Capítulo 3

Educación real de una esclava III

Eran ya casi las diez de la noche, cuando salí de su casa. Llevaba con ella desde las cuatro de la tarde.

La verdad es que tenía cosas que hacer, pero de todas formas me hubiera ido, para ser el primer día era más que suficiente, mañana sería otro día.

Sabía por las conversaciones que habíamos mantenido por Internet, que no trabajaba, vivía de la pensión de su marido, por lo que no necesitaba salir de casa para nada, así que decidí no ir en toda la mañana a verla.

A las tres de la tarde, llamaba al timbre de su puerta.

Escuche sus pisadas por el pasillo cuando se dirigía a la puerta, seguía con los zapatos de tacón como le había ordenado, unos segundos de silencio, mientras miraba por la mirilla y rápidamente abrió la puerta y se lanzó a mi cuello sollozando y murmurando:

– ¡Ah!, amo, amo…

Entre, cerrando la puerta tras de mí, con ella colgada al cuello y nada más cerrar, la separé enérgicamente y le di una bofetada que le hizo desequilibrarse, no tanto por la fuerza, no fue mucha, como por lo inesperado y por el hecho de que al separarla de mí todavía no había recuperado el equilibrio.

– ¿Quién te crees que soy yo?, ¿tú marido?. Te cuelgas de mi cuello, me das un besito y me preguntas que tan el día en la oficina, ¿no?.

Inmediatamente agacho la cabeza y dijo: -Perdón amo.

Cuando llegue a tu casa, debes adoptar una postura de sumisión, de acatamiento a mi autoridad.

Antes de que terminara de hablar se arrodilló, con la cara y las manos apoyados en el suelo y las piernas muy abiertas, como le había enseñado el día anterior.

– Bueno, veo que aprendes pronto, esa es una de las posturas. Como de momento solo te he enseñado esa, puede valer, pero siempre la debes adoptar en sentido contrario, es decir ofreciéndome tu culo. En esta posición, debes colocarte cuando te ordene que me beses los pies o cuando debas besármelos en señal de agradecimiento.

Me dirigí al salón y ella a cuatro patas me siguió. Ya no llevaba las destrozadas medias de ayer, solo llevaba puestos los zapatos de tacón.

No sé si ha estado desnuda desde que la deje ayer, o se ha puesto así esta mañana esperando mi llegada. Luego se lo preguntaré.

– La verdad es que tienes un ambiente muy agradable aquí, hace una temperatura muy buena. Me gusta. Bueno, cuéntame ¿qué tal has pasado el día?.

– Muy mal amo. -Me respondió sin levantarse del suelo.

-¿Porqué?.

– Cuando te fuiste, tardé un rato en reaccionar, en darme cuenta de la situación y en asimilar todas las cosas que habían pasado. El culo me dolía terriblemente, tanto por dentro como por fuera, pero sobre todo por dentro, las tetas me picaban mucho y el coño estaba pidiéndome a gritos que le acariciara. Tenía unas ganas tremendas de masturbarme.

– ¿Y lo hiciste?, -le dije-, en tono inquisitorial.

– ¡No, amo!, ¡No lo hice!. Pero al poco tiempo me corrí. En cuanto comencé a moverme, por la casa. Lo primero que hice fue ir a por una crema para darme en el culo. Cuando comencé a andar las bolas empezaron a moverse dentro de mi vagina, y una sensación muy extraña, me subió por todo el cuerpo, cada vez tenía más ganas de acariciarme el clítoris, pero no lo hice, saque la crema y me la extendí por el culo, cuando quise dármela en el ojo del culo, levante una pierna apoyándola en una silla y tuve que sujetarme, por que casi me caigo, las bolas tocaron en un punto muy sensible de la vagina y de pronto, me llegó un tremendo orgasmo. Fue una maravilla y aunque estaba sola, dije en voz alta: -¡Gracias, amo!. Me vinieron a la memoria todas las cosas que habían pasado desde que nos conocimos y la excitación volvió a estar presente en todos los poros de mi piel. Me restregué las manos por el culo y aunque me dolía, la sensación me resultó placentera. Me quite las medias y me dirigía a la cocina para prepararme la cena. Las bolas, seguían provocándome escalofríos, pensé que era debido al orgasmo que acababa de tener, que todavía mantenía sensible toda la zona y a las sensaciones de la tarde, pero aquello, no disminuía, iba en aumento. Decidí darme una ducha. Intenté no prestarle atención y centrarme en lo que estaba haciendo, pero era como si tuviera una polla moviéndose continuamente dentro de mí. Ni el agua fría logró que me calmara y cuando me enjaboné el sexo, otro orgasmo recorrió todo mi cuerpo. Fue estupendo, pensé, -todavía me quedaban ganas, ahora ya me calmaré-, pero no, no he descansado en toda la noche, cada movimiento, aunque este tumbada, es un escalofrío que sale de mi vagina y me recorre todo el cuerpo. ¡Por favor amo, quítamelas!.

