¿Que hago?

Me llamo Carlos, tengo 33 años y escribo esta historia porque necesito que alguien más, aparte de los protagonistas de la misma, la conozcan, y de paso probar si, al escribirla, puedo aclarar mis ideas y tomar una decisión que pueda ser acertada. Sé que esta página no es un consultorio sentimental, pero agradeceré que si alguien tiene la respuesta a la pregunta del encabezamiento, me la haga saber.

Soy profesor de Historia en un Instituto de mi localidad natal, Zaragoza; estoy casado desde hace 10 años con Marta, que actualmente tiene 32, también profesora en un Instituto de Zaragoza, aunque ella imparte Filosofía.

Marta y yo nos conocimos en el año 1985 (yo estaba en 2º y ella en 1º), en la cafetería del Campus de la Universidad; no fue precisamente un flechazo, porque por aquel entonces yo andaba obsesionado con una pelirroja de medidas espectaculares que, por supuesto, no me hacía el más mínimo caso y no me lo hizo durante los 3 meses en que la seguí allí por donde iba, haciendo el payaso y perdiendo la oportunidad, a lo mejor, de ligar con otras chicas que, sin ser tan agraciadas, seguro que me hubieran dado más oportunidad de desahogarme, y dejar así de hacer músculo con el brazo derecho (en la época a la que me refiero, tenía la mano y el brazo de ese lado bastante más desarrollados que el izquierdo).

Como decía, Marta y yo nos conocimos en la cafetería del Campus de la Universidad; ella estaba en un grupo con otras chicas de su misma Facultad y yo, para variar, estaba sólo, intentando entender algo sobre los apuntes que había tomado de las consecuencias de la revolución industrial en el movimiento nacional-socialista austríaco en el bienio 1931-33; lo recuerdo perfectamente porque la asignatura de la que formaba parte este tema fue la última que aprobé de la carrera. Ella se acercó a pedirme fuego y yo, sin apenas levantar la mirada de los apuntes, le di el mechero. Ese fue, pues, nuestro primer encuentro. Digo que apenas levanté la mirada de los apuntes, aunque cuando se dio la vuelta para regresar junto a sus compañeras sí que lo hice, pudiendo oler su colonia (la misma que aún hoy utiliza) y ver cómo se movía su estupendo culo, tan bien apretado por esos pantalones vaqueros que se pegan como una segunda piel. No era, ciertamente, espectacular, pero tenía buen tipo.

En fin, no voy a contar toda la historia de mi vida ni nada por el estilo, simplemente os diré que, a los dos años y medio de aquel primer encuentro, nos hicimos novios y, una vez que ella acabó la carrera nos casamos; en aquel entonces yo había aprobado las oposiciones a profesor de Instituto, y teníamos, pues, la vida resuelta, sobre todo cuando, al cabo de dos años más, ella también las aprobó y, afortunadamente, consiguió plaza en la misma localidad donde ya trabajaba yo.

Como en todos los matrimonios, al principio todo fue sobre ruedas, tanto en el aspecto emotivo como en el sexual; nos conocimos en profundidad pero, por desgracia, fuimos cayendo en una monotonía de la que no hubo manera de escapar. Yo no soy, precisamente, un gran amante, tengo unas medidas normales, unas apetencias normales y una resistencia, también, normal; ella, sin embargo, es mucho más ardiente que yo y sé que muchísimas veces, en estos años de matrimonio, la he dejado con las ganas de un buen achuchón (también sé que, muchas veces, se ha levantado de la cama y se ha ido a la sala a masturbarse, con la excusa de que no podía dormir); sin embargo, sé también que nunca me ha engañado, como también tengo la certeza de que el amor que siempre me ha dicho que me tenía era sincero.

Todas estas certezas se empezaron a tambalear el día en el que ocurrió lo que ahora paso a relataros:

Habíamos salido a cenar con unos amigos a un restaurante de las afueras (a unos 20 kilómetros de Zaragoza) y, tras una velada normal, en la que comimos, bebimos y bailamos, llegó la hora de despedirse (era la una y media); mi mujer me pidió que dejara que ella condujera, ya que se me notaba que me había pasado con el Ron y, dado que antes de meternos en la carretera general hay un camino rural bastante estrecho y sin apenas iluminación y que la noche estaba oscura como boca de lobo, tenía algo de miedo; yo acepté porque, la verdad, estaba bastante más borracho de lo que hubiera sido aconsejable y me senté en el asiento del copiloto.

Al cabo de no más de 5 minutos de viaje me quedé dormido, como consecuencia de la mezcla del alcohol y de la calefacción del coche; no volví a despertar hasta que el cinturón de seguridad me paró a menos de medio metro del parabrisas, como consecuencia de un frenazo que tuvo que dar mi mujer para intentar no arrollar a una moto sin luces en la que iban dos personas; los de la moto, también para evitar chocar, dieron un giro brusco y perdieron el control, yendo a parar con sus huesos al suelo; mi mujer paró un momento para mirar por el retrovisor si se levantaban los individuos, pero apenas se veía nada; tras dudarlo unos instantes, me preguntó qué hacía, que pensaba que era mejor seguir adelante y olvidarse de todo, que no sabíamos quienes eran, que no era normal que fueran sin luces, en fin, su cabeza empezó a dar vueltas pensando en lo peor y yo, como siempre, le dije que no fuera tan fantasiosa, que teníamos la obligación de bajar y comprobar si había heridos, así que descendí del coche y me acerqué al lugar donde supuse que debían estar los accidentados; cuando llegué a la moto, me encontré con dos personas tiradas en el suelo, inmóviles; al agacharme para intentar buscarles el pulso escuché un grito de mi mujer y, cuando me di la vuelta, me encontré con un puño en el estómago, que me dejó encogido en el suelo, sin apenas poder respirar y vomitando la cena, el ron y, si me apuráis, hasta la primera papilla; seguía oyendo los gritos de mi mujer y, cuando intenté levantarme, sentí un fuerte golpe en la nuca, que me hizo caer sin sentido en el suelo.

