Lamento verme obligado a presentar lo que expondré a continuación, al amparo del anonimato. Mi peculiar sino ha procreado otra criatura que nunca podré reconocer mía.

Ocurre que tengo familia ante quien rendir cuentas por lo publicado.

Y aunque lo que tengo que decir reflejará con fidelidad aquello que ocurrió, siento y pienso, no puedo ignorar el hecho de que mis hijas – dentro de algunos años, por supuesto – podrían resentirse en caso de identificarme con el autor y a su madre con una de las protagonistas… ¡Entre otras cosas!

No existe intención cínica en la distorsionada cita precedente, me identifica con el incomparable bardo privilegiar sobre todos mis amores, los despertados por las – siempre fascinantes – hijas de Eva.

Si mi misión espiritual consistiera en diseñar seres sexuados que tras el primer impulso proliferaran por sus propios medios, sin duda obraría tal como la madre naturaleza lo hizo:

Los dotaría – sin avaricia – de atractivos que los hicieran deseables al uno para el otro, así como de un compulsivo instinto reproductor – prioritario sobre toda otra necesidad, con excepción de la de mantener la vida – cuya satisfacción gratifique en grado superlativo.

Llegado a este punto, me permitiré expresar una opinión de manera que no queden dudas al respecto: ¡Me cago en las corrientes filosóficas que pretenden apartar al ser humano de su objetivo primordial, o sea, el disfrute del placer sexual!

Son dañinas, provocan traumas que retardan la evolución de un ser dotado con excelencia inconmensurable para gozar las delicias de la vida.

Hasta hace poco tiempo, he deambulado sacudido por las ráfagas del huracán de contradicciones que la cultura occidental impone a sus víctimas. Hoy, liberado al fin, expondré para Uds. las conclusiones a que he arribado con el deseo de que – en caso de resultar posible – reduzcan a su mínima expresión la cuota de sufrimiento que se nos exige cumplir:

Nuestra misión en la vida consiste en disfrutar a plenitud del goce sensorial, actividad indispensable para mantener en marcha el motor de la vida. Es a efectos de alcanzar ese objetivo, que hemos sido provistos de un maravilloso organismo, universo completo en su genial complejidad.

La conciencia trasciende al fenómeno vital, no tengo dudas, mas llegado el momento de efectuar un balance solo ingresarán al activo las experiencias gozosas. En cambio, arrastraremos el pasivo a guisa de lastre, el que tarde o temprano – cuanto antes mejor – deberá ser saldado.

Pregunto ahora: ¿Cuál de las actividades vitales, puede aportar experiencias gozosas superiores?

Contesto: ¡La sexual, sin duda!

Es a efectos de tal convicción, que extraeré de los arcones de mi memoria y relataré para Uds., los recuerdos de una racha de bonanza disfrutada un lustro atrás, durante cuyo transcurso aprendí la mayor parte de lo que sé, acerca del arte sensual.

«Delirios propios de un cerdo obsceno» Afirmará más de un lector decente: ¡Será un honor que me parangonen con el mamífero cuyos orgasmos duran nada menos que 30 minutos!

La juventud del espíritu se sustenta en el vivir pleno, exento de tabúes: He conocido tantos jóvenes de 90, cuantos viejos de 20…

¡Allá voy!

El interruptor de Mónica

Pintaba para ser una encamada como las demás. Con Mónica nos conocíamos de memoria y si bien nos sabíamos calentones por sobre el promedio, hasta ese momento yo no registraba una situación que se pudiera catalogar de espectacular.

Satisfactorias todas, posiciones novedosas en la mayoría, ambos con físicos mejor que bien dotados para el disfrute… Sabiendo lo que íbamos a buscar al telo, lo conseguíamos sin ningún problema. Sin embargo, esa noche activé un interruptor desconocido por accidente.

Le estaba sacudiendo de atrás en posición de 21, en tanto ella – torso y perfil de la cara apoyados contra la sábana – se pajeaba con vigor. El caso fue que acezaba repitiendo: ¡Qué polvazo, Ricky… Qué flor de polvazo me estoy echando!

