Tania me había enseñado formas de tener sexo que tal vez intuía o sabía que existían pero que no me parecían, entonces, normales. No era que yo fuera mojigato o moralista, pero siempre temía que hubiera alguna condena o algún juicio por alguna de ellas. Como ya he dicho en otros relatos, era una época en que apenas se salía de la mentalidad conservadora. Tal vez la sociedad era más liberal de lo que yo pensaba, pero no lo creía así en es a época. Tania me había sorprendido pidiéndome que se lo hiciera por el camino estrecho. Aunque me asusté un poco, no vacilé y lo hice, descubriendo una nueva sensación, un nuevo placer.
Con frecuencia ella me pajeaba, demostrando mucho placer al hacerlo y proporcionándome un goce delicioso también. El riesgo era otra de nuestras diversiones: de vez en cuando íbamos a un parque y allí ella me lo mamaba hasta hacerme correr. Pero esta vez me pidió algo que no habíamos hecho antes. No era nada fuera de lo normal, salvo por lo inusual del lugar. Estábamos en un pequeño refugio dentro del parque. Tenía una abertura frontal que servía de acceso y tres huecos a manera de ventanas. Así que el lugar mostraba desde fuera más de lo que ocultaba. A nuestro favor estaba el que, como siempre, era un día entre semana en hora laboral.
Después de besarnos y acariciarnos sobre la ropa, se apartó, se sentó en la placa de cemento que servía de asiento y me pidió que me bajara el pantalón y le dejara ver mi erección. Esto me excitó aún más. Ella miraba y se mordía los labios. “Pajéate”, me ordenó. “Quiero que te pajees para mí”. Yo la miré y comencé a tocarme. Mi mano rodeaba mi verga al tiempo que se desplazaba de abajo a arriba lentamente. “Qué rico eso, me gusta verte, quiero ver cómo te pajeas cuando estás solo”. Sus palabras me encendían más. Seguía frotándome mientras la miraba. Ella pasaba su lengua por sus labios y de vez en cuando hacía con ella el gesto de lamerme la verga. “Sigue así, qué rico”. Yo obedecía mientras miraba si había alguien que pudiera vernos. “Pajéate más rápido, quiero que te derrames para mí”. Mi mano batía con rapidez mi verga que estaba en el tope de dureza. “Sí, hazlo, hazlo”. Yo le respondía gimiendo y gruñendo. “Quiero ver tu leche saliendo disparada”.
Me pajeaba furiosamente, sentía que mi verga no aguantaría más. “¿a te vas a derramar?” “Sí”, le respondí. Unos segundos después mi leche comenzó a brotar, como siempre primero en pequeños chorros y luego en chorros abundantes, calientes y espesos. Ella gemía mirando atentamente, sacando su lengua como si quisiera atrapar mi semen y así permaneció hasta que ya no tuve más que expulsar.
Quedé medio mareado por un momento. Luego nos reímos, me vestí de nuevo y salimos de parque.