Era un viernes, un viernes como otro cualquiera. Un día en que parecía que todo el peso de la semana se desvanecía ante la probabilidad de dos días subsecuentes de descanso o de solaz. Por lo menos para todas las demás personas, porque la vida del estudiante de Medicina es un devenir de exámenes difíciles y turnos agotadores.
La tarde de ese día me encontraba en mi cuarto tratando de concentrarme y de estudiar para mi examen parcial de la siguiente semana. No sé por qué, desde mediodía me acosaba el presentimiento de que algo agradable iba a pasarme aquel día, pese a la bruma que se entretejía en mi mente por la prueba venidera, y ello no me dejaba tranquilo.
Hasta se me había pasado la hora de la cena y ni siquiera había comprado nada para comer. Pero llegó un momento en que el estómago comenzó a punzarme tan fuerte que no tuve más remedio que levantarme de la cama para ir a hacer algunas compras y darle gusto al hambre.
Me disponía a abrir la puerta para salir a la tienda cuando se escucharon unos toquecitos suaves y tímidos en ésta, toquecitos que solamente podrían provenir de manos femeninas y delicadas. Pero como no esperaba visita femenina alguna, imaginé que podía ser alguno de los otros compañeros que alquilaban los demás cuartos de la casa.
Imaginé que habían olvidado la llave.
Al abrir la puerta me encontré con Jacqueline, una de las compañeras que alquilaba uno de los cuartos, quien venía acompañada de una compañera de ella, llamada Irma.
Entre paréntesis, la dueña de la casa permitía que ésta fuese alquilada por chicos y chicas, no tenía prejuicio por ello.
-Buenas noches- dijo Jackeline.
-Buenas noches, hola Mima -dije- pasen adelante.
-Permiso -dijeron ambas.
Entraron, primero Jackeline, seguida de la morena. No pude prohibir a mi mirada el acto de seguir el bamboleo de las nalgas redondas y tentadoras de Irma al caminar hacia la sala del apartamento. Irma llevaba una blusa tipo ejecutiva y una minifalda azul que apenas cubría sus piernas hermosas, ceñidas por unas medias café oscuro que le daban un toque muy excitante. Como presintiendo el calor de mi mirada sobre su espléndida anatomía, Irma volvió la vista hacia mí y yo tuve que evadirla para disimular mi actitud. Se sentaron cada una en una silla. Al hacerlo, Irma cruzó sus piernas en una forma distraída y coqueta a la vez, descaradamente apetecible, descubriendo lo más grueso y alto de sus muslos, como mostrándolas adrede para ver mi reacción o como una forma de asolapada provocación.
Jackeline preguntó si no había visto sus llaves.
-No, fíjese. He estado en mi cuarto estudiando todo el día y no he salido.
– No sé dónde las he dejado y me urge entrar al cuarto.
Ellas comenzaron a buscar en todas partes a ver si encontraban el manojo de llaves, como con desesperación, pero sin éxito.
-Qué pena. Bueno -dije-, voy a salir, si alguien me llama díganle que regreso al rato, voy a hacer unas compras. ¡Quedan en casa!
-Gracias -dijo coqueta Irma.
Salí a la tienda, pero nomás me tardé unos diez minutos en las compras.
No podía dejar de pensar en las piernas hermosas de Irma, envueltas en esas medias que les daban un contorno delicioso. Sólo me vino a la mente la impresión que siempre me había causado la morena: Irma Gómez es una de esas mujeres cuyo caminar asemeja a los mismos movimientos que realizan cuando hacen el amor. Era una morena de no mucha estatura, medía apenas unos 150 cm. pero toda su anatomía le daba unas proporciones exquisitas. Era la única compañera a la que realmente deseaba cogérmela por todas partes, desde que la vi por primera vez, cuando la conocí en la Universidad de El Salvador.
