El camino de Santiago

MARÍA JOSÉ Y CHARLINES

CHARLINES

Aquel uno de julio había partido en autobús rumbo a Astún. Aquí quería empezar el camino, sabía que sería un camino largo y penoso y tampoco tenía en mente ninguna posible incidencia. La primera etapa, de treinta y seis kilómetros, me llevaría a Castiello de Jaca. Sabía que era una etapa difícil, por ser la primera y el cuerpo aún no está acostumbrado a andar. Estos preciosos parajes en invierno prácticamente cubiertos de nieve, nos exponían unas vistas que grabaríamos para siempre en nuestra retina. Tras visitar y pasar la noche en Jaca, he de decir que había unos señores alquilados que nos llevaban las mochilas y nos acercaban a los lugares que estaban fuera del camino, así este se hacía menos penoso.

La segunda etapa, ya nos adentra en el territorio de Navarra. Aquí paré tras cincuenta kilómetros al alto de Loiti. Aquí monté mi tienda de campaña, ya que los albergues estaban llenos. La verdad es que por la noche refrescaba, pero tenía un buen saco y la tienda también era buena. Esa noche descansé bastante bien, la caminata me había dejado muy cansado. De aquí, tras más o menos vientres kilómetros, paré en Puente la Reina. En este bonito pueblo, paré a descansar, comer y dormir, en el camino hay que madrugar mucho y hay que acostarse pronto, la gente que me llevaba la mochila me dijo que una parte del camino, había sido cortado y que me llevaban hasta Zubiri.

Hasta ahora había ido solo esa parte del camino, aquí me encontré una mujer, algo más joven que yo que me propuso caminar juntos. Yo no tuve inconveniente y caminamos a partir de ahí juntos.

La mujer era muy bonita, tenía un buen cuerpo y un encanto que no supe identificar, no como yo, que me había pasado de peso. La miré con atención, sin que se diera cuenta, tratando de determinar su edad. Sin duda era más joven que yo y la verdad era una mujer bella, tenía un aire elegante que no se correspondía a una peregrina a pie, rumbo a Santiago de Compostela. Más adelante ya la describiré mejor o lo hará ella. Partimos hasta Villava, pueblo del gran Induráin, esa etapa fue corta, unos quince kilómetros. Villava queda muy cerca de Pamplona, por lo que decidimos ir a Pamplona y tomar un hotel. Aquí podríamos bañarnos y asearnos tranquilamente. La verdad es que yo lo echaba mucho en falta, y eso que me había saltado un cacho del camino. Pamplona nos recibió con un día espectacular donde el sol brillaba en todo lo alto. Pedimos una habitación en un céntrico hotel y nos acomodamos cada uno en una cama. Nos duchamos y salimos a dar una vuelta por el centro. Subimos por Estafeta hasta la plaza de toros y volvimos hasta la plaza mayor. Nos sentamos en una terraza a tomar un vinito de la tierra.

Aquí hablamos de nuestras cosas, aficiones y preocupaciones, como no, también del trabajo y entramos no muy profundamente en temas personales. El tiempo pasó volando y ya a las nueve, decidimos ir a cenar algo. La verdad es que no tuvimos muchos problemas pues cerca había de todo.

Cenamos en un restaurante, departimos en la comida y tras un café, nos fuimos al hotel.

Habíamos pensado pasar el siguiente día en Pamplona, así que no teníamos prisa. Después del baño y la cena, dormimos a pierna suelta hasta las nueve de la mañana que despertamos y bajamos a desayunar. María José estaba radiante, vestía una ajustada camiseta que dejaba poco a la imaginación y unos leggins que marcaban un perfecto y redondo culo. La verdad es que alteró mi polla, que hacía tiempo pensaba estaba muerta.

Al llegar a la mesa me levanté y esperé que se sentara.

  • Realmente estás espectacular, me has levantado el ánimo.
  • Eres muy bobo, sonrió socarronamente.

Ese día desayunamos con tranquilidad y ya más envalentonado le comenté que me había puesto muy cachondo el verla con esos leggins, que le hacían un perfecto culo.

