Alfredo I
me dirigí hacia el pub donde habitualmente iba. Mis ánimos no estaban para muchos «trotes», pero si me quedaba en casa el agobio iría en aumento.
En la barra pedí un «gin-tonic», me senté y cuando mis ojos estaban acostumbrados a la tenue luz, repasé la situación y el personal que estaba en el local.
Aunque no estaba lleno, se notaba que era viernes. Varias parejas en la pista bailando muy «acaramelados», sobre todo chicos jóvenes con mayores, por eso me gustaba el sitio, yo soy mayorcito (48 años). En la barra los que estábamos solos, la excepción era una mesa en la que estaba un chico solo, como de unos 39 años, luego supe que tenía 42. Se le acercaban algunos chicos para pretender bailar con él, pero a todos les contestaba negativamente.
Al fijarme en él, nuestras miradas se cruzaban y creí notar un esbozo de sonrisa cuando esto ocurrió, pero al ver tanta negativas por su parte hacia los demás, hizo que no me atreviera a acercarme a él. Yo no dejaba de observarlo de vez en cuando.
Cuando ya me había tomado el segundo «gin-tonic» y pedía el tercero, nuestras miradas se volvieron a cruzar y esta vez rió abiertamente, al percatarme de ello levanté mi vaso como ofreciéndole un brindis a lo que él correspondió de idéntica manera. Tomé mi vaso, y me acerqué hasta su mesa,
– Buenas noches, ¿puedo sentarme? – Has tardado demasiado en decidirte. – Bueno, es que al ver como despedías a cuantos se te acercaban, pensé que querías estar solo o que esperabas a alguien. No, para nada espero a nadie, vine solo. Mi nombre es Victor- le dije El mío Alfredo-respondió él
Nos estrechamos las manos y noté que las tenía sudorosas como si estuviera nervioso, las mías estaban de similar forma.
¿Por qué rechazaste a tantos chicos que se acercaban a pedirte que bailaras con ellos? Tengo problemas para hacerlo- me contestó. ¿Puedo conocer qué problemas son?
No me contestó simplemente tomó mi mano y la acercó a su muslo izquierdo, noté que casi pegada a su ingle tenía como una correa. Mi cara de extrañeza le hizo sonreír. Fue cuando me aclaró:
De pequeño tuve «polio» en mi pierna izquierda. Para poder caminar he de usar un aparato ortopédico desde mi ingle hasta el zapato. La pierna es muy delgada, tiene sensibilidad, pero los músculos y tendones están atrofiados, además es más corta que la derecha en 8 cm., aparte del aparato he de usar bastones para apoyarme, sólo cuando estoy en casa me atrevo a andar sin ellos.
Se me quedó mirando fijamente a los ojos, pero con una mirada llena de candor.
¿Defraudado? – me preguntó. No, nada de eso, sorprendido quizás- contesté. Si piensas que no te encontrarás bien con una persona como yo, te entenderé. La franqueza es para mí lo más importante de esta vida. Tu has sido leal conmigo y yo te seré igualmente leal. No me importan los «envases» sino lo que va dentro. . . las personas.
Comenzamos a hablar y a preguntarnos sobre cada uno de los dos. Él vivía solo, yo también. Había tenido una pareja hacía unos años pero acabaron por temas que al caso no vienen. Así hablando y hablando se nos pasó como unas dos horas. A cada instante me encontraba mejor en su compañía y por lo que él me dijo igualmente, tanto es así que en un momento determinado me dijo:
Si lo deseas podemos bailar, siempre y cuando seas un apoyo para mí.
Yo, seguramente puse una cara muy rara, ya que comenzó a reírse, diciéndome:
Con un buen «apoyo» puedo bailar. . . bueno, bailar, bailar, quizás no, pero al menos podemos estar más juntos.
Acepté, se levantó para lo cual se apoyó en su pierna «buena» e hizo un gesto de presión sobre la lesionada, noté como un «clic», era el cierre del aparato sobre su rodilla.
Le tomé de la mano y él se cogió a mi brazo, lentamente nos acercamos a la pista, era más o menos de mi altura (yo mido 1.87 ) . Nos abrazamos y comenzamos a movernos muy suavemente. Acercamos nuestras caras, él me tomaba por mi cuello y yo por su cintura. En un momento determinado le susurré al oído que iba a bajar mi mano hasta sus glúteos y hasta su muslo, pues quería saber donde comenzaba su aparato. Ni me contestó simplemente cerró sus ojos y entreabrió sus labios, nos besamos, mientras mi mano tocaba aquel «artilugio». Perdí la noción del tiempo, el beso fue muy largo.
De la misma forma, tomados del brazo, volvimos a la mesa. Él al sentarse, tocó algo en su rodilla, era la llave que abría el aparato para sentarse, para doblarlo. Él notaba que yo no perdía ni uno solo de sus movimientos, por lo que me dijo:
Si vamos a ser amigos, deberás saber todo sobre mi lesión, sobre mi aparato, sobre mí. Encantado- le respondí- Poco a poco me irás aleccionando.