-Bueno, bueno, veo que has pasado una noche y una mañana muy entretenida y divertida. ¿Cuántas veces te has corrido?.

– No lo sé amo, muchas, tengo la sensación de tenerlo todo escocido, me duele.

– Pues entonces estarás disfrutando, ¿no?. Es el sueño de todas las putitas como tú, correrse tantas veces que el coño te llegue a doler.

– ¡Por favor quítamelas, amo!. No aguanto más.

– Si te las quito o te las dejo es una decisión que tomaré yo cuando lo considere oportuno y también soy yo el que decido si aguantas más o no. ¿O que pasa, que si ahora decido hacerte el honor de follarte, no vas a poder porque te duele?.

– No amo, si tu quieres estoy dispuesta.

– ¡Ves como eres una puta, una guarra, que en cuanto la hablan de follar se la moja él coño!. Desnúdame, que te he traído varias sorpresas y quiero empezar a jugar con ellas.

Procedió a desnudarme como el día anterior y una vez finalizada la tarea, se quedó de pie a mi lado, con la vista en el suelo y esperando a que le dijera que debía hacer. Recogí mi maletín y me senté en un sillón. Con el maletín a mi lado.

– ¡Ven!. –Le dije, indicándole con la mano que se situara delante de mí.

– ¡Ponte de rodillas!. Por supuesto con las piernas abiertas.

Obedeció rápidamente y adoptó la postura indicada, con la vista clavada en el suelo.

– Ves, esta es otra postura de sumisión, concretamente la que debes adoptar cuando yo llegue y siempre que te llame a mi presencia.

– Si, amo. Así lo haré.

– Levanta la cabeza para que te pueda dar el primer regalo.

Levantó la cabeza, pero mantuvo la vista en el suelo. Había asimilado bien, la orden de no mirarme a la cara sin permiso.

Estuve observándola unos segundos. Se había arreglado el pelo, pero no se había puesto ni gota de maquillaje. Su carrillo derecho estaba enrojecido y comenzaba a hincharse en algunas zonas, marcando el contorno de uno de mis dedos.

La quedaría la marca durante unas horas, pero poco más. Saqué del maletín un collar de cuero y se lo coloque alrededor del cuello. Era un collar de cuero negro, de unos 10 centímetros de alto y un grosor de casi medio centímetro, forrado por dentro con una suave piel, que protegía también los bordes, para que no la lastimara con el roce.

El collar, llevaba además cuatro argollas firmemente sujetas, una delante, otra detrás y una más a cada lado. La incliné la cabeza hacia delante, para poder cerrarlo en su nuca.

Después saqué cuatro muñequeras, también forradas por la parte interior y se las coloque, una en cada muñeca y en cada tobillo.

Estas muñequeras llevaban incorporados unos mosquetones, con un cierre rápido, lo que permitía fijarlas firmemente y en muy poco tiempo, bien entre sí, a las argollas del cuello o a cualquier otro sitio.

– Estos regalos, deberás lucirlos permanentemente. No te los podrás quitar nunca, solo cuando te bañes y en cuanto acabes, te los vuelves a poner. Si sales a la calle, también te los podrás quitar, salvo que salgas conmigo y te indique que los debes llevar. De las salidas a la calle, ahora hablaremos. Es decir, debes llevarlos puestos siempre que estés en casa, aunque no este yo, e incluso aunque sepas que no voy a venir. Bueno, ¿te gustan?. Anda, levántate y vete a ver en un espejo.

