Mírame y no me toques (V: El Casting)

Yo sabía que Lauro era un fanático de la pornografía, la caja de artículos prohibidos que tenía en su cuarto siempre tenía unos diez vídeo casetes, y aunque él creía que yo no me daba cuenta, yo sabía que las cambiaba constantemente.

Rentaba cintas porno en el vídeo club para, según esto, rellenar un hueco que algún casete tenía sin grabar, pero a mi punto de ver ese videocasete tendría unas veinte horas de duración, o lo grababa cíclicamente hasta el infinito, pues rentaba demasiado.

En algunas ocasiones nos sentábamos en el sofá que hay en su recámara y comenzábamos a ver alguna película, y mientras veíamos la TV nos masturbábamos mutuamente, lo que era una delicia.

Aquello me permitía saber cuáles eran sus puntos de morbo, pues a pesar de que los pedazos que copiaba siempre eran muy recurrentes, lo que ya daba una idea de lo que le placía ver, siempre terminaba por correrse cuando sobrevenía alguna escena de pelirrojas que reciben una doble penetración, eso le encantaba.

El trabajo de edición que él hacía me molestaba un poco por cierta falta de respeto que él tenía, por ejemplo, una mamada de verga la grababa completita, por tediosa y falta de gracia que fuera la actriz para mamar, mientras que las mamadas que un hombre daba generalmente las hacía durar tres segundos; mal se agachaba un galán para restregar su lengua en una vagina cuando se veía un corte nada disimulado, y luego aparecía el tipo con la cara humedecida mientras que el coño que chupaba se notaba bastante hinchado, el tipo sonriendo, de inmediato, procediendo a pararse para clavar a la mujer; escenas donde se miraba mucho el culo y los testículos del hombre eran borrados, mientras que escenas anales y corridas en la cara siempre aparecían intactas.

Supongo que una tal Jennifer era su preferida.

Me daba algo de celo ver cómo en partes de sus casetes que aparentemente no guardaban un orden, había un «especial» de Jennifer hecho por él mismo, en que recopilaba las enculadas más severas que le daban, las corridas más copiosas que recibía en la boca, sus gemidos de más lujo, en 15 minutos Lauro había concentrado mucha acción de la chica, quedando claro que la cogían muchos hombres, que le daban lo mismo con tal de que le metieran una verga descomunal.

Era una puta completa.

Aun así, esa chica no mamaba como yo, y sobre todo, no era real, y yo si.

Era obvio que compitiera como felatriz en un vídeo.

Si mi Lauro iba a ver esas cintas, pues que tuviera una cinta mía en su armario, así al menos se masturbaba con mi imagen.

Camino a la cita misteriosa empezaron las diferencias. Lauro me preguntó si lo querría en cualquier condición.

Yo le dije que sí, aunque la simple pregunta era un tanto preocupante. «¿Aunque fuera infiel con mi cuerpo y no con mi corazón?», Continuó. «No me es fácil», le dije, «pero si es lo que deseas y aprendes a cuidarte debidamente, supongo que no te dejaría. ¿Para qué te quiero fiel si tu deseo está en otra parte? Pero claro, nada de dejarme a mí con ganas para ir a hacer feliz a otra».

Ni yo misma creía estar diciendo lo que estaba diciendo. Sonaba tan bello de decir que lo dije, pero en realidad no me había puesto en los zapatos que él me estaba calzando. Probablemente era como yo decía, pero seguro no sería tan fácil, y probablemente el amor se descalabrara gravemente. Me entristecí de someterlo a examen, pues ello hace suponer que no lo amaba en tanto que el ser que era, sino por lo complaciente que se portaba conmigo.

Mi día se nublo definitivamente cuando sacó de su bolsillo un paquete muy pequeño. «Toma, es un regalo» Me dijo.

Eran unos lentes de contacto de color aceituna. Nunca lo platicamos, pero él debió de alguna manera suponer que si mis ojos me avergonzaran me hubiese comprado desde hace mucho uno de estos lentes.

