Capítulo 2

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Capítulo 2: El encuentro

Después de haber dicho que sí al encuentro, yo temblaba. Me puse sandalias y bajé sin rumbo fijo a la recepción. Decidí salir a caminar por las calles alrededor del hotel para apaciguar mi ofuscación. Me sentía con el alma llena de emociones revueltas. Ansioso, nervioso, pero con ganas de peligro. La adrenalina me hacía ver el alrededor más brillante y los ruidos de la ciudad parecían aturdirme. Caminé por caminar, intentando sin éxito aliviar los nervios. Miraba ansiosamente el reloj. Cada minuto parecía eterno. Mi inseguridad aumentaba con cada paso que daba. Por momentos pensaba si acaso no era mejor no volver al hotel y dejar que se cansara de esperarme hasta que se marchara. Después simplemente desaparecer de su vida y acabar entonces con este momento de angustia. No, no. Eso no es ético ni valiente.

Alcé la mirada y me topé con una farmacia. Estaba algo vacía. Muy a pesar de mi inseguridad, pensé que debía estar preparado por si pasaba lo que en el fondo queríamos que pasara. Entré decidido, pero asustado. Una linda chica de cabello abundante me atendió. Le pedí con voz tímida y casi sin mirarla a los ojos unos condones y un aceite íntimo. Sentí algo de vergüenza. No estaba acostumbrado a ese tipo de compras. Ella, sin mucho drama, me preguntó si deseaba alguna marca en particular. Le dije sin titubear y con la mayor discreción que simplemente me diera unos condones normales. Sacó unos condones marca Today y dos tarritos de dos marcas distintas de lubricante íntimo.

  • ¿Cuál lubricante va a querer?

Los miré rápidamente sin tener ni idea. Uno, color azul, parecía ser más genérico en su descripción. El otro, de color blanco, explícitamente describía en la etiqueta “lubricante anal”. Sin preguntar el precio y ya deseando salir de ahí le dije que me llevaba el blanco. Justo cuando estaba pagando en la caja, una videollamada de Paola, mi mujer, me sacudió el aliento. Dejé perder la llamada. Pagué y nervioso salí disparado. Respiré profundo para recobrar mi aliento. Metí los dos productos comprados en sendos bolsillos de mi pantalón corto. Habían transcurrido doce eternos minutos desde que había salido del hotel. Tomé el celular y le devolví la llamada simulando al máximo total normalidad.

Nos saludamos por la cámara y le dije que había salido a medio turistear cerca al hotel. Por suerte, la llamada no se extendió. Mi mujer estaba de compras con su hermana. Compraban ropa para un matrimonio al que estábamos invitados para el siguiente sábado. Así que, estando un tanto afanada, me dijo que más bien me llamaba más tarde cuando ya estuviera en casa. Cerramos la llamada y una enorme sensación de alivio reconfortó mi cuerpo. Sin embargo, los nervios los tenía de punta. Intenté recobrar la prestancia con los pasos. Me dirigí entonces como levitando hacia el hotel.

Llegué. Me senté en el sofá de la salita de la recepción del hotel con el corazón en la mano. Igual, no tenía por qué pasar nada sino me sentía seguro. Pero sentirme a las puertas de algo real, como jamás lo había estado, era todo un acontecimiento para mí. Miré la hora y habían transcurrido veinticinco minutos exactos desde que había colgado la llamada con CasaditoQ. Cerré un poco los ojos y respiré hondo. Cuando los volví a abrir, ese hombre apareció en el portal de entrada. Nuestras miradas se cruzaron al instante. No había marcha atrás.

Me levanté para recibirle. Intenté parecer normal dentro de la desesperación nerviosa. Nos saludamos de mano. En persona resultó ser más alto y acuerpado de lo que parecía por la webcam. Olía bien y se veía limpio. Tenía una actitud tranquila, vestido con la misma ropa que se puso cuando decidimos vernos las caras por la cámara. Le invité entonces a pasar a la zona de piscinas y nos sentamos en una mesita algo reservada para sentirnos tranquilos. Pedí un par de cervezas para la sed y bajar la tensión.

