Capítulo 2
- Mi amante es un hombre fascinante I
- Mi amante es un hombre fascinante II
Mi amante es un hombre fascinante II
Pese a que las sorpresas de mi amante eran cada vez más arriesgadas para mi y me atemorizaba que mi familia y mi entorno laboral las descubriese, mi fascinación por él aumentaba progresivamente y no podía prescindir de acudir a sus citas.
A veces él no acudía a alguna cita, pero si Elena, su esposa, que me hacía pasar deliciosas horas en una habilidosa sustitución de su marido.
Alguna vez las tardes con Elena fueron compartidas con otras mujeres en unas deliciosas orgías lesbianas.
Una semana la sorpresa de Jorge fue que me comportase como una prostituta, pero no simuladamente, sino realmente.
Aún sin saber sus designios, a indicación suya le hice saber a mi marido que esa semana trabajaría en auditorías a diversas empresas hasta muy tarde.
Jorge me llevó al hotel donde nos habíamos citado una ropa verdaderamente descarada y me maquilló como a una verdadera ramera.
Después me llevó a un parque conocidísimo por la concurrencia de putas y me dijo que me pusiera a trabajar.
Que estaría haciéndolo todas las tardes hasta que un día recaudase 600 euros, que a las doce de la noche me recogería para llevarme de regreso al hotel y cambiarme de ropa.
Sin darme oportunidad de hablar partió dejándome entre un tropel de fulanas que me malmiraban como a una competidora más.
No fui capaz de atreverme a ofrecerme a ningún cliente, y a los que venían a mi los ignoraba ante el asombro de las otras putas.
Yo estaba en la idea de que mi amante jugaba conmigo y le bastaba que simulase el papel para satisfacer el morbo.
A las doce regresó Jorge como había prometido y se encolerizó cuando supo que no había pescado a ningún cliente.
– ¿ Sabes qué se les hace a las putas que no trabajan?. Pues te vas a enterar.
Me arrastró tras los arbustos del parque, me ató las manos a un árbol, se desprendió de su cinturón y me arreó en las nalgas hasta que se cansó.
Aquella noche tuve que apañarme para que mi marido no vises mi amoratado culo. Ni que decir tiene que me puse a la labor y a la tercera jornada obtuve 800 euros, finalizando así mi breve ejercicio del oficio más viejo del mundo.
Pero eso bastó para que Jorge olvidase mi nombre y en lo sucesivo me denominase como su puta, así me presentaba a cualquiera, cuando antes lo hacía como su amante.
Elena también se refería a mi como la puta de su marido, y la negra y voluminosa Alana me trataba como «colega».
Aquella semana de trabajo de «auditoría» no gustó nada a mi esposo y mucho menos a mis hijos pese a estar acostumbrados a no verme mucho en todo el día, así que, por prudencia, la semana siguiente le alegué una gripe a Jorge y permanecí en casa todas las tardes con mis niños.
Eso era en compensación de la semana de «auditorías» le dije a mi marido. Jorge se molestó por el asunto pero se conformó cuando le dije que estaría todo el tiempo posible con las bolas chinas que me regaló dentro del coño y un tapón anal en honor a él y en representación de su queridísima polla.
Las bolas chinas presionadas por el tapón hicieron su efecto y el lunes estaba yo explotando por follar.
Pero incomprensiblemente Jorge no me citó en un hotel ni en su casa. Me citó en una cafetería. Otra sorpresa a la vista, me dije.
Me llevó a un estudio de tatuaje y piercing donde me perforaron los pezones y el clítoris, si, el clítoris como suena, no el capuchón ni los labios, el jodido y sensible clítoris, colocándome sendos gruesos anillos de titanio. Para embellecerme como a una diosa, según su expresión.
El resto de la semana me dijo con cierto tono de ironía que podía coger la gripe, ya que no estaría en condiciones de ser usada.
Efectivamente, pasado el efecto de la anestesia, tuve que sufrir grandes molestias durante unos días.
Y tuve que «coger la gripe», para que mi marido no pudiese advertir los anillos, ya que durante el tiempo de cicatrización no podía quitármelos para que no se cerrasen las perforaciones.
