Angel de la guarda I

La situación económica del país estaba muy difícil y me vi en la necesidad de trasladarme a la capital en busca de mejores oportunidades de trabajo. Soy ingeniero civil y durante varios años he trabajado como profesional independiente, no me iba tan mal que digamos; pero de un tiempo atrás las cosas desmejoraron ostensiblemente, por lo que decidí que había llegado la hora de sacrificarse un poco y buscar nuevos horizontes en otro lugar donde teóricamente las oportunidades son más y mejores.

Tuve la suerte de llegar a la gran ciudad y casi de inmediato encontrar trabajo con una remuneración aceptable para mis expectativas, además de haber establecido contacto con otros profesionales, con quienes pensaba realizar trabajos extra y aumentar los ingresos; creo que las cosas me salieron mejor de lo que las había planificado. Tres meses habían transcurrido desde mi llegada y el trabajo ya abarcaba casi el 90% de mi tiempo, apenas me quedaba una o dos horas para dedicarle a mi pasatiempo favorito: navegar por Internet y visitar lugares como el que alberga este relato y otros de similar y variada índole, pero era, ni más ni menos; lo que yo buscaba al trasladarme.

En el trayecto desde el trabajo hasta mi domicilio, casi siempre encontraba a las mismas personas; las vendedoras ambulantes, los dueños de los puestos de periódicos, la misma gente en las paradas de autobuses, por lo que me llamó mucho la atención encontrar una cara nueva y con claros signos de angustia. A su lado un pequeño de aproximadamente 4 años lloraba lastimeramente y casi sin fuerza suplicaba, a la que parecía ser su madre, por un poco de alimento, mientras la mujer sollozando trataba de explicar a su retoño algo que a ellos les es difícil de comprender; no tenía los recursos para costearle un poco de comida que mitigara su sufrimiento.

En derredor todos parecían expresar un mismo sentimiento de impotencia, la verdad es que la crisis azota sin piedad y se ensaña con los desposeídos y desamparados, no se hable de sus indefensos hijos. Es poco o nada lo que una persona común puede hacer para remediar la situación; casi con lágrimas en los ojos me acerqué a la madre del chico y sacando algo de dinero de mi bolsillo, se lo ofrecí sin interés alguno y le sugerí que se acercará a la expendedora de comida que estaba en la acera del frente y ambos mitigaran en algo el dolor que produce un estómago vacío.

La joven madre, que parecía no ser mayor a los veinticuatro años; con más vergüenza que alegría tomó el dinero y casi corriendo tomó al nene en sus brazos para comprar un poco de esperanza. Todo pasó tan rápido que la pobre no levantó la cara siquiera y vi cómo el frágil cuerpo se dirigía a la acera del frente, no oí palabras de agradecimiento, aunque tampoco las consideré necesarias; así que como boy scout al haber realizado su buena obra del día, retomé mis pasos en dirección a la casa y me dije para sí; «ojalá que mañana todos tengamos un mejor día».

Llegué al apartamento. Al entrar, un silencio arrasador hería cada centímetro de mi delgada humanidad y me obligaba a pensar en mi esposa y dos hijos que a muchos kilómetros de distancia esperaban que todo me fuera bien para en poco tiempo reunirnos nuevamente. Lo que hasta hace poco me parecía un infierno, la bulla originada por la pelea de mi hijo mayor de catorce años con el pequeño de siete, las peleas y discusiones que con mi esposa estábamos teniendo los últimos tiempos y que parecían llevar nuestro matrimonio al rompimiento; ahora eran un dulce recuerdo; hubiera sido capaz de dar lo que fuera por al menos un instante hacer sufrir mis oídos con esos deliciosos gritos y correteos; oír alguno de tantos reproches a los que mi insoportable mujer me tenía tan acostumbrado.

Instintivamente me dirigí al teléfono y llamé a mi gente para en algo atenuar el sufrimiento de estar lejos de los seres queridos y casi de inmediato pude oír la dulce y grave voz de mi pequeño vástago. Charlé con él largamente y luego el auricular paso a manos de mi primogénito para finalizar en la insoportable mujer que tengo por esposa; el alejamiento producido entre nosotros no me permitía suavizar el tono de mi voz y luchaba internamente por no decirle cuánto los extrañaba a todos, inclusive a ella; pero quién sabe cómo continuarían las cosas.

Cuando colgué el auricular, las lágrimas ya goteaban por mi barbilla y un nudo en la garganta me recordaba que este sacrificio era apenas uno de tantos a los que me había expuesto al momento de salir de la ciudad donde por largos años los cuatro habíamos estado juntos, para variar; era un viernes como cualquier otro y los locales donde se baila, toma o cena están abarrotados de bulliciosos clientes que acostumbran a visitarlos ese día para relajarse un poco de la dura semana laboral; sentí deseos de ir en busca de amigos para distraerme un poco, pero el trabajo que tenía rezagado me aconsejaba permanecer en casa y eso fue lo que hice.

Arranqué la PC y dispuse los planos de tal manera que me fuera posible encontrar los datos que necesitaba para el cálculo estructural del edificio que estaba diseñando. El timbre del apartamento sonó y me asusté, pues esa noche no esperaba a nadie; mis amigos tenían que trabajar en otros aspectos del cálculo y los familiares de mi esposa vivían demasiado lejos como para visitarme a esas horas de la noche, ni idea de quien pudiera ser.

Dejé los planos en la mesa de dibujo y me dirigí hacia la puerta para ver quien me buscaba, vi por el ojo de vidrio y no se veía un alma; abrí la puerta y tampoco encontré rastro alguno de persona pero sí percibí un aroma que en cierta forma me pareció familiar. El apartamento de al lado tenía la puerta cerrada y el ascensor no tenía signo alguno de actividad, por lo que instintivamente me dirigí hacia las escaleras y busqué con la mirada algún signo humano y por más que buscaba no encontré nada, ni hacia arriba ni hacia abajo por las escaleras se veía persona alguna que haya podido tocar el timbre para molestar a un vecino, ni chicos traviesos que acostumbran a deleitarse con el estruendo de un timbre sonoro para inmediatamente salir escapando del lugar del delito.

Al no encontrar a nadie, supuse que bien un chico o bien un grande, había decidido jugarme una bromita que en cierta forma logró que me olvidara de mis pesadumbres y confiado en esa razón me dirigí de nuevo hacia mi apartamento para reanudar la interrumpida actividad que apenas había iniciado. Ni bien acababa de cerrar la puerta tras de sí, cuando de nuevo el timbre bombardea la sala y de inmediato giré la perilla de la puerta con la intención de pillar in fraganti al bromista y la sorpresa que me llevé fue inenarrable.

En el umbral de mi apartamento se encontraba, hijo en brazos; ni más ni menos que la joven madre a la que apenas minutos atrás había socorrido en un momento de dura situación, sí; esa mujer que sollozaba a causa de no tener un peso para alimentar a su retoño. Mi expresión debió asustar tanto a la visitante que nerviosa trató de argumentar una disculpa y logré oír cómo me decía que la perdonara y se dispuso a retirarse del lugar.

