Capítulo 1
Felicidades I
Dedicado a una admiradora mexicana que celebró su 24 cumpleaños el viernes y que ¡ vaya casualidad ! se llama igual que la protagonista… ¿en que mas se parecerá?.
Lo primero que sentí al ver a Lorena fue una rabia infinita.
Bueno, no, mentira, eso fue lo segundo.
Lo primero fue una fuerte oleada de deseo, como todo hombre que se precie sentiría al ver a una chica tan espectacular sentada en el sofá de su propia casa.
Todavía la recuerdo allí, como la vi ese día, tomando un café y jugando con el estúpido perrito de mi madre.
Con sus largas piernas morenas cruzadas, dejando que su suave piel de terciopelo asomara por debajo de su decente y recatada minifalda. Yo, parado como una estatua en la entrada del comedor, pude regodearme a mis anchas mirándola.
Viendo como sus firmes pechos tensaban la tela de su camisa cada vez que se movía a dejar la taza sobre la mesita.
No eran muy grandes, pero si firmes, con unos puntiagudos pezones que se marcaban perfectamente en la tela a pesar de la protección del sujetador.
Cuando ellas se percataron por fin de mi presencia fue cuando sus grandes lindísimos ojos marrones se fijaron en mi, y eran tan bellos y expresivos que no pude por menos que sonrojarme de la emoción.
Sus labios carnosos y de un rojo intenso le daban un cierto aspecto vicioso que su nariz recta y afilada contrarrestaba.
Pues su barbilla afilada junto con su pelo largo, castaño y lacio le daban un aspecto serio y formal.
Se que mi descripción suena muy cursi, pero es que no se como podría hacerlo sin caer en ello.
Pero lo verdaderamente importante de aquel momento fue lo segundo que sentí, la descomunal rabia que me embargo al notar que sus maravillosos ojazos pardos, después de haberme echado un fugaz vistazo, se apartaron rápidamente de mi, despreciándome automáticamente como de costumbre.
Lo odio, es algo que he odiado siempre. Todas las chicas que conozco me miran, y no me ven.
Tengo ya casi 16 años y siempre me he sentido como un mero adorno en donde quiera que he estado.
Soy «normal», demasiado normal. Mido lo justo, soy bastante delgado ( enclenque como decía mi abuela ), tengo el pelo corto, lacio y oscuro, unas gafas odiosas que casi ocultan mis pequeños ojos marrones y una cara aniñada y de lo mas anodina que solo parece merecer un primer comentario del tipo «que simpático» antes de que las muchachas se olviden de mi.
Pues soy demasiado tímido e introvertido como para charlar con ellas de sus tonterías, cuando alguna me dirige la palabra apenas puedo tartamudear alguna parca respuesta mientras me pongo colorado como un tomate.
Por todo ello apenas tengo cinco o seis amigos, y soy como un fantasma que vaga por las aulas sin que nadie repare en su presencia, pues ni siquiera soy lo suficientemente interesante como para que alguien se meta conmigo o me desprecie.
Mientras permanecía allí, de pie, escuchando como mi madre le decía a la nueva vecina las consabidas tonterías y chismorreos, decidí que esta vez iba a ser muy diferente.
Pero que muy diferente….
Mi madre es muy buena persona, simpática y afable, y desde que se divorcio de mi padre a cuidado de mi con muchísimo cariño.
No la veo mucho, pues se pasa el día en la tienda en la que trabaja, pero por las noches procura charlar conmigo.
Y aunque con ella hablo algo mas, nuestras veladas suelen ser monólogos suyos casi exclusivamente.
Sin embargo esa noche preste bastante mas atención a lo que me contaba, pues me puso al día acerca de la inesperada visita.
Por lo visto el objeto de mi súbita obsesión era una recién casada de 23 años que todavía estudiaba Derecho en la Universidad y que se había mudado hacia unos días a la casa de enfrente.
Yo había visto la mudanza, pero solo me había cruzado con su marido, un tipo callado y apresurado que apenas si musito algún parco saludo en respuesta al mío.
Mas tarde, sentado frente al ordenador en mi estudio, devanándome los sesos pensando en la forma de hacer que esa altiva diosa se arrodillara a mis pies caí en la cuenta de que el cuarto en el que estaba quedaba enfrentado a uno de los suyos a través del patio de vecinos.
Lo malo es que tenia la ventana cegada, pues antes el cuarto de enfrente estaba ocupado por los hijos pequeños de nuestro anterior vecino.
Y, con tal de no verlos, logre que mi madre me permitiera tapiar la ventana, con la vana esperanza de que tampoco así los oiría gritar cada vez que se peleaban.
Por suerte mi madre no me dejo cegarla por completo como era mi intención, y me obligo a dejar un huequecito en la esquina superior para acoplar un pequeño ventilador de esos que se usan en las cocinas, y así poder renovar un poco el aire de la estancia.
Solo tuve que parar el interruptor del ventilador y subirme encima de la mesa para ver a través del patio de vecinos.
Vi que ellos habían instalado en ese cuarto una habitación para invitados, con un mueble puente con estanterías que ocupaba toda la pared de mi izquierda, con una cama de esas que tienen debajo otra plegada, y un gran armario con espejos en la pared de mi derecha.