Además, pese al dolor, el clítoris se encontraba muy sensibilizado y, unido a la semana de abstinencia anterior, me encontraba como una perra en celo sin remedio ninguno, ni tan siquiera podía masturbarme. Lo único que pude hacer para aliviarme fue sodomizarme a mi misma con un consolador.
El lunes siguiente, pasado el «postoperatorio» me volvió a citar en otra cafetería.
Otra maldita sorpresa en el momento más inoportuno, porque estaba desesperada por follar.
Pero tras tomar rápidamente un café enseguida montamos en su coche y tomamos el camino de su casa, lo cual me hizo entrever una alegre sesión con la deliciosa Elena y quizá alguien más ¿pero cual era la sorpresa?.
Durante el trayecto me entregó una gabardina y me dijo que me la pusiese después de quedarme totalmente desnuda. No objeté nada ya que estaba esperando la sorpresa y obviamente eso era parte de ella.
Al salir del coche, ya en el jardín de su casa, sacó de su bolsillo una cadena con un mosquetón que enganchó al anillo de mi clítoris conduciéndome así sujeta hasta la puerta principal. La abrió, entramos y estaba oscuro. De repente se encendió la luz y vi a Elena gritando ¡Sorpresa!.
En el amplio salón estaban además de Elena, la rolliza puta Alana, compañera frecuente de nuestros escarceos, una pareja de jóvenes de alrededor de 20 años, quizá un poco más joven la chica, otro chaval que me pareció no tendría más allá de 16 años y un hombre mayor, entre 65 y 70 años.
– Puta, te presento al resto de mi familia: Luis, que tiene 20 años, Teresa, con 17 y Alberto, de 15. Y mi suegro, Tomás. A Alana no creo sea preciso presentártela. Familia, esta es mi puta y, desde hoy, de todos vosotros.
Me quedé paralizada y colorada como un tomate de vergüenza. No me podía creer aquella humillante situación ante aquellos chicos y aquel viejo.
Resultaba alucinante para mis prejuicios religiosos que unos padres demostrasen tanta falta de recato ante su progenie y progenitor.
Antes de salir de mi estupor oí:
Luis, cátala tu primero.
Ni corto ni perezoso Luis tomó de manos de mi amante la cadena sujeta a mi clítoris y me arrastró hasta pegarme a él empezando a morrearme y manipular mis pechos y, sobre todo, mis anillados pezones.
Me dejó un rato para desnudarse y mientras, Alana se colocó debajo de mi comenzando a chupar mi coño y mi ano.
Con mis dos agujeros así lubricados, el hijo mayor de mi amante no tuvo ningún obstáculo para meter su polla en mi ano mientras me reclinaba sobre el respaldo de una silla y Alana seguía comiendo mi coño y tironeado de mi cadena que no se habían molestado en quitar y cuyo peso gravitaba de mi indefenso bultito de placer.
Mientras, los demás nos observaban atentamente, cosa que no impedía al suegro de mi amante desnudar a su propia nieta ni al nieto menor a su propia madre.
Pronto estaban las dos mujeres siendo sodomizadas por sus parientes ante mi mayor perplejidad por tan desfachatado incesto pero eso si, con sus caras hacia mi para no perderse detalle de la faena que su otro pariente me estaba haciendo.
Luis comenzó a alternar su miembro entre mi culo, mi coño y la boca de Alana que ofrecía su enorme y soberbio culo a la boca de Jorge . Por último, a punto de correrse me hizo poner de rodillas para, sacando la verga de la boca de la otra puta, lo digo porque ya soy una, derramar todo su semen en la mía.
No tardó poco el viejo en abandonar a su nieta y ocupar el sitio de su nieto mayor mientras que mi Jorge se acá cargo del coño de su hija Teresa.
Alana, como buena profesional no protestó por el transitorio abandono de lamido de su zona baja, sabía que antes o después le llegaría otro usuario.
Me parecía estar en una pesadilla. Mi educación me impedía asimilar que mi amante estuviera penetrando a su propia hija y, a su vez ,su propio hijo a su madre, esposa de él.
Como algo perfectamente regulado, cuando el viejo avisó de su corrida en el interior de mis tripas, Elena se comenzó a friccionar violentamente el clítoris para alcanzar el orgasmo con su hijo Alberto quien sacó su miembro de ella para alojarlo en el agujero de mi propiedad abandonado por su abuelo.
