Capítulo 3
- Preciosas bolas del maestro
- Cuento erótico número 2: Medusa y Perseo
- Orochimaru y Anko
Orochimaru y Anko
Hola, mi nombre es Anko Mitarashi. Hoy les contaré cómo mi maestro Orochimaru me quitó la virginidad para darme una importante lección de vida. En el presente lo veo como un ser diabólico y despreciable, pero debo admitir que me enseñó mucho y, quizá, sin él no sería la gran ninja que soy ahora.
Ese día me encontraba en uno de los campos de entrenamiento, tratando de perfeccionar el Jutsu de las Serpientes de las Sombras.
Había liberado cincuenta ratones en el terreno; eran más inteligentes y rápidos de lo normal porque yo misma los había modificado en el laboratorio como parte de mis experimentos con el ADN. A veces introducíamos células de ninjas en esos roedores con la esperanza de replicar algún día esos experimentos en humanos, fortalecer el talento de los ninjas de Konoha y obtener ventaja en la guerra.
Invocación: Jutsu Serpientes de las Sombras.
Logré materializar cincuenta serpientes. Fue difícil, pero todas cazaron a los ratones sin fallar.
—Haa… haa… Nunca había invocado tantas serpientes… Estoy agotada…
De repente, un viento estruendoso decapitó a todas mis invocaciones de un solo golpe.
Clap, clap, clap.
—Bravo, Anko. Cuánto has crecido. Cincuenta serpientes de sombras… Recuerdo cuando apenas podías invocar diez.
—¡Amo Orochimaru! No sabía que estaba aquí…
—Estamos en época de guerra, Anko. No debes bajar la guardia. Ningún lugar es seguro. Quiero que lo recuerdes siempre.
—Lo siento, maestro…
—Debo darte una mala noticia: tu amigo Chin ha sido derrotado junto a todo su escuadrón. Qué desgracia.
—¡¡QUÉ!! ¡¡NO!! ¡¡CHIN, NO PUEDE SER!!
Chin había sido mi compañero desde la academia. Crecimos juntos. Siempre lo molestaba porque me parecía adorable; le tenía un cariño enorme. Con el tiempo nos hicimos más cercanos y hasta nos prometimos que, al terminar la guerra, nos casaríamos.
El Hokage había reunido un grupo de élite para una misión especial. Yo quería ir con él, pero mis habilidades no fueron suficientes y no me seleccionaron.
Estoy harta de esta guerra… No sé si podré seguir.
—Me parte el corazón verte así —dijo Orochimaru—. Dime, ¿recuerdas el propósito de tu entrenamiento?
—Sí… Mi sueño es convertirme en una kunoichi fuerte, astuta y bien informada, como usted.
—Pero eso ahora no viene al caso, ¿verdad? Mi pobre pequeña… Acompáñame al laboratorio.
Caminamos unos veinte minutos hasta llegar. Mi maestro tomó un pequeño recipiente, sacó un polvo rosado, lo sostuvo en la palma de su mano y lo sopló directamente a mi rostro.
Olía a flores y frutas. No entendí qué pretendía.
El polvo se dispersó y, de pronto, mi cuerpo empezó a arder. El corazón me latía desbocado. Miré a mi maestro y ya no lo veía igual: su aroma masculino, su mirada fría, su largo cabello negro… Siempre lo había considerado algo sagrado, intocable. Pero en ese instante lo deseaba con locura. Era una presa que necesitaba devorar.
Me arranqué la ropa y me lancé sobre él.
Él me abrazó con fuerza. Yo quería fundirme con su cuerpo. Le desgarré la ropa mientras su olor me enloquecía.
—Anko, mi pequeña… Cuando una mujer está ovulando, su cuerpo la engaña: desea sexo y hace que vea a los hombres más atractivos de lo que realmente son. Cuando el efecto pasa, el interés desaparece.
Ese polvo no solo reproduce los efectos de la ovulación, los multiplica por diez. No me deseas a mí de verdad; es un efecto químico pasajero.
Dime, ¿qué quieres hacer?
—Lord Orochimaru… quiero ser suya.
—Ya que tengo tu consentimiento… empecemos la lección.
Comenzó lamiendo mi cuello y se detuvo en la marca de maldición que me había puesto semanas atrás, trazando círculos con su lengua. Bajó hasta mis pechos, succionó mis pezones duros, hundió la cara entre ellos y movió la cabeza rápidamente de un lado a otro.
Todas mis zonas erógenas se encendieron al mismo tiempo.
Mis manos recorrían su espalda; el placer era tan intenso que le clavé las uñas, pero él ni siquiera pareció sentir dolor.
