Capítulo 1

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Lesbosumisión I: Jugando con Eva

Hace unos meses me encontré con Eva, una amiga de mi juventud. Hacía años que no la veía y la verdad es que me alegré mucho de encontrarme con ella, por que me hizo rejuvenecer, recordar tiempos pasados.

Mi nombre es Lucía. Tengo veintiocho años, casada y con un hijo de cinco. Felizmente casada, a pesar de lo que puedan pensar al leer esta historia.

Soy morena, de 1,65 de alto y 62 kilos de peso.

Mi marido goza de una buena posición social y ello me ha permitido, una vez que mi hijo está en el colegio, disfrutar de las mañanas a mi antojo. Al principio me aburría, pero luego empecé a salir de compras, a tener ideas.

Me encontré con Eva esa mañana. Me pareció reconocerla cuando giró levemente su cara, aquella nariz pequeña, aquella mandíbula fuerte, aquellas orejillas coloradas por el frío de enero.

Luego aceleré el paso y recibí una cara de sorpresa al pronunciar con suavidad su nombre en su hombro con tono interrogativo. Nos saludamos cariñosamente y tras hacernos las preguntas de rigor nos fuimos a tomar un café juntas.

Nos hicimos muchas preguntas, nos pusimos al tanto de todo. Eva no se había casado. Al preguntárselo me respondió con una sonrisa burlona.

Ni novios ni nada. Me sorprendió, pues con su porte y su personalidad era extraño. Pensé en ello durante toda la tarde.

Eva era una rubia que seguía llevando el pelo corto como hacía 12 años. Algunas arrugas surcaban su cara, pero no había cambiado esa expresión seria, esos ojos gatunos, garzos que te helaban al mirarte o te hacían derretirse de calor, con sólo entornarlos un poquito. Me fijé que seguía siendo elegante, delgada, guapa.

Me llamó la atención su forma de vestir. Debajo de un abrigo carísimo vestía unos pantalones vaqueros muy gastados, deshilachados, unas botas camperas en idénticas condiciones y un suéter sin camisa debajo.

Esta ropa dejaba adivinar que no parecía tener los problemas que yo ya había superado para no perder la forma, especialmente después del embarazo. Afortunadamente ahora tengo mucho tiempo para dedicarme a mí.

Eva me pareció tan cálida que a los pocos días, al tener la primera discusión con mi marido la llamé para desahogarme.

Quedamos en un bar. Le conté lo sucedido. La verdad es que toda la culpa de lo sucedido se debió a mí, a mi estado de nervios. Eva me lo explicó con claridad. Mi vida era una vida sin sentido, sin problemas, sin vivencia.

Debería llenarla de alguna manera. Eva fue comprensiva y cariñosa. Todo el día duró la sensación agradable de su mano sobre la palma de la mía y su voz dulcificada se me evocaba constantemente junto a los ojos azules y sus labios que al hablar se arrugaban.

Llamé a Eva para hablar nuevamente con ella. Quería agradecerle sus consejos y que me siguiera aconsejando. Yo no soy persona de pertenecer a asociaciones ni nada de eso.

Tengo una cultura muy mediocre aunque ha mejorado mi educación y no tengo mucha inteligencia. Eva en cambio lo poseía todo. Me dejó helada cuando me dio su punto de vista, ya que además, demostró ser muy liberal.

-Bueno, Lucía. Las señoras como tú lo que suelen hacer, una vez que me cuentas que tu marido está siempre ocupadísimo, es echarse un amante.-

-Eva. Eso es impensable. Soy incapaz de traicionar a mi marido. No sería capaz.-

-No me negarás que hacer algo prohibido te llenaría. Te conozco demasiado bien. No creo que tu aburguesamiento haya calado tan hondo en ti. Siempre has sido una chica de barrio a la que le ha atraído robar en las tiendas…-

Me avergoncé con sólo pensar en aquel suceso. Era cierto lo que decía. Aún entonces me intento escabullir de los comercios sin pagar, a pesar de que me sobra el dinero.

