún así; no dilataba las cosas y ponía todo de mi parte para que la reconciliación no sufriera retraso por mi causa. Mi posición inicial cambió rotundamente desde que me percaté de que me estaba enamorando de ella, y más aún.

Después de muchas llamadas y otro tanto de cartas con la madre de Silvia, la señora logró convencer a su marido para que aceptara comunicarse conmigo y de esa manera pude contarle al señor sobre su hija, las penurias que tuvo que sufrir y lo mucho que ella los extrañaba; creo que él se enterneció después de ver las fotos de Silvia y Pablito que les envié en una carta y a partir de entonces eran bastante frecuentes las llamadas que recibía de parte del señor. Para no hacer cansadora la cosa, les diré que todo me salió a pedir de boca y mejor todavía; el exnovio de Silvia aún seguía enamorado y los padres estaban ansiosos de venir a la ciudad para reconciliarse.

Ya contando con todos los elementos necesarios para cumplir el deseo de Silvita, planifiqué todo para ir a pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo con mi familia y de esa manera dejar disponible mi apartamento para Silvia y sus visitantes, quienes llegarían para darle la sorpresa; ese sería mi regalo de navidad para mi adorada Silvita.

Llegó el día de mi viaje y los ánimos de Silvia estaban por el suelo, se veía deprimida y no había nada que la pudiera consolar al saber que se quedaría sola y que yo me viajaba; nos habíamos acoplado tanto el uno con el otro que parecíamos relámpago y trueno, fuego y hoguera o algo similar. Así que me vi obligado a adelantarle algo de la sorpresa que le había preparado y tratando de no decirle todo, le comenté que la tristeza que ahora sentía se esfumaría en cuestión de segundos dentro de unas pocas horas.

-¡Sí, como no! Va a venir Santa y … -Tal vez no Santa, pero quizás otra persona. -¿Otra persona? ¿Qué quiere decir? -En realidad es una sorpresa; mi regalo de navidad. -Y ¿me regala una persona? Jo, jo jo… -No, te la devuelvo; a decir verdad, son varias -Me encojona que hable así, ¿por qué no puede hablar como todos? -Porque no soy como todos… -Ya, OK! Pero dígame, ¿quién va a venir? -No puedo, es una sorpresa. -Entonces deme una pista.

La intriga y curiosidad se habían apoderado de Silvia y sus ojos estaban abiertos de par en par, mientras las orejas se paraban para tratar de no perder sonido alguno que surgiera de mi garganta, pero estaba claro que no le daría pistas que le permitieran adivinar sobre la llegada de sus padres y exnovio, porque aunque me pareció inadecuado que éste viniera; me fue imposible convencer a los padres que no lo trajeran para su reencuentro.

-Entonces no se hable más, seguiremos juntos. -No, ya no se va a poder. -Pero, ¿por qué? ¡Usted va a estar solo y yo me quedo acá! -No te vas a quedar, de eso estoy seguro. -O sea que ¿me esta botando? -¡No, pero no te vas a quedar! -¿Por qué esta tan seguro? -Tengo mis razones y ahora déjame que me vaya. -¿Va a volver? -Sí, voy a volver. -¿Solo o con su familia? -Ya te dije que sin mi familia. -Entonces, ¡acá lo voy a estar esperando! -¡OK! Si tú lo dices…

Me levanté del sofá y me dirigí en busca de mi maleta para el viaje, apenas había dado tres pasos cuando sentí que me abrazaba por la espalda y con tono cariñoso susurrándome al oído daba su sentencia:

-No se va a librar de mí tan fácilmente…

Sentí sus labios sobre los míos y el beso me erizaba el cuerpo, rodeé su cintura con mi brazo y le respondía a sus caricias, cada fibra de mi ser pugnaba por desistir de mi idea de devolverle la felicidad del reencuentro con sus padres y exnovio, pero por otra parte sabía que el reencuentro era ya irremediable; probablemente los padres de ella volaban hacia la gran ciudad y el exnovio también venía en busca de su amor, de mi amor, de Silvita.

-Salúdeme a su esposa y dele un beso de mi parte; de lengüita… -Ja, ja, ja… ¡OK!

Los ánimos de Silvia habían cambiado, creo que todo se combinó para sacarla del letargo en que se encontraba hasta antes de nuestra charla, la curiosidad, la posibilidad de la despedida definitiva, la incertidumbre de no saber de que se trataba la sorpresa que le había preparado, en fin; me fui y sabía que en poco tiempo se reconciliaría con sus padres y quien sabe; tal vez también se reconciliaría con su exnovio y podría rehacer su vida, comenzar una nueva vida.

