La jovencita quiere desfogar su libido sin perder su virginidad

Besé a Johanna en la boca y apenas opuso resistencia. Apretaba sus tetas contra mi pecho. La volví a besar. Minutos más tarde estábamos enredados en apasionados besos. Jamás pensé que resultaría tan fácil. Era obvio: el calor, la libido regada por todas partes, la privacidad, su juventud, mi experiencia… y nos gustábamos.

Despegué los labios y le eché por primera vez una descarada mirada a las tetas. Decidí romper la baraja.

– Quiero comerte, Johanna…

No, no, no puedes… Soy virgen

. Todo tiene remedio, Johanna. Se puede gozar sin que dejes de serlo… Le cogí las tetas y fue lo máximo. Una erección olímpica se despertó en mí. Johanna gimió como una niña. Era obvio que le gustaba que se las cogieran.

Por favor… Nos pueden ver…

A Johanna se le escapaban continuas miraditas a mi polla, que estaba tiesa como un garrote.

Quítate los pantys

-le dije con descaro. Como no se decidía, yo mismo cogí las tiras y halé hacia abajo. Ella ayudó alzando su trasero del suelo. Es obvio que si una chica colabora en que le quiten los pantys aunque te esté diciendo que no, es que le apetece que se los quites, ¿no creéis?

– Abre las piernas -le dije

-. Ella me miró asombrada por mi descaro. Puse mis manos sobre sus rodillas y las separé sin mucho esfuerzo. Una vez abiertas, vi su hermosa concha oscura. Era abultada, con dos gordezuelos labios, como pequeños neumáticos. Estaban cubiertos de un poco espeso vello negro. Tenía un aspecto realmente suculento.

Por favor, no me lo vayas a meter… Recuerda que soy virgen y que además puedo quedar embarazada… No te preocupes Johanna

. Ya te he dicho que hay otras formas de gozar… Ella me aferró el miembro con evidente satisfacción y empezó a menearlo lentamente de arriba a abajo. Era delicioso.

– Es la primera vez que estoy con un hombre… Tendrás que enseñarme muchas cosas. – Te lo voy a enseñar todo, le dije…

Me eché un poco hacia atrás con el miembro mojado y enhiesto, apuntando, mira por donde, hacia su cara.

Chúpame la polla… -le dije, resuelto.

Me miró pasmada, llena de sorpresa, me dijo… ¿Cómo…?

…Pero sus pezones estaban duros como tornillos en aquel instante. Sabía que la tenía en mis manos. Una chica normal se habría puesto algo encima y huido de la pieza. Pero Johanna, no se movía de allí…

Os parecerá increíble, pero vi perfectamente cómo un chorrito transparente salía de su rizado coño oscuro. ¡Estaba cachonda pérdida! Le puse la mano derecha en la nuca, agarrándola por las orejas, y, sin brutalidad pero con firmeza, la obligué a inclinarse sobre mi polla. Johanna ofreció una resistencia tan ridícula, que era obvio que se la comía el morbo.

Abre tu puta boca y cómeme la polla

-le dije con firmeza. Johanna obedeció. Cerró los ojos y abrió sus labios.

Sentí cómo mi glande desaparecía en su cálida y húmeda boca. Instantes después sentí sus golosos labios jugando torpemente con mi glande. Poco después intentaba engullir una mayor cantidad de verga. Yo la obligaba a bajar la cabeza más aún, sujetándola por la coronilla. Su cabello rozaba mi vientre haciéndome cosquillas. Esta mamada era evidentemente la primera que hacía, más bien torpe, pero tremendamente morbosa. Sujetándola ya con las dos manos, la obligué a engullir la casi totalidad de mi verga. Cuando ambos nos quisimos dar cuenta, Johanna tenía su boquita de puta principiante completamente ocupada por una soberana verga.

– Chupa, chupa, que se vea que te gusta. ¡Dale, nena!