Llegué al apartamento y entré. Me extrañó muchísimo no ver a Jackeline y a Irma en la sala buscando las llaves, como yo las había dejado, y mi cuarto estaba cerrado. No recordaba en esos momentos si yo lo había dejado así o no. Creí que las chicas habrían encontrado las llaves y se encontraban dentro del cuarto de Jacqueline estudiando, estarían en la cocina preparando algo para cenar, o simplemente se habían ido a otra parte. Me encogí de hombros, dejé las compras en la mesa e introduje la llave en la cerradura de mi cuarto, gire el mecanismo y empujé, prendiendo casi simultáneamente el interruptor de la luz. En los pocos segundos que duró el lapso entre este acto y que la luz se encendiera, en la semioscuridad, logré distinguir dos cuerpos femeninos, semidesnudos y enroscados, que se separaron sorprendidos al escuchar abrirse la puerta y el chasquido del interruptor de la luz.
-¡Armando! ¡Discúlpenos! -decía Jackeline mientras ambas buscaban en la claridad repentina lo que les faltaba de sus ropas para cubrirse- creímos q… que iba a regresar dentro de media hora del supermercado.
-Disculpen ustedes -dije-. Solamente fui a la tienda de la esquina y… bueno, no quise interrumpir; no me imaginé que estuvieran… «ocupadas».
Jackeline estaba rojísima por la vergüenza y buscaba a cubrirse toda con una de mis cobijas, pero Irma no, y apenas se tapaba sus senos con su sostén.
-No se preocupen -dije- pueden continuar. Yo me voy a ir a ver televisión.
Así lo hice. Encendí el aparato y me recosté en el sillón de la sala. No podía salir de mi asombro ¡Jackeline e Irma Gómez amantes! Ahora comprendía muchas cosas: por ejemplo porque eran «como uña y carne», o cómo aquella vez que estábamos en el primer piso de la Facultad y el novio le dijo a Jackeline que le gustaría que rebajara unas libras, e Irma dijo: «¿Qué más quiere con este cuerpazo que tiene».
Era la primera vez que veía desnuda a Irma, ¡Qué delicia de mujer, qué pechos, qué piernas, qué caderas! Y Jackeline también tenía lo suyo, aunque con un poquito de sobrepeso.
Había pasado unos pocos minutos y sólo oía las voces de ellas que platicaban entre sí.
Fue muy poco lo que alcancé a entender de lo que hablaban:
-¿Y si le cuenta a José? -decíale Jackeline a su compañera.
-Ay, Kelly. No se preocupe no le va a contar.
-Es que no puedo estar segura de eso. Y sinceramente no sé cómo Ud. puede estarlo.
-Armando no es chambroso, lo conozco muy bien. Ya le dije que no se preocupe.
-Es que como son tan amigos…
-Sí pero no creo, es más estoy segura, que no le va a decir nada -trataba de convencerla Irma.
-De todos modos…
-¿Le gustaría que lo convenciéramos?
-Sí.
-Pues lo vamos a convencer de cualquier forma… ya va a ver.
Pasaron unos minutos en los cuales no escuché ni siquiera un cuchicheo. Qué estarían haciendo, no lo sé.
En eso me llamó Jackeline:
-Armando, ¿puede venir un momento?, por favor…
-Ya voy -dije.
Me levanté y entré al cuarto. Me detuve en la puerta. No quería acercarme mucho, pues no sabía cómo actuar en aquel tipo de situaciones. Las dos se habían puesto una de mis camisetas sin mangas y podía adivinar que por debajo no llevaban nada.
-¿Diga? -dije.
-Entre no se quede en la puerta -dijo Irma.
-Venga -dijo Jackeline poniendo la mano sobre la orilla de la cama-, siéntese. Queremos platicar con usted.
Entré y me senté en la orilla de la cama.
Se pusieron una a cada lado mío. Las pequeñas camisetas apenas si alcanzaban a cubrir parte de sus pechos y sus hombros se presentaban desnudos, como para deshacerlos a mordidas.
-Antes que nada queremos pedirle disculpas por haber usado su cama sin su permiso -dijo Jackeline-, pero… Bueno usted ya vio. Como usted había dicho que iba a de compras, nosotras creímos que iba hasta el supermercado y quisimos aprovecharnos, pero le juro que después le íbamos a ordenar la cama como usted la tenía.
-No hay problema -dije- pueden continuar si gustan.
-No queremos que usted piense mal de nosotras… -continuó.
-No, tengo un criterio muy amplio como para juzgar estas cosas y censurar las preferencias de los demás.
-Me encanta -dijo Irma-. Si todos fueran como usted.
-Bueno, tengo que seguir estudiando -dije.