Por entonces me vanagloriaba de ser una persona bien educada – a la antigua usanza – evitando emplear términos considerados groseros. Pero esa vez, al escucharla gozar sin reserva, dejé escapar un exabrupto: ¡Mira si serás reputaza… Pajera vieja!

¡Para qué! Ahí no más se descolgó con una acabada tan bruta, que dio la impresión de que las paredes temblaban a raíz del escándalo que armó.

Quedé paralizado por el asombro.

¡Seguí, guacho hijo de puta… Insúltame que me recalienta… Y no pares de serruchar, maricón impotente! Azuzó.

¿Así que esas teníamos? ¡Ya vas a ver lo qué es bueno… Ramera viciosa! Escuché – incrédulo – decir a mi propia voz.

¡Ah! ¿Sí… Y que mierda de bueno crees que podrás hacer, con ese gusano blando y viscoso que se pierde entre tus inmensas bolas? Volvió a la carga.

Para eso, mis robustos 18 cm de embutido lucían desplegados en todo su potencial. Acepté el reto con inesperado entusiasmo, que en ese momento catalogué de enfermizo: ¡Siempre me mezquinas el orto mandándote la parte de estrecha… Ahora que sé lo puta que sois, te lo voy a partir en cuatro gajos… Agárrate, Catalina!

¡No, no… Eso no, degenerado… No te atrevas… Si lo haces, le cuento a mi marido y entonces no te escapas de ligar un par de tiros en las pelotas! Amenazó, a la par que separaba bien las nalgas para exponer mejor el tentador pavito.

¿Tiros a mí, el cornudo ese? ¡Ja, ja, ja… Me juego las que te dije que si le contáis, me viene a buscar para que se la dé a él también! Dicho esto, le enchufé entera la cabeza del bicho en el ojete, sin ceremonias ni vaselina.

¡Uuuuuyyyyy! Se quejó ¿Qué me metiste desgraciado? ¡Seguro que una botella, porque te juro que siento que tengo algo adentro por primera vez desde que me encamo con vos!

¿Así que botella, eh… Qué me contáis de esto otro? Retruqué, al tiempo que le zampaba otra respetable porción de verga de un solo viaje.

En esa ocasión, un profundo gemido de dolor sofocó sus intenciones de continuar con los sarcasmos. Reconozco que me asusté bastante pensando haberla lastimado en serio, me aprestaba a sacarla y disculparme, en momentos en que sus caderas comenzaron a ejecutar una danza sincopada.

¡Ayyyaayayyyy… Qué triste destino… Virgencita y con el culo trincado por un depravado que sin duda debe tener el SIDA! Sollozó, a la par que se morfaba el saldo encastrándose contra la estaca.

Percibiendo la contractura muscular que la temeraria acción produjo en mi desbocada amante, quedé quieto en espera del desenlace. Ella también paró durante algún tiempo, conviniendo en muda tregua. Una vez que se repuso giró la cabeza en mi dirección, entonces vi senderos de lágrimas surcando sus mejillas. No obstante ello, provocó:

¿Qué pasa, mequetrefe, ya se te bajó de nuevo? ¡La puta que me parió! ¿Seré pelotuda yo… Por qué mierda me emociono pensando que por fin me vas a hacer gozar, si al final siempre pasa lo mismo?

Decidí moderar mi ímpetu por temor a ocasionar lesiones graves, con esa intención empecé un mete saca lento y medido. Mónica acompasó de inmediato y por algunos minutos cesaron las pullas, siendo reemplazadas por entrecortados suspiros de placer.

Manteniendo esa tónica llegó a su primer orgasmo, momento en que maniobró para cambiar de posición quedando ubicada de costado en la cama, conmigo acoplado por la espalda.

¡Che, maricón! ¿No te gustan los limones de las hembras a vos… Por qué no me los franeleás un rato y de paso le seguimos dando al fife? Retomó, una vez que la postura se armó a su gusto.

Prendido de las suculentas gomas que me apasionaron desde el día en que la conocí, puse manos a la obra. Estaba concentrado en mi propio placer: Ella ya había tenido su acabada, era mi turno; Me mandaría hasta alcanzar la eyaculación, si ella llegaba conmigo bien y sí no, también.

