«¡Hola! Me llamo Alejandra» me dijo sonriendo. Era un poco más baja que yo, su cabello castaño oscuro le caía en suaves ondas sobre los hombros. Sus ojos claros enmarcaban una nariz larga pero muy bonita.
Al igual que yo llevaba una bata corta de un material parecido a la seda. «Hola» le dije, «yo soy Melissa» le contesté con una sonrisa también. Estábamos las dos solas en una recámara muy bonita, adornada con cortinas azules y con un piano pegado a la pared del fondo.
«Sí» me dijo, «tú eres la peruana ¿es tu primera vez aquí verdad?». Su gesto era muy amable, me sentí en confianza con ella, «Sí, es mi primera vez aquí» le contesté, «¿y tú?».
Ella se sentó en la cama y con un gesto me invitó a sentarme a su lado. Las dos estábamos en la habitación donde nos había dejado la dueña de casa tras llamarnos luego de la cena. «Bueno…» me decía mientras su mano me acariciaba el rostro suavemente, «digamos que yo tengo un poco más de tiempo aquí…».
Acepté su caricia, su mano era suave y cálida. «Eres muy bonita Melissa» me susurró al oído mientras su mano se deslizaba buscando unos de mis pechos.
En ese momento la puerta se abrió y nos separamos bruscamente. Era un hombre alto, de unos treinta años, con cabello negro lacio y ojos oscuros bajo espesas cejas negras. Vestía una bata negra que se sujetaba con un cinturón enmarcando una figura muy bien cuidada y musculosa. Cuando escuché su voz le reconocí como mi dueño: «¡Vaya Alejandra! ¡Tú sí que no pierdes el tiempo!». Alejandra le sonrió de manera cómplice. Luego se dirigió a mí: «Hola Melissa», me sonreía de una manera casi paternal, «a partir de ahora nada de vendas en los ojos» dijo haciéndome un guiño.
Le devolví la sonrisa, emocionada por verle por primera vez. Avanzó hacia nosotras, y una vez que estuvo lo suficientemente cerca, abrió su bata.
Me quedé mirando su bello cuerpo. Sus músculos se le marcaban a lo largo del pecho, su vientre era liso y sus brazos fuertes. Recordé con qué facilidad me había levantado con ellos la primera noche.
Sin dejar de sonreír con una familiaridad que me parecía extraña, Alejandra tomó con sus manos el pene de mi dueño y me lo ofreció: «Ten, chupa tu que yo te ayudo». Abrí mi boca y comencé a chupar el miembro que Alejandra sostenía en sus manos. Mientras lo hacía, tenía mis ojos cerrados, concentrándome en darle el máximo de placer a mi dueño. En un susurro me llegó su voz: «Usa un poquito más tu lengua cuando la tengas dentro de tu boca, eso le gusta mucho».
Seguí su indicación y mi lengua recorría de lado a lado el cilindro de carne que acogía en mi boca. «Ahora que no tienes venda en los ojos, mira el rostro de tu dueño, así podrás saber si tu mamada es buena» volvió a susurrarme al oído.
Me costó un poco de trabajo, pero finalmente abrí los ojos. Mi dueño me sonreía complacido. Posó una mano sobre mi cabeza y comenzó a acariciar mi cabello. Con la otra sostenía la mano de Alejandra. «Muy bien Melissa… se ve que en Perú dan buenas mamadas ¿eh?» Me dijo mi dueño visiblemente complacido. «Mmppff…» asentí con la boca llena.
Nuevamente me susurró Alejandra: «Mírale con devoción, con deseo de hacerle gozar, que tu mirada refleje el pozo de deseo que anida en tu alma». Era una experiencia absolutamente nueva en su sencillez.
Nunca había estado así antes. A la sorpresa de poder ver a mi dueño se sumaba la excitación de tener a Alejandra a mi lado susurrándome instrucciones mientras le sostenía de los huevos. Cambiamos de posición. Mi dueño se tendió en la cama. Su verga estaba tiesa como un mástil apuntando hacia el techo, «Ale… ¿no te animas tú también?» dijo. Alejandra se puso a un lado de la cama y con una seña me indicó que yo me pusiera del otro. Juntas tomamos la tranca caliente y comenzamos a lamerla de arriba hacia abajo, desde la base a la punta.
Esto me puso más excitada aún porque nuestras lenguas coincidían, así como nuestros rostros. La lengua de Alejandra se detenía a darle pequeñas lamidas a la mía y a mis labios cuando llegábamos a la punta. Yo estaba desconcertada, pero lejos de turbarme, me excitaba aún más.