Me iba a levantar e irme a la sala de nuevo, pero Irma me detuvo poniéndome su mano por encima mi calzoneta sobre mis genitales, ya de por sí erguido.
-Espere, no se vaya todavía. Queremos agradecerle este favor.
Y me sacó la verga bajándome la calzoneta y de inmediato la encajó en su boca sin dejarme tiempo a pensar nada. Volví a ver a Jackeline desconcertado, como pidiendo una explicación, pero ésta se limitó únicamente a dibujar una sonrisa picaresca y maliciosa en sus labios.
Irma seguía en su afán. Era una profesional en el sexo oral. Me relamía una y otra vez todo el falo, me lo chupaba, me lo mamaba tan diestramente y exactamente en los puntos de más placer que a cada instante yo creía terminar dentro de su boca. Jackeline entonces separó la mano de Irma y con una de las suyas empezó a masturbarme, sólo que la morena no retiró ni un instante su boca de la suave succión que ejercía sobre mi glande. Apenas Irma lo soltó, la boca de Jackeline se apropió de él de la misma forma y continuó con la faena. Esta vez sí experimenté la inevitable sensación que terminaría definitivamente y, quizás Jackeline lo notó y ahuecó la palma de su mano derecha presionándola fuertemente sobre mi glande. Tuve la misma impresión como si hubiese alcanzado el orgasmo, como si hubiera volcado varios mililitros de semen, pero en realidad, no lo hice, es decir, tuve un orgasmo en seco. Era un truco nuevo para mí. Así, Jackeline había logrado que yo guardara la circunstancia para después.
En eso, ambas se subieron a la cama besándose en los labios y retorciendo la lengua en la de la otra. De cuando en cuando paraban un momento, pero sin separar sus mejillas, apenas unidas sus labios por las comisuras, para corroborar que yo estuviese viendo y disfrutando el espectáculo. Las camisetas no resistieron mucho los forcejeos excitantes y fueron saliendo de aquel remolino de lujuria, como si una fuerza centrífuga las expeliera.
La disparidad entre ambas era rotunda. Irma es bajita mientras Jackeline es un poco más alta; ésta tenía los pechos blancos, aderezados por dos sonrosados pezones, Irma tenía senos morenos y aureolas prietas; la morena tenía el cuerpo bien proporcionado, todo en su lugar y con una redondez prodigiosa, Jackeline Fuentes en cambio, era más rellena. Pero ambas poseían un cuerpo soberbio, ágil y espléndido y sabían conducirlo muy bien frente a su compañera.
La contienda entre ellas era por tratar de que la otra quedara debajo, pelea en la cual ninguna se dejaba. Pero la mayor corpulencia de Jackeline inclinó la riña en su favor y poco tiempo después la morena tendría que someterse al poder de su compañera. Al parecer, los pechos eran las partes preferidas de una y otra, pues en lo poco que duró el forcejeo la mayor parte de él fue destinado a ellos. Pude observar cómo se los besaban, acariciaban, lamían y lubricaban con torrentes de saliva. En cierto momento Jackeline, en virtud del dominio que ejercía sobre su amiga debido a su peso, se deslizó tan rápida y ágilmente como una serpiente hacia las piernas de Irma y con su boca aprehendió la vulva que se partió en dos al ser escindidos los labios mayores por la lengua de Jackeline. La succión vino luego, como si deseara sacar algo de dentro. Irma se deshizo en un rosario de gemidos espasmódicos. La morena empezó a girar en plano horizontal, como si su sexo fuese el eje de esa rotación y buscó también el sexo de su compañera, hasta que quedaron en la conocida posición del sesenta y nueve.
Ya en esta postura, ninguna de las dos tenía pleno control sobre la otra. A veces era Jackeline quien hacía delirar a Irma, y a veces era ésta la que despedazaba de placer a aquella.
Me aproximé a ellas mientras estaban en esta posición, acerqué un dedo de cada una de mis manos a sus bocas y ellas los chuparon con deleite, dejando de lado por momento la vulva de la otra. Y con la saliva de ambas lubricándolos iba introduciendo simultáneamente un dedo en sus anos, los sacaba de nuevo, los acercaba a los labios de ellas quienes los lamían con avidez y los volvía introducir más mojados en los diminutos orificios varias veces. Al inicio de esta operación, las falanges entraban con dificultad, lo que les produjo un gemido de dolor, pero no cedí en mi intención hasta que los hundí hasta la raíz. Luego, a medida sus rectos eran lubricados por su propia saliva, las incursiones eran más fáciles y suaves.