Las fiestas de fin de año fueron estupendas, nunca antes disfruté tanto de la compañía de mis hijos como entonces; la pared entre mi mujer y yo se convirtió en una muralla y finalmente nos decidimos por una separación lo menos traumática posible para bien de nuestros hijos y después de unas merecidas y reconfortantes vacaciones me dispuse a retornar a la gran ciudad. Año nuevo con vida nueva, en menos de quince días me separaba de dos mujeres, con una estuve quince largos años mientras que con la otra; nueve meses, pero ambas dejaron una huella indeleble en mi vida.

Al introducir las llaves en la puerta de mi apartamento, sentí una terrible sensación de soledad pues tenía la certeza de que Silvia se había alejado de mi vida definitivamente; abrí la puerta y la vista me confirmó mis sospechas sobre el nuevo estado de mi vida, de nuevo estaba solo y esta vez no existía la posibilidad de un reencuentro con mi familia.

En el solitario apartamento sobresalía una única roja y un tanto marchita rosa, que depositada en la mesa; había sido introducida en un delicado florero. Bajo el florero se encontraban unas hojas con una escritura que inmediatamente reconocí como la letra de mi querida Silvita, y dejando mis cosas en el piso; me dispuse a leer lo que supuse sería una carta de despedida.

Tomé la rosa en mis manos e instintivamente la acerqué para deleitarme con su ya débil aroma y en mi mente apareció la imagen nítida de Silvia, me senté y di inicio a la lectura de la inevitable despedida. Obviaré contarles sobre lo que en la carta se decía por tratarse de algo sentimental y aunque a algunos les puede parecer tierno, a otros les parecerá cursi.

La verdad es que parece que puedes tocar el cielo con las manos cuando una persona a la que tú amas te dice palabras halagüeñas y eres correspondido con un sentimiento igual o mayor al que tú sientes, eso precisamente me hizo sentir la carta de despedida que Silvia había dejado para mí sobre la mesa. Repasé los párrafos que más me conmovieron de la carta que ahora guardo como el recuerdo de algo que fue y no volverá, hasta que la lectura fue interrumpida por un metálico sonido que anunciaba la invasión de mi intimidad; una llave se introducía en la cerradura de mi puerta.

La puerta se abrió lentamente y con la misma velocidad fue apareciendo la figura conocida de la mujer que durante los últimos nueve meses le había dado un giro a mi vida, se quedó parada en la puerta y apoyando su hombro en uno de los laterales me miró con una expresión, hasta entonces; desconocida para mí.

-Volvió mi Ángel de la Guarda…

No hice comentario alguno y en silencio esperaba el desarrollo de los sucesos, ella debería estar en su lugar de origen y estaba en el umbral de mi casa, ¿sería que habiéndose reconciliado con sus padres permanecería en la gran ciudad?

-Así que ¿usted cree que trayendo a mi exnovio se puede deshacer de mí?

Continué sin responder, vi cómo cerraba la puerta y se aproximaba hasta donde estaba yo sentado, me daba calificativos de “ingrato”, “mal agradecido” y similares reproches pero no hablaba nada sobre el encuentro con sus padres, ¿será que no vinieron y sólo enviaron a la persona menos indicada para el reencuentro?

-¡Ángel mío, no sabe cuánto lo he extrañado! -¿Ya no soy ingrato? -Sí, es un ingrato; pero aún así lo adoro… -¿Por ingrato? -No, ¡por ser mi Ángel de la Guarda! -¿Cómo así? -¡No se haga …! ¡Sabe a qué me refiero! -Pues a decir verdad, ni la más mínima idea -Soy la mujer mas feliz de la tierra, ¡me devolvió lo que me faltaba! -Y ¿qué es lo que te faltaba? -Mis padres, ángel de mi vida; usted me los devolvió. -O sea que vinieron, y ¿cómo estuvo la cosa? -Sí, vinieron y me contaron todo; por eso digo que usted es un ingrato. -¿Por haberlos traído? -No, ¡porque nunca me dijo nada y siempre estuvo en contacto con ellos! -Y ¿entonces? -Vinieron para llevarme… -Y supongo que te vas a ir, ¿no? -Sí, pero no sin antes despedirme de usted como se merece. -Y ¿qué tipo de despedida me merezco? -Eso lo va a saber esta semana. -¿Toda la semana? -Sí, me voy el próximo miércoles y tenemos casi diez días.

