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Seré tu esclavo IV

Capítulo IV

El mensaje ya había bajado, pero durante unos segundos me quedé mirando la pantalla sin decidirme a abrir el mensaje. Durante toda la tarde había estado especulando con lo que podía estar pasando y ahora cada una de esas posibilidades venía a mí una a una. Pero el mensaje que me envió Juan no me aclaró nada y me dejó con aún más dudas pues decía lo siguiente:

Hola Miguel:

Lo primero que has de hacer al recibir este mensaje es desnudarte.

Ya.

No te volverás a vestir hasta que yo te lo diga.

En las próximas horas recibirás una visita. Complácelo.

Seguiré mandándote instrucciones.

Mi primera intención al leer esto fue la de escribirle a Juan para preguntarle qué era lo que estaba ocurriendo y que me lo explicara de una vez y sin rodeos. No sólo sentía curiosidad, sino también una cierta ansiedad por la incertidumbre. Leía y releía el mensaje una y otra vez. Por fin sólo llegué a pensar que todo esto era una broma y que Juan aparecería en cualquier momento y que por eso me pedía que me desnudara porque me quería encontrar así cuando llegara. Esta idea se fijó en mi mente, y cuando estuve convencido de ello me desnudé. En realidad, pensé, no pasa nada, hace calor y es agradable estar desnudo. Es como si no me lo hubiera pedido, lo hago porque me place.

Pero estar con las bolas al aire y pensando que en cualquier momento Juan llamaría a la puerta me estaba excitando mucho. Deseaba que esto fuera realmente verdad. Estaba sentado leyendo, pero cuando me daba cuenta una mano acariciaba mi capullo, y la lectura se mezclaba con imágenes de Juan desnudo, de Juan acariciándome, de la humedad de su lengua sobre mi piel… No podía evitar estar casi con una erección permanente y de ponerme en alguna ocasión a masturbarme pero sin llegar a correrme.

Cuando menos lo esperaba, sobre las 21:30, sonó el timbre y salí corriendo hacia la puerta pero tuve la precaución de poner el ojo en la mirilla antes de abrir. El que estaba detrás de la puerta no era Juan. Como supuse que era un error abrí pero manteniendo mi cuerpo escondido y sólo asomé la cabeza. Nada más verme me tendió un sobre al tiempo que me saludó cordialmente.

Hola ¿qué hay? ¿Miguel?

Asentí brevemente con la cabeza mientras sacaba la mano para coger el sobre, y quizás él, dando por sentado que lo esperaba, empujó la puerta para entrar. Yo estaba tan confundido que no encontré manera o no supe pararlo. Su gesto era casi sonriente y cuando me vio desnudo amplió aún más su sonrisa. Ni siquiera hice intentos por taparme, sólo quería saber que era lo que había en ese sobre. Cerré la puerta, le invité a pasar al salón y me excusé diciéndole que había dejado algo pendiente y que volvería en unos momentos. Me fui a la habitación del ordenador y mientras me conectaba para ver si recibía otro mensaje, abrí el sobre. En él sólo había un pequeño papel manuscrito que decía:

Esta es la visita de la que te había hablado. Debes prestarte a todo lo que esta persona te pida o quiera hacer contigo.

DE JUAN PARA SU ESCLAVO

Miré en el ordenador y la “bandeja de entrada” estaba vacía. Por un momento pensé en salir y decirle a esa persona que se fuera, que todo era un error. Pero dos cosa me decidieron a no hacerlo, lo primero el que Juan, creyendo yo que aún podía estar un poco enfadado conmigo, definitivamente me dejara y lo segundo que estaba muy cachondo y que afuera tenía la solución para esto. Pero ahora que pensaba, ni siquiera me había parado a ver a este hombre. Así que decidí salir y si me gustaba no pondría ninguna objeción a sus peticiones. Cuando pasé al salón él salía del pequeño cuarto de aseo, que había en la planta baja, subiéndose la cremallera del pantalón. Vino para mí directamente con gesto un tanto serio.

Mira, tú no te preocupes de nada. Sé que esto debe ser brusco para ti, pero tómame como si fuera un maestro. He venido a que disfrutemos, pero también a enseñarte, así que disfruta y aprende.

Ya me había decidido. Ese tío no se iría de allí. Lo que veía me gustaba pero lo que más su cara de bonachón. Su edad debía estar sobre los 50 años. No era muy alto y rondaría los 70 kilos de peso. Lucia unas bonitas entradas en un pelo prácticamente gris, y su cara, en la que resaltaban unos preciosos ojos verdes, ofrecía un inmaculado afeitado. Y con todo esto ¿por qué me gustaba tanto si sobre todo me van los tíos grandes y peludos? Creo que su voz ronca, su manera de usarla y su porte elegante fue lo que más me atrajo de él.

Yo ni le contesté. Me quedé mirándolo esperando que dijera algo más. Pero no lo hizo. Se acercó a mí y me dio un suave beso en los labios, me miró desde muy cerca un momento a los ojos y me volvió a besar, ahora incluso más suavemente.

Mi nombre es Carlos y voy a hacer todo lo posible para que lo pases bien, pero me dejarás que yo lleve la iniciativa.