-Pero ¿Qué puedo hacer «prohibido» que no constituya una traición a mi marido?.-

Eva me miró con ojos acaramelados.- Mira querida. Yo no sé como lo ves. Nunca has sido fiel a tus novios. Eres fiel a tu marido pues quizás por el dinero, por la seguridad. Por algo de eso. –

Eva me volvió a mirar con frialdad y estudiaba mis reacciones. Siguió hablando. – Yo te puedo proponer unas experiencias que calmarán esos nervios que tienes. Serán unas terapias muy relajantes.- Eva sonrió con ironía.- Lo que si quiero que comprendas es que si estás dispuesta a participar, debes por lo menos cooperar de una forma positiva.-

-Pero ¿Qué tipo de experiencias son?.-

– Algunos las catalogan como una forma de sexo. Yo creo que el sexo es un componente, aunque puede llegar a ser secundario. Evidentemente, lo que no hay es amor, por lo que no se si tu sentirías que traicionas a tu marido. Yo creo que no. Es simplemente una terapia psico-somática.-

– No sé, tal como me lo explicas me parece interesante.-

– Lo único que tienes que hacer es ser obediente. Dócil y obediente.- Miré a Eva y una expresión horriblemente seductora me estremeció. Sentí un sopor en la nuca y un cosquilleo en los muslos y mi vientre. Eva seguía convenciéndome.

– Te aseguro, Julia, que será muy gratificante y no te arrepentirás.-

– ¿Qué son? ¿Masajes?.- Le dije pecando de ingenua.

Eva sortó una carcajada –Sí, bueno, es mas completo. Son masajes. Y también es como una sesión de aerobics. Yo soy la monitora y te digo que tienes que hacer esto o lo otro.- Siguió riendo.- ¡Sinceramente, Eva, no se si serás capaz!.-

Eva sabía que al decir esto le diría inmediatamente que era capaz de cualquier cosa, como así fue. Ya os digo que no soy muy inteligente, y sí muy impetuosa y orgullosa. Acepté. Y Eva aprovechó para quedar para una mañana de un día laborable. Dejaría al niño en el colegio e iríamos a su casa a iniciar aquellas sesiones que me dejarían «como nueva».

– Primera sesión: La criada desobediente –

Me duché aquella mañana antes de llevar al chico al colegio. Fui frotando cada parte de mi cuerpo. Mi cuerpo no era el que exhibía en los vestuarios del instituto hacía doce años.

Aquel cuerpo que se turbaba al pasearse en ropa interior delante de sus compañeras. Aquel cuerpo que se estremecía al sentirse observado por unos ojos azules que disimulaban cuando la miraba.

Uno de los motivos por los que acudía a la cita era el saber si había superado esa sensación de mi juventud, pues incomprensiblemente, a pesar de todo, me sentaba junto a aquella rubia de ojos azules, con cuyos muslos se rozaban los míos, húmedo spor la ducha, mientras nos vestíamos para ir a la clase siguiente. Siempre quise aclararme a mí mismo que era lo que había sentido con Eva durante aquellos años.

Mi cuerpo ahora no es, como digo, el de los dieciséis años. Estoy más rellenita. Mis pechos se han terminado de desarrollar y a pesar de tener un hijo, son hermosos.

Mi cintura es estrecha y mi vientre es plano.

Soy mucho más mujer. Soy una «hembra sabrosa», como me repite mi marido mientras me seduce con sus manos, que me abrazan con fuerza, que recorren mi piel con seguridad. Mis labios son gordos. Sensuales.

Mis ojos son muy oscuros y grandes, como mis pezones, que ahora estaban arrugados por el agua y excitados mientras me colocaba aquellas bragas blancas y transparente, escotadas y con encajes en la zona donde aparecía mi sexo cubierto por mis bellos recortados, con encajes, que me ponía obedeciendo a no sé que premonición.

Para ponerse unas bragas así, evidentemente, una tiene que estar depilada, con las ingles cuidadas y ya, se pinta una las uñas de los pies, y las de las manos y se pone una unos pendientes caros, aunque discretos, y esta pulsera de oro que me regaló mi marido al hacer cinco años y aquel collar.

Me vestí con una falda negra que me llegaba a la rodilla, algo ajustada y un suéter que se pegaba a mi cuerpo dejando adivinar mis senos firmes y generosos.

Con mi coche me dirigí a dejar al niño al colegio y luego, directa a casa de Eva, que vivía en un piso décimo de un edificio de quince plantas.

Era un edificio de las afueras, junto a un hipermercado. Un bloque que parecía haber venido un poco a menos en cuanto a su aspecto y a su vecindario.

El portero automático tenía un ruido de fondo, la entrada estaba sucia y el ascensor lleno de pintadas. Quizás me había pasado en mi indumentaria.

Eva me esperaba en la puerta. Iba vestida con unos panties, de esos que llaman culottes, negros y un suéter, como el mío, también negro.

Era como si una capa de ropa cubriera su desnudez, realzada por su delgadez, y altura. Lo único que rompía la monotonía eran aquellas botas camperas. Me besó en la cara y me invitó a entrar.

