Capítulo 9

El anuncio IX

Durante los siguientes tres días Silvia estuvo esperando en casa a su hermana, pero seguía estando en el hotel con Pablo… suponía que, aprovechando el tiempo al máximo, tanto el uno, como la otra y por más que les mandaba mensajes, les imaginaba todo el día follando. Por un momento sintió envidia y celos de no ser ella la que recibiera todas esas atenciones, pero sabía que su hermana, cuando se entregaba lo hacía al máximo. Si algo aprendió Silvia de ella, era esa entrega total.

Esa mañana, mientras Pablo reponía fuerzas con un buen desayuno y Helena descansaba desnuda sobre la cama, después de otra noche apoteósica de pastillas azules, cuerdas, dildos y látigos. Pablo había recibido una llamada de Casandra, la secretaria personal de don Rigoberto. A pesar de que tenía otros compromisos casi cerrados con otros clientes, sabía que ese hombre era exigente y al mismo tiempo muy generoso, sin importarle el coste de la sesión. Don Rigoberto era un hombre de ochenta y tantos años, más cercano a los noventa y pesaría unos sesenta kilos, como es lógico tenía muchas arrugas, algún problema de movilidad más que notable, pero seguía siendo todo un viejo verde de alto standing.

  • Dime, Casandra. – respondió Pablo a la llamada.
  • Buenos días, don Pablo, don Rigoberto quiere una sesión especial.
  • ¿Y cómo de especial? – preguntó él sabiendo de las excentricidades del vejete.
  • Como sabe, a don Rigoberto le gusta poner las condiciones.
  • Casandra, sabes que eso no puede ser.
  • Tiene la referencia de Gerard y dijo haber salido altamente satisfecho de su última sesión.
  • Vaya, sí que corren rápido las noticias por el club, pero esa tarifa es también muy especial. – dijo recordando esa velada en la mansión de Gerard por parte de Angela y Silvia.
  • Naturalmente lo que esté estipulado, don Pablo y sabe que si sale contento pagará un extra, como siempre.

Pablo recordó a Casandra en alguna de sus visitas a la casa del millonario Rigoberto y era una mujer madura y deslumbrante, con un halo de misterio, tal y cómo le gustaban a él y estaba casi convencido de que Silvia podría reunir todas las cualidades, tanto físicas como psíquicas, pues le harían falta.

  • Dime, Casandra, ¿Qué quiere el viejo exactamente?
  • Bueno… sólo sería sexo y alguna que otra humillación, muy a su estilo, ya sabe.

Cuando Casandra decía sólo sexo y humillación es que ese hombre tenía preparada alguna que otra maldad, pero a Pablo le atraía mucho la idea, pues eso elevaría su caché y además aportaría una cuantiosa suma a su empresa y por ende a sus chicas. Aun así, Pablo quiso aclarar cosas:

  • Conozco a don Rigoberto y sé que es un poco sádico. Nada de cortes y azotes si los hubiera, solo con pala y fusta.
  • Perfecto, don Pablo, se lo diré y le mandaré las condiciones por correo como en anteriores ocasiones.
  • Perfecto. Un beso, Casandra.

Pablo sabía por otras sesiones que ese hombre era todavía más guarro y canalla que Gerard, con una mente retorcida, por eso se pensaría mucho la tarifa, teniendo en cuenta que tendría a Silvia, una mujer con alguna experiencia, aunque desconocedora de ese tipo de prácticas extremas. Decidió enviarle un menaje a esta.

  • Vente al hotel en cuanto puedas. Tenemos un encargo.

A Silvia no le faltó tiempo para ponerse ese vestido rojo, de los que más le gustaban a Pablo, subirse a un taxi y plantarse en el hotel en menos de media hora.

Nada más entrar en esa suite, él la tomó por la cintura y le estampo un gran morreo, después de haber admirado esa vestimenta tan sensual, provocadora. Una vez que la soltó ella estaba muy cachonda, pero sabía que no era el momento, no hacía falta decirlo, ni pedirlo, los ojos de Pablo y los suyos se comunicaban casi por instinto.

  • ¿Y mi hermana? – dijo ella preocupada.
  • Ahora está descansando. Ve a verla si quieres… y tranquila, está entera.