El problema era mío exclusivamente, él ni se daba por enterado que ese detalle suyo que pretendía, tal vez, embellecerme, me resultaba en extremo humillante. Me gustan mis ojos, no quiero unos distintos, por qué cambiarlos, por qué cambiarme. Por cariño que le tenía le di las gracias, pero eran gracias a su intención de regalar y no por el objeto del regalo.

Hizo que me los pusiera. Me miré a un espejo y de cierto se miraban bien, pero un maniquí se ve bastante bien también y no por ello está vivo, no por ello es intenso, me sentía de cartón.

Llegamos a una puerta que decía con un anuncio en metal tratado con esmeril, «Alpha 2000», con un trabajo muy cuidado, seguramente costoso. Subimos por una escalera muy estrecha en la cual no cabrían dos personas normales a la vez, o se subía, o se bajaba. Subir y bajar iba a implicar que las personas tuvieran que rozarse de manera casi íntima.

Al subir nos recibió un sujeto con porte de francés, que se dirigía a nosotros con un español algo afrancesado, su trato era cálido, amable, destilaba buen humor.

Pese al carisma de ese sujeto, que tendría unos treinta y siete años, se percibía en la atmósfera un ambiente depresivo, tenso, justo como el que se siente en los bares de mala muerte, un espectro turbio que nada tiene qué ver con la limpieza del lugar, de hecho, este sitio olía muy bien, tal vez un poco excedido el aromatizante, pero era de elementos florales con un poco de maderas que acariciaban el olfato, la decoración buena, todo muy limpio, menos el aura del lugar.

Nos hizo pasar a una habitación donde había una cama enorme de forma circular, y delante de esta estaba un gran espejo, encima un candil que daba una luz que sólo sería superada por una enorme meseta africana al medio día, y en un ángulo muy especial, a lado de la cama, yacía un trípode que sostenía una cámara de vídeo, que lucía como un robot mórbido, un androide voyeur.

No se necesitaba mucha imaginación para saber qué se cocinaba ahí.

El francés dijo, «¿Tu debes ser Lorenzo, verdad?», Lauro asintió con la cabeza, haciéndome una mueca con la ceja para que no dijera nada que contradijera la versión que él daba. El francés continuó, «Muy bien, tenemos mucho gusto de tenerlos aquí.

Permítanme un segundo, voy al cuarto contiguo por su expediente y enseguida vuelvo».

Mal salió el francés de la habitación y le planté un pellizco en el brazo a Lauro, pues era la manera más silenciosa y rápida de preguntarle qué coño pasaba.

Entendió rápido, pues se apresuró a decirme en voz muy queda, casi susurrando, «Mi vida, siempre vivimos batallando por dinero; nuestra juventud se está diluyendo en un juego eterno de ir a trabajar como esclavos por un salario miserable, es hora que vivamos como reyes, cueste lo que cueste».

Le alcé una ceja para que se dejara de idioteces y me explicara de una buena vez exactamente qué diablos iba a hacer, entendió rápido otra vez y prosiguió, «Miraba un vídeo y al final había un anuncio en el que decían que si tenías una verga grande, gorda, gallarda vamos, podrías trabajar para esta productora…»

«¿Estás diciéndome que quieres meterte de actor porno y no me lo habías dicho, grandísimo cabrón?». Dije yo algo alterada.

«No es tan malo, piensa que ninguno de nosotros morirá y sin embargo nos daremos la vida de reyes»

«Hubiera preferido que traficaras drogas»

«Puede que en un futuro ampliemos nuestro giro, mi vida, pero por ahora esto es lo único que nos sacaría de la miseria en forma rápida y nos permitiría viajar como siempre hemos querido»

Estaba encabronadísima, mucho muy molesta. Debí darle un puñetazo en la cara y largarme de ahí, dejándolo para siempre, pero me quedé.

