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Lesbosumisión II: Jugando con Eva

Lesbosumisión II: Jugando con Eva

Conforme avanzaba la semana, aumentaban mis deseos por ver a Eva.

No habíamos quedado concretamente a ninguna hora, pero presentía que me esperaría la mañana del miércoles, como los otros días, así que después de dejar al chico en el colegio, nuevamente me dirigía hacia la casa de Eva, a jugar una partida que sabía y estaba deseando perder.

Eva me esperaba en la puerta del piso, como era su costumbre.

Pasé por delante de ella al interior del piso. Esperé a estar dentro y a que cerrara la puerta para saludarla sin formalismos.

Eva tomó mi boca con la suya. Entreabrí mis labios y entorné mis ojos y me abandoné momentáneamente a los caprichos de su lengua.

Fue un beso intenso y largo. Luego se dio la vuelta y me animó a que la siguiera.

Hoy Eva iba vestida con una falda corta y ajustada.

Llevaba aquellas botas camperas y un suéter, debajo del que no llevaba nada, pues sus pechos se movían con entera libertad.

Movía la cintura graciosamente y me hablaba mientras se dirigía hacia el salón.- Me has pillado casi en la ducha.-

Podía ver unas piernas de Eva largas y bien contorneadas, magníficamente depiladas.

Eva diría que acababa de salir de la ducha, pero lo cierto es que estaba perfectamente peinada. –Bueno, como o me llamaste para decir si vendrías no te puedo dedicar toda la mañana, así que hoy no me harás ninguna labor de la casa.-

En aquel momento pensé realmente que Eva no me esperaba y me decepcioné un poco. Le respondí.- Podías haber llamado tú.-

-¡Uy no, chica! ¡Aquí la interesada eres tú!.-

Eva me soltó aquello con ironía. Luego extendió delante de mí unas bragas muy indecentes. Eran unas bragas blancas, que se habían reducido a su mínima expresión.

Por delante, un minúsculo triángulo de encaje tapaba mi sexo y algo más. Si me ponía eso, el pelo del pubis me saldría a ambos lados.

Por detrás, una tira que sólo servía para mantener el triangulito de encaje delantero, pues no tapaba la más minúscula parte de las nalgas. -¡Mira lo que te he comprado! ¡Anda póntelas.- Me dijo tirándome las bragas a la cara, casi despreciativamente.

Cogí aquellas bragas con mis manos. Eran hermosas pero me daba apuro ponérmelas. Eva hizo un gesto de impaciencia.

No quería ser abofeteada de nuevo, así que me subí la falda. Eva me inquirió nuevamente. – ¡Nena! ¡Me gustaría ver como te queda, así que quítate la falda y las bragas y ponte estas braguitas!.-

Mientras me desnudaba me daba cuenta de cómo Eva conservaba la costumbre de mirarme, como hacía en los vestuarios del instituto, pero ahora lo hacía descaradamente.

Por mi parte, seguía sintiendo aquel sopor de mi juventud. Más aún. El quitarme las bragas y ponerme las que a ella se el antojaban me excitaba.

Eva me ordenó que me desnudara y que sólo me quedara con aquellos zapatos de tacón y esas minúsculas braguitas.

Aún recordaba en la piel de mis senos el frío de los hielos cuando paseaba así, sólo con las bragas puestas por delante de ella.

Eva me exigía movimientos más sensuales cada vez en mis andares y al final movía mis caderas exageradamente.

– Ahora vas a hacer algo por mí.- Me dijo mientras me miraba fijamente, sentada en aquel sillón que presidía el salón. – Me vas a preparar un café.-

Le preparé a Eva un café descafeinado de sobre. Busqué el azúcar y no lo encontré. Al preguntarle, Eva me indicó que trajera una lata de leche condensada que había en la nevera, y después de esto, le llevé el café.

Eva me dijo que me sentara. -¡Aquí no! ¡Tonta!.- Me dijo cuando fui a sentarme en una de las sillas. -¡Siéntate frente a mí en el suelo! ¡Y no de cualquier forma, sino como una señorita!.-

Me puse de rodillas y me dejé caer sobre las pantorrillas para luego echarme hacia un lado. El suelo estaba frío, pero no tanto como los cubitos de hielo.

Miré con curiosidad entre los muslos de Eva, dentro de la falda, pero no pude ver el color de sus bragas. Cerró las piernas rápida pero disimuladamente.

-¿Sabes? Siempre he deseado tener una gata. En cierta forma se parecen a ti. De repente desaparecen de la casa y cuando vuelven, vienen dóciles. Tú podrías ser mi gatita. ¿Qué te parece?.-

-Como tu quieras. Eva.-

-¡Como yo quiera, Eva, NO! ¡Como tu digas, Señora!.-

-Como Usted me diga, mi señora.-

-¡Pues venga! ¡Muévete por la casa! ¡A cuatro patas y maullando!.-

Comencé a maullar y a moverme despacio. Las rodillas me dolían y los zapatos de tacón no me ayudaban. –¡Miaaauuu! ¡Miaaauuu!.-

-¡Súbete a la mesa! ¡Los gatos lo hacen!.-

Iba obedeciendo cada capricho de Eva que se divertía observándome desde su sillón mientras se terminaba el café. –Estás aburrida, ¿No? ¿Quieres un poquito de leche?.- Me dijo alzando el bote de leche condensada.

