Capítulo 2

LA FIESTA – SEGUNDA PARTE

Trini era una buena compañera de trabajo de Carlos y desde la primera vez que la vi estaba convencida que a mi marido le gustaba un montón. Las razones eran tan evidentes… Trini tenía un par de tetas impresionantes … y un culazo de africana que estoy segura que formaban parte del repertorio de imágenes masturbatorias de Carlos.

Estaba a punto de seguir a Trini cuando Carlos llegando por detrás de mí me abrazo por la cintura y me dijo :

  • ¿Adónde vas tan aprisa ? – y sin que tuviera tiempo de decir ni mu, me llevó a una pequeña habitación que se encontraba justo en frente de la puerta principal. Entreabrió sigilósamente la puerta y me pidió que mirara adentro.

Estaba claro que esa noche era diferente a todas las otras y que iba de sorpresa en sorpresa. Lurdes, una chica mayor que yo –los treinta sobrados- super simpática pero no especialmente bonita y que había llegado a la fiesta soltera y sin compromiso estaba siendo follada simultáneamente por dos tíos, uno acostado, Toni, penetrándola por delante y otro, que no distinguía a verle la cara con claridad pero que seguro que se trataba de Raúl, arrodillado detrás de ella y taladrándole el culo. El ruido de la música ensordecía los gritos de Lurdes pero su cara era elocuente, reflejaba claramente el placer que la invadía : los ojos abiertos, desorbitados, mirando fijos algún punto oculto de la pared ; la boca abierta no cesaba de proferir gritos salvajes. Sus cuerpos brillantes de sudor se movían acompasados.

Minutos antes me había olvidado de Juan y de mi promesa de desvirgarlo esta misma noche. Me había ofrecido a los toqueteos lujuriosos de Ana y Julia y éstas habían conseguido que no pensara en otra cosa que en volverlas a ver y ahora, viendo esta escena ante mí, merecedora de un primer premio pornográfico, me puse de nuevo a pensar en Juan y contemplé la posiblidad de proponerle a Carlos de hacer un trío esa misma noche.

  • ¿Qué te parece ? – me dijo al oído mientras me metía mano sin contemplaciones – ¡Vaya ! ¿Qué has hecho con las braguitas ? – y me hundió un dedo entre las nalgas.
  • Las braguitas las he mojado un poco demasiado y lo que veo me parece una pasada. ¡Lurdes está en el séptimo cielo !
  • ¿Te gustaría estar en su lugar ? – me había leído el pensamiento y para corroborarlo ahora me follaba como a Lurdes pero con dos dedos.

Y ahí estaba yo otra vez, iniciando la ascención a la tercera cumbre de la noche, sin guía y sin oxígeno. Alpinista consumada que era una, me concentré en el esfuerzo necesario para alcanzar rápidamente la cima absorbiendo todo el goce que Lurdes sentía en ese momento e imaginando clavadas en mí las pollas de Carlos y Juan partiéndome en dos, bombeandome sin tregua :

  • ¡Amooooorrrr míooooooo ! – y mi grito agudísimo hizo que los tres protagonistas detuvieran sus embites y nos miraran sorprendidos. Toni nos hizo un gesto de triunfo con el pulgar y a Carlos un guiño cómplice y un gesto con la cabeza indicándole que a Lurdes le quedaba una boca libre.

Tras el orgasmo me quedé como atontada. Carlos me interrogó con la mirada : quería saber si yo aceptaba que la golfa de Lurdes le mamara el cipote. He de confesar que me asaltó la duda pues hasta entonces nunca lo habíamos hecho con otros u otras – nunca en presencia del otro, claro- pero también, pensé, nunca me había dejado acariciar por otra mujer ni tampoco nunca me había corrido en brazos de un hombre sin que me tocara. Así que puestos a probar nuevas sensaciones, empujé a Carlos dentro de la habitación, le bajé la bragueta, le saqué el miembro empalmado y mirando a Lurdes que seguía con su queja lúbrica le dije :

  • Ve, cariño… ¡Metésela hasta la campanilla ! A ver si esta golfa te la chupa mejor que yo.