Desperté pasados unos 20 minutos, y me encontré atado al asiento del copiloto, en un paraje que me era desconocido, luego descubrí que era una desviación del camino por el que íbamos a casa y que era tan estrecho que nunca antes me había fijado en él; delante del coche, gracias a la luz de la luna que, por fin, había salido, ya que el coche tenía las luces apagadas, pude ver una construcción medio derruida (se trataba de una antigua casa deshabitada desde ya hacía mucho tiempo y que, posiblemente, sólo se utilizara por los yonquis para colocarse o por parejas muy, muy desesperadas). De dentro de la casa salían las risas de algunos hombres, no sabría precisar cuántos, y las súplicas de mi mujer, pidiéndoles que la dejaran en paz, que no diría nada, que se llevaran el coche, el dinero y todo lo que quisieran, pero que, por favor, no nos hicieran nada; ellos cada vez se reían más y le contestaban que, primero, debía probar lo que le iban a ofrecer, y que después ya vería como se arrepentía de la oferta que les estaba haciendo; yo, al oír aquello, me volví medio loco, pues ya imaginaba lo que aquellos cabrones le iban a «ofrecer», intenté soltarme de las ataduras, pero me fue completamente imposible y sólo pude quedarme, impotente, imaginando lo que estaba ocurriendo en la casa abandonada.

Al principio mi mujer no dejaba de llorar y de pedirles por favor que la dejaran, podía oír sus súplicas y se me revolvía el alma pensando en lo que aquellos bastardos le estaban haciendo; sin embargo, al cabo de un rato, sólo pude percibir las risas de los tíos, ya que mi mujer quedó completamente callada; imaginé que se había desmayado de la tensión o algo por el estilo, pero de pronto oí desde dentro de la casa:

– Mira, parece que ya le empieza a gustar, dijo uno de ellos.

– Sí, no creí que tardara tan poco, se nota que tiene falta de caña, así que hoy vamos a darle todo lo que pueda aguantar, ya veréis como es insaciable, le oí decir a otro.

En ese momento, uno de los individuos salió de la casa, totalmente encapuchado, y se acercó al coche, se me aproximó al oído y me dijo:

– Bueno, Carlos, ahora que la hemos calentado un poco, vamos a hacerte otra pequeña putada: te voy a tapar los oídos, después sabrás porqué.

Efectivamente, dicho y hecho, me colocó unos tapones en los oídos, de tal manera que no podía oír absolutamente nada de lo que pasaba en la casa, y me los sujetó a las orejas con cinta de embalar, de modo que no podía intentar quitármelos a base de rozarme contra el asiento del coche.

Una vez hecho esto, se marchó y me dejó sumido en una situación de desesperación y de impotencia que no espero tener que soportar nunca más. Pasadas 4 horas, el que me había puesto los tapones se acercó al coche, me los sacó y me dijo:

– Le hemos dado a tu mujer lo que necesitaba y lo hemos hecho a cara descubierta; puedes estar seguro de que, si vais a la policía, no nos delatará aunque tú nos conoces a todos menos a uno.

– Suéltame, cabrón, que te voy a matar, le dije a gritos, presa de un histerismo que no pude controlar.

– Tranquilo, Carlos, tranquilo, aquí tienes un regalo para que veas lo que de verdad necesitaba tu mujer, me dijo, dejándome dos cintas de vídeo debajo del asiento del piloto, cuando tengas un momento libre las miras y verás cómo se puede llegar a mover tu mujercita cuando la hacen disfrutar de verdad.

Dicho y hecho, dejó las cintas bajo el asiento del piloto y se marchó, volviendo al rato junto con otro compinche, también encapuchado, y con Marta, que estaba hecha unos zorros, con su vestido totalmente destrozado, el pelo todo revuelto, las piernas temblando (hasta el punto de que tenían que agarrarla entre los dos para que pudiera andar) y, cosa que me llamó mucho la atención, un brillo extraño en los ojos, con la mirada perdida como si estuviera drogada. La metieron en el coche, en la parte de atrás y le dijeron:

– Bueno, Marta, aquí te dejamos, danos 15 minutos y, después, puedes desatar a tu marido, pero no lo hagas antes, porque recuerda que somos tres y, entonces, Carlitos puede pasarlo realmente mal; y tú, Carlos, recuerda lo que hemos hablado antes.

Se marcharon y, pese a que le pedí inmediatamente a Marta que me soltara, me dijo que no, que tenía mucho miedo; al cabo de 20 minutos me soltó, la abracé intentando consolarla, pues se había puesto a llorar, cogí el coche (por supuesto, ya se me había pasado la borrachera) y emprendimos el regreso a casa. Durante el trayecto, le pedí a Marta que fuéramos a la Policía a denunciar lo que nos había pasado, pero no fui capaz de convencerla, decía que quería llegar a casa y ducharse, para sentirse limpia de nuevo, que no sería capaz de contarle a nadie lo que había pasado durante aquellas 4 horas y que, por favor la entendiera, que sólo quería intentar olvidar, cuanto antes, todo lo sucedido. Yo, por mi parte, no le dije nada sobre las cintas de vídeo, no sé si porque no lo consideraba conveniente en ese momento o si porque, en el fondo, deseaba poder verla y quitarme de la cabeza la sospecha que me martilleaba las sienes.

Llegamos a casa, metimos el coche en el garaje (vivimos en una zona de chalets individuales) y, tras ducharse, mi mujer se acostó y se quedó profundamente dormida; yo, por mi parte, era incapaz de conciliar el sueño, me venían a la mente y a los oídos, una y otra vez, las palabras de aquel cabrón, y me imaginaba miles de posturas distintas con la que la podían haber obligado a satisfacerlos; no era morbosidad, era simplemente que no me lo podía quitar de la cabeza, así que me levanté despacio y bajé al garaje, cogí las cintas, me encerré en el salón y puse en marcha el vídeo. Lo que vi a continuación no creo que pueda olvidarlo en la vida.