Silvia accedió al dormitorio y sobre la enorme cama, su hermana Helena dormía de bruces totalmente desnuda… Su culo estaba enrojecido, su ano visiblemente dilatado y marcas en sus muñecas y en su espalda… algo que comprendió era un nuevo entrenamiento de Pablo… Pasó la mano por ese culo y oyó cómo su hermana suspiró entre sueños en una especie de gruñido de dolor. Pero no quiso molestarla y la dejó dormir.

Tampoco le preguntó a Pablo, que sonreía apoyado en el quicio de la puerta. No hacía falta decir nada, estaba claro que ese hombre había tenido casi tres días intensos, sin apenas salir de allí, incluso podía notar sus ojos cansados. Por un momento ella llegó a pensar que la efusiva Helena iba a acabar con él, pero se equivocó y fue más bien al revés.

Pablo y ella volvieron a la salita de la suite y allí fue explicándole ese nuevo encargo sobre el que le había hablado Casandra. Lo primero que quiso Pablo, era dejarle claro a Silvia quién era ese Rigoberto y si estaba realmente dispuesta a satisfacer sus extravagantes caprichos. En los anteriores proyectos habían dejado claro que por dinero cualquier cosa. Ahora se demostraría que, todo tiene un precio y no sólo económico. Le comentó por encima alguna de sus anteriores experiencias con don Rigoberto para que no le pillara desprevenida.

  • Silvia, todo esto se me está desmadrando un poco y yo quería ir más poco a poco, sobre todo en el tema de la dominación y el BDSM. Este tío está por encima de todo. Es casi el último escalón.
  • Pablo, debes confiar en mí. Te dejaré en buen lugar y no temas. – respondía ella cogiendo su mano entre las suyas queriéndolo hacer partícipe de su seguridad y valentía.
  • Eso lo sé de sobra… pero lo digo por ti. te pude destrozar psíquicamente.
  • Estoy preparada.

Pablo sintió como su polla despertaba recordando esas curvas de Silvia y lo bien que atendía cualquier petición por muy complicada que fuese. Él confiaba plenamente en ella, pero temía por su integridad esta vez más psíquica. En la parte física no tenía ninguna duda de que ella se entregaría al máximo.

  • Me falta saber el dinero que le vamos a pedir, pero te diré que el tío es un sádico y bastante viejo. – comentó Pablo.
  • ¿Cómo de viejo? – preguntó ella.
  • Noventa.
  • Joder, ya puede pagar bien, jajajaa…
  • Te aseguro que sí, lo hará, casi lo que le pida, pero bueno, en este caso no es una cuestión de dinero, sino el juego que puedas aceptar con él… creo que no se espera nada y sé que te superarás, por eso mi objetivo es sorprenderle. Él está harto de follar y hacer de todo con miles de chicas, ¿me comprendes?
  • Por supuesto. Tengo que ser la mejor…
  • Exacto. El objetivo no es el dinero. Es conseguir que ese hombre te desee, más que comprarte.
  • Me encanta la idea de seducir a un hombre que lo tiene todo.

Pablo le miró a los ojos y acarició con ternura el dorso de su mano.

  • Cuando sepa más detalles te digo. De momento me ha pedido que seas tú quien le atienda. Si le gusta, podríamos repetir con tu hermana, pero ya ves que ella…
  • Sí, está fuera de combate, ya veo. – comentó Silvia.
  • Quiere probarte primero, antes de pagar más, ya ves, son millonarios, pero algo tacaños, a pesar de todo, les encanta negociar, lo llevan en la sangre, pero recuerda, que tendrás que demostrarle que el dinero es lo de menos.
  • Perfecto, Pablo, cuenta con ello. He comprendido la misión.

Pablo recibió un mensaje en su teléfono y cuando acudió a atenderlo Silvia no pudo evitar que todo su cuerpo se estremeciera pensando en esa nueva sesión y es que aún le quedaban los recuerdos de todas las anteriores vividas a través de ese proyecto de Pablo, a cada cual más excitante, placentera y morbosa.

Pablo le explicó que había llegado el contrato con Rigoberto, en el que detallaba muy por encima los pormenores, en él exponía que estaba dispuesto a pagar 30000 euros por una sesión con Silvia, ya que había tenido oportunidad de verla en el club, además de tener las referencias de Gerard, pero que las condiciones sólo las sabría él.