Regresó el francés con precisión cronométrica, tal como si estuviera esperando al otro lado del muro a que termináramos de discutir ese punto que él prefería que estuviese aclarado antes de hablar de negocios.

Nos miró tan afable como antes y se dirigió a ambos diciendo, «Lorenzo y Maura, siempre me ha gustado hablar con parejas que saben divertirse y, sobre todo, que no tienen inhibiciones de ningún tipo.

Nuestra empresa tiene mucho campo para gente bella como ustedes.

El mundo gira contracorriente, es lo que pienso, la corriente del mundo es disfrutar y todos se empeñan en echarse la vida a perder, ahí es donde entramos nosotros, a encaminar al mundo a su dicha original, y lo hacemos disfrutando, y sobre todo, nos pagan mucho, muchísimo dinero por hacer lo que mejor sabemos, disfrutar.», de manera que yo me llamaba Maura y no Angélica.

El tipo no hacía otra cosa que alabar los puntos «positivos» de su negocio, que era, el dinero fácil y el placer.

Continuó, «Vi su vídeo y la verdad me puso a cien de inmediato». Yo voltee a ver a Lauro con furia luego que vi que el vídeo que el francés había sacado del sobre-expediente era ni más ni menos que el que yo le había regalado. El muy cabrón no fue ni siquiera para copiarlo y darle un simple clon, sino que se desprendió del tesoro que le había regalado y lo había enviado a este sujeto, con suerte y medio mundo estaba masturbándose con mi cara chupando en sus televisores.

El francés puso una cara muy seria y dijo, «A ver Lorenzo, acércate», Lorenzo se puso de pie y se colocó frente al francés, quien le dio la instrucción de que se quitara los pantalones. Lauro lo hizo. El francés le hizo que se diera una vuelta, examinándole el culo con gran detenimiento. No sé como me sentía. Internamente me parecía una locura todo esto. Ver a Lauro con la camisa puesta y sin pantalones ni calzones, ni nada debajo de la cintura me daba risa, más aun porque el francés lo miraba con cara de querer empinarlo y penetrarlo. Lo hizo parar las nalgas, abrirse el culo, le preguntó si tendría inconveniente en depilarse el ano y Lauro dijo que no. «Un corte de cabello a la pelambrera de adelante también te vendrá bien. Por Dios, nunca se te ocurrió que lo de adelante es como la cabeza de uno, hay que llevarlo al estilista».

Lauro decía que si a todo lo que decía el francés. Debo admitir que nunca lo había visto tan decidido a obtener un empleo. Sin embargo, sabía que entre él y una puta de la calle no había diferencia.

Era humillante que el sujeto lo tratara como si fuese ganado, viendo cuanta carne tenía. Lo volteó de frente y tomó con dos de sus dedos el pene de Lauro, alzándolo como si se tratara de un pichón muerto.

Lo frotó un poco y el miembro yacía como muerto. Me sorprendía el profesionalismo de Lauro al dejar que el francés le tocara el cipote, pues siempre ha sido homofóbico. El francés me dijo, «¿Mi estimada Maura, podrías hacer algo por éste?», y al señalar a ese «éste» indicaba al falo de Lauro, no a Lauro.

Puse cara de indignación. ¿Cómo me pedía que le mamara la verga a Lauro en público? sin embargo, algo en la mirada del francés me dijo algo más o menos como «Por favor, todos hemos visto ya como lo haces, no seas inmadura y haz algo por tu novio. Yo no los traje aquí, vinieron solos ustedes a mí, no me hagan perder mi tiempo». Que más daba, me puse de rodillas y comencé a mamar a Lauro, con tanto ímpetu que haría al francés arrepentirse de haberme pedido que lo hiciera en su presencia, pues le darían ganas de que le diera una mamada a él, pero eso no ocurriría.

Empecé a chupar con absoluta entrega y, por qué no decirlo, con profesionalismo. La pieza de Lauro comenzó a pararse como siempre lo hacía, quedando tan dura que me enviciaba de nuevo.