Yo acepté con mi monótono maullar y acercándome a ella siempre a cuatro patas. Eva torció la lata y yo estiré el cuello para alcanzar el dulce chorrito que empezaba a caer.

Lo sentí caer entre mis labios espeso. Luego sentí su dulzor en mi boca y mi garganta. Eva movía la lata y el chorrito caía a un lado y otro de la boca, manchándomela.

-¡Ay! ¡Gatita sucia! ¡Ven aquí que te limpie el ocico!.- Eva me cogió la barbilla y me hizo incorpararme sobre mis rodillas. Me lamió la cara, limpiando el rastro de la leche condensada, pero luego pegó sus labios a los míos, quedando como sellados por el rastro espeso de la leche y su lengua buscó en la mía la dulzura recibida. Mientras me besaba sentí cómo ponía una mano sobre mi nuca y me agarraba del pelo, impidiendo que pudiera separarme, lo cual era inútil, ya que no deseaba que aquello acabara.

Sólo cuando puse mis manos sobre sus rodillas, Eva dejó de besarme. -¿Quién te ha dado permiso?.- Me dijo con el rostro muy serio.

-Bueno, las gatitas se rozan con sus amas para demostrar que son sus dueñas.-

– No tengo ganas de azotarte. ¡Rózate!.-

Me acerqué a las piernas de Eva y froté mis costados con ellas. Los frotaba como queriéndome arrascar.

Eva entonces cogió la lata de leche. Sentí caer el chorro de leche justo en el corvejón. Una parte de la leche derramada sobre mi cuerpo recorría un surco descendente hasta la mitad de mi espalda.

Un camino lento. Otra parte se deslizaba entre mis nalgas, mijaba mi ano y proseguía por la parte interior de mis muslos hacia las rodillas. Aquella sensación me recordaba mucho a la que se siente cuando el semen recorre tu piel.

Eva derramó un poco de leche sobre su rodilla. Yo adiviné lo que quería y la lamí repetidas veces, hasta hacerla desaparecer.

Después la derramó en la parte del muslo que no estaba cubierta por la falda. Lamí la suavidad de su piel. Después desabrochó un par de botones laterales de la falda y tiró de ella hacia arriba.

Eva estaba totalmente depilada. Me atrajo muchísimo la visión.

Deseaba estar cerca del sexo, verlo con detenimiento, pero no me hubiera atrevido a no ser porque ví deslizarse un hilo blanquecino por el bajo vientre de Eva, dirigirse hacia su sexo, hacia la cresta que asomaba entre los labios que rodeaban su sexo.

No me lo pensé dos veces y metí la cara entre lso muslos de Eva.

Sentí su calor en mis orejas, su suavidad en mis mejillas. Aquella crestita se movía impulsada por mi lengua, y mi paladar volvió a degustar el dulce sabor de la leche condensada.

Recorría con la lengua los huecos que había entre su clítoris y cada uno de los labios y luego lamía todo lo largo de aquellos labios.

Un olor fuerte me impresionó. ¿Olería yo misma de esa manera? El caso es que me gustaba lamerla, recorrer su sexo con mi lengua, ahora justo por el centro, buscando romper el sabor a leche condensada. Pronto recibí la humedad de su sexo.

Eva me agarró del pelo y me obligaba de nuevo a comerla, mientras me decía cosas que nunca me habían dicho y que de ninguna forma hubiera aguantado a nadie que no fuera ella .-¡Vamos! ¡Come, zorra! ¡Cómete este coñito!.-

Empecé a darme cuenta de la excitación de Eva cuando sentí los tacones de sus botas en mi cintura.

Movía sus caderas y arqueaba la espalda y me ofrecía a intervalos, su sexo, me lo incrustaba en la cara y se volvía a relajar. De repente, un quejido rompió su silencio, luego otro, de una forma acompasada.

Y otro más cada vez que su bajo vientre entraba en contacto con mi cara.

Y así hasta que los movimientos se hicieron tan bruscos, tan fuertes, que era casi un milagro que mi lengua impactara en medio de su sexo.

El olor de su sexo se hizo más fuerte aún y el sabor dulce de la leche condensada dio paso al del zumo de su sexo.

Eva fue dejando de moverse poco a poco. Me acariciaba la caballera como si yo realmente fuera un gato.

Yo me mantenía de rodillas, con los brazos extendidos y la cara sobre uno de sus muslos, lamiendo todo lo que se me ponía por delante y sintiendo detrás de su humedad, la suavidad desnuda de la piel de su vientre y de su sexo.

No me atrevía a mirarla aunque la sentía satisfecha.

Eva entonces decidió devolverme aquel favor.

Eva se levantó y anduvo unos pasos, luego me ordenó. -¡Ven aquí!.- Yo avancé hacia ella a cuatro pasos. Nuevamente estaba sobre una alfombra, más grande que aquella en la que me había tomado entre sus labios.

-Ahora te vas a tumbar boca arriba, para que tu dueña te pueda acariciar.- me tiré l suelo y me di la vuelta. Desde el suelo, Eva aparecía espléndida. Podía ver su sexo, su vientre y sus nalgas, al final de las largas piernas.

Eva se dio la vuelta y se colocó de nuevo entre mis piernas, de rodillas. Yo pensaba que me devolvería el servicio, y lo iba a hacer, pero de otra forma, como me aclaró.- La semana pasada te lo hice con la boca ¿No?. Hoy toca con estos.- Me dijo moviendo con rapidez los dedos de su mano levantada a la altura de su cara.