Mi dueño nos miraba complacido. ¿De qué iba esta vez? No habíamos tenido tiempo de hablar sobre ello antes de que llegara mi dueño. Alejandra me dijo que tenía más tiempo en esto ¿sería una adquisición anterior de mi dueño? ¿Cuál era su función? ¿Adiestrarme? ¿Por qué parecía disfrutar tanto de complacer a mi dueño como de mi novata devoción hacia él? Ambos parecieron darse cuenta de que algo me rondaba la cabeza, porque en ese instante mi dueño se incorporó.
Alejandra me hizo tenderme de espaldas sobre la cama y se sentó en la almohada, de modo que mi cabeza reposaba en su regazo. Me relajé haciendo mis respiraciones más profundas, esperando que, como la primera noche, mi dueño me tomara por el culo. Sentí que la punta de su miembro rozaba mis labios vaginales empapándose de sus flujos. Con sus manos me acariciaba la parte interior de mis muslos.
Yo me agitaba del deseo y la excitación. Alejandra me acariciaba los senos suavemente mientras me sonreía: «¿Estás a gusto Melissa? ¿Por qué pones esa carita?» Sentí la voz de mi amo preguntándome: «¿Qué tal te dieron por el culo ayer mis amigos Melly? ¿Te gustó?». «Sí… me gustó…» le susurré a mi vez, «pero…». «¿Pero?» Me preguntó mientras la punta de su pene seguía acariciando en círculos la entrada de mi vagina sin entrar en ella. «Es que yo… yo…», no podía contestarle porque me faltaba el aliento, me estaba volviendo loca de deseo por ser penetrada. «Déjame adivinar a mi Melly… yo también soy mujer y te entiendo… ¿será que prefieres que te coja tu dueño?» Dijo Alejandra desde detrás de mí.
Mi voluntad estaba completamente anulada por el deseo, mi sexo húmedo era como una herida abierta hasta mi alma. Sentía mi vagina ansiosa por ser penetrada. «Sí… quiero que me cojas, por favor… pero ya… que no podré aguantar más…».
Entonces sentí que su tranca comenzaba a deslizarse despacio por la entrada de mi sexo, abriéndose paso lentamente, llenando cada centímetro de mi interior con su carne caliente y palpitante. Comencé a gemir del gozo intentando moverme hacia atrás para clavármela toda, pero mi dueño me sujetaba de modo que me mantenía quieta.
Escuché nuevamente su voz: «¿Es esto lo que querías mami? ¿Qué te cogiera por tu rajita?». «Sí papi… sigue… no pares hasta metérmela toda…» le contesté entre gemidos. Alejandra se inclinó hacia nosotros: «¿Cómo va eso?» Le preguntó a mi dueño. «¡Ahhh…! Está húmeda y dilatada… Se ve que se moría por que la cogiera un buen macho ¿verdad Melissa?», y al decir esto me la empujó toda de un sólo golpe haciéndome saltar hacia delante y dar un grito placer al sentirla llegar hasta la entrada de mi útero.
Luego comenzó a moverse de adentro hacia fuera, metiéndomela toda para luego sacarla completa, cada vez más rápido, con unas embestidas que me volvían loca mientras un orgasmo tras otro me recorrían todo el cuerpo. «¡Así papi…! ¡No pares por favor…! ¡Dámela hasta el fondo…! ¡Quiero sentirte más adentro…!» Le animaba entre mis jadeos. Ambos sudábamos como bestias en celo, la cama se sacudía con fuerza. Nunca había tenido una cogida así. Estaba gozando como una yegua en celo con su semental. Luego me hicieron ponerme en cuatro patas sobre la cama. Mi dueño se puso detrás de mí y comenzó a darme con más fuerza aún.
Me sentía como una yegua en celo siendo cogida por su semental. Con cada embestida sentía que me destrozaría los ovarios. «¡Sí papi… así… qué rico…!» gemía entre envite y envite. Alejandra se retiró y se sentó en el sofá que estaba al lado de la cama. Fumaba tranquilamente disfrutando de todo el panorama. «Vamos Ale… No te quedes mirando y échanos una mano, o lengua si prefieres…» dijo mi dueño, «vamos a hacer que esta perrita nunca se olvide la cogida de esta noche». Yo estaba en trance por el éxtasis, trataba de ajustar los músculos de mi vagina en torno a ese vergón que no dejaba de taladrar mi sexo mientras se mantenía duro y grueso en mí.
No me di cuenta de que Alejandra se deslizaba por debajo hasta que sentí que la punta de su lengua tocaba suavemente mi clítoris. Di un grito de placer cuando ella comenzó a lamer mi clítoris hinchado mientras mi dueño seguía cogiéndome cada vez más rápido.
«¿Y ahora qué dices Melly? ¡A qué en Perú nunca te habían cogido así?» Me susurró mientras seguía con la faena, esta vez apoyado por la lengua de Alejandra.