Algo pasó, sin embargo.

Me sentía tan bien de saber que el otro hombre estaba ahí, a dos metros de nosotros, y qué digo de nosotros, de mí, viendo como le comía la verga a mi novio.

Podía sentir la mirada de aquel hombre tocándome las tetas, tocándome mis nalgas, su mirada era como una mano invisible que se metía entre mis piernas y tocaba mi coño con una suavidad que no había sentido nunca.

Sentí un gusto indecible de saber que estaba ahí ese hombre deseando con toda el alma que le hiciera caso, sus ojos, voltee a verle los ojos y su mirada era fija, perdida, su imaginación tenía muchas ideas de qué hacer con mi cuerpo, bajé un poco la mirada y vi que en sus pantalones había un bulto enorme, una verga que seguro ya estaba llorando fluidos por mí.

Se acercó y me tomó de la barbilla, tocándome con dulzura una parte pequeña de mi labio inferior, y me sacó de la boca la picha de Lauro.

Me sentí en éxtasis no sé por qué, sólo por sentir su mano directora que me decía, deja de mamar, tan dominante y tan tierna a la vez.

Supuse que lo que haría sería sacarse la verga y colocar con la misma dulzura mi boca en ella para recibir las caricias de mi boca, y por Dios que lo hubiera sentido por Lauro porque no podía negarme a esa manera de tomarme la barbilla, y me mamaría con el mismo gusto que a mi novio.

Pero el francés no lo hizo. Me separó de la Verga de Lauro y sacó de su bolsillo una cintilla de medir y le midió el miembro a «Lorenzo», lo midió a lo largo y al grosor.

Luego, con su mano bendita me hizo un cariño en la nariz, como diciendo que era una buena chica, y colocándome su mano derecha en la barbilla y debajo de mi garganta, y tomando con su mano izquierda el falo de Lauro, lo colocó dentro de mi boca.

La posición de su mano permitió que sintiera como la carne de Lauro se adentraba en mi boca y garganta, distendiéndola, Movió con su mano el falo de Lauro y con su mano dominaba el ritmo de mi mamada, tan lento, tan concentrado, que esa mamada que estaba dando era la que yo más había disfrutado en la vida. Tuve un orgasmo en seco, sin tocarme el sexo, el estertor se dio.

La mano sabia del francés me dejó hacer, dándome unas palmaditas en la cabeza como la buena chica que era. Tomé en mi mano el pene de Lauro y comencé a frotarlo. Sin poder evitarlo, voltee a mirar los ojos del francés, y éste me miraba como un diablo satisfecho con nuestro pecado, complacido. Con mis ojos le pedí por piedad que tomara mi cuello y que él dirigiera mi mamada. Entendió rápido. Se acercó y con una dulzura asombrosa hacía que me empalara en el miembro de Lauro y pese a la fuerza con que ello ocurría, me sentía mejor que nunca.

Lauro comenzó a dar señas de venirse, y lo hizo, comenzó a gotear como él lo hace, con gotas pequeñas y espesas, como rocío, como perlas recién nacidas.

Una vez que acabó, el francés me limpió la cara muy gentilmente con un pañuelo que llevaba grabado su nombre, Jean. Preguntó a Lauro, «¿Siempre te corres de esa forma?», y él le contestó que si. El francés alzó las cejas. Le pidió que se vistiera y nos invitó a pasar al cuarto de a lado, donde había un escritorio con promocionales de las grandes producciones que hacían, unas filmadas en Tahiti, otras en Budapest, otras en las Islas Canarias, el lujo se veía por todas partes.

Habló, «Como ves, Lorenzo, nuestra empresa es una transnacional, nuestras cintas no son el porno barato que otros venden, nuestras modelos son sólo las mejores del mundo, y las llevamos a donde pertenecen, a un mundo global, hoy estamos aquí, en México, filmaremos algunos meses por aquí, pues tiene tierras muy bellas, pero créeme, nada de este gran emporio se hubiese logrado sin honestidad. La honestidad es valiosísima.