El hecho de que sin conocerme apareciera en mi domicilio me sorprendió y tomándola del brazo la interrogué sobre cómo había dado conmigo y qué se le ofrecía. La respuesta era simple y es que al ver que yo le había ofrecido algún dinero sin interés y que de inmediato me alejé, comió lo más rápido que pudo y tomando a su hijo en brazos; vino tras de mí para poder dar las gracias y de paso suplicar un techo para esa fría noche; ya que el cuarto que alquilaba en la periferia había dejado de poder utilizarlo a causa de la renta atrasada y como es de suponer; la dueña lo había cedido a un inquilino más solvente.

A cambio, la joven madre ofreció pagar con trabajo doméstico al día siguiente o de la forma que a mí mejor me pareciera, inclusive con su cuerpo; ya que trabajaba de prostituta en un local de la ciudad y se apresuró a mostrarme un certificado que garantizaba que no padecía ninguna enfermedad sexual que pudiera contagiarme. La mujer suplicaba con vehemencia y su franqueza al confesar la sacrificada profesión que ejercía me dejó atónito.

La verdad es que soy muy desconfiado con los extraños, pero una situación vivida en mi época de estudios superiores ha hecho que sea solidario con los necesitados, eso en este relato no viene al caso; pero precisamente esa experiencia sufrida hizo que no pudiera negarme al pedido de mi desconocida y al tener espacio suficiente y cierta comodidad en el apartamento, acepté que la jóven ingresara a mi refugio y le aclaré que podría pasar la noche pero que al día siguiente debía buscar otro lugar y que no era necesario pagarme por el favor con ninguna clase de trabajo, ni doméstico ni sexual, que se lo ofrecía sin ningún interés.

El apartamento cuenta con lo suficiente para una familia pequeña como la mía; tres dormitorios, estudio, cocina, baño, sala y un pequeño balcón que da a la avenida principal de la ciudad. Como es de suponer, un solo dormitorio está ocupado y los demás están esperando a mi familia, por lo que conduje a Silvia (que es como dijo llamarse) y a su hijo hacia uno de los dormitorios vacíos y los doté de la ropa de cama necesaria para que pasaran la noche; la chica tomaba las prendas que le alcanzaba y su rostro reflejaba una inmensa gratitud que inconscientemente me obligó a reparar en las agradables facciones de su faz, era una mujer simpática.

El chico estaba sentado en la orilla de la cama y el sueño lo vencía de tal manera, que cabeceaba constantemente y en determinado momento casi cae al suelo, por lo que Silvia se acercó hacia el chico y lo recostó en la cama para luego preparar el lecho. Al ver la dificultad que se le presentaba a ella por el chico cansado, le dije que yo sostendría al muchacho mientras ella terminaba de arreglar la cama.

Seguramente les pareceré un aprovechado y degenerado, pero al ver cómo Silvia se inclinaba para preparar la cama, mi vista fue descubriendo que mi desconocida huésped poseía una figura femenina digna de una modelo de gran pasarela y con cada movimiento, sus atributos se me presentaban con mayor claridad y sus curvas delineaban un perfecto portento, creo que comprenderán que en cierto momento se me cruzó por la cabeza aprovechar el ofrecimiento que Silvia me hizo en un principio, pero les diré que me abstuve de esa posición y como un manotazo en la cara sentí que mi conciencia me obligaba a desistir de esa idea, la verdad es que ambos extremos luchaban por imponerse.

Por otra parte, el espectáculo que Silvia mostraba; no ayudaba en nada a la actitud de buen samaritano que me había propuesto adoptar, pues en determinado momento ella puso una de sus rodillas sobre la cama para alisar las sábanas en la orilla alejada de la cama y pude ver claramente la parte superior de sus piernas y hasta el triangulito inferior de su diminuto bikini rojo que casi de inmediato lanzó al aire un aroma que reconocí al instante y asocié con el que sentí al abrir la puerta cuando el timbre sonó por primera vez, ese mismo aroma que sentí al acercármele para ofrecerle el dinero para que ella y su hijo cenaran.

Me la imaginé tocando el timbre de mi apartamento y luego desistiendo de su intento, por vergüenza o por temor alejarse de la puerta, volver la vista hacia su hijo, verlo cansado y somnoliento sin tener un lugar a donde ir en una fría noche de finales de invierno, un frío que te cala hasta los huesos y la veo dar vuelta sobre sus pasos con más decisión y dispuesta a ofrecer su cuerpo a cambio de una noche de cobijo para su pequeño hijo, pienso en mis propios hijos y me imagino el sufrimiento de esa pobre madre.

Esos pensamientos me hicieron recapacitar y ayudaron a que el lado bueno de mi conciencia triunfara definitivamente sobre los morbosos pensamientos que en cierto momento se cruzaron por mi mente, para suerte mía Silvia terminó de preparar la cama y acomodó al pequeño en el cálido lecho para de inmediato arroparlo con las frazadas. Le dije que ella podía hacer lo mismo y que yo me retiraba al estudio para continuar con mi trabajo, que en la cocina había lo necesario para que se preparase lo que quisiera; un café, sándwich o lo que le apeteciera y que no le costaría ni un solo centavo.

Me recordó que ejercía la profesión de prostituta y que estaba acostumbrada a dormirse hasta bien entrada la noche, a veces hasta que amanecía. No supe qué responder y mi rostro dibujó una incomprensible sonrisa que con más acierto que mis palabras, logró expresar una impotencia por las cosas que los seres humanos nos vemos obligados a sufrir por azares del destino, le dije que de todas maneras, estaría en mi estudio trabajando, por si algo se le ofrecía.

Fue entonces que de sus labios salió una frase que nunca olvidaré, me tocó hasta el fondo:

-Usted es mi Ángel de la Guarda…

Me dispuse a trabajar en mi proyecto y vi cómo Silvia se sentaba en la sala a ver una película. Cuando trabajo, el tiempo pasa volando; de esa manera la noche pasó a ser madrugada y al ver el reloj, me percaté de que ya eran las 2:00, por lo que apagué mi PC y me dirigía hacia mi dormitorio y ahí recordé que tenía huéspedes.

Al salir a la sala vi que la TV seguía encendida y me acerqué hasta el sofá donde estaba Silvia, quien se había quedado profundamente dormida, por lo que me fui acercando hacia ella para decirle que se fuera a descansar a la cama. Se encontraba su cabeza apoyada en uno de los brazos del mueble, mientras su cuerpo yacía a lo largo de éste, su carita mostraba una expresión angelical y no pude resistir la tentación de admirar sus finas facciones, adornadas por unas cejas preciosas, como a mí me gustan, los brazos los había cruzado a la altura de su estómago y hacían presión sobre sus nada despreciables senos que mostraban su parte superior a través de un escote bastante provocador.