Nos sentamos y nos mirábamos las caras sin saber bien que decir. Él también lucía algo tenso, aunque mucho menos que yo. Comenzó diciendo que el hotel estaba bonito. Opiné igual y eso generó una conversación un poco sobre mi trabajo. Hablamos sobre a qué nos dedicábamos y un poco de la familia sin decirnos los nombres. La cerveza nos refrescaba y la tensión fue cediendo al tenor de la noche joven.

  • ¿Hasta qué horas tú puedes estar? – Le pregunté.
  • Hm, como una hora y media máximo. A las nueve, ya debería estar en mi casa por si mi mujer llama. A esa hora tiene una pausa en el hospital.
  • Ah, entiendo. Aquí aceptan visitas hasta las nueve de la noche – le comenté.
  • Ah que bien, entonces no tendríamos que ir a otro lado, ¿no?
  • Ajá. Así es.
  • Y, dime. ¿Quieres que hagamos algo? Sin presiones, ¿Eh? Como te dije.

Le miré. Me sonreí nerviosamente y él también me sonrió bebiendo un sorbo de cerveza. Bebí yo también un sorbo largo con el que terminé mi cerveza y le dije:

  • ¿Sabes qué? Creo que ya hicimos lo más difícil de todo: habernos encontrado. Bueno, al menos para mí ha sido lo más difícil de hacer, créeme. Sería una bobada no intentarlo menos. Como dicen, ya matamos al tigre, ahora no le vamos a tener miedo a la piel. No estoy seguro de hasta donde llegar, pero al menos, no lo sé, intentar a ver qué pasa.
  • Claro así es compadre. Ya estamos aquí. Tenemos todo a favor – dijo mirando hacia la piscina con serena profundidad.

Me levanté de la mesa y le hice seña de que me siguiera. Caminé lento para que se me notara menos el nervio. Subimos las escaleras hasta la habitación tres cero seis en donde yo me hospedaba. El nervio lo tenía en el más alto voltaje. Sentía que me iba a desplomar. Mi corazón retumbaba como un bombo. Abrí la puerta. No había nadie por allí por fortuna. Se me dificultaba hablar. La garganta se me cerraba. Entramos y al cerrarse la puerta, hubo un silencio invasivo y tuve esa sensación abrumadora de estar haciendo algo muy arriesgado. Había cruzado la línea roja. Me sentía como un bandido haciendo la peor fechoría. Él notó mi nerviosismo. Me dio una caricia amigable en la espalda y me dijo que todo iba a estar bien.

Se sentó al borde de la cama. Yo me quedé de pie como inerme, paralizado en mi accionar. No sabía bien si mirarlo a la cara o evitar sus ojos penetrantes. Mis manos nerviosas rascaban aleatoriamente mi mentón. Él me miraba, como estudiándome. Me sentí incómodo hasta que rompió el hielo:

  • Por cámara me dijiste que te gustaba mucho mi verga. ¿Porqué? ¿Qué tiene de especial?

La pregunta me daba vergüenza así en persona. Era extraña esa sensación. Me dio gracia su expresión. Me reí con nerviosismo.

  • Pues, no sé. Es difícil de explicar. Creo que su forma, el grosor o tal vez el todo. La tienes rectecita y eso me gusta. No sé. La tienes, hm, bonita.
  • Ja, ¿ah sí? La tengo bonita. Bueno gracias. No sabía que mi verga fuera bonita, ja, ja.

Nos reímos y después agregó:

  • Tú, sí que tienes un culo lindo – lo dijo mirando con morbosidad mordisqueándose los labios.

Me sonrojé. Me dio morbo que me dijera eso y mi tensión se desvaneció un poco. Me haló por mi mano, como obligándome a que me sentara justo a su lado. Caí sentado al borde de la cama y él se puso de pie. Lo vi grande e imponente. Se desabotonó su blue jean, bajó la corredera y sacó se pene dormido, como si fuera a orinar. El impacto que eso produjo ante mis ojos fue brutal. Era la primera vez en mi vida que mi rostro estaba tan cerca de una verga real. La tenía tan viva, tan bella, gorda así colgando sin tocársela en estado natural.