  • Eso era de esperar, Pablo. – dijo ella, queriendo que aquello no fuera un freno.
  • No me parece suficiente lo que ofrece. Gerard pagó mucho mejor.
  • ¿No habíamos dicho que en esta ocasión el dinero no es lo importante?
  • Tienes razón. Dejémosle que crea que ha hecho un buen negocio y que eres toda suya.

Él se sonrió a sí mismo, porque a don Rigoberto, le gustaba sorprender a las chicas en sus sesiones y luego continuó leyendo el mensaje, en el que explicaba que Silvia debería estar desnuda con unos zapatos de tacón y con los ojos completamente vendados. El resto iría surgiendo en la visita, que como siempre respetaría el acuerdo tácito de ellos dos, que ya se conocían, pero siempre jugando fuerte.

Pablo le expuso que eran 10000 para ella en exclusiva por una sesión de doce horas y un extra si superaban el tiempo. No lo tuvo que pensar y aceptó. Entre su sueldo y estos encargos estaba haciendo un buen dinerillo, pero además disfrutando de todas esas sensaciones que siempre había soñado.

Silvia se duchó, mientras Pablo la observaba desde la puerta y luego le ayudó a vestirse, aunque lo tenía realmente fácil. Unos zapatos de tacón de charol negro de 15cm y un abrigo de piel de zorro blanco por debajo de la rodilla. Se maquilló muy sutil y pintó sus labios de un rojo muy, muy vivo.

A las ocho en punto, Adrián, el chofer de don Pablo pasó a recogerla a la puerta del hotel y otra vez sucumbió ante la belleza de Silvia y eso que él no podía ver que bajo ese pequeño abrigo iba totalmente desnuda.

  • Estás espectacular. – dijo cogiendo de su mano para ayudarla a subirse al coche y en ese instante descubrió su sexo libre de ropa bajo el abrigo.
  • Como siempre, ¿no? – dijo ella sonriente.
  • Sí, sii, como siempre, la visión de ese coñito le había noqueado

En menos de una hora, se encontraban ante la mansión de don Rigoberto. Ella estaría hasta las diez del día siguiente, siempre que ese vejete consiguiera aguantar. Llamaron al interfono y la limusina se metió en el garaje subterráneo de esa mansión en el centro de Barcelona y allí esperaron instrucciones tal y cómo les habían indicado. A don Rigoberto le gustaba hacer esperar a todo el mundo más de la cuenta, como le había advertido Pablo a ella.

Pasaron unos largos minutos… y Silvia seguía nerviosa… hasta que le indicó a Adrián que pasara al asiento de atrás ante esa larga espera. El chico dispuesto paso al asiento trasero, ella inmediatamente le soltó la bragueta.

  • ¡Estoy hambrienta! – dijo sacando la polla que se endureció entre sus dedos.
  • ¿Silvia, estás segura?
  • Lo que más me apetece en este momento es comerte esa polla.

Ese chico no se lo podía creer y aunque ya había tenido la fortuna de recibir unos cuantos favores a través de don Pablo con otras chicas, que fuera Silvia le daba un plus, ya que le resultaba inalcanzable a todas luces… sabía que esa mujer era deseada y codiciada por todos los millonarios de la ciudad y ella se la estaba mamando sin nada a cambio. La boca roja de esa mujer, que había alcanzado una gran presteza en felaciones, lograba tragar por entero la joven polla de Adrián, que ante tanto ímpetu se corrió dentro de su garganta, sin tiempo a pedir explicaciones y ella tragó pasando después la lengua por sus labios ante esa leche que le había depositado el joven.

  • ¡Joder, nunca me habían hecho acabar tan rápido! – se quejó el joven por no haber podido durar más.

Silvia, orgullosa, se recompuso, se volvió a pintar los labios con un pequeño espejo y justo en ese momento, apareció Casandra para acompañarla ante su jefe. Esa mujer, rubia, de ojos verdes y ya madurita vestida de ejecutiva, pero con un traje de cuero muy ceñido, marcando sus curvas. Un moño sostenía su cabello y una gargantilla de pinchos adornaba su estilizado cuello, sin duda, ella era una de las sumisas de ese hombre.