Carlos se fue directo hacia la escalera que llevaba al piso de arriba y recogió del primer escalón de ésta una bolsa de viaje, que yo ni siquiera le había visto al entrar, y se dispuso a subir después de hacerme un gesto con la cabeza para que lo siguiera. O había estado ya en esa casa o es que resultaba obvio que el dormitorio debía estar en la dirección que él tomó. La cosa es que cuando entré en mi habitación él ya me esperaba en los pies de la cama. Yo me acerqué y me puse a su lado invitándolo a que, como él quería, tomara la iniciativa. Hizo que me sentara sobre la cama, y él se acercó a mí poniendo su rodilla izquierda sobre la colcha. Se agachó algo, mientras yo inclinaba la cabeza hacia arriba, y me beso en los labios, de forma suave, lentamente y tocando mi peluda cara con sus manos. Yo abrí mi boca, saqué un poco la lengua y él la tomó entre sus labios, sorbiéndola, uniéndola a la suya y haciéndome sentir su saliva. Empecé a desnudarlo, a quitarle la camisa, y no puso ninguna objeción. Él seguía aferrado a mi boca, a mis labios y a mi lengua. 

Cuando le tuve el torso desnudo lo separé para mirar su piel blanca en la que se confundía un suavísimo vello gris. El no paraba de acariciar mi torso y mi cara mientras me besaba, pero todo con mucha lentitud y de forma muy delicada. Yo estaba desnudo y así lo quería también a él. Aflojé su correa, abrí su cremallera y le bajé los pantalones y los calzoncillos al mismo tiempo. De su entrepierna saltó como un resorte una polla no demasiado grande pero bien erecta y muy inclinada hacia arriba. Sólo con mirarla apetecía llevársela a la boca. Hice un intento para acercarme a ella pero él antes prefirió zafarse de toda su ropa. De pie y delante de mí me la llevó a la boca, y mis manos se fueron directamente a cogerle sus nalgas. Unas nalgas duras, bien formadas y con una piel suavísima. Mi primera intención fue ponerme a chupar de forma fogosa pero él me pidió que fuera despacio y de forma más delicada. Así lo hice. Sentía su empinada polla resbalar por mi paladar, metiéndomela entera, acariciando mi cara con su suave vello. También jugué con sus huevos, que metí en mi boca humedeciéndolos y tirando de su escroto con mis labios. Sin sacarla de mi boca, y agarrando mi cabeza, hizo que me tumbara sobre la cama. Así, yo acostado y él sobre mí, empezó a moverse follando mi boca, metiéndola hasta el fondo de mi paladar, pero siempre muy despacio, muy delicadamente. Sin sacarla aún de mi boca se fue girando poco a poco y fue al encuentro de mi polla. 

Yo no paraba nunca de chupar y él de vez en cuando paraba para metérmela entera y bien a fondo. Cuando llegó hasta ella apoyó sus antebrazos sobre mis caderas, me cogió la polla con las dos manos, dejando afuera sólo el capullo y comenzó por pasar su lengua húmeda por él. Sorbía mi capullo al tiempo que la lengua giraba, dentro de su boca, sobre él. Poco a poco fue liberando mi polla encerrada entre sus manos y a medida que iba apareciendo se la iba metiendo cada vez un poco más adentro. Estaba tan excitado que en ocasiones dejaba yo de chupar la suya, y él dando un impulso con el culo, me la metía entera para que no dejara de hacerlo. Estuvimos un buen rato chupándonos la polla el uno al otro, pero cuando le advertí que si seguía mamándomela me iba a correr paró de inmediato. Hizo que me acostara pero con la cabeza en la almohada y él se metió entre mis piernas con intención de seguir chupando. Se acomodó de forma que una mano tocaba mis huevos, mientras que la otra la paseaba desde mi pie hasta mi pecho. Comenzó por chuparme los huevos, metiéndoselos incluso dentro de la boca, y pasando su lengua desde abajo hasta el capullo. Cada vez su objetivo estaba algo más arriba, pero al llegar al frenillo inclinó su cabeza para colocarlo entre sus labios y chuparlo con especial atención. Al llegar por fin al capullo, ajustó su garganta para meterse mi polla entera y de una vez. Fue capaz de mantenerla dentro y chupar con sus labios la base de mi polla, colándose por su boca el pelo de mi pubis. 

Cuando se la sacó de la garganta toda la polla chorreaba de saliva que le sirvió para que en adelante le fuera más fácil tragársela entera. Yo gemía de placer cada vez con más ímpetu y, mientras lo hacía, me pellizcaba los pezones recordando con ello el dolor, que con sus dedos, le gustaba a Juan infligirme. Cuando paré y le quité la cabeza a Carlos para no correrme, él me dijo que no lo volviera a hacer y que no me preocupara si me corría. Así que continué con lo mío, mis pezones, y Carlos con lo suyo, mi polla. Pensé, que por culpa de mis gemidos, Carlos se dio cuenta que de nuevo estuve a punto de correrme y que por ello paró, para seguir durante un momento chupándome los huevos. De nuevo luego ocurrió lo mismo, y él volvió a parar en el momento justo. Yo no podía aguantar más, era demasiado placer y estaba frito por correrme. Así que para la siguiente ocasión evité emitir ningún tipo de gemido para no darle la posibilidad de que parara su mamada. Pero de nuevo fue capaz de parar. La primera vez que ocurrió esto lo achaqué a la casualidad, a que quizás tensé mi cuerpo, pero cuando de nuevo lo repitió en varias ocasiones, el que supiera que me iba a correr, y esta vez sin que yo tensara para nada mi cuerpo, y parara en el momento justo, supe que aquello no era casualidad. Advertí que su mano sobre la base de mis huevos, la cual no quitó en ningún momento, era quizás la que le indicaba el momento en el que esto iba a suceder. Verdaderamente ese tío era un maestro y supe que hubiera sido capaz de tenerme todo el tiempo que él hubiera querido allí tendido, enfermo de gusto, pero sin correrme. 

