Capítulo 3

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La poca luz que entra a través de las cortinas apenas ilumina la habitación.

Sara comienza a sentirse muy excitada, sin embargo no ve nada.

No sabe si es por la escasa iluminación o porque algo le está tapando los ojos.

De hecho, no sabe si es un sueño o es verdad lo siente.

Poco a poco va recobrando el conocimiento después de un largo descanso; pero no puede ver nada.

El desconocido se ha metido a su habitación. Le ha tapado los ojos con un objeto conocido y la ha estado masturbando mientras Sara dormía.

Cómo ha podido entrar –piensa ella mientras sigue disfrutando de aquellas caricias- pero cae rápido en la cuenta de que en aquel último encuentro en el callejón habían intercambiado las chaquetas.

El hombre se monta en ella y comienza a despojar a Sara de toda ropa, ella no opone resistencia alguna; al contrario, le facilita esta labor.

Ella se sentía preparada para recibir una vez más aquel capullo que siempre había deseado desde que lo “conoció”.

En realidad eran como las diez de la noche, pero Sara no podía saberlo. Había estado durmiendo gran parte del día.

Sara vivía con su madre aún. Una señora de sociedad que había heredado una fuerte cantidad de dinero de su difunto esposo y padre de Sara. Fiel seguidora de las buenas costumbres y devota creyente cristiana.

La señora, que se encontraba en la habitación contigua, le pareció escuchar gemidos provenientes de la recámara de su hija. Se incorporó y comenzó a caminar hacia los sonidos. Al llegar a la puerta, dudó en entrar…

Dentro de la habitación, Sara y su desconocido amante, tenían una fiesta de lujuria y pasión. Ella gemía cada vez más fuerte y sus esfuerzos por contenerlos eran inútiles.

Él restregaba su miembro contra la vagina de ella, pero se negaba a penetrarla.

Ella por su parte, suplicaba con movimientos aquella acción que comenzaba a exasperarla. Tomaba de repente el pene de su amante y trataba de llevarlo a la entrada de su cada vez más húmeda vagina.

El hombre, al sentir esto, dulce y rápidamente se alejaba de su cuerpo. Lo único que él quería era que ella se viera obligada a entregarse sin que él se lo pidiera.

Sara no podía contenerse más. Suplicaba de cualquier forma el fundirse con aquel hombre, del que ahora se sentía completamente enamorada.

Repentinamente se abrió la puerta. Ambos amantes cesaron su idilio. Lo único que la madre alcanzaba a percibir era un ambiente bochornoso, pero no se atrevió a encender la luz.

Caminó donde su hija y comenzó a palpar la cama. Sus manos recorrían el mueble en busca del cuerpo de su hija. Hizo de lado las sábanas y por fin sintió un pie. Lo tocó firmemente y siguió explorando aquel cuerpo. Subía por las piernas y se percató de que sus manos se habían depositado en las nalgas.

Extrañamente duermes desnuda Sara –comentaba la señora-.

Decidió arroparla de nuevo con las sábanas y se retiró de la cama.

Al no sentir más la presencia de la madre, el sujeto se retiró de encima de Sara y buscó sus ropas. Sara decía que no se fuera, pero no fue escuchada. El hombre salió huyendo por la ventana.

Sara se incorporó y se quitó la venda de sus ojos. Encendió la luz tenue de su lámpara y vio con tristeza que se encontraba, una vez más, sola y extremadamente excitada.

Cuando alzó la vista al fondo del cuarto, se percató de que su madre aún se hallaba dentro de la habitación.

Lo he visto todo –vociferaba su madre-.

Sin embargo, Doña Mari Jose también se sentía completamente excitada.

Acaso crees que no me di cuenta de que aquellas nalgas eran de un hombre –seguía recriminando a su hija-.

La madre sostenía una mirada insistente y provocativa hacia Sara, mientras caminaba a su encuentro.

La abofeteó y la hija cayó al suelo. La señora se hincó para ayudarla a pararse y al estar frente a frente; Sara la besó apasionadamente. Su madre no se negaba correspondía los besos con gran frenesí.

Poco a poco se fueron acostando en la cama y Doña Mari Jose apresuraba a desvestirse. La madre buscaba constantemente a boca de su hija mientras Sara paseaba su mano por las partes íntimas de su madre. Las dos se detuvieron un y al observarse a los ojos la madre dijo:

Hazme tuya, te lo ordeno, te lo imploro y …ahh! –comenzó a gemir-.

Sara había comenzado a proporcionarle placer oral a su madre. Ella no quería quedarse atrás y también buscó los labios vaginales de su hija; fundiéndose en un, comúnmente llamado, 69.

Por toda la casa se escuchaban gemidos de placer, dos sombras apenas iluminadas por una pequeña lámpara eran testigos de aquel acto incestuoso pero lleno de pasión, lujuria y deseo desenfrenado.