María José se rió y me comentó que trabajaba su cuerpo con yoga y una buena alimentación. Me dijo que yo tampoco estaba mal y yo sabía que era mentira, pero me gustó esa mentira.

Recorrimos todo el centro de Pamplona y comimos cerca de su plaza mayor. La tarde la pasamos en un par de terrazas donde tomamos un café y unas cervezas. María José tenía una conversación amena y disfrutamos mucho hablando de todo un poco. Rápidamente se nos echó la noche y tras cenar algo ligero, fuimos al hotel nos duchamos y con ropa ligera nos tumbamos a dormir, al día siguiente había que madrugar.

Cuando María José salió de la ducha, la camiseta básica que se había puesto, marcaba enhiestos sus pezones. La miré y le sonreí. Ella me miró y se ruborizó al ver la tienda de campaña de mi pantalón de deporte.

  • Parece que te gusta lo que ves.
  • Me encanta, ya puedes ver.
  • ¿Me tratarías con cariño?
  • Con mucho cariño y te daría calorcito.

Los dos nos mirábamos y juntamos nuestras bocas. Fue un beso largo y húmedo, en el que aproveché para bajar mis manos hasta ese terso culo y apretarlo fuerte, a la vez que la unía a mí. Mi polla estaba en su máximo esplendor, como hacía tiempo que no me veía.

Lentamente fuimos cayendo sobre la cama sin separar nuestras bocas. Metí mis manos bajo su camiseta, la fui subiendo hasta dejar su cuerpo desnudo. Sabía por ella que su punto flaco eran sus hombros y le di la vuelta y los besé a la vez que apretaba sus pezones. Mi polla entre sus nalgas se apretaba cada vez más y mis manos apretaban sus pezones mientras ahora mordía sus hombros.

Deslicé sus braguitas hasta medio muslo, subí un poco sus piernas, bajé mi pantalón de deporte y mi erecta polla entro en suavemente en ella. Entre lento, muy lento, saboreando cada centímetro, disfrutando de su húmedo coño, que me acogía con ganas, lleno de líquido, para hacerme la penetración más fácil. Entraba y salía de ella, mientras besaba y mordía sus hombros, a la vez que apretaba con fuerza su tripa. Era mía, en ese momento, era solamente mía. Tras varios minutos donde no dejó de gemir, le di la vuelta, puse una almohada bajo su cuerpo y entré en ella a modo misionero, muy lento a la vez que le devoraba con los ojos. Poco a poco me fui irguiendo, sujeté sus piernas, las levanté y le di fuerte, muy fuerte mientras su cara de puta, me demostraba su grado de satisfacción, ahora sí que era solo mía y se entregaba por entero a mí.

  • Más fuerte, más fuerte, si rómpeme, destrózame, si, mas, mas. Gritaba mientras sus ojos perdían el color

Tras terminar dentro de ella, besé su cuello, sus hombros y sujeto a sus pechos, quedé dormido a su lado.

Las alarmas sonaron a las cinco y cuarto, teníamos el tiempo justo para ducharnos, vestirnos y empezar la nueva etapa que nos llevaría hasta Puente la Reina.

En la cafetería nos habían dejado una cafetera eléctrica con café y unos bollos para el desayuno. Tras unas duchas rápidas bajamos a desayunar. En el ascensor sujeté con fuerza el duro y redondo culo de María José y la atraje hacia mí para besarla.

  • Si no hubiese que partir ya, te habría tenido toda la mañana en horizontal.

María José río ladina y al abrirse las puertas, echó a correr. En la cafetería desayunamos y dejamos las tazas y los platos recogidos. Sobre las seis y cuarto salíamos de Pamplona. Ese día, que empezaba a despuntar, se antojaba un buen día de sol, la mañana ya superaba los quince grados y no hacía ni gota de aire, un día perfecto para caminar como mucho hasta las doce.

