Mi marido es un desastre (01: La hipoteca)

Me preguntan a veces los amigos y familiares por qué motivo me he separado de Guillermo. Tengo que decirles que no fue fácil tomar la determinación y me dolió mucho tener que hacerlo, pero creo que después de lo que les voy a contar me darán la razón.

Mi nombre es Eva. Tenía 25 años y cuatro de noviazgo el día que me casé con Guillermo, un joven licenciado en Económicas con muchos pajaritos en la cabeza. Habíamos decidido casarnos, tras un noviazgo normal aunque un poco largo, y para ello teníamos que buscar un piso en el que vivir. Decidimos buscar y tras algunas semanas nos enamoramos de un pisito no muy grande pero muy alegre y bien situado.

La mujer que nos enseñaba el piso, una mujer de unos treinta y tantos años, rubia (de bote), con una falsa simpatía nos metió mucha presión, asegurándonos que si no dábamos una entrada, seguramente nos arrebataría el piso otra pareja que estaba muy interesada. Mi marido decidió, en contra de mi parecer, dar una fuerte entrada de trescientas mil pesetas. Eso, por un piso que costaba ocho millones, me parecía excesivo, más aún sin tener asegurado el préstamo hipotecario. Mi marido no llevaba el dinero en efectivo, pero pagó con un cheque.

-¿Por qué te has dejado presionar por esta tía?- ¡Coño! ¡Por que nos quitan el piso!- ¡Pero no ves que todo es un truco! ¿Qué ocurre si ahora no te dan el préstamo?- ¿Cómo no me lo van a dar? ¡Si el director es amigo mío! ¡Si trabajo con ellos!

Mi futuro marido había montado un despachito y tenía algunos negocios. La verdad es que yo no confiaba demasiado en sus posibilidades, pero para ser realista, yo sabía que sus negocios no darían para salir adelante y tendríamos que trabajar los dos, por lo menos al principio. Me extrañaba que el director le diera un préstamo tan fácilmente

-¡Te has fijado como te miraba la mujer!- Guillermo me preguntó mosqueado. Sí me había fijado, pero no me pareció extraordinario.

-No, ¿qué pasa?-

-No, sólo que no te quitaba ojo. La he pillado mirándote de arriba abajo varias veces. No veo que lleves nada llamativo.-

– No sé, Guillermo, ella iba muy elegante.-

-¡No!, te miraba de una forma muy especial. -No sé, no sé.-

Yo, con mis 25 años. Era y soy hermosa. De pelo moreno y piel que se oscurece fácilmente con el sol. Mido 1,67 cms, así que no soy ni baja ni alta. Peso 63 kilos, muy bien repartidos. Al casarme engordé un poco, pero los ganaron las zonas donde más los aprecian los hombres. Soy una chica de cara redonda y nariz recta que no larga. Una barbilla un poco adelantada me da una expresión de carácter, fuerza e impulsividad, para algunos, aunque para otros reflejen cierta preeminencia de instintos primarios.

Tenía un pecho más pequeño que el que tengo ahora, pero estaba orgullosa de él, como de mi cintura estrecha y unas caderas anchas. Tengo las piernas largas y bien contorneadas, bonitas, igual que mi trasero. Guillermo se mosqueaba cuando la gente me miraba y la verdad es que me miraban mucho.

Volviendo al tema del piso, el director comenzó a darle largas a Guillermo hasta que le dijo abiertamente que no ofrecía garantías de solvencia suficientes. Imagínense. Guillermo me llamó medio llorando. Para colmo, había llamado a la inmobiliaria y la mujer le había dicho que si no compraba el piso, desgraciadamente tendría que darle la señal a la propietaria pues había visto la venta tan firme que se la había comunicado.

Decidí solucionar el asunto yendo a hablar con el director. Yo sé que una chica guapa puede solucionar muchos asuntos, así que me arreglé de los pies a la cabeza, me puse hasta unas bragas de deliciosa lencería y unas medias. En fin, como si fuera a una fiesta.

Entré en el despacho del director tras esperar mi turno. Entré y me encontré a uno de esos cuarentones coquetos, de pelo canoso y chaqueta. Me miró con cara de lobo que había visto a un corderito. No obstante me trató con mucho respeto, invitándome a sentarme. Me costó empezar a hablar, contarle quien era y el problema, que el ya conocía. Me comenzó a hablar de unos tecnicismos legales para finalizar diciendo.

-En definitiva…su marido, el negocio de su marido, a pesar de que es una persona honesta, no me merecen garantías suficientes.-

-Pero yo me voy a poner a trabajar y también voy a aportar dinero.-

-Mire, señorita. El trabajo está muy mal. Cuando usted tenga trabajo, me trae una nómina y hablamos, mientras tanto me temo que no podemos hacer nada.-

Quise discutirle pero no se me ocurrió nada. Me levanté cabizbaja y salí del banco sin mirar atrás. Di una vuelta y tomé un café. No se cómo saqué valor suficiente para volver al banco, meterme en el despacho del director y subirme la falda, y enseñándole mis bragas de fina lencería espetarle.