Si algo se le podía reprochar a Silvita, era que se evidenciaba un exceso de maquillaje que en algo disminuía la belleza natural de su rostro, y habiéndome deleitado a satisfacción, me dispuse a despertarla; pero en ese momento ella hizo un movimiento que me obligó a detenerme en el acto, y es que su minifalda se había recorrido hasta mostrar su entrepierna y unos lindos muslos mostraban su exquisitez, recorrí su anatomía y divisé con claridad una preciosa conchita que oscurecía el bikini rojo en ese sensual triangulito que vuelve loco hasta al más frígido.

En cierto momento sentí miedo de ser descubierto en mi indiscreción y que mi erección delatara los más oscuros deseos que a toda costa trataba de ocultar a mi inesperada huésped, fui hacia la cocina y me acomodé el aparato de tal forma que se disimulara su estado, y al haber calmado mis instintos animales me dirigí hacia Silvia con la decisión de despertarla sin mirar su intimidad o de lo contrario volvería a ser presa de su sensual belleza.

Posé mi mano sobre las de ella y la moví despacio al tiempo que la llamaba por su nombre, pero el movimiento que le transmitía obligaba a su lindo par de tetas a mecerse delante de mí y la fiera interna volvió a traicionarme hasta lograr que mi pilote adquiriera una posición de «en guardia», logré que se despertara al cabo de dos minutos y de inmediato me di vuelta en dirección hacia la TV para apagarla y de esa forma evitar que ella viera mi acalorado estado.

Le dije que se fuera a la cama, que ya era de madrugada y que yo haría lo mismo. Vi cómo se levantó y refregándose los ojos se dirigió hacia su dormitorio, la vestimenta que llevaba parecía indicar que se había preparado para su nocturna faena, pero que el imprevisto desalojo que sufrió la había obligado a darse un día de asueto para velar por su hijo.

Por tratarse de una huésped desconocida y que no se sabe lo que puede pasar, tomé las precauciones necesarias para que en la mañana ella pudiera salir, solo cuando yo estuviera despierto, como decía mi abuelita; «caras vemos, corazones; no sabemos».

Rendido por el cansancio, me dormí casi de inmediato y supongo que Silvia también dormía plácidamente, al menos por esta noche, que pasaría mañana, no se sabe.

Ángel de la Guarda II – Su historia Los sábados acostumbro a levantarme un poco mas tarde de lo habitual, por lo que a eso de las diez de la mañana mis ojos se abrieron y, como todo ser humano regido por las costumbres; me levanté en calzoncillos en dirección a la cocina con la intención de prepararme un desayuno acompañado de un delicioso café para tomarlo recostado en mi cálida camita viendo la TV y aunque parezca hipócrita, me había olvidado que Silvia y su hijo se habían quedado a pernoctar en mi apartamento, por lo que me asusté al verlos sentados a la mesa desayunando y me vi semidesnudo ante ellos como un perfecto e incurable degenerado.

-Buenos días.

-Ooopsss…perdón, se me había olvidado que…

De inmediato giré en 180 grados y corriendo hacia el dormitorio fui a por la ropa que cubriera mi desnudez. Mi subconsciente grabó con nitidez una sonrisa que se dibujó en el rostro de Silvia y me la proyectó instantes después en la quietud del dormitorio, era una sonrisa especial, nada de picardía y sí mucho de dulzura, me sorprendí a mí mismo pensando en esa desconocida como una posibilidad sexual, como una aventurilla de las que tantas veces se me han proyectado en mis eróticas fantasías, ¡carájo! Pero si está buena la tipa, ¿por qué tengo que portarme como buen samaritano? ¿Terminaré como buen samaritano o como un perfecto cojudo?

Me imaginé entrando a un prostíbulo y que me la encontraba a ella, ¿no la pretendería si la encontrara ahí? ¡Claro que sí! Y entonces, ¿por qué no podía tener esa actitud ahora que estaba en mi apartamento? No sabía la respuesta.

Me vestí y me dirigí de nuevo a la cocina, tratando de alejar los pensamientos que involuntariamente ella me provocaba, era difícil pero tenía que dominarme y todo parece indicar que lo logré, por que al entrar saludé lo más natural que pude y me senté a su lado para tomar el desayuno que preparó para su Ángel de la Guarda. ¡Eso! Creo que eso era lo que me impedía actuar de la manera que mis hormonas aconsejaban, el hecho que me considerara su Ángel de la Guarda.

-¿Por qué un hombre como usted está solo?

La pregunta de Silvia surgió de manera natural y sorpresiva para mí, por lo que no supe si responder con otra pregunta o contarle mi vida a esa perfecta extraña. Después de sopesar el impacto que podría tener mi respuesta, opté por esquivar los detalles de mi vida personal, no sé si con doble intención o por el afán de escuchar algún halago.

-¿A qué te refieres con «un hombre como yo»?…

Mi respuesta-pregunta la agarró desprevenida, con nerviosismo se levantó de la mesa y comenzó a disculparse por haber querido entrometerse en mi vida privada, que no tenía derecho y esas cosas; pero la verdad es que ella esperaba que le contara de mi esposa y mis dos hijos, por lo que deduje que estuvo escudriñando en mi estudio, que es donde tengo las fotos de ellos, debido principalmente a que es allí donde paso la mayor parte de mi tiempo. Me causó cierta gracia su actitud y decidí poner fin a sus mal argüidas disculpas, así que con lujo de detalle le comenté sobre mi esposa y mis dos hijos, que los quería mucho y todo lo demás que líneas arriba se relata.

Incluso le dije que tenía algunos problemas con mi esposa, pero lo confesé sin ánimo de agraciarme con ella o indirectamente dejar alguna posibilidad de acercamiento entre nosotros, la verdad es que salió tal y como era. También le comenté sobre mi profesión, mi trabajo, mis planes y todo lo relacionado con mi actual situación.

Quizá valga como aclaración que, estando casado he tenido alguna que otra aventurilla; pero siempre he confesado ser casado y con hijos, por lo que en esta ocasión hice lo de siempre; decir la verdad sobre mi estado civil y punto.

Al finalizar mi exposición surgió la pregunta que se supone haría cualquiera; le pregunté sobre su vida. Siendo que al principio ella abiertamente me confesó sobre su sacrificada profesión, esperaba que me contara todo, pero me equivoqué; Silvia esquivó la pregunta y apresuradamente salió de la cocina con el pretexto de prepararse para no molestarme más y que junto con su hijo se irían del apartamento.

-Usted ha sido muy bueno con nosotros, ya no debemos molestarle.

Su actitud originó en mí un sentimiento encontrado, por una parte me daba pena que se fuera así nomás y por otra; me alegraba que esos extraños dejaran de perturbar la normalidad de mi existencia. Como esa noche ella no pudo trabajar, supuse que no tendría el dinero necesario para movilizarse ni para el almuerzo de ese día, por lo que busqué en mi bolsillo algo de dinero para facilitarle el alejamiento de mi vida y como no acostumbro a portar más dinero que el necesario para mis gastos cotidianos y un plus para eventualidades, le di prácticamente todo el que me quedaba, total; yo tendría que salir a almorzar fuera y aprovecharía para sacar algo más para mis gastos.