Eva acercó su pierna a mi sexo, tanto, que me clavó la rodilla entre las nalgas. Me tapé los pechos con los brazos, como si con ello pudiera evitar que Eva se hiciera dueña de ellos, como si al menos pudiera salvarlos de sus maliciosas caricias.

Por otra parte, en el fondo hubiera deseado tener las manos atadas a la espalda, como el día anterior, para no poder ofrecer resistencia alguna a su ímpetu amoroso.

Eva extendió la palma de la mano sobre mi sexo y metió dos de sus dedos entre cada labio y el clítoris, tomándolo así, sintiéndolo atenazado entre ambos.

Luego extendió el meñique el meñique y el índice y mis labios quedaron atenazados a su vez. La base de la palma de la mano se me clavaba en el sexo, como la rodilla entre las nalgas.

Sentía bajo mis brazos mis pezones excitados. Sentía humedecerse mi sexo, hincharse mi clítoris entre sus dedos.

Entonces Eva comenzó a mover sus dedos de arriba hacia abajo, estimulando todo mi sexo e hincando aún más la palma de su mano.

Luego, en su movimiento ascendente, sentía como desplazaba mi clítoris. Veía sus uñas y la yema de sus dedos aparecer en mi monte de Venus, entre mis vellos, para volver a desaparecer.

Eva siguió acariciándome así con una mano mientras colocaba la otra en mi muslo y poco a poco la sentía describir su trayectoria hacia su sexo, pero iba directa hacia mi raja. Pegué un respingo al sentir la presión de mi dedo justo en medio de mi sexo.

Me di cuenta de que pensaba introducirlo dentro de mí y comencé a revolverme. Extendí mis manos buscando su muñeca, para evitar que me penetrara, pero entonces Eva apretó sus dedos sobre mi clítoris y mis labios. Sentí un dolor que me hizo darme cuenta que a pesar de que no estaba atada, ella me dominaba.

-¡Espero no tener que atarte!.- Me dijo. Y luego, soltando mi sexo, cogió entre sus dedos un buen mechón de los pelos de mi sexo y tiró de ellos . Chillé y al mirar su mano ví que entre los dedos de su puño cerrado quedaban alguno de los pelos rizados que me había arrancado.

Al ver lo que era capaz de hacer Eva para conseguir mi colaboración, decidí hacerlo. Relajé mis muslos y entonces comencé a sentirme penetrar por aquellos dedos, desde lo más superficial hasta lo más profundo, lentamente, con suavidad.

Después del primer susto, empecé a sentir placer y comencé a mover mis caderas, a arquear mi espalda cada vez que Eva metía de nuevo aquel par de dedos después de sacarlos.

Mientras, la mano que me había arrancado los pelos volvía a manosear mi clítoris con insistencia y fuerza.

Eva comenzó a mover los dedos cada vez con más decisión, de adentro hacia fuera y viceversa, buscando mi placer, mi desmoronamiento.

Ahora yo puse mis brazos de nuevo sobre mis pechos, pero esta vez lo hacía con desenvolvimiento, poniendo la yema de mis dedos sobre mis pezones excitados y pellizcándome los con suavidad, mientras sentía como ahora Eva atenazaba mi clítoris entre sus dedos y los movía nerviosamente, mientras abandonaba los dedos de su otra mano dentro de mi sexo.

Al cabo del rato, ambas manos se movían de izquierda a derecha, una dentro y otra, sobre mi sexo y luego lo hicieron girando, rotando.

Yo gemía de placer de vez en cuando, cada vez que mi clítoris sufría un espasmo. Creo que me vinieron cinco, uno detrás de otro. No se si fueron orgasmos distintos o el mismo orgasmo.

Entonces Eva se concentró en introducir sus dedos dentro de mí. Lo hacía con fuerza, clavando en mi sexo los nudillos de los dedos que no me penetraban, mientras con la otra mano apretaba mi vientre, como para evitar que me escapara. La miré.

Tenía los boca apretada, las mandíbulas apretadas y un aspecto serio, pero de satisfacción. Al meter una vez más sus dedos, no pude aguantar más y comencé a correrme, ya sin poder evitar el movimiento exagerado de mis caderas y de mis nalgas, que se cerraban sobre la mano cuyos dedos me follaban.

Los movimientos de la mano eran cada vez más fuertes, casi violentos mientras mi cuerpo se desvanecía por la intensidad del orgasmo.

Eva sacó de mí todo lo que pudo. Me sentí desvanecerme al final, después de haber tenido un orgasmo fenomenal. Me quedé como desmayada y poco a poco fui perdiendo el sentido hasta quedar dormida, mientras sentía la lengua de Eva lamerme superficialmente, sin más pretensiones que saborear el zumo de mi sexo.

Cuando me desperté, Eva se había marchado. Me había dejado sola en su casa, desnuda sobre la alfombra. Pensé que lo había hecho para no romper bruscamente con la excitante experiencia que acababa de vivir.

Miré el reloj. Eran las doce y media. Había dormido al menos durante hora y media. Sentía frío y me vestí.

Pensé en ir a buscar directamente a mi hijo a la salida del colegio. Aún quedaba una hora.

