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Historias V

Cuando se presentaron ante mí, de rodillas, les ate los brazos a la espalda un poco más arriba de los codos, eso hizo que sus pechos salieran hacia delante, las senté en las sillas casi al filo, ate las manos por las muñecas en él ultimo travesaño del respaldar con lo que sus cuerpos se inclinaron hacia delante, ate los tobillos a las patas delanteras de la silla. Estaban magnificas, las piernas abiertas enseñaban sus coños, las tetas ofrecidas colgaban ligeramente.

Les coloque las mordazas de bola, no quería que si gritaban alertaran al personal del rancho.

Ana se resistió un poco, con una bofetada se calmó, me gustaba su oposición y rebeldía, me excitaban.

Quedaron fantásticas con las mordazas, sus labios se apretaban alrededor de las bolas, una pequeña argolla en su frente dividió las tiras de cuero en dos partes que aguantaban ambos lados de la bola, sus ojos resplandecían algo ocultos con las tiras de cuero.

Por fin las tenía como yo quería, ofrecidas e indefensas.

Comprobé los pechos pellizcándolos levemente, los de Michelle aperados algo pequeños, bien formados aureola pequeña y graciosa, pezones erectos, unas ligeras pecas salteaban su piel entre ellos. Los de Ana, llenos, pletóricos redondos con la aureola más intensa, también tenían los pezones erectos, la muy puta se había calentado con los preparativos, sus ojos negros me miraban inquisitivos, provocándome.

Tome unas pinzas en las manos se las enseñe, se las coloque en los pezones, estaban unidas por una cadenita, Michelle gruño un poco, pero no se podía mover, con Ana hice lo mismo. Me retire un poco, la visión de ambas superaron todas las expectativas. Ellas movían la cabeza hacia mí, veía el miedo en sus ojos, me encantaba, fui poniendo pesillas en cada cadenilla, sus pechos se combaban con el peso, sus pezones se estiraban hasta lo increíble.

Mirándolas me desnude y tome la fusta.

Bien perras, ahora que estáis preparadas voy a divertirme un poco con vuestro dolor, –dije a la vez que daba algunos fustazos suaves en el interior de los muslos, de vez en cuando intercalaba alguno más fuerte, la piel de ambas empezó a cambiar de color. Los pechos estaban cada vez más estirados por el peso, también di algunos golpes en la parte superior de los pechos, aunque ellas intentaban forcejear estaban bien sujetas y solo conseguían que se les movieran las pesas aumentando su dolor. Gruñidos y llantos se escapaban levemente por las mordazas.

Extasiado, quite las pesas y las pinzas, aún no había terminado, masajee los pechos, los bese y chupe, también los pellizque con diversos grados de intensidad. Me gustaba como ponían la cara, como suplicaban con los ojos.

–Debéis acostumbraros a este tratamiento, me encanta, solo para mi placer, os lo aplicare a menudo.-dije sonriendo.

Ahora vamos a disfrutar de un nuevo juego, empuje la silla de Ana de manera que quedaron frente a frente, volví a colocarles las pinzas en los pezones pero con la particularidad de que la que pellizcaba el pezón izquierdo de Ana por el otro extremo pellizcaba en derecho de Michelle, la cadenilla colgaba en forma de arco entre ambas, riéndome coloque una pesilla justo en el medio. Hice lo mismo con los otros pezones.

Mi polla estaba inflada, tome una silla y me senté frente a ambas, empecé a hacerme una paja, con la otra mano azotaba los pechos de ambas. Estos se movían de una lado a otro como si de un baile se tratara intentando eludir mis golpes de fusta, el golpe dado a una repercutía en la otra pues se movía la cadenita que las unida, la pesa subía y bajaba cada vez que las azotaba, sus ojos derramaban lágrimas de dolor y espanto.

Estaba gozando solo con la visión de algo tan perfecto, sus dolores me excitaban, complacía, gustaba y me daba placer. Cuanto más gozaba más pegaba, hasta que tuve que soltar la fusta desmadejado por el placer mí corrí.

Tarde unos minutos en reponerme, me acerque a ellas, las bese en sus maltratados pechos. Las desate, mientras se curaban con cremas, me duche, me metí en la cama las llame a mi lado, se acostaron una a cada lado, Ana y Michelle me hicieron a dúo una soberbia mamada.

Haciendo un esfuerzo me levante, tome unas esposas y las acosté en el suelo sobre la alfombra, una a cada lado de la cama, las ate de manos y pies a las patas de la cama. Me sentía como un Amo, ellas como mis esclavas.

Por la mañana unos golpes en la puerta nos despertaron bien temprano, serían las cinco de la mañana, era el capataz, me puse una bata y baje.

–Buenos días señor, le apetecería ver la marca de ganado, es hoy, después habrá una fiesta en la que participara todo el personal.-dijo con el sombrero en la mano.

Sorprendido, acepte pero a condición que dé me dejara los mismos caballos de ayer y un peón que nos condujera sobre el medio día al lugar de la marca y de la fiesta. Que no se preocupara por nosotros, a desayunaríamos algo. Él señalo una de las casas y dijo que allí nos esperarían el tiempo que fuera necesario y nos darían el desayuno. Le di las gracias y subí de nuevo al dormitorio, solté a las esclavas y enseguida me volví a dormir.

