Una oficina no es el sitio más erótico del mundo

A veces, mientras para los ojos de todos estoy tranquilamente sentado en mi puesto, mi mente anda volando por encima de los demás.

Aquí paso la mayor tiempo entre papeles, monitores y todo lo que suele tener una oficina.

Realmente no es un trabajo nada interesante, por lo que mi cabeza se tiene que inventar y crear nuevos alicientes para darle un poco de emoción al asunto.

Mis pensamientos suelen ser monotemáticos y uno de los temas que más le apasiona son aquellos que todos os imagináis…

Siempre que he visto algún trozo de peli porno donde la acción transcurre en una oficina, me sonrió porque yo que trabajo en una oficina real dudo de que en algún sitio pasen esas cosas.

Me muevo entre unos compañeros que se mueven en los arenosos terrenos de la homofobia, la misoginia y todas esas virtudes del hombre moderno…

Ningún compañero me echa miradas lascivas, ni en el baño hay tropiezos casuales ni nada de nada. ¡Qué mala pata!

Lo más erótico que me pasa a veces es navegar por páginas gays, con el acojone habitual que tiene uno a que alguien le vea o que el administrador de la red venga un día y me pregunte «¿Qué haces viendo páginas gays?»

El erotismo está siempre en el ojo del que mira.

Me imagino que estoy en un ambiente tan poco excitante, que lo más mínimo consigue ponerme alerta. Aquí ninguno sabe que soy gay, a excepción de algunos buenos amigos.

A veces recuerdo algunos momentos vividos.

La primera vez, la segunda y sobre todo la última que es la que tenemos más fresca. Esos momentos se quedan para mi intimidad, pero os tengo que contar algo que me pasó hace poco en mi querido lugar de trabajo.

Hay un chaval que tiene como 26 años, un año mayor que yo.

Es un chico moreno, mallorquín para más señas, y cuya apariencia y formas es de una persona bastante borde.

Es de estos chicos heterosexuales algo bruto en sus maneras, en sus ideas tan tajantes sobre cualquier cosa y que presume de su nula sensibilidad hacia ciertos asuntos.

Aun así, dudo de que sea sinceramente así y no es más que una pose.

Este chico no es guapo, pero tiene algo. Tal vez, si me lo encontrara en un bar de ambiente, nunca me hubiera fijado en él, pero aquí no hay mucho donde elegir.

No tiene un cuerpo de modelo musculado, ni una cara de las que te tienes que volver para mirarlo. Es bastante normal. Eso sí, su aire chulesco es inquietante.

A veces me lo he encontrado en unas pistas deportivas donde yo voy a practicar natación y el squash, pero no pasamos de unos saludos y cuatro frases hechas.

Nos hemos encontrado muchas veces en el baño, en la cocina pero nunca ha habido cruce de miradas, ni un arrebato por mi parte, y menos por la suya.

A veces me preguntaba, «¿por qué no se me declarará como gay y nos liamos en cualquier despacho?». La vida no tiene nada que ver con los relatos eróticos…pero no siempre.

A veces por la tarde, me quedo trabajando agobiado con tanto trabajo. Él siempre anda por aquí a esas horas. Nuestra oficina es abierta, no hay puertas, así que todos nos medio vemos y, si no hay follón, nos escuchamos.

Por las tardes aprovecho para hacer mis llamadas personales, y cuido de no dejar entrever nada que denote mi opción sexual.

No quiero ser el «homosexual» de la oficina, ni tener que explicar nada. Además una ex novia pulula por aquí (todos tenemos un pasado del que nos podemos sentir más o menos orgullosos).

Es entonces cuando alzo la mirada y lo veo trabajando. Por debajo de su mesa se le ven los pantalones que ocultan unas piernas muy fuertes.

De hecho le gustaba mucho jugar al fútbol y no tiene nada que envidiar a profesionales de fútbol.

Además, suele moverlas en un movimiento periódico hacia dentro y hacia fuera que sólo hacen marcar sus formas, que realmente son muy insinuantes.

Una tarde aproveché para ir a tomarme un café a la cocina. Allí estaba el hojeando una revista técnica. Últimamente estaba muy ajetreado y agobiado. Además de estar muchísimas horas allí, se llevaba trabajo a casa y venía siempre dormido por las mañanas.

Allí estaba él de espalda a mi, arqueando su espalda y marcando con su pantalón de tela un trasero fantástico, de esos que te apetece morder.

Empezamos a entablar una conversación tan estúpida y superficial como siempre, donde lo más interesante eran nuestras apreciaciones del tiempo del día y poco más.