No pude evitar curiosear en casa de mi amiga. Busqué alguna foto que delatara una antigua relación sentimental. No encontré nada más que un puñado de fotos muy excitantes, en las que varias chicas se divertían primero, hasta que en una de ellas, aparecía Eva, entre otras, desnudando a una rubia bellísima.

Me fui sin sentir los remordimientos de los dos días anteriores. Al ver a mi hijo me sacudió una inmensa sensación de amor. Hacía tiempo que no me sentía tan madre. La verdad es que creo que me convenía la “bajada de humos” a la que Eva me estaba sometiendo.

Llamé a Eva conforme avanzaba la semana para confirmar mi próximo encuentro. Eva me indicó que no habría problema. – He comprado unas cositas para que juguemos el próximo día.- Me dijo

– ¿El qué? ¿Unas bragas?.-

– ¡Uh! ¡Qué va! No tienes ni idea.-

-¡Anda! ¡Dímelo!.-

– Ya lo verás cuando vengas. Te va a gustar mucho. Mucho, mucho, mucho.-

-¡Dímelo!.-

Eva me colgó sin contemplaciones. Yo esperaba impaciente la llegada del día y la hora.

Aquella mañana me duché y me perfumé como cuando quedaba con mi marido de novios y sabía que íbamos a hacer el amor. Estaba deseando dejar al niño a la puerta del colegio para ir a casa de Eva a sentirme humillada y follada.

Eva me esperaba en la puerta, y como de costumbre, tras pasar el umbral, nos entregamos a un más apasionado que acaramelado beso. Después, como el día anterior, Eva me condujo al interior del salón.. Luego comenzó la sesión .-Hoy no te vas a poner nada. Desnúdate enteramente.-

Me fui quitando las prendas exteriores y luego las interiores hasta quedarme desnuda. Volví a sentir aquel rubor que sentía en mi juventud, aunque ahora sabía que el motivo no era otro que el presentir la proximidad de un nuevo rato de humillación y placer.

Eva vestía como el día anterior, con una falda corta y ajustada, sin medias y un suéter negro, debajo del que los pechos se movían libremente.

Cuando acabé de desnudarme, miré a Eva que traía en una bolsa objetos que parecían comprados en una pajarería.

Eva fue extendiendo en la mesa baja frente a su sillón los objetos que había comprado para mí. En primer lugar sacó un collar de pasear de un perro, luego una cadena de paseo y más tarde una zanahoria de goma.

Era un juguete canino que simulaba ser una zanahoria. Medía unos trece centímetros sin las hojas y tenía forma de cono estilizado de punta roma formado por aros concéntricos. Una cosa así como el muñeco de los neumáticos “michelín”. Era de un color naranja muy vivo.

-Hoy vamos a jugar a la perrita. Sí, hoy serás mi perrita. ¿Sabes? Siempre he deseado tener una perrita en casa, pero no tengo tiempo para sacarla.-

Eva avanzó hacia mí. Me sentía inferior a ella estando desnuda. Tal vez por eso consentí en que me pusiera el collar de perro alrededor del cuello.

Aquello no me ahogaba, pero no me era cómodo y me toqué para que tal vez girándolo un poco me molestara menos. Antes de que me diera cuenta, Eva enganchó la correa de paseo al collar y tiraba de mí para llevarme a un lado y otro del salón y de una habitación a otra. Lo hacía regañándome como si fuera un perro realmente. – ¡Venga! ¡Sombra! ¡No te pares! ¡Vamos!.-

Eva tiraba de la cadena sin importarle que en cada tirón mi cuerpo se echaba hacia delante. Aquellos tirones provocaban que me tambaleara de un lado a otro como si de verdad fuera una perra que no fuera consciente de mi forma de andar. -¡Anda! ¡Cuando llegues a casa te voy a dar la zanahoria para que juegues! ¡Vamos!.-

Yo puse mi mano sobre la cadena para evitar que Eva me diera aquellos tirones. En verdad intentaba compensar los tirones con las dos manos y lo conseguí, aunque no podía evitar que ella dirigiera caprichosamente el destino de nuestros paseos. Recorrimos cada habitación.

Al llegar al servicio, Eva se quedó pensativa y después subió la tapa del retrete y me ordenó – ¡Mea ahí!.-

Esa orden era demasiado, pero Eva tiró de la cadena y yo no tuve más opción que ponerme agachada, sin llegar a sentarme sobre el inodoro.

Eva se colocó detrás de mí. No me salía el pipí. Estuve un rato hasta que finalmente solté un chorrito. Me sentí realmente avergonzada y humillada pues estaba segura que Eva no se había perdido detalle.-¡Hala! ¡Ya podemos ir a casa!.-

Volvimos a la cocina. Eva sacó un recipiente que llenó de leche y lo puso en el suelo.- ¡Venga, bébete tu leche!.- Me puse de rodillas y luego a cuatro patas y metí los morros en el recipiente, absorbí la leche, no sin mancharme los morros de leche y luego, ante su insistencia, comencé a lamer los laterales y el fondo del recipiente, dejándolo limpio, como si de verdad tuviera una glotonería canina. Me apartaba el pelo de la cara para que no se manchara de leche.