Nuestros actores son honestos al someterse a análisis casi diarios del SIDA, son honestos al no cruzarse con desconocidos, la empresa es honesta al ofrecerles un pago de locura, viajes, diversión, y cumplirles cualquiera de estas cosas.

Por ello me preocupa que nos hayas mentido respecto de tus medidas, es decir, no están nada mal los dieciocho centímetros de miembro que tienes, sin embargo nuestro anuncio es claro al decir que requerimos hombres con cuando menos veinte centímetros de falo, y eso, créeme, no puede cambiarse así nada más, es un estándar que tenemos.

Muchos de nuestros consumidores son mujeres, esperan ver en nuestras cintas algo distinto a lo que tienen en casa, y echarán de menos los dos centímetros que te faltan.

Hay rubros más bizarros que pueden aceptar que entres con el cuerpo que tienes, pero no parece que seas de esos que están dispuestos a que los penetre otro hombre de vez en cuando, a que te azoten con un látigo, a dejarte bañar con orines; además tu manera de eyacular no te ayuda nada, nuestros hombres deben ser de eyaculación abundante, irreprimible, deben correrse con violencia, disparando con fuerza grandes cantidades de leche, y no es tu caso, ni aun con las dietas que nuestros muchachos deben llevar para producir ríos de semen».

Lauro estaba triste, humillado en su amor propio. Y más lo estuvo cuando el francés se acercó a mí y sujetándome del cuello con familiaridad le dijo a Lauro, «Sé que el vídeo lo enviaste para que te contratáramos a ti, y aunque no coinciden tu físico y los requerimientos de la compañía, nos has hecho un gran favor al traernos a esta lindura.

Ella, si lo desea, quedaría contratada de inmediato para hacer diez filmes, tres de ellos con papel estelar si su desempeño es bueno en las siete primeras. La cantidad que le pagaríamos sería esta…»

El francés no me dijo a mí de cuanto estábamos hablando, sino que tomó un papelito y anotó una cifra con muchos ceros en el. La boca de Lauro se abrió como la de un estúpido, y titubeando dijo «¿Pesos?». El francés se rió con mucha espontaneidad luego de escuchar ese buen chiste y aclaró, «Este mundo no gira en pesos. Dólares mi amigo, la cantidad que te escribí es en dólares».

Aquella situación me ofendía de varias maneras. Estaban negociando mi cuerpo sin siquiera preguntarme si estaba dispuesta. Lauro no decía que sí me adentrara en aquel negocio, pero tampoco decía que no.

Me sentí muy cerca de Lauro cuando dijo con aplomo que yo no estaba en venta, que la audición la había solicitado para él, no para mí. Me sentí celada, valorada.

Sin embargo, el comentario que Lauro hizo después hizo estallar mi fe en él, pues dijo «Ella no entrará en esto por tan poco dinero».

Me enfurecí de pensar que su supuesta preocupación no era por mi integridad física, por la exclusividad de mi cuerpo, sino que era una negociación del precio. Lo aborrecí de verdad. Decidí callarme, dejarle negociar, dejarle obtener, mi venganza sería dulce, comenté «Sólo participaré si lo contratan a él también, aunque disminuyan el pago a cada uno de nosotros, pero que en suma sea una cantidad superior a la asentada en el papelillo».

El francés dijo, «Sin duda además de hermosa eres lista. Me has caído bien, pasemos al contrato», y así, formamos parte de aquella compañía.

Habría que preguntarme qué me unía a Lauro, pues era evidente que al entrar a este negocio lo estaba cortando en una forma muy velada, o muy evidente, tal vez. Sentía lástima de él, lástima de saber que por sí mismo no hubiera entrado, que lo habían contratado por ser una especie de «pariente incómodo» de mí, además, el único deseo que sentía era el de dejarle en claro que había perdido mis caricias para siempre, que ni mi corazón ni mi cuerpo serían sólo de él, que me había vendido. En el fondo me sentía insatisfecha, me sentía vendida. Lo cierto es que el pago iba a ser muy generoso, como para hacer unas tres temporadas y dedicarme a vivir de mis rentas.