Le supliqué que por fin terminara, pues no podía más. Pero no lo hizo. Sólo esbozó una sonrisa, se puso de rodillas y me colocó a mí a cuatro patas. ¿Qué iba a hacer ese hombre, follarme? ¿Iba a permitir eso Juan cuando él me había dicho días antes que quería ser el primero? La bolsa que Carlos traía debía estar a un lado de la cama, pues no se tuvo que bajar de ella para cogerla y ponerla sobre la colcha. Apoyado sobre mis codos giré la cabeza para ver que él abría la maleta y sacaba un bote de crema. Lo abrió y sentí en mi culo resbalar unos fríos dedos untados de aceite. Una mano abría mis nalgas y los dedos de la otra me tocaba desde los huevos hasta arriba, por toda la raja del culo. Yo esperaba que en cualquier momento uno de sus dedos fuese a entrar por mi culo, y quizás por esto mantenía mi cuerpo un poco tenso. 

Pero aun así, cuando lo hizo, entró con facilidad pero muy lentamente. Su dedo entraba y salía de mi culo mientras mis huevos eran acariciados por su mano izquierda. Paró un momento y sentí que de nuevo ponía más crema sobre mi ano, y un momento después oí como otra vez trasteaba en la maleta. 

De ésta le vi sacar una polla negra de goma, del grosor de un poco más de un dedo pero excesivamente larga. Empezó por resbalarla por mi culo, lubricándola, ya que lo debía tener todo blanco de crema. Yo ante la idea de que me fuera a meter esto me puse aún más tenso. Por ello él comenzó primero por acariciar mi cuerpo, al tiempo que sus manos me iban guiando hacia una posición más correcta y relajada. Terminé con mi cara y mis antebrazos apoyados sobre el colchón, la espalda recta, las piernas abiertas pero con las rodillas echadas hacia delante, mi culo echado hacia atrás y mis muslos casi apoyados sobre mis pantorrillas. 

Carlos, una vez me tuve así, reinició su tarea. Yo me dejé llevar ya que, además de que quedaba claro que ese tío sabía lo que se hacía, por otro lado yo era consciente que mi culo debía ser abierto si alguna vez quería recibir en él el enorme pollón de Juan. Sentí como la colocaba sobre mi ano, para después, con suave empuje meterme la punta de esa polla de goma. Entró con facilidad y sin dolor, y como me mantuve relajado, Carlos continuó empujando lentamente para metérmela más adentro. La mantenía quieta unos momentos, la sacaba casi totalmente, y me la volvía a meter cada vez un poco más adentro. Me toqué la polla y, aunque me moría de gusto, estaba prácticamente flácida. Me llevé la mano hacia él culo para tocar esa polla que tanto gusto me estaba dando y para palpar cuanto de ella había sido capaz de recibir. Todavía quedaba un buen trozo fuera, y le rogué a Carlos con palabras suplicantes que me la metiera más adentro. Él atendió mis suplicas y empujó hasta que la sentí bien adentro. Yo refregaba mi cara por la sábana, me pellizcaba los pezones y empujaba con mis nalgas hacia atrás cuando Carlos me la sacaba. A estas alturas ya se movía dentro de mi culo con total facilidad, y Carlos la sacaba y la metía con fuerza y brío. 

Cuando la sacó definitivamente le pregunté por qué no la dejaba dentro. Su respuesta fue sacar de su bolsa otra sorpresa. Una sorpresa más gorda que imitaba al detalle la polla de un hombre, con huevos incluidos. Nada más verla recoloqué mi cuerpo y me dispuse a que esa polla me follara. La untó de crema y la sentí llegar resbalando desde mis huevos hacia arriba, para pararse en mi ano. Sentí, al entrar el capullo gordo y duro, un estremecimiento por mi espalda, algo semejante al dolor pero que al mismo tiempo me proporcionaba un gran placer. Carlos no tardó mucho en continuar metiendo más polla y hacerme sentir como me iba abriendo al paso de ese capullo. Siguió empujando hasta que sentí los huevos de esa polla pegados a mí. Por un momento me llevé la mano a mi polla para pajearmela. Estaba totalmente húmeda, y colgaba de ella un hilo de líquido seminal que manchaba la colcha. Mientras sentía como la polla iba de adentro a afuera y de afuera a adentro, refregué la palma de mi mano sobre mi capullo mojado y casi de forma instantánea esta se empalmó. Pero Carlos, al tiempo que me la sacaba totalmente, me apartaba la mano para que no siguiera masturbándome. De nuevo la puso sobre mi culo, pero en esta ocasión me la metió de una vez hasta el fondo, sin parar y con fuerza. La volvió a sacar entera y yo sabía que era lo que me esperaba, pero Carlos se paró para besar mis nalgas, y yo mientras me desesperaba porque aquella polla me volviera a follar. Y lo hizo y cuando menos lo esperaba, pero fue inmediato el que yo empujara hacia atrás con fuerza para recibirla entera. Carlos repitió esto varias veces, pero al fin la dejó toda dentro. Poco a poco fui notando como Carlos, a pesar de que estaba siendo empalado, iba metiendo uno de sus dedos dentro de mi culo, para después girarlo alrededor de la polla de goma. Yo creía que iba a enloquecer de gusto y a pesar de que estaba disfrutando como pocas veces en vida, deseaba que aquello por fin terminara. Carlos, después de sacarme la polla, se puso en pie, cogió una silla y la acercó al borde de la cama. Yo me tumbé boca arriba para observar que era lo que iba a hacer. Se fue para su bolsa y sacó otra polla de goma de dimensiones monstruosas. Aquello debía ser lo más parecido en consolador a la tranca de Juan. Con una ventosa la pegó a la silla, dejándola allí expuesta y lista para ser usada. Pero antes la lubricó con crema. Aquella polla de imitación parecía que se acababa de correr, toda chorreando de líquido blanco.

