Capítulo 3

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Capítulo 3: Por fin.

Carlos salió desesperado de la ducha. Tomó una toalla y me lanzó a mi otra. Se secó con desespero, como si su cuerpo ardiera. Yo también hice lo mismo. Mal secos, con nuestras erecciones al máximo y guiados por el deseo carnal, salimos desesperados hacia la cama. Él, iba adelante halando mi mano como si yo fuera su hembra. ¡Que extraña, pero rica sensación me invadía!

Por instinto, me dispuse en cuatro encima de la cama con mis manos apoyadas en la tabla transversal de la cabecera. Él sonrió. Se dispuso detrás de mí en pose de penetrador.

  • Esta es una de mis poses favoritas, pero tú eres primerizo. Para empezar, mejor acuéstate boca arriba. Así va a ser mejor y más fácil para ambos.

Me dejaba guiar. Hablaba la voz de la experiencia. Así que me acosté boca arriba. Él tomó una almohada y la dispuso debajo de mis caderas.

  • Así tu culito queda alzado y es más fácil para ambos – hablaba con voz dulce.

Nos mirábamos a los ojos. Había fuego, había deseo. Lo vi tan grande, acuerpado, todo un macho para mí. No me lo podía creer. Estaba a punto de vivir uno de los momentos más fantaseados desde que empecé a descubrir esa curiosidad por el mismo sexo que nace con el tiempo en la mayoría de los hombres heterosexuales casados, pero que pocos llegan a materializar por miedo. Podía considerarme un afortunado.

Yo tenía las piernas dobladas y abiertas. Carlos me acariciaba las rodillas y las pantorrillas con ternura. Su verga dura, bien parada apuntaba palpitante hacia mí. Entonces, repentinamente él se agachó. Hundió su cara entre la “V” que yo hacía con mis piernas abiertas y me lamió el falo de arriba hacia abajo varias veces. Pasó su lengua juguetonamente por mis huevos y descendió a esa zona sensible del perineo. ¡Dios! Sí, sí. Lo hizo otra vez. Su lengua volvió a lamer mi culo. Esta vez con más ahínco y libertad. La sentí más plena, más viva y completa. Me encantaba esos lamidos intensos en mi ano. No me retuve. Del alma me salieron gemidos que excitaron más a Carlos. El extendió sus manos hasta alcanzar las mías, como consolidando nuestra complicidad, como queriéndonos comunicar a través de las manos el goce mutuo.

Entonces ya, satisfecho se levantó de allí como si lamer mi culo le hubiera dado más fuerza. Agarró su pantalón que había dejado tirado en la cama y del bolsillo sacó un condón que rápidamente desempaquetó con sus dientes. Vaya, venía preparado, pensé. Lo extendió por su pene y echaba saliva. Entonces recordé que yo había comprado el aceite anal. Le pedí que tomara mi pantalón corto que había quedado tirado de cualquier manera en el piso. Lo tomó y me lo lanzó en el pecho con mirada interrogante. Saqué el tarrito y se lo di. Él lo tomó, leyó y sonrió.

  • ¡Ah!, venias listo ya para la clavada, ¿no?
  • Lo acabé de comprar – le respondí sonriendo.

Embadurnó su verga como pajeándose.

  • Así se te va suavecito y la vas a sentir más rica. Ya verás.

Untó un poco de aceite alrededor de mi culo y me miró con actitud perversa.

Dispuso su cuerpo en posición de ataque, como buen activo penetrador. Mordisqueo sus labios. Rozó su verga varias veces por mi culo sin hundirla como para que me acostumbrara a la sensación. Yo giraba para encontrar su mirada y él me miraba a los ojos con sus pupilas dilatadas. Sin penetrar, resbaló varias veces su pene lentamente acariciando mis piernas que él mismo jugaba a abrir y cerrar. Sentí entonces que algo blando y luego duro hincó mi ano obligándolo a ceder. Fue una extraña sensación sentir que algo envés de salir, entraba por ahí. Sí, mi ano se explayó y no era por mi voluntad. Sí, sentí una suerte de incomodidad leve, o quizás un leve dolor. Me puse tenso un instante. Él, se detuvo y luego siguió hundiendo. Sí, eso avanzaba despacio, estaba entrando en mi cuerpo. Carlos me miraba con fuego, con mirada triunfal pero gentil. Sí, era real, sí. Me estaba penetrando. Sí, el pene de un hombre entraba en mi culo, igualito a como lo había visto en tantas veces en escenas porno. Pero esta vez no lo estaba viendo, mejor aún, lo estaba sintiendo. Por fin, un hombre me estaba culeando.