Al principio apareció un hombre encapuchado, sentado tras una mesa, diciendo lo siguiente:

– Hola Carlos, ya veo que no has podido resistir la tentación de saber qué pasó realmente durante el tiempo que estuvimos con Marta No, no te sorprendas, conocemos tu nombre, igual que el de tu mujer, y sabemos, también, muchas cosas más sobre vosotros, no en vano, a todos, excepto a mí, nos conoces. No te rompas la cabeza intentando averiguar quiénes somos, y piensa únicamente en porqué Marta, que nos ha visto la cara, no nos denuncia Antes de empezar con el show, sin embargo, vamos a presentarte las armas que utilizaremos para conseguir que tu mujercita se vuelva loca.

Inmediatamente, pude ver cómo la cámara era depositada sobre la misma mesa tras la cual había estado sentado el tipo que me había hablado y pude ver un primer plano de tres pollas totalmente empalmadas, ninguna de ellas destacaba especialmente por su tamaño, parecían más bien de unas medidas normales.

A continuación, vi por la televisión todo lo que había ocurrido:

Al principio vi a Marta arrodillada en el suelo, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda; se le notaba asustada y pedía por favor que la dejaran en paz, que no nos hicieran daño y que nos dejaran marchar, que se llevaran todo lo que teníamos pero, por favor, que no la lastimaran. Podía oír sus risas y cómo se echaban a suertes quién empezaría.

– Bueno, el orden es este, por lo menos para empezar, después ya veremos si Marta nos hace variarlo: primero yo, después tú y por último tú. Venga, ya podemos empezar.

Dicho y hecho, pude ver como el primero, que imagino era el jefe de la banda, tiraba al lado de mi mujer su capucha, y cómo le quitaba la venda de los ojos.

– Bueno, Marta, no me conoces, pero a estos dos sí podría darse el caso de que los recordaras; te voy a explicar lo que vamos a hacer porque no queremos emplear más violencia que la estrictamente necesaria: primero te vamos a follar los tres por turnos, si con eso te basta, te dejaremos en paz y aquí acabará todo, pero si nos lo pides, habrá más; no me mires con esa cara de asco, Martita, que yo sé lo que me digo.

A continuación vi como empezaba a acariciarla por encima del vestido; éste era un típico vestido de noche, no demasiado atrevido, pero lo bastante sugerente como para excitar a cualquier hombre más o menos normal (además, aunque aún no lo he dicho, Marta se conserva bastante bien de cuerpo); ella seguía pidiéndole que la dejara en paz, llorando y suplicando que pararan, pero lo único que conseguía era que los demás se rieran aún con más fuerza y comentaran que, como todas, primero son muy recatadas, pero que tan pronto prueban lo que se les ofrece se convierten en unas viciosas de miedo.

Tras un rato de caricias, el individuo, al que voy a llamar número 1, sacó unas tijeras y cortó los tirantes del sujetador, sin quitarle el vestido, y se lo sacó; se concentró en acariciar sus pechos y pronto pude ver cómo, a través del vestido, se marcaban los pezones totalmente enhiestos de mi mujer, que, por cierto, había dejado de llorar y suplicar y se encontraba con los ojos cerrados y la boca semiabierta, con una expresión que me dio a entender claramente que no le disgustaba del todo el tacto de aquellas manos y lo que éstas estaban haciendo. Inmediatamente, el número 1 puso en pie a mi mujer y, dándole la vuelta para ponerla de espaldas a él, comenzó a acariciarle, con una mano, el culo por encima del vestido, mientras con la otra seguía jugueteando con los pezones de Marta; en un momento determinado, con las tijeras cortó las tiras de las bragas de mi mujer y se las guardó en un bolsillo; a continuación tiró las tijeras al suelo y, metiendo las manos por debajo de la falda del vestido comenzó a acariciarle de nuevo el culo y, de vez en cuando, a pasar un dedo por su coño; Marta seguía callada, pero un poco después de empezar estas nuevas caricias comencé a ver cómo su cuerpo se movía a un ritmo acompasado, siguiendo las órdenes de la mano que, debajo de su vestido, exploraba lo más profundo de su cuerpo.

– Mira, parece que ya le empieza a gustar, oí decir a uno de ellos.

– Sí, no creí que tardara tan poco, se nota que tiene falta de caña, así que hoy vamos a darle todo lo que pueda aguantar, ya veréis como es insaciable, le oí decir a otro.

En ese momento, el que estaba trasteando a mi mujer recogió la capucha del suelo y desapareció de la escena, siendo éste el que me colocó los tapones en los oídos.

Mientras tanto, en el vídeo mi mujer permanecía de pie, con las piernas abiertas. Cuando el número 1 volvió a aparecer en escena, estaba totalmente desnudo, con su polla en ristre y se acercó a Marta, la dobló por la cintura, le levantó el vestido y, sin previo aviso, le clavó su polla en el coño, lo bastante lubricado para que pudiera entrar sin demasiadas dificultades, pero aún así, no lo suficiente como para que mi mujer no emitiera un grito de dolor que me pareció que le salía de las entrañas.

– Tranquila, Marta, tranquila, lo que hace daño ahora no tiene porqué hacerlo dentro de poco, ya lo verás.

– No, no, déjame, me haces daño, cabrón, suéltame, por favor, me duele, me duele

Marta volvía a llorar otra vez, sin duda aquél cabrón le había hecho muchísimo daño, pero al cabo de un par de minutos de embestidas, los llantos y las súplicas se hicieron totalmente mudos, y poco después se transformaron en gemidos apagados, quizá porque ni ella misma se creía que pudiera estar disfrutando con lo que aquel tío le estaba haciendo.

– Ves, mujer, como yo tenía razón, así, eso es, mueve las caderas a ritmo, así está muy bien. Eh, chicos, fijaos en cómo se mueve.

Efectivamente, el número 1 ya no empujaba, se había quedado quieto y era mi mujer la que, frenéticamente, se movía de delante a atrás, con una violencia que me pareció que iba a provocar que la polla del otro le saliera por la boca.

– No pares sigue sigue, así me gusta, cabrón, que polla tienes la noto en los riñones y me gusta sigue así que estoy a punto de correrme me voy, me voy

– Tranquila, Marta, tranquila, que te vas a desmayar como sigas así; aún te queda mucho tiempo de polla y tienes que aguantarla toda, ¿crees que podrás?

