Víctor mi amigo del alma

Cuando llegué de Londres para asistir al funeral de mi padre, Víctor, mi amigo del alma, me esperaba en el aeropuerto con la cara fruncida por el dolor.

En los últimos años, mientras yo me preparaba para ser un gran directivo, él se había convertido en el hombre de confianza de mi padre.

Tras la muerte de mi madre, incluso se había trasladado a la mansión familiar para apoyarle y hacerle compañía.

En los últimos cinco años, había visto a Víctor en contadas ocasiones.

Las escasas temporadas que yo pasaba en Barcelona coincidían siempre con las épocas de máximo trabajo en la empresa de mi padre y Víctor viajaba por todo el mundo para atender los negocios mientras papá se tomaba un descanso para estar conmigo esos días.

Dos días después del funeral, con la ayuda del mayordomo, ordené la ropa y los enseres personales de mi padre.

Esperé a Víctor para cenar, charlamos de nuestras cosas, nos dimos las buenas noches y le comenté mi intención de leer cierta correspondencia privada que había encontrado en el despacho de mi padre.

Víctor intentó disuadirme diciendo: «No sé si estás preparado para leer todo esto».

Le dije que ese comentario era totalmente absurdo.

Él me lanzó una mirada enigmática, a la que contesté: «Estoy preparado para lo que sea».

Él me espetó un brusco «¡Quizás!» y salió del comedor dejándome con la palabra en la boca.

No di mayor importancia a su reacción.

Me despedí del servicio y me fui a mi habitación.

Me desnudé y me tendí en la cama cogiendo la primera de las cartas de papá. La mayoría eran invitaciones a actos estúpidos, pesadas cartas formales y cosas por el estilo.

Estaba por apagar la luz y acostarme cuando descubrí una carta muy distinta a las demás. Era una apasionada carta de amor, de fecha muy reciente, firmada con un enigmático garabato.

No me extrañó en absoluto que mi padre pudiera volver a enamorarse -era aún joven, muy sofisticado y realmente atractivo- pero me intrigó quien podía ser esa mujer.

Releí la carta varias veces para ver si daba con alguna pista.

Mi búsqueda fue inútil.

De repente me vinieron a la mente las últimas palabras de Víctor: era evidente: si alguien sabía algo de la vida privada de mi padre, ese era él.

A la mañana siguiente me levanté muy temprano. Me duché en 5 minutos y, sin vestirme siquiera, y me dirigí a la habitación de Víctor. No me molesté en llamar.

Entré de sopetón, abrí las cortinas, le zarandeé y le dije sin reparos: «Quiero saber quien era la novia de mi padre».

Él me miró sorprendido, me hizo una mueca y se giró para intentar dormir. Insistí y se incorporó. Me miró con ternura, miró el despertador y balbuceó un casi imperceptible «Joder».

Fue suficiente. No iba a dejarle meditar la respuesta. Me puse encima de él y empecé a hacerle cosquillas como cuando éramos niños.

Él intentó zarandearse para evitarme y casi lo consiguió.

Rodamos abrazados por la cama mientras él intentaba liberarse de mí. De repente noté como mi pene se excitaba.

No supe que hacer y me quedé mirando a Víctor.

Estaba totalmente desnudo debajo de mí y noté su pene cerca de mi muslo, también estaba en plena erección. Nos miramos a la cara un segundo pero no nos movimos ni un centímetro.

Me miré a mí mismo.

Mi albornoz (lo único que llevaba puesto) estaba casi desabrochado.

Noté la calidez de su piel junto a la mía.

Víctor no hizo nada por separarse de mí; al contrario, se puso frente a mí y comenzó a pasear sus manos por mi pecho y a manosear mis tetillas, mientras se incorporaba lentamente. Me miró a los ojos y nos fundimos en un beso apasionado.

Le acaricié los lóbulos mientras introducíamos nuestras lenguas hasta el fondo de nuestros respectivos paladares.

Nunca me habían besado de esa forma, nunca un beso me había producido tanto placer, y, sorprendido, noté como unas gotas de mi jugo preseminal se vertían sobre el pecho de Víctor.