-Bueno, querida. Veo que te has decidido.- Y después de mirarme un rato prosiguió.- Lo que ocurre es que, como suponía, no vas correctamente vestida. Anda, ponte esas cosas que te he puesto en el sofá.-

Me dirigí hacia el sofá y vi lo que Eva me ofrecía para vestirme. Era un culotte como el suyo, pero de colores muy vivos, que atravesaban mis piernas en sentido horizontal.

Me quité los zapatos y metí la pierna, sin quitarme la falda. Aquella turbación de mi juventud me venía de nuevo.

Eva me miraba, aunque esta vez descaradamente, como si tuviera algún derecho sobre mí. Aquella forma de mirarme me puso tan nerviosa que no daba pié con bola y entonces, sentí aquella voz que siendo de Eva, era tan distinta a la suya habitual.

– Lo mejor es que te quites la falda.-

Era una voz autoritaria, seca, cortante y que no podía dejar de obedecer. Me dí la vuelta para proteger mi sexo de su mirada, aunque sentía un frío glacial en mis nalgas que atribuía a su mirada. Los panties entraron al fin y mis nalgas quedaron a salvo de su mirada.

Eran unos panties que me estaban un poco largos y un poco estrechos. Debían de ser de ella. Me fui a poner aquel corpiño negro de seda suave y brillante, pero Eva me dijo que el suéter que llevaba me iba bien.

Eva me extendió un trapo y un bote de cera y me dijo con aires despóticos.- ¡Tienes que sacar brillo al piso!.-

No me lo podía creer. Me quedé mirando el trapo sin saber que hacer. Eva volvió a dirigirse a mí, ya sentada en un sillón que era el centro de un amplio salón vacío de muebles.- Es sencillo. Te pones de rodilla, mojas el trapo en cera y te pones a restregar el trapo contra el suelo. Tiene dos funciones. Primero, haces ejercicio, segundo, te rebaja los humos y tercero… No pensarías que las sesiones son gratis.- Y Eva se rió sonoramente mientras yo me ponía colorada de vergüenza y rabia, pero me puse de rodillas y comencé a frotar el suelo.

Sentía moverse mi trasero delante de la mirada descarada de Eva, que relajada en su sillón mantenía las piernas abiertas mientras se bebía un zumo de esos de 200cl, con una pajita. Era realmente cansino y me tuvo así tres cuartos de hora. No me atrevía ni a levantar la cabeza.

Eva se puso de pié y se dirigió hacia mi. Puso sus botas camperas delante de mí y oí como me ordenaba. –Límpialas.-

Me quedé mirándolas y recibí de nuevo sus órdenes.- ¡No me has oído! ¿A qué coño esperas? ¡Limpialas!.-

Me chocaba mucho todo aquello. Me casé con mi marido por su educación, entre otras cosas, por la dulzura con que me trataba. Ahora permitía que aquella lejana amiga me diera órdenes de mala forma y aquello, curiosamente, me disgustaba y me atraía. Froté las botas de Eva con el trapo embarduñado de cera.

Al cabo del rato, sentí caer las botas vacías de Eva junto al sillón y a ella dirigirse hasta mí, descalza lurgo me invitó a hacer algo que nunca me había planteado hacer.- ¡Vamos! ¡Lámeme los pies!.-

Seguí limpiando sin hacerle caso, aunque sentía la sangre en mi cabeza. Me volvió a ordenar aunque yo, sin rechistar, no obedeciera. Eva parecía desistir (qué poco la conocía) y se sentó de nuevo, y yo sentí un gran alivio.

Pero mi alivio duró poco. AL acabar el salón, sentí a Eva decirme.-¡ Por hoy no hay más tareas! ¡Ven!.-

Me dirigí a ella un poco desafiante, y Eva se sonrió con picardía. Luego me dijo con voz inquisidora.-¡Eres un poco chula! ¿No?.-

Eva acercó su boca a la mía peligrosamente. Yo me quedé helada, pero no supe reaccionar. Me quedé esperando sus tiernos labios e incluso cerré los labios y abrí mi boca al sentir su aliento cerca de mí. Sentí una mano alrededor de mi cuello y como me cogía la mía con su otra mano.

De repente, toda la dulzura se volvió brusquedad. De un fuerte tirón a la mano me dio la vuelta y torció mi brazo. Fui dirigida hacia una pared blanca y vacía, inmovilizada por el brazo y guiada por la mano que me asía de la nuca.

Sentí la áspera y casi cortante textura del gotelé de la pared en mi piel. Eva me sostenía con fuerza. Me quitó la mano de la nuca. Yo intentaba inútilmente separarme de la pared con la otra mano. Se me ocurrió utilizar las piernas pero Eva me bajó el culotte hasta la altura de las rodillas. Me sentía atrapada de piernas y mis movimientos me desequilibraban.

