El lado oscuro de una pareja

Aquella noche no podré olvidarla por el resto de mi vida y supongo que tampoco la olvidará mi esposa.

Somos un matrimonio que rondamos los 45 años de edad, con un par de hijos adolescentes. Ambos trabajamos en importantes empresas desde hace varios años, con regular éxito.

En verdad no nos podemos quejar de nuestras profesiones, Diana mi mujer, es abogada y yo soy Ingeniero en sistemas.

Tenemos un buen pasar y siempre nos hemos movido en un círculo social de buen nivel, dinero y educación. Frecuentemente disfrutamos de agradables vacaciones en distintos lugares, donde priva la comodidad, bonitos paisajes y buenos hoteles.

Como esto había sido moneda corriente en los últimos años, queríamos pasar unos días mi esposa y yo solos en algún lugar diferente. Un amigo de ambos nos recomendó un lugar en el Delta del Paraná, donde se arremolinan gran número de pequeñas islas, mucha vegetación y naturaleza algo salvaje.

Nos prestaban una casa de dos plantas a veinte metros del río Anduriñas, el cual es un afluente del río Paraná y está bastante alejado del puerto. Al principio la idea no resultaba muy entusiasmante pero nuestro amigo sostenía que la bonita y confortable casa, en medio de un ambiente semi selvático, resultaría una combinación excelente para pasar unos días a solas.

Además, la comodidad incluía una espectacular lancha a motor, que nos permitiría hacer sky acuático, un deporte que nos gusta a ambos y hacía tiempo habíamos abandonado. Todo esto resultó una combinación adecuada para sucumbir a la tentación.

Pues bien, llegó el día que partimos del puerto de Tigre, hacia la isla Riera, donde se encontraba la casa en cuestión. Tenía un mapa muy detallado con el camino trazado pero como hacía tiempo que no conducía una lancha, me llevó más de la cuenta llegar a destino.

Casi dos horas después de zarpar, pudimos amarrar en el muelle que sostenía el colorido letrero «La Deseada», nombre con que había sido bautizada la casa.

De acuerdo a lo que nos habían dicho, este lugar era casi virgen y los escasos habitantes de la región se encontraban a más de diez kilómetros de distancia.

Al principio nos costó entender los mecanismos de puesta en marcha del grupo electrógeno ya que no hay línea de luz, pero una vez conectado, todo marchaba de acuerdo a lo planeado.

La casa estaba en excelente estado ya que cada quince días, una persona acude a limpiarla y cortar el césped en una radio de treinta metros alrededor de la misma.

Esto impide que la frondosa vegetación invada la propiedad y permite disfrutar de un parque sembrado por algunos árboles añosos como escenario natural.

A escasos metros, las aguas tranquilas del Anduriñas ofrecen una vista única desde la planta superior de la casa.

El primer día quedamos algo cansados después del viaje y el trabajo de acomodar las cosas. En el segundo nos dedicamos a la actividad acuática aprovechando el espléndido día de sol.

Mi esposa estaba feliz por no tener que pensar en nada excepto el descanso y ambos comenzamos a sentir cierta morbosidad por encontrarnos solos en una especie de isla desierta.

En verdad teníamos una nueva sensación respecto de lo que significa la intimidad, ya que allí no había nadie de quien ocultar lo que hacíamos; en todo el día solo vimos una embarcación esporádica surcando el río perezosamente.

Aún al atardecer seguía el pesado clima de calor, mi esposa que estaba descansando debajo de un árbol se quitó la ropa por completo.

Ni ella ni yo practicamos el nudismo, pero claro, en aquella situación había un solo observador. Debo confesar que su espontánea e imprevista decisión me colmó de excitación, más aún cuando Diana comenzó a mirarme desnuda y desafiante.

En lo que respecta al sexo siempre nos llevamos muy bien.

El cuerpo de mi mujer no es lo que solía ser; sus senos bastante grandes estaban algo relajados y su trasero fornido había aumentado el volumen considerablemente. Sin embargo, en la cama era una diosa; creativa y caliente hacía todo lo que me gustaba como hombre y siempre me dejaba satisfecho y agotado.

Aquel ambiente resultaba una oleada de frescura para nuestras fantasías y estaba dispuesto a no dejar pasar la oportunidad de aprovecharlo.

Me acerqué hacia donde estaba recostada.