– Sí, sí, pero por favor no te pares, hazme gozar ¡qué bien lo haces, cerdo! me gusta me gusta, dame todo, por favor, te lo suplico, fóllame más fuerte, que soy toda tuya.

– Enfócale la cara, que está a punto de correrse otra vez, le dijo el que estaba violando a mi mujer al que manejaba la cámara, para que su marido vea que no es fingido.

Efectivamente, la cámara me mostró la cara de placer de Marta; era algo que yo nunca había visto (ya que sólo soy capaz de hacerle alcanzar el orgasmo masturbándola)

– Oh, sí, me gusta por favor muévete tú también, quiero sentir tu fuerza, quiero que me partas en dos con ese rabo que me estás metiendo sigue, sigue un poco más, por favor, por favor así, así más, más, me corro, me corro cabrón, dámelo todo.

La cara de Marta era absolutamente increíble, tenía los ojos cerrados y podía oír sus gemidos entrecortados cuando aquel cabrón le embestía; la saliva le corría por las comisuras de los labios, incapaz de controlarse, y con una de sus manos, la que no tenía apoyada en la pared, se pellizcaba los pezones con un frenesí salvaje.

Así estuvieron durante, al menos, 20 minutos, hasta que el número 1 se corrió dentro de ella, entre los espasmos del cuarto orgasmo que tenía mi mujer con aquel cabrón. Cuando le quitó la polla de dentro, Marta cayó de rodillas al suelo, completamente exhausta y respirando entrecortadamente, temblando de frío, igual que la había visto temblar alguna vez cuando acababa de tener un orgasmo conmigo.

A continuación le tocó al número 2; éste tenía una polla algo más grande que la del anterior, cogió a mi mujer de los pelos y la obligó a levantarse, era bastante más alto que ella, así que aunque la cámara enfocaba su cara, la de él no podía verla; en el momento en el que ella abría la boca para decir algo, aquél tío se agachó un poco, para tener su polla a la altura del coño de mi mujer y, sin mediar palabra, se la clavó de un golpe, agarrándola por el culo y levantándola hasta ponerla a su altura; de nuevo mi mujer volvió a gritar, aunque esta vez no tan fuerte como antes y, pude notar, no tanto por dolor como por placer.

– Ponla contra la pared, dijo el número 1, y ponte tú de espaldas a la cámara.

Aquello fue lo que hizo, de tal manera que podía ver a mi mujer, con las piernas enroscadas alrededor de la cintura del tío que la estaba follando, con las uñas clavadas en su espalda y con la misma cara de placer que había estado viendo durante la follada anterior, pero no podía ver, del cabrón que se la estaba tirando, nada más que la espalda, el culo y el pelo (era moreno). Mi mujer gemía sin parar, arañando la espalda de su violador y buscando desesperadamente su boca para besarle.

– Bésame, por favor, bésame, quiero tu lengua en mi boca la quiero tan dentro como tengo tu nabo, hijo de puta, hazme gozar así, no te pares ahora, no te pares, quiero que sientas como se abre y se cierra mi coño cuando me corro estoy a punto de irme, empuja fuerte, más fuerte, más, más

Mi mujer parecía haberse vuelto loca con aquel tío, su cara reflejaba claramente que no estaba fingiendo, y yo notaba en los pantalones, mientras veía el vídeo, que mi polla se revelaba contra mis sentimientos.

En ese momento se acabó la primera cinta, la saqué y volví a la habitación, allí seguía Marta, dormida como si hubiera tomado un kilo de somníferos, totalmente relajada y con una expresión en el rostro que no hacía sospechar, en ningún momento, que había pasado por una experiencia tan dura como una violación.

Volví, pues, a la sala, y metí la otra cinta, poniendo de nuevo en marcha el vídeo; Marta seguía siendo follada por aquel tío y seguía corriéndose, mordiéndole los hombros, arañándole la espalda y el culo, metiéndole la lengua en las orejas, haciendo todo lo que podía para demostrarme, sin ningún género de dudas, que sus numerosos orgasmos no eran, en absoluto, fingidos.

Al cabo de 15 minutos más de oír los gemidos y los gritos de placer de mi mujer, pude ver como el tío que la estaba follando hacía sus embestidas mucho más lentas, sacando casi del todo su polla y volviéndola a meter muy suavemente.

– Oh, cómo me gusta, decía mi mujer, qué suave cómo entra aguanta un poco que me quiero correr contigo la siento hincharse, dame tu leche, cerdo, dámela toda para mí ahora, ahora me corro otra vez más, más

En ese momento, mi mujer sufrió un espasmo tal que creí que se iba a desmayar, y, una vez que se calmó, comenzó a llorar:

– Gracias, gracias, decía mientras el tío aceleraba sus embestidas, demostrando que estaba a punto de inundar de su leche el coño de mi mujer

Al final, se corrió y, suavemente, bajó a mi mujer, que se tuvo que apoyar de nuevo en la pared; seguía llorando y dándole las gracias, como si le hubieran salvado la vida.

– Bueno, dijo el jefe de la banda, ahora te toca a ti.

El número tres se tiró en el suelo, y le hizo a mi mujer señas para que se acercara; ésta, que apenas podía andar, se acercó a cuatro patas hasta que consiguió llegar a donde éste estaba y, agarrándole la polla con una de sus manos, y poniéndole otra en el pecho, se fue sentando muy lentamente, ya no sé si por causa del dolor que debía sentir tras las dos anteriores folladas o si con la intención de sentir cómo aquel nabo se metía dentro de ella.