Rápidamente se levanto y casi corriendo, se dirigió a su habitación para verse de cuerpo entero.

Su andar era bastante más sensual que ayer, seguramente ha debido estar ensayando, no me extraña que las bolas chinas, la hayan estado martirizando el coño todo el día. Volvió a los pocos segundos. Traía una cara radiante.

– Son muy bonitas, amo, gracias. –dijo, mientras volvía a colocarse a mis pies. Cuando la primera rodilla se apoyo en el suelo, un pequeño pero intenso gemido salió de su garganta.

– ¿Qué pasa, por que gimes?.

– Las bolas, amo. En cuanto me muevo es como si me estuvieran follando. No aguanto, ¡por favor quítamelas!. Estoy a punto de correrme otra vez.

– Acabas de ganarte un castigo. Ya te he dicho que quitártelas o no es una decisión mía y la tomaré cuando me dé la gana. Y por otro lado, creí que ayer habías aprendido ya que no puedes hablar más que cuanto te pregunten. No tengo ningún interés en conocer tus opiniones. Y la repetición de faltas, me molesta sobremanera, así que el segundo castigo, que acabas de ganarte, va a ser bastante más duro.

Agachó la cabeza y volvió a adoptar la postura de sumisión que le había enseñado, pero con las piernas muy abiertas, me imagino que tratando de que las bolas rozaran lo menos posible con el interior de su vagina.

Me incline sobre ella, deslizando una de mis manos entre sus piernas y comencé a acariciar sus labios mayores, al tiempo que, con un dedo, los separaba buscando su clítoris.

Cuando mi dedo lo encontró, inició un suave, pero intenso movimiento rotatorio. Al mismo tiempo, había colocado mi cabeza en su hombro y mis labios rozaban su cuello mientras, en un susurro le decía:

– ¿No te gusta correrte?

– Sí, amo, pero lo tengo muy sensible, me escuece, me duele.

Al efecto que estaban produciendo, las bolas, se unieron las caricias de mi mano y el roce de mis labios en su cuello, una mezcla que inmediatamente, se tradujo en un escalofrío y un estremecimiento que claramente delataban que el orgasmo estaba cerca.

– Bueno, pues entonces, te prohíbo que te corras. ¡Pase lo que pase! y ¡Te haga lo que te haga!. ¡Tienes prohibido correrte, salvo que quieras recibir un severo castigo!

Mis labios comenzaron a recorrer todo su cuello de la base hasta el nacimiento de la oreja, besando y mordisqueando su piel, al tiempo que mi mano seguía jugueteando con su coño. Su cuerpo se tenso y empezó a temblar, al tiempo que su garganta emitía pequeños gemidos, que fueron aumentando, poco a poco.

Hacía verdaderos esfuerzos por no correrse. Su cuerpo parecía una cuerda de violín. Sus músculos fueron tensándose y al poco rato estaba completamente tensa.

Su orgasmo, estaba a punto de llegar. En ese momento, con la otra mano acaricié una de sus tetas, jugueteando con su pezón.

Concentré mi atención en notar cuando comenzaba su orgasmo, y en ese mismo momento, apreté, retorcí y tire de su pezón. Era su primera experiencia, de dolor unido al placer.

Un grito gutural, que salió de los más profundo de sus entrañas, me confirmó que ambas sensaciones habían coincidido. Cuando las últimas oleadas del orgasmo, llegaron a su cabeza, le dije:

– Te lo había prohibido, ¿recuerdas?.

– Sí, amo, pero no lo he podido evitar.

– ¿Cómo que no lo has podido evitar?. Ya te enseñaré yo a obedecer las ordenes que te doy. Cuando, yo te mando algo no valen, es que, ni peros, ni nada. Te vas mejorando, acabo de llegar y ya llevas no se cuantos castigos.

– Tres, amo.

– Bueno, veo que no todo lo que te enseño cae en el olvido. Al menos recuerdas que eres tú la que debe llevar la cuenta de los castigos que te impongo para corregirte.

– Y ahora, otro regalo. El que te prometí ayer que te iba a traer para que me sirvieras.

Saque de mi maletín, una bandeja, rectangular, de unos 30 centímetros de largo, por quince de ancho, a la que había hecho algunos arreglos.