Su espeso vello púbico se estrelló contra mi perineo. Lo pude sentir. Me la había entrado. ¡Por Dios! toda su verga, todita dentro de mi culo. No se desesperó. La dejó ahí metida sin moverse.

  • ¿Te gusta mami? Disfruta la verga de tu macho.
  • Hm, si-iiii – extrañamente me excitaba aún más oírlo hablarme así, como macho a su hembra.

Cuando me vio cómodo entonces inició un meneo lento. Rico, podía sentía resbalar su pene dentro de mí. Me poseía, me tenía para él. Yo estaba entregado. Completamente entregado a mi hombre.

Carlos gozaba con cada embestida. Se fue soltando, haciendo el culeo más ligero, más fluido. Su verga entraba y salía un poco, volvía a entrar y volvía a salir cada vez con más confianza hasta que empecé a oír el golpeteo de su pelvis contra mis nalgas. Ese sonido excitador que delata cuando dos personas están teniendo sexo: tac, tac, tac, tac, tac con los gemidos como música de fondo. La cama también acompañaba la sinfonía. Quizás algún tornillo había flojo en alguna parte. Si alguien pasando por el pasillo se detenía en la puerta y escuchara con cuidado, seguramente sabría que había sexo en esa habitación.

Carlos a ratos cerraba los ojos en pleno goce, su boca abierta no dejaba de jadear. Me encantaba su cuerpo peludo meneándose tan procazmente penetrando mi cuerpo. Sin dejar de cogerme se apoyó un poco encima de mí con sus brazos a lado y lado como haciendo flexiones. Pude acariciar su pecho y el vaho de su aliento lo podía sentir cerca al mío. Luego se dejó tumbar encima de mí completamente. Pecho con pecho, abdomen con abdomen aplastando mi verga excitada y su aliento a sexo, a culo, a macho muy cerca de mi cara. Nos dábamos calor el uno al otro. Jadeábamos al tiempo. Su pene entraba y salía, el morbo aumentaba en los dos. Nos miramos. Su boca buscó la mía. Esquivé el beso. Era algo que no me había planteado hacer con un hombre. José besó mi mejilla, pero arrastró su cara para buscar nuevamente mi boca. Giré mi rostro para evitar pegar los labios. Entonces besuqueó mi oreja y un cosquilleo me erizó el cuerpo. Me habló al oído con voz varonil sin dejar de menearse como guano:

  • Mami, ¿Qué pasa? Ven, dame un besito. Uno cortito nada más. No seas así con tu macho.

Me excitó oírlo hablarme así, tan seductor, tan morboso y tratándome con dulzura, como si yo fuera realmente su hembra. Besuqueaba mis orejas sin dejar nunca de penetrarme con ganas. Me encantaba sentir su cuerpo de hombre agitándose encima del mío. Eran tantas sensaciones al mismo tiempo. Su piel suave, su calor, sus vellos, el sonido de sus jadeos, el olor a macho y esa verga infiel entrando y saliendo como pistón llenando mi espacio anal. Carlos, era todo un toro encabritado potente y bello encima de mi feminidad por fin exteriorizada.