Después de un precioso paseo, atravesando el valle de Valdizarbe y tras unas cinco horas largas de camino, tampoco íbamos muy fuertes, que estábamos empezando. Llegamos a Puente la Reina, un bonito pueblo de cerca de tres mil habitantes. Aquí el sol ya calentaba y seguro habíamos superado los treinta grados. Para hacernos con el pueblo, recorrimos sus calles buscando un albergue. En este pueblo confluyen los dos caminos que vienen desde Francia. Por las fechas del año, no había nada libre, por lo que buscamos un sitio primero para comer algo, un buen plato del día que nos diese fuerzas para el día siguiente.

En el restaurante preguntamos dónde podíamos acampar y un hombre muy amable nos dijo que tenía una finca al lado del camino. Nos comentó que, aunque estaba un poco alejada del pueblo, estaba muy bien y tenía un arroyo que pasaba por ella y nacía pocos kilómetros más arriba. Le di las gracias y le pedí la ubicación.

Después de comer en Puente la Reina, nos dirigimos a la finca. Esta estaba muy bien cuidada, tenía buena hierba y estaba bastante lisa, perfecta para plantar la tienda. Mi tienda estaba bien, pero era para una persona, por lo que dos andaríamos un poco más justos. Como la temperatura ya no era como en el alto pirineo, tampoco hacía falta abrigarse mucho. Pedí a los porteadores la mochila de la tienda, el saco y unas esterillas, tipo colchoneta. Monté la tienda y una vez montada coloqué las esterillas y abrí el saco que, al ser de libro, nos haría de manta. Esa tarde estuvimos cerca de la tienda, habíamos comprado una botella de vino y nos tomamos unos vinitos sentados al borde del camino. Cuando cayó el sol, nos metimos en la tienda, ya era tarde y el sol nos despertaría al día siguiente. Al entrar en la tienda le dije a María José.

  • Desnúdate y métete dentro del saco.

Ella me miró sorprendida y procedió a desnudarse.

  • Sin ropa sudarás menos y guardarás mejor el calor.

La verdad es que la poca amplitud de la tienda nos mantenía bien pegados y mi propio calor hacía de estufa. María José estaba vuelta y pegaba su culo a mi polla buscando el pleno contacto. Yo por mi parte, acariciaba con dulzura sus pechos. Me encantaba notar la redondez de sus pechos y la dureza de sus pezones, me gustaba acariciar esas tetas, notando como cada vez se ponían más duras.

Besaba su cuello a la vez que acariciaba sus pechos y ella movía su culito, buscando el roce de mi polla. Mis manos subían y bajaban por su cuerpo, redondeando sus pechos. Mi mano izquierda se detuvo entre sus piernas, noté su humedad, a la vez que notaba como mi polla crecía entre sus nalgas. De su boca partió un quedo gemido, cuando mis dedos rozaron sus labios, ya húmedos por su flujo. La humedad que había entre ellos me facilitaba las caricias, que sin pausa propinaba lentamente sobre ese canal que cada vez se abría más a mí. María José llevó su mano hasta mi miembro a la vez que gemía ahora con más intensidad. Subí mi mano hasta su pezón y lo apreté, lo apreté hasta que María José meneo su cuerpo y se quejó del apriete, lo solté y lo acaricié dulcemente, notando como gemía y apretaba su culito a mi polla. Subí mis dedos a su boca.

  • Chupalós y llénalos de saliva.

María José me los chupó despacio, con gula y los llenó de su saliva. Bajé esa mano a su sexo y junto con su flujo, conseguí el mejor de los lubricantes, para dedicarme ahora en exclusiva a su clítoris. Lo acaricié sin pausa mientras notaba como mi mano, cada vez estaba más mojada, como María José cada vez respiraba más rápido y como ya había conseguido llevar mi polla hasta la entrada de su coñito. Mi polla en la entrada de esa cueva caliente y húmeda, notó como era regada por los flujos que ahora brotaban entre las piernas de esa divina mujer.

  • No pares cabrón, no pares, sigue, sigue, me estas matando, jodeer que rico.

María José, se volvió y besó mi boca, en un beso lascivo y guarro que pedía guerra.