Ponte de pie, esta te la vas a meter tu solo.

Eso va a ser imposible. Es demasiado para mí.

Tú ven para acá, ya verás cómo te entra.

Me puse de pie pero no muy convencido de que fuera a ser capaz de recibir en mi culo ese tremendo pollón. Carlos me puso de espaldas a la polla y él se sentó sobre la cama y antes de hacer ningún intento para empalarme me sorbió todo el líquido que chorreaba de mi nabo. Carlos me abrió cogiendo con sus manos mis nalgas. Yo me subí sobre la polla, la cogí por detrás, la coloqué sobre mi culo y levemente me dejé caer. La sentí sobre mi ano, pero sin estar dentro. Con mi mano la palpé, y luego hice lo mismo con mi muñeca izquierda. Eran de un grosor similar. Carlos me miró y sonrió al ver lo que estaba haciendo.

Sí, sí, te vas a meter un pollón bien gordo. Te vas a abrir en canal. Pero ya verás que gusto da.

La volví a coger y me dejé caer sobre ella con intención de metérmela. Las palabras de Carlos me hicieron sentir unas ganas tremendas de meterme aquella tranca bien adentro. Nada más entrar tuve que sacármela. No creo ni que llegase a meterme el capullo entero, pero un dolor punzante recorrió todo mi culo llegando hasta arriba de la espalda. Cerré el esfínter, contraje mis músculos y el dolor poco a poco cesó. Carlos no tuvo que insistir para que reiniciara la maniobra. Estaba dispuesto a hacerlo y abrir bien mi culo para que la próxima vez que viera a Juan me follara de una vez. A pesar de que estaba de pie conseguí relajarme lo suficiente, y así esta vez entró causando mucho menos dolor. Fui despacio, pero de forma constante, hacia abajo, para clavármela entera y prácticamente el peso de mi cuerpo dejó de estar sostenido por mis piernas. Me levantaba y me dejaba caer de forma lenta y cada vez la polla resbalaba con más facilidad. Carlos, sentado sobre la cama, me acariciaba los muslos y se echó para adelante para mamarme la polla. Yo me quedé quieto después de metérmela toda y él se metió mi polla flácida en su boca. Sin llegar a estar totalmente empalmado estuve a punto de correrme por la mamada frenética que Carlos me hacía. Su ritmo había cambiado, pues ahora su boca chupaba de forma fogosa. Cuando le avisé que parara, él empezó a pajearse la polla y un momento después continuó chupando pero ahora una polla bien empalmada. Me moví un momento y sentí resbalar aquel pollón por mi culo y entonces no pude aguantar y comencé a gemir y a resoplar con claros gestos de que me iba a correr. Carlos mamaba y se masturbaba frenéticamente mientras se tragaba mi leche, y chupaba metiéndosela entera en la boca. Cuando terminé de correrme me levanté, aquella polla ya sobraba en el culo, la quité de la silla y me senté. Carlos se puso de pie y me metió su polla en la boca. Sólo la chupé un poco porque de inmediato la sacó, se siguió masturbando delante de mi cara mientras yo le agarraba con fuerza los huevos y le acariciaba las nalgas. Gimiendo de placer y pronunciando mi nombre se corrió sobre mi pecho peludo. Su leche resbalaba hasta llegar a mi barriga, y a golpes sentía caer nuevas gotas sobre mi pecho mientras Carlos no paraba de menearse la polla. Y continuó haciéndolo una vez se hubo corrido. Como su orgasmo parecía no tener fin me la metí en la boca y sentí en mi lengua una última gota de leche que usé para lubricar su capullo. Yo seguí un momento chupando y sentía sobre mi cuerpo los espasmos de Carlos al pasar mi lengua sobre su capullo. Fue él el que la sacó. Luego, a horcajadas, se sentó sobre mis rodillas y me abrazó.

Después de estar un momento abrazados nos fuimos a la ducha. Yo por supuesto, cuando nos secamos, no me vestí pero él tampoco. Fuimos a la cocina y comenzamos a preparar algo de cena. Estuvimos todo el tiempo charlando durante la comida y después de esta. Su conversación fue agradable y, en algunos momentos, cargada de confidencias. Cuando nos despedimos a las tantas de la madrugada sabía que no lo volvería a ver y a pesar de que lo acababa de conocer sentí por ese hombre algo especial, y aunque el tiempo hace que las amistades se resquebrajen, aún sigo sintiendo por él un gran aprecio.