Volvió a intentarlo. No me resistí esta vez. No había razón para esquivarlo. Su boca afanada buscó mis labios. Cedí al beso. El vaho de su aliento a hombre penetró mis narices. Los labios se tocaron finalmente. Beso. Beso entre dos hombres. Iniciamos despacio, como explorando el tacto mutuo de nuestras bocas. Me daba picos, cada vez más largos. Se sentían suaves, húmedos y, sobre todo, tiernos. Nuestras miradas cómplices cerquitas aprobaban el beso. Fue instintivo. Las lenguas se tocaron. Primero muy tenuemente y poco a poco con más firmeza. Era tan erótico. Nos concentramos en ese beso definidor. Hasta dejó de embestirme dejando su pene quieto completamente arropado en mi culo.El beso cogió forma. Encontramos ese punto, ese ángulo en donde nos sentimos cómodos. Nos besamos con pasión. Jamás me hubiera imaginado que yo fuera a hacer algo así con otro hombre. Sentía mariposas por todo mi cuerpo al punto que yo no quería que ese beso terminara.

El beso selló algo. Marcó un antes y un después. Su culeo se hizo más entregado, íntimo y apasionado. Pero se detuvo. Sacó la verga y exhaló con profundidad.

  • ¡Uf, Dios! – voltéate. Ponte ahora en mi pose favorita – dijo con voz cansada expresión de enfermo morboso.

Me incorporé ya sin su cuerpo encima del mío. Ambos estábamos sudados. Le di la espalda y apoyé mis manos en la tabla horizontal de la cabecera. Alcé mis caderas para ofrecerle mis nalgas. Embadurnó con más crema nuevamente su condón que se había medio deslizado en su pene. Lo volvió a ajustar hasta el pegue de su pubis. Sentí después la punta de la verga deslizarse por la raya de mis nalgas nuevamente. Me dio varias palmadas juguetonamente. La última un poco fuerte.

  • Ay – exclamé y él se río con cierta perversidad.
  • ¡Uf! me encanta este culo. Besas rico amor y eso que no querías ¡eh! – dijo sin dejar de rozar su verga por fuera de mi culito.
  • Si, tienes razón. Perdóname. La verdad, tú también besas rico – le expresé con franqueza.

Sentí al toro otra vez. Hundió de una sola tacada su pene. Sentí que explayaba mi culo. Se sentía distinta estar en cuatro. Es la pose universal del sexo entre hombres. Esta vez no fue tan gentil. Sus movimientos parecían motivados por una descarga de ansiedad animal. Su pelvis golpeaba, chocaba a buen ritmo con fuerza contra mis nalgas. Él jadeaba con mayor intensidad y con sus manos agarradas en mis caderas. Mis gemidos se hacían desgarradores al compás del plap, plap, plap, plap de nuestras pieles al copular.

Aceleró su ritmo. Me taladraba el culo con morbo, ganas, pasión, entrega. Sus manos se apoyaron en mis hombros como arrastrándome más hacia él. Sentí más profunda y total la penetración. Me encantaba eso, sentir al macho entregado detrás gozando mi cuerpo. Era una sensación única y nueva para mí. Su jadeo se volvió más grave, gutural. Se detuvo con su cuerpo contraído y sus manos se aferraron con más fuerza a mi cuerpo, casi arañándome.

  • Ah-ah-hm-mmmmm, ay, jueputa que rico-oh-hhhh. Ufff

Sentí levemente pálpitos en mi culo. Entendí que estaba teniendo un orgasmo con su verga adentro. No lo interrumpí. Dejé que lo disfrutara. Luego del clímax emitió un sonido gutural profundo de satisfacción. Al rato, con su rostro colorado, sacó la verga y se quedó arrodillado como vencido sin dejar de necearme las nalgas con su mano. Lo miré al girarme hacia él y su rostro tenía esa expresión post orgásmica. Su cuello sudaba y su verga aún erecta, estaba cubierta con el condón algo zafado cuyo depósito estaba inflado y colgando lleno de abundante y pesado semen. Era una escena morbosa ante mis ojos.

  • ¡Uf! Hacía rato que no culeaba tan rico.
  • ¿Ni con tu mujer? – le interrogué.
  • Mi mujer culea rico, pero ajá, es la mujer de uno, a la que uno se coge cuando quiere. No es lo mismo. Tú me entiendes.
  • Sí, sí. Te entiendo. No hay mucha novedad.