  • Fóllame cabrón, fóllame, ponte encima de mí.

Retiré el saco, me puse sobre ella, le abrí las piernas y pasé mi polla por el mismo canal donde antes estuvieron mis dedos. Poco a poco, cada vez había más humedad y cada vez mi polla se deslizaba mejor.

  • Joder cabrón, métela ya, métemela.

La miré con una sonrisa en la cara, era mía y ahora iba a gozar como nunca. Apreté con una mano su vientre hacia abajo y con la otra sujeté mi polla con fuerza y la pasé entre sus labios, a toda velocidad, recreándome más en su clítoris. En pocos segundos María José era una fuente que bañaba ambos cuerpos y gritaba que quería más, que la quería dentro.

Mirándola fijamente a los ojos dejé mi capullo en la entrada de su coño y la penetré muy, muy lentamente. La humedad de su sexo me permitió entrar hasta el fondo sin parar. Entré en ella despacio y volví a salir despacio, así estuve unos minutos. Sujetando sus muñecas por encima de su cabeza, levanté mi culo y entré en ella de un golpe. Una, dos, tres… veinte. María José gritaba de placer y deseaba soltarse del amarré de mis manos, pero no la dejaba. Me había dicho que era mujer de un solo orgasmo, pero yo no paré. Seguí meneándome, dentro de ella mientras ella no paraba de gritar.

  • Para, por favor, para, no puedo más, para.

Pero seguí inexorable haciendo caso omiso de sus palabras hasta que empezó a respirar más fuerte y a menear, su pelvis contra la mía, otro orgasmo estaba a punto de llegarle.

  • No pares ahora cabrón, no pares, no pares, no pares…

Solté sus muñecas y la besé en la boca. María José temblaba bajo mi peso. La apreté contra mí y besando su cuello y sus hombros me quedé dormido.

Hoy no habíamos puesto el despertador, nos apetecía que nos despertase la claridad del día. Sobre las siete de la mañana los primeros rayos de ese nuevo día, nos despertaron. Mi polla estaba dura, pero lamentablemente, no había tiempo ni eran horas para eso. Nos vestimos dentro de la tienda, llamé a los porteadores y mientras llegaban, bajamos a lavarnos al arroyo. María José estaba radiante y lucía una sonrisa preciosa. La besé con ternura al levantarnos del arroyo.

Al llegar los porteadores les dimos la tienda y las colchonetas y empezamos la etapa de ese día. Ese día iríamos de Puente la Reina a los Arcos, una etapa de unos treinta y dos kilómetros.

Como el día anterior, caminamos con tranquilidad disfrutando de los preciosos paisajes que se extendían en nuestro caminar.

Tras un poco más de cinco horas, es decir sobre la una del mediodía llegamos a los Arcos. Los Arcos es un pueblo tranquilo y se recorre fácilmente. Lo primero fue buscar un albergue. Encontramos uno con una habitación compartida donde había otra pareja y la habitación constaba de dos literas una en cada pared con un pasillo en medio. La verdad es que el sitio era cómodo y limpio. Al fondo del pasillo estaban los baños y las duchas.

Aprovechamos para darnos una buena ducha y salimos a comer. Comimos en un restaurante un buen plato del día a un precio bastante razonable. Después de comer volvimos al albergue y nos echamos una buena siesta. Tras la siesta recorrimos los monumentos más emblemáticos de esa localidad y volvimos al albergue donde nos esperaba la cena.

Hicimos una cena común y a eso de las diez y media fuimos a dormir. Un besito y a dormir a pierna suelta.

Despertamos con el trajín de los compañeros de camino que ya estaban prestos para la nueva etapa. Nosotros lo tomábamos con tranquilidad, el día era muy largo y nos sobraba tiempo para no tener que ir corriendo. Desayunamos en el albergue y sobre las siete y media salíamos dirección Logroño. Ese día la etapa era Los Arcos, Logroño.

