Primer día
David, Marta y Pilar tomaban café, como cada mañana, junto a la puerta de salida hacia la campa, donde se almacenaban los coches para su venta. Marta fumaba, y siempre salían fuera para que ella pudiera echar un cigarro.
—Hoy hace un frío de la leche —dijo David, encogiéndose mientras daba un sorbo de café.
—Esta mañana sí que hacía frío —respondió Marta—. He tenido que rascar el hielo del cristal del coche y se me han quedado las manos heladas.
David sonrió, pensativo.
—¿En qué piensas? —preguntó Pilar.
—En que todo es una mierda.
—¡Joder, David! —exclamó Marta—. ¿Qué te pasa?
—¿No os da la sensación de que vivimos en un puto bucle? —dijo David—. Como en el día de la marmota. Nos levantamos, venimos al trabajo, hablamos de las mismas cosas… ¿No estáis cansadas de que todos los días sean iguales?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Marta.
—Pues que estamos en la cincuentena y esto se acaba. Nos quedan pocos años buenos; no sabemos cuántos. Y nos moriremos. Sí, todos.
—Joder, me estás dando yuyu, David —exclamó Pilar.
—Es la verdad —continuó David—. Por culpa de los convencionalismos sociales, del qué dirán, del miedo a las consecuencias, vivimos como a medio gas y no somos sinceros; no hacemos ni decimos lo que realmente queremos. Y nos vamos a morir igual. Y aquí estamos hablando del puto tiempo.
Pilar hizo un mohín de disgusto.
—Entonces, ¿de qué quieres hablar?
—Me gustaría que fuésemos sinceros. Somos tres adultos; deberíamos poder hablar de todo.
—Pues pon un ejemplo y hablamos de lo que quieras —dijo Pilar.
David reflexionó unos segundos antes de responder.
—De algo grande. Por ejemplo, hay dos temas comunes a todo ser humano y de los que apenas se habla: la muerte y el sexo.
—Pues si tenemos que elegir, yo prefiero el sexo —dijo Marta.
David sonrió.
—Vale. Debido al sexo, o mejor dicho, al deseo, vosotras os metéis mucho con los tíos: que si siempre pensamos en lo mismo, que si perdemos la cabeza por unas tetas… Como si pudiéramos controlarlo. Pero es que estamos hechos así; nuestra genética nos obliga.
Marta y Pilar intercambiaron miradas curiosas mientras él continuaba:
—Y es verdad: en el noventa por ciento de las ocasiones, los hombres no nos acercamos a vosotras con la intención de entablar amistad; es mentira. Estamos pensando en follaros. Fantaseamos con casi todas las mujeres que conocemos.
Una risita nerviosa asomó a los rostros de Marta y Pilar.
—¡Qué bestia eres! —dijo Marta entre risas.
—Es la verdad, os lo juro —contestó David con seriedad.
—¿Estás diciendo que tú has fantaseado con tener sexo con nosotras? —preguntó Pilar.
David respiró hondo antes de responder:
—Si fuésemos capaces de hacer un paréntesis, os contestaría a esa pregunta.
—¿Un paréntesis? ¿A qué te refieres? —preguntó Marta intrigada.
David explicó su idea con calma:
—Un paréntesis en las consecuencias; en todas las barreras autoimpuestas. Un espacio para ser nosotros mismos: sin secretos ni miedo a ser sinceros; para hablar de lo que sea o proponer lo que queramos… Ser libres por un rato. Sin miedo, sin juicios. Que todo lo que ocurra dentro de ese paréntesis quede ahí, y después podamos seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado —dijo David, mirando a ambas con intensidad—. Sé que es difícil, pero tengo la sensación, y creo que vosotras también lo sentís, de que hay algo que nos atrae a cruzar esa puerta. Podría incluso llegar a ser adictivo.
Pilar frunció el ceño, pensativa.
—No te digo que no sea interesante el planteamiento —respondió finalmente—. Pero ¿qué certeza tenemos de que se cumpla? ¿De que lo que digamos o hagamos aquí no salga de este círculo?
—Ahí está el problema de siempre: somos esclavos del puto “qué dirán” —replicó David con firmeza—. Los tres somos adultos, nos conocemos desde hace años. ¿Confías en mí? —preguntó, mirando directamente a Pilar.
Ella sostuvo su mirada unos segundos y solo vio sinceridad en los ojos de David. Luego miró a Marta, quien asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Claro que confiamos en ti, David —dijo Pilar al fin.
David sonrió y respiró hondo antes de continuar:
—Perfecto. Y para demostrarlo, empiezo yo. Ya que la idea es mía, me arriesgo primero.