Estaba cansado, era tarde y en la cabeza me rondaba lo ocurrido con Carlos y, sobre todo, los temas de los que conversamos. Me acosté y aunque tardé en conciliar el sueño, esa noche dormí plácidamente. Por la mañana me levanté tardísimo a pesar de que sólo dormí unas siete horas. Me desperté como me acosté, un tanto absorto y distraído. Tomé un poco de café y me fui al sofá donde pasé casi toda la mañana viendo la tele. No quise pensar en lo que había ocurrido el día anterior y por supuesto mi esperanza de ver aparecer a Juan se había desvanecido. Pero cuando por un momento pensé en él reparé en que hacía mucho que no miraba si había algún mensaje de él en mi correo electrónico. Me levanté del sofá sin demasiadas ganas y fui a la habitación del ordenador para encenderlo. Nada más pulsar el botón de encendido oí que la puerta de la calle se cerraba con un sonoro portazo. Me reí un instante pues imaginé en la puerta a Juan con su típica sonrisa burlona. Salí a su encuentro pero al que hallé de espaldas en el recibidor dejando unos trastos en el suelo no era Juan. Lo primero que sentí al verlo fue un acojone intenso, un miedo cargado de sorpresa y de cierta desesperación. Sin acerarme a él, y tapando con mis manos lo poco que podía tapar, me dirigí a él sin poder ocultar mi miedo.

Oiga, ¿se puede saber qué coño hace aquí?

Aún estaba medio inclinado, enrollando algún tipo de cuerda sobre el suelo. Se enderezó y se dio la vuelta. Su aspecto era imponente y aún me acojonó más. Debía medir el 1,90, como mínimo, de estatura y su peso rondaría los 140 kg. Su piel era muy morena al igual que su pelo y su descuidada barba. Vestía un pantalón azul de trabajo y una camisa a cuadros abierta hasta el tercer o cuarto botón, donde casi se le podía ver el nacimiento de su oronda barriga. Sus brazos fuertes al igual que su pecho lucían una buena cantidad de vello negro.

Bueno, tranquilo, si entré con llave es porque alguien me la dio.

Y se puede saber quién hizo eso.

Bueno, yo era muy amigo de los dos inquilinos que vivían antes aquí…

Pero ya no viven aquí así que…

Y también soy muy amigo de Juan. Ellos me permitían venir aquí después de mi jornada de trabajo. Me encargo de los jardines de la urbanización. Vengo una o dos veces por semana y vuelvo al centro en autobús, así que como necesito ducharme lo hago aquí.

Lo hacías aquí ¿no?

Mientras hablaba se iba acercando lentamente hacia mí con las manos en los bolsillos de su pantalón. Ahora estaba a dos escasos metros y no paraba de mirarme de arriba a abajo

Y a ver porque no voy a seguir viniendo si tú vas a ser también amigote mío.

Ese hombretón, de unos 45 años, dio un último paso para agarrarme de las muñecas, separando mis brazos de mi cuerpo los levantó y miró hacia abajo para verme la entrepierna. Yo me quedé tan sorprendido que no recuerdo ni como reaccioné.

Vaya bollito tan tierno tiene aquí Juan. Menos mal que a él le gusta compartir.

Por un momento pensé que este era otro enviado de Juan, y que me estaba haciendo una visita concertada con él. Pero no lo podía saber hasta que no mirara el correo. A estas alturas el ordenador ya estaría encendido y sólo necesitaba unos minutos para conectarme y salir de la duda.

Mira, suéltame. Tengo una cosilla por ahí que hacer y cuando vuelva seguiremos hablando.

Quién quiere hablar. Voy a usar la boca pero para comerte. Ñam, ñam.

Agarrándome aún por las muñecas, puso mis brazos sobre mi espalda. Los suyos quedaron alrededor de mi cuerpo y su pronunciada barriga apretada contra mí. Yo hice intentos de zafarme de aquel abrazo de oso, pero ese tío era demasiado fuerte y sin muchos esfuerzos me tenía totalmente inmovilizado. Agachó su cabeza y empezó a lamer mi cuello, a morderlo y sorber de él con sus gruesos labios. Desde luego necesitaba una ducha. Todo su cuerpo despedía un intenso olor a macho, a tío cachondo y salido. Sus brazos mojados de sudor humedecían mi piel impregnándola de su fuerte olor. Sobre mi espalda unió mis muñecas y sólo con su mano izquierda fue capaz de inmovilizarme los brazos. Con su mano derecha me cogió por la barbilla, tirando de ella y casi izándome del suelo, ya que sólo me sostenía por la punta de los dedos de mis pies. Estuve a punto de gritar, pero su boca me lo impidió. Sus labios rodearon a los míos, encerrándolos dentro de su boca. Su lengua entraba y salía entre mis labios que también eran mordidos por sus dientes. El muy bestia me cogió por la cintura me izó del suelo y me llevó hasta el sofá, donde me sentó de forma brusca. Me agarró la cabeza por los pelos de la nuca mientras que con su otra mano se abría la cremallera y sacaba su polla a la altura de mi cara. Con mis manos le empujaba los muslos que, como columnas, parecían estar anclados al suelo. Cerré la boca y dejé de gritar porque sabía que ese cabrón aprovecharía esto para meter su gordo pollón en mi boca. Pero él de momento se contentó por refregarla por mi cara y mis labios. Toda su entrepierna despedía un intenso olor a polla encabritada, a deseo, a sudor de hombre. A medida que frotaba su polla por mi cara esta se iba empalmando y, aunque sus dimensiones no correspondían con lo que uno se imagina que debe tener un tío tan enorme, si era bien grande y sobre todo gorda. Yo seguía luchando inútilmente pero me fui dando cuenta que mi polla también se iba empalmando y que cada vez sentía más deseo por sentir ese pollón dentro de mi boca. Pero si esto era así no se lo iba a dar a entender. No quería que supiera que estaba deseoso por abalanzarme hacia él para comerle sus enormes huevos. Así que para disimular, abrí la boca como para decirle algo, momento que él aprovechó para atragantarme con su tranca. Yo, para seguir con el disimulo, comencé por mordérsela clavando en ella mis dientes, pero de forma tímida ya que lo último que quería hacer en ese momento era estropear la maravilla que tenía en mi boca. Un sabor intenso recorrió mi lengua, un regusto a polla y carne de tío macho que hizo que me excitara aún más. Pero a él también le debieron gustar los mordiscos que le di pues noté como su polla se ponía aún más dura dentro de mi boca. Poco más estuve mordiendo. Comencé a chupar y a chupar con intención de tragármela toda entera.