Carlos se desabrochó los pantalones y sin decir ni hola ni adiós le metió la polla en la boca a la pobre Lurdes que parecía un enorme pinchito con tres bastones y ésta propulsada por un resorte desconocido se puso a chupársela con tal ahinco que Carlos no tardó ni un minuto en vaciarse llenándole la cara de esperma caliente. Y Lurdes que seguía gimiendo y gritando como en una especie de orgasmo permanente. Y yo, alucinada por el espectáculo ofrecido y caliente como nunca antes había estado, me pajeaba vigorosamente en busca del cuarto de la noche observando como la tranca de Raúl entraba y salía del castigado culo de Lurdes.

  • ¡Ohhhhhhhh ! ¡Diooooooossss ! ¡ Miradme, cabrones ! ¡Mirad cómo me cooooorrrroooo !

El orgasmo llegó brutalmente ; fue tan intenso que de mi coño ardiente surgió un chorrito de líquido translúcido que se esparció en el suelo formando un pequeño charco. Me había literalmente corrido como un hombre, salvo que aquello no era semen ni tampoco orina. Era la primera vez que me ocurría.

Casi al unísono, incapaces de aguantar más tras lo que acababan de ver, Raúl y Toni aceleraron su vaivén y lanzando salvajes aullidos de placer se corrieron llenando de lefa caliente las entrañas de la bienfollada Lurdes.

  • Normalmente la leche de mi marido es para mí – y completamente perdido en mí todo sentido de vergüenza y de pudor, me acerqué a su cara, de la que colgaban aquí y allí escupitajos de lefa y me la bebí toda a lengüetadas como un gatito su platito de leche.

Lurdes como despertando de un sueño maravilloso me preguntó :

  • ¿Cuándo dais la próxima fiesta ?

Salimos de la habitación, Carlos y yo, cogidos de la mano. En el comedor sólo estaban Pepe y Trini hablando tranquilamente. Nos sentamos a su lado y les preguntamos dónde estaban los demás. Trini nos contestó que se habían marchado todos o casi y que al lado estaba Juan que se había quedado dormido. Entré a verlo y lo vi tumbado en el sofá, aparentemente dormido a pesar del estruendoso fondo musical. Bajé la música y me acerqué a él para comprobar que efectívamente estaba dormido. Respiraba pausadamente y en su cara se reflejaba una gran serenidad. Le toqué su abultado paquete con suavidad y al ver que no reaccionaba comprendí que efectivamente estaba frito.

Volví al comedor pensando en que me moría de ganas de descubrir si era cierto lo que mi mano horas antes había percibido y lo que Carlos en una ocasión me dijo : que Juan la tenía de caballo, una auténtica tranca de semental. No es que la de Carlos estuviera mal, no ; lo bueno de Carlos es que siempre tenía ganas y aunque se corría bastante rápido, se recuperaba igual de rápido y siempre dispuesto. Pero, vamos, que a nadie le amarga un dulce, digo yo.

Raúl, Toni i Lurdes se habían unido a nosotros. Descorchamos una nueva botella y brindamos entre risas y bromas por un verano lleno de amor y felicidad. Tras fumarnos el último porrete de la noche, los cinco decidieron volver a sus casas –todos en taxi, por supuesto- y Carlos y yo nos quedamos solos, con el dormilón al lado. Apagamos las luces, la música y dejamos a Juan en el sofá durmiendo como un bebé. Nos lavamos los dientes y nos fuimos a la cama sin más preámbulos. Desnudos el uno contra el otro, empezamos a hablar :