– Por qué desnuda? Dije sonriendo.

– Hace calor por fuera y por dentro – me contestó provocativa. – Estoy esperando que aparezca alguien que pueda calmar mi sed…-

– Bueno…que te parece si me hago cargo –

– No sé…si podrás aguantar el ardor de mi cuerpo – Me contestó mientras deslizaba sus dedos acariciando el suave bello pélvico.

– Haré lo posible para saciar tu calentura – Mi pene ya mostraba una erección considerable.

Diana se arrodilló delante de mí, llevó ambas manos hacia la bragueta del pantalón y extrajo la herramienta que estaba deseando. De inmediato la introdujo en su boca ávida, para deleitarme con una chupada fantástica que terminó por dejar mi pija dura en extremo.

Luego se paró y me quitó la ropa e intercambiamos lamidas por diferentes partes de nuestros cuerpos desnudos, hasta que las lenguas se unieron entre sí.

Ella giró apoyando su trasero en mi pene, lo colocó entre sus piernas oprimiendo el palo y frotándose en él simulando una penetración.

Podía sentir el tremendo calor que emanaba la vagina y como su néctar se derramaba lubricando mi falo. Mientras tanto yo le oprimía los generosos pechos con mis manos y le decía al oído:

– Hacía tiempo que no te sentía con esta calentura!…-

-Humm…si…te gusta?… estoy ardiendo…- No dejaba de contonear el trasero montado en mi palo y sus dedos lo acariciaban, para meterse luego en la vulva dilatada.

-Me siento tan…tan puta…quiero que me cojas a fondo…-

Mi esposa apoyó las manos contra el tronco del árbol separando las piernas, giró la cabeza hacia atrás y me dijo:

– Tratame como una ramera…no aguanto más!!

Me puso a mil con aquellas palabras; así como estaba dirigí el miembro hinchado hacia su concha y se lo introduje en un solo movimiento.

– Ahhhh…que fuerte lo siento…dame…dame…así…- Levantó levemente una pierna para facilitar aún más la penetración.

– No pares, sacudime… clávame duro!…- Empujábamos uno contra otro, dando y recibiendo con furia. Sus nalgas se aplastaban contra mi cuerpo cabalgando frenéticamente mientras yo le sostenía su cabeza por el cabello, impidiendo que pudiera separarse del tronco. Por primera vez estaba trincando a mi esposa contra un árbol a plena luz del día y gozábamos como animales.

– Nos podría ver…alguien…- Le susurré al oído.

– Si!…que nos vean…que aprendan como se coge… como se goza… y después se masturben!!- Su forma de hablar, soez y vulgar no hacía otra cosa que ponerme más al palo.

Era imposible aguantar más, hubiese deseado penetrarla por el culo pero mi pija estaba a punto de estallar.

– Te voy a llenar…te voy a vaciar mis huevos…con leche caliente…!

– Dámela toda…si…la quiero toda…Ahhhhhh!!…- Los dos llegamos al orgasmo juntos, sentí mi descarga abundante y las contracciones de su vagina exprimiendo mi pene hasta relajarlo por completo.

Esa noche llegamos a la cama exhaustos y ambos dormimos profundamente.

Al día siguiente continuamos con nuestras actividades deportivas y por la tarde el cielo tormentoso prometía lluvia en cualquier momento, por lo que nos dedicamos a descansar. Hablamos de lo bien que la estábamos pasando y coincidimos en lo erótico y motivador que resultaba aquel sitio.

Hacia el final de la tarde visualizamos desde el muelle una pequeña pero moderna embarcación que lentamente se fue acercando hacia nosotros.

En ella había dos personas, ambos eran hombres de mediana edad.

-Qué tal?- nos saludaron.

-Hola! En qué los podemos ayudar – Les respondimos amistosamente.

Nos explicaron que tenían un problema en el motor y necesitaban algunas herramientas para hacer unos ajustes y así poder llegar hasta un lugar donde hacer la reparación definitiva.

Como desconocíamos que cosas había en la casa, los invitamos a pasar y revisar en el pequeño galpón para ver qué les podría ser de utilidad.

Ambos nos agradecieron y una vez amarrada la lancha, ingresamos a la casa. Viendo más de cerca uno de ellos era alto y fornido, rondaba los cincuenta años y se había presentado como Cacho; el otro, se llamaba Tomás, era delgado y no pasaba los treinta años.

