Aquella noche y después de todo lo ocurrido con mi hermana no podía conciliar el sueño. Sólo hacía unas horas que nuestra madre faltaba de casa y mi vida había dado un giro insospechado. Me parecía un sueño, pero en mi mente pasaban como en fotogramas todos los acontecimientos de esa tarde con claridad meridiana.

Me preguntaba como era posible haber accedido a las pretensiones de Mónica. Me había travestido, humillado, castigado y finalmente, entre otras cosas, había sido sodomizado. ¡Mi propia hermana!. Su novio actuaba como un perrito faldero y yo mismo había lamido el sexo de ambos. ¿Qué pasaría al día siguiente?. Me moría de vergüenza tan sólo pensar el mirarle a la cara. Finalmente, y como no podía ser de otra manera, llegó la mañana y, con pocas horas de sueño aunque estaba avanzado el día, llegó el momento de enfrentarme con la realidad.

Me dirigí al baño con suma rapidez mientras me latía el corazón como queriendo salirse del pecho, tal era el estado de nervios que sufría. Me duché y no pude por menos que mirar mi cuerpo completamente depilado, aflorando en mi cabeza de nuevo lo sucedido. Empecé a excitarme, pero intenté rechazar de inmediato ese tipo de recuerdos.

Salí del baño después de ponerme un cómodo chándal y me dirigí a la cocina a prepararme algo para desayunar, dispuesto a enfrentarme a lo que fuese, poniendo las cosas en su sitio.

Al franquear la puerta la vi, estaba sentada en una silla de la cocina hojeando una revista de moda. Llevaba el pequeño short del día anterior y una camisa suelta. Al sentir mi presencia se giró, sonrió deliciosamente y casi en un susurro dijo: Vaya, vaya, con el dormilón. Espero que hayas dormido bien.

Yo, más animado y en un tono desafiante contesté: Desde luego, por qué no iba a hacerlo. Además creo que tú y yo tenemos algo de qué hablar, dicho lo cual, giré y me fui al salón. Allí, nervioso, esperaba que apareciese ella, lo que ocurrió a los pocos minutos.

Y bien, dime de qué quieres hablar. Empecé balbuceando, sin atreverme a mirarla, sobre lo ocurrido el día anterior, sobre que no era un juguete de nadie, que era heterosexual, que ella era mi hermana, etc… Ella no había despegado los labios, sólo miraba como complacida y de nuevo burlona, hasta que yo, torpe y nervioso terminé y bajando la vista, esperé su respuesta. Ella se levantó del sofá sin inmutar en ningún momento su rictus burlón, dio algunos pasos por el salón y me espetó: Mira hermanito, jamás hubiera pensado en mantener contigo la relación de ayer. Me habría conformado con el perrito de Pedro, que como has visto es deliciosamente sumiso y obediente, pero ahora, el sólo pensar en convertir a mi propio hermano en mi putita sumisa me hace imposible considerar otra posibilidad. No hay marcha atrás.

Mientras hablaba se iba acercando a mí, que me encontraba en un estado de gran confusión, sin saber qué hacer o decir. Al momento, su pequeña pero firme mano me agarró de los huevos con una cierta presión que por segundos se iba haciendo más fuerte. Me besó suavemente en los labios y sonriendo me dijo: Te lo dije ayer y te lo vuelvo a repetir; me vas obedecer por las buenas o por las malas. Además creo que no te lo pasaste tan mal, ¿verdad?.

De mi boca no salía una palabra, ni siquiera un gemido de dolor por el apretón que mantenía en mis huevos. De repente me soltó y suspirando tomó entre sus manos mi cara y, con una dulzura exquisita me acarició las mejillas, volviendo a besar mis labios. Repitió: putita mía, debes portarte bien, pero si me obligas te castigaré, aunque también te castigaré simplemente por placer. Ahora voy a salir a hacer unas compras. Cuando vuelva quiero que hayas hecho las camas y tengas recogida la cocina y, por supuesto, que lleves puestas las braguitas y medias que he dejado en aquella silla. No pienses en tonterías y asume tu nueva condición, que por lo que veo, dijo tocándome el miembro ya endurecido, no es muy gravoso para ti. Verás como en poco tiempo te sentirás como una reina, eso sí, una reina puta, sumisa y obediente. Vamos, cámbiate y empieza con lo que te he mandado, dándome un fuerte azote en las nalgas y dirigiéndose a su habitación a cambiarse.