Por lo visto aun no habían comprado las cortinas de ese cuarto, y como en teoría nadie les podía ver, no parecían tener prisa en hacerlo.
Pase los días siguientes subido encima de la mesa.
Por mi madre no había problema, pues cuando no estaba trabajando, comprando, cocinando o limpiando me dejaba hacer lo que quisiera en ese cuarto, y respetaba mi intimidad hasta tal punto que daba pena.
Mi paciencia tuvo una recompensa inesperada.
Un día el esposo coloco en esa ventana un pequeño tendedero extensible y su sensual mujer pronto se acostumbro a tender ahí la ropa antes que subir todas las escaleras hasta la azotea del edificio.
Esto me permitía poder contemplar sus adorables y generosos escotes a placer. Desde la altura incluso podía vislumbrar con toda comodidad como asomaban sus pechos al inclinarse los días que no usaba sujetador.
Conforme pasaron los días y aumento su confianza respecto a que nadie la podía ver empece a verla con ropas cada vez mas livianas y fresquitas, como correspondía a la época veraniega en que estábamos.
El día que paseo por delante de mis ojos ataviada tan solo con unas exiguas braguitas, a juego con un precioso sujetador de encaje, fue cuando decidí que debía desempolvar la vieja maquina de fotos que mi padre me había regalado por Navidades hacia un par de años; y que, por despecho, ni siquiera me había dignado a sacar de su embalaje.
Esta era bastante cara, y buena, siendo tan automática que apenas si tuve que practicar antes de conseguir sacar unas tomas realmente magnificas del cuerpo de mi vecina.
Durante un par de semanas me dedique a hacerme una colección cada vez mas abultada de fotos sensuales de Lorena.
Me convertí en un experto sacando tomas fugaces de sus pechos a través de sus escotes y de su gran culo ( que me volvía loco por su volumen y dureza) cuando se agachaba a ordenar la ropa sobre la cama.
Por suerte el padre de uno de mis amigos tenia una casa de fotografías y el chico, tan pícaro como yo, o mas, se las ingeniaba para revelarlas mientras le ayudaba en la tienda, sin que este se enterara.
Supongo que se quedaría con copias de muchas de las fotos, sobre todo de las que le tome el día que, mientras planchaba la ropa acumulada, Lorena se despojo de la liviana camisetita que llevaba puesta (supongo que por el calor que hacia esa tarde).
Como ya imaginaran le hice casi tres carretes de fotos a sus pechos puntiagudos, cuyos afilados pezones parecían estar siempre de punta.
Estos, de un color rosa intenso, eran muy gruesos, destacando de un modo descarado en la pálidas colinas que coronaban.
Solo pude obtener unas cuantas tomas de su oscuro conejo, pulcramente recortado, el día que, tras revolver en el armario, se despojo de sus braguitas para probarse la parte inferior de un viejo bikini que ahí guardaba.
Este le quedaba demasiado ajustado por lo que Lorena tras contemplarse en el espejo lo volvió a guardar. Las tomas no fueron muy buenas, pero tenían la calidad suficiente como para que las guardara como oro en paño.
Parecía pues que la cosa podía continuar así indefinidamente… hasta el día de la fiesta.
Esa noche tuvieron una fiesta intima en la casa.
Yo no lo sabia por aquel entonces, pero era su hermana pequeña que había ido a pasar la velada a su casa con su novio, quizás para celebrar la nueva mudanza.
El caso es que las risas y voces que se oían desde mi casa dejaban bien a las claras que el consumo de alcohol estaba siendo muy elevado.
Yo, fiel en mi puesto de vigilancia, permanecí al acecho durante horas, como venia haciendo en las ultimas semanas… y, como tiene que ser, la espera tuvo su recompensa.
Lo que vi fue como las dos hermanas (aunque yo aun no sabia que lo eran) ayudaban al novio de esta a tumbarse en la cama de invitados que habían preparado a toda prisa.
La cosa en si no tendría mayor interés, de no ser porque en cuanto la hermana menor se marcho (en busca de un cubo de fregar por si el chico vomitaba durante la noche) su novio empezó a tocar el culo de Lorena por encima de su falda, mientras le decía algo al oído.
Dado que yo estaba usando el teleobjetivo de la cámara para ver mejor la escena, como hacia siempre, solo tuve que apretar el botón para captar el magreo in fraganti.
Lorena, mientras se reía alegremente de lo que le había dicho se aparto de él, por lo que cuando regreso su ingenua hermana con el cubo ya no había nada «raro» que observar.
Luego se marcharon las dos juntas al comedor, y poco después pude oír como se abría la puerta de su domicilio.
Me asome por la mirilla de mi propia puerta y pude ver como el esposo acompañaba a la joven en el ascensor.
Supuse, acertadamente, que la iba a acompañar hasta su casa, dado el lamentable estado en el que estaba su novio.
Así que regrese a mi puesto de observación por si sucedía alguna cosa mas… y vaya si sucedió.
A los pocos minutos entraba Lorena de nuevo en el cuarto, con un paño húmedo en las manos, para ver el estado de su invitado forzoso.
Sentada en la cabecera de la cama la buena samaritana secaba su sudor etílico mientras charlaba en voz baja con el sujeto, el cual agradeció el cariñoso detalle a su manera, subiendo de improviso una de sus manos para apretar uno de los puntiagudos pechos de Lorena a través de su fina camisa.