-¡Eres una perrita obediente, aunque un poco testadura!.- Me llevó de vuelta al salón y estando las dos de pié junto a la mea, Eva cogió la zanahoria y me la puso en la boca. Yo la tomé de lado, por la mitad y Eva se sentó en el sillón. Seguía enganchada del cuello por aquella cadena que ahora Eva enganchaba a la pata del sillón, lo que me obligaba a estar sentada en el suelo. -¡Tumbate a mis piés.- Me tumbé a los pies de Eva y ella puso los tacones de sus botas camperas sobre mis costillas. Yo no podía soltar la zanahoria de la boca, pues me lo había ordenado así.

Estuve así un rato hasta que finalmente, Eva me sugirió que hiciera algo .-¿Has visto que los perros cuando quieren demostrar cariño a sus amos hacen movimientos masturbatorios? Sí. Se alzan de arriba y comienzan a moverse como si estuvieran copulando. Tú deberías mostrarme tu cariño.-

Y al decir esto cogió de nuevo la cadena que estaba unida a mi collar y tirando de ella me obligó a sentarme sobre su muslo. Yo entonces comencé a interpretar sus deseos y empecé a restregar mi sexo contra su muslo, lentamente, con parsimonia. Pero Eva quería mucho más. -¡Quiero que te masturbes contra mí.-

Al decirme esto comencé a buscar el contacto total, a buscar el roce de mi sexo con sus muslos. Puse mis manos sobre su muslo y los sentí fuertes y delgados a la vez.

Todo mi sexo, desde el clítoris hasta la parte baja de mis nalgas estaban restregándose con su muslo y Eva tiraba de mi cuello hacia ella hasta conseguir besarme los labios y luego obligarme a posar mi cabeza sobre su hombro.

Tiraba con fuerza. Sentí su mano manosearme los pechos. Adiviné que Eva apreciaba mi excitación por la textura de mis pezones, que sobaba una y otra vez.

Luché por producirme un orgasmo frotando mi sexo contra su sexo y empecé a notar una sensación húmeda, entre nosotras, fruto del rastro que dejaban mis flujos en su piel y finalmente sentí un fugaz orgasmo que exageré con pequeños gemidos de placer, tras dejar caer la zanahoria de mi boca.

Después comencé a besuquear su cuello, que olía a perfume femenino, tan distinto al de mi marido, en aquel cuello delgado, de cisne.

-Vaya, vaya. ¡Qué perrita más cariñosa!.- Dijo al fín, sacudiendo sus muslos para obligarme a saltar de encima de ella. –Me has puesto muy caliente.- Decía mientras se desabrochaba la falda como el día anterior. Ví de nuevo la desnuda piel de su sexo, sin pelo.

Eva cogió la zanahoria y la colocó entre sus muslos. La sostenía con fuerza y solamente asomaba de ellos la parte superior, compuesta por un par de aros superpuestos. Tiró de mi cadena y llevó mi boca hasta sus muslos y me indicó lo que debía hacer.

-¡Chúpala! ¡Perra caliente!.- Puse mi cara en sus muslos y lamí aquel trozo de goma como si le estuviera chupando el prepucio a mi marido. Tenía la frente en su vientre y mis mejillas sentían el calor de sus muslos y una de ellas, la humedad de mis flujos recientemente derramados. Mi nariz se hundía entre sus muslos y podía percibir el olor del almizcle delicioso de su sexo.

Chupe aquel trozo de goma naranja lentamente una y otra vez hasta que Eva abrió sus piernas y la zanahoria se tumbó. Ante mí de nuevo se me ofrecía aquel sexo, pero esta vez Eva sacó cada pierna por un lado del sillón, de manera que su sexo estaba más abierto y podía ver hasta la parte baja de sus nalgas. Eva me agarró de la melena y estiró de la cadena hasta que mi boca estaba justo encima de su sexo.

Comencé a lamer el sexo de Eva de arriba hacia abajo y de dentro para dentro, como ella me había enseñado.

Descubrí que se ponía como loca cuando le besaba la parte baja de las nalgas, cerca del sexo. Me excitaba verla como enloquecida por mis lametones y mis besos e incluso me atreví a mordisquear su clítoris con los labios, como ella me había enseñado. De vez en cuando entornaba mis ojos para mirarla y la veía entornar los ojos y torcer el cuello hacia arriba y hasta meter sus manos por debajo del suéter para acariciar sus pechos.

Finalmente, me atreví a poner mis manos en sus muslos separando con la yema de los dedos los labios de su sexo, para que mi lengua lamiera un poco más profundamente el interior de su raja. Entonces Eva comenzó a correrse mientras me increpaba en un tomo que más parecía suplicar. -¿Cómo te atreves? ¿Cómo te…Ahhhhh aaahhh aaaaahhh.-

Estuve lamiéndola como venganza a la manera en que me trató en la sesión anterior, intentando hacerla sufrir un orgasmo detrás de otro. No se si lo conseguí, peor lo cierto es que Eva me pareció muy satisfecha, ya que cuando acabé, Eva cogió mi barbilla y me besó en la boca.

Yo esperaba que me soltara ya pero no fue así. Eva volvió a atar mi cadena a la pata de la mesa y me ordenó que me diera la vuelta.- ¡Así! ¡Enséñame el culo!.- Estaba a cuatro patas y me fui girando poco a poco hasta que de pronto sentí un cachete en mis nalgas y su voz .-¡Ahí esta bien!.-

Sentí sus dedos largos y delgados acariciarme el sexo, separando mis pelos y rozando suavemente mis labios y tras esto, la sentí separarlos con cuidado. De repente, noté un cuerpo extraño y duro en medio de mi raja.- ¡AY! ¿Qué haces?.-

-¡Nada, cielo! ¡Te meto la zanahoria!.-

Me imaginé aquel pedazo de goma en mitad de mi sexo. Eva comenzó a meterlo y sentía como cada círculo que introducía era más ancho que el anterior y como cada vez la sentía más profundamente.