Cuando salió cambiada yo sostenía en mis manos las braguitas y las medias, me miró burlona y sin decir palabra se marchó. Parecía que quería ponerme a prueba, nunca gritaba, todo lo decía con naturalidad, era como si supiera de siempre que esa era mi condición y que no podía negarme. Todo en ella era una seguridad aplastante.

Yo no sabía qué hacer, estaba absolutamente confuso, de mi mente no salían ideas ordenadas, aquello era irracional, incoherente. Finalmente mi mano acarició mi miembro terso y duro y me decidí. Despacio y como deleitándome en ello me puse las bragas y las medias dispuesto a obedecer a mi hermana. Había labrado mi futuro.

Cuando volvió, lo hizo con varias bolsas, encontrándome sentado en el sofá después de haber terminado los quehaceres que me había ordenado. Dejó las bolsas, se dirigió hacía mí y con ternura besó mis labios: me alegro que te hayas decidido. Estás muy guapa, pero con lo que te he comprado lo estarás más. Mira, dijo mientras abría el contenido de las bolsas. Estos son unos zapatos con tacón de tu número, aunque me ha costado encontrar un cuarenta y dos. Aquí hay dos pelucas, una rubia y otra morena, ¿te gustan?. Te he comprado también varias braguitas y medias, para que tu tengas las tuyas y yo las mías. No te he comprado sujetadores por que prefiero tener tus pezoncitos a mano. También me he pasado por un sex shop, y me ha dado mucha vergüenza, pero mira, te he comprado varias cositas que te van a gustar.

Allí aparecieron dos consoladores de grandes dimensiones, una especie de paleta de cuero, unas pinzas y unas esposas. Por último, abrió una caja y sacó un vestido corto. Mira, prosiguió, este vestido es para cuando estés haciendo las faenas en casa, es de chacha. Vas a ser la putita más sexy del mundo.

De mi frente parecían caer gotas de sudor frío, los nervios se había apoderado de mí, pero sólo salió de mi garganta un: gracias Mónica.

Ven, vamos, ayúdame a llevar todo esto que estoy cansada, después comeremos algo fuera de casa y esta tarde tendremos una pequeña fiesta. Quiero verte muy guapa. Ah, se me olvidaba, he llamado también a Pedro y vendrá a comer con nosotros. Venga, rápido, y vístete.

Me vestí, pero no sé por qué no me quité ni las braguitas ni las medias, tal vez por su tacto que me excitaba. Cogimos el coche y fuimos a un pequeño restaurante a las afueras de Madrid, donde ya nos esperaba Pedro. En el trayecto le comenté a mi hermana que llevaba puesta la ropa interior femenina, a lo que simplemente sonrió, haciendo un gesto con el dedo de que callara.

A lo largo de la comida los tres mantuvimos un comportamiento de lo más normal y conversamos de todo un poco sin hacer ninguna referencia a lo ocurrido. Estaba claro que la relación hacia fuera iba a ser de absoluta normalidad. Cuando terminamos nos dirigimos a casa. Mónica nos dijo: vamos a reposar la comida y a descansar un poco. Ellos dos se fueron a la habitación de Mónica y yo me dirigí al baño antes de ir a la mía, y cuando salí y pasé por delante de la habitación de mi hermana la puerta estaba abierta, y vi a los dos en la cama, pero Pedro estaba a sus pies, lamiéndolos con deleitación. Turbado y excitado con esta visión me fui a mi cuarto tumbándome en la cama hasta que me quedé dormido.

No sé el tiempo que había pasado, pero al abrir los ojos, tal vez por algún ruido, me encontré con una Mónica espléndida, sonriente, con un pequeño tanga, unos botines con tacón alto, medias negras y un top. A su lado y a cuatro patas se encontraba Pedro, o mejor, como a ella le gusta llamarle, su perrito faldero, con su collar de perro al cuello sujeto a una cadena.