Al principio quiso negarse a recibir el dinero, pero al ver que no estaba en posibilidades de rechazar la ayuda; bajó la cabeza y alargó la mano para tomar la ofrenda, instintivamente levantó la mano hacia su sostén y lo depositó entre la prenda y su seno izquierdo; parecía la prostituta que recibe el pago por los servicios prestados, sólo que esta vez aunque sí había prostituta; no hubo tal servicio.

Quedé con mis amigos para almorzar juntos ese sábado y de esa manera definir algunos elementos estructurales del edificio, completar en borrador el diseño arquitectónico y ya con los datos completos, contar con toda la información en el análisis estructural. Bueno, son términos que tienen muy poca importancia en este relato, pero que describen las actividades que me mantendrían ocupado hasta bien entrada la noche. Todo esto, agravado por la natural rivalidad entre arquitectos e ingenieros, hizo que no pudiera regresar a mi casa antes de las 23:00 (hora local, no traten de averiguar que hora era en su país).

La verdad que con tanto trabajo y el frío que comenzaba a endurecer mis huesos, no pensaba en otra cosa que no fuera llegar a mi casita y cobijarme dentro de sus cuatro paredes, tacita de café en mano. Subí hasta mi apartamento (en el piso 5) y con los dedos casi congelados trataba de encontrar la llave del refugio, cuando de reojo advertí que en las gradas se encontraba alguien abrazando a alguien.

Pensé que podría tratarse de una chica del edificio que fuera de su casa atendía los requerimientos de su novio y ¿qué mejor lugar que las gradas del edificio donde vives? De forma disimulada volteé para identificar a la pareja y lo que vi no fue nada relacionado con el amor de pareja, sí; era amor, pero puro amor maternal; se trataba de Silvia que acurrucada abrigaba con sus brazos al fruto de sus entrañas y de esa manera evitar que el chico se muriera del frío que azotaba a la ciudad esa noche de invierno.

El enternecedor cuadro me provocó una reacción de desazón, eso significaba que de la nada me había aumentado las preocupaciones, que ya de por sí eran muchas. Ahora reconozco que en ese momento salió a flote un egoísmo que a veces nos hace actuar olvidándonos del prójimo y me reproché el comportamiento mezquino que casi me hace olvidar que en cierto momento yo estuve en una situación desesperante, quizás más difícil que la de esta pobre y abandonada madre, por suerte; en ese momento cambié de actitud.

Abrí la puerta y me dirigí hacia donde ellos estaban sentados para ofrecerles mi hospitalidad, ni vuelta que dar; no podía dejar que se congelaran en la puerta de mi casa, menos aún; cuando de por medio existe una criatura que paga las de Caín sin haber cometido pecado alguno, más que el de nacer en un país pobre y peor aún; ser pobre.

Con cada paso que daba, podía ver cómo ambos tiritaban del frío que los castigaba, su piel estaba totalmente erizada y tenían una palidez similar a la de un cuerpo inerte. Le hablé a Silvia y le ordené que viniesen al apartamento, pero por alguna razón que no comprendía, ella no contestaba, aunque sus ojos me miraban fijamente. Tomé en mis brazos al chico que reposaba en su regazo y fue ahí cuando comprendí el motivo de la mudez de Silvia, simplemente estaba entumecida por la posición y la baja temperatura.

Lo más rápido que pude fui a depositar al chico en la cama abrigándolo con las frazadas; para luego tomar otra y socorrer a la pobre Silvia; ella continuaba sentada en las duras gradas sin poder mover miembro alguno. La cubrí con la frazada y traté de que entrara en calor para que pudiera incorporarse y venir al apartamento, seguramente estuvieron esperándome durante horas y quién sabe qué habría pasado si hubiera decidido quedarme a dormir donde mis amigos, los que por supuesto al finalizar el trabajo, comenzaron a tomar unas copas y siempre terminan en algún lado fuera de casa hasta el amanecer.

Luego de unos minutos, el cuerpo de Silvia comenzó a reaccionar y el color parecía volver a su tono natural, por lo que me animé a levantarla y, no sin dificultad; logró ponerse de pie. Con palabras entrecortadas me dijo que tenía adormecidas sus piernas y que le dolían al tratar de caminar, no me quedó alternativa y procedí a frotar sus extremidades inferiores para estimular la circulación e ineludiblemente hice contacto con sus acarameladas medias, a las que en un principio no les di mayor importancia.

Comencé frotando sus pantorrillas con firmeza y rapidez, luego ascendí hasta la rodilla turnándome entre ambas extremidades, luego Silvia me pidió que le frotara los muslos y fue allí cuando comenzó una sensación diferente; frotaba y el contacto con sus, duros de por sí y endurecidos por el frío; muslos me obligaba a reaccionar con una natural pero fuera de lugar erección de mi virilidad. Por la masa muscular, los muslos debían ser frotados y estrujados; por supuesto que para incentivar la circulación de la sangre, pero creo que a ratos lo hacía para deleitarme con las bondades físicas que se le habían otorgado por la madre naturaleza.

Aquí surge nuevamente la bajeza de nuestros instintos, la pobre mujer se moría del frío y su protector combinaba la gentileza con la lujuria, nada más vil para caracterizar la conducta humana.

Luego de mucho batallar, logré que Silvia pudiera desplazarse, pasé mi brazo por sobre sus hombros, le ayudé a entrar al apartamento y lo primero que ella hizo, fue ir a ver cómo estaba su hijo y se tranquilizó al ver que el chico dormía plácidamente, además que su temperatura corporal era normal. Se sentó en la orilla de la cama tratando de no despertar al chico e hizo el intento de pedirme disculpas por haber abusado de la confianza que yo le había dado, pero no dejé que terminara la frase y le dije que estuviera tranquila y que no se preocupase de nada, que iría a la cocina a preparar algo para ellos y que cuando estuviera listo le avisaría para que despertase al chico, pues no podía dormirse sin haber recibido los alimentos necesarios, se quedó callada y aceptó mi mandato.

En un abrir y cerrar de ojos, la comida que preparé desapareció de mi vista y fue a depositarse en los vacíos estómagos de mis protegidos y fue imposible mantener despierto al muchacho hasta que lograra digerir la cena, por lo que desistimos del intento y lo dejamos descansando en su cama; sí, creo que me vencieron y no me quedaba más que admitir que ahora pasaba a ser «su» cama. Bueno, yo debía continuar con mi proyecto, así que después de haber socorrido nuevamente a Silvia y su hijo, me dispuse a continuar con mi trabajo.

Le dije a Silvia que se fuera a descansar a su cama y que yo me pondría a trabajar en mi estudio, ella sin decir palabra obedeció y se metió al cuarto donde su hijo dormía. No sé cuanto tiempo pasó desde que la vi desaparecer en la oscuridad del dormitorio hasta que sentí que alguien me observaba mientras trabajaba en mi proyecto.

