Capítulo 6

CAPÍTULO SEIS

Aquello salió de su boca en forma de suspiro, mientras su pecho se alzaba con su respiración.

  • Por supuesto, hija mía. Túmbate sobre la mesa y deja tu cabeza colgando. – le ordené

María hizo lo que le dije, tumbando su cuerpo desnudo sobre la mesa en la que yo acababa de cenar, dejando la cabeza colgando de uno de los extremos y abrió sus piernas. Acerqué mi mano a su sexo y lo empecé a acariciar, de forma muy lenta, rodeando sus labios mayores y acariciando su rajita sin llegar a tocar su clítoris. Al estirar mi mano para alcanzar su ano, mi polla quedaba sobre su cabeza y ella intentaba alcanzarla con sus labios, pero yo no le dejaba y continuaba impertérrito acariciando solamente los labios de su sexo y el perineo, llegando también a acariciar su agujerito posterior.

  • Por favor, no aguanto más, dame tu polla por favor.
  • ¿Ahora me tuteas? – dije sonriente viendo sus ojos por debajo de mi tiesa verga.
  • Se lo ruego, padre. – dijo de forma desesperada.

Acerqué mi polla a sus labios, rozándolos con ella, María intentó cogerla para llevarla a su boca

  • Sin manos, abre la boca.

Se la fui metiendo hasta que noté su arcada. El sonido de la arcada casi consiguió que explotase temprano. El calor y la humedad de su boca me volvían absolutamente loco. Mi polla alcanzó su máximo esplendor dentro de esa boquita. A la vez que María tragaba mi polla hasta tocar mis huevos con la barbilla, yo alcancé su clítoris.

  • ¡mmmmm! – le oí gemir con mi polla insertada en su garganta y la vibración era como un pedazo de cielo.

El clítoris, esa parte anatómica que tanto había estudiado en los libros, se había convertido en llave al paraíso y me había convertido en todo un experto en cerrajería femenina… Sabía cómo había que tratar esa preciosa y minúscula parte del cuerpo y lo hacía de forma intermitente, sin llegar a rozarlo de forma brusca, logrando que los gemidos de María fuesen continuos. Mojé mis dedos con saliva y con extrema lentitud fui rodeando esa pequeña protuberancia, que al igual que mi polla en su boca, crecía entre mis dedos.

  • ¡Mmmmm! – esta vez gemimos los dos al tiempo.

María intensificó las ganas con las que comía mi polla cuando tuvo su primer orgasmo, metió tanto mi polla en su boca, que a punto estuvo de vomitar. Al parecer sus orgasmos iban uno detrás de otro, pues hasta que no consiguió traspasar su garganta sin dar arcadas, no paró. Una vez que lo hizo, me folló ella a mí con su boca hasta conseguir su premio logrando que explotara dentro de su garganta, teniéndome que sostener de sus tetas para no caerme pues sentía como sus labios y su lengua me absorbían, chupando con gula para que no se escapara ni una sola gota. Cuando se aseguró de haberme vaciado, se relamió, me dejó la polla bien limpia, se levantó se puso el vestido sin dejar de mirarme y me dijo.

  • Vamos, Ángel, me tienes que follár que mañana vuelve Luis. Dame las llaves de tu casa.

Observé una vez más a esa mujer… ¿quién podría resistirse a ese pecado? Le entregué las llaves y ella me lanzó las del bar saliendo hacia mi casa.

Me quedé solo cerrando el bar con suma prisa y fui apresurado hasta mi casa. Al llegar, la puerta estaba abierta, pasé y cerré tras de mí. Entré al salón y María estaba completamente desnuda con su cuerpo doblado sobre la mesa y su culo en pompa, al borde de la misma.

  • ¡Cuánto ha tardado, padre! – decía ella visiblemente excitada y mirándome con su cara de niña buena apoyada en la mesa.

Me acerqué lentamente y de igual modo me desabotoné la camisa y me bajé los pantalones, hasta quedar desnudo frente a ese maravilloso culo. Cogí mi verga que ya había vuelto a tomar su máximo nivel de dureza y la pasé varias veces por esa rajita empapada.

  • ¿Así quieres que te follé, puta? – le pregunté.
  • Sí señor, sí
  • Pues abre bien las piernas.