A partir de la primera película Lauro se dio cuenta de su error. En la primera escena lo utilizaron de la forma más vil. El guión me lo dieron a mí y a él no. A él sólo le dijeron que haría el papel de un esposo que sería engañado por su esposa en venganza de que ésta lo sorprendía cojiendo con la sirvienta. El castigo sería el siguiente. La sirvienta lo ataría a la cama con unas esposas que lo sujetarían de los pies y manos, la sirvienta, que en un tinte racista es negra, lo comenzaría a mamar, luego lo montaría de varias maneras, hasta hacerlo correrse, la sirvienta le limpiaría el semen con un pañuelo facial y lo tiraría en el cesto de basura que estaba a lado de la cama matrimonial. Él le reclamaría a la sirvienta y le pediría que no lo tirara ahí, pues yo, su esposa, me daría cuenta del engaño. Hasta ahí sabía él. La sirvienta lejos de hacerle caso pone cara de estar harto de sus órdenes y lo deja atado a la cama, y no sólo eso, le pone una pequeña mordaza que no le permite hablar.

Lo que Lauro ignoraba era que la sirvienta se burlaría diciéndole que la señora no haría problemas, pues ella también se trae lo suyo. Y en eso entraríamos a la habitación yo y sus tres amigos con los cuales él juega habitualmente a las cartas.

La trama se desarrolló entonces así. Entré seguida de sus tres supuestos amigos, que eran tres actores muy guapos, musculosos, con la piel muy cuidada, vistiendo de trajes de Armani, con perfumes deliciosos. Le diría a Lauro, mi esposo, «Me quedé pensando la noche anterior si eras un ganador o un perdedor a las cartas. Y como no me diste detalle de ello luego que llegaste en la madrugada, decidí preguntarle directamente a tus amigos. Me dicen que es mentira que estuvieras con ellos el jueves pasado, que no te paras en casa de ninguno porque eres un perdedor, que les debes demasiado. La verdad, que no juegues bien a las cartas lo comprendo, pero está muy mal que vayamos por ahí debiendo dinero a los amigos. Me ofrecí a pagarles, pero dicen que les sienta mal recibir mi dinero, pues ante todo son amigos y la deuda, más que de dinero, es de honor. Me han propuesto una manera de pagar que no salda dinero sino honor.»

Entonces me le acerco a Lauro y le beso en la mejilla para decirle en plena cara «Y he aceptado»

Él no sabía hasta qué límite era capaz de soportar. La vida del mundo porno le gustaba siempre que fuese él el actor, siempre que fuese él el aventurero, él el de los riesgos, él el del poder.

Pero esto sí que no lo imaginaba. No sé qué creyó que haría cuando firmábamos el contrato, pues si íbamos a hacer pornografía, era claro que me acostaría con otros.

Aun así, creo que si le hubieran dado el contrato en ese instante y él pudiera romperlo y salir corriendo los dos, lo hubiera hecho, pero nadie ahí era considerado. Él estaba atado, obligado a no perder detalle de lo que le iban a hacer a su novia.

Fue una genialidad dejar que mi carrera de actriz iniciara con esta escena, pues yo interpretaba venganza y era ciertamente venganza la que estaba haciendo, y Lauro actuaría su humillación, sus ojos reflejarían un sentimiento auténtico de que le están vulnerando la mujer, sintiendo asco, excitación, vergüenza.

La escena no podía estar más real. Yo follé de verdad, tomándome a pecho el puterío del personaje, gozando como una loca.

Como él había follado con la sirvienta en la cama matrimonial, sus amigos y yo follaríamos en el mismo lugar, sin importar que él estuviese atado en ella.