Me volteé para ver si era solo mi impresión ó de verdad alguien estaba detrás de mí, la vi a ella parada con una rara expresión en su cara, miraba silenciosamente lo que yo hacía y callada permanecía parada en la puerta del estudio. Le pregunté que si necesitaba algo y me contestó que no necesitaba nada, que no podía dormir y que había venido a charlar de cualquier cosa, pero que al verme tan distraído en mis ocupaciones; prefirió quedarse callada con la simple sensación de sentirse acompañada.

Creo que me miraba trabajar, pero sus pensamientos volaban en dirección a sus seres queridos; donde ellos estuvieran y si acaso los tuviera, porque, ¿qué seres queridos pueden abandonar así a alguien, los tendría?

La invité a pasar y le dije que podía charlar de algo si eso era lo que ella quería.

-¿Qué es lo que esta haciendo?

-Mmmmm.. yo ya te he contado bastante sobre mí, mejor cuéntame sobre ti.

-No tengo nada bueno que contarle, sólo desgracias.

-Pues, cuéntame tus desgracias.

-Se va a aburrir y usted debe tener sus propios problemas.

En eso no se equivocaba, pero en cierta forma, los problemas de ella también me afectaban a mí. Estaba claro que si no se solucionaban, yo sufriría parte de las consecuencias, así que insistí en que me contara sus desgracias para ver de que manera tratábamos de darles solución, de lo contrario haría el papel de buen samaritano por tiempo indefinido.

Los argumentos que le expuse terminaron por convencerla y se animó a relatarme su vida, lo que se narra en los siguientes párrafos con Silvia como primera persona de éste relato.

Todo fue normal y hasta feliz durante mis primeros 18 años, vivía con mis padres y dos hermanos en una familia con posibilidades, diremos de clase media; era una chica bastante disputada entre mis compañeros de colegio, incluso fui la reina del carnaval de mi ciudad, ahora estoy muy flaca, por eso puede parecer exagerado lo que le cuento.

Tenía mi novio oficial, me visitaba en mi casa y mis padres estaban felices con él, lo querían mucho y ya habíamos hecho planes para casarnos cuando saliera de profesional, y como yo quería estudiar medicina; mis padres hicieron todo lo posible para que fuera a estudiar a la capital, todo salía a pedir de boca, pero vaya uno a saber lo que el destino le depara; si lo supiéramos fuéramos más inteligentes y nadie pasaría tantas desgracias.

La cuestión es que mis padres y mi novio me acompañaron hasta la capital y me instalaron en una casa con todas las comodidades necesarias, me mandaban dinero cada mes y no se descuidaban de lo que me hiciera falta y yo por mi parte estudiaba a conciencia, sacaba buenas notas y me sentía muy bien, quién diría que cinco años después estaría en la situación en que ahora me encuentro (en ese momento aparecieron unas lágrimas que escurrieron tiernamente por sus mejillas hasta alcanzar la comisura de sus labios).

Ahora me doy cuenta que era una chica con mucha suerte y entonces no valoraba lo que tenía, tanto así que miraba con desprecio a todo aquél que considerara que no fuera de sociedad, peor aún si era feo; las estupideces que cometemos irracionalmente las muñequitas hijitas de papá. Bueno, el caso es que en la capital conocí a un chico de lo más lindo y además de buena posición, me visitaba en su moto, de esas que tanto nos enloquecen a las chicas tontas como era yo entonces; hoy las detesto, no las puedo ni ver.

Me conquistó y me entregué por completo a él, me mimaba y me llevaba a todas partes; la gente decía que éramos la pareja perfecta y yo no cabía en sí de la dicha, era la envidia de todas mis compañeras. Me sentí tan halagada que hasta rompí con mi novio, le envié una carta tremenda y le dije que ya no quería saber más de él.

No conforme con eso, cuando vino a visitarme para tratar de que cambiara de opinión; lo desprecié de tal forma y lo humillé, que se puso a llorar delante de mí y de mis compañeras, yo entonces me burlaba de él en su cara. Lo mandé al cuerno y me dediqué íntegramente a mi nuevo novio, estaba feliz de haber hecho todo lo que hice.

Luego llegó el tiempo en que mi novio me pidió la prueba de amor que todos los hombres le piden a las mujeres y yo lo quería tanto que no me hice de rogar, además que también quería tener sexo con él (acá su mirada se clavó en el techo y su vista se fue hacia el vacío, parecía revivir las imágenes de sexo con su novio).

Era un chico muy experto, sabía dónde tocarme, cómo tocarme, cómo besarme, dónde besarme y rápido sentía la necesidad de ser poseída por él (narraba e inconscientemente con las manos acariciaba cada parte del cuerpo que el novio hábilmente manejaba). Sin darme cuenta nos encontrábamos revolcándonos en la cama y exploraba toda mi intimidad con lo que estuviera al alcance en ese momento, y cuando… (acá se percató que me estaba ofreciendo un espectáculo gratuito de sus encuentros pasionales con su novio y que sus manos estaban posadas en las intimidades que no podía mostrarme a mí), bueno, la cosa es que la pasábamos bien.

Todo fue un sueño hasta que salí embarazada, se lo dije y ahí cambió todo de un solo golpe; ya no me visitaba y por el contrario; se ocultaba de mí y se alejó definitivamente. Sentí que todo se derrumbaba en derredor y tenía miedo de contárselo a mis padres, pero una amiga me aconsejó que debía hacerlo y así lo hice, llamé a la casa y les lancé la bomba que ellos no se esperaban, serían abuelos de un chico sin padre.

Mi padre me gritó de todo, me dijo que me olvidara de ellos y que ahora me las arreglara por mi cuenta, se enfureció tanto que le dio un infarto y fue a parar al hospital, mi madre quiso interceder por mí, pero mi padre la sentenció que si me ayudaba abiertamente o a escondidas, la dejaría y se separarían por mi causa, así que la pobre no tuvo más remedio que hacerle caso a papá.

Me quedé completamente sola, sin mi novio de mi ciudad, sin mi novio de la capital y peor aún; sin padres y con una carga que duraría 9 meses en mi vientre y todo el tiempo que dure mi inútil existencia. Sin dinero para continuar con los estudios y con una panza en constante crecimiento, no pude trabajar de nada allá, así que decidí venirme a vivir acá donde nadie me conoce y tratar de salir adelante yo sola con mi hijo.

Muchas amigas me aconsejaron que abortara, pero tenía miedo de que algo saliera mal y joderme de por vida, por otra parte quise tanto a mi novio que decidí tener a mi hijo para que algo de él se quedara conmigo.

Al llegar encontré a una señora que me ayudó hasta que tuve al chico, pero después su marido la obligó a que me botara de la casa y nuevamente me quedé en la calle, con una mano atrás y otra delante; nada más (durante el desarrollo del relato Silvia no me miraba a los ojos, miraba al vacío y de rato en rato cruzaba una pierna, la otra, apoyaba un codo en la mesa, en sus piernas y yo tenía una panorámica total de su anatomía, la que embelesado admiraba descaradamente).