—Pues hala, contesta a la pregunta de antes —dijo Marta con una sonrisa traviesa—. ¿Has fantaseado con nosotras?
David no dudó ni un segundo.
—Por supuesto que sí. Estoy seguro de que, en el fondo, lo sabéis. Tú, Marta, siempre has sido una mujer muy guapa y sexy. Debes estar acostumbrada a que los hombres te desnuden con la mirada. Y tú, Pilar… no sé cómo lo has hecho, pero has ganado con los años. A tus 52 tienes una figura envidiable y una piel preciosa. Me atrevería a decir que estás más atractiva ahora que hace 15 o 20 años.
Ambas mujeres rieron nerviosas mientras un leve rubor subía a sus mejillas.
—Yo me acostaría con cualquiera de vosotras dos… o incluso con las dos —añadió David con convicción.
Marta soltó una carcajada.
—No creo que nos aguantaras —bromeó entre risas.
—Te sorprendería lo que soy capaz de aguantar —respondió David con seguridad—. No sería la primera vez que tengo sexo con dos mujeres.
Marta arqueó las cejas sorprendida.
—¿En serio? Eso nos lo tienes que contar.
—No mientras no estemos todos de acuerdo en lo del paréntesis —dijo él con firmeza—. Tiene que ser como en las películas: “Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas”. De verdad, ¿no es esta la mejor conversación que hemos tenido en años?
Marta y Pilar intercambiaron miradas cómplices antes de asentir casi al unísono.
David sonrió satisfecho y concluyó:
—Cuanto más sinceros y libres seamos, más interesante será la experiencia. Ahora os toca a vosotras: ¿qué pensáis de mí?
Marta se cruzó de brazos y miró a David con una sonrisa divertida.
—Te perjudica ser bajito —dijo Marta con tono burlón.
—¡Y que estoy medio calvo! —respondió David entre risas.
—Pero tienes unos ojos muy bonitos y estás cachas —añadió Marta, sonrojándose ligeramente.
—Aunque te falta un poco de culo —intervino Pilar con picardía—. Pero tienes un buen paquete.
Ambas rompieron a reír mientras David se sonrojaba visiblemente.
—En definitiva, estás bien —dijo Marta, aún riendo—. Lo que pasa es que nosotras no vamos como vosotros, salidos perdidos todo el rato. A nosotras hay que encendernos la llama. Y si la persona que lo hace sabe cómo hacerlo… somos capaces de cualquier cosa.
—Yo creo que el sexo no es tan importante para nosotras como para vosotros —comentó Pilar con aire reflexivo.
David negó con la cabeza.
—Eso es mentira —afirmó con rotundidad.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Pilar, confundida.
—Te lo voy a demostrar —respondió David, inclinándose hacia ella con interés—. Dime, ¿cuál es la característica imprescindible que debe tener una persona para ser tu pareja? Algo sin lo cual sería imposible tener una relación.
Pilar cruzó los brazos y miró al suelo mientras se mordía el labio inferior, pensando unos segundos.
—Para mí es súper importante que sea buena persona. Por encima de todo.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó David, dirigiéndose a Marta.
—Coincido con ella —respondió Marta tras reflexionar un momento—. Podría aguantar muchas cosas de un tío, pero no podría convivir con alguien violento o muy egoísta.
David sonrió y negó nuevamente.
—Estáis equivocadas —dijo con seguridad.
Las dos mujeres lo miraron perplejas.
—Ahora vas a saber tú más de mí que yo misma —replicó Pilar con incredulidad.
—O sea, que podrías salir perfectamente con Marta —dijo David en tono sarcástico.
—No hombre, con Marta no. No es que no me caiga bien, pero…
—Pero a ti te gustan los hombres —interrumpió David con firmeza—. Y eso es porque lo más importante cuando seleccionas una pareja, por encima de todo, es el sexo. Si eres heterosexual buscarás, en tu caso, un hombre; si fueras lesbiana, una mujer. Y luego vendría todo lo demás.
—¿Y sabes por qué? —continuó David antes de que pudieran replicar—. Porque te lo quieres follar. Porque Dios, los extraterrestres o quien sea que nos puso en este mundo nos marcó con una directiva que está por encima de todo: la supervivencia del individuo y de la especie. Y es esa necesidad de perpetuar la especie la que nos obliga a buscar pareja para reproducirnos y que esto no se acabe.
Marta frunció el ceño y comentó:
—Pero las lesbianas o los gays no se lían para reproducirse.