Ella, para mi sorpresa, tardo bastante en reaccionar ( digamos que, quizás, porque también estaba bastante mareada ) dándome tiempo de sobra para conseguir unas buenas tomas.
Cuando por fin lo hizo, después de que este se lo apretujara a conciencia durante unos minutos, se levanto de la cama, riéndose de nuevo de lo que le había dicho, o hecho.
Pensé que ya había acabado el espectáculo… pero este solo estaba comenzando.
Lorena se dirigió a los pies de la cama y, tras algunos esfuerzos, consiguió quitarle los zapatos y los calcetines.
Luego se empeño en quitarle los pantalones, lo que fue aun mas difícil.
Por desgracia su adorable cuerpo me tapaba el del joven, por lo que hasta que los vaqueros no salieron por los tobillos no vi el desaguisado que Lorena había hecho.
Pues con sus maniobras había desplazado el ajustado y reducido slip del sujeto hasta la mitad de sus muslos, casi a la altura de sus rodillas.
Eso no era lo malo, lo malo era que el tipo, ya fuera por los manejos de Lorena, o por lo que le había estado tocando, tenia el largo y grueso chisme totalmente erguido, y pidiendo guerra. Y ese era el problema.
Saque unas tomas muy divertidas mientras la abochornada Lorena hacia lo imposible por tratar de meter ese rígido pedazo de carne dentro de la escueta prenda.
Al principio trataba de que la tela del slip cediera lo suficiente, pero al final comprobó que ni con las dos manos podía esconder algo tan tieso y duro dentro de la ridícula prenda intima.
Yo podía entender la desesperación que empezaba a embargar a Lorena, pues su esposo no tardaría demasiado en regresar de nuevo a la casa y ella no iba a saber como excusar que el tipo tuviera el trasto fuera de su sitio y con una rigidez tan llamativa y elocuente.
De repente veo que ella se queda quieta, con esa barra de carne apretada todavía en su mano.
Y, sentándose en el borde de la cama, empieza a mover su manita arriba y abajo.
No me lo podía creer. Allí la tenia, sentada de frente a mi, masturbando de un modo cada vez mas vigoroso a un tipo medio desnudo y borracho. Era algo increíble.
Por fin tenia la oportunidad de oro que había estado esperando.
Y no la desperdicie. Pues empece a sacar fotos como un descosido.
Saque primeros planos de toda la escena, procurando que tanto ella como lo que estaba haciendo se viera con toda nitidez.
El tipo, además de encontrarse en la gloria, debía de estar aun despierto, pues Lorena se giraba de vez en cuando hacia él y parecía dialogar.
Yo solo veía al sujeto de cintura para abajo, dado que el cuerpo de ella me tapaba el resto, así que no podía verle bien.
Pero si podía ver, y fotografiar, la mano derecha del suertudo, pues esta asomaba por delante, aferrada al pecho derecho de Lorena, que manoseaba y estrujaba sin parar.
Por eso me lleve otra nueva, y muy grata sorpresa cuando Lorena, en un momento dado, cambio de postura y, apoyándose con una sola rodilla en la cama se inclino sobre el enorme pene que masturbaba con violencia.
Levantándose ella misma la falda hasta la cintura para que el tipo pudiera meter las manos bajo sus bragas con toda comodidad.
Justo en ese momento se me acabo el ultimo carrete de fotografías que llevaba, y tuve que perder un tiempo precioso rebuscando uno virgen por todos los cajones.
Cuando por fin conseguí encontrar uno y volver a mi puesto de observación me quede de una pieza.
Lorena ya se había desmadrado del todo. Lo primero que vi, y fotografíe, fue la curva superior de sus sublimes nalgas desnudas, pálidas, enormes y adorables.
Estas indicaban bien a las claras no solo que sus bragas estaban bajadas o quitadas, sino que el tipo tenia acceso directo y libre hasta su intimidad.
Como no podía ver lo que pasaba en esa zona me limite a hacer un par de tomas de su trasero.
No quería malgastar mi ultimo carrete, sobre todo teniendo justo en frente una escena digna de la mejor película pornográfica.
Créanme si les digo que no exagero lo mas mínimo, pues Lorena le estaba pegando al tipo una mamada como yo no había visto otra igual.
Tenia cogidos sus grandes huevos con una mano, mientras con la otra seguía masturbándolo a un ritmo infernal.
Pero era su boca, la de los labios gruesos y sensuales, la que hacia la mayor parte del trabajo, subiendo y bajando por su miembro con el mismo ritmo desenfrenado que su mano.
Verla allí, con los ojos entrecerrados y la cara sonrosada y sudorosa por el esfuerzo ( y quizás el placer), enmarcada pos sus pelos largos y lacios que caían sobre sus hombros y sobre los muslos desnudos del afortunado sujeto, fue la escena mas erótica que había vivido hasta la fecha. Tanto que me corrí en mis pantalones sin casi darme cuenta.
No podía apartar mi vista de la increíble escena, espaciando los fotogramas al máximo para que me duraran hasta el final.
Y cuando este se produjo fue realmente apoteósico.
Sin previo aviso vi que de repente Lorena apartaba la cara, reprimiendo a duras penas las fuertes arcadas que le produjeron la súbita eyaculación, rezumando algo de esperma por la comisura de sus labios.