Una vez que llegó al fondo, mi mujer era la única que se movía, subía y bajaba despacio, se abría con las manos por detrás para que le entrara mejor, y, tras unos tres o cuatro minutos a ritmo lento, comenzó, de nuevo, a gemir; mientras tanto, el que se la estaba tirando le acariciaba los pechos con las dos manos, tirando de los pezones a veces con fuerza y otras más suavemente, estrujándolos, juntando los pezones y restregándolos uno con otro, haciendo que mi mujer, de nuevo, volviera a estar en condiciones de correrse; sus gritos de placer debieron oírse en muchos kilómetros a la redonda, porque yo tuve que bajar la voz del televisor, para no despertarla; aquello parecía una película porno, con la diferencia de que los gemidos y las súplicas de mi mujer no eran, en absoluto, fingidos, los sentía realmente; las palabras que le decía al que se la estaba clavando salían de dentro de ella, de un sentimiento que no pude más que reconocer como de gratitud profunda, de agradecimiento por hacerle sentir todo aquello que nunca pudo experimentar anteriormente; aquello me dolía, lógicamente, pero entendía que no era culpa suya, sino más bien mía, ya que nunca había podido sacar de ella todo lo que llevaba dentro de sí.

– ¿Te gusta lo que te hago, bastardo?, preguntaba mi mujer mientras se dejaba caer con violencia sobre la polla del número tres, ¿te gusta?, a mí si me gusta sentirte tan dentro, noto como me roza la matriz, cómo me hace gozar como a una puta; me gusta lo que tienes entre las piernas, lo que me hace sentir

Al cabo de un rato, los gemidos de mi mujer se hicieron más estruendosos, y su ritmo aumentó tanto que creí que iba a acabar sangrando, pero sólo era la consecuencia de que no podía controlarse, ahora que iba a llegar de nuevo al orgasmo; quizá la razón fue que ella misma lo buscó y lo provocó, pero el caso es que aquel orgasmo fue tan largo que juraría que encadenó más de dos seguidos; aquello era increíble, sus pechos se movían libres, ahora que el número tres le estaba arañando el culo, y le subían y bajaban de tal manera que creí que se le iban a caer; sus gritos y sus gemidos se mezclaban con sus palabras de agradecimiento, con sus súplicas de que quería más, que lo necesitaba, que nunca creyó que nadie la pudiera hacer gozar de aquella manera, en fin, miles de cosas que, por un lado, me dolían, pero he de reconocer que, por otro, me excitaban.

Por fin, cuando el tercero se corrió dentro de ella, mi mujer cayó al suelo exhausta, temblando; fue entonces cuando el número uno le dijo:

– Bueno, Marta, ya veo que no lo has pasado del todo mal; aún tenemos un poco más de tiempo, ¿quieres que lo dejemos ya, o prefieres llevarte un último recuerdo de nosotros?

– No, por favor, no paréis aún, quiero más, todo lo que tengáis quiero que me lo deis, por favor.

El jefe de la banda, esta vez encapuchado, enfocó la cámara hacia sí mismo y dijo:

– Bien, Carlos, ya ves lo que son las cosas; ahora vamos a follárnosla porque ella lo pide, no porque la obliguemos.

Entonces el número 1 le dio la cámara al que acababa de tirarse a Marta y, junto con el número 2, ambos totalmente encapuchados, cogieron a mi mujer.

– Marta, recuerda que lo has pedido tú; lo que vamos a hacerte ahora me imagino que nunca lo habrás hecho, porque hasta ahora has sido mujer de un solo hombre, pero ya sabes que si uno no prueba algo no puede saber si le gusta o no.

En ese momento, el número uno metió un dedo en su boca y lo introdujo lentamente en el culo de mi mujer.

– No, no, por ahí no, por favor, me va a doler, por ahí no, te lo suplico, hazme lo que quieras pero no me folles por ahí, Marta suplicaba mientras el número 2 la tenía agarrada, impidiéndole que se rebelara.

– Calla, Marta, calla, recuerda que al principio tampoco querías que te hiciéramos nada y ahora tú misma nos ha suplicado que te volvamos a follar, ¿qué pasa, nunca te la han metido por ahí?

– No, nunca, por favor, no lo hagáis, haré lo que quieras pero por ahí no.

– Tranquila, mujer, tranquila, te dolerá un poco al principio, pero te aseguro que pronto descubrirás un mundo nuevo.

Las súplicas de mi mujer se hacían cada vez más débiles, no sé si porque con la otra mano el número uno la masturbaba o porque realmente creía lo que éste le estaba diciendo. En un momento dado, cuando consideró que ya estaba a punto, el jefe colocó su polla a la entrada del culo de Marta y, muy despacio, la fue metiendo hasta que tocó con sus huevos el coño de mi mujer.

– Me haces daño, me haces daño, para, sácala, por favor, me duele.

No le hizo caso y, poco a poco, comenzó a aumentar el ritmo de sus embestidas, agarrándola con las dos manos por las caderas mientras el número dos la cogía del pelo y le metía la polla en la boca; Marta tuvo un par de arcadas, pero los empujones del número uno consiguieron que se repusiera y comenzara a chupar con frenesí la polla que se le ofrecía.

-¿Ves, mujer, ves como al rato empieza a gustar?

Sus ritmos eran cada vez mayores, y los espasmos de mi mujer, así como el ansia con la que chupaba aquella polla me demostraban que los orgasmos volvían otra vez con la misma fuerza que antes. Así estuvieron durante al menos 20 minutos, durante los cuales podría jurar que vi a mi mujer correrse, al menos, 2 veces más. En un momento dado, el número 1 dejó de bombear y sacó la polla.

– ¿Qué haces, cabrón? No me la quites, sigue dándome por el culo, me gusta tanto que me voy a mear, no me dejes así ahora, por favor.

-¿Ves, Marta, como yo tenía razón?

– Sí, sí, es cierto, pero por favor vuelve a encularme, lo necesito.

El número uno volvió a clavársela, esta vez con más violencia que la primera vez, y Marta volvió otra vez a su mamada; cuando el número 2 se corrió, no dejó que se le escapara apenas nada de lo que éste le ofrecía y, presa de una excitación sin límite, siguió chupando durante un rato más, hasta que el número 3 ocupó el lugar del 2.

