Primera noche

Una noche más de soledad…más bien de escasa compañía, tratando de poner en orden mis ideas, tratando de entender por qué hace un par de días no me conozco.

¿Cómo comenzar a contarle a alguien esta historia?

Quizás lo más sencillo sea caer en el cliché de contar un poco de mí, quién soy, qué me motiva…Bien, comencemos por algún punto.

Soy lo que mis amigas llaman una «niña mimada», la hijita de papá, consentida, y hasta caprichosa.

Crecí con la idea (que mantengo), que no existen mujeres feas, sino descuidadas… y pobres.

Me enseñaron que no existe nada «incomprable», que soy una mujer con buenos gustos y dinero suficiente para satisfacerlos.

Con esto les digo mucho de mi personalidad… soy sencillamente insoportable! (Jajá).

Desde la escuela, cuando apenas despuntaban en mi adolescencia las maravillosas cualidades de una mujer bien formada, me acostumbré a tener pretendientes a montones, chicos que me divertían, y que yo usaba y desechaba a mi antojo… siempre a mi antojo.

Ahora tengo 24 años recién cumplidos, y un cuerpo de gimnasio (al cual los cirujanos plásticos han arreglado unos pocos detalles) rayando en la perfección, cabello castaño claro, liso, abundante, largo hasta los hombros, piel bronceada, y mi arma secreta: ojos grises y seductores.

Todos pensaban que lo natural para una chica como yo era que me dedicara a modelar, incluso a la actuación, pero heredé de mi padre un toque casi mágico para los negocios, siendo en eso superior a mis dos hermanos varones, por lo cual soy la mano derecha del presidente de una trasnacional cafetalera (por supuesto, mi papá).

Lo que me lleva a contarles esta historia comenzó en un día normal de oficina.

Mi padre inició su empresa en sociedad con su mejor amigo de la infancia, un hombre que toda la vida me ha parecido un solterón empedernido, con ese toque de sensualidad de los cuarenta años que dan unas pocas canas bien llevadas, una voz profunda y suave, modales impecables y esa mirada verde y penetrante.

Pero este hombre se había convertido en mi principal detractor en la empresa, dando marcha atrás a todas y cada una de mis decisiones administrativas, hasta el momento las de pequeño calibre, como cambios en el personal de secretaría y cosas por el estilo, pero ese nefasto día me dejó en un completo ridículo al contradecirme frente a un importante cliente internacional:

-«Grace, no debiste abandonar la junta de esa manera».

-«Que no? Pero es que acaso no me has tratado como una niña boba?»

-«Recibes el trato que merece tu comportamiento».

-«Si papá estuviera aquí no te permitiría esta insolencia! No eres más que un VIEJO AMARGADO!». Acto seguido tomé mi bolsa y me marché dando un portazo. Lo único que deseaba era llegar a casa y contarle todo a mi papá, todo lo que Javier había hecho, como me había hablado, mi papá de seguro arreglaría todo. Malditas vacaciones! Mi papá nunca se había ausentado de la empresa, por qué tenía que hacerlo justo ahora? Conduje mi convertible a toda velocidad, sintiendo el efecto relajante del viento ondeando mi cabello.

Al llegar a casa noté el silencio que evidenciaba el día libre de los empleados.

Atravesé el salón, abrí la puerta del jardín. Hacía un día perfecto, que injusto que ese anciano de Javier me lo arruinara! Llamé con voz de niña consentida: «Papi, Mami. Dónde están? Ya llegué!». No obtuve respuesta. Me acerqué a la mesa y encontré la nota: Graci: nos fuimos un par de días a la cabaña. Sé buena. Te queremos. Papi y Mami. No podía creerlo! Que inoportunos! Qué iba a hacer con todo mi coraje durante dos días?! Y para colmo sin empleados en casa! Justo en ese momento, cuando divagaba en mis pensamientos sonó el timbre de la puerta. Dejé la nota de nuevo en la mesa y me dirigí a abrirla. Para mi sorpresa me encontré frente a frente con Javier.

-«Que demonios quieres?»

-«En principio que cuides tu vocabulario, señorita. He venido a ver a Augusto»

-«Papá no está»

-«Entonces lo espero». Dicho esto me apartó de la puerta con suavidad y se dirigió al bar, comenzando a servirse un trago antes que me recuperara de mi asombro.