Eva supo como cortar cualquier intento de seguir luchando. Sentí su mano en mi sexo. Me apretaba con fuerza. Aquello hizo que me quedara quieta, sobre todo cuando la sentí decirme, con los dientes apretados.- ¡Quédate quieta!.-

La obedecí y me quedé quietecita mientras apartaba su mano de mi sexo para acariciarme las nalgas. Tiró de mi brazo doblado hacia arriba y mi vientre rozó con la pared. Entonces sentí un manotazo sobre mis nalgas. Un zasss que me hizo sentir un dolor intenso en las nalgas.

Y luego otro azote. Dejé escapar un quejido de dolor y otro al tercer azote. Entre azote y azote sentía mis nalgas calientes. Eva prosiguió azotando hasta que me arrancó un llanto de dolor. Las lágrimas asomaron en mis mejillas. Finalmente Eva me insinuó que le pidiera perdón por haberla ofendido. -¡Pídeme perdón por rechazarme!.-

-Perdón.-

-¡Así no! ¡De rodillas!.-

Me resistí a hacerlo, pero un nuevo azote me sacó de dudas y me puse de rodillas delante de ella. Podía ver frente a mí, si levantaba la mirada, su vientre, pero miraba hacia abajo.

– ¡Pon la cara en el suelo!.- Obedecí nuevamente a Eva.-¡Y ahora, bésame los pies!.-

Puse mi boca en el empeine de sus pies y comencé a besarlos. Tenía las uñas pintadas de color blanco y poco a poco mi boca acabó besando aquellos deditos. Eva movía el pié y los ponía delante de mi boca según deseara que le besara un pié u otro y una parte u otra del pié.

Sentía el otro pié sobre mi cabeza y mi cuello, obligándome a mantener mi boca muy pegada a su pié. Entonces levantó uno de ellos apoyándolo sobre el tacón, y yo, comencé a lamer la parte de debajo de sus dedos, que ahora me los ofrecía, dando unos lenguetazos largos.

-¡Métete el gordo en la boca!.- La obedecí y lamí su dedo gordo como si de un minúsculo pene se tratara durante un minuto.

Eva estaba disfrutando. Con voz triunfadora me dio mi primera lección. -¡Me lamerás cuando y donde yo te diga! ¿Me oyes? ¡Debes de ser agradecida!.- Tras decirme esto, me tomó del pelo y me levantó. Me llevó hasta el sofá cogida del pelo, obligándome a seguirla de medio lado y me ordenó que me tumbara en el sillón.

-Tienes las nalgas coloradas. ¿Te duele?.- Me dijo mientras sentía su dedo pasarme como si hubiera tomado el duro sol de agosto.-Un..Un poco.- Le dije tímidamente.

Empecé a sentir una sensación fresca y agradable en mi dolorido trasero. Eva me frotaba ahora una crema con suma delicadeza. Sentía como me reconfortaban las manos que antes me habían producido tanto dolor.

Me metió las bragas entre mis nalgas azotadas tirando de ellas hacia arriba y sentí sus manos que se deslizaban entre mis muslos. Sentí que el calor de mis nalgas se mitigaba, pero se extendía otro desde el vientre hacia mis muslos y mi sexo. Me temía lo peor y me sentía incapaz de reaccionar, incapaz de separar mis brazos de mis pechos, de darme la vuelta.

Eva acababa de extenderme la crema cuando de nuevo, con aquella voz triunfadora se dirigió a mí. –Como ves, en realidad, el sexo no tiene por que ser lo principal en nuestras sesiones, aunque yo creo que te vendría muy bien. Te veo muy tensa.- Pasó de nuevo sus manos por mis muslos y mis nalgas, peroesta vez lo hizo de una forma diferente, de una forma que me excitó mucho.

-No te hagas ilusiones, Lucía.- Me dijo mientras extendía mi ropa para que me vistiera y me marchara, y tras darse la vuelta me dijo -Hoy no tendrás sexo conmigo. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!.-

Me sentí avergonzada, humillada y juré mientras salía del piso sin despedirme de Eva, sin ni siquiera darme la vuelta para mirarla, que no la volvería a ver, pero esa noche, mientras hacía el amor con mi marido, y él me acariciaba las nalgas,, me acordaba de Eva y me sentía tremendamente excitada.

Y cuando mantuve el prepucio de mi marido en mis labios durante unos instantes, no se me apartaba de la memoria la sensación de lamer aquel chupete de dedo gordo del pie de Eva. La combinación del recuerdo de la experiencia con Eva y hacer el amor con mi marido fueron una mezcla explosiva.