Traté de conseguir algún trabajo, de secretaria, de lo que fuera, pero sin conocer a nadie me fue imposible. Cierto día, en una parada de autobuses, conocí a un señor que me comenzó a decir piropos de toda clase, era un hombre bajito y calvo que en un principio pasé por alto, pero como usted sabe que cuando el hambre aprieta, la vergüenza afloja, entonces pensé en la posibilidad de tener encuentros sexuales esporádicos con alguien que me generara algunos recursos y de esa manera poder dejar de hacer trabajitos que apenas y me alcanzaban para comer y dormir en cuartuchos de hotel barato, en cierta forma ahí comencé a ser lo que ahora soy.

Le sonreí con cierta dificultad y eso le dio ánimo para que se me acercara, cuando lo hizo, fui directamente al grano y le planteé que podía estar con él si me pagaba un cuarto donde poder quedarme a vivir con mi hijo. Él aceptó de inmediato y fuimos a buscar un cuarto para que él pagara el alquiler, me dio otra cantidad de plata en efectivo y de inmediato empezó a manosearme hasta que con cierto asco, permití que me penetrara; fue la primera vez que me acosté con alguien por dinero.

El tipo resultó ser ejecutivo de una oficina del estado y viví con él unos seis meses, hasta que me dije a mí misma; que si podía acostarme con un viejo como él por qué no lo hacía con alguien que me pagara más y que no tuviera esa sensación de ser la amante de un viejo decrépito. Busqué un lugar de cierta categoría y me alisté entre las chicas de ese local, pero me salió el tiro por la culata porque la dueña era una víbora que se enriquecía a costa de nosotras, no nos pagaba por cliente conseguido, sino una especie de sueldo, tan mísero que prácticamente ganaba más con el viejo calvo.

Por necesidad he seguido allí hasta que me han echado del cuarto que alquilaba porque la vieja no me paga desde hace seis meses y con la esperanza de recibir lo que me debe he estado aguantando todo este tiempo y acá es donde usted aparece; me encuentra en la calle con mi hijo hambriento y sin un peso (acá rompe en un llanto inconsolable que tengo que dejar de mirar sus atributos y mi erección pierde consistencia al recibir el nuevo llamado a mi conciencia, me siento impotente y fui por un vaso de agua para Silvia).

Puse el vaso en sus manos y unos pañuelos desechables sobre la mesa, enjugó sus lágrimas y sorbió un pequeño trago de agua al tiempo que con una débil sonrisa me decía que en esos casos el agua ayuda muy poco y que se necesita algo más fuerte, algo que queme la garganta. Le pregunté que si quería que le preparara algo como lo que sugería y me dijo que por favor le brindara un «chuflay», que es una mezcla de singani (licor elaborado a base de uva) y soda.

De un sorbo bajó el vaso casi hasta la mitad y con los ojos vidriosos aún por el llanto reciente, clavó su mirada en mí y no sabría cómo describirles el momento, no dijimos ni una sola palabra pero en mi cabeza solo había espacio para la admiración de ese rostro adornado por una tierna mirada, qué pensaba ella me es difícil adivinarlo. Después de unos instantes volteó la mirada hacia el suelo y lanzó un profundo suspiro al tiempo que culminaba sobre su historia.

-Y esa es mi triste historia…

Los dos terminamos nuestros respectivos vasos casi en silencio, apenas un cruce de palabras sin mucho sentido y ya era hora de retirarnos a nuestros respectivos dormitorios, aunque parecía que Silvia le había agarrado el sabor al chuflay y no se animaba a pedirme un segundo vaso y si eso sucedía; no se qué podría pasar entre nosotros, ya saben que el alcohol nos induce a hacer cosas que a veces no queremos o tratamos de evitar. En realidad, creo que esa mujer me gustaba mucho y me habría gustado tener un contacto sexual con ella, pero si eso tuviera que pasar, me gustaría que se diera sin la influencia del alcohol, me gustaría que pasara con el consentimiento de ambos para poder disfrutarlo a plenitud. ¿Que era una prostituta? Sí, pero creo que dentro de mí trataba de convencerme que no era así.

Le ordené que se fuera a dormir y obedeció al instante, mientras, yo aproveché para navegar un poco y bajar los relatos eróticos del día, plus las fotos que más me encantan, las de lencería y bikinis; las considero muy sensuales. Ver las fotos e imaginar que Silvia estaba a unos cuantos pasos de mi PC y además «disponible» cómo ella me lo dijo un día antes, me pusieron a mil y no aguanté tanta tentación, apagué la máquina y salí del estudio para tratar de robar algo de su intimidad. Busqué con sigilo su habitación, pero para mi mala suerte y debido al frío, ella estaba totalmente cubierta con las frazadas y la oscuridad evitó que pueda apreciar algo de su sensual cuerpo.

Ángel de la Guarda III – un mes después.

Ese domingo por la mañana tomamos el desayuno y después de darle algún dinero, se fue con su hijo y me prometió que no me molestaría más, yo le ofrecí mi ayuda para el caso en que decidiera dejar su sacrificada profesión, que podía contar conmigo para cualquier emergencia y sabía dónde encontrarme.

Sentí cierta pena al momento de verla alejarse, pero tuve la sensación de que a la noche la volvería a ver en las gradas esperándome, hice todas mis cosas y traté de regresar temprano a la casa para que no pasaran frío ella y su hijo, pero al volver no encontré a nadie y sentí alguna frustración. Traté de continuar con mis actividades pero de rato en rato salía a la puerta por si acaso mi protegida estaba por ahí, pero todo fue inútil, Silvia cumplió su promesa y no volvió esa noche, ni al día siguiente y entonces me hice a la idea de que no la volvería a ver, le deseé suerte y de lleno me dediqué a mis cosas, la rutina se adueño de mí y continué trabajando para lograr mis objetivos.

Cierta noche, pasado un mes desde el día que desapareció de mi vida; volvía con mis amigos de cobrar un trabajo que habíamos terminado y nos disponíamos a festejar el suceso, nos acompañaban unas amigas y la velada era prometedora pues, una de ellas andaba ronroneándome desde hacía mucho tiempo atrás y la oportunidad no podía ser mejor para de una vez por todas darle lo que buscaba. Cuando se abrió la puerta del ascensor me encontré con que Silvia me había estado esperando desde muy temprano por la tarde y continuaba en la puerta de mi apartamento, no sabía qué hacer; pensé decirle que volviera después, pero si me estaba esperando era muy probable que no tuviera donde ir y si la hacía entrar, el pastelito se me iba a escapar de nuevo, vaya dilema y de verdad le tenía ganas a Cecilia, que es el nombre de la gatita que me serviría de compañía esa noche, ni modo; el buen samaritano surgió de nuevo.