Aunque la caliente y estrecha cavidad se prestaba de maravillas para alcanzar el objetivo con celeridad, la turra empezó a maniobrar de forma que me cortaba los ímpetu cuando más embalado estaba. Intenté contrarrestar sus argucias sin resultado: Se apretaba demasiado contra mí, pasaba las manos entre las piernas sujetándome de las bolas o giraba la cabeza reclamando forzados besos…

Al rato, caí en cuenta que de tanto en tanto se ponía en actitud sospechosa de haber llegado al clímax en silencio. Con ánimo de darle un chasco, esperé el momento oportuno, entonces se la saqué.

¿Qué haces, guacho mal parido? ¡Métemela de nuevo… Enseguida! Ordenó furibunda.

¡Te pesqué, yegüita taimada! ¿Desde cuando la pachanga es para vos sola… Eh… Y yo, qué… Naranja? Espeté.

¡No seas egoísta, nabo tierno, sigue garchando que la estoy pasando bomba! Te prometo que si me das el gusto, después te hago lo que quieras… ¡Lo que quieras, oís… Cualquier cosa!

Hice de tripas corazón, por empezar me serené un poco, después se la deslicé hasta la profundidad que sabía le agradaba más. No dudé que el asunto iría para largo, de forma que la empecé a menear de costado a costado pensando que así podría aguantar más tiempo. A ella le encantó la variante, así me lo dio a entender emitiendo entusiastas señales de gozo y llevando la cuenta de sus orgasmos para mi placer.

Aflojó al llegar al número 18.

¡Ya está bien, sácala… Me arde el culo!

Al obedecer, me aparté un poco para poder observar el muy dilatado hueco desalojado, entonces se me ocurrió mojar los dedos con saliva para acariciar con ellos los bordes de la pulsante circunferencia. Obscenos meneos de caderas aprobaron la acción.

Minutos más tarde, dijo: Debí estar loca cuando te lo ofrecí, pero soy mina de palabra ¡Deschavate! ¿Qué carajo quieres que te haga en compensación de los mediocres servicios prestados?

¿Qué podría ofrecer una bruja reventada como vos, que le pueda interesar a este soberbio semental? ¡A ver, decid!.. Toreé, con la secreta intención de estimularle la croqueta en procura de hacer algo fuera de serie.

Saltó cual resorte de la cama fingiendo indignación, luego me agarró de la mano tironeando de ella para levantarme a mí también, conseguido lo cual me llevó al aparato de posturas donde quedé acostado boca arriba, con las piernas separadas flexionadas a su gusto, los pies bien encajados en los soportes.

Dio inicio a las acciones deslizando las lolas por mi entrepierna. Percibiendo expectativa en su mirada, manoteé el atado de cigarrillos que había dejado sobre el borde del jacuzzi y encendí un faso simulando indiferencia, aunque lo cierto fuera que recorrían mi cuerpo entero estremecimientos de placer. Picada por mi actitud, se dio vuelta y reemplazó tetas por nalgas en el estímulo. Aunque la sensación era similar, los huevos recibían demasiada presión.

¡Volví a ponerte como estabas antes! Ordené ¡Pero ya que estás decidida a pelotudear largo, antes anda al bar y servidme un whisky con hielo para matar el tiempo!

Volvió a mi lado con expresión de triunfo, porque yo tenía la verga al palo con tan solo imaginar la caricia de sus limones sobre el escroto. Vino por un costado, metió un pezón dentro del vaso, hecho lo cual ofreció a mi boca la goteante clavija rosada. Me tomé el tiempo necesario para paladearla a gusto, en tanto ella refregaba el Monte de Venus – con exagerada lascivia – contra mi codo.

Terminada la libación, volvió a lo suyo. En pocos segundos el pendorcho se congestionó a reventar, mi vista estaba fija en lo que sucedía al frente, donde cada tanto veía emerger el glande amoratado del profundo valle entre los generosos senos.

Imaginé que a continuación, Mónica se abocaría a pegarme una regia mamada. Me equivoqué de medio a medio: Me hizo la puñeta… ¡Pero que portento de puñeta… Mama mía!