No hubo tiempo para mas palabras, se sentó en mis piernas, de frente a mí, y plantó sus labios sobre los míos para fundirnos en un apasionado beso; aún tengo una memoria rescatable y en el baúl de mis recuerdos no encuentro registro alguno de un beso más largo que el que nos unió con Silvia en ese momento. Por difícil que parezca, todo mi ser se concentró en esa pequeña área bucal y mis demás miembros parecían anestesiados, por largos minutos no sentí piernas, brazos, hasta mi pene parecía haber perdido total sensibilidad y únicamente sentía retorcerse a mis labios conjuntamente con los de Silvia, hasta que finalmente liberó mis labios; dejándome la boca con todo su contenido en un total entumecimiento.

Pasó con firmeza los brazos por mi cuello y su cabeza se apoyó sobre mi hombro, total silencio en la habitación, apenas perturbado por una pausada pero fuerte respiración, sus dedos ensortijaban mi cabello y mis manos acariciaban su espalda por encima de la tela de su vestido, el tic tac del reloj de pared estremecía la sala y después de unos instantes sentí cómo lentamente mi camisa comenzaba a humedecerse a raíz de unas lagrimas que goteaban de los tiernos ojos de la mujer que sin proponérselo me había dado y quitado más de lo que se puede dar y recibir.

Al compás de las lágrimas de Silvia, mis ojos se nublaban lentamente y un sentimiento desconocido invadió todo mi ser, no era tristeza ni alegría, ni pena ni dolor, no era pesar, era algo inexplicable que supuse era el mismo sentimiento que gobernaba a Silvia y por esa razón no interrumpí su sollozar, era como aceptar el fin de algo que habíamos vivido a plenitud y que ya no podía continuar, quizás el momento sea comparable con el indescriptible sentimiento que para un padre significa ver crecer a su hija, contemplar el final de su infancia, ver cómo se convierte de niña a mujer; sabes que otro hombre pasará a formar parte de su vida y sólo te queda un consuelo; para ti, ella será siempre tu niña; mi Silvita.

Contra viento y marea luché por evitar que mis lágrimas fueran descubiertas por Silvia, mi faena fue exitosa y mis vidriosos ojos fueron recobrando la humedad normal. Sin decir palabra, Silvia se levantó para dirigirse a la cocina tratando de que yo no viera su rostro y al cabo de largos minutos volvió hasta donde yo me encontraba.

Con los ojos aún humedecidos por tiernas lágrimas, acariciaba mis mejillas con el dorso de sus tersas manos, contemplaba cada centímetro de mi ruborizada faz y suavemente deslizaba sus labios por sobre los míos, me sentí despojado de mi voluntad y que todo mi ser pasaba a propiedad de Silvita. A semejanza de un autómata recibiendo órdenes por control remoto, alcé en brazos a mi hembra y me dirigí al dormitorio, necesitaba sorber de su néctar, palpar su cuerpo, la necesitaba a ella.

La deposité en la cama y sus brazos rodeando mi cuello me atrajeron hacia los labios que durante dos semanas y algo más había extrañado tanto, mi cuerpo se posó encima de Silvia y sentí esos deliciosos senos bajo mi pecho, la abracé con tanta fuerza que parecía querer fusionarla conmigo para que nunca se alejara, para siempre tenerla conmigo. No era conciente de lo que hacía y solamente sentía mis labios recorrer los suyos, besar sus mejillas, sus orejas, su cuello, esos lindos ojos, los hombros, quería comérmela toda y no dejar nada para nadie.

Cuatro manos se habían dedicado sincronizadamente a despojar de sus prendas a dos cuerpos envueltos en llamas de pasión, los que en cuestión de segundos quedaron completamente disponibles el uno para el otro; en la habitación solamente se escuchaba la jadeante respiración de Silvia y los sonidos que mis labios y lengua emitían al recorrer la humanidad de mi hembra, sus intimidades, todos sus rincones. Mi virilidad ya conocía muy bien el orificio anal de Silvita pero era totalmente desconocido para mi lengua, por lo que me pareció que era la ocasión propicia para darle la oportunidad de hacerlo, o de lo contrario me habría quedado la sensación de haber visitado Moscú sin haber ido a la Plaza Roja, así que con cierto recelo fuo abandonando el clítoris y comencé un deslizamiento hasta alcanzar la retaguardia femenina; ese botoncito delicioso que tantos placeres me había brindado en más de una ocasión.