Así, pequeño mamoncete, chúpala hasta que te atragantes con ella.

Después de oír esto me la metí todo lo que pude para propinarle un buen mordisco pero ahora sin compasión, con fuerza. Si ese hijo puta quería que le chupara la polla iba a sufrir también por ello. Él sólo lanzó al aire un fuerte gemido de placer mientras yo intentaba vanamente hacerle daño de veras. Apenas le di oportunidad la sacó de la boca, me agarró por la cabeza, se inclinó hacia mí y de nuevo me comió los labios casi con la misma fiereza que yo había demostrado con su tranca. Estaba claro que me haría sufrir de la misma forma en que yo lo castigara, por eso cuando la volvió a meter en mi boca tuve claro que debía ser, por mi bien, más compasivo. Mis manos ya no empujaban si no que agarraban, apretaban sus huevos, su polla, los pelos de su pubis… Por un momento dejó de empujar hacia adentro, pues se estaba quitando los pocos botones que abotonaban su camisa. Se la quitó y la arrojó al suelo. Puso sus brazos en jarra y miró hacia abajo contemplando la mamada que le hacia ese desconocido que para él era yo. Yo habría bien la boca, pues su enorme grosor me impedía que esta se deslizara por mi garganta con facilidad. Le aflojé el botón del pantalón, y se los bajé hasta los tobillos. Como era de esperar en un cerdo así, no llevaba puesto calzoncillos. Antes de que reanudara mi mamada puso su bota derecha sobre mi rodilla y, sin quitársela, le saqué el pantalón, operación que repitió con la otra pierna. Lo tenía delante de mí y menos por sus botas estaba totalmente desnudo. Le acaricié sus redondeadas y duras nalgas, sus fuertes, musculosos y sudados muslos, y continué hacia abajo para palpar unas tensas pantorrillas que no desentonaban con todo lo anterior. Estuve mamando de nuevo sólo un momento, tenía ganas de comer de todo eso, comenzando por aquellos enormes y colgones huevos, pero no en esas condiciones. Por ello me puse de pie sobre el sofá. Mi altura era ahora mayor que la suya, intentaba provocarle un mínimo de respeto, si eso podía ser posible ante aquel pedazo de cabrón. Su primer intento fue el de acercarse para seguir haciendo de las suyas, pero con sólo ponerle las manos sobre los hombros se detuvo.

Mira, tu cuerpo huele que apesta, si quieres que sigamos vas a tener que darte una ducha, y si no, lo vamos a tener que dejar.

Ves Bollito como íbamos a ser amigos y que me ibas a permitir ducharme en tu casa.

Nadie te ha dicho que eres un cabroncete.

Pues sí, pero sólo mis amigotes.

Delante de mí, se inclinó y metió su hombro derecho en mi estómago, pasó sus brazos por detrás de mis muslos e izó su cuerpo, cayendo mi pecho sobre su peluda espalda.

¿Y ahora se puede saber qué coño haces?

¿Pues no dices que hay que ducharse? Pues a ello vamos Bollito, porque tú apestas ahora tanto como yo.

Sí pero por culpa de tu fétido sudor de cerdo. ¡Y no me llames más Bollito, joder!

Riéndose con poderosa carcajada, se encaminó hacia la planta de arriba, y sólo me dejó en el suelo cuando llegamos al cuarto de baño. De nuevo continuó hablando mientras se quitaba las botas, y yo esperaba dentro del baño, sin saber qué hacer.

Gusto en conocerte, Bollito, mi nombre es José, pero todo el mundo me llama Pepito

Sí, el nombre te va de puta madre. Pues el mío es Miguel y con esto se acabó lo de Bollito. ¿Vale?