Maniobró las palancas del aparato dejándome esta vez con las piernas extendidas, se colocó al costado derecho, una vez allí empuñó con firmeza en la mano izquierda la base del pene tirando del prepucio con fuerza hacia abajo en acción que dejó expuesta la cabeza tensa e inflamada. Con parsimonia, llevó la palma de la derecha a la boca donde la empapó en saliva, para luego apoyarla con delicadeza sobre el orificio de salida de la uretra a la que estimuló con caricias circulares.

¡Aullé, les digo… De placer! La fricciones se alternaron entre el sitio inicial y las papilas del borde del glande, a menudo volvía a humedecer la palma y cada tanto esta era suplida por la lengua. No sé cuanto tiempo más tarde – el intenso placer me había hecho perder la noción, sin embargo no pudo haber transcurrido mucho – comencé a experimentar las electrizantes sensaciones anunciadoras de la desencadenada eyaculación.

Ella – reconociendo los síntomas – aumentó en mucho la presión de la empuñadura sobre el pene. Supuse que debido a ello, al aflorar el semen se proyectaría con tanta violencia que decoraría el cielorraso, entonces comenzaron las contracciones de los esfínteres.

Los diminutos labios simulados por el vértice del glande, comenzaron a boquear. El placer era enorme, manó de entre ellos líquido transparente que fue recogido por atenta lengua. Al hacerlo, suspendió los estímulos procurando no interferir en mi disfrute de las delicias del orgasmo.

Abandonado a la relajación subsecuente al clímax, desde mi nube de placer percibí la presión sostenida del férreo puño sobre los cuerpos cavernosos. Pasado un tiempo, la tibia y suave palma húmeda volvió a la acción.

Me incorporé sorprendido. Habiendo experimentado los síntomas completos, no lograba explicarme la inexistencia de un derrame lácteo mayúsculo sobre vientre y muslos. Sin embargo así ocurría, mas la expresión satisfecha de la sofisticada Geisha daba a entender que todo marchaba de acuerdo con sus planes.

Me hizo llegar a cuatro – a efectos de respetar lo establecido por la ciencia, prepongámosles pseudo – orgasmos, utilizando esa admirable técnica. A lo largo del tiempo transcurrido creo haber delirado, de modo que no recuerdo – supongo haberlo hecho – las obscenidades dichas. Aletea en mi memoria – sin mayor precisión – la sedosa voz de Mónica acicateándome con frases más o menos de este estilo: ¿Está satisfecho, mi amo… Le place lo que le está haciendo su esclava?.. ¡Grite mi señor, grite para que el mundo sepa que le estoy dando placer!.. ¿Un poco de lengüita ahora, sí, mi rey pijudo?.. ¡Qué lindo late esta gorda cabezota, si parece que va a reventar de gozo!

Llegó un momento en que la capacidad de resistencia se agotó, supliqué vaciara mis desbordantes pelotas de una vez: ¡No daba más!

¿Adonde os gustaría volcar, señor mío… Dentro de la sucia boca de vuestra abyecta sierva o lo preferís entre sus despreciables tetas… Honraríais una execrable vagina, tal vez?

Bajé del aparato, la incliné haciéndole apoyar las manos sobre la superficie espejada de la pared, se la enterré en la concha de parados y por atrás. Minutos más tarde alcanzamos una ruidosa culminación conjunta, en tanto yo disfrutaba del grato espectáculo de ver sus elásticas gomas – bamboleando al ritmo de la enérgica culeada – reflejadas en el espejo.

Tan pronto acabamos Mónica comenzó a vestirse, si bien tenía un acuerdo con el marido para disfrutar una noche de joda a la semana por separado, el permiso tenía plazo hasta cierta hora y este ya se había cumplido. Se despidió de mí con apasionado beso, prometiendo que la siguiente encamada resultaría aún mejor que esta, luego salió de la habitación.

Agradecí la circunstancia de que viniera en su propio vehículo, las fuerzas apenas me dieron para descolgar el teléfono y avisar al encargado que pasaría la noche allí, hecho lo cual desmayé.