Miró el reloj. Faltaba un cuarto para las ocho.

  • Todavía podría quedarme un rato más si quieres. Como hasta las ocho y media.
  • Si no tienes problemas, pues si, por favor, quédate un poco más – le pedí.
  • Además, tú no te has venido todavía.
  • No pasa nada. Así me mantengo más excitado – le dije
  • Déjame ir al baño y reposarme un momento.
  • Sí, sin presión. No tienes que seguir, si no tienes ya más ganas – le expresé para que no se sintiera incómodo.

Su verga se había dormido. Se fue al baño. Escuché el sonido de su orina en la taza. Después escuché la ducha. Me levanté yo también de la cama. Me fui a orinar y al entrar yo al baño, él estaba bajo la ducha dejando que el chorro de la ducha mojara su zona erógena solamente. Se la estaba enjabonando. Entendí entonces que se lavaba. Secó su verga y los huevos. Cogió su celular y me pidió que le diera unos minutos porque tenía que hacer una llamada. Habló con un tal Jairo sobre un negocio y una plata durante varios minutos. Eso me permitió a mí reposarme desnudo acostado boca arriba, mirando hacia el cielo raso, intentando digerir el mundo de sensaciones sexuales que acababa de experimentar. Había dado un paso gigante en mi vida y todavía ni me lo creía.

Cuando terminó de hablar por teléfono, Carlos vino a la cama. Se sentó en el borde desnudo. Me acarició mi pene fláccido. Se inclinó luego y lo lamió hasta que se me provocó la erección. Al parecer íbamos a seguir jugando al sexo. Me chupó la verga despacio, sin afanes. Me gustaba como la comía. Con ganas.

  • Ya me arreché otra vez – dijo con sus ojos cerrados lamiendo el glande de mi pene.
  • Ya veo. Que bien.
  • Esto no se ve ni lo tengo todos los días. Tengo que aprovecharte al máximo.

Se puso de pie y pude ver que efectivamente su verga había ganado cuerpo. Gruesa, bella, agreste, varonil, limpia, brillante con su vena inflada y poderosa. Me haló para que yo me sentara en el borde de la cama como cuando iniciamos. Ya sabía qué era lo que él deseaba. La metí en mi boca y otra vez sentí el placer de mamarle su falo. Ahora más tranquilo, con menos ansiedad. Me concentré en disfrutar las texturas blanda y liza del glande; y dura y corrugada del tallo. Todo eso llenaba mi boca. Me encantaba mirarlo a los ojos lamiendo la parte baja de su glande sensible. Su erección llegó a su máximo. Su carne toda en mi boca. Luego se desprendió de mí. Se sentó entonces en la cama con sus piernas velludas extendidas sobre la sábana blanca y su espalda en dos almohadas apoyadas contra el espaldar de la cama. Su verga parada parecía una asta apuntando al cielo.

  • Ven, quiero que te me sientes tú encima.
  • Ah, ¿quieres que te cabalgue? – pregunté neciamente la obviedad.
  • Si, ven, como caballito, así la vas a sentir toda adentro – habló con vulgaridad en su cara y colocándose otro condón que había sacado previamente del bolsillo de su pantalón.

Tomó el tarrito de crema y aplicó una buena cantidad por todo su falo. Yo, al verlo allí, tan morboso, vulgar, atrevido y tan hombre me llené de ganas. Me iba a ensartar en la verga de un hombre. Era algo que me excitaba ver en escenas porno. Pensé un poco en Paola que siempre me dice que esa es su pose favorita.

Me acomodé encima de él con mis piernas abiertas franqueando su cadera. Me senté en sobre sus muslos y nuestras vergas se juntaron. Nos miramos a la cara. Él acariciaba mis tetillas y yo jugueteaba a enredar mis dedos en su pecho peludo.

  • Ven, álzate, échate un poco pa’ lante.