Cuando una empieza en esto hay una mezcla de nerviosismo al ver tanta gente involucrada en capturar aquello que haces con el cuerpo, pero una vez que ha pasado la pena de ello, te calientas en serio, y cojes como loca perdida. Yo trascendí rápido la pena y casi de inmediato me estaba metiendo dos vergas en la boca sólo para demostrarme que podía. Los actores se pusieron muy calientes una vez que identificaron que mi hambre era real. Y así, sobre el cuerpo de Lauro, me jodían sin clemencia sus tres amigos. El de la verga delgada fue el indicado para estrenar mi ano.

Una particularidad de filmar es que quien compra un video no tiene por qué enterarse de todo y cuanto pasa en el set, una en veces dice cosas al estar follando que nunca saldrán en la película terminada, sobre todo cuando hacen un acercamiento de los que llaman «acercamiento médico» por la inmediatez de la toma con la penetración, caso en el que nadie nota si estás comiendo, tomando un jugo o charlando. En mi caso, la cámara tomaba el close up de mi culo a punto de ser desvirgado, mientras el de la verga delgadita me metía un dedo con lubricante en mi esfínter, sin embargo él me decía «Al principio te puede doler un poco, pero…», no le dejé terminar y le repliqué, «Déjate de tonterías y de falsa compasión. Sé que va doler, si has de decirme algo dime que es posible que me guste mucho», «De hecho no podrás dejarlo» espetó el hombre como todo un caballero. El director nos dijo que guardáramos silencio, y que actuáramos. Tenía tres cámaras, una para mi ano, una para mi cara y otra para la cara de Lauro.

El de la verga delgada me empaló y la verdad sí sentí una agresión fuerte en mi cuerpo, aunque luego el esfínter se dilató demasiado y sobrevino una mezcla de adormecimiento con tensión nerviosa que acababa por excitar. De rato estaba haciendo acrobacias profesionales como lo es una triple penetración.

Me volví loca de ser tan puta, y mis compañeros valoraban mucho mi buena disposición de que aquello fuera autentico. Lauro me quería de puta, me quería cojiendo con muchas vergas, ahora tiene su novia que no es de él, es de quien le pongan enfrente. El morbo de cojer con gente que ni conozco me creó adicción.

Uno a uno me fui cojiendo a todos los actores, al francés, a todos. Tenía un menú de verga muy completo, pero algo me faltaba. Llegaba a la casa y me miraba al espejo, con la ropa exótica, con los peinados, con el maquillaje profesional. Me quitaba los lentes de contacto y quedaba otra vez yo, sola conmigo misma, dejaba de ser Maura y pasaba a ser Angélica. Todos deseaban coger con Maura, pero a Angélica, la de ojos zarcos, a esa parecía no quererla nadie.

Gané algo de prestigio, le tomé gusto a muchas prácticas sexuales extremas, pero sólo las hacía ante las cámaras, nunca por amor. El único aliciente real que tenía era el placer de ser vista, de ser admirada, de ser deseada. Molestaba un poco el hecho de que había gente en la compañía que, pese a trabajar en la producción de videos pornográficos, no se hacían a la idea de que una fuera tan hermosa, tan exquisita, y que teniendo tal hermosura con seguridad cualquier puerta se me hubiese abierto sin problemas, y sin embargo, había caído en esto, como si fuese una lástima que un ser tan bonito estuviera dispuesto a la atrocidad, a bañar mi cara en semen, a dejar tomar mi culo, mi vagina.

Era cíclico que alguien de producción, o algún empresario, coqueteara medianamente en serio, pero siempre desde la óptica de falsos redentores, como si algún tipo quisiera ser el héroe que te sacó de las garras del porno pero en privado desea darte por dónde mismo, y en casa guardar los videos en que jodiste con cinco tipos a la vez para de vez en cuando masturbarse mientras te culpan por haberlo hecho. Todo el mundo ve pornografía, a todos les gusta verte empalada severamente, a todos les gusta ver que tienes placer, les gusta escucharte gemir, les gusta verte mamar, pero todos sin excepción cruzan sus dedos debajo de la mesa para que algún día salgas, es decir todos adoran lo que haces ante la cámara, pero, si sienten algo por ti, les gustaría que dejaras de filmar.