-Este Armando ya me dio una idea -dijo Jackeline en alusión a lo que estaba haciendo.
-¿Cuál? -preguntó Irma.
-Póngase a gatas y luego le digo -dijo dirigiéndose a la morena.
-¡Kelly! -Irma hizo un gesto de a escándalo- ¿Qué está pensando hacerme, pícara?
-Bah, usted haga lo que yo le digo y déjenos a Armando y a mí lo demás.
-Ah, ya sé que es lo que quiere hacer.
Se incorporaron, liberándose de mis dedos e Irma de puso en cuatro patas.
-Sepárele las nalgas -me dijo la blanca.
Y luego explicó:
-Mima y yo hemos descubierto una forma por medio de la cual, cualquier tipo de penetración produce muy poco dolor, ¿Verdad, Mima?
-Si -contestó secamente la morena, como si el asunto no le importase y no sintiera ninguna incomodidad al estar «en culumbrón».
-¿Y cómo es eso? -pregunté intrigado.
-Mire, se agarran las nalgas con ambas manos y se abren lo más que se pueda. Así el ano se ensancha y lo que quiera que va entrar lo hace más fácilmente.
-Ah, vaya -dije un poco sorprendido de las ocurrencias de aquellas dos hembras.
-¿Y sabe cómo le hemos llamado?
-No.
-La «maniobra de Fuentes-Gómez»
Y se tiraron una risotada.
-Pero, ¿No le va a incomodar eso a Mima? -pregunté.
-¡Para nada!, ¿Verdad Mima? -contestó Jacqueline dirigiéndose a la morena quien sólo asintió con un movimiento de cabeza-, ¿O acaso no sabe usted que en el colegio a Mima le decían la «Anomalía»?
-No, ¿Por qué le llamaban así?
-Porque tiene un «ano bien malía» -Y ambas se carcajearon de nuevo con tanto gusto.
Pero Irma no podía quedarse con esa sorna y contraatacó:
-¿Y sabe cómo le he puesto de sobrenombre a Kelly? – preguntó.
-No, no sé.
-La «Tabernáculo».
-¿Por qué le ha puesto ese sobrenombre tan… peculiar?
-Porque es más puta que un “culo de taberna”…
Y volvieron a reírse.
¡Vaya que tenían imaginación aquel par de mujeres! Hasta el momento yo creía que Jackeline tenía la intención de empotrar algún objeto, un dedo o algo así en el culo de Irma. Así que hice lo que me dijo. Con mis manos separé las nalgas de Irma con mucha fuerza. Al momento su ano prieto y recio y su vulva quedaron expuestos. Ella gritó y dijo:
-¡¡Aayy!! Armando. No me abra tan fuerte.
-Disculpe -dije aflojando un poco-, no quise lastimarla.
-No, Armando -dijo Jackeline-, así está bien… Va a sentir dolor al principio, pero después ya no. mejor ábrala más.
Volví la vista hacia Jackeline con una mirada de confusión, si aquello le había dolido a Irma, al separarle más las nalgas podía incluso producirle un desgarro.
Ella percibió mis pensamientos y me dijo:
-Hágalo, no se preocupe, no se va a rajar, esta Mima tiene un culo bien resistente, no crea que es la primera vez; además, yo sé lo que estoy haciendo.
-Si insiste -dije.
-Haga lo que dice Kelly -dijo Irma cuando volví a verla como pidiendo su consentimiento.
Y mis manos volvieron a dividir las nalgas de la morena, esta vez lenta pero mucho más vigorosamente, y ella enterró las uñas en la almohada y lanzó un alarido como para ser escuchado a una cuadra a la redonda. Al hacer eso, parte de la mucosa anal, rosada y húmeda quedó expuesta de nuevo.
-Así está bien -dijo la blanca. Y seguidamente se prendió con sus labios del minúsculo agujero, besándolo y lamiéndolo. La morena se estremeció en lo más hondo y empezó a gimotear como lo hace las gatas al hacer el amor. Casi se me salen los ojos del estupor al ver lo que Jackeline estaba haciendo con su compañera. Con toda claridad veía como la lengua sonrosada lamía el ano en todo su derredor y dentro de él, sin asco y sin prejuicios de ningún tipo.