  • ¿Cómo te ha ido con Juan ?
  • Bien, bien… Es un tío muy majo…
  • Y le gustas mucho, también… Ya he visto como te tocaba el culo.
  • Ya… ¿Y tú con la tetuda ? ¿Qué ?
  • ¿Qué de qué ? Que sepas que me he pasado la mitad de la noche intentando convencerla de que se tirara al Juanito…
  • ¿ Y ?
  • Que por ahora no hay nada qué hacer… Dice que le gusto yo…
  • ¡Qué pedazo de cabrón estás hecho ! – y le di un tortazo suavecito.
  • Dice que le gusto yo y que sus tetas son para mí, para cuando yo las quiera.
  • Ya… Y va y me lo creo.
  • Figúrate que en la cocina, poco antes de que tú pasaras por delante, estábamos hablando de sexo, yo le preguntaba si estaba saliendo con alguien, y ella que no pero que con el chico que salía hasta hace poco le gustaba mucho practicar la cubana…
  • Claro y tú le has dicho que con tu mujercita eso no era posible…
  • Pues no, no me ha hecho falta decírselo. La tía se ha desabrochado la blusa y se los ha sacado los dos, delante de mí. Dos melones impresionantes, con unas aureolas así de grandes – con su índice y pulgar hacía un círculo – y un par de pezones que parecían garbanzos.
  • Y tú le has dicho : « ¡Aparta esto de mi vista, pecadora !
  • Eh, que uno no es de piedra. Se los he sobado, pellizcándole con ganas los pezones y ella que no paraba de gemir de gusto diciéndome : « Sigue, sigue, arráncamelos, muérdemelos, chúpamelos » Y eso he hecho un buen rato mientras ella me aplastaba con las manos en mi cabeza sus tetas contra mi cara. He parado porque no quería que nadie ni sobretodo tú nos sorprendiera.

Sólo de contarme esta anécdota y de pensar, imagino, en la cubana con la que un día de estos la tetuda le iba a obsequiar, la verga se le empalmó de nuevo y como es lógico dadas las circunstancias no dudé un instante en saltar sobre la ocasión, me senté sobre él y me la clavé hasta el fondo con una facilidad pasmosa. Y es que llevaba horas fabricando fluidos vaginales…

  • Así que la Lurdes la chupa mejor que yo, ¿eh ? – y me levantaba sacándomela del coñito, esperando su respuesta.
  • No, no… tú eres la mejor mamadora del mundo – y me empalaba de nuevo haciéndole gritar de placer ; y yo también, de paso.
  • Y mis tetas no valen nada comparadas con las de Trini, ¿eh ? – y repetía la operación de bajada-subida.
  • No, no… las tuyas me vuelven loco – y me las pellizcaba igual que a Trini lo que me producía potentes descargas de placer, de dolor y de placer.

Sentada sobre él, mis manos apoyándose en su pecho, empecé a cabalgar frenéticamente y a chillar con todas mis fuerzas :

  • ¡Arrrrrrgggggg ! ¡Qué gustoooooo !

Me quedé clavada sin parar de correrme, en uno de esos largos y salvajes orgasmos que me vienen cuando menos me lo esperó, cerré los ojos y sentí al mismo tiempo golpear en lo más profundo de mi hambriento coño el caliente semen de mi marido.

Nos besamos apasionadamente nos dijimos que nos amábamos con locura y cerramos las luces para disponernos, por fín, a dar descanso a nuestros cansados cuerpos. Carlos se durmió el primero, como siempre y yo sentía como su leche se perdía entre mi vulvita empapando mi entrepierna… Morfeo se estaba apoderando de mí pero aun me quedaba un atisbo de conciencia para recoger con mis dedos un poquito de su esperma y llevármelo a la boca para degustarlo como colofón de una noche inolvidable.

Unas horas más tarde me desperté. Los primeros rayos del día iluminaban dulcemente la habitación. Habíamos olvidado de correr las cortinas y nuestro dormitorio daba justo a la galeria, allí dónde estaba la ducha. Precisamente en la ducha había alguien y ese alguien no podía ser otro que Juan, el único que se había quedado a dormir. Me di cuenta de que al ir a ducharse por fuerza había mirado hacia el interior, había visto la cama y mi cuerpo desnudo y… Juraría que se estaba masturbando ; y eso no podía perdérmelo. Me levanté sigilosamente pues no quería que Carlos se despertara, por ahora. Me acerqué a la ducha, descorrí la cortina y provoqué a Juan un cómico sobresalto. No estaba tocándose, descubrí algo decepcionada, pero no tardé nada en observar el maravilloso instrumento que colgaba entre sus piernas :

  • Lo siento, Sandra. No quería abusar de vuestra confianza – dijo timidamente girándose un poco y tapándose pudorosamente su impresionante rabo, pero sin apartar la vista de mi cuerpo desnudo con los ojos clavados en el frondoso bosque de mi entrepierna.