La mamada continuaba, y el jefe de la banda no cesaba de encular a Marta, que movía las caderas al ritmo que éste le mandaba, ahora rápido, ahora lento, en círculo, sacándola y metiéndola de golpe, aquel cerdo la estaba haciendo disfrutar a tope de su primera enculada, y ella se lo demostró corriéndose otra vez más antes de que la leche volviera a inundar su boca. Sólo quedaban en acción Marta y el número 1, que seguía bombeando, demostrando que su resistencia era, realmente, prodigiosa; debió de estar enculándola durante un total de 1 hora, mientras ella se corría una y otra vez; había perdido ya la cuenta de las veces que la había oído avisar a su follador de que se iba a correr, y de las veces que le gritaba que la follara más y más, que era un cerdo que la hacía disfrutar y que quería tener siempre dentro de ella la polla que tanto gusto le daba. En un momento determinado, sin embargo, me demostró que la resistencia física tiene sus límites.

-Córrete ya, por favor, córrete, no puedo aguantar más me voy a desmayar si sigues mucho tiempo así te lo suplico, no sigas, no puedo más me voy a morir de placer.

Poco después de estas palabras, el número uno aceleró aún más sus embestidas y, antes de correrse dentro del culo de mi mujer, consiguió que ésta se corriera por última vez, aunque apenas fueron audibles sus gemidos, ya que la pobre estaba completamente destrozada.

Un tiempo después, ayudaron a levantarse a mi mujer y la sacaron de la casa, terminando ahí la segunda cinta.

Yo apagué el televisor, saqué la cinta del vídeo y, junto con la otra, las abrí, las corté y tiré los restos a la basura; a continuación me fui a la cama y me acosté junto a Marta, que seguía en la misma postura en la que la había dejado, con la expresión de relax reflejada en su rostro y con una de las manos entre sus piernas. Yo me masturbé y me quedé dormido.

Al día siguiente, hablamos durante toda la tarde, pues Marta no se despertó hasta las 4 y media de la tarde; ella me contó lo que le había pasado, sin especificar que el placer no había estado ausente, precisamente, de aquella violación, y asegurando que no podría identificar a sus agresores, ya que habían estado durante todo el tiempo con la cara cubierta con pasamontañas. Aunque yo sabía que aquello no era cierto, pues aunque en la cinta de vídeo nunca llegué a ver las caras de sus violadores, sí pude ver cómo se quitaban las capuchas para follársela, no quise decirlo, pues tenía miedo de las consecuencias que podía tener para ella el que yo le dijera todo lo que había visto.

Pasaron los meses y nuestra relación siguió yendo bien, nos queríamos como antes, seguimos haciendo el amor como antes (mal por mi parte y con comprensión por la suya) y no volvimos a hablar más de aquella noche.

Sin embargo, hace poco más de 5 meses, las cosas comenzaron a cambiar:

Todo empezó cuando les propuse a mis alumnos de COU que presentaran un trabajo para unas becas de estudios sobre uno de los temas del programa de la asignatura; cada uno podía elegir el que quisiera y debía entregarlo en un sobre cerrado, sin indicación de datos personales (que debían ir metidos en un sobre adjunto, junto con una copia del trabajo presentado), ya que iba a ser corregido por una Comisión compuesta por varios profesores de distintos Institutos de la provincia, y así se evitaban posibles suspicacias.

Previamente a la evaluación de los trabajos por la Comisión cada profesor de cada Instituto debía seleccionar, de entre todos los trabajos presentados, aquellos tres que se considerasen de mejor calidad, siendo éstos los únicos que pasarían a la fase de evaluación. Me entregaron un total de quince trabajos, así que me puse inmediatamente manos a la obra y fui abriendo uno a uno los distintos trabajos; uno de ellos estaba formado por 30 folios y era un trabajo realmente brillante, pero cuando iba a tirar el sobre a la papelera me di cuenta de que había algo más dentro de éste, metí la mano y saqué las bragas de mi mujer. Me quedé completamente helado, inmediatamente cogí el sobre donde debía estar la copia del trabajo y los datos personales del alumno; al abrirlo encontré dicha copia y los datos del alumno que había presentado el trabajo. No me podía creer lo que estaba viendo, era uno de los alumnos en los que más esperanzas tenía puestas en cuanto a su futuro, y ahora descubría que era uno de los que se había follado a mi mujer, convirtiéndola, durante aquellas 4 horas, en una viciosa a la que yo nunca había conocido. Me puse a pensar rápidamente, podía ir a la Policía, pero ¿qué les iba a decir? Hace varios meses que había ocurrido la violación, no tenía pruebas de ésta, mi mujer se negaba a presentar denuncia alguna (alegando que quería olvidar todo aquello), las bragas debían de estar limpias de huellas, y no había manera de demostrar que, efectivamente, éstas habían salido de este sobre en concreto estaba completamente atrapado, así que guardé las bragas y, por supuesto, seleccioné el trabajo para su estudio por la Comisión.

Al llegar a casa ese día le dije a Marta lo que había pasado, le identifiqué a su violador y traté de convencerla, otra vez, de que presentáramos una denuncia, pero todo fue inútil, lo único que conseguí fue que Marta se encerrara en sí misma y no me volviera a hablar en toda la semana.

El resto de los días de aquella semana, no podía dejar de mirar para Eduardo (ese era el nombre del alumno que me había enviado las bragas de mi mujer), pero él hacía como si no hubiera pasado nada, seguía siendo tan buen alumno como antes.

El lunes de la mañana siguiente, me sorprendió ver a Marta en mi Instituto, me dijo que había venido a buscarme porque en su Instituto había habido un accidente y se habían suspendido las clases; yo le comenté que aún tenía otra hora más de clase, que me esperase en mi despacho y que cuando volviera nos marcharíamos a casa. Ella aceptó y se fue para mi despacho. Cuando terminó la clase volví a buscarla y me encontré una nota en la que me decía que le había empezado a doler la cabeza y que se iba ella sola para casa. Cuando llegué, mi mujer estaba echada en el sofá de la sala, con un paño mojado en agua fría en la cabeza. Le pregunté que cómo estaba y, tras un rato, nos pusimos a comer.

El resto de la semana transcurrió sin grandes cosas dignas de mención, pero el miércoles de la semana siguiente, por primera vez en todo el curso (y creo recordar que desde que le di clase en 1º y 3º de BUP), Eduardo no vino a clase. No le di más importancia hasta que me di cuenta de que, durante todo aquel mes y el siguiente, Eduardo no venía a clase los miércoles. En otras circunstancias le hubiera preguntado el motivo, pero teniendo en cuenta lo que había pasado un tiempo antes, no quise dar ni la más mínima opción a que pensara que me seguía preocupando por él.