Ni contestó. Ya sin las botas, se metió conmigo dentro de la bañera y de inmediato me agarró apretándome contra él. Yo también lo abracé, acariciándole su fornida espalda. Ahora si deseaba comerle la boca pero el recordar sus mordidas sobre mis labios me quitaron las ganas de hacerlo. Pero cuando él comenzó a hacerlo, aunque lo hacía con fogosidad, quizás porque cambió mi actitud, su boca fue más amable con la mía. Mientras sentía sus labios, mientras me robaba mi lengua y sorbía saliva, refregaba su enorme cuerpo por el mío. Antes de la ducha iba a haber un último intercambio de olores, y de algo más. Por un momento noté como de nuevo me abrazaba con fuerza asfixiante, y de su polla, que vendría a caer a la altura de mi ombligo, fue saliendo un calor húmedo que fue cayendo hacia mi pelvis, mi polla, mis huevos… El cabronazo se estaba meando encima de mí y como sabía que no podía hacer nada por evitarlo me dejé llevar por sus resoplidos de placer. Llevé mis manos hacia su polla y él aflojó su abrazo de oso. Aún me dio tiempo para cogerla entre mis manos, agacharme un poco y dirigir la meada hacia me pecho, mi barriga y mi polla. Una vez que terminó me levantó y me comió la boca con brutalidad mientras nuestros cuerpos se refregaban con aquel líquido cálido que mojaba mi cuerpo. Yo acariciaba su cuerpo casi sin tocarlo, para sentir en mis manos lo único que este hombre parecía tener suave: su vello. Sin embargo sus manos enormes, rudas y ásperas me hacían sentir en mi piel toda la fortaleza y pasión que ese tío era capaz de dar. El agua tibia empezó a caer por nuestros cuerpos desnudos enlazados en un intenso abrazo. Después él se dio la vuelta y con mis manos enjabonadas le lavé la espalda y sus nalgas. Por un momento me detuve intencionadamente en su culo, metiendo mis dedos sobre su raja, llegando a su ano con facilidad pues él levantó la pierna para ayudarme en la tarea. Con su espalda completa de espuma, me refregué sobre él y creo que nunca nadie tuvo una esponja tan increíblemente hermosa. Pegando mi pecho sobre su espalda, le enjaboné su pecho, su barriga, su pelvis, su enorme pollón y sus huevos. Fui deslizando mi cara por su espalda, hacia abajo, para lavar sus fuertes y peludos muslos, sus pantorrillas y sus pies. Una vez que acabé de lavarlo, fue él el que me colocó de espaldas con las manos sobre los azulejos. Pegó su pecho sobre mi espalda y de nuevo ejerció de esponja refregando mi cuerpo con el suyo. Su actitud iba cambiando. Cada vez era más delicado, más suave en sus caricias y más atento en proporcionarme placer a mí. Una vez que aclaramos el jabón y nos secamos se acercó a mí y de la misma forma en que me trajo al cuarto de baño, me sacó de él: cargándome en peso sobre su hombro. Mientras me llevaba hacia la cama pensé que lo de sus nuevas formas delicadas sólo había sido una ilusión momentánea y que de nuevo ese cabrón seguiría haciendo de las suyas. Nada más dejarme sobre la cama me puso boca abajo e inmediatamente sentí como sus manos, sus dedos y después su boca se aprestaban a trabajar mis nalgas, acariciándolas, pellizcándolas, lamiéndolas y mordiéndolas. Intenté darme la vuelta y reptar por la cama, pero su peso sobre mis piernas y después la presión de un brazo sobre mi espalda me lo hizo imposible. Cuando le pedí que por favor dejara de ser tan brusco apretó su cara contra mi culo, y de forma casi infantil me pidió perdón.

Por favor perdona, lo siento, pero no lo puedo evitar. Hace demasiado tiempo que no echo un polvo.

¿Pero no dijiste que eras amigo de los inquilinos que vivían antes aquí?

Sí. Pero yo no follaba con ellos. No me gusta meterme en medio de las parejas, además teniendo en cuenta que ellos llevan mucho tiempo juntos. Hace unos 10 meses que rompí con un chaval con el que estuve liado un par de años. Y desde entonces la cosa no ha sido fácil, porque además no me gusta ir por lugares de ambiente. No me siento cómodo, ¿sabes?, Soy demasiado tímido.

¿Tímido? Pues menos mal que eres tímido, porque si no yo no sé qué sería de los tíos que se cruzaran en tu camino. ¿Y qué pasa que llevas todo ese tiempo sin comerte nada?

Bueno, no, algo ha caído. Pero de lo último hará dos meses. Así que tú me dirás como puedo estar… Muertecito por atrincar carne.

Bueno, pero tú debes saber que yo también tengo pareja…

Sí, pero a Juan le gusta compartir, y más siendo un bollito tan lindo como eres tú.