No pude evitar de pensar en aquellas vacaciones que pasé cuando tenía quince años, en la granja de mis tíos Jacinto y Lola y sus cuatro hijos, tres varones y mi prima Aurelia, todos mayores que yo, y cómo significaron para mí el descubrimiento del sexo en toda su magnitud erótica, sensual pero también perversa. Más que recordar esas vacaciones (que ya contaré en otra ocasión), la visión de la verga de Juan me recordó a Tronco, el burro de mis tíos que mi primita se encargó de presentarme.

  • ¡Qué dices, tontorrón ! Haces muy bien… Además, te hice una promesa, ¿no ? – le dije picaronamente mientras le hacía girarse ante mi para observarlo con detenimiento.

Juan era más bajito que Carlos pero más corpulento. De Carlos, me gustaba su delgadez, era pura fibra ; todo en él era fino : su piel, su pelo clarito, su pecho desprovisto de toda pilosidad… Pero por encima de todo, me gustaba su culo, un culo perfecto de nalgas rebosantes y salientes ; un culo de torero, vamos. Había en Carlos algo de andrógino en su cuerpo y también de femenino a la hora de vivir y gozar el sexo ; por ejemplo, le encantaba que le pellizcara los pezones, o que le lamiera el agujerito de atrás o que le metiera uno o dos dedos mientras lo masturbaba. Sin embargo, lo que tenía de muy masculino, de muy viril era la cantidad de esperma que soltaba al eyacular : ¡impresionante ! También en eso era especial pues le gustaba pedirme, cuando eyaculaba en mi boca, que nos besaramos para así compartir su caldito, decía.

Bueno, a lo que iba ; Juan tenía un torso y unas piernas muy velludos – pero no la espalda ni los hombros como esos hombres que parecen chimpancés- , de un vello oscuro y espeso ; tenía unos brazos bien musculados y unos muslos que hacían el doble de los de Carlos. Total que, a pesar de no haber dormido lo suficiente y de estar un pelín resacosa, sentí el ronroneo de la « sex machine » -como así me llamaba mi marido- calentando motores. Y le dije :

  • Juan, tú quédate aquí… sin hacer nada – y le acaricié el sexo para que me comprendiera- que yo voy a hacer un pis y vengo enseguida.

Pasé antes por la cocina y me bebí un vaso de leche fresca – de vaca, esta vez- que me quitó de cuajo esa desagradable impresión que la resaca te deja en la boca y me fui presta al baño – observando de reojo que Juan seguía tal como lo había dejado -, meé aparatosamente para que pudiera escucharlo – que sé que eso a los tíos les encanta – y sin secarme ni nada, con el chochito goteando me metí en la ducha, cerrando tras de mí la cortina.

  • ¿Ves ? ¡Ya estoy aquí ! Y ahora voy a lavarte – le dije abriendo el paso del agua y graduándola calentita como a mí me gustaba.

A falta de bañera, habíamos instalado un plato de ducha el más grande del mercado, pues a menudo disfrutábamos, Carlos y yo, del placer de ducharnos juntos. Pedí a Juan que se girara de espaldas y que apoyara las manos en la pared embaldosada. Le enjaboné primero su musculosa espalda masajeándola con deleite ; le pedí que separara las piernas y proseguí por sus pies, sus tobillos, sus pantorrillas de ciclista, sus rodillas, sus poderosos muslos, su culo respingón… El agua resbalaba cálidamente sobre nuestros cuerpos y yo en cuclillas, con la cara a un palmo de su trasero, luchaba por contener la impaciencia de tocar, de ver, de devorar su tranca iniesta.

Juan se dejaba hacer, sumiso y comprendí que en eso también Carlos y él eran muy distintos ; Carlos en ese momento ya estaría tocándome, besándome y metiéndome dedos y polla por todos mis agujeritos.