  • Adrián, aquí termina su viaje. Vuelva sobre las diez de la mañana. – indicó Casandra al chofer que aún estaba tembloroso ante la grandiosa mamada de Silvia. El chico inclinó la cabeza en señal de aceptación, a la vez que admiraba la belleza de la secretaria del millonario.

Ambas mujeres caminaron por un largo túnel hasta un ascensor adornado con alegorías del Kama Sutra.

  • ¡Quítate el abrigo y ponte esta venda! – le indicó la chica.

Silvia, obediente, se despojó del abrigo notando como sus piernas temblaban al sentirse desnuda, cuando la otra recogía esa única prenda y le colocaba un antifaz para trasladarla en la más absoluta oscuridad. Oyó como la puerta del ascensor se abría instantes después. Avanzaron unos cuantos pasos y ella quedó quieta, mientras escuchaba como los tacones de la ayudante del ricachón abandonaban lo que parecía una gran estancia, por él eco. El silencio le hacía temblar, y sólo se rompía por el crepitar de una chimenea encendida que caldeaba aquel salón.

De pronto, unos pasos le alertaron sintiendo que eran lentos, casi cansados… sin duda era ese viejo acercándose.

  • Vaya joya que me ha traído el canalla de Pablo. – dijo una temblorosa voz muy cerca de su oreja.

El silencio volvió a reinar durante un largo minuto, en la que se sentía observada, a pesar de no ver absolutamente nada con la venda.

  • ¡Ponte de rodillas! – ordenó don Rigoberto.

Ella obediente, clavó sus rodillas en el suelo y a continuación ese hombre la cogió por el cuello… notaba sus temblorosos dedos, Silvia sintió el frío helador de ellos. Ató el collar a su cuello y colocó una correa en la argolla.

  • Gatea putita, gatea. – ordenó ese tipo.

Silvia, notando el frío del embaldosado bajo sus rodillas sin poder observar a su interlocutor, avanzó gateando hasta chocar contra un mueble forrado en cuero. Se trataba de una especie de potro. Ahí, don Rigoberto, le ayudó a ponerse boca abajo y ató sus manos y sus tobillos a las patas del elemento de tortura, o de placer. Ella permaneció allí asustada, sin saber las intenciones de ese viejo, pero no dejaba de pensar en Pablo, necesitaba controlar sus miedos y “dejarse llevar, dejarse llevar”, esa era la frase que se repetía una y otra vez.

  • Estás temblando, putita. – dijo el hombre acariciando su culo, ella se tensó al sentir sus dedos de nuevo.

Sabía que no tenía que hablar, eso se lo había dejado claro Pablo, que solo podía ser en el caso de que fuera una pregunta. De pronto notó como don Rigoberto le empezaba a extender algo entre sus piernas, se trataba de un gel viscoso que introdujo en su vagina y en su ano. Estaba algo frío al principio, pero fue calentando sus puntos más sensibles al instante.

Don Rigoberto, admirando ese cuerpo desnudo atado en el potro de tortura se sintió orgulloso de haber contratado sus servicios. No se había equivocado, la belleza de esa mujer era superior a cualquier otra y si realmente era una buena sumisa, era ya más que increíble… Eso hizo que su polla se tensara en gran parte ayudado por las pastillas mágicas, pero también por la sensualidad de esa mujer, que era irradiada por todas partes. El hombre se retiró un poco y se acomodó en un sofá de cuero blanco y allí permaneció durante unos minutos que a ella se le hicieron eternos.

Silvia estaba Bastante asustada, toda pegajosa y totalmente expuesta, cosa que no le gustaba en demasía, además de resultar una postura algo incómoda. A continuación, empezó a escuchar una fuerte respiración y como algo chocaba contra el suelo produciendo unos sonidos continuos. No sabía que era, estaba expectante. Su cuerpo se tensó y su coño se mojó por la excitación. Una respiración fuerte y seguida se escuchaba dando vueltas a su alrededor.

De pronto algo muy húmedo y rugoso, empezó a recorrer sus piernas… alguien le estaba lamiendo, pero no era una persona…. ¡Era la lengua de un animal!

Intentó no tensarse más, pero volvió a notar el aliento y la lengua de ese animal que parecía grande a su alrededor. El bicho tenía una gran lengua. El instinto de Silvia era el de cerrar las piernas, pero eso resultaba imposible ya que estaba totalmente abierta y atada a las patas del potro por sus tobillos y sus muslos.