Me introdujo lentamente el juguete y cuando ya lo tuvo dentro, me dí cuenta que mis piernas estaban abiertas separadas y mi espalda arqueada. Eva no debió de poder aguantar aquella visión por que al ver mi ano, me cogió de los muslos, sintiendo sus manos en mis ingles y lamió mi ojete un instante.

Entonces bajó su boca recorriendo la parte posterior de mi sexo y tomo la zanahoria, las hojitas verdes del extremo entre sus labios. Tiró de ella con fuerza y yo sentí salir de mi sexo cada uno de los círculos que la formaban. Era como si me metiera el pene el mismísimo muñeco de Michelín.

Luego, Eva intentó introducirla con la boca, pero la zanahoria se doblaba así que pasó a introducirla de nuevo con la mano y de nuevo sentía cada círculo concéntrico empujar hacia dentro.

Eva comenzó a mover la zanahoria de adentro a fuera y cada vez que lo hacía yo sentía un inmenso placer que estimulaba toda mi vagina. Comencé a dar cortos chillidos, como una rítmica cantinela de placenteros quejidos, de roncos susurros que se trasformaron en suspiros interminables cuando el orgasmo se aproximaba y luego, cuando me corría, se transformaron en un desorden de quejidos, suspiros y susurros.

Eva dejó el juguete de goma dentro de mí, a pesar de que lo suplicaba que lo sacara. Sólo después de un rato en que sentía aquel cuerpo extraño dentro de mí, lo sacó, pero para pasarlo lentamente por mi ano.

Me temía que aquel paseo por mi esfinter daría como resultado la toma de posesión del mismo, pero por desgracia no fue así. Aunque lo que sí sentí era, cuando Eva cogió la cadena y me soltó de la mesa, fue como pasaba la cadena entre mis muslos y tiraba hacia arriba, sintiendo como se incrustaba cada eslabón entre mis piernas.

Eva dio por terminada la sesión soltando la cadena del collar que llevaba al cuello. Yo me deshice del collar y comencé a vestirme con lentitud. Cuando acabé y me iba a despedir, Eva vino y me puso en la mano la zanahoria.- ¡Toma! ¡esto de recuerdo! ¡Y no lo tires por que te puedo pedir que lo traigas cualquier día!.-

Metí el curioso consolador en mi bolso sin saber que haría con él. He de confesar que lo guardo en la cocina en el cajón que hay debajo del que guardo los cubiertos. Mi marido me ha preguntado muchas veces que es eso, lo mismo que mi hijo. Yo me pongo un poco colorada y luego digo que es un regalo de una amiga y que realmente no se por qué me lo regaló.

Llamé a Eva para decirle que quería hablar con ella. Ya no quería volver a ser su juguete. Me sentía mucho más cariñosa con mi marido y mi hijo, mucho más comprensiva, más llena.

Al menos deseaba distanciar aquellas sesiones, tener como mucho un par de ellas al año en lugar de todas las semanas. Se lo dije por teléfono pero ella sabía como llevarme al huerto. .-Ah. ¿Entonces no te vas a despedir?.-

No podía rechazar el ir a despedirme de Eva después de cómo me había ayudado, de cómo me había hecho sentir aquellas sensaciones que ahora tanto estimaba, aunque me parecía que debía de reservar para ocasiones especiales. Quedé en ir a su casa el mismo día y a la misma hora, como así hice.

Sentí una profunda conmoción cuando Eva me saludó en la entrada y después de cerrar la puerta me besó. No quería entregarme a un beso apasionado, pero al sentir sus labios cerca, los míos se abrieron y nos besamos como de costumbre.

Iba a decirle a Eva que no sería su juguete aquella mañana, pero Eva ya me tenía preparado un juego. No pude aguantar la tentación cuando me dijo sin contemplaciones que me desnudara. Era evidente que ella sabía que mis deseos al entrar eran no participar, pero pensaba jugar sus cartas y de momento llevaba ganada la partida.

Eva se desnudaba junto a mí. Todo. Hoy no llevaba botas camperas. Se sacó las zapatillas de los pies y se quitó la falda y el suéter. Tenía un pecho pequeño, de jovencita, casi.

Me fijé que encima de la mesa baja frente al sofá estaba la cadena de paseo y el collar de perro de la mañana anterior y junto a estos artilugios veía cuatro collares más pequeños, como de gato o caniche y seis ganchos o perrillos junto a dos trozos de cadena del tamaño del antebrazo y varias anillas como esas en las que se meten las llaves de las puertas. Lugo había un trozo de una cadena larga y delgada, enrollada en forma circular.

– Hoy vamos a jugar al Bondage. Es muy fácil.- Eva me ordenó que me pusiera los collares en las muñecas y en los tobillos. Aquellas gruesas correas hacían que mis brazos y piernas parecieran más delgados.