Sobre las diez duchados, como si nada hubiera ocurrido la noche anterior nos fuimos a la casa indicada por el capataz. Un viejo vaquero, con tres hijas nos atendió amablemente. Desayunamos, huevos, tocino, tostadas y un café muy negro y fuerte. Ana y Michelle cuchicheaban por lo bajo y sonreían. Me fije en las hijas, todas con pantalones téjanos que resaltaban sus culos, botas de montar y camisas a cuadros, sin embargo la casa está bien cuidada y limpia. Eran fuertes, educadas. La mayor de todas era bastante guapa. Ana me observo y siguiendo mi mirada se fijó en la mayor. Haciendo un mohín, movió la cabeza en señal de negación. Lástima, pensé, hubiera sido otra esclava más para agregar, sin embargo me fie de su intuición. La descarte automáticamente.

Ana y Michelle bailaron conmigo y con otros vaqueros, estaban muy solicitadas, cada vez que una pieza lenta tocaba su música ellas declinaban la invitación, pues el roce de sus pezones maltratados la noche anterior las provocaba dolor. Les mire sonriente, ellas como si nada.

Llevábamos una semana en el rancho, descansábamos y salíamos a pasear todos los días o bien en coche o a caballo.

La vida en rancho hizo que Ana y Michelle se pusieran morenas, la piel de ambas se tostó ligeramente haciéndolas más atractivas. Un día después de montar largamente a caballo, ya había decidido que nos marcharíamos, decidí volverlas a poner a prueba. Esa noche después de cenar, las llame.

Desnudaos y poneros de rodillas. Obedecieron rápidamente.

–La experiencia con los caballos me ha excitado, ahora quiera que sean mis esclavas, mis yeguas-dije con una sonrisa, mientras les colocaba el collar de perro. Me desnude, tome una fusta – A cuatro patas ordene-ellas obedecieron.

Monte primero sobre Michelle, la hice recorrer todos y cada uno de los dormitorios, cuando flaqueaba un poco la azotaba con la fusta en el culo. El contacto con su espalda me estaba poniendo cachondo. A base de azotes llego por fin al dormitorio donde la otra esclava esperaba.

Baje de Michelle y subí en Ana, la hice dar el mismo recorrido, Ana era más débil que Michelle, los azotes llovían sobre su culo. Jadeante y sudorosa llego donde esperaba Michelle.

Me baje de Ana y poniendo a Michelle de pie, me subí a sus espaldas, la hice correr por los dormitorios serían unos cien metros. Michelle con dificultad, echó a correr jadeando por el esfuerzo, alentada por los fustazos que daba en la parte trasera de sus muslos, hizo el recorrido. Sus jadeos, el sudor, pequeños gritos hacían que mi excitación se acrecentara.

Cuando llego el turno de Ana esta empezó a suplicar sin hacerla caso monte sobre ella. La tuve que alentar pues no podía con mi peso y con la carrera.

Varias veces sentí como flaqueaba, daba pasos poco firmes, cada vez que eso sucedía una lluvia de azotes la estimulaban, con eso avivaba el paso durante unos metros. La segunda vez casi sé cayó al suelo, yo salte y furioso la pegué en las espaldas, ella gritaba pidiendo perdón, suplicaba para que parase, después de varios fustazos me volví a montarla, agotada llego junto a Michelle. Las dos estaban marcadas, jadeantes y sudorosas y sobre todo humilladas ante mí.

–Estáis en baja forma física, de ahora en adelante vais a hacer ejercicios físicos diariamente. Debéis saber que es un honor que vuestro Amo os monte, no me habéis correspondido a este honor, las cosas van a cambiar. Ya pensare en algo.-las dije.

Las bese en la boca, toque sus culos y sus coños, estaban húmedos, la excitación había podido más que el esfuerzo. –Subid a la cama.– ordene y poniéndola una encima de la otra en un sesenta y nueve, deje que se lamieran y se dieran placer mutuamente.

Mientras las observaba darse placer sin mesura, mi mente se concentró en una serie de planes que debía ejecutar en un futuro muy próximo. Debía buscar entre mis posesiones una que fuera suficientemente grande, que contara con poco servicio, donde tuviera a mano una serie de instrumentos para castigar a las esclavas. Donde pudieran hacer ejercicio físico al aire libre sin miradas indiscretas. En las revistas que ojeaba de vez en cuando, había visto mazmorras, jaulas, potros, toda clase de instrumentos, quería un sitio que me sirviera de base. Un lugar donde yo fuera el Amo, servido por una legión de esclavas. Mi mente no paraba de trabajar. Si no lo encontraba entre mis posesiones, buscaría un lugar idóneo y construiría la casa de mis sueños.

Ana y Michelle estaban llegando al orgasmo, las pequeñas convulsiones de ambas así me lo indicaron, levantándome, ordene cruelmente–Ya basta –

Ellas pararon y con gesto de sorpresa me miraron, suplicándome que las dejara continuar, se los negué rotundamente, con una sonrisa.

–Tú me lo has enseñado ¿recuerdas?– Dije a Ana.– Solo os correréis como premio y por mi deseo exclusivo. Más os vale que lo asimiléis rápidamente, sino ya sabéis lo que os espera. Sois mis perras esclavas, y vuestra misión es darme placer, complacerme, vuestro goce será solo el goce de vuestro Amo.

Pasamos otros cinco días en el rancho para que se curaran las heridas de ambas. Mis planes estaban muy concretos en mi mente. El avión ya estaba listo así que regale el 4×4 al capataz, que nos llevó al aeropuerto, agradecido por el regalo.

Ana saludo a los pilotos así como a Rosa y Miguel. Presente a Michelle y partimos para el norte, a Canadá. Solo me quedaba esa posesión en el norte de América por visitar.

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