Seguimos hablando y contándonos nuestras vidas. Sobre las 4 de la mañana decidimos irnos. Él me invitó a su casa, le dije que yo había traído coche a lo que me respondió que él también. Me sugirió que yo lo dejara allí en el aparcamiento y fuéramos en el suyo pues me invitaba a tomar una copa en su casa. Ni lo pensé. Acepté rápidamente.
Vivía en un apartamento muy coqueto de una habitación. Al llegar me señaló un sofá donde me senté mientras él iba a por las copas. Las trajo ya servidas.
Caminaba sin sus bastones, haciendo un quiebro con sus caderas que a mí me estaban excitando bastante. Él lo notó y sonreía sin cesar. Se sentó junto a mí, pero no abrió su clavija, con lo cual su pierna quedaba estirada frente a mí. Su bota de gorda suela me impresionó.
Le pasé mi brazo sobre su hombro y cuello, lo atraje hacia mí y volvimos a besarnos, sólo que esta vez nuestras lenguas entraron en nuestras bocas y las exploraron hasta lo más recóndito. Sus manos acariciaban mi cara, y bajaron hasta el primer botón de mi camisa, desabrochándolo, acariciando mi pecho y llegando hasta mis tetillas, las palpó y pellizcó y acarició mis pezoncitos que estaban muy afilados ya.
Mis manos no hacían más que tocar aquella pierna, o más bien aquel aparato que la sostenía. Tenía varias correas de cuero, unas anchas otras más estrechas.
Nos separamos para tomar un sorbo de la bebida y también algo de aire para nuestros pulmones, lo que se dice un «respiro».
Me gustas Alfredo- le dije Tú a mí también- me contestó Sólo te pido una cosa, que no estés conmigo por pena ni compasión No me digas eso, me atraes. No te voy a mentir y quizás por algo de «morbo» Eso no me importa. Si el «morbo» que te dé es bueno, no me importa, quizás ese morbo sea parte de mis «encantos»- y se echó una larga y sincera risa.
Me puse en pié y ante él, comencé a desvestirme, quedándome sólo con mi slip, los uso muy pequeños. Cuando me senté de nuevo, él intentó hacer lo mismo, pero le pedí que me permitiera desvestirlo yo. Aceptó.
Comencé con su camisa. Desabroché uno a unos los botones, sin dejar de mirarnos a los ojos. Seguí con su cinturón, lo quité. Bajé el cierre de cremallera de su bragueta e intenté dejar caer sus pantalones. Craso error por mi parte. Comenzó de nuevo a reír, su risa me encantaba. Me indicó que la pernera izquierda tenía un «velcro», lo descubrí y separé quedando a mis ojos su pierna entera con el aparato, así podía quitarse el pantalón sin que tuviera que despojarse de aquellos hierros y correas. Apoyándose en esa pierna levantó la derecha y pude sacar el resto del pantalón. Ambos nos quedamos igual. . . Bueno él además con aquel «artilugio» puesto.
Le observé hasta la saciedad. Él hacía lo mismo.
Nos sentamos de nuevo, yo a su derecha, su pierna muy pegada a la mía, sintiendo en mí aquellos «hierros» fríos, no sé si porque lo estaban o porque me hacían sentirlos así.
Seguimos jugando, su pierna estirada, ya podía tocarla sin tela por el medio, observarla y sentirme bien y a cada instante más y más excitado. Nuestros besos eran largos y profundos. Nuestras manos exploraban cada rincón de cada uno de nosotros dos.
Cuando toqué su entrepierna, noté un bulto más que adorable, como de unos 15 cm., que frente al mí, sólo 12, parecía toda una «trompeta». Nos acariciamos a la vez, su glande era «primoroso», el mío hay que forzarlo para sacarlo ya que no estoy «circuncidado».
Llegados a este instante decidimos pasar a su alcoba. Era amplia, cama de matrimonio, con muchos cojines. Sentados al borde de la cama le pedí que me permitiera recibir la primera lección para aprender cómo quitarle su aparato. Accedió.
Comencé por su bota. Sacar aquellos cordones y dejar su pié libre era la primera parte. Luego ir abriendo cada una de aquellas correas que sujetaban y que ahora vi estaban muy apretadas. Una a una las fui abriendo, hasta que el aparato dejó libre su pierna. Era una pierna muy delgada, se veía como «rara» si la comparaba a la otra. Su pié muy pequeñito, así como sus dedos.
Me puse por detrás de Alfredo y vi sus nalgas. Una normal, la otra muy delgadita casi los huesos. La zona de su ingle izquierda estaba amoratada, según él, debido al apoyo del aparato, pero estaba acostumbrado, que no notaba molestia alguna al caminar y apoyarse.
Por delante, su testículo izquierdo era muy pequeñito, casi como el de un niño, pero por el contrario el derecho era más grande, aún que los míos.