La bandeja, tenía un reborde de unos dos centímetros. En uno de los rebordes, de la parte más larga, había acoplado una cinta con un cierre y en el lateral de enfrente, estaban ancladas, dos pequeñas cadenitas, que terminaban en unas pinzas metálicas.

– Mira, en esta bandeja, me traerás, a partir de ahora, las cosas que te pida. Ven, ponte de pie que te la voy a colocar.

Se puso de pie y su cara reflejó el efecto que las bolas seguían causando en su sensibilizado coño. Cogí la bandeja y puse el lateral de la cinta, pegado a su estomago y se lo abroche en la espalda. La bandeja quedó colgando.

– Vuélvete a poner de rodillas.

Cada vez que flexionaba sus piernas, para arrodillarse o ponerse de pie, las paredes de su vagina, rozaban con las bolas y los efectos se reflejaban en su cara.

Cuando estuvo, otra vez delante de mí, cogí sus pezones entre mis dedos y comencé a jugar con ellos, para que se pusieran lo más erectos y duros posible, aunque con la excitación que tenía, poco más crecieron.

Cuando consideré que ya estaban bastante duros, subí la bandeja y coloque las pinzas, que colgaban de las cadenitas, una en cada pezón.

En cada una de las dos ocasiones, su cara se contrajo por el dolor y su garganta ahogo un quejido.

– Si, ya sé que duele, pero estas pinzas tienen que ser fuertes, para que no se suelten cuando me traigas en la bandeja las cosas que te pida.

La bandeja había quedado completamente horizontal a la altura de su estomago, justo debajo de sus tetas.

– Antes de seguir, vete a la cocina y me preparas un café con leche.

Se levantó y se dirigió hacia la cocina. Antes de que saliera del salón le dije:

– Y qué esté bien caliente, así si eres tan patosa, que no eres capaz de traerlo sin que se te caiga, tu misma te castigaras.

Aunque la bandeja no pesaba mucho, al estar colgada de sus pezones a cada paso se balanceaba y cada balanceo era un pequeño tirón.

Cuando llegó a la cocina, me levanté y fui a observar como se desenvolvía con los juguetes que le había traído.

Con las muñequeras y el collar, no tenía problemas, se oía el tintineo de las piezas metálicas al moverse y vi que varias veces las observaba, pero parecían no molestarle.

Sin embargo la bandeja era un problema a la hora de prepararme el café.

Sus manos tropezaban con ella, cada vez que hacía algo. Intentó, subirla de forma que no estuviera horizontal delante de ella, pero era imposible sin soltar las pinzas.

Varias veces, se acarició los pezones, alrededor de las pinzas, pero en ningún momento intentó quitárselas.

Al final consiguió preparar el café y mientras este se hacía se apoyó contra uno de los muebles de la cocina y se presionó el sexo, con la mano abierta.

Tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Las bolas seguían causando efecto. Una vez preparado el café cogió la taza y la colocó con mucho cuidado en la bandeja.

Muy despacio empezó a andar, la taza llena de café, más el azucarero, tiraban de sus pezones y al andar, la oscilación de la bandeja aumentaba la tensión.

Tras unas pequeñas pruebas consiguió dominar la situación y cuando llegó al salón, donde yo ya estaba sentado esperándola, su andar era bastante digno y seguro.

Pero poner la atención en la bandeja, la obligaba a andar normal, lo que aumentaba el roce en el interior de la vagina.

Muy segura de sí misma, llegó frente a mí e hizo intención de arrodillarse.

– No, no te arrodilles. Simplemente inclínate.

Inclinarse suponía tener que guardar el equilibrio de la bandeja, para que esta siguiera guardando la horizontalidad.

Cuando estuvo en esta posición, cogí el azucarero, me serví una cucharada, lo volví a poner en su sitio y comencé a remover con la cuchara.

Durante todo este proceso se mantuvo inclinada. Cuando consideré que estaba bien removido, cogí la taza y me la llevé a los labios.

– ¡Umm!. No está mal. No haces mal el café.

Dejé la taza, en la mesa que tenía al lado, cogí el azucarero y lo deposité al lado. Le ordené que se girará y solté el cierre que sujetaba la bandeja en su espalda. La bandeja cayó y quedó colgando y penduleando de sus tetas.