María abrió sus piernas, pegando lo máximo que pudo sus pechos en la mesa, agarrándose con sus manos a los extremos. Me acerqué por detrás, puse una mano en su cuello y con la otra, sujeté mi polla hasta dejarla a la entrada de su coño. De un golpe le metí más de media polla, en ese encharcado coñito. María gritó.

  • ¡Ayy, Dios!

Mi mano libre le dio un fuerte azote a la vez que la mano que tenía en su cuello le apretaba contra la mesa. Le daba moderadamente fuerte, llevando mi polla hasta el final y empujando una vez estaba toda dentro. María se corrió, llenando mi polla de sus jugos. En el frenesí del combate mi polla salió y miré por un instante su culito, no me pude resistir y con la lubricación de su propio coño, mi polla volvió a entrar esta vez por su culito hasta casi la mitad.

  • ¡No, joderrrr! – fue su grito.

Me detuve.

  • ¿Me salgo?
  • ¡No, joderrrrr! – volvió a repetir.

María gritaba, pero yo seguí con mi ritmo, logrando que cada vez entrara más porción de mi verga en ese estrecho orificio, la presión hacía que doblase las piernas, pero agarrándome a sus caderas seguí bombeando y follándome ese culo sin remisión. Estaba a punto de correrme y le di un fuerte azote a la vez que le clavaba mi polla en lo más hondo de su culo, casi, la levanté del suelo.

  • ¡Joder cabrón, qué gustoooo ! Gemía ella
  • ¡Este culo es tremendo! – repetía yo.
  • Uf, Ángel, me tenías ganas. ¿ehh?
  • No tengas dudas, preciosa, no tengas dudas.

Después de correrme, le dije que seguiríamos en la cama, en esa posición me temblaban las piernas… y fue curioso cuando saqué mi polla, observar ese culito tan abierto.

Una vez llegamos a mi dormitorio, María retiró la colcha y yo me aferré a ese cuerpo por detrás, pegándome a él y el solo contacto con su culo ya hizo que mi polla se pusiera bien dura de nuevo. Sujeté sus tetas con mis manos notando los erectos pezones. Mi polla se tensó y buscó su coño babeante que encontró de inmediato y entró sin ninguna dificultad, estaba totalmente mojada y yo más que lubricado. Caímos sobre la cama, yo sobre ella, mientras su cara se hundía en el colchón.

Empecé un movimiento de vaivén con un ritmo mediano mientras sujetaba su cuello con mi mano, apretándola contra la cama y follándola lento pero profundo.

  • Vamos, dame fuerte, más fuerte. – gemía ella entrecortadamente.

No hice caso y seguí con mi ritmo. María cada vez gemía más alto notando cómo los músculos de su vagina envolvían mi polla y la apretaban con fuerza.

  • Vamos cabrón, dame fuerte joder, dame…  – repetía.

Apreté más fuerte su cuello, pero no cambié de ritmo sintiendo como mi polla era inundada.

  • Vamos, mójale entero, María llénale de ti, que tenga un buen recuerdo.

Ella meneaba su culo sobre mi polla jadeando. Apreté con más fuerza y le di con todas mis fuerzas durante lo que me pareció una vida hasta que flaquearon mis piernas. Había descubierto en María, a toda una mujer con la que sacar lo mejor de mí.

  • ¡Jodeeer cabrón! – jadeaba ella en pleno éxtasis.

María se salió de mí y girándose frente a mí se montó sobre mi polla. Me miró a los ojos, se lamió los labios y empezó un movimiento adelante y atrás, que solo buscaba su propio orgasmo. La dejé hacer mientras apretaba con fuerza sus pezones. Abrió su boca, apoyó sus manos en mi pecho y se dejó ir.

  • Jooooodeeeeer…

Gritaba y ver esa cara de puta sedienta de polla en ella, era todo un espectáculo.

Pasaron unos segundos donde María botaba sobre mí, apretando los músculos de su vagina hasta hacerme daño, logrando que mi polla se tensara dentro de ella. Haciéndose cada vez más dura y más gorda.

Metí mis manos bajo su culo, la levanté un poco y empecé un frenético mete y saca que terminó con mi polla explotando dentro de ese cálido coñito. María se dejó caer sobre mi pecho.