Me sentía un poco que había traicionado a mi marido y no entendía por qué, ya que realmente no había habido nada en mi encuentro con Eva que pudiera tacharse de traición.

Tal vez debía de contarle todo a mi marido, pero después de intentarlo un par de veces, sencillamente no me atreví. Fue entonces cuando me dío cuenta de que en el fondo me había gustado no pertenecerle del todo, que me sentía más libre perteneciendo un poco a Eva.

Eva tenía razón. Lo importante de aquellas sesiones no era ni los sentimientos ni siquiera el sexo. Había habido muy poco sexo en mi primer encuentro.

Lo importante era pertenecer al menos durante un par de horas al día a otra persona, como forma de no pertenecer a mi esposo.

Para mí, aquellas reuniones con Eva debían de ser algo así como unas sesiones de masajes, como ir al psicólogo o al gimnasio. Claro, que con un poco de más picante.

Llamé a Eva al cabo de unos días, para preguntarle si había visto por su casa un pañuelo de seda que llevaba en el cuello el día que fui a visitarla. Eva no se acordaba de habérmelo visto. Realmente no lo llevaba. Yo lo sabía de sobra, y Eva también y ambas entendimos que la había llamado para quedar de nuevo.

-Lo siento cariño, voy a estar ocupada estos días.- Me dijo, haciéndose la interesante.

-Pero…-

-Es que verás, Lucía. Si no estás dispuesta a cooperar y a seguir todas mis indicaciones….Es decir, si no estás dispuesta a obedecer, no me merece la pena. ¿Comprendes?.-

-Es que estaría dispuesta a obedecer.-

-¿Seguro?.-

Pensé un poco antes de responder. La verdad es que en ese momento no estaba segura de estar dispuesta, pero necesitaba verla, así que le respondí de la manera más convincente que pude. -¡Seguro!.-

– segunda sesión: Derritiendo un polo –

Mientras me dirigía a casa de Eva, después de dejar al chico en el colegio recordaba que Eva siempre había sido muy pegona, en realidad.

Si aprobabas un examen, siempre venía Eva a darte un azotito en el culo. Si gastabas una broma, si contabas un chiste…¡Toma! ¡Un azote en el culo!. Jamás sospeche que las auténticas razones de esos azotes cariñosos escondían un deseo por señorearse de mis nalgas, de enrojecerlas y de luego cubrirlas con crema balsámica.

Eva me esperaba en la puerta, como el día anterior. Iba vestida con unos pantalones vaqueros ajustados, muy ajustados, sus botas vaqueras y una camiseta debajo de la cual no llevaba nada. Estaba desarreglada, es decir, ni pintada, ni peinada. Al llegar frente a la puerta me besó en la cara, pero tras cerrar la puerta, su hospitalidad cambió bruscamente y aparecieron nuevas exigencias. -¡Dame un beso!.-

La besé en el carrillo. No pareció conforme. -¡Ahí no! ¡En la boca!.-

Eva se dio cuenta, como creo que sospechaba, de que aquel «obedecer sin condiciones» sí tenía condiciones. -¡Dame tu abrigo! ¡Anda!.-

Me fui a quitar el abrigo, convencida de que quería colgarlo en la percha, pero cuando sacaba ambas manos por las mangas, la vi hacer un movimiento brusco, y girando la cintura, recibí en el carrillo de mi cara una bofetada sonora. No pude reprimir un quejido.- ¡Ay!.-

La miré a la cara, primero sorprendida y luego llena de odio. Encontré su mirada gélida y luego, mirándome con unos ojos que me derretían abrió de nuevo su boca –Da-me-un-be-so.- Me dijo despacio, mientras mantenía mi barbilla en su mano, apretándome con los dedos..

Fue ella la que vino hacia mí, y fueron sus labios los que se fundieron con los míos. Los encontré tiernos, cálidos, suaves. Abrí mi boca y sentí como me introducía su lengua y extendí mi lengua para establecer una simbiosis. Eva introducía su lengua cuanto podía y sentía mi boca penetrada por aquel cuerpo extraño.

Entonces la sentí golpear de nuevo mis nalgas, como en el día anterior, pero con mucha menos fuerza, sin dolerme, simplemente para recordarme que ella había azotado mis nalgas una vez que podría hacerlo de nuevo si le antojaba, y finalmente sus manos se pararon y subiendo poco a poco mi falda, empezaron a recorrer mi piel, disputándose el espacio con la tela de mis bragas, que se retiraban derrotadas ante la avidez de aquellas manos frías y suaves, y me hacían recordar que aparte de causarme dolor, aquellas manos eran capaz de mitigármelo, e incluso de causarme placer.