-¿Y yo? ¿Soy garantía suficiente para Usted?-

El director se levantó para cerrar la puerta por dentro mientras me intentaba explicar.- Mire, señorita…- Pero yo ya había cogido carrerilla y me desprendía fácilmente de la falda y de la parte superior del vestido.

Supongo que el director no pudo resistir la tentación, especialmente cuando me abracé a él y le besé en la boca. Sentí que sus manos se posaban en mis nalgas para apretarme contra él. Tras un muerdo en el que empecé metiendo la lengua en su boca y acabó metiendo su lengua entre mis labios, comenzó a besarme el cuello y los hombros.

Me desabroché el sostén y mis pechos quedaron libres. Su boca rápidamente se dispuso a conquistar estas montañas y tomar posesión de mis pezones. Sentí sus labios húmedos y calientes sobre mis pezones. Sus manos me agarraban los cachetes subiéndomelos hacia arriba. Mi sexo se alargaba y lo sentía abrirse. La tela de las bragas retrocedía ante su mano impetuosa, que me agarraba cada vez con más presión y ponía cada vez sus dedos más cerca de mi sexo y de mi ano.

El director tiró de mi hasta llevarme a la mesa de su despacho y me sentó sobre ella cogiéndome al peso y soltándome de golpe, y siguió abrazado a mí, desenfrenado y cada vez tomándome y besándome con más fuerza, casi con agresividad. Su boca volvió a tomar mis pezones y se abrió para comerse de un tierno pero decidido bocado todo lo que podía de mi pecho. Luego su cabeza comenzó una trayectoria descendente hasta llegar a mi sexo, cubierto por las bragas que en esa zona dejaban de lado el encaje para tomar la consistencia de una tupida pero suave tela.

Me mordió el sexo con toda su boca, agarrando, bajo la tela, junto a los labios, que se abrieron por la presión, mi clítoris. – Tienes el sexo perfumado.- Ya digo que me había arreglado totalmente, aunque no esperaba, ni mucho menos este desenlace.

Tiró de las bragas contra él, agarrándolas por el borde de mi cintura y yo junté las piernas para ayudarle. Mis bragas salieron de mis piernas y el cogió su silla giratoria y la puso frente a mí. Se sentó. Le agarré de la corbata y lo llevé contra mi sexo húmedo. El director restregó su lengua a todo lo largo de mi sexo un par de veces y colocando ambas manos sobre la parte inferior de mis nalgas, me obligó a abrir las piernas todo lo que podía. Inmediatamente uso su lengua como un stick y la metía dentro de mi sexo abierto, provocándome una gran excitación.

– ¡Métemela! ¡Por favor! ¡Acabe ya con esto!- El director se puso de pie y se bajó la bragueta. Se trasteó dentro de la bragueta para sacarse un miembro viril bastante regular. Me cogió de los muslos y se echó sobre mí. Yo me eché sobre la mesa. Mi cabeza me colgaba y no me atrevía a mirar. Su pene me penetró agresivamente una vez consiguió encontrar el camino. La sentí entrar de golpe.

Comenzó a follarme envistiéndome de manera cada vez más violenta, mientras yo le jaleaba pidiéndole más y más. -¡Más! ¡Más! ¡Maaaaaaas!. Estaba a punto de correrme, viendo la estantería que había detrás de la silla del director de manera invertida. Recuerdo la visión de una enciclopedia compuesta de libros de lomos rojos, mientras un escalofría recorría mi columna vertebral. Sentí derramarse en mi interior el semen de aquel hombre y saciarme totalmente, mientras me agitaba violentamente fruto de un orgasmo fenomenal.

El director se echó sobre mí y quedó así un instante, lamiendo mis pechos, muy alisados por estar tendida y arqueando la espalda hacia el suelo. De repente se levantó, se metió el miembro en la bragueta y se recompuso.- ¡Haré lo que pueda!…¡Espero que lo sucedido aquí no trascienda a ningún lado! No nos conviene a ninguno de los dos.-

Me vestí sin mirarle y antes de salir me dirigí a él, que estaba sentado sin querer mirarme y le besé en la mejilla. Al fin y al cabo, todo había sucedido por mi culpa o gracias a mí.

Me dirigí a la inmobiliaria, tras ir a casa a limpiarme de los rastros de aquel hombre. Allí me recibió la agente, que era la que llevaba el peso del negocio.