Silvia se mostró gratamente sorprendida al comprender mis intenciones, pues en varias oportunidades me lo había pedido y siempre había evadido complacerla en ese aspecto, pero en ese momento eran distintas las circunstancias, era una necesidad imperiosa para mí y una delicia para ella. Elevando las piernas y ladeando el cuerpo me proporcionó una posición más cómoda, de inmediato inicié la perforación que me había propuesto y el placer de hacerlo me brindó mayor inspiración de la que yo mismo esperaba, sentir el interior de su culito con el tacto y el gusto a un tiempo, era más delicioso de lo que pude imaginar; mi lengua perforaba el ano, el pulgar de mi mano derecha penetraba la conchita mientras el índice acariciaba el clítoris y los restantes dedos se clavaban en las proximidades; la mano izquierda se encargaba de estrujar los senos y mi brazo acariciaba el sudoroso vientre, creo que fue la única vez que varias partes de mi cuerpo trabajaban en pos de un mismo objetivo.

Mi protegida estaba enloquecida y gemía sin cesar, su cuerpo se convulsionaba cómo castigado por un ataque epiléptico, aprisionaba mi cabeza con fiereza y pedía que metiera mi lengua más adentro; tarea imposible debido a la longitud de mi órgano. Una vez saciado el deseo y habiendo elevado a Silvia hasta una excitación frenética, me arrodillé en la cama para penetrar la exquisita concha y lo hice con tal vehemencia que sentía las paredes vaginales desgarrarse por dentro y las hilachas pendían de mi falo endurecido, me pareció insuficiente con la penetración vaginal y pasé mis manos por las nalgas hasta lograr encontrar el anteriormente castigado culito, introduje ambos índices en el agujerito y de inmediato sentí con ellos el rollizo macizo de carne que entraba y salía en el agujero contiguo.

Tremenda sensación nunca antes experimentada por mí, los índices penetraban el ano, mi mástil penetraba la vagina y los dedos restantes estrujaban una parada colita que era toda una delicia, Silvia no paraba de segregar jugos en tal abundancia que parecía como si fuera mi propio semen que escurría del interior de mi hembra y me sentí orgulloso de haber logrado tanto placer en ella. Las embestidas con que castigaba a mi pareja eran indescriptibles, mi excitación y los gemidos de ella estaban en su punto más alto, todo mi cuerpo estaba tensionado al máximo, Silvia se tomó de los tobillos y elevó las piernas para permitir la más profunda penetración que yo recuerde haber tenido con ella, nuestros pubis chocaban y parecían sacar chispas con cada contacto, los testículos golpeteaban en la resbalosa carne embarrada de jugos femeninos, la cama estaba empapada de ellos y mis pendientes huevos se humedecían en cada choque.

Tanta delicia no podía ser ilimitada y sentí que mi semen iniciaba su recorrido desde la fábrica hasta alcanzar su destino, cada milímetro avanzado me lastimaba como nunca antes, la descarga parecía ser mayor a la capacidad del conducto y la presión que ejercía en las paredes daba la impresión de que en vez de materia licuosa, transportaba sólidos, arena tal vez. Me vacié en ella y las fuerzas me abandonaron por completo, me desplomé pesadamente en Silvia y por primera vez sentí que el período de recuperación no daba inicio, me faltaba el oxigeno y no lograba introducirlo en la cantidad suficiente, me daba la impresión de que los jugos de Silvia se hubieran secado en mis fosas nasales y estos disminuían el área destinada al ingreso de oxigeno hacia los pulmones.

No sé cuanto tiempo tuve que esperar, quizás diez o quince minutos; hasta sentir que de nuevo la respiración se normalizaba y recién entonces pude percatarme de que Silvia estaba a mi lado y mantenía los ojos cerrados, posiblemente estaba tan agotada como yo y me dio la impresión de que se había quedado profundamente dormida, le hablé para cerciorarme y definitivamente dormía; extenuada por uno de los polvos más memorables que el baúl de mis recuerdos guarda en un lugar muy especial.

Los días pasaron volando y los aprovechamos para estar juntos el mayor tiempo posible, amándonos a toda hora y de las formas posibles, cada palabra parecía una caricia, cada caricia un polvo, cada polvo una entrega total, cada entrega, la vida misma; hasta que llegó el día de su partida, ese fatídico día que nos separó definitivamente para permitirle a Silvia iniciar una nueva vida, aunque para ser honestos deberé reconocer que tuvo razón al advertirme que no me libraría tan fácilmente de ella, siempre esta conmigo doquiera que yo vaya.

Muchos se preguntarán por qué dejé que se alejara de mí si yo la quería tanto, si la amaba cómo éste relato pretende testificar y sólo me queda responder que el amor que ella cultivó en mí, es amor puro y precisamente por eso dejé que decidiera sobre lo mejor para ella y su hijo, por que el mío es amor del bueno, amor de un Ángel de la Guarda.

¿Qué te ha parecido el relato?