Desilusión

Siempre me gustó ser un poco exhibicionistas.

Me encantaba excitar a los posibles mirones que observaban mi cuerpo.

A la mañana cuando me levantaba solía acercarme a la ventana del departamento que tenía las cortinas descorridas y me sacaba como si tal cosa el camisolín que llevaba puesto o la parte superior del pijama dejando al descubierto mis hermosos y bien proporcionados pechos.

Como es un departamento interno sabía que más de uno observaba mis movimientos ya que estaban separados por escasos metros y desde nuestras ventanas podíamos ver fácilmente al otro como si estuviéramos sentados casi mesa de por medio.

Así que también solía pasearme desnuda –cerca de la ventana- cuando salía de la ducha.

Un día descubrí a un joven del departamento de enfrente que me estaba espiando escondido entre las cortinas.

Yo estaba cambiándome con las ventanas levantadas –por supuesto- y ahí lo vi. Tendría alrededor de 15 ó 16 años y el muy calentón movía sus brazos agitadamente en clara señal de estar masturbándose.

La verdad, me calentó esa circunstancia. Es que yo estaba muy sola, mi esposo trabajaba hasta tarde y mis días eran muy rutinarios.

Yo había perdido también el estímulo sexual porque mi marido me hacía el amor de vez en cuando porque siempre llegaba cansado a casa.

Antes me masturbaba mucho pero después hasta eso me deprimía, me hacía sentir más sola.

Así que, cuando vi a ese chico, me cuidé de no espantarlo. Por lo que pude observar estaba muy desarrollado para su edad.

Cuento esto porque al segundo día de pajearse mientras me espiaba no tenía reparos y el muy cretino se mostraba abiertamente con sus genitales al aire.

Su verga era larga y con una cabeza grande y colorada y la tenía siempre rígida.

Al principio solo descubría mis senos delante de la ventana.

Después, cuando él se mostraba, yo me no dudaba en masturbarme también pensando en ese miembro joven surcando mi vagina y llenándola de leche.

Mi lengua recorría mis labios como degustando la piel de su sexo duro. Lo hacíamos dos veces por día llegando algunas veces a tres.

Éramos amantes a distancia.

El también estaba solo porque sus padres trabajaban todo el día y cuando llegaba alrededor de las 14 horas del colegio antes de sentarse a comer se hacía la primera paja.

Yo como sabía la hora de su llegada ya estaba preparada, con las tetas al aire y pasando delante de la ventana.

¡Qué hermosas tardes aquellas!. Hasta me introducía en la vagina un consolador que había traído a casa una vez mi marido, mientras me acariciaba las tetas para que él se excitara aún más.

El solo veía mis senos porque el dejar que imaginara el resto por mis movimientos lo mantendría ahí, frente a la ventana, por más tiempo, deseando que un día le mostrara el resto.

Lo más valioso de esa locura era nuestro silencio. Ni durante el acto ni cuando nos cruzábamos en el pasillo del edificio había una palabra entre nosotros.

Así pasaron meses.

Ya no me importaba si me marido me cogía o no y cuando lo hacía, yo pensaba en ese joven y en su miembro duro.

La sentía abriéndome el canal y llegando hasta lo más profundo de mi ano.

Lo vi crecer, vi como su verga se engordaba y se transformaba en un miembro descomunal, venoso, recto, ancho y bajo el cual colgaban unos huevos de toro, dos pelotas que bailaban a la par de su manoseo.

Pude ver cómo, cuando acababa, su leche saltaba con tanta fuerza que salía por su ventana.

Era tan hermosa su verga que busqué comprarme un consolador más grande y conseguí uno que tenía considerables dimensiones y parecía una enorme pija de verdad.

La primera vez que me lo metí sentí un dolor en los labios vaginales y tuve que lubricarme para poder meterlo todo.

Pero un día él empezó a faltar a la cita, o ya no se pajeaba dos o tres veces.

Luego hubo días en que no aparecía y de pronto sucedió lo que durante tanto tiempo había temido: él no volvió a mostrarse en esa ventana.

Fueron días de amargura. Nada me excitaba, me sentía muy mal, abandonada.

No se por qué pero me descargué con mi esposo, lo odiaba, lo rechazaba y fue tan grande mi depresión que al final me separé y él abandonó, a mi pedido, el departamento.

Quede sola, sin sexo, sin nada

Pasado el tiempo un día sentí ruidos en la habitación de enfrente en horas de la tarde y corrí presurosa a la ventana no sin antes despojarme rápidamente de mi blusa y mi corpiño, soñando con ver al joven y a su verga recta nuevamente allí en la otra ventana.

Me asomé discretamente y vi su cuerpo.

Estaba acostado, desnudo, y su miembro se erguía como un mástil de velero.

Me empecé a calentar.

El se acariciaba lentamente. Esperé que me observara pero no fue así.

Otro cuerpo apareció en esa habitación.

Era un cuerpo joven, delgado, de piel blanca, con pequeños pero erguidos senos, un cabello rubio y sedoso que caía hasta su cintura y bajo él había una curva perfecta que delineaba su cola.

Era una bella joven, cándida, seguramente virgen como él.

Ambos comenzaron a acariciarse y a besarse.

Ella tímidamente le tocaba la verga, estaba cumpliendo mi deseo de años en un instante.

Sus cuerpos se pegaron trasmitiendo calor, deseo.

Luego, apasionados, cayeron fuera del espacio de visión de la ventana.

Fue como el final de una película, un drama que cerraba con mis lágrimas.

Me quedé con mis manos apoyadas en mi pubis, listas para una fiesta de sensaciones suspendidas por fallecimiento del invitado especial.

El no reparó en mi ventana ni buscó mis senos grandes porque ahora tenía sexo en serio, sexo cercano y disfrutaba como nunca.

¡Qué desilusión!.

Me puse tan mal que tiré a la basura los dos consoladores y por mucho tiempo usé corpiños con tasa, bien antiguos.

Quizás me castigué por no ser audaz, por no haber tomado lo que deseaba.