Después de haberse trajinado a su madre poco duró el adolescente en mi, así ya tenía recogido en mi ano una muestra del semen de cada varón de la familia de mi amante.
No terminó la cosa ahí, porque Teresa no renunció a conocerme e intimar conmigo y tuvimos una buena follada lésbica ayudada ella de un arnés con consolador y disfrutando de la colaboración de Elena y Alana, quien tuvo el honor de llevarse el semen de mi amante.
A partir de entonces ya formé parte de la familia –como puta, claro- Hubo semanas en que no vi a mi amante pero si a su hijo mayor Luis. Otras al pequeño, y no se descuidó de usarme Teresa.
Contaré algunas de las sorpresas de Luis. Una vez acudí con él a una casa donde estaban cinco de sus amigos a quienes me presentó:
- Esta es la puta de mi padre pero me la ha prestado esta semana.
- ¿Cómo se llama?
- No viene a cuento, Es la puta de esta tarde y basta. Es una mujer casada y con dos niños pequeños, de vida muy formal y cuanto menos sepáis de ella mejor para su seguridad.
Después de las orgías en que había participado con sus padres aquello no tenía nada de particular, os diréis.
Pues bien, aquel día tomé conciencia profunda de que no tenía remedio y no podía volver atrás.
Nada más escuchar a aquel muchacho de 20 años decir a otros de su misma edad que yo era la puta de su progenitor, que era prestada y que tenía niños y una vida decente, se me mojó la entrepierna, perdí el control y comencé provocarlos con procacidades:
- A ver quien es el primero que se atreve a usar esta puta gratuita. A lo mejor no tenéis ocasión de volver a follaros una puta casada con niños pequeños que quiere que la taponéis a fondo el sitio por donde salieron. O el otro, da igual.
- Venga chicos, que sale gratis poner los cuernos a un tipo como mi marido.
Comenzaron a animarse y aquella tarde me comporté desbocadamente. Solamente volví a mi razón cuando todos salvo Luis habían desaparecido y éste estaba dormido.
Tomé entonces conciencia de mis escoceduras en los agujeros y de mis dolores musculares.
Con vergüenza recuerdo como, cuando les había extraído toda su posibilidad de jugo y yo les provocaba todavía, tuvieron que recurrir a toda clase de hortalizas del frigorífico que me introdujeron por los agujeros para calmarme.
Cuando decidieron abandonar me estaban follando el culo con un bate de béisbol mientras mantenía dos pelotas de tenis en la vagina. Aún así gemía pidiendo más.
Obviamente mi vida de señora burguesa, de orden y moralidad estaba al borde del abismo.
Otro día de la semana, bueno de la primera semana de puta prestada a Luis, me llevó a un local de striptease.
Allí estaban, entre unas sesenta personas, quince de sus compañeros de clase que celebraban el fin de curso.
Me indicó subiese al escenario y que hiciese lo que me dijesen al final del espectáculo oficial.
Lo hice y el animador me fue indicando, micrófono en mano, de qué prendas debía irme desprendiendo y después, qué posturas adoptar y donde y como enseñar mis intimidades a todo el público.
Había un cámara que me seguía y exponía mis atributos en una gran pantalla al fondo del escenario. También me hizo descender del escenario y pasearme para que todo el que quisiera me sobase. Algunos metieron sus dedos en mis agujeros.
Cuando regresé al escenario había una banqueta con dos enormes falos incrustados en ella y bien erectos donde el animador dijo que tenía que sentarme.
No lo dudé pese a su amenazador tamaño.
Tras mucho esfuerzo y sudores conseguí alojarlos en mis dos orificios y animarme, después de un descanso durante el cual el animador explicó mi colaboración gratuita como puta de un señor que se la había prestado a su hijo y que éste utilizaba para alegrar a sus compañeros los prolegómenos de la fiesta de fin de curso, pero que al final del uso por los chicos, mi prestatario, generosamente, permitiría que cualquier espectador que lo desease me utilizase como le pareciera conveniente.