Yo la verdad estaba ahí porque me permitía joder como una descerebrada, entregarme abiertamente a la lujuria y encima cobrar por ello. Lauro no había aguantado ni el primer contrato, el gallo le cantó tres veces demasiado pronto y huyó llorando amargamente. Ya llevaba mi segundo contrato y tenía más de seis estelares. No abrí mi puerta a la droga, cosa que me hizo rendir el dinero. Empecé a comprar casas en ciudades que me gustan.

Para mí, dedicarme a esto era desde luego algo muy placentero. La duda amorosa no existía cuando me enculaban más de uno, pues era obvio que nadie pronunciaba la palabra amor. Me fue más difícil ir por la calle sin sentir lástima de cuanta muchacha bella y decente veía. Por ejemplo, la chica morena con un cuerpazo que se mata ocho horas parada en una tienda departamental, ganando una miseria en un trabajo tan decente, me resultaba tan patética de ver, pues como ella estaba la chica hermosa que trabaja en una fábrica, la que vende revistas, la que atiende en un restaurante de poco prestigio, todas ellas cautivas de sus trabajos decentes y bien vistos en los que nadie les pagaba más que una mierda, esperando ellas el momento en que su decencia se viese coronada por un buen marido que en el mejor de los casos las mal mantiene y de noche les exige que se porten como una ramera, y si lo hacen bien podrían ser condecoradas con una mamada de coño; no era mi caso, acá yo jodía con los mejores jodedores, los de las vergas de lujo, los de las manos de ángel, los de la lengua hábil, ganando ríos de plata, gastándolos como quería, sin rendirle cuentas a nadie. La decencia no tenía nada que ver con mi vida, no porque no la tuviera, sino porque no me interesaba. He dicho que cuando estaba enculada no sentía yo crisis de amor porque el sexo era elocuente, aunque no siempre decía lo mismo al llegar a casa.

Algo faltaba todo el tiempo. La respuesta la obtuve de un ciclo de cine. Un cine club organizó un ciclo de películas que tomaban la pornografía como tema. Estaban ahí «Boggie Nigths», «The people Vs. Larry Flynt», «9mm», «Tesis» y una película más vieja que se llamaba «Hardcore», que aquí tradujeron como «¿Y dónde está mi hija?», en la cual un religioso ve que una de sus hijas no regresa de un campamento cristiano al cual parte, a fin de encontrar a su hija desaparecida contrata a un investigador privado, éste no la encuentra, pero consigue un filme en que aparece la hija follando con dos actores porno. Como el investigador es incapaz de encontrar a la hija, el señor comienza a buscarla él mismo con ayuda de una prostituta que le cobra por días su ayuda. En un diálogo, la prostituta le dice al cristiano ortodoxo que, si lo desea, pueden follar con ella, pues después de todo, él le está pagando. Él le explica que debido a sus convicciones religiosas, el sexo es un aspecto tan pero tan secundario, que podría vivir sin practicarlo. La prostituta le contesta con unas palabras que me cimbraron de pies a cabeza, le dice: Mis convicciones de la vida también ubican al sexo como algo tan pero tan secundario, que por ello puede hacerlo con quien sea. ¡Una prostituta lo decía!.

Mi sexo era fuerte, pleno de sensaciones físicas, placentero a más no poder, pero nunca quedaba satisfecha, siempre buscaba más, y ahora no podía ignorarlo, había algo del sexo, algo que estaba más allá del contacto físico, había una esencia que a mí se me escapaba, una parte del sexo me era un misterio.

Deseo y atracción son dos cosas distintas, el deseo son las ganas de tener algo dentro, barrenándote el cuerpo, y la atracción es el ansia de que alguien te posea y poseer, que te clave el alma, que haya unión.