  • Jodeeer, ha sido una buena follada. – dijo exhausta.

Escucharle hablar así, también era todo un estímulo, algo extraño en esa mujer tan comedida, tan formal, tan religiosa… Al final, logrando separarnos, se dejó caer en la cama y cayó rendida a mi lado.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, ella ya no estaba, y al levantarme vi que me había preparado el desayuno y junto a las tostadas, encontré una nota escrita en la servilleta de papel:

  • “Padre, gracias por ayudarme a sacar mis penas”

Eran poco más de las once y ya era sábado, el día en el que había quedado con aquella chavala… la que volvió a encender la llama, la que volvió a sacar mi lado más salvaje.

Desayuné pensando en ello, incluso replanteándome si era buena idea, pues en bastantes líos me había metido ya, como con la propia María, que podrían traerme consecuencias.

Aun así, me dispuse a preparar la casa para la tarde, quería que también fuera especial. Taladré y puse unas argollas sobre la pared, dos arriba y dos abajo. Coloqué una cuerda con unos nudos corredizos por debajo del sofá, sujetando esta, a las patas. Me puse a preparar el látigo. Trencé las tiras de cuero y las uní a un mango con unas chinchetas. Quedó un bonito y efectivo látigo de siete colas. Busqué por la cocina y encontré una pala de madera. El mango del almidé, que uso para machacar ajos, también me servía. Le coloqué un condón para preservarlo. Coloqué las tres cosas sobre el aparador. Hice un antifaz con un trozo de tela y unas gomas, cosiéndolo torpemente. También lo dejé sobre el aparador.

A pesar de mi condición de cura, de hombre respetable y el hecho que mis pensamientos me llevaran a querer arrepentirme de mis pecados, mi polla no parecía decir lo mismo y se mantuvo dura durante toda esa preparación.

Cuando me quise dar cuenta, era la hora de comer, saqué unas lentejas del congelador, que la propia María me había preparado con su cariño de siempre y las calenté para comer, ya eran las tres de la tarde. Recordar a María, en esa noche mágica y lo mucho que me había hecho disfrutar, lo mucho que ella misma había disfrutado, era demasiado como para no dejar de pensar en esa preciosidad que esa misma tarde, en poco tiempo, tendría para mí.

Salí a la calle, para hacer tiempo y también para reflexionar, llegando a pensar si debía seguir adelante con esa locura, si era correcto, arriesgado, prudente, sensato… cuando paseando junto al río me encontré a una pareja besándose apasionadamente, con la chica ataviada con unos pequeños shorts y subida a horcajadas sobre él, frotando su sexo, sobre una polla que debía estar dura… como empezaba a estarlo la mía…

19

Al regresar a casa me encontré con don Rafael, un hombre mayor, que también ayudaba en la parroquia.

  • Buenas tardes don Ángel, vaya horas que ha elegido para pasear… no sabe que eso en Sevilla está prohibido.
  • Si, lo sé, lo sé, Rafael, pero necesitaba un poco de aire fresco.
  • ¿Usted tampoco pudo dormir?
  • Bueno, fue una noche muy calurosa.
  • No, lo digo por el jaleo… ¿no se enteró?
  • ¿Jaleo?
  • Si, la pareja de depravados del tercero… se tiraron toda la noche dale que te pego, se les oía gritar y gemir… no me diga que no lo oyó.

En ese momento me di cuenta de que no eran los vecinos de los que el hombre hablaba y que él creía eran una pareja de recién casados, sino mis propios gritos y los de María en esa noche loca, llena de pasión.

  • Pues la verdad, Rafael, dormí profundo y no me enteré de nada. – le dije al hombre, mientras me despedía de él y subía a mi piso.

Creo que el demonio volvía a estar de mi lado y me ponía en bandeja poder volar con tranquilidad y no ser acusado de depravado… como decía Rafael y eso me permitía poder sentirme aliviado y excitado con ese doble juego moral.

Nada más entrar en casa, puse en marcha el ventilador, me senté en el sillón orejero y me serví una generosa copa de brandy. Mi mente, la que en principio buscaba la manera de escapar de esas tentaciones, ahora, morbosa, buscaba qué travesuras hacer con esa joven. Mi polla empezó a tomar vida propia, fui a la habitación y me cambié. Me puse un pantalón blanco de deporte y una camiseta de tirantes muy ajustada a mi cuerpo. Quería estar cómodo.