Como en los días anteriores hicimos la etapa tranquilos y sobre la una y poco entrabamos en Logroño.  A la entrada a Logroño, María José pisó mal al levantar la tapa de una alcantarilla y se torció su tobillo derecho. A los pocos minutos el tobillo estaba totalmente inflamado. María José se quejaba de un fuerte dolor en su tobillo, por lo que llamé a un taxi y nos dirigimos a las urgencias del hospital.

Tras varias horas de espera nos atendió un traumatólogo muy simpático y profesional. Tras explorar a María José, le mandó realizar unas radiografías, por lo que nos mandó esperar ahí hasta que nos llevaran a rayos. Cerca de una hora después éramos conducidos a rayos, donde hicieron las radiografías y volvimos de nuevo a la sala de espera.

La megafonía anunció el nombre de María José y pasamos a la consulta, donde el amable doctor, nos dijo que tenía un esguince de tipo tres, que necesitaba ser inmovilizada y reposo, mucho reposo.

Después de que enyesaron la pierna de María José, busqué un auto de alquiler y llamé a los porteadores para que me trajeran mis cosas y el auto.

  • ¿Qué vas a hacer ahora, tienes dónde ir?
  • No, mi idea era hacer el camino y volver a Chile, pero ahora no sé qué voy a hacer.
  • Yo vivo solo en una casa, si quieres puedes pasar ahí unos días hasta que te quiten la escayola y luego ya iremos viendo.
  • Eso sería magnífico, ¿de verdad no te importa?
  • Claro que no, mujer.

La sonrisa cubrió el rostro de esa bella mujer y me abrazó desde la silla de ruedas. Cuando llegaron los porteadores, subimos a María José al auto y una vez acomodada, partimos a mi ciudad que no estaba muy lejos. Tras poco más de una hora de camino, llegamos a mi ciudad, fuimos a mi casa y recogimos unas muletas que tenía en el garaje. Como ella no había bajado del auto, subimos a cenar a un restaurante cercano, ya eran poco más de las diez y media de la noche. Cenamos tranquilamente y sobre las once y media volvimos a casa. Entramos y como tengo una habitación abajo, la preparé para ella, así no tenía que subir escaleras.

  • Necesitaba una buena ducha, ¿pero así?
  • No te preocupes, esta ducha es grande, ponemos una silla, te sientas y yo te enjabono y te ducho.
  • ¿harías eso, de verdad?
  • Claro mujer, no me cuesta nada.

La desnudé muy lentamente y dejé su ropa en el cuarto. Sujeta ella al lavabo, me esperó hasta que llegué con la silla. Había recogido una de las sillas de plástico del jardín, la situé dentro de la ducha y la ayudé a entrar y sentarse. Sus pezones estaban enhiestos y duros, antes de desnudarme los acaricié con las palmas de mis manos. María José gimió y se volvió hacia mí con su boca abierta y sus labios abultados. Bajé mi boca y la besé con dulzura. Me separé de ella y me desnudé, entré de nuevo en la ducha y busqué la temperatura del agua más acorde para esa ducha.

  • Pon la mano, ¿está bien así?
  • Perfecta.

Empecé rociando su cuello y sus pechos, me encantaba ver como el agua discurría por su cuerpo buscando llegar al final del camino.

Sobre tu cabeza dirigí la ducha a la vez que mis dedos se enredaban en tus cabellos haciendo que se humedecieran todos por igual. Una vez bien húmedo busqué el champú y lo eché sobre la palma de mi mano. Con sumo cuidado fui llenando tu melena con el champú. Mis dedos se adentraron entre tu pelo hasta llegar a tu nuca, donde empecé a friccionar para llenar completamente de jabón todo tu cuero cabelludo. Mis dedos se deslizaban con cariño sobre tu cabeza, levantando pequeños gemidos de ti. Cuando ya lo tenía bien enjabonado, dirigí de nuevo el chorro del agua a tu cabeza hasta retirar de ella todo resto de jabón. Nuevamente volví a tu pelo y nuevamente volví a retirar todo el jabón de él.