  • ¿Te gusta?
  • Si, si – le dije con mi boca abierta y mi cara impresionada.

Él se la sacudía suavemente y se la pelaba y volvía a cubrir. Jugueteaba a mostrar y esconder el glande brillante y colorido, bien definido que me hacía agua la boca. Ni me lo creía. Su pene era como un imán para mis ojos. Lo miraba embobado, como hipnotizado, casi estudiando cada detalle de su viril geografía.

  • Si quieres, lo puedes tocar. ¿Nunca has tenido la verga de otro hombre en tu mano?
  • No. Nunca.

Lo miré a la cara. No me había atrevido a mirarlo a los ojos desde que me había sentado en la cama. Su mirada era varonil, dominante y morbosa. Se meneaba la verga despacio. Se le había puesto ya algo grande.

  • Bueno, ven, ¿por qué no me la agarras? – me dijo dejándola libre ya casi erecta apuntando a mi cara.

Me encantaba como lucía ese pene así tan real. Olía a varón, a orines o sudores. Olía a macho. Lo tenté tímidamente con mi dedo índice y pulgar por el cuello, justo detrás del glande pelado. Sentí la suavidad tibia del tubo y los pálpitos leves. Percibí la potencia de hombre. La verga llegó a su máxima erección entre mis dedos. Se endureció y él y yo nos mirábamos con complicidad. Él se acercó aún más hacia mí. La cabeza de su picha casi rozó mi boca. No hice nada por evitar eso. El olor a verga penetró hondo en mis narices. Dejé que el glande topara mis labios y sin dejar de mirarlo a la cara comencé a lamerle el frenillo. Tenía un sabor indefinido, a algo entre salado y desabrido. Me gustaba el vaho que dejaba en mi boca. La textura era suave. Él meneó sus caderas y su verga penetró mi boca sin brusquedad. Por instinto, simplemente comencé a menear mi cabeza hacia adelante y hacia atrás. Fantasía cumplida. Había iniciado mi primera chupada de verga.

Fue un instante especial. Tan especial y marcante como el primer beso. Los sabores de hombre se mezclaban en mi boca. Fui ganando confianza. Yo acariciaba su abdomen aun con ropa y jugueteaba a enredar mis dedos en su vello púbico. Su verga gruesa llenaba mi boca a plenitud. Me encantaba, sí, me encantaba. Y pensar que estuve varias veces a punto de no vivir esto por el tonto miedo simple. Se quitó su franela y su pecho peludo salió a relucir. Lo sentía tan varonil. ¡Qué nueva y rara sensación estaba yo experimentando! Me daba un morbo intenso acariciarle su pecho velludo, mirándolo a los ojos con mi boca inundada de su verga agreste.

Él jadeaba. Yo saboreaba embelesado disfrutando las nuevas sensaciones en mi boca y los olores de su cuerpo. A ratos, la quijada se me cansaba, tomaba un respiro y lamía el falo hasta frotar mi lengua con sus bolas peludas. Si. Me encantaba esto. Si, definitivamente me había estado perdiendo de algo hermoso en la vida. Me encantaba hacer lo que estaba haciendo con este hombre. Pero chupar pene asiduamente es agotador para una quijada no acostumbrada. Él así lo supo ver cuando a ratos yo sacaba su falo de mi boca para tomar pausitas.

  • Chupas bien rico nene, como toda una putica. ¿Seguro que es tu primera verga?

Me reí. Le dije que sí, sintiéndome raro de que me comparara con una puta, pero al mismo tiempo me daba morbo. Me haló por los brazos y me ayudó a ponerme de pie. Me quitó entonces toda la ropa hasta dejarme desnudo. Recorrió con su mirada mi cuerpo encuero. Había mucho morbo en sus ojos. Se terminó de bajar su pantalón hasta quedar él también completamente desnudo. Fue para mí un instante mágico. Estar completamente en cueros los dos ahí, de pie, solos en una habitación. Fue un instante erótico.

  • En esto, el aseo es primordial. Te lo doy como consejo – dijo y me haló de la mano llevándome hacia el baño. Se metió en la cabina de la ducha, abrió la llave del agua y me hizo seña para que me metiera con él.