-Pero…es que…ya tenemos un comprador y…-

-Entonces-¿Ahora qué hago yo con el préstamo?-

-¡Ahh! ¿Pero ya tiene préstamo?- Le conté que habíamos solucionado la cuestión esa misma mañana sin más detalles. Llamó al director y le confirmó lo sucedido, pero le debió decir algo más de la cuenta, pues tras una sonrisa picarona me miró perversamente.

-Bueno…No sé cómo arreglar esto…Le tendría que devolver la fianza…- Yo sabía lo que quería. Me miraba a las rodillas, más aún, me miraba directamente entre las piernas. No podía echarme atrás después del camino recorrido. Abrí mis piernas y le dije:

-Quizás esto pueda solucionarlo.-

-¡Seguro! Pero no aquí. Cogió unas llaves de las muchas que tenía sobre la mesa y tras salir de su despacho y decir a una de las potras chicas que pronto volvería, pues me iba a enseñar el piso de la calle de una calle de al lado, salimos a la calle y tras un breve paseo entramos en un portal destartalado y nos metimos en el ascensor. Miraba, vergonzosa, los botones que marcaban los pisos. La mujer pulsó al tercer piso.

Estábamos en un impasse de espera cuando empecé a sentir su mano acariciarme las nalgas. Me puse nerviosa, especialmente cuando empecé a sentir cierta presión en el sexo. Se me habían dado situaciones parecidas, en el autobús, en conciertos, pero siempre, al darme cuenta, había reaccionado y me había apartado rápidamente, pero en esta ocasión, tenía que «soportar» que aquella mujer cuarentona, de carnes enjutas y cara chupada me tocara.

No me atreví ni a mirar de reojo y lo que sí pude hacer es salir rápidamente del ascensor al llegar al tercer piso. Dos puertas había a izquierda y derecha del vestíbulo. La mujer sacó las llaves y me metió en la de la derecha.

Entré en un piso oscuro y con fuerte olor a cerrado. La mujer abrió una ventana y cerró la puerta y pude observar un piso de pintura carcomida y pobremente amueblado con muebles viejos de desecho. – ¿Te gustaría este piso para vivir? No te creas que es barato.- Recibió mi silencio por respuesta.

La rubia de bote de labios pintados de rojo y ojos negros, saltones se dirigió hacia mí. Su cara chupada se acercó a mi cara y agarrándome suavemente del pelo se acercó tanto como para percibir su aliento perfumado y el perfume que usaba. – Ven aquí, tortolita, que te voy a enseñar este piso aunque vayas a terminar viviendo en el otro.- Y continuó.- No quiero que cuando hagas el amor con tu maridito te acuerdes de mí y me eches de menos.-

Es inconcebible que aquellas palabras me excitaran. La intenté separar de mí poniendo mis manos sobre su vientre, pero su ímpetu hicieron inútiles mis esfuerzos. Comenzó a besuquearme la cara y empecé a sentir la sensación grasienta de su carmín. Poco a poco llegaba hasta mi boca y cuando tropezó con ella, sentí la necesidad de que me besara profundamente.

Sus manos me desnudaban mientras su lengua penetraba decididamente en mi boca. La parte de arriba del vestido que se desabrochaba por una serie de botones que la recorrían, se abrió al saltar el último botón. La mujer me besó el cuello y el hombro mientras ponía la palma de su mano encima de la copa del sostén. Luego me bajó los tirantes todavía dejando que el sostén cubriera la mayor parte de mi pecho y comenzó a besar la parte que quedaba descubierta.

-Eres una jovencita muy decidida…veo.- El corazón, en realidad, se me salía del pecho. Ver aquella boca femenina besarme el pecho y acercarse peligrosamente a mis pezones me excitaba. Deseaba que sucediera y como si ella lo supiera, agarró con ambas manos los bordes de las copas del sostén y las bajó de un tirón, dejando mis senos al descubierto. Entonces puso la palma de su mano rozando mis pezones y los rozó tenuemente, hasta conseguir que sobresalieran como dos pitones. Luego hizo lo mismo con la yema de su dedo y al final cogió mis pezones excitados entre sus dedos y comenzó a moverlos de forma rítmica y circular, consiguiendo que todo mi pecho se moviera al ritmo que ella quería.

No pude disimular mi excitación y moví mi cabeza, provocando un ondulante movimiento de mi cabellera. Recliné ligeramente mi cabeza hacia atrás y susurré un dulce lamento de amor.

Aquella loba hambrienta comenzó a desabrocharme la falda, mientras yo, para acelerar todo y acabar cuanto antes, me dediqué a buscar el broche de la suya, lo que fue interpretado por ella como un deseo amoroso. Me quitó las manos de su falda, en un gesto autoritario. Mi falda cayó.