Luego, como su mano seguía bombeándole por inercia, varios chorros de semen le impactaron en la cara y los ojos antes de que atinara a poner su otra mano encima y dejar así que el resto de la esencia se derramara en esa zona.
Después de escupir buena parte de lo que aun tenia en la boca en el cubo, uso el paño húmedo para limpiar las huellas de lo sucedido en el sujeto y en la cama.
Logrando, por fin, encerrar al rebelde aparato derrotado en su exigua celda de algodón.
Luego se marcho, medio tambaleándose y dando traspiés, hacia el cuarto de baño, creo que para arreglarse ella también.
No la volví a ver de nuevo ni a Lorena ni a su esposo, y cuando me levante a la mañana siguiente el suertudo «invitado» ya se había marchado.
Y así termino esa memorable velada, y empezó mi reinado.
Esta vez conseguí que mi amigo me hiciera varias copias de las fotografías. Las cuales guarde bajo siete llaves en mi habitación, como ultimo recurso en el caso de fracasar.
Luego comprobé los horarios laborales de su esposo por ultima vez, y empece a actuar.
Tenia que ser meticuloso, no podía precipitarme en el chantaje, pues si iba demasiado deprisa ella podía rebelarse y decidir contárselo todo a su esposo o incluso a la policía antes que ceder a mis demandas.
Así que empece poco a poco.
Lo primero fue meterle por debajo de la puerta de su domicilio un sobre con las copias de dos carretes ( 48 fotos ). No estaban todas, pero ella no tenia modo de saberlo.
Junto con las fotos una nota muy escueta, escrita a maquina, en la que solo le ponía que no lo hacia por dinero, sino por amor.
Como no podía ser de otra forma a media mañana la vi deambular por el cuarto, con el sobre en la mano, mirando a través de la ventana y cotejando lo que veía con las fotos.
Poco después oí el timbre de la puerta de mi casa, pero fingí no estar.
La primera «transacción» debía ser lo mas impersonal posible para no meter la pata.
Por eso en cuanto calcule que había vuelto regresado a su domicilio la llame yo por teléfono ( me sabia sus números de casa y del móvil de memoria ) y le dije quien era.
No les aburriré con toda la conversación, pues haría este relato largo y tedioso. Se la resumiré diciéndoles que la convencí de que estaba enamorado de ella, que por eso la espiaba y por eso había reaccionado así ante su «infidelidad».
Lorena, como no podía ser de otra forma, me trato como si fuera un crío idiota ( cosa que odio con toda mi alma ) que había hecho una travesura. Y trataba de que le diera los negativos a cambio de «olvidarse» del incidente.
Poco a poco la fui llevando hacia mi terreno, hasta lograr que accediera a desnudarse en el cuarto ante mi. Le dije que si se probaba sus conjuntos mas sexis de ropa y lencería le daría a cambio seis de los negativos.
Ella me dijo que yo podía hacerle mas fotos y yo le replique que si, pero que no me serviría de nada enseñárselas a su esposo, mientras que las otras podían ser su ruina matrimonial. Al final, como no, claudico a mis demandas.
Por suerte Lorena tenia en casa un teléfono de esos inalámbricos y yo un supletorio en mi cuarto, por lo que podía hablar con ella mientras se probaba la ropa.
Esto era importante ya que el oír mi ansiosa voz adulándola y animándola mientras se iba poniendo y quitando la ropa fue venciendo su natural pudor y vergüenza.
Al principio lo que saco del armario eran prendas bastante «normales» y recatadas, que se ponía deprisa y corriendo, tapando su cuerpo todo lo posible con las manos o la ropa al hacerlo.
Pero conforme fueron pasando los minutos las prendas que escogía eran cada vez mas frívolas y sensuales, y ya no parecía importarle que la viera ( y fotografiara, por supuesto ) totalmente desnuda mientras se las probaba frente al amplio espejo.
Entonces empece a masturbarme, jadeando y respirando lo mas agitadamente posible, para que a Lorena no le quedara la mas mínima duda de lo que estaba haciendo y que lo hacia por ella.
Procure que coincidiera mi orgasmo cuando estaba desnuda y le suplique, con la voz ronca, que no se moviera, que se estuviera quieta un momento. Así lo hizo, y se quedo frente a mi, con las piernas algo separadas.
También Lorena estaba ruborizada, con sus pezones eternamente erguidos apuntándome desafiantes, y unas gotitas de sudor perlando su frente.
Pero lo que provoco mi «descarga» final fue el ver (o creer ver) un brillo de lujuria en sus grandes ojos pardos, que marcaban el principio de su perdición.
Deje que durante los días siguientes meditara sobre lo sucedido, mientras yo terminaba de completar mi reducido circulo de elegidos.
Como ya les dije al principio tengo muy pocos amigos, pero formamos un grupo bastante unido.
A parte del que me ayudaba a rebelar las fotos ya habían otros dos camaradas que estaban al tanto del asunto.
Y que no solo habían visto todas las fotos sino que se deleitaban escuchando mis progresos.
A estos tres tuve que añadir otros dos mas. A uno por amistad y al otro por interés.
Pues este ultimo no era un intimo del todo, pero su padre era bastante adinerado y tenia acceso a ciertas cosas que yo sabia que, de seguir todo bien, al final me harían falta.