Repuesta del esfuerzo de dilatación y ya acomodados mis esfínteres, comencé a subir y bajar sobre los dos falos mientras me masturbaba el anillado clítoris o estrujaba mis tetas. El público aplaudía a rabiar y la apoteosis llegó cuando todo el mundo percibió mis agitado y violento orgasmo seguido del gran caudal de jugos que salió de mi interior, ya la cámara se encargo de exponer en detalle, al desprenderme de los dos falos.
Con aquel recalentado ambiente no hizo falta que el animador incitase a los chicos a subir al escenario. Cinco subieron espontáneamente ya con los penes fuera y en ristre y los atendí como pude.
Apareció una silla y una colchoneta para poder optar entre follarme de pie o en cualquier posición.
El animador me colgó una cadena entre los anillos de mis pezones y otra en el del clítoris para que me manejasen a voluntad. Me follaron por todas partes, en sándwich y en triples.
Después fueron subiendo algunos más. De los quince chicos solamente tres se abstuvieron de usarme.
De entre el resto del público me follaron doce, la mayoría muy viejos para avergonzarse de hacerlo en un escenario.
Cuando me llevaron a los camerinos para ducharme y limpiarme los agujeros, dos de las chicas strippers me dieron su teléfono porque querían montárselo conmigo en plan lesbo. Todas me felicitaron.
Me llevaron a seguir la fiesta a una casa donde había más chicas. Unas eran putas y otras no, pero no se distinguieron en la orgía que siguió.
A la hora convenida volví a ducharme y limpiar mis ya enormes agujeros y me dejaron cerca de casa. Esa noche también alegué otra «gripe» y no me levanté de la cama en tres días.
El jovencito Alberto no era al principio tan perverso, nuestros encuentros eran individuales y se encandilaba con mis anillos, que no poseían ni su madre ni su hermana Teresa.
Pero pronto comenzó a invitar a amigos de su edad incluyendo al hermano de uno de ellos, de tan solo 11 años.
Este pequeño cabrito fue el primero que me hizo una follada de puño por el ano.
En una orgía en que estaba revolcada con cuatro de los nenes no me pareció extraño sentir una invasión de mi ano, pero una vez dentro me pareció un poco exagerada para el tamaño de las pililas que se gastaban.
Al girarme para averiguar quien era el poseedor de semejante pene que yo no había catalogado o si era un nuevo agregado a la fiesta, me encontré al niñito de 11 años con su mano metida en mi culo casi hasta el codo.
Cometí el error de no amonestarlo y eso me valió el que todos le imitaran. Esa noche otra vez tuve «gripe» de cara a mi marido.
Teresa era una muchacha muy dulce. Desde el principio de que su padre me sorprendía con las sustituciones por ella intuí que era lesbiana y así lo comprobé al poco tiempo.
Me confesó que no le gustaba follar con sus hermanos y su padre. Si acaso con su abuelo, que quizá advertido de su tendencia sexual se limitaba a acariciarla tiernamente.
Sin embargo, confidencialmente, me dijo que estaba enamoradísima de su madre Elena pese a su edad. Aunque yo no tenía tendencias lésbicas, con Teresa lo pasaba muy bien, pues era un oasis de dulzura entre tanto pene violento.
Antes de llegar la gran sorpresa de mi fascinante amante ya era evidente que estaba patinando por el filo de la navaja.
Mi marido me montaba escenas por mis horas de regreso a casa y por el abandono de los niños en la guardería y con la asistenta. Y un detalle importante: aunque cornudo no es demasiado tonto, y mis horas de dedicación al trabajo en el cargo que tenía en la empresa no concordaba con mi sueldo.
La gran sorpresa: Jorge me pidió que le presentase a mi madre.
Mi madre tiene 50 años, es una perfecta ama de casa de mentalidad sumamente conservadora, religiosa en extremo como mi padre, de misa y comunión diaria, capaz de lapidar a una adúltera como yo.
Fiel a mi padre aún cuando la torturasen a muerte, y se pasa dos noches sin dormir cuando tiene que ir al médico por la vergüenza que le da desnudarse, aunque solamente sea el principio de los senos para que le ausculten.
Le pregunté sin ambages, ya que aquello no solamente me afectaba a mi que qué pretendía de ella. Y sin ambages me respondió: follarla delante de ti.
