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Un buen tercero

Un buen tercero

Hace algunos años vivía yo en pareja con una persona de muy buen porte, de caballerosos modales y dueño de una capacidad única para gozar y hacer gozar el acto sexual.

Cada palabra suya iba implícita a una caricia sensual, el roce de sus labios, el calor de su piel, la vehemencia de sus comentarios sobre la entrega corporal me hacían vivir plena y satisfactoriamente cada noche, después de arduas horas de trabajo.

Habitualmente yo llegaba a casa antes que él, me daba un confortante baño, vestía sólo un pantaloncillo cómodo, me dedicaba a hacer algunos ajustes a mis pendientes de trabajo, veía algún programa de televisión y preparaba algunos bocadillos para la cena mientras bebía una copa de brandy, mi bebida favorita.

Llegaba él, cumplía con el ritual del baño y entonces brindábamos juntos, compartíamos mutuamente las experiencias del día, hacíamos planes para el día siguiente y nos entregábamos al goce de nuestros cuerpos…..

Cada sesión era una vivencia plena, empezábamos por tiernos y amorosos besos que llegaban a ser volcánicos, nuestras lenguas participaban en una lucha que parecía no tener fin y, posteriormente nos besábamos uno al otro todo el cuerpo, pasando por las orejas, el cuello, las tetillas, que son mi punto débil, ombligo, pubis, muslos, rodillas y pies para dar vuelta luego a las nalgas y a la raja entre ambas, siguiendo el camino ascendente hasta los huevos y las vergas que para ese momento ya estaban en toda su plenitud.

Tomábamos posición de 69 y era disfrutar hasta que ambos nos corríamos en la boca del otro.

Él decía disfrutar mucho de recibir mis mecos, como llamamos al semen en México, decía que antes de mí sostuvo una relación similar con una persona cuyos mecos tenían un sabor distinto, menos concentrado, en cambio los míos le parecían abundantes, muy blancos, cremosos y de rico sabor.

Yo estaba embelesado con los suyos porque antes nunca probé el líquido íntimo de ningún hombre. Cuando esto ocurría yo tenía 30 años de edad.

Pues bien, nuestras sesiones de sexo se repetían cotidianamente pero nunca eran rutinarias, siempre había el sabor creativo de la diferencia, quizá haya sido la época en que más frecuentemente gocé, porque era un gozo penetrar un rico culito hundido en el canal formado por dos redondas nalgas peludas y firmes, comer una verga de excelentes dimensiones, grosor y cabeza palpitante, lamer y sopesar dos enormes huevos cobijados por una bolsa de finísima y sensible piel adornada con vellos rizados, sólo de recordar aquello cobro una erección poderosa.

Una de nuestras noches, en sábado, estábamos ya en el camino al dormitorio, escenario de nuestras intimidades, ambos ya a medio vestir, con erecciones notables, excitados, sudorosos, ansiosos y de pronto, suena insistentemente el timbre de la puerta principal.

Voy a atender la puerta y me encuentro con que es un primo suyo que viene a saludarnos desde una ciudad situada a 200 km. de Monterrey; otras ocasiones ha venido por un fin de semana y se ha enterado de la relación que llevamos.

Esta vez, al vernos tan agitados saluda y nos avisa que tomará una cerveza del refrigerador y que por él no hay problema, que podemos seguir con nuestro plan.

Con algo de pena aceptamos su propuesta ya que estábamos más que avanzados… subimos al dormitorio y nos dimos al deleite de la entrega.

No pasaron diez minutos cuando él asomó por la puerta y dijo que llegó para comentarnos que se había excitado mucho en el autobús en el que llegó a la ciudad porque un desconocido creyendo que él dormía le había acariciado la verga y nos mostró como su pantalón mostraba un bulto enorme que se advertía completamente duro.

No preguntó si podía observarnos mientras cogíamos para masturbarse y dar salida a su calentura.

Nosotros, al menos yo, no había tenido jamás “público”, pero la idea me excitó todavía más de lo que estaba y estuve de acuerdo.

Acto seguido continuamos con nuestras ardientes caricias y cuando mi pareja me pidió que le comiera el culito para dilatárselo y empezar a apuntarle con la cabezota de mi verga, Rafael, el primo, se acercó verga en mano a la boca de Andrés mi pareja y le ordenó que se la mamara.

Andrés inició un delicioso chupeteo como quien saborea un helado… yo continué mi tarea y de dos empellones llené con mi gruesa verga el culo de Andrés…

Logramos coordinar el vaivén y entonces acompasadamente nos mecíamos atrás, adelante, atrás, al mismo ritmo hasta que los tres explotamos en mecos.

Nos levantamos de la alfombra manchada por la leche de Andrés y cada uno fuimos a asearnos al baño para regresar a tomar otra bebida y disfrutar un video porno gay de escenas tales que nos provocaron nuevas erecciones.

Para acabar pronto, cambiamos de pareja, es decir, de recipiente, la verga de uno llegó a la boca de otro y después al culo de uno más y viceversa. Fue la apoteosis, una cogedera de locura, un derramadero de leche que nos dejó exhaustos.

Después de esta experiencia buscamos siempre un tercero, la pasábamos bien, pero nunca encontramos uno tan bueno, tan dispuesto y tan aguantador como el gran primo Rafael.

Rafa: En donde quiera que estés, gracias por aquellas maravillosas noches de placer.

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