Una de las primeras cosas que le pedí a este muchacho fue que me prestara su teléfono móvil, pues para la segunda parte de mi plan era indispensable contar con uno.
Cuando lo tuve en mi poder volví a llamar a Lorena, y le dije que era lo que quería a cambio de la segunda entrega de seis negativos.
Necesitaba saber si aquel brillo de lujuria que creí ver estaba ahí realmente, y para eso le pedí que se vistiera de un modo «especial» y saliera a pasear a la calle.
Les aseguro que me costo bastantes esfuerzos y regateos, pero al final logre que accediera a salir a dar una vuelta vestida solo con una fina camisa veraniega y una minifalda de cuero, sin ningún tipo de ropa interior.
Le obligue a llevarse su teléfono móvil, para irle indicando el camino a seguir sin que me viera en ningún momento. Y empezamos el nuevo juego.
Como la otra vez al principio se le veía turbada e inquieta, sobre todo cuando alguien se fijaba en sus llamativos senos (que bamboleaban descaradamente bajo la fina camisa) o le dedicaba algún que otro piropo o grosería.
Pero al poco rato su andar se hizo mas firme, y empezó a erguir la cabeza con orgullo y echar los hombros hacia atrás.
Sin importarle que con ello se marcaran aun mas sus gruesos pezones, que eran visibles incluso desde la acera de enfrente.
Yo la llamaba cada poco, oculto lejos de ella como si fuera un espía, indicándole las calles que debía tomar.
Cuando creí llegado el momento oportuno la obligue a pasar por las cercanías de una obra, haciéndolo coincidir con su hora de descanso.
No creo que haga falta que les diga mas, fue una autentica revolución.
Eran mas de veinte tipos compitiendo a ver quien gritaba la barbaridad mas gorda.
Y Lorena, cumpliendo mis vaticinios, no solo aguanto el chaparrón estoicamente, sino que incluso aflojo el paso para que todos pudieran contemplarla y alabarla a placer.
Después de eso la mande directamente a uno de los jardines mas concurridos de la ciudad, donde le indique en que banco debía sentarse, y fingir leer el libro que llevaba preparado en el bolso, separando sus piernas y olvidándose de quienes la rodeaban.
Lo hizo sin pensárselo dos veces, sobre todo porque no sabia que mis amigos ocupaban el banco de enfrente desde hacia un rato, y de esta forma pudieron ver en directo a la que iba a convertirse en nuestra futura esclava.
Lorena, totalmente deshinbida estuvo casi media hora con su intimidad tomando el fresco, para deleite no solo de mis amigos sino de las decenas de personas que pasaron por delante suya y se fijaron en el «regalo».
No quise hacerla esperar mas, y le ordene que regresara a casa.
Cuando lo hizo yo ya la estaba esperando en mi cuarto, con la cámara lista.
Lorena, desde el cuarto de enfrente, me pidió los negativos por teléfono y yo le dije que para dárselos tenia que devolverme el favor que le había hecho el día anterior.
Como no sabia de que le hablaba se lo aclare, quería que se masturbara delante mía como yo había hecho delante suya el día anterior.
Para ello contaba con lo excitada que tenia que encontrarse después de lo que había estado haciendo toda la mañana.
Y no me equivoque, pues accedió a hacerlo pero sin quitarse la ropa, para que no pudiera tomar fotografías de lo que hacia.
Yo accedí, por supuesto, y pronto pude ver (por primera vez en mi vida) como una mujer se pellizcaba los pezones por encima de la camisa mientras sus delicadas manos se introducían bajo la breve minifalda.
No hubo trampa ni cartón, pues en menos de diez minutos la oí jadear como una fiera mientras regueros de sudor resbalaban por su frente y Lorena se mordía los labios al tiempo que sus piernas se doblaban por el intenso orgasmo que consiguió.
Ya iba por el buen camino, y tras meterle los negativos prometidos por debajo de la puerta, la llame por teléfono para citarla al día siguiente a la misma hora. Pues ahora no podía dejar que se «enfriara», ni que meditara demasiado sobre lo que estaba haciendo.
A la mañana siguiente, como estaba acordado, le llame y obligue a ponerse un conjunto aun mas seductor que el del día anterior.
Esta vez la minifalda era de pliegues y mucho mas corta, y la camisetita a juego además de traslúcida dejaba el ombliguito al aire.
Lorena, aunque se sonrojo al ver en el espejo como sus senos se marcaban en la prenda de un modo realmente descarado, accedió a salir a pasear a cambio de seis negativos.
Pero a punto estuvo de negarse cuando le dije que hoy, además, le iban a meter mano.
Le dije que a lo mejor seria yo, pero a lo mejor no, y que ella debía de hacerse la tonta y no rebelarse ante las caricias que recibiera. Fingiendo no notarlas o «pasar» de ellas.
Tuve que usar bastante menos persuasión de lo que me esperaba, señal de que la cosa iba por buen camino. Y pronto salimos todos a pasear.
Mis amigos esperaban impacientes ya, sorteándose entre ellos quien seria el primero en actuar, dado que yo la seguiría de lejos y me abstendría de participar… por el momento.