Me pegué a él tanto como pude, pasé mis jabonosas manos por delante abrazando y acariciando su pecho –que agradable sensación recorrer su viril vello arañandolo delicadamente con mis largas uñas rojas – y mordiéndole el cuello le dije :

  • ¿Te gusta ? ¿Te gusta lo que te hago ?
  • ¡Oh, Dios ! ¡Es pura delicia !

Apoyé mi cara contra su espalda, cerré los ojos y me concentré en el descenso inapelable de mis manos sobre su vientre, el tacto de los ricitos de su pubis y el primer contacto de mis dedos sobre su pene, durísimo y caliente. Lo tomé entre mis manos palpando su extremo grosor y su acojonante longitud :

  • ¡Virgen Santa ! Pero… ¿ qué tienes aquí ? – le dije con voz colmada de excitante sorpresa.

Siempre pegada a él, puse jabón en una mano y bajándole la piel de la verga con la otra se la lavé con suma atención. El potente chorro de agua caliente caía incansable sobre mis manos enjuagando simultáneamente esa monstruosa polla y acrecentando el placer que mis caricias le procuraban. Estuve un buen rato pajeándolo con la mano cerrada en círculo sobre su miembro sin que los dedos pudieran tocarse con el pulgar. Yo no paraba de pensar en sus dimensiones descomunales comparándolas con las imágenes del burro de mi prima, mientras frotaba mis endurecidos pezones y mi pubis contra la piel ardiente y húmeda de Juan. Mi otra mano intentaba agarrarle los huevos, los sopesaba, los calibraba : eran duros y pesados y le colgaban como los de un toro de lídia.

No sé cuántos minutos pasamos así ; él en la misma posición, gimiendo sin cesar y yo masturbándolo frenéticamente, tanto que ya empezaban a dolerme las manos y los brazos. Pensaba : « ¡Cómo aguanta este tío ! Mi Carlos con este tratamiento ya se hubiera corrido ocho veces. ». Me di un respiro y paré de darle al manubrio :

  • Ahora te toca a ti lavarme. – se giró y al hacerlo me golpeó la cintura con su cachiporra.
  • Pero, primero, déjame probar una cosa… – y arrodillándome, abrí la boca tanto como pude y me la tragué sintiendo como se me acababa el aire para respirar y diciéndome que debería cambiar de técnica mamatoria si no quería terminar con las mandíbulas desencajadas.
  • ¡Ahhhh ! ¡Mmmmm ! … ¿Y si Carlos se despierta ? – dijo con un hilillo de voz que indicaba que le importaba tres pepinos que se despertara. Tuve que sacarme el chorizo de cantimpalo que me estaba comiendo para poder contestarle. Lo tenía ante mí tenso y brillante como esos sex-toys impresionantes que las tías se meten, Dios sabe cómo, en las películas porno.
  • No te preocupes, ése está durmiendo como un lirón – le dije como saliendo a la superficie tras media hora de apnea y vi como Juan estaba como avergonzado.
  • Si no quieres no hace falta que cumplas tu promesa. Me conformo y mucho con lo que me estás haciendo.
  • Hombre, miedo si que da, pero…¡ Lo prometido es deuda ! Y ten por seguro que pienso pasármelo en grande con tu cachipirulo. Pero por ahora lo que quiero es que me laves la panochita, bien lavadita – y levantándome frente a él le ofrecí mi boca y mi lengua para que me besara mientras su enorme capullo se me clavaba en el ombligo.

Empezó lavándome el cuello, los brazos, los hombros. Me cogió las manos entre las suyas y me dijo que le encantaban, que eran finas y muy femeninas ; me chupó los dedos uno por uno como si fueran caramelos de fresa. Después se ocupó de mis tetitas, masajeándolas con suma delicadeza y a continuación tomó ambos pezones entre su pulgar y su índice presionándolos y retorciéndolos como Carlos le había contado que me gustaba. Me sentía enloquecer de placer. Mis manos no cesaban de tocar, de sobar, de estrujar esos órganos genitales que me iban a llevar al séptimo cielo. Nuestras lenguas se encontraban de vez en cuando para enlazarse ébrias de excitación. Por eso, cuando sentí su mano deslizarse sobre mi coñito enflamado y uno de sus dedos abrirse paso en su interior, no pude evitar soltar un alarido de gusto extremadamente agudo que exteriorizaba sin trabas la potencia del orgasmo.