  • ¡Hmmmm! – gimió al sentir como ese adiestrado animal lamía su rajita y su ano y lo hacía con precisión porque la tensión se iba tornando en placer.

Don Rigoberto, desnudo en el sofá, se masajeaba su polla, intentando mantenerla erguida con sus temblorosos dedos mientras la lengua del animal se iba enroscando en los pliegues del coño de Silvia, se metía en este como unos diez centímetros, con asombrosa destreza. Silvia empezó a gemir más fuerte por el placer que esa lengua le estaba dando. El gran danés hacía su trabajo a la perfección y no cejaba en su empeño. Su rugosa lengua entraba y salía del coño de Silvia que movía su culo buscando la lengua del can.

Don Rigoberto se sentía dichoso por ese animal ganador de varios concursos de belleza, pero lo que mejor hacía era usar esa lengua, en este preciso momento la usaba con frenesí y recogía los líquidos que Silvia le iba proporcionando.

Silvia gritaba y se retorcía sobre sus ataduras.

  • ¡Vamos cabrón hummm chupaaaa jodeeer chupaaaa me voy a correeer!. -gritaba ella, sabiendo que lo tenía prohibido, pero no podía evitarlo, pues nunca había sentido nada igual
  • ¡Vamos!, ¡Dante, cómo tú sabes, arranca un orgasmo a esa zorra! – alentaba el viejo.
  • ¡Siiii jodeeer siiiiii! – gemía entre gritos ella.

Y Silvia se deshizo en jugos que chorrearon por sus piernas y salieron lanzados hasta el suelo. El orgasmo hacía que todo su cuerpo fuera un temblor, mientras ese gran danés chupaba ávidamente esos líquidos y ella cada vez se excitaba más.

Don Rigoberto se levantó de su sofá con una buena erección. Cogiendo un bote de lubricante, lo extendió por el coño y el culo de Silvia. Metió dos dedos en su culo y empezó un lento mete y saca hasta que estuvo bien lubricado, de la misma forma empezó a lubricar su coño hasta que lo tuvo bien preparado. Se puso delante de la cabeza de Silvia y le susurró.

  •  ¿Te ha gustado?
  • ¡Sí, uf, sí… señor! – jadeaba ella, mientras el animal sentado frente a su coño esperaba ansioso su siguiente juego.

Don Rigoberto hizo una seña al can y agarrándolo por las patas lo acercó al coño de Silvia, hasta que su rojizo pene rozaba la entrepierna de ella. El perro estaba muy excitado y no acertaba a metérsela. Don Rigoberto se acercó al enorme perro y cogiendo su polla la acercó al coño de Silvia. El gran danés metió su polla hasta dentro de una sola embestida. Lo que hizo chillar a Silvia al sentir esa enorme cabeza de un pene largo y duro.

  •  ¡Ay, cabrón! – soltó sin poder evitar sentir una punzada de dolor que se fue apaciguando a medida que ese gran perro la follaba con pericia, arrancándole nuevos gemidos, mezclados con gritos al notar como ese pene se expandía por momentos en su interior.

Don Rigoberto estaba muy excitado y se masturbaba viendo la fuerza con la que el animal entraba y salía, escuchando los chillidos de placer y dolor de Silvia. Aprovechando que ella cogía aire por la boca, el viejo se situó frente a ella y le metió la polla en la boca a la vez que el animal la taladraba sin parar. La fuerza del animal duró varios minutos, hasta que su enorme bola atravesó hasta lo más profundo el coño de Silvia que gritaba como una posesa. El viejo verde aprovecho para introducir su polla hasta la garganta de Silvia mientras sus temblorosas manos sujetaban su cabeza.

  • ¡Vamos puta hummm!, ¡vamos cómeme la polla siii, así, joder qué buena eres! ¡sigue tragando, vamos puta, hasta que el animal termine. Siiii!

Don Rigoberto, no había sentido nunca el placer de una garganta como esa que tragaba sin rechistar, mientras veía cómo disfrutaba con su fiel compañero. El vejestorio empujaba su polla con fuerza a la vez que sujetaba su cabeza. Por fin el animal salió del coño de Silvia y empezó a lamer sus propios jugos que cayeron al suelo copiosamente junto con los de Silvia. Mientras ella succionaba con maestría la verga del hombre, lo que hizo que se corriera con un par de pequeños chorros que tragó ávidamente.

