Llevé a mi esposa a casa de mi mejor amigo Juan, un lugar donde habíamos planeado una noche especial. Habíamos comprado varios juguetes sexuales que teníamos la intención de usar con ella, y aunque ya habíamos tenido relaciones con ella antes, esta vez sería diferente. La anticipación y la emoción llenaban el aire mientras nos preparábamos para lo que estaba por venir.

Empezamos la noche bebiendo y platicando, recordando una ocasión pasada donde la habíamos engañado en un hotel. En esa ocasión, la habíamos vendado y la hicimos creer que éramos Juan y yo, pero en realidad, terminó haciéndolo con dos hombres negros. La conversación la puso nerviosa, pero también la excitó, recordando la intensidad de esa experiencia. Le puse una sustancia en sus tragos que le haría calentarse y desinhibirse, y pronto sus mejillas se sonrojaron y sus ojos brillaron con un deseo evidente.

«¿Recuerdas esa noche, cariño?» le pregunté, acariciando su cabello mientras ella asentía, mordiéndose el labio inferior. «Esta noche será aún mejor,» le susurré al oído, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda.

La llevamos a una habitación preparada especialmente para la ocasión. Las paredes estaban adornadas con cuerdas y ganchos, y una variedad de juguetes sexuales yacían sobre una mesa cercana. La atamos de las manos a unas cuerdas colgadas del techo, dejando sus brazos extendidos y apenas tocando el piso con los pies. La vendamos los ojos para que no supiera quién le hacía qué, añadiendo un elemento de sorpresa y anticipación a la noche.

Empezamos a darle nalgadas, el sonido de nuestra mano contra su piel resonaba en la habitación. Le pusimos un vibrador en su vagina, ajustándolo a una velocidad que la hacía gemir y retorcerse. Le susurrábamos al oído, describiéndole en detalle todo lo que le haríamos durante esa noche. Le contamos cómo la penetraríamos, cómo la haríamos correrse una y otra vez, y cómo finalmente nos correríamos dentro de ella. Mi esposa jadeaba, su respiración se volvía más rápida y superficial a medida que la excitación crecía.

«¿Estás lista para más, cariño?» pregunté, y ella asintió, ansiosa y expectante.

Desatamos sus manos y la pusimos de rodillas. Le dijimos que tenía que adivinar a quién de los dos se la estaba mamando. Si no lo adivinaba, sería castigada. En su primer intento, falló, y la penetramos con un anal plug. Gritó de dolor, pero siguió mamando, obedeciendo nuestras órdenes. El anal plug la llenaba de una manera que nunca había experimentado antes, y sus gemidos se mezclaban con lágrimas de dolor y placer.

«¿Quién soy yo, cariño?» pregunté, y ella adivinó correctamente después de haber sido castigada por no saber que era a mí al que se la mamaba. Sonreí, satisfecho, y le di un momento de respiro antes de cambiar de posición. Juan se colocó frente a ella, y ella tuvo que adivinar de nuevo. Esta vez, acertó también, y la recompensa fue un orgasmo intenso que la dejó temblando y sin aliento.

Pasamos de una actividad a otra, explorando cada rincón de su cuerpo y llevándola al límite. Usamos vibradores, dildos, y nuestras propias vergas, penetrándola por todos los orificios. La hicimos cambiar de posición, la penetramos por delante y por detrás, usando nuestros dedos, nuestros juguetes, y finalmente, nuestras vergas. La llevamos al límite, haciéndola correrse una y otra vez, hasta que finalmente, nos vinimos. Yo me corrí en su boca, sintiendo cómo se tragaba cada gota de mi semen. Mientras tanto, Juan se vino dentro de su culo, llenándola completamente.

La noche fue intensa y llena de placer, pero también de dolor y sumisión. Mi esposa había cumplido con todas nuestras órdenes, y nosotros habíamos disfrutado cada momento de su cuerpo. Al final, nos abrazamos los tres, exhaustos y satisfechos, sabiendo que habíamos compartido una experiencia inolvidable.

Pero la noche no había terminado aún. Después de un breve descanso, decidimos llevar las cosas un paso más allá. Atamos a mi esposa a la cama, con las piernas abiertas y los brazos extendidos. Esta vez, usamos un arnés con un dildo enorme, y Juan comenzó penetrándola mientras yo admiraba su hermosa cara de satisfacción. Los gemidos de mi esposa llenaban la habitación, mezclándose con nuestros jadeos y el sonido de nuestros cuerpos chocando contra el suyo.

«Más rápido y duro,» suplicaba, y Juan obedeció, moviéndose más rápido y con más fuerza. El sudor cubría sus cuerpos, y el olor a sexo y deseo llenaba el aire. Mi esposa se corría una y otra vez, sus músculos internos apretando su verga y dildo, llevándonos al límite.

Seguía yo, la cambie de posición y la puse en cuatro, la comencé a penetrar por el culo y le pregunte, «Más rápido y duro?» así como te gusta?, ella asintió con la cabeza, la que tenía yo sujetado por su pelo, Juan se le puso enfrente para que se la mamara, metiéndosela hasta que sus huevos le pegaban en la barbilla, nunca se la había tragado tanto.

Finalmente, nos vinimos al mismo tiempo, llenándola completamente de semen. Nos desplomamos sobre ella, exhaustos y satisfechos, sintiendo su corazón latir rápidamente contra nuestro pecho. Nos quedamos así por un momento, recuperando el aliento y disfrutando de la sensación de nuestros cuerpos entrelazados.

Abrazamos a mi esposa, besando su cuello y sus hombros, agradeciéndole por habernos dado una noche inolvidable. Ella sonrió, exhausta pero feliz, y nos dijo que había disfrutado cada momento. Nos quedamos dormidos así, los tres juntos, sabiendo que habíamos compartido algo especial y único.

A la mañana siguiente, despertamos con el sol filtrándose a través de las cortinas. Mi esposa yacía entre Juan y yo, su cabeza sobre mi pecho y su brazo alrededor de la cintura de Juan. Nos despertamos lentamente, recordando los eventos de la noche anterior y sonriendo con satisfacción.

«Buenos días, cariño,» susurré, besando su frente. «¿Cómo te sientes?»

«Maravillosamente adolorida,» respondió con una sonrisa, estirándose ligeramente. «Fue una noche increíble.»

Juan asintió, sonriendo. «Definitivamente, una de las mejores noches de mi vida.»

Desayunamos juntos, riendo y recordando momentos destacados de la noche anterior. Mi esposa nos contó cómo se había sentido, describiendo el placer y el dolor, la excitación y la sumisión. Nosotros escuchábamos, complacidos y orgullosos de haberle dado una experiencia tan intensa y memorable.

«Quiero hacerlo de nuevo,» dijo mi esposa, sus ojos brillando con deseo. «Fue increíble.»

Juan y yo nos miramos, sonriendo. «Entonces, lo haremos,» respondí. «Y la próxima vez, será aún mejor.»

Y así, con la promesa de más noches como esta, comenzamos un nuevo capítulo en nuestra vida sexual, explorando límites, descubriendo deseos y disfrutando de la compañía mutua. Sabíamos que, juntos, podríamos enfrentar cualquier aventura y convertir cada noche en una experiencia inolvidable.