Un sueño erótico
Antes de cualquier fantasía,
antes del ambiente, del deseo compartido,
antes de abrir puertas nuevas o cuestionar lo vivido…
hubo un instante silencioso, personal,
una llama que se encendió sola en la oscuridad.
Esto fue lo primero.
Un deseo sin nombre.
Un sueño que no pidió permiso.
Un sueño que despertó el fuego en ella.
Narrador
Massiel nunca fue fan de nadie en particular. Nunca se desvivió por ídolos, ni llenó carpetas con fotos, ni soñó con conocer a algún artista. Pero con Dan, el vocalista de esa banda de rock-pop que escuchaba cada vez que quería escaparse del mundo, algo era distinto.
No era por su cuerpo, ni por su cara, aunque el tipo estaba bueno. Era por lo que transmitía. La letra, la voz, la energía. Era una mezcla que la encendía desde adentro.
Aquel concierto fue un regalo que ella misma se dio. Primera fila. Rodeada de miles de mujeres, sí, pero ella no gritaba como loca ni trataba de llamar la atención. Solo lo miraba con los ojos llenos, cantando cada palabra con el corazón abierto.
Dan la vio. En medio del ruido, de las luces y de las cámaras, se acercó durante una balada lenta, caminó al borde del escenario y le cantó unas líneas directo a los ojos.
Massiel se congeló. Su corazón se le subió a la garganta. Él sin camisa, con su bermuda militar, todo bañado en sudor, la barba revuelta, los músculos marcados, el cuerpo vivo.
Ella no podía dejar de mirarlo, de seguir con los ojos esa gota de sudor que recorría su abdomen. Sintió algo tan fuerte como ridículo: «hubo conexión», pensó. Un segundo de eternidad.
Siguió el concierto, pero ella ya no era la misma. Algo le hormigueaba entre las piernas.
Unos minutos antes de que todo terminara, un guardia de seguridad se le acercó.
—¿Eres Massiel? —le preguntó.
Ella asintió, dudando.
—Por favor, acompáñame.
El corazón se le encogió. ¿Qué pasó? ¿Algún problema con su entrada? ¿Una confusión?
Lo siguió, nerviosa. La guiaron por un pasillo lateral, hacia la parte trasera del escenario.
De reojo alcanzó a ver a la banda despidiéndose, los aplausos finales. Se sintió triste de no poder verlo terminar ese momento… el mismo lugar donde Dan la miró a los ojos.
La dejaron sola, en un pasillo angosto. No le explicaron nada. Esperó en silencio. Los minutos se hicieron eternos.
El lugar se vació poco a poco. Solo quedaba el staff recogiendo instrumentos, cables y luces.
Entonces, el mismo guardia regresó.
—Por aquí —le dijo.
La llevó frente a una puerta negra sin nombre. El guardia la abrió y la invitó a pasar.
Ella entró. Dijo con voz baja:
—¿Hay algún problema…?
Y entonces lo escuchó.
Dan. Esa voz.
—There’s no problem, —dijo, con un acento delicioso y una sonrisa suave— I saw you at the show. I felt your presence. Few people love and feel our music the way you do. And those who do… are special.
But you… you caught my eye.
Narrador
Massiel se quedó congelada. El aire no le alcanzaba.
Dan se acercó, lento, seguro, con esa calma salvaje de los que saben lo que provocan.
Ella lo miraba, pero no podía hablar. Un sudor frío le resbalaba por el pecho, aunque sentía el cuerpo ardiendo.
Él le tocó la mejilla con ternura.
Le dio un beso. Suave, inesperado.
Ella no sabía si era real. Si estaba soñando. Pero todo se sentía tan vivo.
Él la tomó por la cintura.
—Do you want this? —preguntó, con la voz ronca.
Massiel solo asintió.
Dan se quitó la bata. Debajo no traía nada.
Ella no pudo evitar mirarlo. Acarició ese cuerpo marcado, caliente, lleno de venas y líneas que bajaban al centro de todo.
Llegó a su entrepierna. Lo sintió. Grande. Duro. Sorprendida, empezó a jugar con su mano, suave primero, luego más firme.
Dan la miraba fijo, como si quisiera memorizar cada reacción de ella.
Él empezó a desnudarla despacio. Massiel se sintió insegura, con vergüenza. No tenía un cuerpo de revista.
Pero él no parecía ver nada malo. Solo deseo en sus ojos.
La sentó en el sofá. Ella se arrodilló frente a él, llevó su boca hasta su miembro y lo metió sin pensarlo. Apenas podía con él, pero hizo su mejor esfuerzo, dejando que su lengua recorriera cada rincón.
Dan jadeaba, la cabeza hacia atrás. Eso la motivó.
Se entregó. Jugó, lamió, apretó, como nunca antes.
El final llegó pronto. Un gemido grave, y su esencia brotó espesa, caliente. Ella la sintió en la lengua, cerró los ojos y pensó: “delicious…”
Pero Dan no había terminado.
La alzó como si nada, y ella abrió las piernas, rodeándolo con ellas.
Entró sin aviso. Ella estaba más que lista.
Él la movía de arriba hacia abajo, con fuerza. Ella lo abrazaba, se aferraba a su espalda, terminó gritando.
Pero él seguía. No se detenía. Seguía duro, intenso.
La volteó, empujó su espalda hacia adelante, arqueándola. Su trasero quedó expuesto, brillante.
Entró de nuevo. Ritmo rudo, pero cuidado. Ella gritaba, se mordía los labios, se le doblaban las rodillas.
Terminó otra vez, con un gemido largo, casi doloroso.
Massiel jadeó.
—Sit down, —le dijo, con torpe inglés.
Él obedeció. Se sentó.
Ella subió encima de él. Se montó. Cabalgó con fuerza.
Estaba cansada, adolorida, pero necesitaba más.
Él le agarró los muslos, la jaló del cabello. La besó, fuerte, salvaje.
Ya no era dulzura. Era deseo puro.
Tomó sus pechos. Los apretó. Le mordió los pezones. Jugó con la lengua.
Ella entró en frenesí. Gritaba, se movía rápido, con desesperación.
Y entonces él terminó.
Ella lo sintió adentro. El calor, el pulso. Supo que era el final.
Se vistió en silencio. Él le firmó algo, un autógrafo. Le dio un pequeño regalo, un colgante con el logo de la banda.
Dan la miró una última vez.
—Hope to see you again… on the next tour.