La lengua de Jackeline se esforzaba mucho tratando de traspasar inútilmente
En el minúsculo hoyo, sin embargo, las contracciones de éste le permitían cierto acceso y ello hacía enloquecer a Irma. Yo por mi parte, agarrando con mis manos las abundantes nalgas de la morena, abría su trasero con mucha fuerza de tal manera que no distinguía si los pujidos de Irma eran por el dolor que yo me empeñaba en producirle o por el placer que a Jackeline no le costaba suministrarle.
Aquella era quizás, una de las caricias que a Jackeline más le agradaba hacerle a la morena, porque pasó muchos minutos en ello. Por momento se afanaba con el minúsculo orificio y luego con la velluda grieta que estaba más abajo.
Los labios de la blanca soltaron por fin el trasero de Irma.
-¿Le gustó? -preguntó Jackeline.
-¡Aahh, sí!, pero también me dolió mucho -dijo mientras se sobaba procurando darse un poco de alivio.
-Esta Mima -dijo Jackeline dirigiéndose a mí- siempre dice lo mismo. Mire, Armando, no es la primera vez que se lo hago y siempre dice que le duele.
-Porque no era Ud. la que estaba en mi lugar está diciendo eso, si no…
-¡A mí no me duele tanto!
-¿No?, ¡Mentiras son! Usted también es una chillona -le acusó Irma- ¿O ya no se acuerda de los gritos que pega?
-Mire, Mima no sea tan pajera. Y para que vea se lo voy a demostrar ahorita mismo.
Jackeline se puso en genupectoral, agarrándose las nalgas blancas e inmensas con ambas manos y las separó de cuajo, mostrándole a Irma su ano agrandado por la maniobra.
-¿Ya vio? -dijo Jackeline- lo que pasa es que usted es una llorona.
-No joda, Kelly -contestó Irma- Armando me abrió más que eso.
-¿Así? -dijo Jackeline y separó más sus nalgas.
-No, más…
-¿Así?
-Más… más… más…
Jackeline se esforzaba mucho por demostrarle a Irma que podía llevar aquello hasta donde a ella se le antojara. Hasta que al fin su ano era un orificio estirado y tenso.
Aquello como que hubiese vuelto loca a la morena quien sin rodeos le entró con todo sumergiendo su rostro entre las nalgas de su compañera y lamiendo deliciosamente el orificio trasero de Jackeline. Esta gemía y disfrutaba cada lengüetazo y buscó desesperadamente liberarme de mis ropas, al hacer esto tuvo que soltar sus nalgas. Irma me tomó las manos.
-Vaya, Armando, ábrala más a ver si es cierto que aguanta.
Repetí la maniobra que le había hecho a Irma. Jackeline gritó por la violencia de la apertura. Irma sonrió complacida de su revancha y siguió lamiendo el ano de su compañera. Me di cuenta casi de inmediato que el trasero de Jackeline era mucho más manejable que el de Irma.
Sus nalgas podían agarrarse y abrirse con más facilidad y su ano era más complaciente a las maniobras y esto me incitó tanto a abrirla con mucho más fuerza; pero al parecer Jackeline ya se había acostumbrado a esa manipulación Pues gimió muy poco. En cierto momento, la morena me tomó una de las manos y empapando un dedo con su saliva me hizo que lo restregara con firmeza contra el ano de Jackeline y que lo enterrara en éste. La blanca se sacudió al sentir algo dentro de su recto y empezó a mover las caderas tratando de que el dedo se encajara más dentro de ella. Irma, entretanto allanaba la vagina de su compañera con su lengua.
Jackeline sacó una jeringa estéril y se la dio a Irma; ésta mecánicamente descartó la aguja y de su cartera sacó un frasco que contenía un gel de la que se utiliza en los hospitales para los procedimientos en examen físico. Introdujo uno o dos mililitros de la sustancia en la jeringa y se lo entregó a Jackeline, pero ésta es la devolvió.
-¿Y a quién le va a tocar primero pues? -preguntó extrañada Irma.
-A mí -dijo la blanca.