Después de dar un par de vueltas de «calentamiento», volviendo a pasar junto a un par de obras para irla poniendo «en situación», con los groseros insultos y piropos que de nuevo le dedicaron los obreros, le pedí que cogiera un autobús de una de las líneas mas atestadas a esa hora.
Con ella subieron al vehículo dos de mis impacientes amigos.
El primero en «actuar» tan solo le pudo poner la mano en el trasero por encima de la minifalda, pues ella salto de golpe hacia delante como si le hubiera picado un bicho.
Tras el lógico susto mi amigo estuvo a punto de bajarse del autobús, pero el otro chico le echo valor y volvió a ponerle la mano en el culo.
Esta vez Lorena, aunque tensa como un alambre, se quedo quieta, y ni siquiera volvió la cabeza para ver quien era el osado que la tocaba cada vez con mas descaro. Cuando por fin bajo del autobús en la parada indicada ni siquiera sus grandes gafas de sol podían ocultar el sofoco que tenia encima.
Sin embargo en el siguiente autobús que la hicimos subir ya se lo tomo con mas calma, y mis amigos pudieron acariciarle el amplio y firme trasero a placer.
Uno de ellos, que ya no podía aguantar mas las ganas, le «cazo» uno de los senos desde atrás, apretándoselo a placer durante unos interminables segundos ante el asombro de los dos jubilados que no quitaban ojo a la espectacular señorita que viajaba a su lado.
Lorena, sin que le dijera nada, se compro una revista de esas de cotilleos antes de subir al siguiente autobús. Su utilidad era evidente.
Desplegándola delante suyo podía fingir que estaba leyendo para tratar de ignorar los manoseos de mis amigos, y al mismo tiempo evitaba que la gente que la rodeaba se percatara de cómo las manos de estos afortunados jovencitos se apoderaban de sus sensibles pechos con todo desparpajo.
Aun así la hacíamos cambiar de autobús con mucha frecuencia, pues la gente pronto se daba cuenta de lo que pasaba, y tenia que evitar que alguien montara un escándalo que arruinara todo lo logrado hasta el momento.
Mis amigos, cada vez mas excitados, no dudaban en restregar sus rígidos paquetes por su trasero, para que ella los sintiera junto con las manos que buceaban bajo su camiseta a la captura de sus rígidos y puntiagudos pezones.
Pues su grosor y dureza les atraían mucho mas que su culo.
Aun así, a un par de ellos les encantaba meter las manos bajo su minifalda y manosear sus pétreas nalgas con deleite, deslizando los hábiles dedazos por su estrecho canal hasta rozar los limites de lo prohibido.
Notando, encantados, como Lorena apretaba sus muslos para evitar que sus dedos alcanzaran su rincón mas sagrado.
Fue uno de ellos el que, después de haber estado amasando sus carnes desnudas bajo la minifalda durante un rato, volvió a deslizar de nuevo sus dedos por la hendidura.
Pero esta vez, para su sorpresa, nada obstaculizo su avance, pues Lorena permanecía con sus piernas semiabiertas y no apretaba sus muslos ante su acoso como de costumbre
El chico, ilusionado, continuo hacia abajo, hasta que se llevo una sorpresa aun mayor.
¡ Sus dedos acababan de chocar con otros dedos que ya se estaban ocupando de hurgar a conciencia en su indefensa intimidad !.
El susto fue mayúsculo, pues su compañero se encontraba a su lado, magreandole las tetas bajo la camiseta, como de costumbre.
Mi amigo, asomándose con disimulo, vio como un tipo ya mayor, de unos cuarenta y tantos años, elegantemente trajeado, usurpaba su lugar.
Este atildado caballero, situado justo enfrente de Lorena se había unido a la fiesta por propia voluntad, y no sabíamos cuanto tiempo llevaba metiendo sus dedos en nuestros asuntos ( y nunca mejor dicho ).
Lo que si era evidente es que Lorena le dejaba maniobrar con toda comodidad, y solo el rubor de su rostro y el jadear de su agitada respiración, unido a la intensidad con que se mordía sus carnosos labios nos indicaba cuanto estaba «sufriendo» ante su osadía.
Por eso la llame de inmediato y la hice bajar del autobús en la siguiente parada, pues era fundamental para mis planes no solo que ningún extraño se inmiscuyera sino dejarla con las «ganas» suficientes como para que accediera a todas mis demandas posteriores.
Esta vez, cuando ella salió del ascensor, todavía turbada y sofocada por la experiencia, yo la esperaba en persona en la puerta de su casa.
Lorena me miro incrédula, supongo que porque no me había vuelto a ver desde ese día y no acertaba a creer que el mocoso de poco mas de quince años que tenia delante suya era el responsable de lo que ocurría.
No dejo de mirarme mientras abría la puerta de su casa, en silencio, como pensando en mil cosas y sin acertar a decir ninguna. Yo la seguí, despacio, recreándome en mi poder.
Nada mas entrar en su acogedor comedor tome la palabra y, sentándome en el sofá, le dije a Lorena que se acercara hacia mi. Ella pareció dudar un poco, pero pronto dio el primer paso… el primer paso hacia su sumisión.
En cuanto estuvo de pie a mi lado me susurro «los negativos…».
No la deje continuar, sin mediar palabra le alce la minifalda con las dos manos.
Lorena dio un respingo, pero permaneció quieta, dejando que me regodeara con la visión de su desnuda intimidad a un par de palmos de mi cara.