Eva dejó de besarme para lamer las marcas coloradas que sus dedos habían dejado en mis mejillas y después volvió a besarme apasionadamente.

Yo ya no deseaba separarme de aquella boca, aunque me costara respirar. Pero Eva tenía ya un plan preconcebido para aquel día. –Cariño, hoy no te vas a poner pantis, pero ahí tienes unos calentadores. Quítate la falda y el suéter y ponte esto.- Me dijo extendiendo un corpiño tan escotado y ajustado que de hecho, el sujetador se me veía por en medio y realmente se me hacía innecesario.

Aquellos calentadores eran como unas mangas de unos panties. Eran unos tubos de lana que se metían en cada pierna y que llegaban un poco más arriba de las rodillas. Desde mi ombligo hasta los muslos, la única ropa que llevaba eran unas bragas lisas, blancas, algo escotadas. Eva me miraba mientras me vestía y al fin me dijo. –Cariño, esas braguitas que llevas no te favorecen. Deberías ir más moderna. Bueno, ya solucionaremos eso.-

Me llevó hasta la cocina. Allí había una pila de platos que lavar. Los lavé mientras ella se sentaba en una silla detrás de mí, mirándome. Cuando acabé, me dí la y simplemente dije -¡Ya está!.-

-¡Muy bien! Veo que no has perdido la práctica a pesar de tener chica de servicio. Ahora, veremos a ver que tal se te da la ropa.-

Eva me trajo un barreño con seis bragas. –Lávalas.-

Llené el barreño de agua y cogí un poco de jabón. Aquello me parecía ridículo, pues justo estaba lavando su ropa interior encima de la lavadora. Pero el hecho de estar tan cerca de sus bragas me hacían sentir cerca de su intimidad, de su sexo. No se por que me excitaba aquello. Me gustaba restregar especialmente la zona destinada a cubrir su sexo. Me parecía percibir el olor almizclado de su sexo.

Eva se dirigió a la nevera y sacó un polo. Desde luego, no era fecha para polos. Era un polo de naranja. Se puso a lamerlo y chupetearlo, y después de un rato la sentí a mi espalda invitándome a probarlo.-¿Quieres?.-

-Bueno.- Soy persona que de primeras siempre dice «Bueno». Eva introdujo el polo en mi boca sin soltarlo del palito. Yo lo lamí. Miraba el polo y miraba a Eva, para saber hasta qué punto quería que lo lamiera. Entonces Eva empezó con la parafernalia intelectual.-¿Sabes? ¿Te acuerdas de aquel libro que nos mandó leer el profe de psicología? ¿Era «El Mono Desnudo»? ¿De Desmond Morris? ¿Te acuerdas de aquella foto en la que aparecía una prostituta chupando un polo probando hasta que punto un símbolo fálico era un reclamo sexual?.-

Me acordaba y me daba cuenta de que me había tendido una trampa. Eva apartó el polo de mi boca y me dio una nueva orden. -¡Anda! ¡Quítate el sujetatetas!.-

Esa me parecía la forma más despreciable de llamar a un sostén y me avergonzaba que viniera de una mujer aquel comentario, pero no quería recibir un nuevo bofetón. Me lo quité como nosotras sabemos hacerlo. Solté el broche de atrás, encogí un hombro por aquí, otro por allí y dejé el sostén junto al barreño de bragas en remojo. Eva entre tanto había sacado unos cubitos de hielo que había dejado en un plato.

Eva se acercó a mí y sacó un pañuelo de seda azul del bolsillo de su vaquero. -¿Era este tu pañuelo? ¿EL pañuelo que buscabas el otro día?.-

– No. Creo que no.-

– Bueno, no te preocupes.- Me dijo mientras me tomaba ambas manos y me las ponía en la espalda. Eva estaba rozándose conmigo mientras sostenía mis manos detrás y entonces empecé a sentir la suave sensación de la seda alrededor de mis muñecas. Puse inconscientemente la mejilla sobre su hombro, sintiendo que me ataba y que estaba a su merced. Eva me ataba las muñecas con fuerza y cruzaba el pañuelo entre ambas para darle mayor consistencia a mi atadura. Luego se separó un poco de mí y me tomó la barbilla entre sus dedos. Me besó en la boca, aunque más que besarme, sus labios mordieron los míos como queriéndoselos llevar en su retirada.

Eva volvió a coger el polo y me lo dio a probar de nuevo. Lo chupé con los ojos cerrados, moviendo la cabeza lentamente a un lado y otro y abriendo mis ojos con lentitud para encontrarme con los suyos, azules, calculadores.

