Alejandra no podía evitar sentir culpa. Después de 16 años de fidelidad, estaba engañando a su marido. Es verdad que eran circunstancias excepcionales; pero no menos verdad era que estaba acariciando los huevos de su compañero de trabajo.

Alejandra tenía 56 años pero se conservaba muy bien. Aparentaba sin dudas un lustro menos. Era rubia y de curvas marcadas. Su orgullo era la cola, que lucía con prendas ajustadas. Hace 21 años que se casó con Christian, y tiene 3 hijos. Christian es 4 años menor, alto y buen mozo.

Pero hace un poco más de un año que tuvo un durísimo accidente: perdió el control de su moto al entrar a la autopista y un vehículo lo atropelló. Por uno de esos milagros que no existen pero que ocurren, sobrevivió. Pero resultó cuadripléjico.

José trabajaba con Alejandra en el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires. Ya hacía dos años que eran compañeros, y cuando sucedió lo de Christian impactó mucho en todos. José fue el que más estuvo con Alejandra. Era un buen confidente y amigo, y se quedaba largas horas con ella consolándola. Ambos sentían que algo crecía. José solía llevarla a la casa; Alejandra tenía aversión a los automóviles y no quería manejar más.

-¿Cómo anda Christian? ¿Mejor?

-Sí, como siempre. Ahora tiene psiquiatra. Pero no anda bien, no arranca.

-Qué tema ese, debe ser difícil para un hombre

-Sí, pero no es sólo eso. Es todo. La parte sexual no tiene mayor importancia, yo me las arreglo de alguna forma

-Sí, ya sé. Pero vos debés tener necesidades también. Sos una magnífica mujer

-Sí. El problema no es que Chris no pueda mantener una erección. Eso el médico ya dijo que es imposible… mirá que hemos intentado… pero nada. El problema es que esa situación lo pone muy mal y lo deprime.

-Pero él podría hacer otras cosas, digo, tiene dedos, lengua…

-Sí, obvio- dijo Alejandra en voz muy baja. Pero te digo, él no quiere hacer nada y la verdad yo lo entiendo. Antes del accidente teníamos sexo por lo menos 3 veces por semana. Yo tenía que ponerle un freno a veces. Ahora… no se le para… Yo lo toco, acaricio y nada. El otro día estábamos juntitos, hablando… de lo bien que me garchaba. Le metí la mano dentro del calzoncillo y lo besé y él me besó, apasionadamente, también. Pensé que podía pasar algo y me desprendí la blusa, me saqué un pecho y se lo puse en la boca. Lo empezó a chupar como un nene.-Al decir esto, Alejandra se tocó instintivamente el seno izquierdo y José, que estaba muy cerca de su boca, no disimuló su excitación.

-¿Y? Preguntó José, adivinando un corpiño blanco detrás de la camisa de Alejandra

– Y nada. Me lo chupó un ratito, me decía cosas –susurró- – me tocó la cola, yo me iba a sacar el jean y se puso a llorar. Nada.

-Uf, tremendo. Me imagino. Pero eso no te tiene que hacer sentir mal como mujer. Vos estás re buena Ale, calentás a cualquiera, disculpá que te lo diga así

-Ay Jo, gracias, pero me da mucha vergüenza- En eso, ella agacha la cabeza y avizora un bulto gordo entre las piernas de su compañero. Él tenía la mano cerca del bulto, como circundándolo, como ofreciéndolo. Alejandra empezó a acariciar su muslo con sus uñas largas. Y apoyó su cabeza en el hombro de él, yendo y viniendo con los dedos, recorriendo todo el cuádriceps.

-A mí sí se me para, Ale -dijo José, acercando su boca a la de ella.

-Sí veo, pero no sé, no sé –dijo, alejándose un poco-. Me da cosita. Está Christian en casa, me está esperando… y yo acá… con vos… tan lindo…

José tomó entre sus labios el labio inferior de Alejandra y lo lamió. También pulió levemente sus dientes inferiores hasta abrirse paso en su boca y hallar su lengua. Alejandra parecía remisa al principio, pero no tardó en hacer danzar su lengua con la de José.

-Ay Jose, nooo…

-Mirá esto…

Y tomó la mano de Alejandra y la puso sobre su bulto retorcido. Ella lo apretó y acarició. Después bajó su bragueta y empezó a rascar uno de sus huevos con sus filosas uñas. Lo acariciaba como nunca antes, como si hubiera que rendirle culto. -Quiero que me des uno de tus pechos – dijo José.

Alejandra lo miró, dudó, pero se desabrochó la camisa, sacó una teta por encima del corpiño, agarró a José de la cabeza, lo arrimó hasta sus pezones erguidos, que aquél devoró sin piedad, como si fuera la última fruta del desierto.

-Despacito, despacito… haceme redondeles con la lengua… sin dientes… con mucha saliva…

José, mientras acataba las órdenes de su amante, que no largaba sus huevos, empezó a manosear la entrepierna de Alejandra y la apretaba fuerte:

-Te quiero comer toda, dijo-

-Mirá que estoy sucia. Estuve todo el día trabajando,  no me lavé, y encima no estoy depilada.

-Mmm ¿la tenés peludita? Te la voy a lavar con la lengua si me dejás

Ahí José desabrochó el ajustado pantalón que ella llevaba; Ale ayudó y se inclinó para sacárselo. Él descubrió una tanga blanca semitransparente, que dejaba ver algo de su labios. Una espesa mota se formaba en el monte de venus, que bajaba hasta cubrir el clítoris. Más allá de esta mancha de pelos, tenía la concha afeitada, aunque algunos vellos ya habían empezado a crecer. José pasó su lengua por esa aspereza, saboreando todos los poros.

-¡Ay! La tengo como una lija, es que no tuve tiempo…

José no la dejó terminar; presionó su lengua en su clítoris, cubierto por esa capa de pelos. Empezó a hacer círculos, utilizando a los vellos como herramienta, emulando lo que Alejandra exigió en sus pezones. Tal proceder le produjo un extremo placer, hasta una sensación de adormecimiento.

-Me encanta. Encima estás mojada, y con estos pelos está más rica.

Alejandra estaba sentada en el asiento del acompañante, con sus pantalones por la rodilla y la tanga a un lado; con la cabeza de José hundida en su vulva, gimiendo de placer.

-Ponemela, por favor. Ponemela de una vez.

José sacó la pija. Tenía sólo un huevo afuera. No era grande pero estaba muy dura. Ella la agarró con desesperación. Le entraba en una mano. El glande le quedó afuera y ella lo succionó como si quisiera extraer algo. Él pegó un grito que a ella la incendió.

-Me encanta esta pija negra que tenés ¿me vas a coger como me cogía Christian?

-Mejor.

José reclinó su asiento todo lo que pudo. Alejandra se deshizo de sus pantalones y de su tanga y se enterró la verga en ese valle húmedo que era su argolla. Le daba la espalda a él y miraba la puerta de su casa a través del parabrisas. Sus hijos no estaban y Christian no podía mirarla.

-Ay! Sí, Jose, sí! Pegame unos chirlos!

Llegaron al éxtasis. Él le pegaba en las nalgas y le metía el pulgar en la cola. Después, le empezó a pegar pequeños golpes en el clítoris, hasta que ella se desplomó. Sin querer tocaron la bocina. Ella se levantó, lo saludó con un beso en la mejilla y se fue con su esposo.