Ahora repartí el gel sobre una esponja natural que acababa de comprar antes de empezar el camino. Con ella froté suave tu nuca, tus axilas, tus brazos tu vientre y tus pechos. Bajé entre tus piernas y por ellas hasta tus pies. Dejé la esponja en su repisa y ahora mis manos recorrieron todo tu cuerpo. Tu nuca, tus brazos, tu vientre y tus pechos, estos los limpié a conciencia repasándolos una y otra vez mientras tu boca pedía la mía y tus gemidos eran continuos. Junté mi boca con la tuya y pude notar tus ganas y tu excitación, querías que te recorriera entera, pero ya habría tiempo. Bajé mis manos por tus piernas, subiendo lento hasta tu sexo, pero sin llegar a tocarlo, las froté y las amasé mientras inexorable ascendía hasta tu sexo. Mis dedos recorrieron los labios de tu sexo, notando tu viscosa humedad. Entré en ti, fácil, muy fácil con uno de mis dedos, tu sexo era el mar. Con delicadeza retiré todo el jabón de tu cuerpo y procedí a secarte lentamente.

Sujeta a mi cuello levantaste tu pierna mala, mientras yo repasaba tu cuerpo con la toalla secándote lo mejor que podía. Después de secarme yo, te cogí en brazos y te llevé al salón, te senté sobre el amplio reposabrazos e hincándome de rodillas ante ti, abrí lentamente tus piernas.

Tu humedad era perfectamente visible, pues llegaba hasta tu ano. Mi boca se adentró entre tus piernas y mi lengua recorrió muy despacio el surco que había entre tus labios. El sabor de tu humedad llenó mi boca, a la vez que tus labios se abrían para mí dejando tu clítoris a mi merced. Lo repasé con mi lengua sin prisas, buscándolo hasta tenerlo entre mis labios, lo sorbí y tiré de él. Tus manos se posaron en mi cabeza apretándome contra ti.

  • Joder, cabrón, joder…

Ahora ya más grandecito, mi lengua lo recorría entero, lo titilaba y tú te estremecías con esas caricias. Mi dedo índice se acercó a tu ano, totalmente impregnado de tus jugos y a la vez que mi lengua acariciaba tu clítoris, mi dedo acariciaba la entrada de tu ano. Sin pausa, mi lengua, te iba sacando gritos de placer, a la vez que tu ano, se abría a mi dedo. Ya tenía media falange dentro y no había hecho fuerza aún. Cuando volví a sorber tu clítoris, tu ano se comió mi dedo, se lo comió entero hasta tocar con los nudillos tu culo. Tus piernas se cerraron sobre mi cabeza y un gemido volvió a escapar de ti.

Movía mi dedo muy lento entrando y saliendo de ti, tus gemidos cada vez eran más audibles y ahora tus caderas, acompañaban a mi mano en su ir y venir. Un grito escapó de tu boca, a la vez que tus piernas apretaban con fuerza mi cabeza y mi lengua empezaba un frenético movimiento sobre tu clítoris.

  • Para, para, para que me matas, para por favor.

Me apretaste con fuerza contra tu sexo y a los pocos segundos hablaste.

  • Ahora me tendrás que follar.

Me levanté y mi polla caía justo sobre tu sexo. Lo repasé con la punta de mi polla unas cuantas veces y cuando alzaste tus caderas, te penetré. Entre en ti, despacio, viendo cómo se abrían tus ojos y cómo una sonrisa aparecía en tu cara.

  • Siiii, así, despacito, no pares, no pares.

Mis movimientos eran lentos entrando y saliendo de ti sin prisa y sin pausa. Tu arqueabas tus caderas queriendo tener más polla dentro. Sujeté tu cuerpo por tus nalgas, lo alcé y te di fuerte, te di con todas mis fuerzas.

  • No pares, no pares, no pares…

Cuando estaba a punto de correrme, saqué mi polla y me froté sobre tu clítoris hasta que los dos explotamos en tremendo y conjunto orgasmo. Mi semen y tu flujo se unieron en un río que caía lento entre tus piernas.

  • Cabrón, cabrón, cabrón…