Allí estaba yo, con aquellos zapatos de tacón y aquellas medias que me cubrían hasta la mitad del muslo y las bragas de lencería fina. Ella me observaba vestida con su traje elegante.- Date la vuelta que te vea.- La obedecí girándome lentamente. Me obligó a girar un par de veces. Yo obedecí de nuevo mirando al suelo. Al levantar la cara, vi que se había desprendido del vestido y quedaba sólo con un sujetador negro del que ahora se desprendía y unas bragas del mismo color, alzadas y provocativas.

Los pequeños pezones oscuros se me quedaron clavados en mi mente y ejercieron sobre mí una increíble atracción. Por eso, al decirme -Ven.- No me lo planteé dos veces. Me hacía un gesto indicativo con el dedo de que fuera. -Ven, gata golosa.- Me dio coraje que hiciera ese gesto, pero estaba deseosa de saber cómo me tomaría aquella mujer.

– Quiero que te quites las bragas.- Deslicé mis bragas fuera de mí, bajándolas por mis piernas.

– Ahora, bájate las medias hasta la altura del talón y ponte a gatas.- Me hizo que anduviera a gatas de acá para allá con las rodillas. Ella se ponía tan pronto delante como detrás de mí, observando mi coño y mis tetas colgando. De repente, la sentí detrás de mí, de rodillas, sus manos estaban en mi cintura y sentí su boca sobre mis nalgas. Me besaba y me las mordía, sin conseguir clavar sus dientes. Me ponía muy cachonda.

-Huelo el jabón en tu piel. Te has duchado hace menos de una hora…esto me permite…hacer esto. – Sentí cómo sus manos me cogían de los brazos y me obligaban a echar codo a tierra.

-Ponte las manos sobre la nuca.- Al hacer esto, mi cara dio con el suelo cubierto de polvo y mis pechos rozaban el suelo. Sus manos separaron mis nalgas y sentí su lengua, caliente, penetrar en mi ano, hacer lo que ni mi marido había osado hacer nunca. Me estaba volviendo loca. Me retorcía contra el suelo quité las manos de mi cabeza para acariciarme los pezones y estimularme el clítoris.

Aquella bruja me cogió la mano, y tomando mi dedo entre los suyos, comenzó a introducírmelo dentro de mi propio sexo, sin dejar que lo sacara. Procuré darme todo el placer de que era capaz.

Sólo al sentir su boca sobre mi mano, pude retirar mi dedo, para dar paso a su lengua que se introducía entre mis labios mojados cuanto era capaz de hacerlo. Su lengua me follaba mientras sentía que ella introducía ahora uno de sus dedos. Yo tuve que conformarme con tocarme el botoncito. Ella metía y sacaba el dedo cada vez con más energía y rapidez.

Me movía. Mis caderas movían mi cuerpo de manera que me parecía grotesca pero necesaria y merecida. Sentía un deseo increíble de correrme, peor por otra parte, deseaba que aquella mano no se retirara nunca de sus nuevas posesiones. Al final, ante la inminencia del orgasmo, me puse a cuatro patas y al verlo, debió de percibir lo que sucedía. Sentí un nuevo dedo en mi interior mientras me agarraba de la cabellera y me obligaba a doblar mi cintura hacia ella y a engullir así aquellos dedos.

Junté los brazos y los codos y me moví haciendo un último esfuerzo por liberar mi orgasmo y de repente comencé a gemir placenteramente y a pegar pequeños chillidos de placer. 

Sacó sus dedos y me cogió por la cintura. De repente, comencé a sentir como su vientre y lo que hay más abajo, me golpeaba rítmicamente pero con un ritmo cada vez más frenético. Era como si me estuvieran follando por detrás pero sin sentir el pene dentro. Miré hacia atrás y vi a aquella arpía mirando hacia arriba, empujándome rítmicamente y echando sus caderas hacia delante, como si de un hombre se tratara.

De repente comencé a escuchar su respiración entrecortada y comenzó a envestirme con tanta fuerza que acabó haciendo que perdiera el equilibrio y quedara tendida sobre el suelo, con ella encima, besándome el cuello y las orejas y continuando agitando sus caderas aún sobre mi culo, aunque ahora ya más despacio, y poniendo su mano sobre mi coñito saciado.

Nos vestimos y salimos de ahí sin hablarnos. Ella se fue a su despacho y yo, casi sin poder contenerme las lágrimas, a casa.

Guillermo llamó muy contento al día siguiente. El director del banco llamó para informar de que habían aprobado el crédito y había llamado a la de la inmobiliaria y le había dicho que no había problema. Naturalmente, no fui al notario a firmar la escritura de la vivienda, pues no quería encontrarme ni al director ni a la agente inmobiliaria. ¡Aunque Guillermo dijo que los dos se extrañaron mucho de no verme!

No puedo echar en cara a mi marido lo que ocurrió entonces, aunque todo se debió a su mala cabeza de entregar la fianza sin ninguna garantía por parte del banco, pero las cosas se volvieron a complicar tras la boda.