«¿Estás gozando perrita? ¿Te gusta cómo te coge tu dueño?». «¡Sí…! ¡Ahhh…! ¡Me voy a correr…!» Grité cuando mi cuerpo volvía a ser presa del torbellino de otro orgasmo. «¡Ooohhh…! ¡Qué rica estás mami…! ¡Muévete… quiero que me exprimas bien el cipote…!» Me ordenó mi dueño mientras yo seguía estrujándole con mis músculos vaginales. Sentí que su pene comenzaba a vibrar de un modo especial y adiviné que pronto vendría su corrida. «¡Por favor papi…! ¡Córrete dentro…! ¡Quiero que me llenes con tu leche…! ¿Sí?»
Le imploré mientras movía mis caderas para hacerle gozar. La lengua de Alejandra esta vez había cambiado de objetivo y se concentraba en el falo que me estaba atravesando. Todo eso hacía que mi dueño jadeara con más fuerza y se moviera más rápido y más fuerte. «¿De veras quieres eso mi putita?» Me preguntó en un susurro.
«Sí papi… córrete dentro… anda… por favor… ¿sí?» Le supliqué en tono lastimero. «¿Y si te dejo preñada chiquita?». «Quiero que me hagas trillizos esta noche papi… déjame bien preñada para lucir orgullosa el hijo que me vas a hacer… ¿sí? ¡Hazme un mexicanito esta noche papi… por favor…! Le supliqué.
«Bueno mi reina… si tú quieres…» y al decirme esto me embistió con mayor fuerza al tiempo que sentí el golpe de su primera descarga impactando contra mi cuello uterino, fue tan fuerte que ya no me pude sostener y caí de bruces sobre la cama manteniendo sólo mi culo en alto para que prosiguiera con la inseminación. «¡Ahhhhhhh…! ¡Toma….!»
Gimió mi dueño mientras me clavaba las uñas en las caderas al atraerme hacia sí con fuerza para descargar. Con cada disparo sentía que mi vagina se hinchaba de la semilla de mi dueño, caliente, espesa, abundante. «¡Ahhh…! Sí papi… lléname toda… “Le gritaba para animarle a que descargara todo dentro mientras sentía que un nuevo tipo de orgasmo me recorría desde dentro, esta vez producido por la irrupción de su esperma en mis ovarios. Después de lo que me pareció una eternidad, cuando hubo terminado de sacudirse, se reclinó sobre mí jadeando y me besó el cuello. «Estuviste genial Melly… te mereces el hijo que te acabo de hacer…
Ahora obedece a todo lo que te diga Alejandra». Yo estaba tan extenuada que no atiné más que a asentir con la cabeza. Sentí que Alejandra me echaba una toalla encima de la cabeza y suavemente me hacía tenderme boca arriba en la cama. Luego abrió mis piernas y con sus dedos recogió el semen que chorreaba fuera para devolverlo dentro mi vagina, finalmente introdujo un tampón en mi vagina. Después puso un cojín bajo mis caderas, de modo que mis partes bajas se mantenían un poco en alto.
«Esto es para que el semen siga su curso por gravedad hacia dentro y no se salga» me dijo, luego inclinándose hacia mi oído, «aunque creo que es una precaución innecesaria en este caso ¿verdad?» Añadió con picardía mientras me daba un besito. «¿No te olvidas de algo Melly?» Me dijo mientras retiraba la toalla de mi cabeza.
Recién en ese momento caí en la cuenta de que debía completar mi deber. «¡Mi rey! ¡Ven por favor! Déjame limpiarte tu tranca por favor…» dije mientras le buscaba con la mirada. Había permanecido de pie observando lo que Alejandra me había hecho, de modo que en un instante lo tuve cerca, cuando quise sentarme en la cama para limpiarle con mi lengua, me detuvo con sus manos fuertes.
«Tranquila chiquita… no te muevas… no vaya a ser que se derrame la leche… déjame que yo me acomodo». Se colocó muy cerca de mi rostro, de modo que estando tendida pude lamerle su tranca hasta dejársela limpia y lustrosa. Mi lengua le recorría cada milímetro del miembro con auténtica devoción y gratitud por la gozada que me había proporcionado y por el regalo que me acababa de hacer al dejar su simiente dentro de mí. Con ese pensamiento, le limpiaba con ternura, adivinando en mi lengua los flujos de nuestros correspondientes sexos, entremezclados para dar origen a una nueva vida en mí.
Cuando estuvo limpio, se inclinó y me besó en los labios. «Ahora vas a estar muy quietita porque Ale te va a dar algo para dormir hasta mañana» me dijo en tono protector. Sentí un pinchazo en mi brazo izquierdo… Era Alejandra que me inyectaba algo.
Luego me cubrieron con una cobija.
Platicaban entre ellos en voz baja, pero yo no alcanzaba a oírlos porque me estaba invadiendo un sueño muy profundo, que se apoderó de mí en unos instantes.