Eva entonces sacó el polo de mi boca y lo deslizó lentamente por mi barbilla y por un lado de mi cuello, manteniéndolo un rato en la base, produciéndome unos escalofríos que recorrían mi columna vertebral. Bajó el polo por el canal de mi pecho y lo metió en el corsé. El frío del polo sobre la suave piel de mis pechos me hacía tiritar. Eva manipulaba el polo dentro del corsé y sentía el frío glaciar en uno y otro pezón, arrugado por el dolor que me producía la fría sensación. Entonces Eva se dio cuenta de que el polo estaba a punto de chorrear .

Eva puso el polo en mi espalda y lo limpió en ella. Unas gotas frías recorrían mi columna vertebral, haciendo que mi espalda se tensara. Entonces Eva me desnudó un hombro y más aún, desnudó uno de mis pechos y tras frotarlo con el polo, ví su boca dirigirse directa a mi pezón.

Mi respiración se aceleró pero la verdad es que sentí un alivio al sentir sus labios relativamente calientes en mis pezones. Sus labios jugaban con ellos, compartiendo su rugosa textura y con su lengua, y los unos y la otra se disputaban el honor de restregar, de pellizcar de estirar de mis pezones.

Fue entonces, después de disfrutar de mi pecho, cuando Eva cogió los cubitos de hielo del plato y los colocó en mi corsé, disputándose con mis pechos el estrecho espacio y trasmitiéndome de forma permanente una frialdad que me provocaba un suave dolor, que sólo podía mitigar arqueando los hombros hacia delante para hacer espacio.

Eva entonces me dio la vuelta y me colocó mirando al barreño con sus bragas a medio limpiar. Sentí sus manos deslizarse por mis caderas desde la cintura hacia mis muslos, y llevarse con ella mis bragas. Sentí bajar sus manos por mis muslos hasta las rodillas y luego hasta los tobillos. –Así evitaremos que me des alguna coz.- Dijo al fín , mientras yo sentía mis piernas trabadas por las bragas a la altura de los tobillos.

Eva entonces me bajó los calentadores que cubrían mis piernas e introdujo el polo entre los muslos. Frotaba alternativamente un lado y otro, reservando la zona de en medio, la cubierta por pelo. Lo hizo repetidas veces y después sentí la particular dureza cuadrada del cubito de hielo que sostenido entre sus dedos me rozaba la parte baja de las nalgas. Sentí su frío cortante adentrarse entre ambos muslos y por fín, recorrer la piel de los labios exteriores de mi sexo, empapando el pelo que lo cubría, deslizándose hacia mi clítoris que salía entre mis labios por la presión de la mano de Eva, y sentía tropezar el hielo una y otras vez con mi crestita, enfriando superficialmente lo que más a dentro hervía de placer.

Eva tiró de su mano hacia ella y el cubito de hielo realizó un camino de retroceso, pero por la parte más corta. Lo sentí surcar mi sexo lentamente, introducirse levemente en mi interior, volver a salirse de mí para volver a introducirse. Aquel frío me hacía olvidarme de la sensación helada de mis pezones. Eva jugaba cruelmente con mi sexo y el hielo.

AL cabo de un rato, sentí el hielo deslizarse hacia detrás. Pensé que aquel iceberg había surcado todos los mares posibles pero me equivocaba, pues fue a hundirse entre mis nalgas. Pegué un respingo al sentirme profanada donde ni mi marido había osado llegar. Eva no se conformaba con mantener el hielo incrustado entre mis nalgas, sino que parecía querer ir más alla y hundirlo en el Hades. Al fín parecó desistir, por suerte o por desgracia.

Tras unos segundos de descanso, empecé a sentir de nuevo, y entre las nalgas, el polo. Eva, ayudada con el palo utilizaba el polo como una espada, como un pene que luchaba por hacerse paso entre mis nalgas. No pude resistir más y le supliqué.- ¡Eva! ¡Por favor! ¡No más!.-

Eva al sentirme desfallecer apretó un poco dándome a entender que cediera de verdad. Relajé mi esfinter y Eva introdujo el polo. Creo que sólo fueron un par de dedos.

Mi dulce torturadora tiró de mis caderas hacia ella. Estaba de rodillas detrás de mí, así que mi culo se abrió y sin miramientos, Eva hundió su cara entre mis nalgas. Agradecí su calor y suavidad, pero entonces sentí un cosquilleo húmedo y caliente en mi ano. Era la lengua de Eva que lamía los restos anaranjados del polo y de paso me procuraba una sensación desconocida para mí. Y mientras mordía mis nalgas y jugaba con mi ojete, no perdió el tiempo y tomó de nuevo el polo que colocó en mi raja. Justo en medio y al igual que había hecho en mi culo, hincó el falo glacial en mi sexo.