Un día, sin embargo, recibí en mi despacho un sobre en el cual aparecía una fotografía de mi mujer, completamente desnuda, a cuatro patas en nuestra cama de matrimonio, siendo enculada por alguien que no reconocí pero que juraría que era Eduardo; inmediatamente empecé a atar cabos: Marta aparece un lunes de hace dos meses en mi Instituto, la dejo en mi despacho y, en vez de esperarme, se marcha al poco tiempo, pese a que siempre me ha dicho que no se siente capaz de conducir con dolor de cabeza (ya que está en tensión cuando se mete en el coche), a partir de ese momento, Eduardo comienza a faltar al Instituto los miércoles por la mañana que, recordé, coincide con el horario en el que mi mujer no da clases; estaba claro que Marta había aprovechado para ver las fichas de los alumnos y buscar, por las fotos, la de Eduardo.

Creí que me iba a volver loco, miraba la foto de la cara de Marta cuando la estaban enculando, era la misma expresión de placer que tantas veces había visto en el vídeo de aquella noche, y me preguntaba por qué, qué razón impulsaba a Marta a jurarme (y demostrarme) una y otra vez que me quería y, por otro lado, entregarse de nuevo a uno de aquéllos que hacía apenas unos meses la habían violado.

Decidí, de camino a casa, instalar cámaras para ver qué es lo que pasaba, realmente, los miércoles por la mañana. Para ello, primero fui a una tienda especializada y me informé sobre las distintas cámaras y sistemas de vigilancia que se podrían instalar; unos días después, tras decidir qué colocaría y dónde, efectué las compras, llamé al trabajo diciendo que me encontraba mal y, acompañé al técnico mientras instalaba, perfectamente ocultas, las cámaras en la habitación, la sala, el salón, la entrada y la cocina. Durante este tiempo, Marta me demostraba más y más que me quería, y yo no podía dejar de reconocer que sus palabras, sus caricias y sus besos, aunque me supieran a traición, no eran fingidas.

El miércoles de la semana siguiente pasó muy lentamente, las clases se me hicieron larguísimas y, para colmo de males, cuando entré en el aula de COU, para dar la última clase de la mañana, me encontré con Eduardo, que hoy no había ido a la que yo suponía era la cita con mi mujer. No sé si fue alivio o rabia lo que sentí, y de regreso a casa, tras comer y después de que Marta se hubiera marchado al Instituto, a sus clases de la tarde, puse la cinta de la entrada en el vídeo, más que nada con la intención de ver si habían funcionado bien.

Para mi sorpresa, al cabo de cinco minutos pude ver en la cinta cómo mi mujer, vestida con un salto de cama y un camisón corto, abría la puerta de la calle y entraba un sujeto que, tras cerrar la puerta, besaba a mi mujer en la boca y le acariciaba el culo; ella le devolvió el beso con más pasión todavía e, inmediatamente, se arrodilló, le bajó los pantalones y comenzó a devorarle la polla; no me lo podía creer, le estaba haciendo una mamada a un desconocido, hasta que me di cuenta, cuando habló, de que el desconocido, en realidad, era el jefe de la banda. Aquella mamada duró aproximadamente unos 15 minutos, Marta comía como si nunca hubiera tenido otra cosa en la boca que la polla de aquel tío, le acariciaba el estómago, el pecho, el culo, se tocaba las tetas y, de vez en cuando, podía ver cómo una de sus manos desaparecía por debajo de su camisón y, supongo, se introducía en su húmedo coño; mientras tanto, el jefe de la banda, al que reconocí al rato como Juan, el hermano mayor de Enrique, no paraba de mirar a mi mujer con una sonrisa de superioridad en la boca que denotaba claramente que sabía que en ella tenía a una esclava que haría por él todo lo que le pidiera u ordenara.

– Te has convertida en toda una golosa, Martita.

Al cabo de aquellos quince minutos, Juan la cogió de los pelos y la levantó, la cogió en volandas y le clavó, muy despacio, su polla, haciendo que mi mujer arqueara su espalda, demostrándole bien a las claras cómo le gustaba sentirla dentro.

– Oh, qué bien, Juan, vuelvo a sentirte dentro con fuerza, dame todo lo que tengas, pídeme lo que quieras, pero fóllame como tú sabes.

Juan, con su polla dentro de mi mujer, se puso a andar y pude ver cómo se introducían en la cocina. Inmediatamente metí en el vídeo la cinta que había grabado en ella y, tras rebobinarla durante un rato, llegué al momento en el que mi mujer, con las piernas enroscadas alrededor de la cintura de Juan, aparecía, gimiendo, por la puerta de la cocina. Juan la puso, tras quitarle la polla de dentro, pese a las súplicas de mi mujer de que no lo hiciera, encima de la mesa, de frente a él, cogió dos banquetas y le puso los pies sobre ella, separándolas un poco hasta conseguir que Marta se abriera totalmente. En ese momento, Juan volvió a empalarla, esta vez con bastante más violencia que antes, y comenzó a follársela como un descosido; mi mujer gemía, se arqueaba, le acariciaba la espalda, le arañaba el culo y le pedía, continuamente, que le diera más, que lo necesitaba, que quería sentir con toda su fuerza aquel nabo que tanto la hacía disfrutar, que era toda suya, que era su esclava y haría todo lo que quisiera, que no parara de tirársela, que era un cabrón hijo de puta que la follaba de maravilla; durante más de media hora pude ver y escuchar cómo mi mujer se corría una y otra vez, hasta que Juan paró de moverse; la bajó de la mesa, la puso de pie haciendo que se apoyara con el cuerpo sobre la mesa y le metió, sin previo aviso, la polla en el culo; mi mujer volvió otra vez a demostrarme que aquello le gustaba, realmente, tanto o más que cuando le daba por delante, y consiguió tener al menos dos orgasmos antes de que él se corriera dentro de ella.