-«Javier, no eres bienvenido», le dije tratando de usar el tono más frío del que era capaz. «Grace, he venido a ver al dueño de esta casa, no a ti.

No puedes decidir si soy bienvenido o no». Su voz, inquebrantable, me enfurecía aún más… y esa sonrisa, esa cara de triunfo, no lo soporté más y comencé a gritar, le dije todas las sandeces que se me ocurrieron, desde que era un miserable, hasta que estaba solo porque ninguna mujer había podido soportarle, y él seguía allí, imperturbable.

«Grace, te he visto crecer y convertirte en una mujer muy bella, e inteligente, no entiendo por qué te niegas a dejar de ser una mocosa inmadura. Lo único que siempre critiqué a tus padres fue ese afán de complacer todos tus caprichos.

No te hace falta nada… excepto disciplina«. En ese momento sentía ganas de matarlo, así que ataqué donde mejor podía, en su orgullo:

«Qué sabes tú de educar a un hijo? Un viejo soltero no puede ser otra cosa más que un impotente! Jamás encontrarás una perra lo suficientemente estúpida como para tener un hijo tuyo!».

En el mismo instante en que dije esas palabras me arrepentí. La reacción de Javier jamás la hubiera imaginado. Me abofeteó.

La única bofetada que me habían dado en la vida.

Sentí como fuego quemando mi mejilla, perdí el equilibrio y estuve a punto de caer, pero él me sostenía… tirando de mis cabellos. Todo pasaba demasiado rápido, y a la vez como en cámara lenta.

Aún de los cabellos me arrastró hasta el sofá, se sentó y me acostó boca abajo sobre sus rodillas, no podía creer la fuerza con la que me aprisionaba! Una de sus manos abarcaba mis muñecas manteniéndolas unidas como la más sólida de las esposas.

Apoyaba el resto del brazo sobre mi espalda y me impedía incorporarme.

De pronto su otra mano levantó mi falda y retiró mis bragas de seda hasta los tobillos, yo no dejaba de gritar, de patear, de debatirme, y allí fue cuando comenzó… su mano derecha golpeaba rítmicamente mis nalgas, el ardor que había sentido en mi rostro se trasladaba a mi trasero, multiplicando su intensidad por mil.

Golpeaba una y otra vez, diez veces, cien veces, no sé cuántas, parecían un millón. Mi cansancio y su fuerza me fueron venciendo y dejé de luchar, relajé mis piernas y fui capaz de contar las últimas diez nalgadas, después de lo cual sencillamente se levantó, dejándome resbalar desde sus rodillas hasta el suelo de mármol helado, me acurruqué en un rincón y lloré desconsolada.

El trasero me dolía una barbaridad, pero lo que más me dolía era la humillación. Nunca nadie había osado lastimarme de esa manera.

Y ahora estaba yo allí, tirada en el suelo, llorando como un crío, y podía ver de reojo la figura imponente de aquel hombre, quien sentado cómodamente en una butaca disfrutaba un escocés en las rocas y un habano, y sencillamente me ignoraba.

El silencio lastimaba mis oídos, hasta que por fin lo rompió con su cálida voz. «Grace, deja de llorar. Ven aquí y discúlpate», el tono de su voz no había variado, pero de alguna manera yo le percibía diferente. Con algo de esfuerzo me incorporé y camine hacia él, como hipnotizada. Me detuve a su lado y susurre un «Lo siento», «No cariño, así no», fue su respuesta, «Hazlo bien… arrodíllate» No podía dar crédito a lo que escuchaba! De rodillas yo? Grace Santander y Villasmil de rodillas???

La cabeza me daba vueltas tratando de encontrar una respuesta aguda a semejante solicitud!!!…y mientras la razón se esforzaba, los instintos se hacían cargo, y como si lo viera de lejos, en una película, noté mis rodillas doblarse y me encontré postrada frente a él. Mis labios se movieron y no podía creer lo que decía mi boca:

«Perdóname, por favor, no volveré a ser tan insolente».

Su mirada me penetraba el alma, y su mano acariciaba mi cabello con suavidad. «Lo sé pequeña, te lo dije, solo necesitas un poco de disciplina… juntos haremos de ti una niña obediente».