Entre unas cosas y otras, cuando quise mirar el reloj ya eran las cinco menos diez. Mi corazón se aceleró y mi sangre se hacía notar en mis sienes. A las cinco menos un minuto, sonó el telefonillo y casi por instinto mi polla dio un respingo.

  • Buenas tardes, padre, soy yo, ¿puedo subir? – su vocecilla angelical, daban todavía más morbo al asunto.
  • Sube hija, sube.

Cuando la chiquilla llegó a la puerta, vio el antifaz colgando del pomo y una nota pegada en la puerta.

“Ponte el antifaz y desnudaté antes de entrar”.

La chiquilla sé debió quedar perpleja durante unos segundos y mi corazón galopaba como loco, pensando en esa belleza que se desnudaba al otro lado de la puerta. La excitación era máxima pensando que algún vecino podría verla en el rellano de la escalera.

Escuché en silencio, intentando adivinar cualquier sonido, pensando ¿qué podía pasar? tras la puerta. Sí había soltado su falda, sí había bajado sus bragas o si incluso se había ido corriendo de allí.

Entonces vi, que la puerta, ligeramente entornada se abría lentamente y que ella con sus ojos vendados daba un paso al interior del piso. Yo estaba excitadísimo, sentado en una silla en medio del pasillo. Verla aparecer en mi puerta era como un sueño, descubriendo como ese cuerpo curvilíneo y juvenil, se presentaba ante mí. Precioso, con unas tetas firmes, un vientre plano y unas caderas armoniosas, casi me caigo de la silla. Tuve que mantener la serenidad, a pesar de notar mi polla endurecerse al máximo y la adrenalina invadir mis venas.

  • Cierra la puerta y tira tu ropa. Sigue mi voz y acércate.
  • Sí, padre – contestaba ella con un hilo de voz, mezcla de lo que debía ser su temor y su excitación.

Una vez que cerró la puerta y se giró pude contemplar ese bonito cuerpo por detrás, con ese culo impresionante como una manzanita partida en dos. Cuando se agachó a depositar la ropa, pude observar cómo sus tetas caían ligeramente por la gravedad, marcando su volumen, ofreciéndome una visión inmejorable de esos duros pezones. Ella avanzó a ciegas unos pasos sin saber por dónde pisaba.

  • Para ahí, detente. – ordené.

Observé ese cuerpo perfecto, sin creerme la suerte que estaba teniendo, con aquella joven desnuda de cuerpo perfecto, con ese coñito rosadito y ese culito en forma de corazón o esos pechos que apuntaban al cielo.

  • ¿Sabes que vas a ser castigada? – lancé intentando mostrar seriedad.

Tardó en contestar y vi como tragaba saliva sin saber dónde me encontraba yo exactamente.

  • ¿Me has oído? – insistí.
  • Si padre, lo sé. A eso he venido. – respondió al fin.
  • Podrás elegir, ¿qué quieres?, la mano, la pala o diez y diez.
  • No sé qué es… – intentó averiguar, buscando mi voz girando su cabeza por todas partes intentando localizarme.
  • Ni falta que hace. Elige – dije autoritario.

Ella volvió a tragar saliva y se mojó los labios.

  • Prefiero, diez y diez. – dijo al fin sin saber de qué se trataba.
  • Muy bien, así será.

Me levanté de la silla, la aparté hacia un lado y me acerqué a la chica. Ella parecía estar atenta a los ruidos que se producían a su alrededor.

  • ¿Cómo te llamas preciosa? – pregunté muy cerca de ella hasta casi sentir su calor.
  • Eva padre, me llamo Eva.

Si eran pocas las tentaciones que yo tenía encima, el nombre de Eva era el referente más importante de la tentación, todo parecía predispuesto.

Me acerqué a la chica, la sujeté por su brazo y la llevé hacia el sillón, mientras ella a traspiés se dejaba llevar.

  • Ahora Eva, te castigaré como me has pedido, diez azotes con la pala y diez azotes con mi mano.

Me pareció ver una sonrisa en su rostro, aunque quiso disimular diciendo seria.