Sentía el hielo en mis pezones y dentro de mi vientre, dos o tres dedos tal vez, pero lo suficiente. Y por otra parte, el calor de su lengua en mis nalgas. Eva me follaba con el polo, sacándolo y metiéndolo mientras me comía el polo. Al fín, Eva soltó el polo y me dijo con voz autoritaria.- ¡Vamos a dejarnos de polos! ¡Ahora te voy a comer el coño! ¡Muñeca!.-

Aquella manera de decir las cosas, he de confesar que me ponía a cien. Yo debía de transmitirlo muy bien. No sé como. Quizás el polo entrara y saliera de mí con más facilidad, por que lo cierto es que Eva se dio cuenta de aquello.- ¿Ah sí? ¿Es que nunca te ha jodido una chica, no? ¡Pues ahora vas a ver como se come un buen coñito como el tuyo con todos sus pelitos!.-

Y cogiéndome de uno de los brazos, que tenía amarrado al otro por el pañuelo azul, y dando trompicones hasta que las bragas salieron de mis tobillos, me llevó hasta su dormitorio. Frente a mí estaba una enorme cama de matrimonio. Yo parecí entender que ese era nuestro destino, pero Eva entendió lo que pensaba y me dio un tirón del brazo. -¡Quieta, Calentorra! ¡Ese sitio es demasiado para ti! ¡Las zorritas no merecen otro sitio que este!.-

Eva me señaló una esterilla que tenía junto a la cama.

Me arrodillé primero en la esterilla y luego, después de sentarme en ella, me tumbé como pude, pues tenía las manos atadas con el pañuelo. Aún sentía el frío cortante del hielo junto a mi pecho en el corsé. Eva se puso frente a mí y acercó su cara a mi sexo, después de separarme las piernas bruscamente. Sentí como me separaba los labios de mi sexo y luego, us labios sobre mi clítoris, lamerlo primero despacio, y luego, dándole golpes con la lengua. Rozaba mi clítoris una y otra vez hasta que de pronto, lo sentí aprisionado entre sus labios. Eva estiraba con suavidad y lo meneaba a un lado y otro

Mi sexo entraba en calor. Se humedecía y mis flujos se mezclaban con el resto del polo de naranja. Eva hincó la cara entre mis muslos como antes lo había hecho entre mis nalgas. Sentí sus carrillos calientes entre mis muslos y su barbilla aprisionarme la parte posterior del sexo. Y su lengua caliente intentando penetrar en mi interior, lamiendo los rastros fríos del polo.

Entonces Eva puso sus manos a ambos lados de mis hombros, estirando sus brazos. Intentó bajarme el corpiño desnudando mis hombros y tirando de la prenda hacia ella pero no salía bien. Mis pechos se lo impedían. Eva dio un fuerte tirón y desgarró el corpiño. Fue para mi una liberación, pues dejé de sentir los hielos que rodaron por mis hombros y mis costillas, pero en su lugar encontré los dedos largos y elegantes de Eva, que me acariciaban los pezones y me los pellizcaban, deleitándose con el tacto rugoso producido por la sensación gélida de los hielos.

Sentir sus dedos pellizcarme los pezones mientras su lengua me lamía el sexo fue superior a todo intento de desinhibirme. Mi piernas, ahora flexionadas comenzaron a cerrarse y abrirse lentamente, acariciando las mejillas de Eva, intentando reprimir mi orgasmo pero finalmente, arqueé la espalda y después de varios suspiros, comencé a gemir placenteramente mientras Eva separaba mis labios para que su lengua me penetrara aún más.

Mientras sentía a mi cuerpo elevarse lentamente como impulsada por el aleteo lento y armónico de mis piernas

No me besó ni la besé. Quise hacerlo pero me lo prohibió. –No sería propio.- Me dijo. No debía sentir hacia ella amor. Simplemente debía obedecer y sentir agradecimiento. Había sido una sesión muy completa. Era mi primer día en muchos aspectos.
El primer muerdo con una mujer, la primera vez que me habían comido el culo, la primera vez que me habían atado, la primera vez que una mujer me comía el sexo, y desde luego, nunca antes como ella, la primera bofetada aguantada estoicamente y desde luego, la primera en muchos años.

Mientras iba a casa, recogía al chico del colegio y llegaba mi marido, me pasó algo parecido a la primera vez, en el sentido de que mis remordimientos pronto se convirtieron en una gran satisfacción y aquella noche hice el amor con mi marido de una manera especial.
No sé. Hay veces que una hace el amor y otras folla, por que le da más importancia al placer físico propio que a los sentimientos. Esa noche, yo por lo menos, lo que hice es follar como una loca.

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