No podía creerlo, qué era esto qué estaba ocurriendo? Por qué sentía mi sexo mojarse como nunca antes?

Mi entrepierna manaba jugos como una fuente inagotable, lo cual, paradójicamente incrementaba mi humillación.

Él continuaba acariciando mi cabello con ternura, y me dijo: «Abre mi pantalón, hoy aprenderás tu primera lección.

Aprenderás a venerar mi sexo, lo conocerás pulgada a pulgada»

De nuevo la voz de hipnotizador. Mis manos abrieron su pantalón con cierta dificultad, me sentía un poco torpe, no podía pensar, no lograba controlar mis actos.

Por fin logre sacar su pene y lo vi por vez primera, erguido, hermoso… inmenso.

Lo tomé entre mis manos y comencé a acariciarlo, con suavidad, «Muy bien, pequeña. Ahora quiero tus manos atrás. Usa sólo tu boca»

Acerqué mis labios a la punta brillante de su glande, y sentí la más maravillosa caricia que jamás había soñado, el mejor beso que mis labios habían dado, abrí mi boca y suavemente lo deslicé dentro, explorando con mi lengua cada milímetro de falo.

Su mano en mi cabello ya no era acariciadora, me tomaba firmemente y dirigía mis movimientos, bajando y subiendo mi cabeza una y otra vez, sintiendo su sexo chocar con mi garganta.

No me atrevía siquiera a mover mis manos, las entrelazaba una con otra a la altura de mi aún adolorido trasero.

Tenía pequeñas arcadas que llevaban lágrimas a mis ojos, mi lengua acariciaba formando círculos alrededor de su glande, y su mano marcaba un ritmo impecable: arriba, abajo, arriba, abajo, adentro, afuera, garganta, labios… parecía interminable.

Esta era la situación más desesperada que hubiese imaginado jamás, estaba allí, humillada, sometida, con mis nalgas absolutamente enrojecidas y el pene de un hombre enterrado hasta mi garganta… y sin embargo, mi sexo parecía hervir en un volcán a punto de estallar.

Después de un lapso que me pareció eterno, y celestial, sentí que su pene crecía aún más dentro de mi boca, se endurecía, sentía que me ahogaba, y su mano firme sostenía mi cabeza pegada a su entrepierna.

A duras penas logré mirarlo, suplicante, ante su inminente eyaculación.

Jamás había logrado tragar el semen de ninguno de mis novios, me mataba el asco!

Él me miró a los ojos, que a estas alturas estaban bañados en lágrimas, y me dijo, adivinándome:

«Debes tragarlo todo cariño, hasta la última gota», al decir esto sentí que se convulsionaba en espasmos, transmitidos a mi garganta a través de su sexo, y a mi cabeza a través de su mano que presionaba cada vez más, y en el clímax de estos, ese liquido espeso, caliente… dulce.

No salió de mi boca hasta asegurarse que había tragado todo, se tomó un segundo para mirarme, de rodillas frente a él y aún sosteniéndolo entre mis labios, retiró un mechón de cabello que caía sobre mi rostro, y me dijo «Eres hermosa».

Me pidió que le limpiara muy bien con mi lengua, y lo besara una vez más en el glande, antes de guardar su pene y cerrar cuidadosamente su pantalón.

Una vez cumplido esto, se levantó, acarició mi mejilla con suavidad exquisita y me dijo: «No te levantes hasta que me haya marchado.

Tengo asuntos que atender, pero esto ha sido solo el principio entre nosotros. No puedes salir de tu casa hasta que yo te lo diga, quizás sea así un par de días… y No puedes masturbarte, lo has entendido?» «Sí», respondí con un poco de temor a semejante compromiso, «Sí qué?», me preguntó; «Sí, Señor» le respondí de nuevo, «Eso servirá… por ahora. Adiós mi pequeña, sabrás de mí pronto», besó mi frente, y se marchó.

Aún me encuentro en mi casa.

Hace dos días que no salgo.

Todo ha vuelto a la normalidad, excepto mi clítoris que vibra suplicando la caricia del orgasmo… y mis manos que no se atreven a desafiar el comando de ese hombre, que se abrió paso en mi vida sin ser «bienvenido».