-No, Kelly -dijo la morena-, acuérdese. Me toca a mí.
.No, Mima -reaccionó Jackeline-, recuerde que la última vez usamos aquel vibrador que nos prestó Any y yo se lo hice a usted primero.
-¡No sea embustera! -le recriminó Irma-. Además, acuérdese que fueron sólo unos segunditos y no pudimos terminar porque mi hermano casi nos descubre.
-Sí, es cierto. Pero el hecho es que esta vez es mi turno.
Hasta ese momento, yo no entendía ni media palabra de lo que estaban hablando, es más, me encontraba muy lejos de imaginar de qué se trataba.
Como no se ponían de acuerdo a Irma se le ocurrió algo.
-¿Y por qué no lo decide Armando?
Jackeline no lo pensó mucho y asintió.
-¿Cómo? -pregunté.
-Sí, ¿cómo? -hizo eco la blanca.
-¡Fácil! -dijo la morena-. Nosotras nos ponemos a gatas y le enseñamos lo que tenemos y usted decide por quién comienza.
-¿Comenzar qué? -pregunté porque seguía sin comprender nada.
Ambas se tiraron una carcajada y Jackeline dijo:
-¡A cogernos por detrás!, ¿o acaso no ha notado cómo nos gusta?
¿Y todavía me estaban preguntando, después de haberlas visto cómo se habían lamido el trasero y verlas disfrutar como nunca había visto a una mujer.
-Ni idea tenía -dije.
-Bueno -dijo Jackeline- ¡decida!
Se pusieron a gatas, cadera con cadera y con las piernas abiertas. Jackeline dijo:
-Vamos, Armando, escoja cual quiere…
-Decida -me insistió Irma acariciando las nalgas de Jackeline-, si desea el culo de esta potranca chele -y luego se acarició las de ella-, o el mío -y para provocarme pasaba las yemas de su dedo índice por el contorno perianal y de vez en cuando, encima del agujerito.
Debo confesar que me costó mucho escoger. Miraba por un momento el ano rosadito de Jackeline, circundado por sus nalgas anchas y blancas que provocaban a darle de palmadas hasta dejarlas adoloridas y eritematosas, y luego el ano oscuro de Irma, semiescondido entre sus nalgas morenas y fascinantemente redondas. Me pareció por un momento que éste comenzó a contraerse y a expandirse sutilmente como invitándome a que se lo despedazara enterrando mi órgano con violencia y, eso me hizo decidirme. Señalé el de la morena, posando mi dedo índice y presionándolo fuertemente. Irma gimió.
Como que a Jackeline no le gustó mucho mi elección, pero se incorporó y en tanto Irma se ponía en genupectoral y mamaba mi órgano viril para prepararlo, ella separó las prietas nalgas con sus dedos pulgar e índice, le infundió un mililitro del líquido viscoso dentro del recto a la morena. Luego con una mano me tomó el pene por el tallo y lo apuntó hacia el reducido agujero de su amiga y lo soltó en el umbral, justo cuando el glande desapareció dentro de él; el resto dependía de mí. Fui hundiéndolo lentamente a fin de no producirle mucho dolor a la chica, pero era imposible a decir por la brusquedad con la que se tensaba. Irma gritaba e hincaba sus uñas en la almohada, a medida que mi verga se iba sumergiendo en su cavidad anal lubricada por la gelatina que Jackeline le había instilado hace unos momentos.
Sentí claramente cuando mi glande topó contra una de las flexuras de su recto y cómo éste detuvo momentáneamente mi avance. Por un instante pensé que Irma tenía un recto demasiado corto pero luego me di cuenta que sólo es un poco tortuoso. Forcejeé contra su culo por unos segundos hasta conseguir alinearlo a la forma de mi falo, posición que mantuvo hasta que terminó el coito. Irma gritó de nuevo pero ya en esos momentos yo no estaba para conmiseraciones con ella.
Su ano ya no era la depresión negra apenas insinuada de hace unos momentos, sino una enorme caverna entre sus nalgas, ajustada alrededor de mi verga como un anillo carnoso. Por unos segundos el espasmo que le produjo la penetración me impidió los primeros movimientos, Jackeline le practicó la maniobra inventada por ellas pero ni eso logró que aflojara un poco.