Le atraje hacia mí y le besé de nuevo, intentando que aquella pierna «mala», que para mí se estaba convirtiendo en la mejor, rozara mi «slip» a la altura de mi pene. Él lo notó e intentó brincar para acercarse mas y más.
Nos tumbamos sobre la cama, se acomodó bien, y comenzamos de nuevo a besarnos. Me quitó el slip y masajeó mis testículos, mientras su ávida boca besó, en principio, y luego chupó mis pezones. Le quité su slip, lo acerqué a mi nariz y los olí. Era un olor exquisito.
Sus pezones estaban muy afilados, tanto como los míos, acerqué mi boca y chupé, notando en mi mano, que su pene crecía mucho más.
Se colocó de espaldas en la cama, yo a horcajadas sobre él, ofreciéndole mi pene a su boca y yo tomando el suyo en la mía. Mientras nuestros dedos escarbaban el orificio de cada uno, sintiendo los anillos del esfínter contraerse y dilatarse a cada rato, produciéndonos una sensación difícil de describir Nos chupábamos con frenesí, tanto que al poco rato ambos teníamos las bocas llenas del otro. Su leche era espesa y caliente a más no poder. Con ella en la boca y la suya llena de la mía, nos dimos un beso mezclándolas y tragándolas para nuestro deleite.
Abrazados el uno al otro estuvimos un buen rato, acariciándonos, besándonos, lamiéndonos.
Una vez descansados y repuestos, Alfredo cogió con ambas manos su pierna izquierda y la puso en mi entrepierna, se subió como pudo encima de mí y comenzó, apoyado en sus manos, a frotarla contra mis huevos y pene, sentir aquella pierna diferente me hacía crecer mi polla, de notarlo la de él también creció de nuevo.
Como pude me di vuelta. Le ofrecí mi culito. Él se agachó y comenzó a morderme mis nalgas, acercándose poco a poco hasta mi hendidura, con fuerza las separó, introdujo cuanto pudo su lengua en mi y comenzó a menear su lengua en todo los sentidos. Poco a poco me dilaté.
Sacó su lengua e introdujo dos de sus dedos, al principio de molestó pero poco a poco cedió y así hasta que metió un tercero. Al poco tiempo noté su glande apoyado en la entrada, estaba duro, firme y caliente, lo introdujo poco a poco.
La sensación que sentía yo, era muy complicada de describir, era como estar en la «gloria». Cuando estaba toda dentro, esperó un ratito hasta que me acostumbrara, mientras lo hacía acariciaba mis huevos con sus sedosas manos. Comenzó a bombear y sentía como su testículo golpeaba contra mí. Le pedí que no me tocara los míos pues me correría. Él se afanó una y otra vez, cada vez embistiendo con más bríos. Tiraba de mí hacia él, con firmeza, pero a la vez con delicadeza. De repente sentí que se contraía todo, estaba a punto de soltar dentro de mí toda su carga. Fue una corrida larga, grande, caliente y muy deseada, tanto por mí como por él. Noté como sus chorros potentes se proyectaban en mi interior, casi me corro yo también.
Sacó su polla de dentro de mí. Se agachó y con su boca y lengua limpió cada gota de leche que por mis nalgas y muslos escurrían, para luego traerlas hasta mi boca y allí entre los dos repartírnoslas.
Me volvió, apoyándome boca arriba en la cama y comenzó a chuparme la polla, lo hacía suavemente, recorriendo cada centímetro de ella con parsimonia y con dulzura, estaba muy dura. Se acostó sobre su espalda, le coloqué un cojín bajo sus nalgas y tomé su pierna izquierda apoyándola en mi hombro mientras él ponía la derecha me ofreció su «ojete». Me escupí en mis dedos y metí dos, el tercero podía también caber, pero no lo hice, los quité al rato y coloqué mi polla en la puerta de su «cueva». Poco a poco se la comencé a introducir. Él me pellizcaba mis pezones y me pedía más y más. Su polla ya estaba de nuevo tiesa y dura. Me alojé en su interior y poco a poco «bombeé». A cada embestida me pedía más y más. Yo trataba de complacerlo. Así hasta que noté que se estaba corriendo y yo aún estaba bombeando. La visión de su polla escupiendo alguna leche, hizo que me corriera. Me estremecí, lancé todo mi «capital» dentro de él.
Cuando la saqué, le volteé en la cama, dejando su culo libre para que mi boca y lengua cumplieran con el rito de «asearlo», al igual que él había hecho conmigo.
De nuevo nos fundimos en un beso.
Ya agotados nos quedamos dormidos, muy abrazados y además con su pierna, la que tanto me atrae, entre mis muslos.
Fue un sueño angelical.
A partir de esa noche muchas otras hemos dormido juntos, solos o acompañados. Nos hemos hecho más que amigos . . . somos confidentes, cómplices . . . AMANTES.