Entramos todos y a Silvia le dije que tendríamos una pequeña fiestecita, que si deseaba podía unírsenos o de lo contrario, podía irse al dormitorio con su hijo; optó por unírsenos a la fiestecita y dejó a su hijo durmiendo después de alimentarlo. En el camino habíamos comprado comida y la devoramos en cuestión de minutos, mientras los vasos ya se servían con ron, chuflay, cerveza o lo que a cada quien le gustase más, Silvia no se ambientaba al grupo y se mantenía un tanto aislada, mientras la gatita no desaprovechaba oportunidad para provocarme.

Todos miraban un tanto extrañado a Silvia pues ninguno de ellos la conocía, quizás por eso ella no se lograba acoplar al grupo, tanto así que cuando tuvieron oportunidad, cada uno de mis amigos me preguntaban sobre Silvia y yo por supuesto no podía contarles toda la verdad, me limité a decirles que después les contaría sobre Silvita. Se conformaron con mi respuesta y debido a las características de mi protegida, mis amigos comenzaron a cortejarla descaradamente y ella pasó a ser el centro de atención, a excepción por supuesto de los que ya tenían pareja segura, pero inclusive ellos no desperdiciaban oportunidad para admirar sus atributos.

Llegó el momento en que los cuerpos se calentaron casi hasta derretirse y la mayoría estaba lista para fundirse uno con la otra y se fueron despidiendo paulatinamente, yo estaba en igual situación con Cecilia y trabajo me costó convencerla de que esa noche era imposible y de que Silvia y yo no teníamos nada, que después le explicaría. A regañadientes aceptó irse para su casa. Uno de mis amigos se había prendido de Silvia como garrapata y no podía decirle que se fuera, así que opté por no hacerme sentir y dejar que ella se las arreglara sola, que decidiera si aceptar o no a su pretendiente.

Pasó una media hora desde que el último se fue del apartamento y el amigo que se prendió de Silvia apareció en mi estudio para despedirse y aprovechó para pedirme que le confirmara que yo no tenía nada con ella, resulta muy difícil creer que una mujer llega al apartamento de alguien que vive solo y que no existe nada entre ellos, pero por suerte mis amigos me conocen y saben que lo que digo, es como se dice; por lo tanto mi amigo se fue conforme y me aseguró que no descansaría hasta lograr que Silvita cayera en sus redes, le desee suerte y nada más.

Despedí a mi amigo y cerré la puerta, mientras Silvia permanecía sentada en la sala y me veía con una mirada que expresaba cierta culpabilidad, y yo con unas cuantas copas encima, la vi y me pareció más preciosa que la primera vez que se albergó en mi casa, me pareció una hembra apetecible y traté de no caer en tentación.

-Le arruiné la noche, ¿verdad? -No es nada, sucede a veces. -¿Es su novia? -¿Cecilia? No, sabes que soy casado. -Sí, pero eso no impide que…

No dejé que terminara la frase, no me gusta discutir ese tipo de cosas con nadie y menos con Silvia, así que cambié el rumbo de la conversación y le pregunté cómo había estado y a qué se debía que me visitara de nuevo. Para facilitarme las cosas, de nuevo la pondré como primera persona del relato y esto fue lo que me respondió:

Cuando salí de acá, me fui directo a buscar a la dueña del local donde trabajaba para que me pagara lo que me debía y la amenacé diciéndole que si no lo hacía; denunciaría las cosas que ella hace. Aunque no se asustó con mi amenaza, prefirió no hacerse de problemas y me dio la plata y aunque no todo lo de la deuda; me dio lo suficiente para poder pagar mis deudas y así cambiar de estilo de vida; esa decisión la tomé después de conocerlo a usted y me prometí que no volvería a prostituirme.

Fui a recoger mis pertenencias donde una amiga y alquilé un cuartito para poder vivir con mi hijo, busqué trabajo pero en estos días es muy difícil, así que lo único que pude conseguir es lavar ropa en unas casas (al decir esto, levantó sus manos para mostrármelas y efectivamente estaban bastante dañadas) y eso he estado haciendo hasta la fecha. Se gana muy poco pero ya no siento esa suciedad que sentía cuando trabajaba en el local, usted me entiende lo que quiero decir.

La cosa esta tan difícil y se gana muy poco por tanto sacrificio, que me acordé que usted me dijo que si deseaba cambiar de profesión, que usted me ayudaría en lo que pudiera y aquí me tiene; claro que no esperaba ser tan inoportuna.

-Primero, felicidades; es una buena decisión. -Gracias a usted.

Al decir esto puso sus manos sobre mi pierna y la apretó suavemente, lo que hizo que me ruborizara y a la par se estableciera un contacto que yo no esperaba, me sentí un tanto incómodo y ella no quitaba sus manos de mi pierna.

-Segundo, ya es tarde y es hora de ir a la cama. -Sí, creo que voy a tener que sustituir a la palomita que le espanté. -No, no quise decir eso; no es… -Ja, ja, ja… lo sé; es una broma.

Fue una sonrisa tan linda, tan graciosa, tan natural; vaya que había mejorado su estado de ánimo, me gastó una broma tan en su lugar que logró que me ruborizara e inocentemente apareciera como soy a cabalidad, mi personalidad se desnudaba enfrente de ella y de verdad me sentí un tanto estúpido, ingenuo.

-Pero ahora me ha entrado una espinita… -¿Una espinita? ¿Qué quieres decir con eso? -Le voy a hacer una pregunta y quiero que me conteste honestamente. -Haremos el intento… -No, tiene que prometerlo. -¿Acaso es tan grave la cosa? -No grave, importante sí; para mí. -OK, entonces; lo prometo.

Sentí un alivio cuando ella quitó su mano de mi pierna, pues ya el contacto me parecía incómodo, me gustaba tener su mano pero no quería delatarme en mis deseos hacia ella, sería como aprovecharme sexualmente de la mujer que estaba protegiendo, o mejor dicho; ayudando a salir de un atolladero. Se puso de pie y en mi delante modeló como para que no perdiera detalle de su sensual anatomía e inmediatamente lanzaba una pregunta.

-¿Cree que soy bonita?

La pregunta la lanzó clara y directa, verla parada en toda su envergadura con sus 1.65 metros bien puestos y con unas piernas macizas que surgían de una elegante minifalda color negro, un vientre bastante plano, a pesar de que ya tenía un hijo; unos pechos muy bien puestos y esas cejas que adornaban su tierna expresión angelical, no pude hacer otra cosa que asentir, tratando de no hacerlo verbalmente, ella dio por satisfactoria mi respuesta.

-¿Cree que soy sensual?

Al lanzar la segunda pregunta se sentó en el brazo del sillón que estaba delante de mí y cruzando la pierna elevó un tanto su minifalda para dejar al descubierto la parte superior de su muslo, justo en el preciso lugar que más me encanta, el lugar donde la pierna alcanza su mayor grosor y aparece la deliciosa franjita más oscura de las medias.