Aunque ya la empezaba a conocer muy bien, no pude por menos que extasiarme en la contemplación de la lujuriosa selva, oscura y rizada, que tenia al alcance de mi mano.
El perfecto cuidado y depilación de su triangulo hacia que sus gordezuelos labios, de un tono pardo ligeramente oscuro, destacaran poderosamente.
Estos, como ya suponía, todavía estaban húmedos y brillantes por culpa del manoseo que había recibido hacia tan solo unos minutos. Justo como yo quería que estuvieran.
Cuando deje caer su minifalda creí ver en los ojos de Lorena una cierta decepción, pues lo mas seguro es que ella estuviera esperando que yo le hiciera algo.
Y, sin embargo, era justo lo contrario… yo quería que fuera ella la que me hiciera algo a mi.
Agarrándola suavemente de las caderas fui tirando de Lorena hacia abajo, hasta lograr que se quedara de rodillas entre mis piernas separadas. Con una mano le quite las gafas de sol, mientras con la otra le tapaba la boquita, pues vi que estaba a punto de hablar.
Luego me apresure a bajar la cremallera de mis pantalones, pues vi su intención de levantarse en cuanto empece la maniobra. Pero se quedo clavada en el sitio en cuanto libere a «la cosa» de su encierro.
No era para menos, pues acababa de dejar a tan solo un par de palmos de su cara a una maravilla de la naturaleza.
Créanme, no presumo ni les exagero, pero mi «hermanito» mide 36 cm de largo, y es un cilindro casi perfecto, cuyo grosor oscila entre los 6 cm y pico de la base hasta los 4,5 cm de la cúspide.
Todos mis amigos coinciden es que es algo fuera de serie, y la mirada fija y absorta de Lorena corroboraba punto por punto sus afirmaciones.
Ella, con los ojos clavados en la «monstruosidad» que tenia delante, no acertaba a decir nada, ni a reaccionar.
Solo atino a balbucear alguna que otra excusa, casi inteligible, mientras yo la cogía de sus hombros y la dirigía poco a poco y con exquisita suavidad hacia el que iba a ser su amo y señor.
Me basto con recordarle que le había visto, y fotografiado, haciéndole al novio de su hermana (me acababa de decir quien había sido el afortunado entre sus frases incoherentes) lo mismo que deseaba que me hiciera ahora a mi.
Luego solo tuve que murmurarle lo mucho que la amaba, a diferencia de aquel tipo, y otras tonterías por el estilo, para vencer sus últimos resquemores y lograr que agarrara con ambas manos mi rígido y descomunal aparato. El resto fue el nirvana.
Lorena, aferrada a mi mandoble como si le fuera la vida en ello, empezó a lamerlo, y a besarlo con cariño y veneración.
Sus labios gordezuelos succionaban de maravilla, y su hábil lengua me derretía de placer.
Sus manitas subían y bajaban, acariciándome todo lo que podían, mientras jugueteaban con mis sensibles huevos.
Después acelero el ritmo, introduciéndose en la cálida boquita trozos cada vez mas grandes de carne, hasta que me dio la impresión de que se asfixiaría, si seguía devorándome con tanta gula y ansia.
Pero Lorena sabia muy bien lo que hacia, y se frenaba justo cuando mi glande rozaba la entrada de su dulce garganta, dándome así la maravillosa sensación de estar follándome un coño con lengua.
Si algunos de ustedes han tenido la suerte de experimentar algo así seguro que saben a lo que me refiere… en cuanto al resto, háganme caso y pruébenlo.
Yo, en el séptimo cielo, me limitaba a juguetear con su pelo, lacio y suave, acariciando su sudorosa carita sonrosada de vez en cuando, absorto tanto en el exquisito placer que recibía como en la expresión de viciosa que habían adoptado sus rasgos angelicales.
Hasta que note que me estaba llegando el poderoso orgasmo y entonces, sin avisarle, le aferre la pequeña cabecita con las dos manos, haciendo coincidir el momento justo en que mas hondo estaba introducido en su boca con mi abundante eyaculación.
No tuve piedad con ella y, a pesar de escuchar sus gemidos de protesta, la mantuve en su posición hasta descargarme completamente en el interior de su garganta.
Lorena, cuando la solté, casi vomita.
Pero, a pesar de escupir algunos pegotes de semen en la alfombra, ambos sabíamos que mi violenta maniobra había hecho que se tragara casi todo mi esperma. Forzándola así a degustar mi esencia sin mas remedio.
Luego, sin darle tiempo a reaccionar, me levante, tirando en el sofá el sobre con los negativos prometidos, y marchándome hacia la entrada del salón mientras me abrochaba los pantalones.
Antes de salir me gire, contemplando orgulloso mi victoria absoluta.
Ella aun estaba medio sentada medio de rodillas junto al sofá, con una mano apretando su conejito por encima de la minifalda, señal inequívoca de su deseo insatisfecho y una turbia mirada de pasión en sus ojos.
Sabia perfectamente que Lorena quería y anhelaba que volviera a su lado, y que calmara sus sofocos y ardores con mi gran varita mágica.
Pero no eran esos mis planes, pues tenia que dejarla sufrir en este estado, para obligarla a desfogarse sola con sus dedos, o esperar hasta que regresara su marido, teniendo todo el rato en su mente el enorme rabo que acababa de saborear.