Así que opté por el método doloroso y comencé a entrar y salir de su trasero revolviéndole los intestinos aún en contra de la resistencia de sus tejidos. ¿Para qué iba a andar con lástimas con una mujer como Irma Gómez, que estaba dispuesta a probar cualquier cosa con tal de sentir placer y sabiendo que Jackeline me había permitido hacerle cuanto yo quisiera? ¿Acaso no es cierto que cuando una mujer permite que le des por el ano, te está permitiendo que le hagas lo que quieras? Además no era ni la milésima vez que la penetraban por el culo y de seguro no era la verga más grande que había tenido enclavada en el recto.
Jackeline por su parte trataba de ayudarme manteniéndola quieta para que no se fuera de cara contra alguna pared y también agarrando con sus manos las nalgas morenas de Irma y abriéndolas en bloque para explayarle el ano y poder zambullirle mi garrote con más facilidad. Irma no toleró por mucho tiempo el embate por el trasero y como pudo se deshizo de mi pene y cayó desplomada sobre la cama, dolorida y sudorosa.
-Ahora me toca a mí -dijo Jackeline riendo mientras aplaudía emocionada- Esta Mima es una maricona, no aguanta nada. Algún día se va a acostumbrar y lo va a disfrutar mucho, pero ahorita… -e hizo un gesto de menosprecio para la morena.
Y tomando la jeringa se introdujo ella misma el resto de gel que aún quedaba y se colocó a gatas, abriendo las piernas mostrándome las nalgas otra vez y exponiendo su minúsculo agujero y su rajadura enorme al aire libre. Yo apunté mi pene al hoyito y empujé hasta haberlo introducido totalmente en su recto. El miembro entró con mucha más facilidad que cuando con Irma y continué los movimientos que dejé pendientes con esta última.
Esto vino a confirmar lo que había sentido con mis manos, cuando separaba sus nalgas para que Irma le lamiera el trasero. Era lógico que, Jackeline teniendo más corpulencia, su recto fuese más amplio y largo y su ano más elástico. Lo que significa, es que tenía mayor capacidad en virtud de su masa corporal. Caso contrario que con Irma, como dije, el recto de Jackeline se estiraba y se encogía con el vaivén de mi instrumento, se acoplaba perfectamente a sus incursiones desplegando ricamente sus paredes alrededor del cilindro.
-Ya ve, llorona, ¡Ay! -dijo Jackeline a Irma-, ya ve cómo se hace, aprenda, ¡Ay!
Irma ya se incorporaba en esos momentos y al ver a Jackeline gozando la penetración sin emitir una significativa queja de dolor, lo más probable es que sintiera envidia, cólera o no sé qué. Porque entonces se acercó e introdujo al par de mi verga y sin misericordia un dedo de cada mano en el ano de la blanca y empezó a estirarlo hacia los lados, ensanchándolo hasta casi hacer que mi miembro se fuera en falso dentro de éste. La blanca chilló del dolor.
-¡No, Mima!, ¡¡¡AAAyyy! Qué está haciendo? ¡¡¡¡¡Nooooooooo!!!!!
-No que Ud. no es llorona -parodió la morena- ¡Aguántese!
Demás está decir que Jackeline no soportó tampoco. Deshecha del dolor sobre la cama, en una posición antálgica, sólo atinó a ver a Irma con una mirada de resentimiento por no dejarla gozar hasta el máximo.
-Me las va a pagar, Mima, ¡Ay! -Y entre dientes, de una forma que sólo yo alcancé a escucharla apenas, dijo: -¡Puta puerca!
-No se enoje, Kelly -se burló Irma- cuando se acostumbre lo va a disfrutar mejor, ya va a ver.
Y sin perder tiempo y para no desaprovechar la oportunidad, la morena se acostó en la cama, con las piernas abiertas en abanico y me haló de un solo movimiento haciendo que cayera sobre ella, encajado perfectamente entre sus piernas. Comencé a moverme adelante y atrás, penetrándola y haciéndola gemir. La morena revolvía sus caderas circularmente y clavaba sus uñas en mi espalda.