Al terminar, Juan aún estuvo un rato dentro del culo de mi mujer, mientras ésta temblaba de placer, de cansancio y de frío. Por fin, la desenculó y, vistiéndose, volvió a la entrada. Cambié de cinta y pude ver cómo mi mujer lo acompañaba a la puerta, abría un cajón ¡y le daba 15.000 ptas.! ¡No me lo podía creer, Marta estaba pagando para que la follaran!

Terminé de ver la cinta, en la que se veía cómo el chico del supermercado donde compramos le traía la comida y, tras recibir la propina que siempre le damos, se marchaba. Me faltaba averiguar quién era el tercero que había participado en la violación, y me corroía por dentro el pensar que éste también podría disfrutar, no sólo gratuitamente, sino incluso previo pago, del cuerpo, de los gemidos, de los gritos y de los orgasmos de mi mujer, algo de lo que yo sólo he podido gozar de lo primero.

Aquella noche hablé con Marta; sin decirle nada sobre las cámaras de vídeo, le comenté que tenía mis sospechas de que me engañaba y que quería saberlo todo, que lo necesitaba. Ella me contestó que, según lo veía ella, era cierto en parte: otro hombre la estaba follando (no me dijo nada sobre los otros dos, pero por la expresión de su rostro tuve la certeza de que también recibían, todos los miércoles, su parte de cuerpo y de dinero por hacerla disfrutar) pero sólo me amaba a mí; aquello era, solamente, sexo, necesitaba tener la ración de placer salvaje y prohibido que le daba aquél hombre, sentir su fuerza dentro de ella y notar como los orgasmos venían una y otra vez, haciéndole llegar a unos límites que creía imposibles de alcanzar; ella entendería que yo la dejara, que me quisiera separar de ella, pero me aseguró una y otra vez, entre llantos, que a mí me amaba, que no había en su corazón espacio para nadie que no fuera yo, pero dándome a entender que entre sus piernas había algo más fuerte que sus sentimientos que la obligaban a mojarse las bragas cada vez que pensaba en que el miércoles se acercaba.

Sabía que lo que dijo sobre sus sentimientos hacia mí era cierto, pero la sensación de irme a trabajar los miércoles sabiendo que mi mujer estaría corriéndose con la polla de otro dentro de ella me volvía loco; sé que no es fácil de entender, pero estoy seguro de que nunca encontraré a otra mujer que me quiera como ella; sin embargo, me duele muchísimo pensar que otro hombre está entre las piernas de Marta, haciéndola disfrutar y, además, cobrando por ello

Continué aguantando la situación durante tres meses más, durante el cual pude comprobar que mi mujer era visitada cada miércoles por Enrique, Juan y el otro tipo, que no era otro más que Leopoldo, uno de mis alumnos de 3º de BUP, bastante conflictivo y que, posteriormente, descubrí que mantenía una relación de profunda camaradería con Enrique.

Sin embargo, en este momento, hemos llegado a una situación en la que no sé qué hacer, ya que el miércoles pasado, último del curso, mi mujer apareció en la cinta con Juan y otro tipo al que no había visto nunca; tenía bastante mala pinta, como el típico matón barriobajero de las películas. Era alto, rubio, con barba de tres días y se le notaba muy fuerte, lo que demostró cuando, tras los preliminares de rigor, se sentó al borde de nuestra cama, cogió a mi mujer por detrás, la levantó en el aire y, de golpe, le clavó su enorme polla (ésta sí que era grande) en el culo; los gritos de dolor de mi mujer fueron desgarradores, y suplicó una y otra vez que parara, que le estaba haciendo daño, que no le gustaba lo que le estaba haciendo; lloró durante, al menos, cinco minutos, mientras aquel cabrón la seguía empalando y haciendo que el culo de Marta se fuera acostumbrando a la fuerza al tamaño de aquella polla; al cabo de estos cinco minutos, Marta dejó de suplicar que parara y comenzó a pedir que siguiera el resto os lo podéis imaginar; mi mujer tuvo aquel día más orgasmos de los que fui capaz de contar y de los que ella fue capaz de soportar, pues en un momento determinado perdió el conocimiento, concretamente cuando Juan y el otro tipo, del que no llegué a oír el nombre, la estaban follando a la vez, cada uno por un lado; éstos, al verla desmayarse, no pararon de tirársela, y siguieron moviéndose hasta que, pasados 10 minutos, Marta volvió a recobrarse a base de sentir otro orgasmo; continuaron follándosela durante, al menos, dos horas más (durante las cuales Marta continuó corriéndose una y otra vez) en cualquier postura que os podáis imaginar, y acabaron corriéndose, Juan, dentro de su coño, y el otro tipo dentro de su boca, echando tal cantidad de leche que mi mujer fue incapaz de tragársela toda, y algunos hilillos de ésta le resbalaron por las comisuras de los labios, yendo a parar a sus pechos Al terminar, mi mujer los acompañó a la puerta y les dio, a cada uno, 20.000 ptas., dándole las gracias a Juan por aquel regalo de fin de curso.

Aquella follada me hizo ver claramente que Marta se estaba convirtiendo en una auténtica viciosa, y que su pasión por el sexo desenfrenado estaba empezando a convertirse en una obsesión, que corríamos el peligro de que cualquiera de los tipos que se la tiraba se pasara de la raya, que mi casa se convirtiera en un auténtico puti-club de lujo, en el que los clientes, en vez de pagar, fueran pagados, que cualquier día los tipos que se trajera nos chantajearan de alguna manera, que no se conformaran con el dinero que les daba mi mujer y que se quisieran hacer con algo más de lo que tenemos en casa, y también sospechaba que Marta comenzaba a sentir por Juan algo más que pasión y deseo de ser follada.

Esa es la situación en la que me encuentro actualmente; no sé qué hacer, y el haber escrito esto no me ha ayudado, por ahora, a aclarar mis ideas; os digo lo mismo que al principio de este relato: aunque sé que ésta no es una página de consultorio matrimonial, si alguien tiene alguna idea sobre qué debo hacer, le agradecería que me lo hiciera saber.