Capítulo 1
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos III
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos II
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos I
—Oh, te entendemos—me atreví a opinar—. Sí, eso de llegar a ser 100% fiel a un hombre… imagino que llegarías a sentir celos y tal vez desearías vivir tu propia venganza.
—Exactamente. Pero, es una buena propuesta, sobre todo porque en mi caso también soy bisexual, tal como lo es esa Victoria. Entonces no necesariamente tendría que calmar mi apetito sexual con hombres, sino con las mujeres invitadas a ser parte de nuestra vida sexual. Creo que lo consideraré.
Los tres nos reímos por el modo tan confiado en que respondió. Fue como si en realidad, el develar la gran fantasía de Gustavo, se hubiese convertido en una propuesta indirecta. Tanto él como yo, tuvimos la fuerte sensación de que ella, con humildad, se sintió como La Elegida. Y es que, en esa misma habitación, esa verdad se presentó nítida y deliciosa.
Una sonrisa apareció en el rostro hermoso de Laura, confirmando lo que sentíamos. ¿Qué tan probable era que fuese el destino de ella, el convertirse en la mujer oficial de Gustavo? Esa pregunta a su vez me concedió una gran dosis de liberación. Me sentí orgullosa de ser la intermediaria entre la realidad y la ficción.
Y cómo esa verdad (o esa posibilidad) seguía flotando en el aire yo tuve la fuerte necesidad de decir:
—Creo que ya veremos que decide el futuro para ustedes dos. Por ahora disfruten de este encuentro.
—¿No te sientes celosa?—preguntó Laura—. Me dijiste que Gustavo es tu novio y que querías vivir una experiencia de Cuckquean. En este momento te estoy poniendo los cuernos al acostarme con él frente a ti.
—Bueno, la verdad es que cómo te hemos dicho ya, Gustavo no es propiamente mi novio. Es mi amante y el amante de mis amigas también. Siempre le he dicho que él es libre.
—Hace un rato te sentí un poco celosa—dijo ella—. Algo que llegó a contenerme un poco.
—A veces ocurre—afirmé.
Habían pasado cerca de unos veinte minutos desde que finalizó el primer round entre ella y aquel hombre. El pene de Gustavo aún se mantenía un poco erecto, porque tanto él como ella, seguían estimulándolo con suavidad, con discreción. Entonces, ella misma, con su gran iniciativa preguntó sobre cómo iban a continuar.
—Aprovéchame. Recuerda que tu amante pago tres horas por mi servicio. Pero ahora que entramos en confianza podemos estar juntos todo el resto de tarde… y ¡noche!
—De acuerdo, sigamos gozando de nuestros cuerpos.
—Les recibo las botellas de cerveza—dije.
Antes de que comenzaran a gozar de nuevo, yo fui a la segunda habitación del apartamento de Lina para tomar la silla con rodachinas del estudio. Desde esa cómoda silla, de aspecto gerencial, pude apreciar con mayor gusto la escena que protagonizaban los dos. En el momento en el que me senté, ya Gustavo se encontraba penetrando la vagina de Laura, quien se encontraba en posición de cuatro.
Con mucho cariño y amabilidad, Gustavo agarró el cabello largo de Laura. Juntó su cabello negro para formar una cola gruesa, de la cual se sujetó con sus dos manos. Con mucha ternura, siempre con su gran espíritu de buen caballero, él le advirtió que por favor le indicara si se estaba comportando de manera muy brusca al jalarle el cabello.
La fantasía de Gustavo era poder penetrarla a su gusto, mientras utilizaba su cabello como punto de apoyo. Así que, sin más tardanza, volvieron a la acción. El modo en que la cabeza de Laura se inclinaba hacia atrás, con sus ojos cerrados me resultó muy fascinante. Estaba disfrutando del jalón del cabello con gusto.