Después de encontrar ciertos elementos, el mayor se puso a trabajar en el motor mientras el otro se quedó con nosotros. Nos pusimos a charlar y le comentamos que estábamos de paso en aquel sitio.

Luego nos arrimamos al muelle y mi esposa les llevó algo fresco para beber.

En ese momento me di cuenta que mi mujer estaba algo ligera de ropa; tenía una remera larga hasta los muslos, de tela semitransparente. A trasluz se notaba los senos sueltos en el interior y el color de la braga que llevaba puesta.

Ella charlaba animada sin prestar atención a su indumentaria. Por un instante me pareció que los dos tipos habían mirado de forma más que casual la figura de Diana.

De pronto se precipitó una lluvia impresionante y tuvimos que apurar el paso hasta la casa. Diana fue a la habitación y nos trajo toallas para todos.

Mi esposa, estaba empapada como los demás, sin poder ocultar el panorama de sus pezones en relieve sobre la remera mojada y adherida a su cuerpo, y mucho menos, como la tela impiadosa se pegaba a sus glúteos dejándolos expuestos.

Distraída y ocupada en secar su cabello no notaba como nuestros visitantes se regocijaban de los atributos que tenían ante sus ojos y la miraban descaradamente sin el menor reparo ni importancia ante mi presencia.

– Qué te parece si ayudamos a la señora a secar su cuerpo – Disparó de pronto Cacho, el mayor de los dos.

– Por supuesto, tenemos que agradecer la hospitalidad de alguna manera – contestó el otro, acercándose inesperadamente hacia mi mujer.

– Se van a la mierda! Hijos de puta! Salgan de aquí! – Fue mi reacción espontánea intentando salvar la situación.

Con un movimiento repentino e inesperado, Cacho sacó una navaja y la puso en mi garganta, haciendo que parase en seco mi intención.

Mi mujer pegó un grito e instintivamente se cubrió con la toalla.

– Si te mueves lo corto en pedacitos – Amenazó el tipo sin inmutarse.

El otro arrancó el cable de una lámpara y me ató las manos por detrás, me hicieron sentar en el piso y me ataron a las patas de un mueble.

– Si se portan bien no les ocurrirá nada, nos llevaremos algunas cosas y en cuanto calme la tormenta nos marcharemos – Dijo con calma el más grande, quien parecía dirigir las cosas.

Afuera llovía a baldes y había oscurecido, la escasa luz del interior de la casa generaba un ambiente de refugio exótico. Los tipos tenían hambre y le pidieron a mi mujer que preparara algo para comer.

Entretanto revisaron los rincones de la casa, revolviendo y guardando lo que les resultaba interesante en una vieja valija que encontraron. No había dinero ni joyas y nosotros no habíamos traído demasiado, lo cual los puso de mal humor.

Durante la comida bebieron algunas botellas de vino y esto les cambió el ánimo pero también les despertó otros instintos…

Mi esposa hacía de mesera para ellos, atendiendo los pedidos sin chistar para tratar de que todo termine rápido y sin mayores problemas. Cacho la llamó para que le llenase el vaso con más bebida; mientras ella se disponía a servirlo, él la recorrió con la mirada desde los pies hasta su rostro.

Yo podía ver todo y me imaginaba lo peor, por dentro me carcomía la furia y la impotencia pero intenté mantener la calma.

La mano de Cacho se apoyó suavemente en la pantorrilla de mi esposa y comenzó a ascender por la pierna. Diana se mantuvo con entereza como restando importancia a la maniobra, pero cuando se disponía a retirarse él le dijo:

– Quieta!, no te autoricé a que te alejes…- Me miró directamente. – Qué buenas ancas tiene tu mujer!, me imagino cómo las habrás disfrutado…-

-Soltala – Grité desesperado. – Ya tienen lo que querían, ahora déjennos en paz!!-

– Tomás, este tipo se queja por cualquier cosa, lo único que hice es alabar a su mujercita…-

-Ja, Ja!!, tenés razón y creo que está dispuesto a molestar, mejor le cierro la boca – Tomás se acercó, me introdujo un pedazo de tela dentro de mi boca y luego me amordazó en medio de mis sacudones y protestas ahogadas.