Le sonreí. Entré junto al él, bajo el chorro de agua suave que mojaba nuestros cuerpos. Se sentía todo tan mágico. Ni en mi más erótica fantasía de sexo con hombres, me había imaginado una escena así de erótica.

  • Por cierto. Mi nombre es José – me dijo acariciándose el pene.
  • Miguel – le dije y nos dimos la mano.

Luego, nuestros cuerpos se pegaron juguetonamente en ese estrecho espacio. Carlos me enjabonaba y yo a él también. Me divertía viendo cómo se formaba bastante espuma en el pelaje espeso de su pecho. Nuestros penes se mantenían en plena erección. Los juntábamos como pequeños jugando a los espadachines y nos mofábamos de esa ocurrencia al chocar y rozar las vergas enjabonadas. Parecíamos como dos viejos amantes y no dos desconocidos en su primer encuentro.

Después de enjabonar y pasar su mano varias veces por mi culo, Carlos se agachó hasta quedar de rodillas sobre las baldosas de la ducha. Me miró con picardía y sin titubeos engulló mi verga hasta la mitad. Él mismo, incómodamente extendió su mano y cerró la llave del agua. Se concentró por un par de minutos a mamármela. La sensación de su boca cálida al tragarse mi pene contrastaba deliciosamente con la frescura del resto de mi cuerpo mojado. Chupaba con intensidad. Se sentía fuerza en la mamada. Sí, muy distinto a como lo hace una mujer. Menos sensual quizás, pero más morboso. Le acariciaba sus cabellos dejándole a él marcar el tempo de la chupada.

Pero no se entretuvo mucho más tiempo saboreando mi pene.

  1. Voltéate, voltéate – expresó casi entre jadeos que denotaban excitación.

Lo hice apoyando mis manos contra la cerámica mojada. Entendí su intención. Abrí un poco mis piernas. Él, permanecía agachado, besó mis nalgas, les dio varias palmadas y me las apretujaba ansiosamente.

  • Nene, nene, créeme, no lo digo por quedar bien. Que culazo lindo que te gastas. ¡Uf! mejor que el de muchas mujeres. Me tienes muy arrecho.

Me encantaban sus halagos. Era todo nuevo para mí sentir que un hombre me deseara así con ganas.

  • Ah, gracias. Es tuyo, todo tuyo – le dije mirándole a los ojos.

Con sus manos abrió mis nalgas y un calor húmedo me tomó por sorpresa. Mis ojos se explayaron e inevitablemente emití un gemido ahogado. ¡Dios! ¿que era eso? No conocía esa sensación tan intensa. Sí, sí. Carlos acababa de iniciar una lamida en mi culo. No lo esperaba y tampoco imaginé que eso allá abajo fuera tan sensible, quizás aún más que la zona alrededor del frenillo del pene. Me llevó al cielo a mirar pajaritos y estrellitas. No quería que parara. Comía y comía mi culo con fuerza, con ansias, con deseo quemante, con ganas masculinas. Fue fascinante sentir su lengua serpentina hurgar asiduamente dilatándome el ano. Lamía y lamía como perro hambriento.

Se puso de pie. Su verga dura se estrelló contra mis nalgas. Sí, podía sentir su longitud y su grosor ahí, tan potente y palpitante bien acomodada entre la raya que separa mis nalgas. Los pelos de su pecho se pegaron contra mi espalda generando un cosquilleo agradable y dándome calor, su brazo varonil me abrazó desde atrás poseyéndome y acarició mi pecho jugueteando con mis tetillas. ¡Qué momento tan sensible! Con su otra mano acarició mi verga. Me tenía atrapado en su piel, allí en la estrechez de la ducha. Su boca respiraba detrás de mis orejas. Las besaba. Me daba cosquillas electrizantes. Podía sentir su respiración profunda y desesperada de hombre excitado. Su voz jadeante y cargada de ganas habló por fin:

  • Ahora sí, ya no me aguanto más. Te quiero culear. Déjame meterte la verga. ¿Si, nene?
  • Sí, sí, sí – respondí desesperadamente, deshecho en deseos vivos.