Yo era consciente de que Gustavo no la estaba violentando para nada. Aquel gesto de jalar su cabello era solo un evento de dominación. La naturaleza de él frente a las mujeres nunca ha tendido a ser agresiva. Pero ese gesto de jalarle el cabello mientras la penetraba, le permitía sentirse por un momento como un cruel actor porno: un hombre sin piedad a la hora de dar placer a una mujer y a sí mismo.
—Un poco más suave, mi amor, un poco más suave—dijo Laura.
—De acuerdo, querida. Te estoy soltando un poco… ¿así está bien?
—Sí, cariño, así está bien. ¡Qué penetradas tan ricas me estás dando!
“Mi amor”, “cariño”: Laura había usado dos palabras que cautivaron mi atención. No sabía si estaba cediendo a darle mayor gusto a la fantasía de Gustavo o si en realidad se había dejado caer en las redes del amor de ese hombre. Para mí no era extraño que estuviera ocurriendo lo segundo. Es muy difícil resistirse al carisma de ese hombre.
De cualquier modo, el goce de ambos ahora se presentaba más emocionante. Las penetradas eran cada vez más fuertes y el jalón del cabello que ejercía Gustavo se mantenía. También tenía la impresión de que a momentos Laura se permitía que el abusara con la fuerza del jalón de su cabello. En su rostro, con sus ojos cerrados y concentrados en el placer, se podía percibir una pequeña dosis de sufrimiento.
Cuando ese sufrimiento se tornaba demasiado agudo en ella, era cuando se atrevía a decir: “un poco más suave”. Aunque también sospechaba que esa dosis de sufrimiento se derivaba del forcejeo constante, de la penetración insaciable que le daba aquel hombre. Llegó un momento en que Gustavo simplemente decidió liberarla.
—No más por ahora—dijo—. Ya te jalé el pelo suficiente.
—¿Seguro que no quieres más?—preguntó Laura—. Me gustaba ese forcejeo.
—Pero a mí no. Te estaba agrediendo y tú te estabas esforzando en ocultármelo. Te advertí que si no te gustaba no estabas obligada a continuar. Te dije que no quería lastimarte.
Aquellas palabras tuvieron un tono dulce y muy cariñoso. Y era tan verdadera la apreciación de él, que Laura no pudo evitar que una sonrisita pícara la delatara. Incluso, en ese momento su mirada se conectó con la mía. Su sonrisa me demostró que se sintió frágil, indefensa, descubierta por la sabiduría de su amante.
—Me descubriste—dijo—. Solo quería complacerte, amor.
En ese momento, Gustavo empujó con fuerza sus caderas, logrando penetrar a Laura con fuerza. Ella lanzó un gritó de emoción y sus ojos se abrieron, como si hubiese acabado de recibir un latigazo en la espalda. Su amante ubicó sus manos en sus nalgas para anular el coito y a la vez para moverla, invitándola a que se recostara en la cama.
Laura entendió lo que él deseaba. De manera instintiva, ella se ubicó entonces a la mitad de la cama. Sus ojos no dejaban de contemplar con ternura a los ojos de Gustavo. Para provocarlo, se mordió el labio inferior, al mismo tiempo que abrió sus piernas, antes de sostenerlas con sus manos por la parte trasera a sus rodillas.
Gustavo sustituyó la labor que realizaban las manos de ella, utilizando las de él. Su pene erecto y fuerte, se introdujo con facilidad en su vagina. Estuvo penetrándola de esa manera durante al menos un minuto. Pero luego, decidió recostarse encima de ella, quien cruzó sus antebrazos tras la nuca. Mientras se acomodaban en esa nueva pose, yo dije:
—Ahora a disfrutar como una diosa. Este hombre te va a saciar como nunca antes en tu vida.
—¿Más de lo que ya ha hecho conmigo hasta ahora?
—Sí cariño. Tiene muy buena experiencia con esta pose. Y con una más que te va a sorprender.