Me partí de risa de imaginar que tuviese siquiera el mínimo éxito de que le mirara y Jorge me dio un bofetón.
- Haz lo que te diga. Y me expuso su plan para conocerla.
Uno de los días que fui a visitar a mis padres y acompañarles a dar un paseo, al salir de su casa tropezamos «inopinadamente» con Jorge, al que presenté como un compañero de trabajo preguntándole por la casualidad de verle por ese barrio. Jorge comentó que iba a visitar a su padre, que vivía cerca, el cual «casualmente» apareció por allí en ese momento porque salía a comprar el periódico.
Como habrán adivinado, el supuesto padre de Jorge era Tomás, su suegro.
A partir de ahí el despliegue de encanto de mi amante y su suegro fue de antología.
Nos invitaron a tomar unos refrescos y su verborrea y atractivo sedujeron a mis padres.
Después de una larga y amena conversación mis padres se despidieron invitando a Tomás a pasar por su casa cuando quisiese para charlar más largo y tendido y que contase con ellos para cualquier necesidad ya que residía tan cerca. Yo temblaba de pavor.
Si embargo pasaron unos meses sin que Jorge comentase nada al respecto y descarté ya ningún problema con mi madre conociendo su sólida moralidad.
Un día Jorge me citó en su casa y yo pensé que compartiría cama con su esposa o alguno de los chicos,… o no, pero en cualquier caso no era una cita en lugar inhabitual.
Al abrir la puerta mi amante me vendó los ojos diciéndome: Tengo una sorpresa para ti.. Y cuando no, me dije.
Me condujo al salón donde percibí la presencia de más personas, una de las cuales me desnudó totalmente y me trabó una cadenilla entre los aretes de mis pezones y otra en el del clítoris que me tiraba un tanto.
Seguidamente pegó su cuerpo, también desnudo, al mío notando yo una barriguilla prominente que deduje era de Tomás ya que la conocía de mis innumerables coyundas con él. Pero podía ser de otro. En cualquier caso me estaba amasando los pechos con gran dedicación
Repentinamente escuché la voz de Elena: ¡Fuera vendas!
Cuando aclaré mi vista después de retirarme la venda no podía dar crédito a mis ojos: Ante mi estaba mi madre, tan desnuda como yo, con sus colgantes tetas mostrando unos pezones adornados con unos anillos más gruesos y anchos que los míos, su cara maquillada como la de una puta y reflejando tanto asombro como yo.
No podía ver más porque tenía sus manos apoyadas en una silla y estaba inclinada mientras, tras ella, mi amante Jorge debía tenerla ensartada por algún orificio con su querida polla.
El respaldo de la silla y la barriguilla cincuentona de mamá me impedían comprobar por donde se la estaba follando. Por un tiempo que me pareció una eternidad nuestros ojos se quedaron como enganchados entre si, pero los suyos eran inexpresivos hasta que hizo un gesto inequívoco de placer. Entonces pareció olvidarse de mi y comenzó a componer el vaivén y los gemidos y suspiros típicos de quien está follando.
Cuando comprendí que llevaba un rato disfrutando de ser penetrada y la sorpresa le había cortado el ritmo sentí perplejidad por la forma tan vertiginosa de recuperarlo ante aquella situación que por su cabeza jamás hubiera pasado meses atrás.
Pronto sentí la polla de Tomás invadiendo mi ano y, al tiempo que Elena retiraba la silla interpuesta entre mi madre y yo, noté como la cadena de mi clítoris tiraba de mi hacia delante, di un paso en esa dirección constatando que mi madre hacía lo propio.
Entonces percibí la gruesa argolla, que no anillo, que tenía mi madre bajo su pubis y por donde pasaba la cadena que nos obligaba a aproximarnos bajo el dominio de Jorge.
Pronto estuvimos tan cerca que nuestros respectivos folladores nos obligaron, tomadas del pelo, a apoyar la cabeza de cada una en el hombro de la otra y a colocar los brazos en la cintura contraria.
De esta guisa no me perdí ninguno de los gemidos de mi madre y, lo que es peor, sus soeces expresiones:
– Aaaarffffsss, aarrfffsss, dame cabrón, rómpeme el culo. Rompédselo a mi hija. Hacedle un niño.