Un pequeño grito, salió de su garganta, pero se mantuvo en la misma posición. Cuando la bandeja paró su oscilación, la solté de las cadenas, que quedaron colgando de las pinzas sujetas a sus pezones.

– ¡Arrodíllate!. –Le dije, indicándole le posición que antes tenía a mis pies.

Rápidamente se colocó en posición esperando mi siguiente orden.

– ¡Dame las cadenas!. –Le dije, estirando las manos. Las cogió y las depositó en mis manos.

– Empieza a lamerme los huevos y vete subiendo despacito hasta la punta de la polla. Cuando acabes, comienzas a chupármela. Pero sin prisas, tenemos toda la tarde por delante. Si algo de lo que haces no me gusta, ya lo notarás.

Hundió la cabeza entre mis piernas, mientras con una mano levantaba mis huevos y con la otra sujetaba la polla.

Empezó a lamerme, justo debajo de los huevos. Cuando su lengua había recorrido ya toda esa zona, pasó a los huevos, primero a uno y luego al otro.

Con un leve tirón de las cadenas, que tenía en mis manos, le dije:

– ¡Sin manos!. Solo con la boca. Quiero disfrutar de este café que me has preparado, con tranquilidad. Y para que veas que soy bueno, como supongo, que lo que estas haciendo te gusta, te doy permiso para que te masturbes mientras me la chupas. ¡Vamos, empieza!.

Se revolvió inquieta. Acababa de correrse y su coño debía estar bastante alterado, pero no se atrevió a decir nada y comenzó a acariciar su vulva con suavidad.

– ¡Muy bien, putita, muy bien!. Así despacito, así nos durará más. La otra mano ponla en la espalda, más que nada para evitar tentaciones de ponerla donde no debes. ¡Vamos!, ¡Obedece!.

Colocó la mano libre en la espalda y continuó con su labor. La verdad es que estaba siendo un momento muy agradable.

El café estaba estupendo, su lengua se movía con maestría por mis huevos y mi polla y los leves estremecimientos de su cuerpo denotaban que también ella estaba disfrutando del momento, aunque su coño estuviera hecho una pena.

Cuando acabó de lamerme, desde la base a la punta, comenzó a chupar despacito. No es que fuera una experta, pero ponía voluntad e interés.

Y cuando algo no me gustaba, o quería que me lo hiciera de otra manera, sus tetas le indicaban que algo no iba bien y rápidamente buscaba la forma de solucionarlo.

Terminé el café y me acomodé en el sillón para disfrutar del momento. Solo una vez tuve que dar un tirón de las cadenitas, porque su mano parara de acariciar su coño.

Cuando se dio cuenta de que era inevitable, siguió masturbándose, despacio pero de forma efectiva.

A los pocos minutos, un estremecimiento y un gemido, ahogado por mi polla en su boca, me indicaron que se había vuelto a correr. La verdad, es que era una joya. Esta tía era un putón de mucho cuidado.

A los quince minutos, aproximadamente, sus esfuerzos comenzaron a tener éxito. Mi excitación iba en aumento y estaba a punto de correrme.

– ¡Así, puta así!. ¡Sigue chupando, no pares!. ¡Metetela más!. ¡Entera!. ¡Metetela, entera en la boca!.

Estaba llegando al orgasmo y mis ordenes, acompañadas de consistentes tirones de sus pezones, la indicaban como quería que hiciera las cosas.

Pero pese a los tirones, no acababa de meterse toda la polla en la boca, por lo que en el momento del orgasmo, empuje su cabeza hacia abajo, hasta que sus labios tocaron con los pelos de mi polla y la mantuve allí hasta que termine de correrme.

A pesar de estar casi ahogándose, ella continuó moviendo su lengua y succionando con su boca.

Cuando finalice solté la presión y ella, se retiró un poco, pero sin sacarla de la boca y continuó chupando, aunque más despacio, al tiempo que su mano incrementaba el movimiento en su coño.

¡Estaba a punto de correrse otra vez!. Solo cuando el orgasmo, recorrió su cuerpo, abrió la boca, para dar rienda suelta a un gemido que salió de lo más profundo de su garganta.

Continúa la serie