Terminó de lavarme y cogiendo la ducha en la mano la sostuvo por debajo de mi vulva y girando el pomo para dejarlo en posición de chorro único lo dirigió contra mi sexo. Separé algo más mis piernas y con la punta de los dedos estiré mis abultados labios mayores abriéndome el coño de par en par para que la potencia del chorro me penetrara hasta mis entrañas.

Como también Carlos se lo había dicho, yo era una mujer multiorgásmica. Bastaba con que me concentrara para que una simple estimulación en cualquier de los incontables puntos erógenos con que la madre naturaleza me había dotado, provocara en mí la inmediata apertura de las puertas del clímax. Carlos, al principio, se divertía contando mis orgasmos. La noche en que nos conocimos llegó a contar hasta siete… y sin salir del coche. Estaba completamente entusiasmado ; dijo que había encontrado en mí la mujer de su vida, una hembra increible que colmaba, de largo, todas sus expectativas. Yo tenía apenas veinte años y él veintiocho. Total, que tres semanas después de nuestro primer encuentro, me pidió en matrimonio. Y acepté.

Mientras me morreaba apasionadamente con Juan, mi mano se la sacudía sin descanso y el agua caliente me lamía voluptuosamente todo el chocho, me llegó el segundo sin previo aviso y pensé al mismo tiempo que gritaba como una perra en celo que estos dos más tres o cuatro de la noche anterior, mi adorado maridito no los había podido contar.

  • Ahora, cielo, me vas a lavar el culete, como a los bebés – le dije girándome y poniéndome en la misma posición que él minutos antes pero con las piernas bien abiertas.

Con tanto ruído Carlos se había despertado y sospechando, o mejor dicho, reconociendo la frecuencia y la intensidad sonora de mis corridas quiso rapidamente unirse a la fiesta. Se levantó, se vino hasta la ducha, descorrió la cortina y …

  • ¿Qué ? Aquí pasándolo de coña y sin decirme nada – Juan se giró asustado y yo sin cambiar mi posición le miré de reojo y sabiendo que su tono de enfado era falso le dije :
  • Pobre Juan, estaba tan solito en la ducha que me he ofrecido a lavarle la pilila – y diciendo esto le cogí el rabo que seguía luciendo una espeluznante erección – ¿Has visto, Carlos, qué cosa más hermosa tiene tu amigo ?
  • ¡ Joder ! ¿ Y con esto quieres follarte a mi mujercita ?
  • Yo… Hombre, no sé… Yo… Si ella quiere…
  • ¿Qué si quiero… ? Cómo no voy a querer si desde que hemos bailado juntos hace unas horas sólo pienso en eso … Pero, de momento, estábamos en que me ibas a lavar el trasero…
  • Vale – dijo Carlos- pero tu me lavas a mi al mismo tiempo…

Para ello tuve que girarme de cara a la galería. Carlos se puso ante mi y yo me incliné apoyando mis manos en mis rodillas, las piernas separadas y extendidas. Juan se puso detrás de mí, abrió de nuevo la ducha y lo apuntó directo a mis nalgas al mismo tiempo que yo, abriendo la boca, comenzaba a « lavar » el pene de Carlos que se endureció rapidamente al contacto de mi encantadora lengûecita.

  • Juan, prepárale el culo, bien preparadito. Primero le metes un dedito, con mucho jabón, suavecito… – y sentí como mi ano se dilataba poco a poco penetrado por uno de los dedos de Juan.
  • ¡Ahhh ! ¡Qué bueennno ! – gemía pensando en que debía preservar la polla de mi marido para que pudiera sustituir sus dedos – sí, los dedos pues ahora Juan acababa de meterme el segundo – ¡Ahhhh ! ¡Cómo me gustaaaaa !