Por fin las dos jadeaban rápidamente pero sin dejar de atender a su amante. El orgasmo que tuvieron fue tan intenso que es poco más que imposible describirlo.

Las dos se vieron de frente y tiernamente se dieron un beso.

Todo lo que ocasiona un maldito desconocido –decía entre suspiros Sara-.

La madre hizo jurar a Sara que nunca revelaría lo ocurrido allí a nadie, pero que esperaba que se repitiera con la ayuda del desconocido.

La universidad se comenzaba a vaciar de estudiantes como a las 17:00 horas, era el último día de exámenes y Sara no había vuelto a ver a Rodrigo, ni a Julio ni a Verónica.

Una fiesta era promocionada por los alumnos del último año. Sara los conocía y se acercó a ellos.

¿Dónde será el reventón? –Preguntó Sara-.

Donde siempre querida, habrá sexo, drogas y alcohol para invitados especiales como tú –respondieron sus amigos-.

Sara se sintió confundida al oír esto. Sospechaba de todos los hombres a su alrededor, creyendo ver en ellos a su desconocido amante.

Recordaba ávidamente la última vez que se encontraron y que gracias a ello, ahora llevaba una vida llena de misterio y repleta de amor maternal.

¿Estás aquí? –Preguntaron sus amigos e hicieron que Sara despertara de sus recuerdos-.

Ok, nos vemos en la fiesta –comentó Sara-.

La música era la de moda. La bebida no faltaba y el ambiente era excelente. Una verdadera y exitosa fiesta de graduación.

Sara se divertía bailando con gente desconocida, sin embargo ponía atención a todos los hombres del lugar.

¿Bailamos? –Alguien preguntó por la espalda a Sara-.

No podía creerlo. Julio era el que la invitaba a bailar. De repente sintió que una mano le tocaba el trasero disimuladamente y al volverse, Rodrigo le invitaba con singular alegría a seguir bailando.

Ahora Sara pulía el piso con ambos. Uno era el que le arrancaba suspiros y novio de su mejor amiga; el otro era su amigo de toda la vida, con quien ya había tenido una aventura. Esto le pareció fascinante y optó por dar su máximo en la pista de baile.

Sara, Rodrigo y Julio se divertían y bebían a más no poder. Al son de la música las horas pasaban y los presentes se iban retirando del lugar. Algunas parejas se veían en los alrededores pero era muy poca gente la que en realidad quedaba en la fiesta.

Con los tragos pasados y con la alegría que sentían, los amigos y compañeros de clase seguían con su fiesta. Caminaban por el campus y olvidaban todo lo relacionado con el estudio.

Cerca del dormitorio de Julio se les ocurrió la idea de continuar en aquel lugar. Julio aceptó y se dirigían a una tienda en busca de más licor.

Al doblar la esquina, la cara de Julio cambió súbitamente. Verónica se encontraba de rodillas dándole tremendo placer oral a un desconocido.

En verdad la amaba –dijo Julio con lágrimas en los ojos y echó a correr-.

Tras de él Sara intentó detenerlo pero Rodrigo la sujetó por el brazo y susurró algo en su oído.

Dos horas después alguien tocaba a su puerta. Julio desconcertado y muy ebrio abrió y lo primero que vio fue a Verónica frente a él. Tras de ella se encontraban Sara y Rodrigo quienes se introdujeron sin dar pie a respuesta de Julio.

¿Qué sucede aquí? –Preguntó Julio-.

Sin embargo, sorprendido por Verónica, Julio sintió que alguien le comenzaba a bajar los jeans. Éste acepto el juego y decidió observar hasta dónde llegaría su novia.

Acto seguido, alguien le tapó los ojos con una venda de color negro; había sido Sara quien en busca de sus labios le colocaba esta en el rostro y le dijo al oído:

No te preocupes, todo va a estar bien.

Verónica y Sara comenzaban a intercambiar en sus bocas el sabor del pene de Julio. Rodrigo no quería quedarse atrás y con una mano se masturbaba y con la otra trataba de desvestir a ambas mujeres.

El éxtasis llegaba a Julio pero hizo un intento por no correrse. Verónica se encontraba en cuclillas cuando sintió qué alguien la penetraba.

Era Rodrigo el que la hacía suya mientras ella daba sexo oral junto con Sara a Julio.

Éste último, a pesar de que no podía ver nada, disfrutaba tratando de imaginar a su novia, a su amiga y a su compañero en acción. Esto le provocó el orgasmo y se vació en los senos de su novia.

Sara limpiaba de semen a Verónica con la lengua, mientras ella se masturbaba. Rodrigo se convulsionaba y se corrió dentro de Verónica, cosa que hizo que ambas mujeres también tuvieran un orgasmo fenomenal.

Exhaustos, los compañeros y ahora amantes, se tiraron al piso y contemplaban sus rostros que reflejaban satisfacción y embriaguez.