Mi vagina palpitaba, se mojaba… no, escurría. Necesitaba ser penetrada.
Me tendió suavemente en el suelo y entró en mí. Dolió un instante cuando mi himen se rompió, pero pronto empezó a moverse lento y profundo. Alargó su lengua hasta mi clítoris y lo lamió mientras me penetraba.
Un orgasmo brutal recorrió mi cuerpo como olas chocando contra la orilla. Por unos segundos perdí la conciencia; fue un placer desconocido y delicioso.
Quería dominarlo. Me subí encima y comencé a cabalgarlo con furia. Sus manos apretaban mis nalgas. Metió su larga lengua en mi boca; sus besos me derretían. Luego succionó mi oreja.
—¡Kiaa… kiaa…! ¡Maestro, lo amo!
Invocó dos clones serpiente. Uno metió su pene en mi boca; el otro me abrió las nalgas y me penetró el ano mientras el verdadero seguía embistiendo mi vagina.
Al principio dolió por detrás, pero pronto el dolor se transformó en placer puro. Sentir tres penes idénticos llenándome al mismo tiempo era algo extraordinario, un milagro que solo un ninja como él podía lograr.
Un clon eyaculó en mi boca y desapareció. Me tragué su semen; tenía un sabor extraño, pero en ese momento todo en él era un tesoro para mí.
Luego sentí el calor del segundo clon derramándose en mi ano.
Mi maestro me levantó, me apoyó contra la pared y siguió embistiéndome mientras su lengua jugueteaba con mi clítoris.
—¡Kiaa! ¡Kiaa! ¡Kiaaaa!
Dos, tres, cuatro, cinco orgasmos… cada uno más intenso que el anterior.
Finalmente llenó mi vagina con su semen caliente. Su pene perdió rigidez y me depositó suavemente en el suelo.
Estaba exhausta, plenamente satisfecha… y enamorada.
—Lord Orochimaru… muchas gracias…
—Aún no hemos terminado, Anko.
Su miembro volvió a endurecerse. Invocó tres clones más. Cuatro penes idénticos esperándome.
Empecé a chuparlos uno por uno, alternándolos. Estaba agotada, pero quería complacerlo. Con cada mano masturbaba uno mientras metía dos en mi boca, esforzándome por tragármelos hasta la garganta. Me encantaba su sabor, su aroma, la suavidad de sus glandes.
Otro clon se colocó detrás, me penetró la vagina y lamió mi clítoris con su lengua alargada. Su pene se estiraba, se engrosaba, giraba dentro de mí en todas direcciones. El placer era abrumador.
De pronto, un chorro caliente salió de mí: era mi propio squirt, blanquecino y abundante.
—¡Kiaaa… aaaaah!
Todos los clones eyacularon sobre mi rostro y mi cuerpo. Solo faltaba el original.
Tomé su pene, lo coloqué entre mis pechos y lo masturbé con ellos hasta que también explotó, cubriéndome completamente de semen.
Yo estaba destruida de cansancio; él parecía perfectamente descansado.
Intentó levantarse una vez más, pero lo detuve.
—Amor mío… Lord Orochimaru… tenga piedad… No puedo más…
Sonrió y dejó que su erección se desvaneciera.
—Anko, ¿todavía estás triste por Chin?
—La verdad… ya no me importa. Solo soy suya, mi señor.
—Esa es la lección.
El amor y el deseo son trampas biológicas para la reproducción. Dopamina para el placer, oxitocina para el apego. No son reales; son una ilusión, como un genjutsu del universo.
No permitas que esa trampa te aleje de tus sueños. El amor es fácil de fabricar: basta con pasar tiempo con alguien… o con un buen polvo.
No dejes que esos sentimientos te controlen. Recuerda siempre tus ambiciones.
Límpiate, descansa y vuelve a entrenar.
Dos semanas después, el efecto del polvo había desaparecido por completo.
Mi maestro volvió a ser para mí esa figura sagrada e intocable de antes.
Chin ya solo era un compañero de academia, un ninja caído más en la estadística infinita de guerras interminables.
Entendí todo: esos sentimientos no son más que sustancias químicas, una manipulación del cuerpo para convencerme de reproducirme y mantener girando la rueda sin fin.
Yo no me prestaré a esa manipulación. La vida merece un propósito mayor.
Ahora sé que el mejor apego y el mayor placer es elegirme a mí misma y seguir mi camino ninja.
Gracias, maestro, por esa enseñanza…
aunque hoy seas una amenaza para el mundo y mi deber sea detenerte.