Lo hice para su beneficio. Carlos agarraba su picha dura, meneándola como buscando que su glande tanteara el punto exacto de mi hoyo anal. Lo halló. La embonó y me pidió que me dejara caer encima despacio. Lo hice y pude sentir que su verga explayaba mi orificio, entrando hasta que toqué suelo. Quedé sentado encima de su pelvis. Su verga llenaba mucho más mi ano. Me sentí cómodo en esa pose. Mis manos apoyadas en sus hombros y Carlos con sus manos bajo mis nalgas ayudando a menearme. Lo sentí tan macho, tan hombre y aunque jamás se lo expresé, en ese instante mágico, yo me sentí toda una hembra. Su hembra. Esa sensación fue única, especial y placentera. Comprendí entonces a Paola.

Yo subía y bajaba para sentir la penetración total. Cada vez que me sentaba me sentía suyo, o más bien suya en ese instante. Esta vez fui yo quien buscó sus labios. Él, complacido correspondió. Nos besamos aforadamente danzando el culeo. Me sentí haciendo el amor, completamente entregado. Carlos comenzó a estimularme la verga, masturbándome al ritmo del meneo de mis caderas. A ratos dejaba mi beso para lamerme las tetillas. El placer llegó al máximo en mi cuerpo y sin avisar, gimiendo más intensamente, eyaculé contra su abdomen humedeciendo sus vellos y mojando su mano que no paró de pajearme. Sonrió al sentir en su mano mi leche tibia. Nos comimos a besos. Un beso intenso, apasionado, carnal, animal, profundo y húmedo.

Después me habló al oído entre jadeos y gemidos:

  • Mami, ¿quieres leche? ¿quieres la leche de tu macho?
  • Sí, ah, sí, dame tu leche, sí.

Me empujó sin brusquedad para que yo me desensartara de su cuerpo. Yo me dejé tumbar en la cama boca arriba. Él se incorporó ansioso, hábilmente retiró el condón y se pajeó afanosamente acercando su verga a mi cara arrodillado en la cama. Lo vi gigante desde el ángulo de mi visión. Contrajo su cuerpo, sus ojos se dilataron y su verga estalló en mi cara. El primer pringo tibio y potente de semen lo sentí caer encima de mis labios cerrados y luego otros chorros mojaron mi cara y mi nariz. Carlos gimoteaba su segundo polvo. Yo experimentaba embelesado la famosa fantasía de la leche en la cara que tanto morbo genera en nosotros los hombres. Luego, aun chorreante y palpitando su verga resbalaba por mis labios como buscando entrar en mi boca. Dudé por un instante, pero poco a poco abrí mis labios y dejé que la hundiera. El sabor del semen pegajoso llenó mi boca de un nuevo sabor. La textura de su sexo sucio de espesura láctea, lejos de desagradarme, resultaba suave, tibia y reconfortante en mi lengua. Evité tragar semen, pero no fue tan fácil impedirlo del todo.

Luego la sacó de mi boca y con vulgaridad se la sacudía azotando mi cara. Le divertía hacer eso y a mí también.

  • Que polvo rico que echamos.
  • Si, muy rico – dije con mi boca pegajosa de semen.

Se puso de pie. Estaba rojo y exhausto.

  • Ahora si me tengo que ir, sino quiero tener líos en mi casa.
  • Y si tu mujer quiere un polvo, ¿tendrías leche para ella? – le pregunté más por bromear.
  • Ja, ja. No-ooo. No le dejaste nada. Ella cuando viene del hospital no quiere saber nada del mundo. Solo dormir. Así que no tendré lío por eso, ja, ja. A esa hora, ni si le lamo la chucha y se le moja, me dejaría culeármela, ja, ja.

Me reí de su comentario viéndolo vestirse con agilidad. Me levanté desnudo todavía para despedirme de él. Faltaban cinco para que fueran las ocho y media. Me agarró por las nalgas y me asió hacia él. Me habló acercando su cara a la mía justo detrás de la puerta con esa actitud de macho que me fascinaba.

  • Gracias. Me hiciste el día. Que culiada sabrosa.
  • Gracias a ti. Me hiciste vivir cosas que no conocía.

Nos miramos en silencio. Me besó despacio, pero con firmeza. Abrió la puerta, me guiñó el ojo y se marchó.