  • Gracias, padre. Yo sabía que me redimiría de mis pecados. – soltó aquella frase que era puro morbo, sumado a su impresionante físico.

La fui inclinando sobre el sofá, até sus manos a las patas delanteras por la parte del asiento. Tuvo que estirarse dejando su culo completamente a mi merced. Abrí sus piernas y las até a las patas traseras del sofá.  ahora la tenía totalmente expuesta para mí y podía ver la redondez de su culo y la humedad de su sexo.

Subí desde sus tobillos hasta su cuello en una dulce y lenta caricia. Pasé mi dedo entre sus nalgas acariciando su culito y notando la humedad de su sexo. Ascendí por su espalda hasta su cuello y volví a bajar muy lento. Al llegar a su culo levanté mi mano y la dejé caer sobre ese juvenil trasero con una fuerza calculada, no muy fuerte.

  • Padre… pare, no, no pare. – repetía la chica visiblemente excitada

Según toqué su culo, levanté la mano y la volví a dejar caer con fuerza sobre ese pandero tan terso. Al quinto azote un reguero de humedad bajaba por sus piernas. Metí mi mano dentro de su sexo y me encontré un mar. Empecé un rápido vaivén con mis dedos en su coñito y cuando más gemía, me paré en seco.

  • ¿Qué haces putita?, no puedes correrte hasta el último azote. – le advertí.
  • Si padre, lo haré como usted dice.

Le di otros cinco azotes con más fuerza que los primeros y volví a follar su coño con mis dedos. Eva tenía los labios abultados, de su sexo se desprendía un líquido blanquecino que bajaba por sus piernas. Paré, le acaricié sus preciosas nalgas, Eva gimió. Me alejé hasta la cómoda. Recogí la pala y me acerqué a ella. Recorrí su espalda con la pala, lo que hizo que Eva se tensase, con la misma pala acaricié su culo. Levanté la pala y golpeé ese culito con fuerza.

Eva gimió en un pequeño grito a la vez que intentaba cerrar sus piernas, estaba a puntito y yo introduje el mango del almidé en su culito. Noté que a punto estuvo de correrse, pero sacando fuerzas no sé de dónde… aguantó.

  • ¡Jodeeer padreeee! – temblaba la chica

Eva aguantó el orgasmo. Volví a levantar la pala y la dejé caer con fuerza las cinco veces restantes. Justo cuando el último golpe caía sobre su culo, Eva se dejó caer sobre el respaldo del sofá, tensó sus manos y sus pies y haciendo que su culo botase, y temblando como una hoja al viento, se corrió. Disfrutando de esa corrida tan necesaria y tan anhelada por ella… lo hizo entre jadeos intensos que elevaban la temperatura y mi propia excitación.

  • ¡Ah, uuuhhh! – salía de su boca mientras yo pensaba en el vecino que debía creer que vendría del piso de los recién casados.
  • ¿Te gusta, putita?
  • ¡Joder padre, joder, que bueno, siiii, que bueno!

20

Pasé mis dedos entre sus labios vaginales recogiendo sus jugos y se los llevé a la boca. Eva chupó con devoción, los lamía con frenesí, con delicadeza, pero con absoluta lujuria.

Le dejé un par de minutos para que se recuperara de su orgasmo, solté sus manos y conduje su cuerpo hasta dejarla de rodillas en el suelo.

  • Pon las manos a la espalda y abre tu boca. – fue mi siguiente orden

Eva se colocó en esa postura. Sus tetas brillaban desafiantes con los pezones mirándome directamente. Nunca había visto unas tetas iguales. Erguidas, frescas, jóvenes y duras, muy duras. Con esos pezones mirando al cielo que pedían ser chupados, mordidos, acariciados, apretados.

Sujetando mi polla con una mano, pasé mi capullo por los labios de Eva. Ella abría la boca y sacaba la lengua, intentando atrapar mi polla. Era una delicia ver esos labios húmedos y carnosos buscar mi polla, a la vez que sus pezones se clavaban en mi pierna. Ni me creía la suerte que tenía al tener a esa belleza arrodillada a mis pies, ella misma había buscado acudir a mi lado, eligiendo la mejor manera de encontrarme. Viéndola a mi merced, me relamí mordiendo mi labio inferior. ¿Qué otra cosa podía hacer yo?