¿Por qué? Se preguntaran algunos de ustedes.
Pues porque de este modo ella, cuando al día siguiente me plante en la puerta de su vivienda apenas irse su esposo, me abrió y recibió en su casa como la esclava insatisfecha y anhelante en que yo quería convertirla.
Por seguir el ritual le ofrecí un nuevo juego de negativos a cambio de su «virtud», pero ambos sabíamos que si se lo hubiera pedido sin mas, posiblemente habría aceptado.
De este modo ella podía seguir autoengañandose, diciéndose a si misma que cedía por salvar su matrimonio, mientras su cuerpo claudicaba y se rendía ante mi.
No lo sabia seguro, pues sus gruesos pezones se marcaban en su liviano camisón con la dureza de costumbre.
Pero cuando empece a besar a Lorena, camino de su dormitorio, e introduje una de mis manos bajo su ropa, y palpe por primera vez su húmeda y cálida rajita, no me quedo ya la mas mínima duda.
Los fluidos que mojaban mis dedos eran la mejor prueba que podía tener de que anhelaba fervientemente lo que yo iba a darle.
Su boca sabia a miel, su aliento me quemaba, y los suspiros que emitía mientras mis dedos hurgaban en su encharcada intimidad me estaban volviendo medio loco.
Prácticamente los dos nos caímos sobre la cama que estaba aun sin hacer.
Sus manitas se aferraban desesperadas a mi cuello, y su jugosa boca devoraba la mía con un ansia que hacia solo unos días no podía ni imaginar. La dulce Lorena se había convertido en una fiera hambrienta de sexo, y yo me deje arrastrar por la pasión que le había inducido.
No perdí el tiempo en desnudarme, simplemente me desabroche la bragueta y deje en libertad mi aparato.
La sujete firmemente por las caderas, y la empale de un solo golpe hasta los mismísimos huevos.
Lorena no pudo ni gritar, se quedo con la boca abierta en un silencioso jadeo, con los ojazos marrones dilatados al máximo y sus manos arañando mi espalda.
Yo me había quedado quieto como una estatua al ver su reacción, pues les confieso que hasta me asuste un poco.
Hasta que Lorena dejo escapar el aire en un largo suspiro diciendo «SIIIIIIIII…….» y me trabo con sus piernas, dando así inicio a la fiesta.
Fue el polvo mas salvaje que había tenido en mi vida, y eso que gracias a mi increíble «chisme» he disfrutado de los encantos de muchas mas mujeres «maduras» a pesar de mi corta edad que la mayoría de ustedes con los años que tienen ahora.
Pasado el susto inicial Lorena se aferro a mi cuerpo como si fuera una lapa, meneando las caderas como si le fuera la vida en ello. Imprimimos un ritmo salvaje y violento a la «galopada» que no ceso hasta que ambos nos corrimos, prácticamente al mismo tiempo.
No podía, ni debía, detenerme. Pues era fundamental que ella sucumbiera totalmente al hechizo de mi rabo. Por lo que, sin siquiera sacarla, continúe hacia un nuevo orgasmo.
La reacción de mi diosa fue fulgurante, ya que al estar mucho mas «sensible» esta vez encadeno varios orgasmos antes de que yo volviera a eyacular en su cálido interior.
No la deje descansar, y chupando y mordisqueando por primera vez sus divinos pechos me volví a recuperar.
Esta vez fue mucho mas tranquilo y reposado. Pudimos adoptar las posturas mas clásicas y tradicionales, disfrutando mutuamente de nuestros cuerpos, antes de que yo eyaculara por tercera vez.
Durante el largo rato que estuvimos gozando ella había conseguido otros dos o tres orgasmos, por lo que cuando yo me corrí se limito a derrumbarse a mi lado, agotada como me confeso que no lo había estado en la vida.
Le di un cariñoso beso en los labios y me retire a mi casa sigilosamente, dejándola en su cama, derrotada y feliz.
Los negativos que deje junto a su almohada solo eran ya una mera excusa, pues Lorena había caído en mis redes como una encantadora sirena.
La mejor prueba de lo que les digo fue la radiante sonrisa que ella me dedico la mañana siguiente, cuando volví a aparecer ante su puerta al rato de marcharse su esposo.
Fue otra velada memorable, en la que ambos gozamos casi tanto como el día anterior, probando nuevas posturas y repitiendo las que mas nos gustaban, corriéndonos una y otra vez como si el mundo fuera a acabarse antes de la hora de comer.
Esta vez, cuando me iba a marchar, ella me solicito los negativos. Y yo, con una cínica sonrisa le pregunte si no había disfrutado. Lorena solo pudo responderme que si, y yo le dije que se diera por pagada así, que el resto de los negativos aun se los tenia que ganar.
Ella se sonrojo y turbo ante mis osadas palabras, pero acepto el hecho con sospechosa rapidez, señal de que el influjo de mi «varita mágica» había surtido el efecto adecuado.
Prueba de ello es que durante los días venideros abría la puerta de su casa casi antes de que yo llamara al timbre de la entrada, mostrándose nerviosa cuando yo dejaba pasar un rato, a propósito, antes de acudir a su domicilio, una vez que su esposo se iba a trabajar.
Continuará…