La expresión «hacedle un niño» provocó que Jorge vacilase durante unos instantes en su actividad sodomizadora.
No creyó que nadie se hubiese percatado, pero yo si, y un escalofrío me recorrió entre los sudores propios de la actividad que estaba practicando.
– Fffuuuuussss, ssspppps, más fuerte, más adentro, méteme los huevos con la polla. Atáscame el culo de lefa.
– Aaaahhhss, tú, zorra, tira de la cadena, mete los dedos en el coño de tu madre, mete tu mano, ¿te gusta mamá para follar?. Cuanto tiempo perdido cariño. Qué bien lo hubiéramos pasado juntas ejerciendo de putas.
Tomás y Jorge nos acostaron una sobre la otra, invertidas y enfrentadas. Mamá abajo y yo sobre ella. Los dos hombres nos volvieron a cerrar los agujeros de la caca y empujaron a cada una hacia el coño de la otra.
Mamá no dudó ni un solo instante en empezar a lamer mi coño, alternando con profundas chupadas a la polla de Jorge para limpiarla de mis heces, aunque no era preciso porque yo misma o mis usuarios siempre me ponían un enema antes de la sodomización.
Yo fui más reacia a chupar el coño de mamá, pero la insistencia de Tomás empujando mi cabeza lo consiguió. Una vez comencé ya no quise pensar en nada.
Tomás me tiraba de los pelos de cuando en cuando para sacar su pene del ano de mamá y meterlo en mi boca. Mamá también había debido soportar un enema previamente porque sus intestinos estaban muy limpios.
Se corrieron ambos en nuestras respectivas bocas y tras animarnos a mamá y a mi a seguir con nuestra cada vez más vívida comida de coños nos colocaron a cuatro patas ante ellos, sentados en sendos sofás y les empezamos a animar sus postrados miembros con nuestras bocas mientras Elena nos hacía, a cada una con un puño, unas folladas alternativas en coño y ano.
A mi me tocó la mano derecha de Elena, por lo que salí más beneficiada ya que era diestra y la manejaba con más habilidad y ritmo.
Una vez se corrieron en nuestras bocas nos llevaron a un dormitorio, nos tumbaron en una cama, nos engancharon en corto una a otra por los anillos de pezones y clítoris y nos dejaron descansar con el consejo de que intimásemos. Mamá y yo estuvimos besándonos, acariciándonos y lamentando el tiempo perdido hasta que descubrimos el dulce pecado del sexo.
Mi familia de amantes se completó con mi madre, que participaba frecuentemente en mis sorpresas, contemplando yo cotidianamente como se convertía en una fiera sexual insaciable. Voluntariamente se puso a ejercer de puta en el parque donde yo ejercí durante una semana.
Un día Jorge me llevó para ver como la follaba en público, ante viandante clientes y prostitutas, un asqueroso mendigo a quien él, en secreto había entregado el dinero de su tarifa.
Mi intuición relativa a la expresión «hacedle un niño» que mi madre soltó en su excitación la primera vez que la follaron ante mi y que hizo vacilar a mi amante, se materializó.
Jorge me dijo que quería follarme preñada y que para eso debía ser preñada claro.
Así que debía prescindir de mis píldoras anticonceptivas y joder más con mi marido para que cuando llegase la situación éste no sospechase.
Pero introdujo un factor lúdico que el llamó «ruleta rusa»: Una vez por semana sería follada por un negro que inundaría mi coño de semen.
Si tenía mala suerte y quedaba preñada de negro, su familia me acogería en su casa, dado que el divorcio sería inmediato por adulterio flagrante, y trabajaría de prostituta para pagarme los gastos.
A fecha de hoy, ocho meses después de lo que os he contado, mi vida sigue en el filo de la navaja pero mi satisfacción sexual es impagable.
Con mi barriga a cuestas he llevado a mis hijos a la guardería, he pasado a llevar ropa limpia a mi padre, abandonado definitivamente por mama -el pobre no sospecha la razón- y voy camino de mi cita con mi fascinante amante.
Llevo el pulso acelerado porque adivino la sorpresa de hoy.
Ha dicho que iríamos al campo.
Durante unas semanas he visto como leía revistas de perros y, por la calle como los miraba y después me miraba a mi como sopesando algo.
FIN