Gustavo se comportó tal como yo mismo se lo había advertido. Durante un primer periodo, estuvieron gozando así: él penetrándola mientras ella usaba sus piernas para abrazar su cintura. Además de eso, naturalmente aprovechaban para besarse con tal pasión. Se besaban con tanta entrega y deleite que las palpitaciones de mi corazón se aceleraron.
Volví a experimentar un subidón de energía como si estuviese viajando en una montaña rusa. Creo que un poco más de ese subidón y habría alcanzado un auténtico orgasmo. Yo, para compensar esa emoción tan fuerte, me mordía los labios, como un intento por reprimir la envidia que sentía por la experiencia que vivía Laura.
Al cabo de un rato de estar viviendo el amor y el sexo en esa posición, Gustavo cambió a una posición que a mis amigas y a mí siempre nos ha extasiado de placer. Sin anular el coito con Laura, él liberó sus piernas para ubicar sus rodillas a cada lado de la cintura de ella. Luego, usó sus pies para acomodarlos bajo las piernas de su amante.
Incluso sus pies, como si se hubiesen convertido en dos manos, hicieron contacto con la zona superior de sus piernas, un poco por encima de la altura de sus rodillas. Era una pose en la que Gustavo prácticamente colocaba un candado que reafirmaba la intensidad del coito. Lograr quedar en esa posición le exigió naturalmente actuar con calma y despacio.
Así, evitó que su pene se saliera de la vagina de Laura. Un momento más tarde, ella sintió cómo la embestía el pene, sumergiéndose hasta lo más profundo de su vagina.
—Wow, pero ¿qué es esto?—dijo Laura con total emoción—. Es la primera vez en mi vida que alguien me penetra de esta forma.
—Espera a que sientas a fondo ese pene gordo y grueso—comenté yo.
—Ya verás lo mucho que te va a encantar—agregó Gustavo—. Es mi pose favorita hasta ahora.
—Que coito tan delicioso, mi amor. Tú sí que sabes darle placer a una mujer.
A diferencia de la posición anterior, cuando Gustavo se encuentra en esta posición, las penetradas no son tan repetitivas, tan agiles. Son profundas, intensas, alucinantes. Porque realizarlas, le exige empujar todo su cuerpo, para que su pene se hunda hasta lo más profundo. La reacción del rostro de Laura me develó las grandes sensaciones que estaba viviendo.
Unas doce penetradas de ese estilo incitaron a sus ojos a pasar al blanco total. Su cabeza se movía sobre la cama como si estuviese recibiendo un masaje liberador en todo su cuerpo. Por un instante me pareció que su ser había acabado de ser poseído por un espíritu, incitándola a moverse así, mientras gemía y con sus manos se agarraba a las nalgas de Gustavo.
—Que delicia, siento una gran envidia por ti, Laura—dije.
—Dame más, mi amor—contestó ella—, dame mucho más querido Gustavo.
—Con gusto. Me emociona verte así, gozándote mi pene. Me llena de orgullo satisfacerte.
—Sigue, sigue, sigue sin parar—agregó Laura.
Al cabo de un rato, Gustavo volvió a cambiar de pose. Esta vez, sin volver a anular el coito, se hizo cargo de ubicar sus rodillas a cada lado del tronco de su amante. En dicha posición, si se sentaba, sus nalgas quedaban a unos veinte centímetros de su vagina. Gracias a dicha posición ahora podía hundir su pene a una profundidad mayor. Yo sabía lo que esa mujer estaba a punto de gozar.
La prueba de que así fue, se manifestó con una serie de gemidos incontenibles. A la vez, sus manos se agarraban a la sabana de la cama como alternativa para resistir el placer. Llegó a un punto de dichas penetradas que sus ojos se abrieron por completo y miraron con emoción a Gustavo. Un segundo después, en su rostro se percibió que había conquistado un auténtico orgasmo.
De manera simultánea, tanto él como yo, nos emocionamos a un nivel tremendo. Era como si aquella mujer hubiese acabado de alcanzar el cielo. Y al sentirse descubierta, al reconocer que su amante había percibido su máxima satisfacción, Laura le lanzó un beso a Gustavo. Por su parte, él se inclinó y le dio un beso en la boca.