Sentado en la silla Cacho continuó meneando las piernas de Diana hasta que se perdieron debajo de la remera y con movimientos circulares acariciaba el culo de ella. Mi mujer le soltó una bofetada e intentó alcanzar el cuchillo que estaba sobre la mesa pero Tomás llegó antes.

-Eso fue una estupidez – Dijo Cacho. – Pero sabes una cosa?…Ahora te deseo mucho más- No soy un violador…no te voy a someter a la fuerza. Todo lo contrario, tenés que colaborar y hacerlo bien, porque de otro modo…aquel que está allí (me señaló sonriendo) va a sufrir las consecuencias. Todo depende de tu comportamiento-

– Por favor no nos hagan daño!…me portaré bien- Mi esposa me miró dubitativa, su pecho se agitaba por las palpitaciones en extremo dada la presión de la situación y yo casi inmóvil, sacudía la cabeza negativamente.

– Solo será mi cuerpo… – Sentenció ella, lacónica.

Entonces se desencadenaron los hechos uno tras otro tal como los recuerdo hoy. Mi mujer se paró de frente a Cacho y en un acto decidido le puso la mano en la nuca para luego abrir súbitamente la boca contra la de él. El beso fue prolongado y el tipo aprovechó para meter mano por todo el físico de mi esposa.

– No estuvo nada mal…yo sabía que eras calentona…Acaso no nos estabas insinuando desde que llegamos?…-

-Es verdad – Dijo ella para seguirle el juego.

– Deleitanos sacándote la ropita – Tomás tenía los ojos brillantes de excitación.

Diana se sacó lentamente la remera. Sus pechos, que tantas veces habían sido objeto de mis caricias, quedaron expuestos a los ojos de aquellos extraños.

Por último y debo decir que con cierta sensualidad, mi esposa se quitó la braga. Su cuerpo limpio, frecuentemente tratado con cremas y perfumes importados, estaba ahora a merced de un par de degenerados que querían únicamente saciar sus instintos más bajos.

Cacho le ordenó que se sentara sobre la mesa, Tomás le separó las piernas y su lengua fue directo a la vulva de mi esposa.

Comenzó a mordisquear, lamer y chupar los labios vaginales y el clítoris de mi mujer, quien solo atinaba a cerrar los ojos y soportar la situación.

Cacho participaba masajeando las tetas y particularmente los pezones de Diana. Estaba claro que aquellos tipos querían llevar al extremo la cosa haciendo que mi esposa se excitara. Era muy difícil mantener la frialdad ante la acción constante de la lengua de uno y las manos del otro.

Entonces vi como las manos de Diana oprimían el borde de la mesa haciendo ingentes esfuerzos por contenerse.

– Ya siento el cálido jugo de tu raja en mi boca…! Las palabras de Tomás se incrustaron en mi cerebro.

Mi esposa sacudió la cabeza hacia atrás en un nuevo intento por no reaccionar. Me dolía en el alma lo que estaba observando y no podía hacer nada.

Ahora sus pezones estaban duros y Cacho los mordía con evidente placer. Tomás se bajó el pantalón, y en un instante pude ver como su miembro erecto por completo, se perdió dentro de la vagina de mi esposa. Ella asimiló el embate sin resistirse, tan solo se mordía los labios…

– Vamos perra!… movete que tu cueva está más que abierta! – Sentía la voz de quien la estaba violando.

Mi mujer comenzó a colaborar haciendo danzar su cadera. – Así está mejor…eso! – Gritaba el hijo de puta.

Ella le puso las manos en los glúteos y sus piernas rodearon la cadera de Tomás cruzándolas a su espalda. A esa altura ya no sabía si solo colaboraba o estaba fuera de sí.

– Parece que está disfrutando más que nosotros – Decía Cacho mirando directo donde yo estaba.

– Tenés una buena hembra como esposa!, he conocido putas que no saben coger ni la mitad!!-

– Verdad que gozas? – Verdad que te estamos volviendo loca de placer?-

– Sii… estoy…muy…caliente…- Era la voz de mi esposa en medio de indisimulables gemidos-

Tomás bombeaba cada vez más rápido acompañado por mi mujer. Ella puso los brazos hacia atrás e inclinó su cuerpo. No había dudas, estaba excitada y a punto de acabar.

– Toda para vos…yegua…Ahhh! Tomás terminó dentro de ella y un momento después lo hizo mi esposa, simulando el orgasmo todo lo que pudo.