Acerqué el capullo a su boca y con el ímpetu se la tragó hasta la garganta. Dio una arcada y volvió de inmediato a por la polla. Sujeté su cabeza y fui metiendo y sacando mi polla con mucha parsimonia. Me encantaba follar esa boquita, aunque Eva no parecía nueva en esas lides y pronto ajustó su garganta a mi polla. Cada vez que traspasaba esa parte estrecha, el placer se hacía más excelso. Mi polla era absorbida por esa boca, mientras la lengua la recorría entera entrando y saliendo sin descanso, notando ese calor que taladraba mis sentidos. Sujeté con fuerza su cabeza y me follé su boca con ímpetu hasta derramarme en su garganta, mientras la chica emitía un sonido gutural de estar tragando sin rechistar. Sin decir nada, se limitó a limpiar mi vástago con sumo cuidado, tanto con su lengua como con sus labios.

  • Joder padre, que rico está, casi me ahoga, pero me ha encantado. – dijo la preciosa chavala.

Tras recuperarse, la icé del suelo y la até en las argollas. Así Eva quedaba totalmente expuesta formando una perfecta cruz.

Sus ojos, mezcla de intriga y de temor, eran todo un reclamo.

Con parsimonia, acaricié todos los rincones de su cuerpo, dibujando todas sus armoniosas curvas, también su cara, su cuello, sus pezones, su sexo, sus piernas, sus pies, para hacer el camino de vuelta, pero esta vez con mi lengua.

  • Uf, padre, qué pena no haberle conocido antes… – dijo en un suspiro.
  • ¿Qué pasa? ¿Tu novio no te da lo suficiente?
  • No, padre… con mi novio no hago estas cosas.

Me encantaba oírle decir eso, porque si ya era un regalo tener a esa dulzura de criatura a mi merced, era todavía más emocionante saber que yo era el primero en muchos de esos juegos.

Seguí lamiendo y me detuve en su sexo sorbiendo y golpeando su clítoris con la punta de mi lengua, a la vez que metía y sacaba el mango del almidé de su estrecho culito. Mi lengua incansable titilaba su clítoris y mi mano metía y sacaba el mango de ese trozo de madera. Eva gemía y meneaba sus piernas buscando todo el placer posible. Mi boca succionó ese botoncito y después lo rodeé con mi lengua. Justo en ese momento mi boca se llenó de jugos, los jugos de Eva que se retorcía atada por sus extremidades.

  • ¡Jodeeer padre, joder y aun no me ha follado! – jadeaba.

La miré sorprendido, esa chiquilla quería guerra y guerra de la buena y reconozco que su reclamo me ponía a tope. No niego que me hubiera encantado complacerla, pero ella no era quien debía dirigir mis atenciones. Era yo quien debía regir y gobernar esos excitantes y dulces momentos

Le di la vuelta atando sus manos a las argollas y dejé esta vez sueltos sus pies. Fui a la mesa donde había dejado el látigo y lo sujeté con fuerza por su mango. Este látigo no haría mucho daño, pero serviría para poner bien rojo el cuerpo de Eva. Lo blandí con fuerza y lo estrellé contra su espalda. Eva gritó por no esperarse ese latigazo y sujetó con fuerza sus ataduras. Siete marcas aparecieron en su espalda, aún sin mucho significado. Seguí azotándola con una fuerza media, mientras le llamaba puta y le pedía que pidiese más, que expirase sus pecados, que sus gritos fueran su salvación.

  • ¡Vamos puta, chilla, chilla fuerte! – le espetaba.
  • Sí padre sí, deme más fuerte, más fuerte. – rogaba ella retorciéndose de dolor y placer con mi manera de fustigarla.

Eva de cara a la pared, gozaba con cada uno de mis golpes, su sexo destilaba unos jugos que ya corrían visiblemente por sus piernas. La chica gemía y se retorcía mientras apretaba con fuerza sus piernas. Bajé mis golpes a su culo, le azoté con intensidad, buscando que alguna de las colas se colase entre sus piernas.

  • ¡Fólleme, padre, fólleme, ya no puedo más, no aguanto más! ¡Se lo ruego…! – bramaba.