  • ¡Siii, hummm!, ¡así, puta, sí que sabes, cabrona! ¡traga todo, siii! – jadeaba extasiado el viejo.

El hombre se agarró al potro porque sus piernas temblaban tras esa enérgica y contundente mamada. Últimamente ninguna mujer había conseguido que se corriera tan rápido.

  • ¡Sí que eres buena, tenía razón el cabrón de Pablo! ¡Que boquita más buena tienes!, ¡Menuda corrida me he pegado!

Silvia trago todo como Pablo la había enseñado y tuvo otros tres orgasmos a cuenta de ese chucho que no dejaba de lamer su coño y su ano, y que la dejaron medio aturdida.

Con gran dificultad don Rigoberto se llevó al animal y dejó a Silvia atada al potro, ella escuchaba las patas del perro saliendo por alguna puerta cercana.

  • No te preocupes, zorrita, que la noche es joven y aún nos quedan unas horas. – le advirtió cerrando la puerta de ese salón, dejándola sola.

Ella fue recobrando el aliento, aun con la venda que tapaba sus ojos, pero notaba un gusto interno muy extraño, sin duda ese hombre era un pervertido, pero al tiempo le había llevado a un inédito placer. Casi sin poder evitarlo, pudo conciliar un pequeño sueño, a pesar de seguir atada de pies y manos, en esa postura tan incómoda.

Después de casi una hora don Rigoberto regresó al salón, acompañado esta vez con una impresionante mujer negra, Silvia no podía verla, pero sí oír sus tacones que retumbaban a su alrededor.

  • Me dijo Pablo, que también eres muy buena con la lengua. ¿Es cierto? – dijo don Rigoberto junto a la oreja de Silvia.
  • Sí señor. – respondió ella expectante.

La mujer de color sonreía al viejo.

  • Que sepas que Zoey, es muy exigente. – dijo el hombre – ¿serás capaz?
  • Sí señor. – respondió sumisamente.

Hablaron entre ellos en inglés mientras Silvia intentaba aseverar que estaba dispuesta al reto.

Zoey, era una mujer robusta, con más de uno setenta de altura, pesaría unos ciento veinte kilos. Tenía un culo y unas tetas desproporcionadas. El viejo sentó a la mujer negra en el sofá y procedió a desatar a Silvia. De la mano, llevó a esta, hasta ponerla de rodillas frente a esa mujer, a la que ella no la podía ver.

  • Mira, tienes tres minutos para hacer que se corra, si en ese tiempo no se ha corrido, cada quince segundos te daré un azote, con esta fusta. – dijo pasando ese artilugio por el rostro de Silvia – Y cuando consigas hacer que se corra pararé. ¿Me has entendido?
  • Sí, señor. – respondió obediente una vez más.

Silvia se puso entre las piernas de la mujer y abrió sus labios con ambas manos. En el momento que su lengua tocó el coño de la mujer empezó a correr el tiempo. Al principio le costó llegar al clítoris entre tanta carne y al tocar sus muslos se dio cuenta de sus dimensiones, pero con un poco de esmero consiguió atrapar el botoncito entre sus labios. Lentamente la punta de su lengua recorría en pequeños círculos aquella protuberancia haciendo que la negra cogiese con fuerza su cabeza. Silvia se sentía segura, pues todas las mujeres a las que había chupado el coñito, quedaron satisfechas.

  • Le está gustando – pensó ella

Silvia siguió con la punta de su lengua martillando ese escondido clítoris. Cogiéndolo entre sus labios lo sorbió y estiró de él hacia el fondo de su boca, como si fuese una pequeña polla. La negra reaccionó juntando más su coño a la boca de Silvia y apretando con fuerza su cabeza. Abrió más sus piernas y gimió.

  • ¡Ohhhh God!, ¡ohhh my God!

Restaban treinta segundos para finalizar, pero la negra no se corría. Sin duda Silvia notó que tendría que esmerarse. Aplicó su lengua al coño de esa mujer de ébano y con rápidos movimientos de arriba hacia abajo consiguió que esta le apretase aún más fuerte del pelo, estaba cerca, muy cerca y no dejaba de gemir

  • ¡Oh my God!, ¡shit, shit shit!