A cada arañazo yo respondía comprimiendo sus pechos entre mis manos sin importarme sus gritos de dolor. Con una de sus manos acariciaba el cuerpo de su compañera y la haló pidiéndole que le mamara los pechos mientras yo la penetraba. Jackeline se negó, resentida todavía. Pero Irma le suplicó:
-No esté enojada, Kelly. Discúlpeme. Después se desquita si quiere, me voy a dejar hacer todo lo que quiera y no le voy a reclamar nada pero ahora no, por favor.
Jackeline parecía no querer tomar a bien la petición de su amiga.
-Por favor… -volvió a implorar Irma con suavidad y Jackeline se ablandó y aceptó las disculpas y se montó sobre su amiga a besarle todo el cuerpo. Yo retiré entonces mis manos de sus senos para que la blanca pudiera atraparlos entre sus manos y su boca.
Esta vez no resistí tanto y sintiendo mis genitales a punto de reventar, saqué mi verga de dentro de las entrañas de Irma y empecé a ordeñarla sobre su vientre, con la intención de dejárselo completamente empapado.
Pero Jackeline, viendo que yo estaba a punto de derramarme sobre su amiga, se apresuró a tomarme el miembro en sus manos y lo capturó entre sus labios, masturbándome hasta que me derramé en ella; terminé dentro de su boca y no soltó mí instrumento hasta que lo hubo vaciado por completo. Hizo una seña a Irma y ésta se acostó en la cama y abrió la boca cuando acercó el rostro a ella. El chorro de semen que yo había eyaculado en la boca de Jackeline aumentado por su saliva, se escurrió lentamente hacia la de Irma.
Al recibirlo por completo, Irma cerró la boca y lo disfrutó unos momentos, luego fue Jackeline quien se acostó y abrió la boca para que su compañera le vaciara de nuevo el semen en ella. Así jugaron un rato, se lo intercambiaron unas cuatro veces quizás, hasta que Jackeline, en lugar de vaciarlo en la boca de su compañera, lo hizo sobre el pecho de ésta y luego, comenzó a esparcirlo con sus manos sobre los senos y el abdomen de ésta; después hizo igual consigo misma. Luego restregó sus pechos contra los de Irma regando todo el líquido sobre la superficie acanelada del busto de su compañera y sobre el suyo. Parte del rostro de ambas también escurrían semen y saliva.
Y se quedaron así un rato, Jackeline recostada sobre su compañera, sin moverse, únicamente resoplando la fatiga del cuerpo y empapadas por el líquido viril como si lo pegajoso y viscoso de éste no les molestara.
Poco tiempo después, ya descansadas, fueron a bañarse. De vez en cuando se oían las risitas maliciosas cuando se hacían sus pícaras travesuras una a la otra.
Cuando salieron, aún mojadas, escurriendo agua por los cabellos, apenas cubiertos los pechos y la parte superior de los muslos por las pequeñas toallas que pude proporcionarles, volvieron a acostarse en mi cama, dispuestas ya a dormir.
-¿Cuánto tiempo llevan haciendo esto? -les pregunté.
-¡Uf!, casi desde que comenzamos la Universidad -contestó Jackeline.
-¿Y sabe qué? -dijo Irma- es la primera vez que incluimos un hombre en esto y nos divertimos tanto. Créanos.
-¿En serio?
-Sií… -afirmó- es más, de ahora en adelante lo vamos a tener en cuenta más seguido.
-Sólo tengo una curiosidad -dije.
-¿Cuál? -dijo Jackeline.
-¿Sabe José que Usted y Mima…?
-¿Si somos… novias? ¡Dios me guarde! -contestó Jackeline-. No sé qué pasaría si se llega a enterar. Por eso es que yo estaba tan afligida de que usted le contara algo.
-No. No le iba a contar nada, yo…
-¿Ya ve, Kelly? -dijo Irma-, yo ya se lo había dicho.
-¿Cómo hacen cuando él está con ustedes? -pregunté.
-¡Ah, hacemos milagros! Nada de gemidos, movimientos bruscos o cosas dolorosas. ¡Si usted viera…!
-Sí, ya me imagino -dije.
Esa noche dormí entre dos hermosos cuerpos de mujer. Digo «dormí» pues no sé qué verbo emplear, porque constantemente fui despertado por alguna boca que se prensaba de mi pene, por algún par de pechos que se restregaban contra mi cuerpo o por algún gemido desperdigado por un dedo (o a veces dos) que se alojaban en lo orificios mayores o menores de ellas…