Aunque Eva al estar de espaldas, no lo podía ver, mi miembro estaba completamente duro, rígido e hinchado, quería coño. Dejé el látigo a un lado.

Sujeté con fuerza la pierna derecha de Eva, después de soltar su pie de la argolla, subiéndola en un perfecto ángulo recto con su cuerpo. Acerqué mi polla a la entrada de Eva y lentamente me dejé ir dentro de ella, como estaba totalmente lubricada, entre hasta adentro, llegando a tocar su culito con mi pelvis.

  • ¡Siiiiii, padreeee, despacitoooo, siiii !

Imprimí un lento ritmo de “mete y saca” que Eva seguía con gran pasión, soltando unos hipidos que me estimulaban todavía más. Lentamente, sin prisa fui acelerando ese ritmo. Mi polla era bañada una y otra vez por ese joven coñito que me apretaba cada vez con más ímpetu, como si no quisiera soltarme.

  • ¡Más fuerte padre, destróceme, deme más fuerte!, ¡apárteme del pecado!

Aquella frase, lejos de ser cierta, pues era ella la que me envolvía en sus propios pecados, tenía un componente que le daba más fuerza al deseo y al propio ímpetu que yo empleaba cada vez con más ganas, haciendo que el cuerpo desmadejado de la joven se batiese como un trapo, mientras yo me agarraba a ella, para no lanzarla disparada y al tiempo para no caerme yo mismo.

  • Más, más, más… ¡no tengo perdón, padre! – gritaba.
  • Calla zorra que nos van a echar de la ciudad. – decía yo.

Tapando su boca, levanté a Eva apoyando su cuerpo en la pared y empecé a darle con todas mis fuerzas, empotrándola y haciendo que soltase pequeños lamentos por los golpes en su cuerpo y al tiempo gemidos de placer, cada vez que la empalaba. Eva se sujetaba como podía a sus ataduras y yo le daba fuerte, muy fuerte, tuve que agarrar esas perfectas caderas con ambas manos para no caerme dada la vehemencia de mis embestidas.

  • Así padre así, más fuerte, lléneme con su leche, lléneme, necesito su santa leche.

Aquella preciosa chiquilla sabía cómo alterarme, como llevarme más allá de lo que nunca hubiese imaginado.

  • Toma puta, toma, te voy a llenar ese coñito de puta que tienes. – le devolvía yo susurrando en su oído y volviendo a tapar su boca.

Mi polla estalló dentro de ese coño caliente y no menos de ocho chorretones se incrustaron en lo más hondo de su matriz. Me encantaba sentir los músculos de esa vagina ordeñándome y esos chorros que parecían llegar a lo más hondo.

Tras reponerme y dejar que la chica recuperase también su respiración, la bajé con cuidado, después de sacar mi polla y un fuerte chorretón descendió por sus piernas. Ese río blanco resaltaba en sus largas piernas morenas.

Solté a Eva de sus ligaduras y dándose la vuelta, pegó sus duros pezones a mi cuerpo y me dio un largo beso en la boca.

  • Joder padre que razón tenía mi amiga. Menudo polvazo. ¿Se puede repetir?

Agarré esa carita entre mis manos, sujetando su barbilla y mirando el brillo de sus ojos.

  • Chiquilla, eso no puede ser… ¿se te ha olvidado que soy sacerdote? – intenté explicarle.
  • El mejor sacerdote que puede sacarme ese demonio de dentro…

Aquello volvía a repetirse, pero yo no dejaba de repetirme a mí mismo que no, que eso era un pecado, una condena, algo impropio de un hombre de fe… Ella parecía estar a punto de llorar como una niña, al ver que yo me negaba y apretaba mis manos sujetando la fina piel de su barbilla.

  • ¿Y si le consigo a buena parte de mis compañeras?

Solté a esa joven, empujándola, dejando que cayera sentada en el suelo, desnuda, pero viendo en esa mirada, la del mismo Satanás.

Tenía que decir que no, tenía que huir de nuevo de esa tentación, pero solo salió de mi boca:

  • Déjame tu número hija, y yo te llamaré. Al final del pasillo está el baño, puedes ducharte si quieres.  – dije secamente, pero intentando que no notara que mi polla volvía a ponerse dura con la idea de follarme a las compañeras de universidad de esa preciosa chica.

 

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