—Tienes razón —admitió David—, pero tienen la misma necesidad instintiva: ese deseo animal incontrolable filtrado por nuestra inteligencia y conectado a nuestro ideal de belleza, un concepto abstracto y subjetivo. En resumen: el instinto está ahí; solo que tu ideal de belleza puede llevarte por otros caminos.
Pilar asintió lentamente.
—Nunca lo había visto así —dijo en voz baja.
David continuó:
—Las mujeres no lo veis así por vuestra educación; porque el sexo ha sido un gran tabú para vosotras hasta hace poco tiempo. Sin embargo, siempre habéis usado el sexo como herramienta para controlar al hombre desde siempre: coqueteando, haciéndoos las difíciles y , finalmente, entregándonos vuestro sexo, con la promesa de que habrá más, si hacemos lo que queréis.
Pilar frunció el ceño.
—Eso suena un poco machista, ¿no?
—Es la verdad y tú lo sabes —respondió David sin titubeos—. Desde siempre ha existido un movimiento para acabar con el sexo como negocio: prostitución, porno, sexo por internet… Pero ¿quién busca enriquecerse con este negocio? A parte de las mafias, la mayoría de las prostitutas son mujeres; en el cine porno las actrices son las que ganan más dinero; y si hablamos de OnlyFans casi todas las cuentas son de mujeres. El hombre no es el que monetiza su sexualidad.
Marta asintió lentamente.
—Eso es verdad —dijo pensativa.
Pilar negó con la cabeza.
—Yo nunca lo haría —comentó Pilar tajante—. Digo lo de OnlyFans. Mostrarme en pelotas para unos pajilleros me parece asqueroso.
—Pero porque eso tendría consecuencias —replicó David rápidamente—. Imagínate por un momento que no las hubiera: Que alguien pudiera asegurarte que nunca, nadie que te conozca, se va a enterar de ello. Que te puedes sacar dos o tres mil pavos al mes por masturbarte delante de una cámara. Sin más. Disfrutando tú y haciendo disfrutar a otras personas. ¿Dónde está lo malo de ello? ¿Acaso haces daño a alguien? ¿Alguien te lo hace a ti? Lo que he dicho antes. Nos pueden la presión social, el qué dirán, las consecuencias, la búsqueda de la aceptación… un montón de mierdas más que no nos dejan ser como realmente queremos.
Pilar reflexionó unos segundos antes de responder:
—No creo que nadie pagara por verme a mí… No sabes cómo tengo las piernas llenas de varices.
Marta añadió entre risas:
—Pues anda que yo… Nadie pagaría por ver celulitis.
David sonrió ampliamente.
—Pues yo sí pagaría por veros en pelotas a las dos —dijo sin rodeos—. Pilar tiene una piel bonita y estilizada; seguro tiene un culo estupendo. Y tú Marta… aunque estés algo rellenita mantienes esa figura espectacular: unas tetas grandes y un culo duro y bonito.
Las dos estallaron en carcajadas mientras sus mejillas se teñían de rojo.
—¡No os riáis, cabronas! Es la verdad. Yo no tendría problema en que me vierais en pelotas.
—Eso lo dices ahora para quedar bien —dijo Marta entre risas.
—Ya os he dicho que yo sí estoy dispuesto —dijo David—. No soy perfecto, pero no me avergüenzo de mi cuerpo. Para tener 52 años, no estoy tan mal.
—¡Pues a mí sí me gustaría verlo! —dijo Pilar, esquivando la mirada de David mientras su cara se sonrojaba aún más.
—¡Hala, tía! ¡Qué guarra! ¡Que estás casada! —dijo Marta en tono jocoso.
—Si estamos en el paréntesis, eso sobra, Marta —dijo David, con una sonrisa—. Yo hablo completamente en serio. Si os atrevéis, vamos ahora mismo a la sala de reuniones de aquí al lado y me desnudo para vosotras.
Las dos dejaron de reír y se miraron confusas, como no sabiendo qué decir ni dónde mirar. El romper ese tabú, el dar ese paso, se les hacía difícil. Pero David sabía que, si lo daban, ya no habría marcha atrás y por delante tendrían un mundo por descubrir.
—Estamos a punto de cruzar un punto de no retorno —dijo David, con voz firme—. Yo estoy dispuesto, porque quiero aprovechar lo que me queda de vida. Porque estoy harto de arrepentirme de cosas que no he hecho. Quiero empezar a arrepentirme de las que haga. Quiero vivir sin red. Lo que está a punto de pasar está más allá de las miles de mañanas que hemos pasado aquí tomando el café. Mañanas que nunca serán recordadas. Mañanas que no significaron nada. Esta puede ser distinta. ¿Saltamos al vacío juntos?