Cuando noté que me iba a venir, la saqué de improviso, haciendo sonar un «plop» al sacársela de la boca con un espeso reguero de saliva.

Me agarré la verga y la sacudí frente a su cara. Ella entendió enseguida lo que yo quería. Yo estaba sentado en el borde de la cama, ella de rodillas chupando de nuevo mi verga. Chupó mansamente mientras yo la guiaba, sujetándola con ambas manos de las orejas.

-Te vas a tomar la malteada, ¿vale? – Vale… -me contestó con una sonrisa. Ella me agarró mis nalgas estrechando la mamada más. Enseguida solté un chorro que desapareció en su garganta. Dejé que me sorbiera bien la polla para limpiar hasta el último resto de esperma.

¿Te ha gustado, nena? – Sabe salado…

-dijo, maliciosa. – ¿Te gustaría que te diera el «biberón» todos los días? Se rio bajito para que no la fueran a oír y contestó con perversa mirada «sí”.

-Ves, Johanna, que hay otros medios

-le dije, propinándole un azote en sus espectaculares nalgas. Date la vuelta, te voy a dar por el culo, nena… Ella me miró asombrada.

– Johanna, escúchame. Comprendo que te de miedo, que es un sitio muy estrecho y mi polla es gruesa. Créeme que no puedo aguantarme las ganas de darte por el culo. Tú no tienes un culito normal, nena, tú tienes el mejor culo que he visto en mi vida, así de simple. Te va a gustar más que chupar polla, ya verás…

Johanna aceptó. Yo estaba tumbado boca arriba y ella se sentó a horcajadas, dándome la espalda. Primero quiso apoyar las rodillas a ambos lados de mis caderas, pero yo tenía un perverso plan. Le dije que se apoyara en las plantas de los pies y con las manos en el suelo.

Cuando Johana, después de varios intentos, hubo conseguido introducir mi glande en su culo (cuán cálido era…), la fui moviendo hacia la cama y yo sentándome para que todo el peso de sus 58 kilos cayeran sobre mi polla, y ésta obviamente, entraran hasta el fondo de su culo.

Literalmente pensé que quedaría empalada sobre mi polla, de una sola «sentada», y que nunca sentiría una polla más adentro.

Así lo hice. De improviso, me senté en la cama y la empujé hacia atrás, y ella cayó con todo su glorioso peso sobre mí, ensartándose mi verga hasta los huevos, hasta los mismos huevos. Ella gimió de dolor (¿o fue placer?) y se quedó unos momentos sin respiración. Me imaginé que la visión de aquel panorama desde delante sería fantástica: Johanna sentada sobre una polla que le entraba hasta el fondo de su exuberante culo, con una cara mitad sorpresa, mitad susto, mitad dolor y placer.

Seguí empujando. Cada vez era más fácil entrar y salir de su ojete. Ella suspiraba, y no de dolor precisamente. La puse a gatas, yo detrás de ella, en la posición más clásica para dar por el culo. Ahora no sólo podía penetrarla a conciencia, sino que tenía ante mí una maravillosa perspectiva: su enorme trasero, su hermosa espalda, su cabecita oscura, sus cabellos meciéndose al vaivén del bombeo al que la sometía.

Para estimularla, le azotaba el culo. Saboreaba el «plas» del sonido de sus estupendas nalgas, una y otra vez. La pobrecita se llevó una tierna azotaina, pero se lo merecía por tener aquel indecente culo. Además la animaba con mis comentarios, que la ponían más cachonda.

Tíos, no sé cuánto tiempo me la estuve follando, pero fue mucho. Solté una primera descarga, pero enseguida se me puso dura. Era tanto el deseo de follarme así a mi Johanna. Me corrí dos veces más antes de sacarla de aquel sabroso lugar. Johanna cayó rendida y satisfecha.

Antes dejarla ir para su cuarto, le propiné un nuevo azote en las nalgas, y le dije «a partir de ahora gozarás también por el culo, amor… y por un tiempo seguirás siendo virgen…»