Él ni se inmutó, se separó de mis labios, recogió mi jugo con la punta de sus dedos y lo lamió golosamente.

Después me ofreció sus dedos y yo los lamí con pasión.

Lentamente, Víctor se fue incorporando.

Por primera vez le vi completamente desnudo y aprecié su pecho musculoso y lampiño, sus piernas fuertes y su culo prieto.

Mi exploración se detuvo en su entrepierna donde me deleité en su potente estaca de 19 cm y sus pelotas grandes y sin vello.

El también me exploró levemente pero enseguida comenzó a lamer con pasión los 20 centímetros de mi polla y a pasar su lengua desesperadamente por mis testículos.

Vaya con las tragaderas de mi amigo: en un minuto introdujo todo mi pene en su boca y me hizo estremecer de deseo.

Cuando mi respiración demostraba la inminencia de mi corrida se la sacaba de la boca y empezaba a lamer mi vientre.

Al poco tiempo volvía a tragarse mi polla y comenzaba un lento mete-saca que se iba haciendo cada vez más intenso.

Finalmente le imploré que me dejara acabar.

Sacó mi pene de su boca, me dijo «Así no» y se dirigió al baño sin decirme nada.

Al cabo de un segundo que me pareció un siglo volvió con un frasco de vaselina, untó ligeramente su ano y se sentó de una estacada sobre mi pene.

Yo grité de placer mientras él gritaba de dolor-placer.

Empezó a subir y a bajar mientras yo suavemente empezaba a masturbarle.

Nuestras corridas fueron de campeonato y casi de forma simultánea.

La mía en su agujero y la suya sobre mi pecho, mi cuello y unas gotitas que salpicaron levemente mis labios y que succioné con avidez.

Víctor, se levantó y comenzó a lamer su propio semen con glotonería.

Cuando acabó limpió mi polla y me dio un beso apasionado en el que se mezclaron nuestras salivas con los restos de nuestras corridas.

Permanecimos un rato tumbados en la cama abrazándonos y descubriendo nuestras respectivas anatomías hasta que nos interrumpió el teléfono.

Era Sergio, el chófer de papá, preguntando a Víctor a que hora quería que estuviese preparado el Mercedes para llevarlo a la oficina.

«En media hora, Gracias Sergio» dijo y colgó diciéndome: «Eric, cariño, lo siento pero el deber me llama».

Se levantó bruscamente y fue a asearse.

Cuando salió de la ducha se acercó de nuevo a la cama.

Me besó tiernamente y me dijo «puedes ducharte ahora mientras me afeito».

Le quité la toalla que llevaba en la cintura y me metí bajo el chorro de agua caliente.

Aún no estaba del todo mojado cuando se abrió la mampara oí un divertido «Servicio de enjabonamiento de espaldas, dejen paso por favor».

Víctor se puso detrás de mí y comenzó a darme un sensual masaje mientras pegaba su pene erecto a mi culo.

El masaje pasó a la parte delantera donde mi polla estaba de nuevo al máximo de sus posibilidades.

Me giré para besarle y Víctor con un tierno «Te quiero» se arrodilló y empezó a lamer mi polla hasta que me vine de nuevo en su boca.

Lo tragó todo. Se levantó apresuradamente y salió con un expresivo «Voy a llegar tarde a todas partes».

Cuando salí del baño se estaba acabando de vestir.

Me acerqué a él, le hice el nudo de la corbata y le besé con pasión.

Cuando iba a largarse.

Le di un tirón de la corbata y le dije «Aunque nos convirtamos en amantes, me debes una respuesta: Quién era la amante de mi padre?».

Víctor me miró con una sonrisa pícara y me dijo: «De verdad quieres saberlo?» Con cara muy seria le dije que sí.

Él vaciló un momento y me espetó: «Tu madre fue la única mujer en la vida de tu padre.

Nunca tuvo ninguna amante, tuvo UN amante y hace unos minutos te has acostado con él»

No esperó mi respuesta. Me besó de nuevo, me dijo: «Lo siento cariño, he de irme.

Quedamos para cenar esta noche?» y salió de la habitación.