Justo en ese momento, Gustavo decidió detenerse. Los dos se mantuvieron en coito. Yo sabía que cuando él se detenía de esa manera, se estaba exigiendo así mismo para no eyacular.
—¿No vas a continuar, cariño?—preguntó Laura—. Tú también tienes derecho a darte placer.
—Sí. Yo también quiero darme placer. Pero quiero darme un gusto… superior, por así decirlo.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes que me gusta retardar la llegada de mi orgasmo. Pero hace un rato me dijiste que te gusta tragártela.
—¡Ah! te refieres a que quieres que me beba tu semen. Con todo gusto lo haré.
Tras responder, Laura le lanzó una mirada tierna y cómplice a Gustavo. Entonces él, con muchísimo cuidado, como si estuviese sosteniendo una jarra llena de agua que no desea que se derrame, se liberó del coito. Su respiración era pausada, con calma, lo que denotaba con claridad que se estaba exigiendo en contener su orgasmo.
Ya en otras ocasiones, lo había visto actuar de esa manera. A pesar de ser un excelente amante y saber controlar sus dosis de placer, la pose que acababan de vivir los dos era para él muy excitante. En dos ocasiones había perdido el control de su placer, conllevándolo a eyacular al interior de Mónica y Stephanie.
En otro momento, extrayendo el pene de mi vagina, el orgasmo lo embistió justito a la salida. Su carga de semen se derramó sobre la zona superior de mi vagina, alcanzando también a mojar mi vientre. Pero en esta ocasión, como en muchas otras, tuvo dominio sobre su excitación. Así que tras anulado el coito decidió colocarse de pie sobre la cama.
Al sentirse liberada del coito, Laura se mantuvo de rodillas, mirándolo a los ojos. Estaba atenta a la expresión de su rostro. Ella estaba tan excitada que involuntariamente pasó su lengua por sus labios, como si se estuviera saboreando de un postre. Pero el verdadero postre para ella estaba a punto de llegar a su boca.
—Estás a punto de sentir el sabor de su lechita—dije, con notable emoción—. Sé que te va a encantar.
—¿Preparada?—preguntó Gustavo, mientras se masajeaba suavemente el pene—. Esto será como si fuese el final de una escena porno.
—Sí, estoy preparada.
Laura abrió su boca, ubicándola a escasos centímetros del pene de Gustavo, quien empezó a sacudirse el pene con gran prisa. Unos segundos después, empezó a eyacular sobre la lengua extendida de aquella mujer morena. La descarga de líquido seminal fue generosa, alcanzando a caer en la zona de sus mejillas y en sus senos.
Cuando la eyaculación terminó, Laura mantuvo durante unos segundos el semen en su boca. Lo estuvo exhibiendo ante él, con orgullo, demostrándole su gratitud. Era muy notable, pero muy notable, que ella estaba contentísima por tener esa carga de semen en su boca. Ella sabía también que lo estaba estimulando con esa demostración.
Entonces, ella cerró su boca y con un poquito de esfuerzo, obligó a su boca a tragarse ese líquido blanco y espeso. Volvió a abrir su boca para demostrarle a Gustavo que ahora no quedaba gota alguna de ese licor sexual en ella, a excepción de los que poseía entre sus senos y parte de sus mejillas.
—Muchas gracias—indicó Gustavo—. Me haces sentir muy orgulloso.
—Igual que a mí—dije, levantándome de la silla para dirigirme al baño—. Ya te traigo pañitos húmedos para que te limpies.
Al regresar del baño, me encantó ver que, al igual que había sucedido cuando volví con las cervezas de la cocina, los dos se estaban besando. Gustavo se encontraba sentado junto a Laura, quien de manera amable sostenía su pene con su mano derecha. Aún había rastros de semen en la mejilla izquierda de aquella hermosa mujer morena.