Y fui a por el tercero. Me enderecé y sin que Juan dejara de follarme el culo digitalmente le pedí a Carlos que me comiera el coño ; cosa que hizo que nunca nadie antes me lo había hecho : me chupeteaba el botoncito triple x, me metía la lengua como un estilete …

  • ¡OOOOHHHH ! ¡Qué lenguaaaaa ! ¡Y qué deeeeeddoooossss ! ¡Me vieeennneeee ! ¡Ahhhhh ! –

Y por segunda vez en pocas horas volví a correrme soltando un chorrito de ese misterioso líquido que fue relamido, bebido y tragado por Juan sin apenas darse cuenta.

Nos unimos en un abrazo increíble de pasión y sensualidad y tras un breve instante de relajación les cogí sus miembros erectos, uno en cada mano y les dije :

  • Vamos, chicos, ¡ a la cama !

Una vez en la cama, perdí totalmente el control de la situación. Carlos tomó las riendas del juego y pidió a Juan que se tumbara :

  • ¿Te acuerdas de Lurdes ? – me dijo – Te vamos a preparar un glorioso bocadillo.

Abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un tubito de lubrificante que me era muy conocido. Me puse a cuatro patas y mientras mi boca lamía y relamía el increíble falo de Juan, Carlos me puso un chorrito del aceitoso líquido entre mis nalguitas. Introdujo un dedo y un segundo dedo y me penetró con ellos suavemente, al mismo tiempo que los iba separando para dilatar progresivamente mi ano. Breves instantes después sentí la punta de su polla abriéndose paso en mi culito y de un solo embite me la metió hasta el fondo. Solté un agudo alarido, mezcla de dolor y de placer, pero enseguida me relajé y las punzadas dolorosas dejaron paso a exquisitas ondas de goce.

Separándose de mí me pidió que me sentara sobre Juan. Mi sexo ardiente no precisaba lubrificante alguno pero, aún mojada como estaba, la presencia imponente del obelisco de Juan me despertaba un cierto temor. Pero una es valiente y al toro hay que agarrarle por el rabo, así que me senté sobre él, abrí cuánto pude mi juvenil chochito y me dejé empalar tanto como pude por esa descomunal estaca.

  • ¡Aaaauuuuuuuaaaaa ! – grité sin tapujos sintiéndola partirme en dos ; toda mi cavidad vaginal repleta hasta el más profundo de sus rincones.

Jamás había experimentado una cosa así. Me sentía como un insecto clavado en vida por un brutal entomólogo. Juan no se movía apenas. Yo seguía inerte y gimiendo mi letanía suplicante. Entonces, Juan, temeroso de estar haciéndome demasiado daño, intentó desclavarse. Ese movimiento me despertó de mi suplicio y apoyándome en su velludo pecho me empalé al máximo sintiendo como el extremo de su verga chocaba salvajemente con el fondo de mi atormentada vagina. Curiosamente, lejos de agudizarse el dolor, éste dejó paso a un placer violentamente animal que jamás antes había sentido. E inicié uno de los orgasmos en serie y sin descanso que deberían figurar en los anales de la historia del clímax femenino.

Sentí la polla de Carlos intentando abrise paso en mi culo y me propuse ayudarle tanto como pude. Me incliné hacia delante hasta quedar pegada al busto de Juan, con su falo clavado hasta el fondo y con las manos separé cuanto pude mis glúteos para que Carlos me la metiera allí donde tanto deseaba. Y continué mi letanía orgásmica e imparable de grititos, de gemidos, de maullidos… Hasta que sentí casi simultaneamente un chorreo lechoso en mi culo y otro de caudal todavía más imponente estrellarse en mis entrañas. Literalmente, me habían reventado de placer.

Tras unos segundos en los que nadie dijo nada, nuestros cuerpos se relajaron, nuestras respiraciones recobraron su ritmo normal y los dos inquilinos de mis cuevitas desalojaron sus posesiones dejando tras de si riachuelos de semen caliente que brotaban sin cesar de mi.

Con la sensación de haber vivido una experiencia maravillosa, colmadas todas mis apetencias más golosas, me dormí abrazada a esos dos hombres que me habían amado con tanta pasión.

Continuará.

Continúa la serie