Su mirada a veces parece que me traspasa, que me desnuda por dentro pero no por un sentimiento de lujuria. Me da tanta vergüenza que me pueda ver por dentro, que le esquivo la mirada.

Como tantos heteros, no duda en rascarse sus partes delante mía. Uno que ya de por si piensa más de la cuenta y el otro que sin quererlo incita.

Acababa de leer un relato minutos antes y andaba yo algo inquieto. Mientras llevaba esa conversación, mi cabeza comenzaba a volar de nuevo y a mandarme ordenes peligrosas.

Sin saber porque me voy acercando a él. Se me pasa por la cabeza tirarle el café por encima, sería una buena forma de que comenzara a desnudarse y quién sabe…

La idea anterior la fui rechazando de loca y suicida. Mi mente vuelve a ponerse en la tierra y me doy cuenta de que sus palabras se van entrecortando, que no coordina bien lo que va diciendo, y como que comienza a temblar.

Como un acto reflejo, me acerco a él y se me echa encima… acababa de perder el conocimiento.

Al caer posa su cabeza en mi cuello y una de sus manos me acaricia el cuerpo…»Debe ser un bajón fuerte de azúcar», me digo.

Se me paso que puede ser un ataque epiléptico, pero no hay nada que invite a darle crédito a esa hipótesis.

Lo cojo y lo tumbo en el suelo, levantándole los pies, al igual que una vez le hizo una enfermera a un amigo mío que se desmayó al ver el estado tan lamentable de una amiga nuestra que estaba ingresada. encamado).

Parece que no reacciona. Pido ayuda, pero creo que no quedaba mucha gente por allí.

Se me ocurre darle un masaje en las piernas, que realmente no me parece nada desagradable… En mi cabeza se mezcla la lujuria acumulada y el susto por ver el estado del chico.

Reconozco que alguna pasada por sus piernas es un poco más larga de lo normal e incluso acaricio por donde no debo… aún así sigue sin despertarse.

Ni corto ni perezoso, cojo un vaso de agua y se lo echo en la cara, mojándole sin querer su camisa.

Es cuando descubro que tengo una excusa para desnudarlo. Mi ángel y demonio personalmente estaban en pleno combate, y el demonio llevaba ventaja.

Le doy un par de golpes en la cara y parece reaccionar, aunque sigue bastante atontado… Le digo, «oye, te voy a quitar la camisa vale» y no recibo ninguna respuesta.

En eso que le voy desabrochando cada botón, y su piel va apareciendo ante mi. Tiene vello por todo el pecho y un caminito que le llega al estómago perdiéndose por su pantalón.

Mis manos comienzan a acariciar su pecho…tan fuerte, tan varonil, tan imperfecto… A mi los modelos rubios, perfectos sin un pelo, etc… me bajaban mucho la lívido. Pero él me la subía y de que manera. Incluso ese michelín que le rodeaba la cintura me parecía apetecible.

Poco a poco, me voy animando más y más hasta que noto que empieza a hablar.

Trato de incorporarlo, pero levantar a un tío que pesa como unos 80 kgs no es fácil a pesar de que yo soy un chico más corpulento que él. Le echo sus brazos sobre mi cuello, y tras un sobre esfuerzo, lo abrazo y lo llevo para el sofá de la cocina.

Esos momentos tan breves se me eternizan. Su cuerpo sigue bastante lacio y apoyado en mi, con su camisa abierta y los pezones marcados por el frio de octubre.

Sin querer pisa el charco que se produjo al tirar mi café, se resbala y comienza a caerse. Mi primera reacción es agarrarlo del culo, pero procuro no pegarlo mucho a mi, porque no quería que notara la pedazo de erección que tenía.

Lo tumbo en el sofá y el pobre, poco a poco, va recobrando el sentido. Al parecer el estrés estaba haciendo mecha en él.

De repente, en ese momento, se siente mal por haberse desmayado en mi presencia y comienza a llorar.

Se abraza a mi con tal fuerza que llega a molestar, pero no me importa. En ese instante, toda el erotismo creado se desvanece.

Su ternura me conmueve y veo que por una vez se quita esa coraza para mostrarme que él es todo un hombre.

Al rato volvimos a nuestro lugar de trabajo, y desde ese día nuestra relación es más de amigo que de compañeros del trabajo.

Ahora que han pasado los días, reconozco que por momentos perdí un poco la cabeza. A pesar de eso no voy a perder la cabeza por un heterosexual.