Venga, que ha llegado la hora de ponerte guapa. Ve a mi habitación y ponte todo lo que está encima de la cama. Dicho lo cual se giró y se fue al salón entre risas y miradas dirigidas a Pedro, ya que su perrito faldero no paraba de lanzar ladridos.

Lo que encontré encima de su cama eran unas medias, unas braguitas, los zapatos nuevos de tacón y una peluca de media melena y rubia. Todo ello me lo fui poniendo apresuradamente mientras mi miembro parecía que iba a estallar. Cuando salí al salón vi como estaba jugando con su perrito faldero, tirándole una pelota de goma y él corriendo para traérsela de nuevo; luego lo premiaba con caricias en su cabeza, mostrando el perro su gratitud con fuertes ladridos. Al verme, se levantó del sofá y giró repetidas veces a mí alrededor, acariciando mi miembro o mis nalgas en su giro. Su risa era incontenible, humillándome con ella, pero al mismo tiempo me excitaba más, cosa que no le pasó desapercibida en sus toqueteos.

Tengo que enseñarte a usar el maquillaje, pero poco a poco, todo a su tiempo. Ahora quiero que me digas cómo te sientes. Yo avergonzado no contestaba. Entonces ella, con una mano apretó mi polla endurecida y descargó un fuerte azote con la otra en mi culo, al tiempo que decía: No me gusta preguntar dos veces lo mismo, ¡contesta!. Yo tímidamente sólo me atreví a decir: me siento como una putita.

Así es como te quiero, putita, sumisa y obediente. Pero todavía tienes mucho que aprender, pero no te preocupes que te iré adiestrando como mereces. Uhmm, qué placer me da tenerte así, decía mientras pellizcaba mis pezones. Continuó diciendo: Había pensado el poneros un nombre, pero creo que os lo tenéis que ganar, será como un premio, por lo que de momento tú serás putita y tú perrito faldero. Yo asentí con la cabeza, pero el perrito muy en su papel ladró como si consintiera.

Después de jugar y humillarnos durante un rato, Mónica se encontraba con una fuerte excitación, como nosotros, por lo que igual que el día anterior, bajándose el tanga descubrió su precioso coño pero, sorpresa, se lo había afeitado completamente. Era maravilloso. A los dos se nos caía la baba, extasiados como nos quedamos con esa visión. Se despojó también del top y recostándose en el sofá nos indicó que le lamiésemos el coño y las tetas. Mientras nos dedicábamos a ello, intercambiándonos su divino cuerpo, ella nos decía: Aprovechad a lamer bien, por que no me vais a follar nunca, es más, me follaré a verdaderos hombres y me lameréis sus corridas.

Entre grandes convulsiones y suspiros se corrió varias veces de forma espléndida, acariciando posteriormente nuestras cabezas esperando nuestro turno, ya que nuestros miembros no aguantaban más. Esa fue mi gran equivocación, pensar que podría correrme.

Una vez repuesta de su corrida, se levantó, se ausentó por un momento y volvió con las esposas que había comprado. Después de esposarme las manos a la espalda, me hizo arrodillar apoyando la cabeza en el sofá, con todo mi culo expuesto.

Entonces empezó a explicarme: mira cariño, putita mía, como quiero que seas una zorrita excepcional, ahora mi perrito lamerá tu ojete del culo para luego follarte toda, pero con una salvedad, que no podrás tocarte, ni él te tocará tu miembro. Incluso dormirás esposado a partir de hoy, pues no quiero que te toques. La finalidad es tu sumisión más completa y que llegue un momento en que con el sólo hecho de que te follen el culo y sin tocarte, te corras. Sé que pensarás que tu hermanita es muy cruel, pero mi obligación es disciplinarte y adiestrarte lo mejor posible.

Al oír aquello tuve un conato de rebelión, protestando e intentando levantarme, pero con rapidez me puso en mi lugar con unos fortísimos azotes en el culo, al menos quince, que me hicieron desistir y mostrarme sumiso. Con el culo enrojecido y ofrecido al perrito faldero, éste me bajó las braguitas y comenzó a lamerme el ojete llevando mi excitación a momentos de difícil explicación. Cuando Mónica lo consideró adecuado ordenó que me follase, abriéndose mi ano como una flor en primavera. Sus movimientos pausados pero firmes me enloquecían y comencé a suplicar a mi hermana que permitiese que me corriese. Ella, con voz melosa y suave, con una ternura infinita me decía: Si lo hago por tu bien, con el tiempo me lo agradecerás. Verás como vas a ser feliz sirviéndome. Te estoy dando la oportunidad de vivir la sexualidad de forma distinta, sin hipocresía ni tapujos, sólo dejándote llevar con obediencia.