De nuevo parece que despertó. Pero la conversación lo había relajado algo a pesar de que en ningún momento hizo intentos de liberarme lo suficiente como para que ahora no pudiera seguir chupándome el culo. Su gran lengua pasaba a lo largo de toda mi raja, se detenía en mi ano, y parecía que hacía intentos por meterla dentro. Yo no tenía más remedio que dejarme llevar. Aquel tipo quería algo y no iba a parar hasta que lo consiguiera. Y yo, que no estaba a disgusto por proporcionárselo, sólo estaba molesto por la imposibilidad de relajarme y disfrutar de la situación, ya que intuía que en cualquier momento volvería a sufrir los ataques de su pasión. Como si fuera un muñeco para él, me puso boca arriba, metió sus manos sobre mis nalgas y me izó hasta que de nuevo pudo alcanzar mi culo, para seguir chupándolo casi con ferocidad. Mis piernas se apoyaban sobre sus hombros y sus manos acariciaban con brusquedad mi barriga y mi pecho. Pepito (vaya nombre para aquel monstruo) abrió su boca y a la primera metió mis dos huevos dentro de ella. Por un momento pasé miedo. Si con los huevos era tan brusco como con lo demás iba a sufrir sin remedio. Pero él se limitó a chuparlos, a pasar su lengua por ellos desde dentro de su boca y por unos segundos fue consciente, por mis gemidos, del placer que podía ser capaz de darme. Yo esperaba que en cualquier momento se llevara mi polla a su boca. Pero de momento no lo hizo. Antes se tendió a mi lado, de costado, con su boca cerca de mi polla, y mi cara junto a la suya. Metió un brazo por debajo de mi cintura y me abrazó con fuerza al tiempo que me ponía a mí también de costado. Yo hice lo mismo. Como pude metí un brazo por debajo de su cuerpo y lo abracé con fuerza. Tumbados de costado nuestros cuerpos formaban una tenaz simetría: su barriga apretada en mi pecho y la mía sobre el suyo. Fue inmediato el que nuestras bocas buscaran la polla que anhelaban, que chuparan y mamaran con ímpetu, pasión y frenesí. Con mi brazo izquierdo aprisionado lo abrazaba pero mi mano derecha se recreaba en agarrar con fuerza su pollón, en tirar de sus huevos y en acariciar toda esa ruda piel repleta de vello. Como era más alto que yo, mis intentos por tragarme entera su polla y por chupar sus huevos fueron vanos, pues en la medida en que me acercaba a mi meta alejaba mi polla de su boca y él con fuerza tiraba de mí para no alejarla de su lengua. Tomadas las distancias, los dos nos dedicamos a mamar sin parar. Con mi mano apreté con fuerza la base de su polla. Si esta era gorda aún se puso más, y sus venas se marcaron al tiempo que su capullo iba enrojeciendo hasta llegar a ponerse morado. Ahora mi lengua notaba sus venas palpitar casi al ritmo frenético de los latidos de su corazón. Él seguía chupando mi polla pero sin nunca parar de gemir. Sin esperarlo se giró sobre sí y quedó en la cama boca arriba, mientras yo descansaba sobre su pecho y su panza. Colocados así continuamos mamándonos la polla. Pepito me pegaba empujones sobre mi espalda para que mi polla entrara con fuerza en su garganta, y a pesar de que me daba mucho placer esto provocaba el que apenas su capullo pudiera entrar entre mis labios. Sin sacarla de su boca, sentí que me daba unas palmaditas a la altura de mi hombro. Supe que me estaba avisando que se iba a correr. Quizás él esperaba que yo parara pero en ningún momento se me pasó por la cabeza no recibir en mi boca aquella leche que estaba, desde hacía dos meses, deseando de salir. Apuré el ritmo, me la tragué lo más adentro que pude, y a pesar de que no lo estaba evitando, Pepito me decía que no (“nooo, nooo, no,”) pero sin sacar mi polla de su boca. Lo supe. Sabía que ya estaba a punto. Su polla se puso durísima, sus huevos se contrajeron delante de mis ojos, sus músculos se tensaban y sus manos me acariciaban con frenesí. En el momento de correrse subió su culo con fuerza clavando su polla en mi garganta, e inmediatamente sentí en el paladar el sabor casi agridulce de su leche, que bebía, al tiempo que seguía chupando y recibiendo culadas en mi garganta. Sus gemidos se veían entrecortados por mi polla que aún permanecía en su boca y, que mientras se corría, casi mordía. Ya sin que me diera culadas, sus espasmos, cuando pasaba mi lengua por su capullo, eran brutales. Desde su capullo nacía un placer que hacía que todo su cuerpo se estremeciera. Él con su mano me obligó a que me la sacara pues el placer que sentía era tan grande que ni lo podía soportar. Yo la saqué pero seguí pajeándola, por la base, evitando tocar su capullo. En ese momento pude recrearme en paladear todo el sabor a macho que tenía en mi boca, sin poder evitar de vez en cuando chupar su polla húmeda. Me corrí mientras mi lengua recogía la leche que quedaba en mis labios. Pepito me agarraba por la cintura izándome y bajándome a su antojo, hincándose mi polla en su garganta, chupando con avidez toda la corrida que salía de mi polla. Mientras me corría no pude evitar flojear y caer sobre su pecho, su barriga, y mi cara sobre su pubis, que recibió un mordisco para que yo pudiera sentir sus pelos en mi boca.

Así nos quedamos un buen rato. Yo encima de él, casi adormilado, mientras nuestra respiración volvía a ser cada vez más lenta y silenciosa. En algún momento me bajé de su pecho tendiéndome sobre la cama, boca arriba. Al parecer me quedé dormido pues me despertó Pepito con sorpresivo y sonoro beso en la boca. Me incorporé y estaba vestido con ropa limpia que debió de haber dejado en la entrada de la casa.

Perdona que te despertara pero quería despedirme. Te habrás llevado una impresión de mí bastante mala, pero quiero que sepas que yo no soy así, y que todo ha sido un arrebato de locura. Y como entiendo que no querrás que vuelva a aparecer por aquí te devuelvo las llaves.

Yo no sabía ni que contestar ni que hacer, y como no quería tomar una decisión de la que pudiera arrepentirme, preferí dejarlo para más adelante.

Mira, por qué no lo dejamos para otro momento. Ya lo discutiremos en otra ocasión. De momento quédatelas y ya veremos qué es lo que hacemos.

Ahora sí parece que estaba delante del verdadero Pepito, ese que me había dicho que era muy tímido, porque casi no me miraba a la cara y apenas fue capaz de darme las gracias con un débil gesto de su cabeza, para a continuación salir del dormitorio casi sin volver la cabeza. Apenas lo oí salir mientras me dirigía a la ducha. Y ya dentro de ella, mientras lavaba mi sonrojado capullo, me arrepentí de no haberle dicho que se quedara un rato más.

Recordé que el ordenador seguía encendido y bajé en cuanto pude para conectarme a la red para ver si por fin tenía noticias de Juan, de lo que estaba pasando y de las puñetas que estuvieran por pasar.

Fin del capítulo IV

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