¡Zaaas! – sonó el primer fustazo en el culo de Silvia, que le hizo detener su hábil juego de lengua, gritando ahogadamente contra el coño de la mujer, pero viendo que le llegaría otro, entonces siguió a lo suyo.

¡Zaaas! – otro fustazo resonó en su trasero e hizo que sujetara con fuerza los muslos de la mujer, moviendo aún más rápidamente su lengua. Notaba el punzante escozor de esos azotes en su culo, junto con un placer extraño al seguir comiéndole el coño a esa desconocida que no podía ver.

En los recorridos de su lengua empezó a notar como la mujer empezaba a segregar más jugos y la sujetaba con más fuerza, por lo que Silvia para poder respirar, tenía que empujar un poco hacia afuera y recuperar el resuello. Apenas conseguía un leve aumento en los gemidos de la mujer, pero al mismo tiempo los fustazos marcaban su culo en intervalos que le hacían gruñir, sin dejar de lamer y chupar.

¡Zaaas! – el décimo golpe de fusta impactó entre sus piernas haciéndola temblar de dolor y de placer.

  • ¡Joder! – gritó Silvia ante ese latigazo que impactó muy cerca de su vulva, en la parte más sensible de su perineo.

Volvió a lamer con más fuerza, casi mordiendo con sus labios y entonces la mujer empezó a revolverse en el sofá y antes de que el golpe número quince impactarse contra el rojo culo de Silvia, empezó a correrse en un potente “squirt” que bañó la cara de Silvia que siguió lamiendo mientras era empapada con los jugos de esa mujer.

  • ¡Fuck, fuck! ¡Ohhhh God!, ¡Ohhhh my God! – era el incesante lamento de la mujer
  • ¡Joder, zorrita, sí que has sido rápida! – dijo el viejo, ayudando a Silvia a sentarse sobre el sofá.

Al hacerlo, los innumerables azotes que habían dejado su culo bien caliente y dolorido multiplicaban el escozor, al apoyarlo sobre el cuero del sofá.

  • ¡Zoey, es tu turno! – dijo el abuelo.

La orden estaba clara y ahora era el tuno de la mujer de color para comerse el coño de Silvia.

Entre las piernas de Silvia se metió al instante la cabeza de la negra que con gran habilidad empezó a lamer su coño. Notar esa boca a oscuras, añadía todavía más gusto, dentro de tanto dolor. El placer del perrito aún perduraba entre sus piernas. ¿Sería esa mujer capaz de emular al can?

Entonces se oyó la voz del viejo:

  • Tu castigo, por protestar, será que hasta que no me corra en su culo, no parará de comerte el coño.

Zoey empezó a lamer el empapado coñito de Silvia, con auténtica maestría. Dominaba la técnica a la perfección. Inicialmente lo hizo por sus labios, abriéndolos con sus dedos alcanzó el clítoris con su lengua. Lamía muy lento y muy húmedo, succionando de vez en cuando. cosa que le hacía estremecer. Ella lamía muy lento recorriendo desde su ano hasta el clítoris y volviendo una y otra vez. Lo que produce oleadas de placer para Silvia.

Don Rigoberto, procedía a untar con lubricante en el culo de la mujer negra que seguía chupando sin descanso. Apoyó su polla en la entrada del culo y lo empujó. Entró sin ninguna dificultad y empezó a bombear de forma lenta.

  • Siempre me gustó tu culazo, perra – le dijo Rigoberto soltando un azote a ese pandero.

La cabeza de Zoey con las embestidas de don Rigoberto, se hundía cada vez más en el coño de Silvia. Era increíble que ese hombre dada su avanzada edad, apenas podía caminar, pero follando seguía conservando toda la energía, al menos no se le veía desfallecer.

Silvia estaba en la gloria, la lengua de Zoey se hundía en su coño hasta lo más profundo, lo que le hacía ver el cielo cada vez más cerca. Increíblemente Silvia se corrió de nuevo, gracias a esa boca anónima que le había dado el máximo placer en tan poco tiempo.

Silvia agarró con fuerza la cabeza de la negra y llenó su boca con un tremendo chorro de su corrida, entre hipidos y gemidos intensos.