De repente el perrito faldero con grandes aullidos de placer descargó en mi ano toda su leche caliente, inundando mi interior, lo que enfureció a Mónica, pues no le había dado permiso para correrse aún.

En mi fuero interno me alegré, pues esta vez el castigo sería para él. Cuando se desenganchó de mi, me ordenó ir a por la paleta de cuero, que debía traer con la boca pues seguía esposado, y haciendo grandes esfuerzos para levantarme sin usar las manos y luego para caminar con esos tacones y las braguitas aún bajadas, se la llevé recibiendo una caricia en las nalgas chorreantes de leche y, acercándose al perrito, descargó con fuerza varias palmetadas en su culo que enrojeció de inmediato. Desde luego estaba bien adiestrado, porque ni siquiera gimió, sólo después de acabar el castigo se oyeron sus ladridos como pidiendo perdón.

Mi hermana, aún desnuda y visiblemente enojada le reprendía: has sido un perro malo y desobediente. Ahora como castigo irás a mi habitación y allí te quedarás hasta que te marches, sin la presencia de tu amita. Venga, vamos, y mientras le acompañaba con palmetazos en su culo.

Volvió al salón sonriendo, recogió su tanga y se lo puso de nuevo, soltándome las esposas. Pasó su pequeña mano por mi ojete comprobando que aún salía la leche de su perrito faldero, y acercándola a mi boca me espetó con la mayor naturalidad: toma, lame. Sacando mi lengua sin ningún rubor lamí con fruición su mano hasta dejarla limpia. Con su eterna sonrisa, proseguía: Mañana te penetraré con los consoladores y te vestirás con el traje de chacha para hacer las faenas de la casa, pero recuerda que no puedes correrte y si por algún motivo lo haces te arrepentirás de verdad. También quiero probar las pinzas en tus pezones, verás que con el tiempo se te pondrán muy gorditos. Ahora vete al baño y lávate, pero sin tocarte la polla, y recuerda que antes de ir a la cama te tengo que esposar.

Efectivamente, antes de irme a la cama y después de despedir a su perrito me esposó y me puso unas braguitas muy estrechas para no poder rozarme, me besó en los labios y me dio las buenas noches.

A la mañana siguiente, y debido a la incomodidad de las esposas, fui el primero en levantarme, me dirigí a la habitación de Mónica y contemplé ensimismado cómo dormía. Estaba dispuesto a demostrar mi obediencia y sumisión, por lo que me arrodillé y comencé suavemente a lamer sus pies. A los pocos minutos se despertó, me miró complacida y sonriendo me dijo:

Buenos días putita. Veo que estás aprendiendo rápido. Déjame que te quite las esposas y prepárame el desayuno que en unos minutos me ocuparé de ti. Hoy toca limpieza general y te pondrás el vestidito de chacha tan mono que te compré. Ah, otra cosa, tenía pensado alquilar un piso con mi perrito para nuestros juegos, pero ahora con mayor motivo, pues no creo que mamá cuando vuelva entendiese esto, por lo que espero que colabores con el alquiler. De todas formas ya hablaremos.

Finalmente aprendí a correrme sin tocarme, a ser un buen sumiso y a disfrutar como tal, incluso cuando soy azotado o abofeteado por mi hermana por portarme mal, a ser una chacha limpia y diligente y aunque me siento heterosexual, pues no me gustan los hombres, con unas braguitas y una polla o consolador en mi culo, bajo la dirección de mi hermana, estoy feliz.

Hasta que llegó nuestra madre fui la puta, la esclava, la chacha y todo lo que quiso mi deliciosa y adorada hermana, después alquilamos ese piso donde continuamos nuestras relaciones. Hasta hoy, cuando Mónica ha anunciado que se va a casar con Pedro, y en privado nos ha prometido que la noche de bodas la podremos follar.