Eran unas correas de cuero adornadas con remaches de acero, que se cerraban por un sistema de hebillas y que tenían un aplique para enganchar las cadenas mediante esos ganchos que había visto encima de la mesa. Eva introdujo dos ganchos a cada extremo de una de las cadenitas, donde previamente había colocado dos aros en los extremos y uno en uno de los eslabones centrales de la cadena.

Eva enganchó uno de los ganchos en una de las correas de sus muñecas y luego, pasando por detrás y sin saber como reaccionar puso el otro gancho en la otra correa, así que tenía las manos amarradas por una correa que me daba cierta libertad y que pasaba por mi espalda.

Me quedé de pié esperando que Eva preparara otra cadena de la misma forma que colocó en las correas de mis tobillos, lo que limitaba bastante la longitud de mis pasos.

Lo que no me explicaba era la utilidad de aquellos aritos, en el que ahora colgaba dos ganchos, en los eslabones centrales de ambas cadenas. Inevitablemente, Eva colocó el collar más grande en mi cuello, y detrás de ella, la correa de paseo.

Eva giró alrededor mía observándome desnuda, tan sólo vestida con aquellas correas unidas las unas con las otras a través de aquellas cadenas. Se colocó detrás de mí y tras apartar mi cabellera del cuello, sentí su aliento en mi nuca y luego tras morder el lóbulo de mi oreja y succionarlo con fuerza, la sentí meter una mano entre mi brazo t mi costado hasta alcanzar mis senos. –Tienes unas tetas muy bonitas. Realmente preciosas. ¿Te han castigado alguna vez en las tetas?.-

A duras penas conseguí articular una negativa. Eva pasó la otra mano por el otro brazo y me agarró el otro pecho, pellizcándome los pezones. –Seguro que te gusta que haga míos tus pezones.- Sentí que ahora su mano se deslizaba por mi estómago y mi vientre en dirección hacia mi sexo.- Y seguro que vas a darme este coñito, aunque sea por última vez.-

Su mano se posó en mi clítoris y apretó sus dedos, provocando que el dedo corazón se introdujera en mi sexo. Sentía su vientre en mis nalgas y busqué el contacto de mi espalda con su cuerpo. Eché la cabeza hacia detrás. Eva puso su mano en mi barbilla y comenzó a mover su otra mano entre los labios de mi sexo, manoseando mi clítoris con fuerza. Se me escapó un gemido placentero.

Eva interrumpió aquellos toqueteos para coger un extremo de la correa de paseo con la que ahora me forzaba a moverme, obligándome a dar pasitos cortados por la longitud de la cadena que trababan mis pies.

Me sentía más dominada que las otras veces, ya que no sólo se trataba de una dominación mental, sino que físicamente me encontraba a su merced.

Eva me hizo parar justo junta a su sillón.

Sentí como mis manos se juntaban más entre sí cuando soltando uno de los ganchos de las correas de mis muñecas, la hizo pasar por la arandela y fue a engancharla en mi otra muñeca.

Después se colocó delante de mí. Me mordió los labios de la boca, estirando de ella un par de veces y luego, me cogió un pecho con una mano y me chupó el pezón después de mover la punta de su lengua en sentido circular alrededor de la aureola.

Después se puso de pié y mirándome a los ojos descaradamente, de una forma muy chula, tomó cada uno de mis pezones entre sus dedos y comenzó a hacerlos rotar alrededor de mi pecho, provocando que mis senos se movieran a un lado u otro. Me dolían los pezones, me escocían.

Cuando los soltó, estaban puntiagudos, excitados. Entonces llevó su dedo índice hasta recogerlo con el pulgar y de repente, lo soltó,, como cuando se quiere quitar una miga de pan de una mesa. Su dedo, su dura uña impactó contra mi pezón.

Me dio de lleno. La verdad es que no sentí demasiado dolor. Repitió la operación, pero esta vez el impacto fue menos de lleno. Me rozó y me escoció. No pude reprimir un chillido, un “¡ay!” que estimuló a Eva a seguir pegándome dedazos en los pezones.

Eva se sentó en el sillón y estirando de la correa de paseo, me obligó a acercarme a ella. No dijo nada, simplemente puso una mano sobre mi vientre, de forma que separó los labios de mi sexo, dejando al descubierto mi clítoris.

Con la otra mano, la que portaba mi correa, me dio un dedazo como el que había recibido en los pezones. Me eché para detrás pero me pegó un fuerte tirón de la cadena y no pude seguir huyendo aunque intentaba recular.

Entonces se levantó y desenrrolló la cadena larga que había encima de la mesa y la unió al collar de mi cuello y pasándola alrededor de la anilla que había en medio de la cadena que unía mis muñecas, la pasó por entre mis piernas. Tiró de ella con fuerza.

La cadena se me metió entre las nalgas y apretaba mi sexo. Tiró nuevamente y no tuve más remedio que acercarme a ella, derecha y dispuesta a recibir tantos dedazos en mi clítoris como Eva deseara.

Resistí estoicamente aquellos dedazos que e hacían daño en mi clítoris y sin embargo llenaban de vida los pezones.

Eva colocó un gancho en la anilla mediana pero esta vez de la cadena que unía mis tobillos. Luego enganchó en él la cadena larga que iba desde el cuello hasta mis pies pasando por mis manos.

Volvió a colocarse detrás mía y me agarró con fuerza una muñeca para soltar uno de los ganchos de mis manos y luego atraparme con la otra mano la mía que quedaba suelta.