– Bien! Bastante bien para empezar – El maldito sonreía y dejaba claro que ahora era su turno.

Se quitó la ropa y mostró su esplendoroso falo. Mucho más grueso que el mío, totalmente parado, imponente.

– Dame tu boca. Las buenas putas se destacan por su boca.- Diana se arrodilló y comenzó la tarea que tantas veces me había dedicado para mi placer. Con lujuria y esmero realizó una mamada que haría calentar a cualquiera. Manos, boca y lengua recorrieron sabiamente aquel tremendo poste.

– Uhhh… sos buena perra en verdad!…- Mi esposa sobaba golosamente.

En ese momento Tomás vino hacia mí y advirtió que yo tenía una erección; realmente no me había dado cuenta.

-Epa! Parece que aquí tenemos otro que está caliente. Qué pasa, acaso te excita tu esposa?…Bueno vamos a hacer algo para que veas que no somos malos…-

No sabía donde terminaría todo esto, pero estaba dispuesto a enfrentarlo. Tomás me desató del mueble pero mis manos seguían amarradas. Me desnudó de la cintura para abajo.

– Ahora se la vas a meter a tu caliente esposa – Mientras me decía esto blandía la navaja mostrando su hoja afilada.

Me acerqué por detrás de mi mujer; ella tomó mi pene y lo introdujo en su vagina. Luego Cacho le volvió a meter el palo en su boca y así mientras mi esposa chupaba aquella pija en cuatro patas, yo le perforaba el coño.

No podía entender como estaba tan excitado, para colmo mi mujer se meneaba como una diosa en celo y su vulva estaba ardiendo. Tardé muy poco en acabar en medio de espasmos que no pude contener.

Pero aún faltaba más, tal vez lo que superó todas las fronteras que jamás hubiese imaginado. Cacho retiró el palo de la boca de mi esposa, se acercó a mi…

– Decime que te parece?…- Me mostraba su pedazo brilloso por la saliva de ella – Querés saber por qué tu mujer lo disfruta tanto?…- Sus palabras me asustaron.

Casi sin darme cuenta, tenía su miembro dentro de mi boca. Intenté resistirme pero era inútil. Poco a poco fui cediendo e hice el trabajo lo mejor que pude; la mezcla de olores y sabores extraños para mi, inundaban mi boca. Confieso que sentí un placer nuevo.

Mi esposa se acercó y para mi sorpresa introdujo un dedo en mi culo! Yo estaba totalmente entregado. El dedo de mi mujer entraba y salía y yo no dejaba de mamar aquel poste hasta que por fin acabé sin pudor.

-Bien, ahora que gozaste y lubricaste mi pija, se la voy a dar por el culo a tu mujer… –

Ella sin dudar se acomodó abriendo las nalgas. Él la clavó duramente, ayudado por la posición y las ganas de ella.

– Qué palo!!…lo quiero todo!!…ahhh!! – Mi esposa se sacudía y acariciaba su raja empapada. El grueso falo de aquel tipo le había entrado por completo en el trasero y la estaba haciendo gozar como nunca. Ella movía la cabeza arriba y abajo sintiendo aquel pedazo que la partía.

– Soy tu yegua…montame hasta el fondo!! Asi…fuerte…Ahh…Ahhhhh!!- Tuvo un orgasmo impresionante.

Tomás, muy excitado se la puso para que lo chupara. La última imagen de aquella noche es la de mi esposa haciendo gozar a esos dos extraños, uno dentro de su culo y el otro en su apreciada boca. Los hizo acabar copiosamente dejándolos relajados y extenuados…

Finalmente, nos encerraron en cuartos separados y allí permanecimos toda la noche. A la mañana siguiente liberaron a mi esposa y se marcharon. En menos de quince minutos, mi mujer y yo empacamos y emprendimos el regreso a casa.

Si bien como dije, ese día estará presente por siempre en nuestras vidas, no hemos vuelto a hablar de las cosas que nos hicieron o debo decir que hicimos.

Al cabo de un tiempo retomamos nuestra vida sexual con normalidad y simulamos que nada ocurrió.

No sé mi esposa, pero a veces traigo a mi mente aquellas escenas, violentas entonces, morbosamente sensuales ahora y no puedo evitar masturbarme…