-¿Adónde quieres llegar? Además dijiste una pregunta. -Sí, pero la pregunta principal no la he hecho todavía. -Ya he respondido una pregunta. -Sí, pero las anteriores son necesarias para hacer la principal; por favor… -Ay, carámba; las mujeres…

La cosa no podía ser más excitante, tener en mi delante una chica a la que le sacaba redondos 15 años haciéndome ese tipo de preguntas y modelando en la forma que ella lo hacía; era para chorrearse con sólo verla, y esa carita que ponía para suplicar que respondiera, no podía negarme a contestar y lo único que utilice como refugio, fue voltear a un costado, apoyar mi barbilla en la muñeca de la mano y asentir con la cabeza; de forma notoria para que no me exigieran una respuesta verbal, aceptó la respuesta para poder lanzar lo que ella llamaba la pregunta más importante.

-OK, entonces ahora me debe responder como Dios manda.

Hablaba y se sentaba junto a mí colocando de nuevo sus dos manos sobre mi pierna, las que tenía cruzadas para en algo poder disimular mi excitación, era una tarea difícil disimular el bulto en mi pantalón, y surgió entonces la pregunta:

-¿Haría el amor conmigo, como con cualquier mujer; sin importar que he sido prostituta?

Claro que me la cogería con todas las ganas a esa mujer, pero la pregunta me hizo pensar sobre la forma en que ella me excitaba, puede que precisamente por ser prostituta me excitaba sin control, o también cabía la posibilidad de que me gustaba como mujer y que hasta podía llegar a enamorarme de ella, mi cabeza daba vueltas pensando sobre el asunto y la respuesta honesta no surgía.

-¿Por qué no contesta? Siente asco de mí por haber sido prostituta? -No digas eso, claro que no siento asco. -Entonces ¿por qué no responde?

Me sumergí de nuevo en un silencio meditador y analicé las posibilidades, si respondía que sí; era seguro que esa noche tendría sexo con la mujer que me sacaba de quicio y nuestra relación cambiaría por completo y recordé que deseaba a Silvita pero quería que sucediera de otra forma, sin copas encima y con ganas de ambos. Además no quería que se me entregara por agradecimiento y por otra parte, si decía que no; podía herir sus sentimientos y eso no me lo perdonaría jamás, me sentía en un callejón sin salida y Silvia esperaba impaciente mi respuesta.

-Veo que nunca debí hacerle esa pregunta, me voy a dormir. -No, espera; es que me pusiste en un aprieto. -Sí, ya sé; por eso me voy a dormir. -No, tengo que decirte el por qué no te puedo responder. -No es necesario, ya sé la respuesta. -Ah ¿si? Y según tú, ¿cuál es la respuesta? -Se acostaría conmigo sólo como con una prostituta y eso es lo que soy. -No, te equivocas y ahora te digo por qué.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas y me sentí terriblemente mal, ella se negaba a escuchar mis razones y me costó mucho convencerla de que se sentara y me diera la oportunidad de explicar todo como en realidad sucedía y comencé la dura tarea de exponer mis razones y cada uno de los pensamientos que su presencia generaba en mi interior.

-Antes que nada, ahora tú deberás responderme a unas preguntas. -Pregunte lo que quiera. -¿Sabías que tengo 39 años? -No, no lo sabía. -¿Sabes que soy casado y que tengo dos hijos? -Sí, usted me lo dijo. -Entonces, ¿sabes que si pasa algo entre nosotros no puede ser algo serio? -Eso no me importa. -¿Yo te gusto como hombre? -Sí, me gusta mucho -¿No será influencia de las copas que hemos tomado? -No, yo casi no he tomado -¿No será que sientes agradecimiento y estás confundida? -No, creo que no es agradecimiento. -¿Ves? Crees, no estás segura. -Pues… -Y ¿quieres que te confiese algo? -¿Qué? -Sí, sí me gustas y me vuelves loco, pero hoy no puede ser… -¿Por qué hoy no? -Porque si llega a suceder, quiero que sea entre un hombre y una mujer -Y ¿qué somos? -Por ahora somos Ángel de la Guarda y protegida -¡Ah! ¡Ahora entiendo! -Sí, no quiero que sea el pago por un favor prestado -No debí decirle así… -¿Ahora entiendes? -Sí, creo que sí -Ahora ya sabes por qué no respondí en su debido momento. -¡Es tan lindo! ¡Qué suerte tiene su mujer! -Debes decírselo a ella, parece que no se ha dado cuenta. -Ja, ja, ja… ¡ojalá y no se dé cuenta núnca! -¿Por qué? -Es una broma… -Además te confieso otra cosa muy importante. -¿Cuál? -Si yo me separo de mi esposa, no será a causa de otra mujer. -Wow… mejor no digo nada. -Sí, será por su forma de ser; ya te lo he comentado. -¿Debe quererla mucho, no? -Creo que es por mis hijos principalmente. -Entonces, ¿sí cree que soy bonita? -¡Sí, eres preciosa! -Entonces, ¿sí cree que soy sensual? -¡Ah picarona! Sí, eres sensual, pero ahora ya vete a la cama.

Y acá hizo gala de las habilidades innatas de la mujeres para manejarnos a su antojo a los hombres y hacernos creer que somos nosotros los que tomamos las decisiones; se acercó con una sensualidad arrasadora y apoyándose en mi pecho comenzó a hacer círculos con su dedo cómo quien ensortija un cabello o juguetea con una corbata y lanzó un nuevo ataque a su presa, la gatita que juguetea con su ratoncito.

-Y si es como dice, ¿me da el besito de buenas noches?

Y tratando de hacerme de rogar le di un beso fraternal en la mejilla y le di las buenas noches, pero claro estaba que Silvita no se iría satisfecha con un beso inocente de mejilla.

-Ese no es el beso que yo quiero. -Y ¿cómo lo quieres? -Lo quiero así…

Cómo en cámara lenta fue subiendo sus manos hacia mis hombros y más despacio aún, fue acercando sus labios hasta rozar los míos y nos fundimos en un delicioso beso que me transportó a un espacio de cero gravedad, me sentía volar impulsado por la sensualidad de mi protegida, sus labios sorbían cada partícula de mi ser, se relamía en mi interior bucal y con su lengua inició una exploración micrométrica, la delicia hecha mujer.

Por un momento temí que mis argumentos cayeran y rodaran por los suelos, la fortaleza que había construido para protegerme de las embestidas de Silvita se desmoronaba ladrillo por ladrillo y me abandoné a la voluntad de mi protegida, la abracé con todas las fuerzas que disponía, nuestros cuerpos se amoldaban el uno al otro y pasados largos minutos de delicia sentí cómo Silvia se separaba de mí y daba la estocada final de esa noche.

-Buenas noches mi Ángel de la Guarda.

La emoción del momento no me permitió articular palabra alguna y vi cómo meciendo sus atributos se alejaba y antes de entrar a su dormitorio volteaba a ver a su presa y con aire de solemnidad me guiñaba un ojo y con su í