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Elena

Elena

Me llamo Fernando.

Hace poco más de dos meses que mi novia y yo dimos por zanjada una relación que desde hacía casi un año no iba nada bien.

Tanto en el terreno sentimental como en el sexual nuestros caracteres y maneras de ser chocaban irremediablemente, así que decidimos que lo mejor para ambos sería tomar cada uno nuestro camino.

No sabía yo por aquel entonces lo amargo que es el trago de ver como la mujer a la que has querido, y de cuyo cuerpo has disfrutado, flirtea con otros hombres haciéndote entender que mientras tu no te comes una rosca ella sigue disfrutando del sexo todo lo que puede.

La semana pasada, sábado por la noche, coincidí con mi ex y con sus amigas, que, todo hay que decirlo, están muy buenas, en un bar de copas.

Mis amigos y yo saludamos educadamente y nos quedamos en un rincón, con nuestras copas y nuestros cuchicheos acerca de los culos de las unas y las tetas de las otras.

Elena, que así se llama mi ex, es una mujer preciosa: cara bonita y sugerente, media melena, cada vez más larga, de color castaño muy claro, unas tetas enormes debajo de su jersey de lana rojo, muy apretado, anchas caderas enfundadas en un vaquero negro ajustadísimo, y un culo grande pero perfectamente torneado.

Yo la observaba y ella lo sabía.

De repente, pidió a una de sus amigas que sujetara su cerveza y se dirigió entre la multitud hacia lo que parecía ser el baño.

Casi al instante , uno de los tíos que rondaban a las chicas dejo su vaso y se fue disimuladamente tras ella.

Me estaba enfureciendo por momentos, pero sabía que nada podía hacer excepto saciar mi curiosidad.

Tardé un par de minutos en reaccionar, hasta que yo también me dirigí al baño.

Tuve que cruzar toda una avalancha de gente hasta que llegué a la pared contraria a la barra, donde unas escaleras que parecían surgir de la oscuridad bajaban hacia la izquierda, veinte o veinticinco escalones que llevaban a una luz que se adivinaba más abajo.

Llegué abajo y me topé con un tío que observaba absorto algo que debía ser muy extraño dada la cara que estaba poniendo y los gestos con los que me recibió.

Giré la cabeza a la izquierda, que es donde estaba la puerta del baño, y descubrí que aquel tío tenía razones más que justificadas para poner esa cara.

Elena estaba mirando a la pared, de espaldas a nosotros y al tío que había venido tras ella.

Él la tenía agarrada por detrás, apretándose contra su culo, sobando y agarrando sus tetas por encima del jersey y por debajo, metiendo y sacando sus manos como un loco mientras ella ladeaba su cabeza y le comía la lengua y la boca entera como una perra.

Él movía sus manos y ella se contorneaba toda entera, dando susurros de placer.

De repente ella se revolvió y puso al tío contra la pared.

Le desabrochó el botón del pantalón y metió su mano bajo este, agarrando su polla y acariciando sus huevos mientras seguía mordiéndole frenéticamente la boca.

Dentro del pantalón su mano iba y venía haciendo que el tío se removiera de placer.

Yo no sabía qué hacer.

Aquello no me gustaba, pero ver a Elena convertida en una auténtica zorra me la había puesto dura como pocas veces la había tenido.

Otra vez se puso ella contra la pared, dándole la espalda.

Se desabrochó el vaquero negro y se lo bajó hasta las rodillas, dejando a la vista su precioso culazo que apenas si tapaba un tanga deportivo de color blanco.

Él se puso de rodillas y le bajó el tanga hasta la mitad de sus muslos.

Abrió su culo y comenzó a acariciarle el ano con su lengua- puta, a mi nunca me dejó hacerlo, a pesar de que cada vez que me comí su chochito mi lengua se resbalaba de forma traviesa-.

Por las ganas que le echaba el tío tenía que estar riquísimo.

Elena meneaba sus caderas adelante, atrás, a un lado y a otro, gimiendo de puro éxtasis.

La lengua de él alternaba el ojito de su culo con su chochito, que desde donde yo estaba se veía brillante y húmedo como una ciénaga.

No pude aguantarme más y yo también me bajé los pantalones.

Saqué mi polla, que estaba como una piedra y comencé a meneármela mientras seguía viendo el espectáculo.

Ahora el tío también se la había sacado y se la había introducido directamente por el ojito del culo.

A ella le gustaba, no había duda, porque gemía como la mayor de las putas y no dejaba de moverse.

Sabía que yo estaba allí, y yo que ella lo sabía.

Me dirigí a ellos, que se entregaban a una sodomía salvaje.

Ambos me miraron pero no se detuvieron.

Me puse frente a ella.

Elena agarró mi polla, y mientras el otro tío se la follaba por el culo ella me la agarró suavemente y se la introdujo en la boca.

Empezó a chuparmela de tal forma que creí reventar.

El otro tío comenzó a acelerarse, y de la misma forma la comida de polla que me estaba haciendo Elena.

Al instante, él soltó un par de gemidos y se corrió en su culo, mientras ella no dejaba de moverse.

Yo casi estaba a punto.

El semen chorreaba por sus muslos y yo me volvía loco.

Ella me dio una fuerte chupada y justo entonces sentí que me metió el dedo, repentinamente, en el culo.

Eso era lo único que necesitaba: me corrí en sus labios, y lo último que recuerdo fue como sacó su lengua y me limpió la polla con dulzura, mientras el otro se agachó bajo ella y comenzó a comerle el chochito.

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