Pocos minutos pasaron para que se fueran quedando dormidos.

La borrachera hizo estragos en ellos y quedaron profundamente dormidos. Todos y cada uno de ellos yacían dormidos y desnudos.

Pasaron las horas y los primeros cantos de las aves que esperan el alba despertaron a Sara. Vio su reloj y e hizo un rictus de dolor por la cruda que tenía.

Definitivamente ha sido una noche de copas muy loca –se decía a ella misma mientras buscaba sus ropas y observaba el cuerpo desnudo de sus compañeros.

Era temporada vacacional y habían pasado más de dos meses desde que Sara había sido atacada por última vez. Extrañaba sus caricias, sus manos posadas sobre su cuerpo. Cada día que pasaba, iba perdiendo las esperanzas de que lo volviera a sentir cerca de ella.

Su vida sexual había tenido un receso, a pesar que mantenía relaciones con su madre; no había sentido el placer de tener un pene dentro de ella. En realidad lo extrañaba.

A pesar de todo, no volveré a buscar a mis amigos para obtener placer –se prometió así misma-.

Pasaban las semanas y Sara no recibía pista alguna de su amante secreto. Esto ocasionaba que se sintiera muy triste; creía que estaba loca. Cómo se iba a enamorar de alguien que ni siquiera conocía.

Estaba segura de que no era ninguno de sus amigos; pues ya los conocía íntimamente y ninguno le hizo sentir lo que aquel desconocido, había hecho.

Caminaba desolada por la abandonada universidad, buscaba en los baños de mujeres y trataba de estar sola el mayor tiempo posible; inclusive en lugares realmente peligrosos, con el único fin de tratar de que su enamorado secreto la volviera a poseer; aunque nunca le viera el rostro.

Trató de encontrarlo de mil maneras, e inclusive llegó a tener aventuras con gente que conocía en bares y que ella creía que podría ser alguno de ellos; pero nunca tuvo éxito.

Un día, sentada en la playa, se encontraba deprimida y desconcertada. Decidió realizar un paseo más por la ciudad como último intento de encontrarse con él. Pasó inclusive, por aquel callejón oscuro en busca de su hombre.

Los recuerdos le llegaron de manera instantánea y le arrancaron un suspiro. Se entristeció y comenzó a sollozar mientras se ponía camino a su casa.

Al llegar a ella, su madre notó su estado de ánimo y trató de consolarla con besos y caricias por todo su cuerpo; sin embargo Sara no estaba de humor y la rechazó.

Doña Mari Jose le propuso que realizara un viaje donde sus tíos y lejos de la ciudad para que despejara su mente y olvidara a su desconocido amante.

En la estación de trenes de la ciudad, Sara se despedía de su madre a través de la ventana del vagón. Su madre le deseó suerte y agitando la mano el tren comenzó su marcha.

Durante más de tres horas, Sara había estado observando por la ventana el andar del tren. Observaba la gente, los árboles y las vías mientras recordaba aquellos encuentros llenos de lujuria y pasión. Dentro de ella se comenzaba a extinguir la flama de la esperanza.

Un suspiro la hizo regresar a su realidad y decidió ir al vagón del bar.

Al abrir la puerta, observó que solamente había una pareja en el vagón. Se sentó en la barra y pidió una margarita. El bar tender se percató que de los ojos azules de Sara salían lágrimas de desconsuelo y de tristeza. Le obsequió la margarita y le dijo:

No te preocupes, la esperanza muere al último.

Sara lo miró fijamente y le agradeció tímidamente. Se paró de la barra y se dirigió, con su margarita en la mano, hacia un cubículo apartado de las miradas de los demás.

Mientras sollozaba, alguien llegó por atrás y cubrió sus ojos con una venda negra. Sara se sorprendió y se excitó al primer contacto con sus manos.

¿Quieres conocerme? –Preguntó el hombre-.

Sara asintió feliz y dio media vuelta colocándose frente a él.

Poco a poco la venda iba cayéndose de su rostro y al fin pudo conocerlo…

¡José Juan! –Exclamó Sara con sorpresa y alivio-.

Se miraron fijamente y se fundieron en un beso. Por fin su sueño se había hecho realidad. Conoció a su amante y pensó que sería mejor.

José Juan no imaginaba lo que le esperaba en casa de Sara y su madre, mientras ella pensaba que todo sería diferente esta vez, ya que por primera vez en su vida se sentía enamorada.

Definitivamente, haz sido lo mejor que me ha pasado en mi vida –Dijo Sara mientras le seguía besando-.

La feliz pareja iluminaba el lugar y la imagen era resaltada por aquellos rayos de sol que el crepúsculo suele regalarnos…

Son las 13:55 horas y el sonido insistente del despertador ha hecho que este, mi sueño, se haya esfumado para siempre…

Vendas negras III – Final

 

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