  • ¡Sí, joder, cabrona, qué manera de chupar!
  • ¿Lo hace bien? – preguntaba el viejo con voz temblorosa y con movimientos cada vez más lentos en el culo de la otra sin que esta dejara de chupar como tenía ordenado.
  • De maravilla, es increíble chupando y usted aguantando. – gemía todavía Silvia sin ver nada, pero acariciando el pelo de esa mujer que tanto gusto le daba.
  • Pues su culo es lo mejor. – repetía el viejo entrecortadamente. Lástima que no puedas probarlo, si vieses como me absorbe la polla
  • Eso es porque no ha probado el mío.
  • No puede ser mejor que el de Zoey, es la única que consigue hacerme correr en menos de una hora. – comentaba el vejestorio sudoroso moviendo su pelvis.
  • Tendrá que probar el mío. – dijo desafiante Silvia.
  • ¡No seas insolente, zorra! – jadeaba el viejo intentando que le llegara ese casi imposible segundo orgasmo.
  • Don Rigoberto, si no consigo hacerle correr en menos de tres minutos, estoy a su disposición toda la semana y si lo hago, cerramos la sesión.
  • ¡That’s impossible! – comentó Zoey levantando la boca de ese coño.
  • Déjala que lo intente. Me apetece una esclava por una semana. Pon el cronómetro Zoey, jajaja… – dijo el anfitrión.

Silvia muy segura se puso a cuatro patas en el sofá y abrió los cachetes de sus posaderas, ofreciéndole la visión de su culo. El viejo echó una buena cantidad de lubricante, le introdujo la punta y ayudado por Zoey, pues ya se tambaleaba… logró clavársela.

  • ¡Joder, sí que eres estrechita por ahí! – comentó el abuelo.
  • ¡Fólleme duro, don Rigoberto!

El viejo puso todas sus ganas y agarrando el pelo de Silvia con sus dos manos, como si montara una yegua salvaje, empezó a trotar, pero lo hacía clavando su verga en el estrecho orificio, al mismo tiempo apretaba su esfínter, aguantando un intenso dolor, pero masajeando al mismo tiempo la polla del tipo. lo apretaba y lo soltaba.

  • ¡Puta, sí que sabes ordeñar! – decía él viejo, empujando cada vez con más fuerza.

A Silvia le salían lágrimas de los ojos, ante un alarde de valentía, aguantando esos músculos, haciéndolos oscilar acompasadamente, hasta que el viejo, en menos de un minuto explotó dentro de su culo.

  • ¡Joder, joder, joder…! ¡Que pedazo de puta jodeeer qué bien me has ordeñado jodeeeer!- gritaba el hombre entre espasmos, mientras Zoey le ayudaba a sentarse en el sofá, pues casi ni se tenía en pie.

Don Rigoberto se quedó mirando a Silvia que a pesar de no ver nada, imaginaba que esa batalla tan dura, había sido ganada.

  • Joder, putita, no sé qué tienes ahí dentro, pero me has ordeñado de una forma que nunca había sentido. Eres increíble. – dijo el abuelo aún sofocado.
  • Gracias. – respondió orgullosa Silvia.
  • Has cumplido. Puedes irte cuando quieras. Zoey, llévala a la ducha. – añadió el hombre

Silvia se levantó a duras penas del sofá y aun le temblaban las piernas tras esa intensa sesión… y justo cuando iba de la mano de Zoey, don Rigoberto la llamó, esta vez, por primera vez por su nombre:

  • ¡Silvia!
  • ¡Dígame, señor! – repitió ella volviendo la cabeza hacia esa voz.
  • ¿Puedo contar con sus servicios la semana próxima?
  • Eso es imposible, don Rigoberto.
  • Pagaré el doble.
  • No, lo siento.
  • El triple o lo que quiera. – decía él desesperado ante esa bella mujer que le había logrado sacar dos orgasmos casi seguidos.

Silvia hizo una pausa y mostrando su sonrisa hacia dónde venía la voz, dijo:

  • No todo es cuestión de dinero.

Las mujeres abandonaron la estancia, Zoey acompañó a Silvia hasta una zona de ducha, bañera y jacuzzi muy lujosa, para que usara a su antojo y cuando se encontró sola, por fin pudo quitarse el antifaz que cubría sus ojos.

CONTINUARÁ…

Continúa la serie