La tomó y me la enganchó a la correa del cuello. Después sentí la otra mano amarrada de nuevo, pues había tomado la cadena que unía mis muñecas y pasándola por la espalda y por delante del cuello, la había unido otra vez a la correa del cuello. De esta forma, una brazo estaba doblado frente a mi cara y el otro, en mi espalda..

Se colocó detrás mía y tomando mi brazo doblado me obligó a doblar la espalda. Después recogía la cadena que iba sobrando en los piés. Luego puso sus rodillas en la parte posterior de las mías, volví a agacharme y volvió a recoger cadena. Cuando me quise dar cuenta. Eva había hecho que me arrodillara, poniendo mi cara sobre la mano que tenía delante.

Era consciente de mi posición que no podía ser más comprometida. Sentía mi ano exhibirse impune como mi sexo. Le agradecí que soltara el brazo de mi espalda, aunque fuera para amarrarlo junto al tobillo de ese mismo lado.

Eva se desnudó delante de mí. Lo hizo con parsimonia, lentamente. Quería que viera el cuerpo de la mujer que me iba a poseer. Era esbelta, elegante, de movimientos tranquilos. Vi sus pechos deliciosamente juvenilles, sus muslos firmes, sin celulitis, su vientre plano.

Eva se colocó delante de mí. Me lamió las nalgas y el sexo y me metió los dedos, pero lo hizo brevemente. No hacía sino calentarme.

Era una forma de prepararme para lo que venía a continuación. La ví dirigirse por el pasillo hacia su dormitorio.

Sentí amor por el culito que se alejaba por el pasillo, por aquellas piernas delgadas. Volvió al cabo de un instante. Me atraía su forma de andar, el movimiento de sus piés de sus muslos y el de aquellas caderas que estaban atrvesadas por una correas.

No fue hasta que estuvo muy cerca que me di cuenta de que aquello oscuro que llevaba en el centro no era una correa más ancha que las demás, ni un trapo.

Era un enorme cipote de latex que ella llevaba amarrado en su vientre, unos centímetros más arriba de su sexo. Aquel cipote me parecía gordísimo. Lo que en parte se debía a la delgadez de Eva.

Me asusté pero sabía que de nada serviría suplicar así que cerré los ojos y no los abrí hasta sentir sus piernas hacerse paso entre las mías.

Sentí su vientre en la parte de mi coxis y aquel cipote entre mis nalgas, pender inerte aún. Eva me acariciaba la espalda y la bajaba lentamente hasta mis cachetes para volverlos a subir. De repente, me pegó un fuerte azote que me hizo quejarme.

Sentí como separaba los labios de mi sexo con los dedos y luego, como me entraba un cuerpo extraño. Lo sentí ahí, en el borde de mi vagina unos instantes para luego, comenzar a penetrarme lentamente por la presión que Eva realizaba con su abdomen sobre mí.

Sentía la cabeza abrirse paso dentro de mí, sin ceder un centímetro, sin retroceder ante mis quejas hasta que Eva decidió que por el momento había tocado fondo. Luego lo sacó hasta la mitad, calculo para volverlo a meter.

Empecé a mitigar el volumen de mis quejidos y a sustituirlos por suspiros rítmicos. Mi sexo se lubricaba con facilidad y lo sentía meterse t salirse con rapidez, con soltura.

Eva se ayudaba poniendo sus manos en mis caderas, cogiendo así todo mi trasero y ayudándose en sus empujes. Una mano se deslizó por un lado de mis muslos y luego por las ingles hasta alcanzar mi clítoris, que empezó a estimular de manera dulce. Eva me estaba haciendo el amor o la guerra muy bien y ya no me sentía amarrada físicamente, sino esclava de mi pasión sexual.

Comencé a correrme como una loca.

No podía casi moverme pues estaba imposibilitada para audarme con las manos pero Eva lo hacía muy bien y yo sólo tenía que esperar que me embistiera una y otra vez, que aquel cosquilleo que me recorría la vagina, los muslos, el vientre, los pezones, estallara en un orgasmo feroz como así sucedió.

Quería agradecerle a Eva el polvo con el que me había obsequiado y cuando me soltó de las manos quise besarla, peor no me dejó. -¡Cariño! No quiero encariñarme contigo. Un adiós es un adiós.-

Me dejó un poco planchada. Le respondí con un lastimero.- ¿Entonces ya no podemos ser amigas?.-

-¿Para tomar café?. Llámame. Tal vez tenga tiempo.-

-¿ Y si dentro de unos meses quiero otra vez…?.-

-¡Claro! ¡Aquí te voy a estar esperando!.-

Yo estaba convencida de que volvería a ver a Eva, y no para tomar café.

Lo único es que veía que me estaba enamorando de ella y no quería verla tan a menudo. Lo cierto es que he estado varios meses sin llamarla y el otro día la volví a llamar.

Me cogió el teléfono un extraño.

Pregunté por ella y me dijo que le habían dado ese número a un nuevo abonado. Luego, desesperada fui a sus casa.

Su nombre había desaparecido del buzón de correos y ahora vivía un matrimonio. Estoy desconsolada por que he perdido a mi dominante amiga.

Lo cierto es que añoro la autoridad con que me trataba y no se si sería una buena solución buscar a otra persona, una chica mejor, que me haga obedecerla

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